capitulo 3
Cinco años después**
"Naitray, despierta", sueña. "Abre los ojos", Naitray abre los ojos y sueña. "Naitray, despierta".
Naitray se despertó en su cama, en total oscuridad. Por un momento, se mantuvo inmóvil, pensando en las voces de sus sueños, dos voces masculinas que le sonaban muy familiares, aunque no pertenecieran a nadie que conociera, o al menos no en ese momento.
Hace unas semanas, había empezado a oírlas en sus sueños, y siempre le provocaban el mismo sentimiento, una mezcla extraña de melancolía con terror a lo desconocido.
Se sentó en la cama a pensar un rato, luego tomó su celular para mirar qué hora era. Eran las seis y media, aún faltaba para la hora de ir a la escuela. Sería la primera vez en meses que iría a la escuela.
Se deslizó de la cama con cuidado de no hacer mucho ruido, se puso sus lentes y se sacó su pijama azul de unicornio, que no era muy apropiado para una chica de 17 años. Se puso su uniforme escolar, que incluía esa odiosa falda a cuadros. Naitray se dio un pellizco en el brazo para no pensar en lo mucho que odiaba esa falda.
Bajó a la sala de estar y se dirigió a la cocina para prepararse un té de manzanilla. Era una mañana fría, así que tomó una sábana y se sentó en el sofá con el té y su ordenador para escribir.
Su gata blanca, llamada Pirepillan, que también estaba despierta, se acurrucó en sus pies. Con los dedos ya calentados, abrió el ordenador para comenzar a escribir. Hace unas semanas atrás, se había logrado contactar con una editorial a través de Instagram. Le dijeron que le enviara el borrador de su libro cuando lo tuviera listo.
Y Naitray se había emocionado como nunca en su vida. Estaba escribiendo lo último que le faltaba. Su libro se llamaba *Lo que la religión no cuenta: la historia de Sarah*.
Se trataba de una pequeña niña pelirroja llamada Sarah, que era maltratada por su madre adoptiva y oprimida por las estrictas reglas de su iglesia católica, pero que descubría un nuevo mundo en las raíces hebreas gracias a un niño llamado Yael.
La historia estaba inspirada en la propia vida de Naitray. Hace cuatro años, empezó a ir a clases de raíces hebreas con su madre. Las clases eran impartidas por sus vecinos, y Naitray había encontrado una gran fuente de inspiración en eso.
De pronto apareció su madre. "De nuevo escribiendo antes de ir a la escuela", le dijo. Naitray no se había dado cuenta del paso del tiempo. Eso le solía pasar cuando escribía y sentía que sus dedos se movían solos sobre el teclado.
Su madre le sonrió. "Tu cabello está desordenado, ve a peinarte mientras yo hago el desayuno". Naitray obedeció y se fue al baño. Se peinó su cabello azul marino frente al espejo, luego pasó una toallita húmeda sobre su cara para limpiar la grasa.
Se quedó mirando su reflejo. Su cabello era muy corto, y los ojos color almendra que heredó de su madre se veían llenos de nerviosismo en el reflejo. "Será nuestro secreto", esa siniestra voz volvió a resonar en su cabeza. Naitray cerró los ojos y se tapó los oídos.
"No, cállate, soy una niña buena, una mujer que ama a los hombres, una hija de Yahweh. Ahora soy perfecta", decía Naitray susurrando. Abrió los ojos y miró su cara morena y regordeta en el espejo. Una sonrisa falsa se formó en su boca y salió del baño.
Desayunó junto a sus padres, y luego los tres se dirigieron a la escuela. Naitray estaba en el asiento trasero. Tenía tantos nervios que no paraba de jugar con las manos. Susurraba sus oraciones una y otra vez como un disco rayado.
La lluvia chocaba muy fuerte contra las ventanas del auto, lo que hizo que la joven recordara cuando era una niña y esperaba que cancelaran la escuela cada vez que llovía.
Se detuvieron al lado de la escuela, y un silencio incómodo se formó dentro del carro. Sus padres se miraron entre ellos con ojos tristes. "Naitray, llámame si tienes problemas", dijo su madre. Naitray sintió un nudo en la garganta y sus ojos le empezaron a picar por las lágrimas.
"No te preocupes, mamá, estaré bien", dijo Naitray. No le gustaba mentir, pero ya no quería que sus padres sufrieran por su culpa. Quería que ellos pensaran que todo estaba bien, aunque fuera una mentira. A veces, las mentiras son mejores que la realidad.
Se despidió y bajó del auto corriendo hasta las puertas del colegio para mojarse lo menos posible.
Entró, se midió la temperatura y se puso gel desinfectante en las manos como todos debían hacerlo. Caminó por los pasillos con cuidado porque sus lentes estaban empañados por la mascarilla.
Recordó lo mucho que le aterraba la escuela. Todo ese lugar contenía las memorias de sus fracasos, sus lágrimas y sus desamores; los profesores que le corregían amablemente y descargaban sus iras sobre él; los niños tontos que se burlaban y no perdían oportunidad de recordarle todos sus defectos.
El colegio era como una cárcel, una pena de prisión larguísima. Iba por los pasillos llenos de ecos y las paredes ahora eran verdes y no amarillas. Cuando estuvo enfrente de la puerta de su clase, comprendió que no tenía el valor de entrar. Tenía que irse lo antes posible.
¿Pero a dónde? Naitray sabía que escaparse de la escuela no era tan fácil como parecía en los libros.
¿Adónde iré entonces? pensó, y de pronto llegó a su cabeza el lugar perfecto: la biblioteca. La encargada casi nunca estaba allí, y los demás alumnos... bueno, ellos morirían antes de leer un libro por placer.
Entró a la habitación. Olía a polvo y había telarañas en todos lados. Naitray sintió pena. Ese lugar solía ser el más bonito de la escuela, con paredes de colores brillantes. Allí era donde su primer mejor amiga, la antigua bibliotecaria, le leía hermosos cuentos.
Naitray cerró la puerta con llave y lanzó un suspiro. Nadie le encontraría allí; conocía esa habitación como la palma de su mano.
Naitray comenzó a tiritar. Tenía el abrigo empapado y en ese lugar hacía mucho frío. Empezó a buscar un lugar donde acomodarse, ya que pasaría mucho tiempo allí. ¿Cuánto? No quería pensar en eso.
Caminó y vio qué libros había en los estantes, hasta que encontró uno perfecto para pasar el rato: *Drácula* de Bram Stoker. Se sentó en el piso y se tapó con una manta polvorienta y rota que había encontrado por allí.
Se había quitado los zapatos y se sentó cruzando las piernas como un monje. Abrió el libro en la primera página. "Ahora deben estar pasando lenguaje en el aula", pensó.
Comenzó a leer, pero después de un rato comenzó a sentir un enorme sueño, que hacía que sus párpados pesaran como rocas. Naitray no sabía por qué le pasaba eso. Durmió bien la noche anterior y nunca se dormía al leer un libro.
La sensación, con el pasar de los segundos, se hacía cada vez más insoportable. Así que, sin más opción, Naitray se tendió en el piso para dormir. Ni siquiera le importaba si era cómodo o no.
"No pregunto qué pasa dentro de un libro cuando no lo estás leyendo. Algo debe de pasar. Cuando lo abres, aparece una historia entera: personas, aventuras, mundos. Todo sigue allí aunque no lo mires. Me gustaría entenderlo", pensó Naitray antes de abandonarse al sueño.
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