2°.Romance
No me lo creía, por fin habías aparecido.
Alguien con quien me identificaba pero no quería admitirlo.
Eras el típico chico que los "normales" describirían como "friki", y así era yo.
Cuando llegaste a aquel karaoke vestido de negro y con el pelo teñido de azul, pediste una copa y te sentaste, sabía que tenía que acercarme.
Lo hice decidida, y me pedí una copa. No estaba acostumbrada al alcohol, pero lo soportaba. En el momento en el que lo hice me mirarse extrañado, probablemente porque parezco un chica buena y nada "friki". Pero, aun así, fui capaz de reunir el valor.
—Hola —me atreví a decirte.
—¿Dónde están tus padres?
—Tengo 20 años, ya no me acompañan a todas partes..., aunque seguro que querrían. ¿Por qué no te metes en tus asuntos?
—Conque una tsundere, ¿eh? -dijiste, riéndote. Qué bonito. Tu segunda frase y ya me habías llamado borde, pero insinuando que seguro que sería lo más mono del mundo cuando cogiéramos confianza.
Yo seguía sin creerme que estuviera hablando contigo.
—Eh, perdona, pero yo no soy tsundere.
Me dedicaste una media sonrisa y te fuiste a pedir una canción.
Bebí un poco de alcohol, y cuando me giré, me estabas ofreciendo que cantase contigo.
Cuando empezó a sonar la música no dudé un instante en subir a cantar contigo: me la sabía de memoria. No cantabas muy bien, pero le ponías sentimiento a la canción, y eso era lo que importaba.
Bajamos del pequeño escenario y me sugeriste ir a tu casa. Era la una de la mañana, y yo no sabía que hacer. Aceptar era muy tentador..., pero te había conocido hacía solo unas horas.
—Esto...No te conozco mucho así que...
—Lo entiendo. ¿No sabrás por casualidad hacer cosplay?
Me quedé impactada; no era posible que coincidiéramos en tantas cosas. Incluso en el disfraz al estilo del anime japonés.
Al ver mi reacción, sonreíste, me sacaste del karaoke y me guiaste hasta un portal.
—Vivo aquí, ¿quieres subir?
—Etto..., antes quiero saber qué edad tienes. —Me puse tan nerviosa que usé una muletilla japonesa. Etto, esto..., ¿qué más daba? La cuestión es que yo estaba temblando como un flan.
—Tengo 28.
No podía ser, eras muy mayor. Esto estaba mal.
—Gomen—me disculpé—, pero esto no está bien.
—Lo entiendo, pero sólo te quería enseñar mi cosplay de Black Rock Shooter.
—No puede ser—dije, haciendo una pausa entre cada palabra—.¿En serio?
—Claro. No estoy tan desesperado como para mentirte sólo para que subas —te reíste tú.
Entonces asentí, y me llevaste hasta tu casa. Era sencilla y no tenía mucha decoración de anime y manga... O eso pensaba hasta que entré en tu habitación .
Pósters, figuras, cojines..., todo tenía algo que ver con anime o manga.
—Me encanta —exclamé, maravillada. Lo observé todo con atención pero rápidamente a la vez, deseando absorber todos los detalles que pudiera de ese paraíso.
—Arigatou —me agradeciste, fingiendo una inclinación de cabeza. Intenté no sonrojarme.
Me dejaste dar una vuelta por tu casa, y al ver que no había nadie más, volví a tu habitación .
—¿No vive nadie más contigo? —te pregunté, extrañada—. Es una casa muy grande.
—Antes venía mi novia de vez en cuando, pero ahora sólo estoy yo —dijiste, guiñándome un ojo.
—¿Tienes novia? —te pregunté, ansiosa. Era algo patético, y no dejaba de repetirme que aquello no estaba bien, no podía estar bien; pero, aun así, aquel pensamiento me llenaba la mente. No podía pensar en otra cosa que no fuera el saber si estabas o no soltero.
—Tenía. Lo siento si te hice dudar; no, no tengo novia —dijiste mientras sacabas un cañón gigante de una estantería.
—¡Sugoi! —exclamé. Él sonrió; sabía que no solo quería decir "genial" en nipón porque estuviéramos hablando de cosas japonesas, sino que de verdad lo sentía así.
Encendiste los LEDs azules que estaban en su interior y me dejaste cogerlo: era impresionante.
—Me alegro de que te guste. Bueno, supongo que ya puedes irte.
—¿Y si decido quedarme un rato más ?
—Te estarán esperando.
—No, ellos también están de fiesta.
—¿En serio? —La cara que pusiste fue indescriptible—. Bueno, entonces no puedo negarme.
Te acercaste, con intención de besarme. Nuestros labios se encontraron en un beso fugaz que yo interrumpí.
—Lo siento si he hecho algo que no querías —dijiste, alejándote un poco pero sin romper el contacto visual.
—No pasa nada —afirmé. Mentira. ¿Que no pasaba nada? El corazón me iba a trescientos mil por hora; sentía la cara tan caliente como si la hubiera tenido dentro de un horno. Intenté repetirme una vez más que aquello no estaba bien, pero fue en vano; era definitivo. Te habías instalado en mi mente.
Estuvimos toda la noche hablando de cosas frikis que a los dos nos apasionaban, y en el momento que decidí irme te ofreciste a acompañarme.
Te dí las gracias y te guié hasta mi portal.
Nos despedimos y subí a mi casa.
Seguía sin creerme que te hubiera conocido tan rápido. Que en una noche ya lo supiera casi todo de ti.
Al día siguiente nos volvimos a encontrar. Esto ya no podía ser una coincidencia; hablamos y volvimos cada uno a nuestros respectivos destinos. Así durante cuatro meses. Te quería cada vez más, y creo que lo notabas.
Ninguno de los dos éramos dos niños pequeños, pero cada vez que nos juntabamos lo parecíamos. Me hacías recordar viejos tiempos de mi infancia. Y, a la vez, sentir cosas nuevas.
Tú, tu olor, tu forma de ser, todo.
Notaba que tú sentías lo mismo, pero no estaba preparada para dar el paso.
Tu edad me frenaba.
Mis padres siempre me habían dicho que alguien más mayor me podría hacer mucho daño porque había vivido más y me haría ir más rápido, pero también mucho bien: cualquiera de las dos cosas podía suceder. Y sí, estaba casi segura de que, a tu lado, me esperaba la segunda opción; pero seguía teniendo mucho miedo de la primera. Me moría de solo pensar que podrías estar intentando usarme, nada más, aunque mi corazón me dijera que no era así y tu forma de actuar dijera todo lo contrario.
Después de un año, coincidimos en el mismo karaoke que la primera vez.
Estabas ausente, quizás pensando en tu trabajo, el cual te hacía irte a otros países casi cada mes. La verdad es que, aunque hacía un año que nos conocíamos, no sabía cómo reaccionar cuando me mirabas fijamente.
Pediste otra canción, pero esta la cantaste solo. Y tú nunca cantabas solo, no si estabas conmigo.
Algo raro te pasaba.
—Tengo que decirte algo—dijiste, con mala cara. Me temí lo peor. ¿Me habías dejado sentada porque ya no me querías, y no querías compartir una canción conmigo? ¿Era eso?
—¿Qué pasa? —pregunté, sin poder controlar bien mi voz.
Te quedaste en silencio unos segundos; los suficientes para que mis sospechas se confirmaran. Algo muy, muy malo debía estar pasando.
—Mañana me voy a Argentina —admitiste al final.
—¿Qué?¿ Así tan de repente?
—Sí, me lo dijeron hace tres días, lo siento. —Los dos nos quedamos en silencio un rato, tú frotándote las manos y yo..., yo, yo pensando en qué iba a hacer si tú te ibas. Me costaba admitirlo aún, pero te quería demasiado como para perderte. Al final, tomaste de nuevo la palabra, con un tono apagado, deprimido—.¿Quieres venir a mi casa para pasar juntos esta noche?
—Pero... —comencé a decir. ¿Era esta la parte de la que me habían hablado, y advertido, mis padres? Debiste de ver el miedo en mi mirada, porque me ofreciste una sonrisa.
—Tranquila, no te haré nada.
Me llevaste a tu casa. Yo aún no confiaba lo bastante en ti como para no estar nerviosa, y no sabía por qué.
Cuando entramos a tu habitación y vi tu maleta hecha, las lágrimas recorrieron mis mejillas.
Lo viste y me besaste. Y esta vez no me separé.
Cuando nos separamos, tenías una expresión en la cara que me calmaba y me hacía sentir feliz.
—Volveré, te lo prometo.
Me volviste a besar, y yo decidí que ya estaba harta de dudas, de complejos, de inseguridades. Y me deshice de ellos, me hice valiente. Salté y te rodeé la cintura con mis piernas. Te sentarse en la cama lentamente mientras yo seguía colgada de ti, con los brazos alrededor de tu cuello.
Acariciabas mi pelo con tu mano mientras nos besabamos cada vez más rápido. Los latidos del corazón de cada uno estaban agitados.
Creía que en cualquier momento te ibas a empezar a quitar la camiseta negra. Lo temía un poco, en el fondo; pero eso no sucedió.
Me tumbaste en la cama, te pusiste encima y seguimos besándonos hasta que nuestros labios se secaron y nos quedamos sin respiración. Después te tumbaste al lado, y nos empezamos a reír sin razón.
—Aishiteru —me dijiste, con los ojos brillantes. Te apoyaste sobre el codo y te incorporaste un poco para mirarme mientras lo decías; y aquello fue lo que me convenció de que era verdad. Lo que me dio el valor para decir, yo también, que te quería.
—Aishiteru —te imité, con una enorme sonrisa que no era capaz de contener. Me diste un abrazo, y caímos de nuevo en la cama. Me acariciaste el pelo.
—Volveré, te lo prometo.
Te dormiste enseguida, pero no te desperté. Estaba a punto de irme cuando te oí hablar en sueños.
—Aishiteru —dijiste mientras sonreías. Me hormigueó el estómago. Aquella era nuestra palabra. Nuestro te quiero.
Suspiraste, abriste los ojos y me sonreíste.
—¿Estabas despierto?
—Pues claro. Incluso noté cuando pasaste por encima de mí para irte. Fue muy tentador —dijiste con picardía, ganándote una mirada de reproche.
— ¡Oye! ¡Baka! —me ofendí. Y eso que "tonto" era bastante suave para lo que se me estaba pasando por la cabeza en aquellos momentos.
Tú, sin embargo, te reíste, te acercaste y me volviste a besar.
—Lo siento por irme mañana, de verdad.
—No pasa nada, lo entiendo.
Sonreíste y dejaste que me fuera. Pero no de tu corazón. Solo de tu casa. Aquella sonrisa me decía que jamás, jamás ibas a olvidarme.
Volviste después de un mes, y volvimos a la rutina habitual hasta que decidimos que, cuando tuviéramos trabajos estables, viviríamos juntos.
Y fue algo tan anodino, tan común, lo que me dio la felicidad y la vida. Nunca creí que alguien como tú se podría fijar en mí, pero así fue.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro