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IV


Unos enormes ojos amarillos me observan desde la oscuridad. Dientes blanquecinos se tiñen de rojo. Una sonrisa se ensancha. El silencio reina en la noche y la oscuridad es su mejor aliada. No puedo ver nada más, excepto esa figura. Ella se ríe de mí, disfrutando del miedo que me envuelve. Se desliza por el suelo como una hoja por el viento, muy rápida, pronunciando mi nombre con un ilustrado movimiento en sus labios.

Tengo miedo.

Al despertar con lo primero que dan mis ojos es la figura borrosa de mamá a unos metros de mi lugar, está recostada en la camilla, cubierta hasta el pecho con las sábanas blancas. Su rostro se ve apacible, verla dormir sin tener que escuchar sus quejidos de dolencia es bueno.

Cuando dormía en la casa siempre se quejaba por las noches, despertaba llorando por el dolor y no había forma de que volviese a descansar. Podía despertar a las tres de madrugada y durar todo el resto del día sin pestañear. Al comienzo creí que lo hacía por miedo a que alguien entrara a la casa, pero luego comprendí que se debía al miedo de cerrar los ojos y no abrirlos nunca más.

Son las 6:00 am.

He dormido toda la noche en el hospital, eso explica mi extraño sueño. Le doy un beso a mamá en la frente, suave y cálido. Debo volver a casa para alistarme e ir al colegio, quizás un buen café ayude.

Antes de salir de la habitación donde está mamá, entro al baño. Necesito mojar mi cara y olvidar el horrible sueño de hace un rato.

El agua del hospital es tan fría como sus pasillos lúgubres y llenos de suposiciones. Nunca me gustó quedarme toda la noche en el hospital, siempre oía cosas. Siempre hay algo que susurra en la sumisión de la oscuridad. Lo digo porque lo sé, yo escuché los susurros de las paredes y sentí el hielo apabullante de lo que se alojaba en la noche. No fue hasta que me obligué a mí misma declinar esa tarda idea que dejé de asustarme con cosas de ese estilo. 

Pero con el sueño de anoche... todo se me está complicando.

Remojo mi cara en el agua y paso mis manos desde mis mejillas hacia mi cabello, una y otra vez, sintiendo cómo piel se va acostumbrando al frío. Me miro en el espejo y disuelvo las gotas que osan a resbalar de mi barbilla con el dorso de la mano.

Algo llama mi atención.

Miro la palma de mi diestra y con la izquierda aparto con lentitud, mientras el corazón me agita a mil, la manga de mi camisa. En la piel fría y blanca de mi muñeca hay una marca, es un triangulo hecho con tinta negra, la misma con la que firmé aquel trato en mi sueño.

Tomo un poco de jabón y lo esparzo sobre el dibujo hasta que la tinta negra lo tiñe de oscuro, entonces procedo a lavarme. La marca sigue allí, pero menos visible.

Escondo mi muñeca y salgo del baño.

Antes de salir de la habitación, le doy un último vistazo a mamá y le deseo que descanse bien para mis adentros.


The Noose luce realmente agitada hoy.

En el metro las personas transitan de lado a lado sin inmiscuirse en los asuntos de otros. Dicen que el dinero es el soberano del mundo, pero creo que han olvidado que el tiempo es su vil competencia. No hay un alma en pena que se fije en su contertulio, todo se regula a través del tiempo. El conteo de los minutos, las pisadas apresuradas, las expresiones exasperadas al pagar la entrada, los murmullos, las luces del techo, la expresión del guardia, los anuncios, el tren... Aquí abajo, hay un mundo nuevo, uno que no me gusta. Quizás sea el tiempo, el sonido del tren sobre los rieles acercándose o porque desde aquí no puedo ver el cielo.

Me da mala espina.

Avanzo por la puerta hacia el vagón. Está relativamente lleno, con personas que en su mayoría llevan audífonos. No tardo en ponerme los míos y subir el volumen a tope. Veo la hora en la pantalla del celular.

Son las 6:15 am. Aproximadamente, y si las matemáticas no me fallan, debería estar llegando a las 6:45 al paradero que me deja más cerca de Wigglesworth. Tomaré mi respectivo bus y listo. Alcanzaré a comprar algo para una caja de...

Un chirrido se adentra desde mis oídos. Miro la pantalla de mi celular; está pixelada, apenas se logra ver la fotografía que llevo de fondo. Intento desbloquearlo y ver qué sucede.

No responde, mas chirrido cesa.

Las luces del vagón parpadean hasta dejarnos en completa oscuridad un segundo. Del puro espanto me aferro al tubo donde otras personas también están. Los murmullos, similares a los del hospital se ponen en marcha y el frío se agolpa a mi cuerpo. Está tan oscuro que ni siquiera puedo ver a la persona que tengo en frente.

—Disculpe...

Extiendo mi mano para llamar su atención, y en cuanto lo hago las luces del vagón vuelven a encenderse. Frente a mí no hay nadie. Tampoco a mi derecha, a mi izquierda... En el vagón sólo existo yo.

Miro las puertas que dan hacia el otro vagón, pero éstas están custodiadas por dos personas que me da la espalda. Son altos y de muy mal aspecto. Parecen temblar y tener choques de energía que hacen mover sus manos involuntariamente. Las luces del vagón vuelven a apagarse un segundo que me es eterno. Al encenderse, las dos personas que custodian las puertas del vagón están más cerca.

Otra vez las luces se apagan, y las dos personas, ahora respirando rasposamente, están a pocos pasos de mí.

No puedo moverme. Estoy paralizada del miedo. Quiero salir huyendo, o gritar si es posible; sin embargo no tengo voz. Otra vez las luces del vagón se apagan. Cierro mis ojos sin querer ver con qué me encontraré. Me aferro al tubo metálico mientras siento el choque de sus respiraciones a cada lado, justo en mis mejillas. El aliento a podredumbre se cuela por mis fosas nasales y quiero vomitar.

«Por favor que sea un sueño. Por favor que sea un sueño» Me repito una y otra vez.

Es tiempo de abrir los ojos...

Doy un grito ahogado al encontrarme en el metro, sentada en uno de los asientos junto a la puerta. El vagón está lleno de personas, ninguna con el aspecto de las que me daban la espalda. Me siento extraña, como si realmente no estuviera en mis cinco sentidos.

¿Qué me pasa? ¿Es la falta de sueño?

Froto mis ojos para cerciorarme que estoy pisando tierra como todos los demás, que no estoy dentro de un sueño. Cuento en voz baja:

—Uno... dos... tres.

Paulatinamente, voy bajando mis manos de los ojos para ver mi alrededor sin temor a estar sumida en el mundo de las pesadillas. En efecto, estoy sentada en el vagón, yendo en metro hacia el paradero más cercano hasta Wigglesworth. No estoy sola, hay personas en el vagón.

Personas que lucen normales.

Salgo del metro lo más deprisa que puedo. No puedo aguantar un segundo estando bajo tierra con personas a las que su rostro se desfigura dándoles un aspecto casi demoniaco. Es horrible. Quiero llegar al colegio, sentarme en mi asiento, ver pasar el tiempo en clases y volver a casa.

Me aterra estar en la calle, todo se siente muy irreal y lúgubre.

The Noose es una ciudad gris y fría, llena de cuentos, paradojas, enigmas, dramas y mitos. Lo sé, pero sentirlos tan vivos no es grato.

Creo que necesito un descanso.

Al llegar a Wigglesworth recién puedo tranquilizarme. Aquí me siento segura, sin tener a nadie que me fastidie o quiera intimidarme. Aquí puedo mantener la cabeza gacha y ver las cosas desde mi perspectiva y no la de los demás.

No pongo reparos en divagues o conflictos con mi yo, voy a la cafetería del colegio y me compro algo para desayunar mientras espero la llegada de Dormer, el profesor de matemáticas.

Subo las escaleras con una bolsa con donas y una caja de leche.

Ya estando en la sala, me siento en mi respectivo asiento, pongo la bolsa sobre la mesa, saco las donas y comienzo a comer.

Poco a poco, los demás comienzan a atestar la sala. Amy, mi amiga, es una de ellas.

Se planta frente a mi mesa, con las manos en su cintura y con gesto desaprobador.

—¿Qué le pasa a tu cara? —pregunta— Luces fatal.

Le doy un sorbo a la leche y me aclaro la garganta.

—Lo sé, Amy, no tienes que repetírmelo. Lo sé. —Resoplo con pesadumbre, sintiendo un peso en toda mi espalda y prosigo—: No he dormido nada, ni siquiera he comido.

—Eso explica porque estás haciéndolo ahora.

—Deja el sarcasmo para otro día —espeto—. Tuve dos pesadillas, y no sé cuál se sintió peor.

Amy corre la silla del banco frente a mi mesa y se sienta. Saca un trozo de la dona que llevo por la mitad y traga con un esfuerzo exagerado.

—Eso es culpa por ir a ese club... o bar —recrimina con desdén—. ¿Cómo era el nombre?

—Red Maze.

—Te advertí que no era una buena idea ir.

Antes de argumentar en su contra ocupando cualquier excusa barata que se me venga a la cabeza, prefiero callarme. Un hombre, al que nunca había visto antes, entra a la sala y deja el libro de la clase sobre la mesa del profesor. Todos, absolutamente todos, guardamos silencio a la espera de que el sujeto hable.

—Buenos días...

Nadie responde. Los inquietos ojos del hombre viajan por todos los rincones de la sala y por todos nuestros rostros bajo unas gafas rectangulares que le han un aspecto friki. Mueve sus manos con inquietud, entrelazando sus dedos y desenlazándolos, una y otra vez. Es alguien alto, algo regordete y muy pálido. Tiene una barba mal afeitada y no tiene pelo. No parece ser alguien de edad, sino una persona muy estresada. Su vestimenta va acorde a su semblante, tiene una camisa blanca con una corbata mal hecha de color turquesa, un chaleco marrón claro y unos pantalones del mismo color un tanto más oscuros.

Sonará pedante, repentino y prejuicios, pero siento lástima por su maltratado aspecto. Aunque viéndolo desde un punto de vista objetivo, él y yo no estamos lejos de parecernos.

—El profesor Dormer tiene licencia, así que yo lo estaré reemplazando por un tiempo. Mi nombre es Jordano Rehon.

—¿Cuánto tiempo estará aquí? —pregunta Glen, uno de los fanáticos por los números y quien mejor se lleva con el profesor Dormer.

—El que sea necesario —responde Rehon entre el afirmamiento y la duda—. Serán unos dos meses.

Las quejas no escatiman incluso teniendo al profesor Rehon en frente. Su expresión tímida y asustada me es casi desesperante. No puedo ver cuando una persona está padeciendo sufrimiento, si algo así sucede necesito hacer algo.

Me limito a bajar la cabeza y ver las migas de donas que quedan sobre mi mesa.

—¿Alguno puede decirme qué estaban viendo con el profesor Dormer?

Nadie responde. Soy la única que levanta la mano y lo mira sugerente. Él hace un ademán permitiendo que hable.

—Logaritmo en fracciones —respondo alzando la voz más de lo adecuado.

Una expresión de felicidad yace en la expresión del nuevo profesor con mi respuesta. En una sonrisa simple, pero llena de ánimos.


La clase ha transcurrido casi normal, a medida que la explicación del nuevo profesor se hacía presente, más chicos se iban aventurando en preguntarle sus dudas. Quizás el aspecto tímido y raído le jugó puntos a favor dándoles a los chicos más confianza. Es un profesor que explica bien, aunque vi algunos fallos que me dejaron en la duda si lo hacía adrede o realmente se estaba equivocando. Decidí darles la vista gorda, ¿quién soy yo para juzgar a un profesor? Soy una simple alumna.

Cuando el timbre suena, todos arreglamos las cosas para salir al primer receso. Amy me ayuda con mis útiles para acortar el tiempo. Una vez que guardo mis cosas, avanzamos hasta la puerta de la sala.

Pero algo anda mal. El profesor Rehon, sin disimulo, parece esperar el momento adecuado para que esté lo suficientemente cerca.

—Reese Braus —me llama—, ¿verdad? —Volteo en su dirección y asiento sin decir más. Una mirada sugerente nace de él—. ¿Puedo hablar un momento contigo? A solas.

—Uhm... —Miro a Amy.

—No hay problema —dice—. Te esperaré en la cafetería.

Asiento accediendo a su encuentro y la veo marcharse a través del umbral. La puerta queda junta, y poco se puede ver del pasillo con estudiantes. Vuelvo hacia Rehon, quien tiene sus ojos puestos en mí. Luce hipnotizado.

—No te asustes... Sólo es una pequeña ayuda para ponerme al tanto de la clase. Tú fuiste la única que respondió a mi pregunta.

Exhalo con calma, dejando de lado la notoria tensión sobre mis hombros. Despliego una sonrisa y me acerco al escritorio, donde él está apoyado.

—¿Quiere que le entregue mi cuaderno? Yo no tengo problemas.

—Eso es mejor. —Su sonrisa se ensancha.

Coloco mi mochila sobre la mesa y la abro buscando el cuaderno de matemáticas. Meto la mano dentro y lo tomo, pero algo impide que lo saque. Miro la mano de Rehon apretando mi brazo y subo la vista hasta sus ojos.

Ya los he visto antes.

—Qué envidiable expresión, mocosa —sisea, adormeciendo mi brazo. La fuerza con que entierra sus dedos sobre mi piel es como una anestesia. Intento zafarme, pero su fuerza es descomunal. Ahora mi adormecido brazo duele, duele mucho—. No es tan fácil escapar de mí.

Aprieto el puño sintiendo una quemazón en mi brazo que necesito disipar. Creo que en cualquier momento éste se romperá. Los ojos amarillentos de Rehon vuelven a mirarme disfrutando del miedo que siento. Es una mirada sarcástica y burlona. Presiono mis labios suprimiendo el dolor, mientras con mi mano libre agarro la mochila. Se la lanzo en el rostro para distraerlo, pero no consigo que me suelte. Aplica más presión y chillo del dolor. Una risa oscura y profunda resuena en la sala. El silencio se alza y mis esperanzas por salir ilesa de aquí disminuyen.

No era un sueño...

No era un sueño...

No es un sueño.

Continúo forcejeando y esta vez intento morderlo, pero él toma ni barbilla con su otra mano y me obliga a mirarlo. Directamente a esos ojos amarillentos y llenos de lujuria por la sangre. Una buena intención ha traído la sentencia de mi muerte.

¿De verdad este es mi fin?

Cierro mis ojos entregándome al final de mi historia. Pero un golpe en mi mejilla hace que los vuelva abrir.

—No te duermas, mocosa —me ordena Rehon mirándome como quien mira la basura—. Esto recién comienza.

Suelta mi brazo y se ensimisma en tomar mi abrigo desde la altura del pecho. Me acerca a él y parece olerme, como si fuera un platillo delicioso que degustar. Se relame los labios y me levanta hasta quedar a su altura. Estoy flotando siendo sostenida sólo por mi abrigo.

Si permanezco un poco más así, yo tengo la posibilidad de escapar.

—Por favor... —musito, jadeante—. Yo no he hecho nada...

—¿Hablas, mocosa? —inquiere alzando una ceja—. Los muertos no hablan.

Trago saliva. Con sus ojos puestos sobre mi rostro, y su satírico tono, quizás consiga mi libertad. Si eso llega a suceder, yo...

­—No me hagas nada... ¡Yo no hice nada!

Meto la mano al bolsillo de mi abrigo. Siempre guardo allí la llave de mi taquilla. Mirándolo a los ojos, sintiéndome lentamente hipnotizada por sus incontinentes ojos como si le excitara que sus víctimas suplicasen, voy sumiéndome a la sedición. Empuño la llave y se la entierro en uno de sus ojos.

Un grito desgarrador invade la sala. Me suelta y caigo al suelo.

No pretendo darle un último vistazo, salgo de la sala y cierro la puerta.

.

El letrero que reza «Red Maze» está apagado. Los dos guardias que custodian la entrada no están por ningún sitio. Quizás no debería entrar viendo que me he colado sin avisar a un club nocturno de lo más peculiar, además de correr el riesgo que me echen a patadas. Pero eso es lo que menos me importa.

Es la segunda vez que escapo de ese sujeto, y esta vez ha sido por mera suerte e ingenio. Si llega a pasar una tercera vez seguro que la suerte no me acompañará.

Camino por las mesas, esquivo a las extrañas personas que se unen a mi paso, declino el ofrecimiento descarado de los garzones que caminan portando unas enormes bandejas con tragos. Estoy de vuelta aquí más consciente que nunca. Ahora, sin lugar a dudas, sé que todo lo que viví y sentí es real. Puedo decir con total firmeza que estoy jodida. 

Hay una soga en mi cuello lista para ser tensada.

En la oficina de Zyer, el color rojo me hace dar vueltas. Tengo que sentarme para no caer.

Estoy sola en una oficina de un desconocido. Vaya, mierda.

Pienso en mamá, en papá, en lo que ambos me dirían si supieran en qué estoy metida. Pienso en la advertencia de Amy. Pienso en las dos facetas de Rehon. Pienso en que esta mañana puede haber sido la última vez que vi a mamá y no le dije que la amo. 

Ojalá pudiera retroceder el tiempo y despedirme con un «te quiero» y no haberla mirado desde la puerta luego de salir de ese baño.

—Lo siento... lo siento tanto...

Mi pecho se comprime hasta el dolor. Mi garganta se tensa y anuda de tal forma que tragar saliva me resulta en vano para disiparlo. Seco unas lágrimas que se escurren por mis mejillas e inspiro hondo para calmarme.

No hay motivo para calmarme.

Sobre el escritorio de Zyer no hay nada más que una marioneta que apenas está sentada mirando la silla tras el escritorio. Está hecha de madera y lleva un vestido rojo. La tomo sin dudar y la examino; parece estar tallada a mano, sus facciones son muy imprecisas. Tiene el cabello corto y amarillento. El vestido rojo le llega hasta las rodillas y cubre sus brazos.

Dubitativa corro con un dedo la manga derechadel vestido, como si una fuerza mayor me llevaba hacerlo. Hay una marca borrosa igual a la mía, hecha con pluma negra y en forma triangular.

Es una marioneta mía. 

Soy yo.

—¿Tu madre no te enseñó que las cosas ajenas no deben tomarse? —Suelto la marioneta al instante, dándome un vuelco el corazón—. Oh, espera... se enfermó antes de hacerlo. Pobre.

En la puerta de la oficina el primer sujeto que nos interceptó al entrar al club está con una sonrisa ladina. Lleva su terno y su cabello blanco y negro. A diferencia de aquella noche, no se ve tan intimidante, pero sí desagradable. Omito responder a su mofa.

—¿Dónde está Zyer?

—Atendiendo otros asuntos —responde, y se sienta en la silla tras el escritorio—. Somos personas ocupadas.

Apoya las piernas sobre el escritorio y las cruza, ensanchando su sonrisa. Su mirada baja hasta la marioneta y la apunta con el índice.

—A tu pactante le encanta hacer de esas, de esa forma los vincula a todos.

—¿Vincularlos a qué? —pregunto al instante.

Sadistik se echa a reír.

—Realmente no sabes nada de nosotros, ¿verdad? —Hace un puchero, pero enseña sus dientes luego. Impulsivamente me echo hacia atrás creyendo que hará algo en mi contra. Vuelve a reír, esta vez a carcajadas. Tras unos segundos, vuelve a tornarse más serio—. Seré bueno contigo, y si sales viva de esto te comeré. ¿De acuerdo?

Frunzo las cejas.

«¿Comer? ¿A dicho comer?»

Amaso las palabras correctas para decir, pero finalmente no logro formular ninguna acorde la a situación, por lo que prefiero llevarme por el mítico camino de la demencia momentánea.

—¿Qué demonios son?

El sujeto luce sorprendido, y algo ofendido. Posa una mano sobre su pecho y abre sus labios levemente de forma circular. Luego se incorpora bajando los pies del escritorio y apoyando sus codos sobre la mesa. La distancia entre ambos se acorta, lo que me hace suponer que su respuesta debe ser confidente.

—Somos intermedios —responde en voz baja, casi susurrándolo—. Somos seres que están condenados a pasar el resto de sus vidas en la tierra, hasta que volvamos a tener eso de vuelta.

—¿Eso? —Inquiero, sin poder digerir lo que ha dicho— ¿Qué cosa?

Vuelve atrás y se levanta de la silla. Con paso lento y seguro, camina alrededor del escritorio hasta llegar a mi lado. Me petrifico con su cercanía, tanto así que prefiero conservar un momento el aire en mis pulmones porque siento que cualquier movimiento puede empeorarlo todo.

—Nuestras alas —masculla—. Ahora, solamente somos carne esperando llenar nuestra cuota.

***

No sé ustedes, ¡pero me encanta Mr. Sadistik!

¿Sabían que para esta historia me inspiré de dos películas y una serie? De hecho, hice un fic de TWD muy similar hace años :P No les diré el nombre porque da vergüenza ajena leerlo D: Pero no estaba tan mal la trama (?).

¡Besos!


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