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Prólogo

Notas Importantes

El título de la historia en español es "Extraño Lenguaje", sin embargo, a lo largo de cada capítulo lo encontrarán en 3 idiomas diferentes: francés (título principal), ruso (antes de la frase introductoria) e inglés.

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage

Kagome luchó unos instantes con el cierre de su enorme y abarrotada mochila amarilla hasta que con un último y forzado tirón en la cremallera consiguió cerrarla. Usualmente evitaba sobrecargarse de equipaje cuando debía atravesar la barrera del tiempo, sin embargo, esta ocasión en particular había fallado estrepitosamente en ello. Algunos libros de estudio que su madre la había forzado a cargar, así como los alimentos y golosinas que siempre solicitaban sus amigos habían terminado por sobrepasarla.

Agotada por el reciente esfuerzo, suspiró y se apoyó ligeramente contra la puerta del templo en espera de su familia. Era el segundo viaje que hacía de vuelta a su época en menos de quince días y si podía permitirse ser sincera, estaba al límite de sus fuerzas. A final de cuentas, moverse de un espacio de tiempo a otro con tan cortos períodos de descanso entre ellos, pese a lo que su irascible amigo hanyou creía, gastaba demasiada de su energía espiritual.

—Hija, cuídate mucho. —le susurró su madre, tirando de ella para abrazarla con fuerza. —Mantente a salvo.

Las suaves palabras de su madre se colaron en su mente, calentando su corazón y no pudo evitar sonreír pese al cansancio. Si bien su familia sólo podía imaginar los peligros a los que se había enfrentado en aquel pasado plagado de seres sobrenaturales, no había viaje en que su madre no le pidiera que se mantuviera a salvo.

—¡Saluda a Inuyasha por nosotros! —exclamó alegremente su hermano.

Kagome dirigió su atención a su hermano y sonrió ligeramente mientras negaba con la cabeza. Sota admiraba y le daba a Inuyasha mucho más crédito del que algunas veces merecía pero no podía culparlo. Nadie conocía tan bien al hanyou como ella misma y había muchas facetas de éste que jamás permitiría que su pequeño hermano conociera, pese a que pensaba que la figura masculina que veía en el medio demonio, era lo que necesitaba para crecer y convertirse en un gran hombre.

—Por supuesto. —le respondió sin dejar de sonreír. —Es hora de irme. Los quiero mucho.

Después de un último abrazo con su única familia y un esfuerzo más para cargar todo el peso de la mochila, Kagome se deslizó cuidadosamente sobre el borde del pozo y respiró profundamente. Un último viaje a través de esa barrera del tiempo y podría finalmente descansar.

Aferrándose a los tirantes de la pesada mochila clavados incómodamente en sus hombros, tomó impulso y se dejó caer directamente al oscuro interior. Casi de inmediato, los colores a su alrededor comenzaron a desdibujarse dando paso a una cascada cristalina que siempre la arrastraba más y más hacia abajo, hasta que casi podía sentir su cuerpo desprenderse de su espíritu y flotar libre en el infinito. Cerrando los ojos, se sintió atravesar la dimensión temporal donde se encontraba su vida para acudir a aquella donde había conocido criaturas extraordinarias y por un momento, olvidó su agotamiento.

Unos instantes después, cuando el suelo pareció estrellarse contra ella y todo se volvió de cabeza, la joven chica suspiró. El aterrizaje nunca era particularmente agradable. Mientras se tomaba un tiempo para recuperarse, abrió los ojos y pudo apreciar de inmediato la belleza de una noche estrellada iluminando el cielo.

—¿Inuyasha? —llamó con suavidad mientras se ponía de pie.

No obtuvo ninguna respuesta. Lo cierto es que había tenido la esperanza de que el hanyou hubiera estado esperándola ahí para recibirla y ayudarla con la mochila, sin embargo, desde el momento en que las cosas habían dejado de girar a su alrededor y ninguna peluda oreja había asomado en la cima, lo había sabido mejor.

Resignándose a subir sola, Kagome re-acomodó los tirantes de la mochila sobre su hombro y comenzó a trepar. Cuando finalmente logró salir del pozo devora huesos, soltó sin ningún cuidado su carga en el suelo y se dejó caer a un costado sobre la suave hierba para recuperar el aliento.

Las noches en el Sengoku le seguían pareciendo simplemente fascinantes, no importaba que llevara mucho tiempo transportándose de un tiempo a otro. Sin grandes edificios obstaculizando la vista ni niveles estratosféricos de contaminación, la vista y el ambiente no podían ser mejor. Por ello, mientras esperaba ahí sentada la llegada de su amigo, la chica se permitió seguir deleitándose con los altos y espesos árboles del bosque circundante, la fresca brisa de la noche y el bellísimo cielo plagado de estrellas.

—El aire de aquí siempre es tan puro. —suspiró con satisfacción y no por primera vez, deseó que su familia también pudiera disfrutar de ello.

El tiempo siguió corriendo y después de que la sensación de relajación, libertad y bienestar comenzara a menguar sustituida por un extraño presentimiento, Kagome se  frotó los brazos. No era inusual que Inuyasha llegara tarde, sí lo era el hecho de que aún no hubiese sentido su presencia o perseguido el delicioso aroma de la comida casera que acarreaba con ella. Además, todavía estaba presente esa extraña sensación de estar siendo observada por algo o alguien más. Una sensación de la que no había podido desprenderse desde días atrás.

Concentrándose, la chica del futuro analizó su entorno y frunció el ceño. No percibía ninguna energía que la preocupara a su alrededor, de hecho, no percibía absolutamente nada. Ese conocimiento debería tranquilizarla, excepto que la mirada que sentía sobre ella la hacía sentir cada vez un poco más perturbada.

—¡¿Dónde demonios te metiste, estúpido Inuyasha? —exclamó exasperada.

Sin un reloj o teléfono que funcionara en aquella primitiva época, intentar contar el tiempo por sí mismo era una pérdida del mismo. Sin embargo, no tenía que ser una experta en la materia para saber que habían pasado quizás un par de horas desde su llegada, y todavía no había captado ni una sola señal del hanyou.

Comenzando a preocuparse porque algo pudiese haberle sucedido a él o a la aldea, Kagome se puso de pie y comenzó a pasearse de un lado a otro, haciendo un esfuerzo todavía mayor por percibir cualquier cosa a su alrededor. Sin embargo, cuando la primera serpiente de un enfermizo color blanco cruzó a unos metros de ella, sobrevolando zigzagueante con un alma prendada, todo cobró un nuevo sentido y una agridulce certeza la invadió: Inuyasha no iba a recogerla esa noche. Estaba con Kikyo.

Irritada por la situación y sintiéndose abandonada así como ligeramente dolida por la misma, la chica detuvo su andar lo suficiente para cargarse de vuelta con la pesada mochila y, a riesgo de perderse en el bosque, tomó la decisión de buscar otro camino para volver a la aldea. Si la dirección que había tomado la serpiente recolectora de almas era una señal, el espectáculo que se encontraría siguiendo el camino de siempre no sería el más agradable. Además, experiencias pasadas le habían enseñado una lección.

—No importa el tiempo que pase, la historia siempre se repite. —suspiró resignada.

Caminando en dirección contraria a la de las serpientes, Kagome se internó en el oscuro bosque atenta a cualquier presencia que no fuese la suya. No supo con exactitud cuánto tiempo estuvo caminando entre los árboles, pero finalmente sus pasos, aunque lentos, terminaron por mermar sus fuerzas. Además, estaba oficialmente perdida. Lo más inteligente sería volver sobre sus pasos pero antes de siquiera pensar en ello, tenía que descansar y quizás dormir un poco. De cualquier manera, Inuyasha no estaría desocupándose pronto y alejarse más por algún sentido de despecho, no sería prudente.

—Esta es tu vida en este tiempo, Kagome. —susurró alzando el rostro al cielo para admirar las estrellas una vez más. —Ya deberías estar acostumbrada.

No muy lejos de su posición, un demonio de largos cabellos plata avanzaba por el bosque sin estar completamente seguro de qué lo había estado atrayendo hasta ahí, forzándolo a dejar tras de sí a sus subordinados. No había ningún peligro cercano, ningún demonio o criatura a excepción de sí mismo, e incluso la esencia del hanyou y su grupo latía tenue y lejana. No, eso no era cierto. Había algo más, una sutil y atractiva esencia flotando hasta él, atrayéndolo con la pecaminosa promesa de obtener algo que podría ser de su interés aunque no pudiera identificar exactamente qué.

—Por supuesto que sé que fue tras su viejo amor, tampoco soy estúpida. —gruñó una voz.

El demonio detuvo su marcha. Había escuchado el agudo sonido de la voz de la sacerdotisa que viajaba con su medio hermano suficientes veces como para poder identificarla sin problema, después de todo, un daiyokai tan poderoso como él, raramente olvidaba algo. Sin embargo, el hecho de que la esencia que estaba rastreando se intensificara tanto en el claro donde aguardaba esa humana, lo intrigaba.

—Esas serpientes no son las criaturas más discretas cuando vagan por ahí. —continuó su diatriba en medio de bufidos y gruñidos.

Sesshomaru la observó con una mirada afilada. Eran contadas las veces en que el Lord del Oeste permitía que algo parecido a la curiosidad se colara en su férreo control pero ese extraño sonido con el que la humana parecía querer imitar un gruñido tenía capturada un poco de su atención. ¿Pretendía esa criatura tan débil ahuyentar a un depredador mediante tan patético intento? Porque más allá del sonido, sus palabras no tenían ningún sentido. Y de nuevo estaba ahí esa deliciosa esencia, tan apetecible y adictiva.

—Estúpido Inuyasha. —gruñó nuevamente.

El daiyokai obtuvo el primer vistazo del claro donde se paseaba la mujer humana de un lado a otro sin parar. No era la primera vez que se la había topado sola en mitad del bosque llorando o maldiciendo al hanyou pero no recordaba haberla visto tan...inquieta.

Aburrido pero incapaz de apartarse de la deliciosa esencia que invadía sus sentidos, el poderoso demonio se recargó contra el tronco de un frondoso árbol, a una distancia prudente para que la limitada vista humana no pudiese percibirlo, y comenzó a inspeccionar los alrededores, atento a cualquier fuente de donde pudiese estar emanando aquello que lo había llevado hasta ese lugar. Sin embargo, después de unos infructuosos intentos por encontrarla, su mirada se volvió a la miko que no dejaba de hablar sola.

—Vamos Kagome, esta vez no vas a derrumbarte por algo tan estúpido. —murmuró. —Estás cansada, has madurado y lo mejor que puedes hacer en este momento es dormir un poco e intentar regresar mañana a la aldea aunque sea sin el idiota de Inuyasha guiándote.

La diatriba de la mujer lo irritaba sin ninguna razón. Mientras yacía ahí recargado, igual que un depredador acechando a su presa, el Lord no pudo evitar gruñir de frustración. La sacerdotisa, completamente ajena a su presencia, había acomodado y extendido una extraña tela sobre el suelo y estaba recostándose sobre ella en una muestra muy clara de estupidez humana. La chica estaba sola, una mujer que además era nada más que un débil ser humano, expuesto a cualquier peligro circundante.

Un blanco perfecto para cualquier criatura que rondara la noche.

Una presa idónea para un daiyokai acosado por la acuciante necesidad de encontrar la fuente de la pecaminosa esencia que lo había estado llamando desde un largo tiempo atrás.

Algo estaba mal, equivocado. Sus pensamientos estaban comenzando a enredarse con el latente deseo de apoderarse de dicha esencia y había una bruma intentando embotar sus sentidos. Y mientras trataba de descifrarla, llegó la claridad y Sesshomaru no pudo evitar fruncir el ceño. La había tenido tan cerca todo este tiempo...

—Kagome. —paladeó el nombre de la sacerdotisa.

Su dorada mirada recorrió la silueta expuesta de la chica y su ceño se profundizó. Un débil e insignificante ser humano era todo lo que la mujer de su medio hermano significaba para él. Sin embargo, eso no explicaba el origen real de su acuciante necesidad, y si había algo que realmente odiaba el Lord del Oeste, era no saber.

Inmóvil, continuó observando a la chica sin poder identificar ningún cambio en sí mismo. Sin embargo, transcurridos unos segundos sin cambio alguno en su fisiología, sin un latido de más, ni una respiración entrecortada, la calma se asentó. Un nombre humano en sus labios no le generaba ningún interés, aunque no podía decir lo mismo sobre esa esencia que mientras más se acerca a la humana, más se acrecentaba.

¿Cómo podía una esencia de esa magnitud provenir de algo tan insignificante?

Era inconcebible y sin embargo, ahí estaba él, a un paso del durmiente cuerpo de la sacerdotisa, captando cada delicado detalle de su cuerpo: las largas pestañas rozando sus pálidas mejillas, el largo cabello oscuro esparcido sin cuidado sobre el suelo, ese pequeño espacio de piel que la extraña ropa que portaba la chica dejaba entrever de su cuello, y los rosados labios entreabiertos.

Sesshomaru no era un romántico y eran verdaderamente pocas las cosas que captaban su atención, pero el cuerpo de la miko entremezclado con la deliciosa esencia que se desprendía de algún lugar de éste, lo estaban atrayendo cada vez más. ¿Valdría la pena el disgusto de permitirse entrar en contacto con un ser tan inferior, sólo para probar esa esencia?

Mhm...Sota, no te comas mi hamburguesa... —murmuró en sueños Kagome.

El daiyokai se detuvo a centímetros de tocar a la mujer. Hipnotizado por su presencia, se había arrodillado a un costado de ella y había estado a punto de tocarla antes de que sus extrañas palabras lo detuvieran. Como solía suceder, sus palabras no tenían ningún sentido pero había identificado el nombre de un macho en sus labios. Un amante, quizás. El Lord del Oeste era muy consciente de que Inuyasha sentía una preferencia por la otra sacerdotisa, así que no dudaba que dicho hecho hubiese impulsado a la humana a busca a otro hombre, era después de todo, parte de la naturaleza de esos seres.

Y de cualquier manera, le importaba muy poco el asunto. Sesshomaru volvió a mover su mano hacia el rostro de la sacerdotisa, permitiéndose rozar con los nudillos de sus dedos la satinada piel de la chica. Era impresionante. Debido a los breves contactos que había tenido con su protegida desde que lo había seguido, el Lord sabía que la piel de las hembras humanas tendía a ser suave y delicada, pero la textura en la piel de ésta mujer era algo completamente diferente.

Cambiando los nudillos por sus dedos, probó nuevamente la textura con las yemas hasta que el breve contacto de una de sus largas uñas produjo un corte delgado sobre la mejilla derecha. Tan frágil. Un hilillo de sangre comenzó a brotar desde la herida, acrecentando de manera súbita la presencia de la esencia y golpeando por milésimas de segundos los desarrollados sentidos del daiyokai.

Ahí estaba. La esencia que lo había estado atrayendo y se había estado burlando de sus sentidos estaba contenida en cada gota de sangre caliente de esa mujer. Casi inmediatamente, el Lord barrió su dedo sobre el fino hilo de sangre, limpiándolo de la blanca piel y la tentación lo invadió por completo. Quería percibir más de su esencia, la quería toda para él solo, pero herirla la traería de vuelta a la consciencia y si bien, la llegada de su medio hermano le tenía sin cuidado, estropear el deleite del momento sería un desperdicio.

El dedo que había barrido la herida rozó sus labios y la punta de su lengua apenas asomó un poco para tener una probada. Entonces su cuerpo se erizó y sus músculos ondularon con completo placer mientras sus ojos seguían observándola sin apartarse y la bestia gruñía en alguna parte dentro de sí mismo.

Su búsqueda había terminado y ahora que sabía dónde se concentraba aquello que su bestia ansiaba, le quedaba por definir cuál sería la mejor manera de obtenerlo sin desperdiciar ni una gota. Matarla era la única opción potencialmente aceptable para un demonio de su alcurnia, sin embargo, no era tonto, terminar con su vida significaba perder la fuente y después de lo que había pasado para descubrirla, no era una opción.

Pensativo, comenzó a deslizar su mano suavemente hasta la curva del cuello de la miko, presionando ligeramente en la base de su pulso sin ser capaz de tomar una decisión. Fue entonces que la sintió comenzar a removerse en sueños y sus sentidos despertaron. Apartando decididamente su mano de ella, más no su cuerpo, Sesshomaru concentró su mirada en el rostro de la chica, perversamente ansioso por ver la reacción de la humana cuando le viera al despertar.

Kagome comenzó a abrir lentamente los ojos, arrancada de su sueño por una ligera quemazón sobre su mejilla. Frente a ella, la aguardaba la mirada fría y dura de un par de orbes doradas que ya había visto muchas veces antes. La impresión ante el reconocimiento, sin embargo, fue suficiente para dejar de lado la incomodidad en su mejilla y sustituirla por un temor helado.

—¿Sesshomaru...? —susurró con una mezcla de sorpresa y temor.

El Lord del Oeste no lo admitiría nunca, pero en ese preciso instante, cuando de los rosados labios se derramó su nombre mezclado con la inconfundible presencia del miedo, finalmente pudo dar nombre a la sensación que llevaba largas noches acosándolo como su esencia.

Deseo.

El poderoso deseo de herir, marcar y poseer esa esencia y a su portadora. Una acuciante necesidad de robar a la hembra de su medio hermano y esconderla para deleitarse con la exquisita textura de su piel y embeberse de ella. Adueñarse de todo aquello que había sido hecho única y exclusivamente para él.

—Estúpidos humanos.

El problema residía en que Sesshomaru no era como su padre o su medio hermano, dado que el mayor contacto humano que aceptaría sería el de su protegida y no por mucho más tiempo. De modo que, el deseo recién descubierto por la sacerdotisa debía quedar encerrado en el rincón más oscuro de su alma, donde el poder, la ambición y la frialdad lo congelara y enviara al olvido. Donde la bestia no pudiera alcanzarlo.

Después de todo, Él era Sesshomaru, Lord de las Tierras del Oeste y ninguna hembra humana o demonio, tendría jamás control sobre él.

—¿Sesshomaru? —repitió Kagome, completamente confundida.

Una última mirada por parte de esos hermosos ojos dorados y la chica vio al demonio ponerse de pie y comenzar a alejarse. Sin palabras y completamente sola en medio de un claro desconocido, no tuvo más remedio que maldecir a Inu no Taisho por los genes compartidos a su descendencia incluida la capacidad de poner de cabeza el mundo de cualquier mujer.

—Malditos Taisho. —gimió dejándose caer de espaldas.

El Lord alcanzó a escuchar las últimas palabras de la mujer e inconscientemente se relamió los labios. Instantes después, un gruñido bajo y ronco retumbó en su interior y se detuvo en seco. Mientras el pensamiento aún más firme de mantenerse apartado de la especie más baja de ese mundo le rondaba la cabeza y emprendía nuevamente la marcha de vuelta a sus subordinados, una risa oscura y burlesca retumbó en su cabeza como la primera vez.

La bestia estaba despierta.


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