4: cuarta razón.
Al día siguiente de mi confesión, tú me recibiste como si nada, como si no te hubiera revelado, hacía menos de veinticuatro horas atrás, que era gay, y que, más encima, tú me gustabas.
Me sonreíste como lo hacías siempre, y me saludaste con la mano mientras tomabas la orden de una mesa lejos de mí. Te devolví el saludo, pero apenas sonreí.
No tardaste mucho antes de venir hacia mí, me notaste decaído y tu sonrisa desapareció.
Me pediste perdón, ya sabías que me pasaba, yo te dije que no había problema y que solo era porque era muy reciente, me dijiste que, por más que te doliera perder a un buen amigo, entenderías que decidiera alejarme. Yo me negué, por supuesto.
Esa fue la cuarta razón. Pensabas en los sentimientos de todos antes que en los propios, pensabas en mí, antes que en tí. Por eso me gustaste.
Sonreí lo más sinceramente que pude y te prometí que te enamoraría, claramente no te lo dije en voz alta, sabía que te habrías alejado de mí, no te gustaba la gente insistente.
Pero no lo notarías si era disimulado, ese día me tuve que ir antes de lo habitual, no me gustó, pero tenía investigaciones personales que hacer antes de poder volverte a ver.
No sabías la sorpresa que te esperaba al llegar a tu casa en la noche, eso era lo que me emocionaba.
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