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Bruce Wayne y Selina Kyle

"¿Lo siento?" repitió ella dentro de su cabeza, "¿Sientes el engañarme? ¿El traicionar tantos años de apoyo y amor incondicional? ¿Qué sientes, maldito? ¿Vas a pedirme perdón por todo y otra oportunidad para salvar nuestro matrimonio? ¿Podemos?, ¿Realmente podemos?, ¿Hay aún algo que salvar?" Todo eso le cruzó por la mente, pero ni una palabra llegó hasta sus labios.

—Investigué un poco en internet—continuó Hector—, está bien, yo estoy dispuesto a todo lo que quieras—se señaló con ambas manos—, de verdad, muy abierto a lo que sea, no tengas pena. Pero, los foros dicen que deberíamos tener una palabra de seguridad para detener el juego si algo no nos gusta.

A Sofía le costó entender a qué se refería. Repaso su discurso como un dictado y luego le preguntó:

—¿Qué?

—También dicen que deberías tener un gesto si usaremos mordazas y eso, pero no las usaremos, ¿verdad?

—¿Mordazas? —¿Para qué? ¿A quien iban a secuestrar?

—No—negó en un tono que parecía disculparse—, tal vez la próxima vez. Es que, no estoy seguro de que tengas en mente — pusó una sonrisa medio tonta lelevando sus pupilas al techo—. Como sea, lo estuve pensando en el auto y creo que la palabra debería ser "guisantes" o "sopa de guisantes", ya ves que me da algo de asco después de la peli del exorcista.

—No puede ser—lo entendió al fin—, ¿sabías que el mensaje era mío?

—Pues claro—levantó los hombros—, pusiste "mi amor".

Sofía se llevó ambas manos a la cara e intentó contener un ataque de risa que fluía como piedras en sus costillas, las mejillas le ardían como en su peor migraña y ella ya no sabía si era la carcajada, la dicha o la vergüenza.

Hector estaba ahí pensando que su esposa lo había citado en un hotel para ejecutar una especie de juego de rol.

No era raro que lo creyera, a veces las parejas hacían ese tipo de cosas, ellos no, claro, pero con lo sugestivo que se ponía a veces, igual y él sentía que deberían buscar algo para reanimar la chispa. Fue su propio deseo lo que lo había impulsado a pensar eso. 

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó confundido—, ¿no te gustó la palabra?

—Guisantes será— le contestó cuando encontró algo de calma—, sal un momento, necesito más tiempo.

—Esta bien. Pero, ¿puedo hacer una petición?

—¿Cuál?

Hector desvió los ojos, se mordió el labio, después se limpió el sudor de las palmas contra los pantalones, se dijo que no tenía porque ser tímido con su mujer y dijo:

—¿Qué te parece si me dices "señor Wayne"?

Ella se quedó quieta, procesando lo dicho.

—¿Como Batman?

—Exacto, yo puedo decirte "señorita Kyle" o lo que quieras. Es decir, podemos combinarlo con el "Jefe-secretaria" que quieres, solo que seria un "Jefe-secretaría" de "Batman-Catwoman".

Ya que de verdad necesitaba pensar, ella asintió de manera forzada.

Hector sonrió con destellos en los ojos que ella tenía años sin ver, después salió de la habitación para dejarla sola con sus reflexiones.

"¿Qué estás haciendo Sofía?" se preguntó al analizar la situación en la que se había metido.

De Leticia no se veían ni los vientos y Hector estaba ahí porque sabía que era ella, al final no tenía nínguna prueba.

Entonces se le ocurrió una idea maliciosa.

Como podía verlo, había dos posibilidades. Leticia no llegaba porque todo estaba en su cabeza y ella nada tenía que ver con su esposo o llegaría pronto.

"Pues si no llega le pregunto bien y si ella llega, que se lleve una sorpresa" Decidió dejándose envolver por esa idea accidental que de alguna forma, se sentía como agua tibia sobre su vientre.

Sofía entonces revisó los cajones junto a la cama que según el folleto tenían "accesorios picantes", que suerte tenía su esposo pues había unas orejas de gato allí, también había un pato de hule, que extraña que era la gente.

Ella se quitó la falda y se abrió la blusa dejando visible su lencería, además se quitó los tacones y se soltó el cabello antes de meterse las orejas de gato en la cabeza, debió haberse puesto medias pero en realidad, no estaba preparada.

Sabía que era un cosplay muy pobre, sin embargo, cuando abrió la puerta, Hector abrió la boca en un gesto lascivo que casi le deja caer la baba.

Él había hecho lo propio sacándose el saco y la corbata y dejando dos botones sueltos de la camisa. Además, sabrá de dónde sacó agua para hacerse el peinado hacia atrás.

—Lo estaba esperando, señor Wayne —le dijo con un susurro seductor.

—Señorita Kyle—la llamó así como si no acabase de hacer un ruido fuerte al tragar saliva, dio un paso hacia enfrente haciendo que ella lo diese para atrás y cerró la puerta cuando terminó de entrar al cuarto—, ¿hizo el informe que le solicité? —¿De dondé saco eso? ¿De Reditt o de la revista?

—Ups —dijo en ese tonito marcado bien bajo que le apachurraba los pulmones a Hector—, se me olvido. Tuve otros asuntos.

—Era... —carraspeó —, un informe muy importante. Voy a tener que reprenderla.

—¿Qué clase de reprensión? —como si sus gestos traviesos no detuvieran el débil corazón de su marido lo suficiente, agregó ojitos vidriosos y movimientos sugestivos a su pregunta.

—¿Aceptaría el castigo físico?

—Señor Wayne —susurró recorriéndolo con los ojos, luego dio un paso hacia él —, haré lo que sea para mantener este trabajo—se sostuvo del cinturón de Hector y se paró de puntitas para decírselo al oído en un suspiro—, lo que sea.

—De acuerdo—rígido como estaba, Hector huyó de su toque dejándola desolada para luego sentarse sobre la cama y ofrecerle su mano—, venga aquí.

Sin entender mucho de que se trataba, Sofía vio hacia la puerta inmóvil y a la chapa solitaria. Ella también tragó saliva, finalmente, cedió a su instinto más bajo y tomó la mano del señor Wayne.

Este le dio un tirón haciéndola caer de panza sobre sus piernas. Una vez la tuvó colgando como una toalla, le acarició el muslo. Continuó con las regordetas pompas donde hizo grandes círculos, tras un apretón firme, levantó su mano y se la regreso en una fuerte nalgada. ¿Esos eran los consejos que leía en los foros?

A Sofía le bailo todo la pierna, su piel revoloteo como las alas de una mariposa y el golpe le dejó un ardor extraño. ¿Acaso era algo que Hector quería hacer antes?, ¿Por qué nunca lo dijo? Ella vio a la puerta una segunda vez y recibió una segunda palmada, la palabra "guisantes" le vino a la cabeza, pero cuando él hizo la tela de algodón que la cubría a un lado y comenzó a detenerse entre golpes para acariciarle en medio de las piernas, el dolor comenzaba a pasar los límites de su propia naturaleza para convertirse en placer.

Hector la acaricio justo en el centro y ella dejaba salir en gritos ahogados el cúmulo de lujuria que le llenaba todo el cuerpo.

—Está siendo muy rudo, señor Wayne —se quejó Sofía.

—¿Es doloroso?—preguntaba usando sus dedos para abrirse paso dentro de ella sin problema alguno, pues era tan viscoso el túnel de su placer, que se abría para él por sí mismo como los girasoles se abren para el sol.

—Es abuso laboral.

—¿Me disculparía?

—Solo si me pide perdón... —se giró a él formando entre sus ojos cuspicientes y su sonrisa maquiavélica, una mueca provocativa —, solo si me pide perdón de rodillas.

Sofía ya lo entendía bien. Él no era Hector y ella no era Sofía, eran Bruce Wayne y Celina Kyle, sin hijos, sin matrimonio ni responsabilidades.

Solo eran dos amantes, uno del otro sin nombre ni historia, a los que no los ataba nada y en libertad eligían entregarse al otro.

Como él no era el esposo a quien le debía devoción, ni ella la esposa a la que él le debía respeto, podían ser tan inmorales como quisieran, pues en el pacto de su silencio, todo se quedaría las cuatro suicias pareces que ocultaban sus escandalosas acciones.

El señor Wayne asintió y la liberó para que ella pudiese sentarse en la cama. Una vez se incorporó Selina Kyle sobre su aun ardiente trasero, Bruce Wayne se arrodilló en el piso frente a ella, juntó sus manos y le dijo:

—Le ruego me perdone, señorita Kyle.

Ella se lamió el labio, acaso, ¿era así de apuesto su esposo?

No lo era, nunca lo fue pero el señor Wayne era increíblemente apuesto, sobre todo si se encontraba allí, sobre todo si podía verlo arrodillado a sus pies.

Como realmente quería verlo, ella levantó una pierna y se la puso al hombro, el señor Wayne entendió el mensaje y la beso en la rodilla.

Después forjó un camino de besos por el muslo interno de su mujer, tomó la prenda de algodón que le cubría la impudia por los bordes y la bajó hasta que liberó aquellas piernas.

La cena estaba servida, jugosa y suave, como le gustaba su carne.

Para librarse de ataduras, el señor Wayne se deshizo de su camisa y después se dejó caer de cara entre las piernas de su mujer.

En besos y a chupetes, la devoró como un perro, Gatubela se tiró sobre la cama de brazos abiertos, había olvidado vigilar la puerta.

No importaba ya, pronto se olvidaría de todo, pues al explorar el señor Wayne parecía demostrarle todos los rincones olvidados que había encontrado en su interior, a pesar de que ya los conocía, pues la había recorrido tantas otras veces antes, todo se sentía nuevo solo con cambiar el nombre que escupía su garganta.

—Señor Wayne —exclamó en un sonoro gemido que hizo parecer la habitación demasiado pequeña para contenerlo mientras se sostenía de sus rizos—, espere yo... yo quiero me reviente con usted. Con todo usted.

Así que el señor Wayne se levantó, la beso justo en el vientre y después, sosteniéndola de la cintura, la volteó despacio como quien maniobra una escultura antigua.

Ella hundió las uñas y la cara en la almohada de corazón, se apoyó en sus rodillas y tras una última nalgada, él la invadió con todo su ser.

Gatubela gritó mientras era arrastrada y empujada una y otra vez contra la almohada, sus piernas vibraban al grado que se separaban a causa del frenesí de golpes que la tamboreaban desde adentro.

Él la sostuvo por los senos, el resorte de su bra no soportó la violencia y se rompió sobre su espalda, Hector besó la misma y después su nuca.

Ya no eran humanos, eran dos bestias salvajes hundiéndose en el más infame de los placeres animales. En medio de sus primitivos actos carnales, se fundían y se perdían entre la violencia y el amor siendo estos dos entes contrariós la escensia misma del sexo que compartían. 

Finalmente reventaron como globos contra la lumbre y ya no eran nada, y en la nada él gritó algo que ella no pudo escuchar pues había una especie de eco dentro de su cabeza.

Aquello que arrastraba su alma como si pretendiese sacarla del cuerpo la había dejado sorda, muda y paralítica.

Se desvaneció sobre la cama como un cascaron vació pues todo lo que constituía su persona había implosionado en el festival de goce que se celebró en su pecho e hizo que le latiese todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.

Mientras los latidos de su corazón se estabilizaron, las manos de Hector le dieron la vuelta y su cara cayó sobre ella besándole la mejilla.

—Te amo tanto, Sofía —le dijo besando su cuello.

Le tomó la pierna y se la levantó, luego volvió a invadirla.

Fue como un disparo entre sus carnes.

—Ahora, vamos a ser solo tú y yo, ¿de acuerdo? —declaró Hector, acto seguido invadió también su boca a besos y clavándose en ella cual aventurero en tierras inhóspitas, la poseyó una vez más.

Sofía había pensado que el corazón le había explotado en cachitos pero, a voluntad de las caderas de Hector, éste se volvió a formar para él. De nuevo, las costillas que lo rodeaban no le daban suficiente espacio a su desenfrenado latir. Él le apretó los senos de modo que se le salieron los pezones y Hector dedicó medio minuto a lamer cada uno de ellos.

Sofía ya no daba más, ¿Cuándo se había vuelto su esposo un ser tan libidinoso? ¿Sería porque hace poco él había sido el señor Wayne y ahora era Hector?

Ahora le tocaba a ella dejarlos satisfechos a los dos, pues Selina apenas y se hacía presente.

Así que tragó saliva de nuevo, le clavó las uñas a la almohada y abrió bien esas piernas dándole paso a todo la lujuria de su hombre.

Al final, él aumentó su ritmo mucho más rápido que el señor Wayne y entre las apretadas carnes de Sofía se desbordó, a ella le corazón se le derritió con ese disparo que la llenó de una sensación cálida que nació en su pecho y se expandió a travez de sus venas con la tibiesa de su sangre.

Reposó sobre la almohada bañada en sudor, sintió el peso de Hector tirarse al lado. Poco a poco fue recuperando el aliento, Hector tomó en algún punto su mano y la besó en los nudillos.

Sofía volvió a ver la perilla, nunca escuchó que alguien la tocara.

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