IX - Targaryen
Mayleen por un momento quedó en shock y las palabras se repetían en su cabeza, ¿cuántos hermanos más podría tener? Luego echó la cabeza hacia atrás y rio. No podía ser verdad o, al menos no lo quería.
—Deberíais empezar a tomar las cosas en serio, princesa. Empezamos a movernos en terreno pantanoso. Controlad vuestras acciones—. Cuando montaron en los animales, el dueño de la herrería salió para contarles algo más.
—Es posible que ser Hugh del Valle sepa algo sobre Jon. Fue su escudero hasta su, bueno, su muerte. Con algo de suerte intente competir por esos dragones que se entregarán al ganador de las justas.
En esa ocasión sí que volvieron a las gradas donde estaban sentados los señores y damas de alta cuna. Divisó a su padre y a su madre en el asiento del Rey. Básicamente era una tarima especial donde sólo el Rey y la Reina podían sentarse. Estaba más elevado que los del resto. No era difícil distinguirlo. Se separaron, Ned fue junto a Robert y Mayleen junto a Sansa, que parecía preocupada.
—¿Qué os atormenta?
—Joff… esta mañana no se comportó con la gentileza que suele usar—. Sansa no paraba de mirar a su prometido. Este estaba admirando todas las justas y parecía no importarle ninguna otra cosa.
—A ver si adivino, ¿se burló de vuestra familia, de Bran y del lobo?
—Mataron a Dama sin ser culpable. ¡La echo de menos!—. Parecía a punto de echarse a llorar y Mayleen tenía el ceño fruncido. No sabía qué hacer; los abrazos reconfortantes no eran de su gusto. No le salían de corazón, por lo que se mantuvo en su sitio con la mirada clavada en un gran caballo negro. Sin duda alguna se trataba de Gregor Clegane, hermano de Sandor. Era conocido como La Montaña que cabalga y era temido por todos y cada uno de los crímenes que había cometido en sus años de servicio a Lord Tywin Lannister.
—¿Por qué Sandor odia tanto a su hermano?—. Preguntó la Stark con la voz baja.
—Es un secreto.
—Entonces, ¿por qué lo sabéis?
—Me lo dijo él. Una noche borracho y enfadado. Me hizo jurar que no lo contaría, si no, él mismo se encargaría de matarme—. Mayleen puso una mueca de indiferencia. El sonido de un caballero derribado sonó con fuerza al estrellarse contra el suelo.
—¿No me lo diréis?
—¿Qué sacaría yo a cambio?
—Lo que os plazca—. Entraba al campo de justas el contrincante de Gregor y no era otro que ser Hugh. Mayleen buscó a Eddard con la mirada y por el hecho de que el hombre no apartara los ojos del jinete lo supo. Tras la orden de Robert para el comienzo, los caballos sacudieron el suelo y lo golpeaban con violencia en cada zancada. Levantaban arena y grava en el impacto, Hugh acertó en el escudo de Clegane y cayó, pero el jinete mantuvo la postura. Era empate, por lo que hubo otra ronda. Los caballos piaffaban nerviosos echando espuma por la boca y cargaron de nuevo. Todos contenían el aliento cuando las lanzas se cruzaron. La de Gregor estaba partida y cuando quisieron darse cuenta de qué había pasado, el cuerpo de ser Hugh manaba chorros de sangre por el cuello y en menos de un minuto yacía muerto en la arena con un charco rojo alrededor. Mayleen cerró los ojos con pesar. Puede que ese hombre fuera la respuesta que Ned y ella hubieran necesitado para resolver el caso.
—¡Limpiad esa sangre!—. Ordenaba la voz de Robert a los criados. El desastre fue solucionado en poco tiempo. Era el turno del Caballero de las Flores, quien tenía programada la última justa del día y, aunque ya había participado con anterioridad, era la primera vez que May le observaba.
—Espero que esta vez, Loras me regale una rosa—. La voz de Sansa sonaba melodiosa y llena de esperanza.
—¿Una rosa?
—¡Sí! Loras las ha regalado a todas las hermosas damas que ha visto antes del duelo.
—¿Cuántas han sido exactamente?—. Enarcó una ceja para dar énfasis.
—Cinco… —su tono se iba perdiendo con cada tranco del corcel tordo del chico, pero antes de prepararse, volvió sobre sus pasos y se colocó delante de Sansa sonriendo. Sacó una rosa roja y se la tendió—, yo…
—Sois coronada por él como la dama más hermosa. ¿Lo veis? Los hay mejores—. Pareció que la Stark no entendía que se refería a Joffrey. Muy en el fondo, May se sentía mal por la pelirroja.
Cuando el Tyrell acabó desmontando a su oponente, el pueblo empezaba a recoger para volver a sus hogares. Cersei buscaba con la mirada a sus hijos y con ayuda del Perro y Jaime los reunió junto a ella.
—Varys me ha comentado algunas cosas sobre ti, hija—. Le dio un vuelco el corazón, no sabía si temer o no. Nadie sabe cómo va a reaccionar ese eunuco.
—¿De veras? Estaré encantada de saber qué mentira sobre mí ha dejado circular.
—Dijo que os veis con hombres, escapáis del castillo y tratáis con demasiada cercanía a Eddard Stark, ¿dices que todo son bulos?—. Maldito Varys, creía que podía ser más listo que Mayleen, pues no sabía de cuán capaz podría esta ser para guardar sus secretos.
—No son falsos, pero tampoco verdaderos. Sí, veo a otro hombre, que resulta ser Ned Stak, es —las facciones de la chica eran serenas, apenas gesticulaba y miraba a su madre directa a los ojos— un hombre interesante, creo que tiene bastante que decir, al igual que vos, madre.
La vuelta a palacio fue más calmada, o eso esperaba May. Por una parte estaba calmada por haber actuado con naturalidad, mientras que por otra, sabía que su madre no se fiaría tanto y mandaría guardias para ‘protegerla’.
Una vez entre los muros de nuevo, uno de los guardias la informó de que Cersei quería que ese día se encontrara en el Consejo. Los pajaritos de Varys habían cumplido su misión mejor que bien.
La chica se limpió y vistió con ayuda de Lyress y Nareen y cuando estuvo lista, se dirigió al lugar.
—Se supone que no debéis pasar mucho tiempo cerca mía.
—Eddard, no lo hago por vos. Estoy invitada a esta selecta reunión, gracias—. La rubia abrió la puerta y entraron juntos. Todos estaban esperando, por lo que Cersei entrecerró los ojos y juzgaba en silencio.
—Adelante, ¡ya pensaba que no vendrías!—. Robert, a pesar de la gravedad de los asuntos, seguía tomándolo en broma—. Pasa y empezamos.
Tomaron sus asientos y el empolvado eunuco hablaba del secuestro de Tyrion. En su vuelta a Desembarco paró en una taberna. La misma donde se había hospedado Catelyn Stark, que fue en busca de venganza. Resultaba que en ese lugar había bastantes vasallos de los Tully, por lo que además de eso y su ira hacia los Lannister debido al intento de asesinato de Bran, le hizo provocar una rebelión contra el Gnomo. En esos momentos estaban de camino al Norte o a saber dónde.
—Lord Eddard —comenzó Cersei en un tono lleno de veneno—, ¿cuáles eran los motivos de la secreta huida de Invernalia de vuestra mujer?
—No sabía nada de lo que dice Varys, mi señora.
—¡Robert! Debemos buscar a mi hermano, ¡se está manchando el nombre de la casa Lannister!—. Hasta cierto punto alguien podía simular cariño hacia un hermano, pero Mayleen no entendía ese comportamiento, su madre odia sin poder más a su hermano pequeño.
—¡Calla mujer! ¡Ese gnomo va lo suficientemente equipado con sus palabras para sobrevivir! ¿Qué era esa otra cosa que nos debes contar?
—Nuestro informador al otro lado del mar Angosto, Jorah Mormont, nos cuenta que la chica Targaryen viaja junto a su hermano Viserys y, que se casó con Khal Drogo. Lo más posible es que esté embarazada. Los síntomas no le dan dudas—. Jorah Mormont, le sonaba ese nombre, pero ¿de qué?
—¿Le habéis perdonado la vida por ser un simple espía? —Ned sonaba furioso—. ¿No os acordáis de lo que hizo?
—¡Lo importante no es eso ahora! Ned, hay que acabar con esa chica. No podemos dejar que exista una alianza Targaryen-Dothraki, el Reino no está preparado para una invasión como esa.
—¿¡Sugieres matarla!? ¡Debe de tener la misma edad que vuestra hija!—. Todos los presentes se giraron a verla. Quince años, quizás dieciséis. Muy joven aún.
—Se ofrecerán diez mil dragones. Es mi última palabra.
—En ese caso, no pienso volver a tomar parte en este consejo hasta que su Majestad tenga el sentido común de no ir asesinando niñas de dieciséis años. —ofendido, el señor de Invernalia, salió de la sala.
—¿Qué pensáis vos?—. Jaime formuló la pregunta a su sobrina. Mayleen miró a la puerta y después a los ojos del Lannister.
—Daenerys de la Tormenta supone una amenaza para cualquier posible rey —se colocó uno de sus rubios mechones—, y eso me incluiría a mí.
Cersei sonrió para sus adentros y salió de la sala.
—¿Qué sugerís entonces?—. Fue Petyr Baelish quien hablaba mientras juntaba las manos. La chica se echó hacia delante en su asiento y respondió:
—¿Acaso no he sido lo suficientemente clara?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro