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Capítulo 9: Objetivo

Notas Importantes:

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: Objetivo

Inhaló profundamente y dejó salir el aire con un suspiro. La espera le parecía sumamente aburrida. Los primeros días, y sobre todo las noches, no le había supuesto un especial tedio soportarla mientras observaba y memorizaba rasgo por rasgo, conducta por conducta y palabra por palabra de lo que sus objetivos hacían día con día. Sin embargo, con el transcurrir de la horas y los días, había llegado el punto sin retorno donde un segundo más de espera le suponía una eternidad, una con la que contaba, cabe aclarar, pero a fin de cuentas, un periodo de tiempo perdido de su larga existencia.

—¡Kagome-chan! Dile a ese perro tonto de Inuyasha que deje de molestarme. —gritó el zorrito con fuerza.

Cerró los ojos. Esa era la parte de su misión que más le irritaba y sacaba de quicio, lidiar con los miembros menores de cada grupo. Si no tenía que escuchar la molesta y mimada voz de la niña humana que era protegida en todo momento por el sapo verde, tenía que trata con los chillidos del zorrito y sus constantes quejas sobre el hanyou. ¿Por qué jodidos tenía que soportar eso?

La respuesta a su pregunta, también conocida como su objetivo principal se movió y tuvo que contener el aliento. Era magnífica. Los largos cabellos azabache, la cremosa piel ligeramente tostada por el sol, el esbelto cuerpo apenas cubierto por aquellas extrañas prendas que poco dejaban a la imaginación y esos enormes ojos chocolate que se le antojaba con creces ver nublados y velados por el terror eran lo único por lo que realmente aceptaba dignamente continuar su espionaje.

Era una humana, con poderes de sacerdotisa, pero a fin de cuentas un simple ser humano. Por supuesto, la especie de donde provenía era lo que menos le preocupaba a un ser de su clase, después de todo no se aparearía con la chica, y dudaba seriamente que siquiera la mantuviera con vida más allá del tiempo suficiente para recuperar aquello que le habían robado, pero podría ser un buen entretenimiento.

—Inuyasha, ¡abajo!

Suspiró extasiado, deleitando sus pupilas con la imagen de los cabellos de la chica revoloteando por el aire mientras fruncía el ceño al hanyou. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes mientras crecía y se desarrollaba, menos ante el objeto de su obsesión pero esta vez tenía que irse con cuidado.

Desde el último seguimiento que había hecho del irritable sapo verde y la niñita, había notado que el gran Lord Sesshomaru le estaba siguiendo la pista. Ante tal descubrimiento, se había reprendido no haberle notado antes, pero luego había reído al descubrir que ni en sus sueños más locos, si es que el daiyokai tenía alguno, podría saber o reconocer su identidad.

Porque como ser, era pero no era. Tenía vida y estaba muerto. No había rastro que seguir más allá de una estela cuya duración era prácticamente inexistente. El único ser que podía realmente ser considerado como el asesino perfecto, todo envuelto en un paquete imperceptible y minúsculo, vacío, oscuro, inexistente.

—Oi, Kagome, ¡¿por qué demonios fue eso?! —gruñó el hanyou. —¡Ya verás lo que voy a hacerte por esto, pequeño renacuajo! —se dirigió al zorro tras escuchar su risa.

La muchacha sólo suspiró y nuevamente pudo apreciar el delicado vaivén de sus caderas al inclinarse para regañar de nueva cuenta al hanyou. Los gritos de este grupo en particular hacían que le doliese la cabeza, y que eso sucediera no era buena señal. Después de todo, tampoco se especializaba en mantener un especial control sobre sus habilidades.

Con una sonrisa llena de satisfacción y la excitación corriendo a través de cada terminación nerviosa de su cuerpo, dio un último vistazo a su objetivo y delicadamente le envió un beso golpeando ligeramente sus labios y soplando en su dirección. El Lord del Oeste estaba cerca y era tiempo de que se marchara, luego ya tendría más tiempo para seguir deleitándose con la humana.

Hasta entonces, sin embargo, daría permiso al daiyokai para que se divirtiera un poco con la chica. Ya había presenciado de primera mano la atracción que Sesshomaru sentía hacia ella, pese a que peleara contra sus propios instintos, y de antemano sabía los sentimientos de la sacerdotisa por éste, independientemente de que no fueran jamás a ser correspondidos. Lo único que necesitaban era un tiempo más largo a solas, un poco de provocación directa del ser que estaba seguro dormía en el interior del Lord, y habría una gran explosión como las que tanto le fascinaban.

—Niños, dejen de pelear. —resopló la sacerdotisa. —Tenemos que dejar la aldea y continuar con el viaje.

—No pierda su tiempo con ellos, señorita Kagome. —comentó con suavidad el monje. —Una vez que empiezan, ya lo sabe, es imposible hacer que paren.

La figura se relamió los labios observando el avance del beso lanzado desde sus labios y el consecuente temblor de la tierra al contacto con ésta. La naturaleza era sabia, reconocía el peligro que representaba su presencia en cualquiera de sus alrededores y el llamado de muerte que le acompañaba. Todo su cuerpo gritaba peligro, y las flores ahora marchitas en el suelo donde se encontraba de pie lo habían comprobado. Era como la peste y la destrucción juntas y armoniosas.

Suspiró. Lo único que lamentaba mientras se marchaba de su escondite para una nueva carrera contra el Lord del Oeste, era que el beso no hubiera podido llegar jamás hasta su objetivo, para marchitarla como la flor con la que la comparaba.

—¿Sintieron eso? —preguntó Kagome sorprendida.

—¿El qué? —contestó curiosa la exterminadora.

Kagome la volteó a ver con inseguridad. Mientras escuchaba y veían en primera fila la nueva pelea entre Shippo e Inuyasha, le había parecido sentir un ligero temblor en la tierra, pero no pareciera que alguien más lo hubiera notado.

—No es nada. —sonrió. —Muy bien, ya es suficiente. ¡Inuyasha, tenemos que irnos, así que deja de pelear como si fueras un niño y muévete!

El hanyou soltó una serie de improperios que Kagome prefirió ignorar, pero por fin detuvo la pelea y se acercó a ella. Sin embargo, la chica tuvo que fruncir el ceño y rechazar nuevamente y con toda la sutileza posible, viajar en su espalda. Desde el último encuentro que había tenido con Sesshomaru, por alguna razón su organismo había estado rechazando cualquier tipo de contacto que tuviera con alguno de los dos hombres del grupo.

No se había dado cuenta de lo que sucedía hasta que intentó subir a la espalda de Inuyasha al día siguiente del encuentro con el Lord, justo cuando su cuerpo entró en contacto con la suave tela de la ropa del hanyou y su estómago se revolvió con repulsión ante el contacto.

No estaba completamente segura de qué era lo que le había hecho Sesshomaru, o de si para empezar le había hecho algo o se trataba sólo de su imaginación, pero para Kagome, estar rechazando de esa manera a Inuyasha la hacía sentir culpable. Le había dicho cosas duras aquel día y aunque habían sido verdad, esas palabras finalmente habían terminado por herir a su amigo, de eso estaba completamente segura mientras continuaba caminando rumbo a su nuevo destino.

—¡Kagome, cuidado!

Con la mente dispersa y su atención centrada en los pensamientos que rondaban su cabeza, apenas fue capaz de procesar el grito de advertencia de Sango, antes de tropezar con una roca, caer sobre la tierra con una exclamación fuerte de dolor y quedar a centímetros de caer de lleno en el enorme cráter sobre el suelo.

—¡Kagome-chan! ¿Estás bien? —saltó en su ayuda Shippo.

—¿P-por qué hay un agujero de ese tamaño aquí? —preguntó conmocionada.

—No tengo idea, señorita Kagome. —respondió con seriedad el monje. —Inuyasha...

—Lo tengo, Miroku. —frunció el ceño el hanyou. —Tampoco se me ocurre qué pudo haber hecho este agujero, pero de algo estoy seguro, está rodeado por una esencia oscura y podrida.

No muy lejos de ahí la persecución había iniciado. El Lord le estaba siguiendo, pisándole los talones y dispuesto a alcanzar a su figura incorpórea. Cuando se había alejado del grupo del hanyou, percibiendo la cercanía de Sesshomaru, había dejado en su camino un último recuerdo de su presencia, un beso dedicado especialmente a la hermosa Kagome que esperaba pronto recibiera. Se carcajeó estridentemente y siguió corriendo, saltando entre los árboles, esquivando rocas y ramas con la agilidad que sólo un ser de su clase podría poseer.

El Lord escuchó la risa y se guió por ella. Lo tenía. Después de buscar una esencia que se desvanecía apenas era dejada, por fin había dado con el intruso que había visto más de lo que al daiyokai le convenía. Tenía la intención de deshacerse de ese ser cuando lo atrapara, le haría sufrir y recordar con una muerte lenta y dolorosa todas las razones por las que jamás debía burlarse de alguien tan poderoso como él. Después se encargaría del resto de sus asuntos.

Lo estaba alcanzando, la risa era cada vez más estridente y burlona. Entonces el grito resonó en la sensibilidad de sus oídos y no fue capaz de detener la urgencia de su cuerpo por cambiar el rumbo y dejar escapar la voz que cada vez se burlaba más de él.

Yako gruñó molesto en alguna parte dentro de sí y el Lord sintió el sonido retumbar desde su pecho en una expresión de su lado animal que nunca antes había visto o sentido. Su padre jamás le había mencionado que tal cosa pudiera suceder y vivirlo lo estaba sacando de su habitual frialdad y autocontrol.

Él era Sesshomaru, el poderoso Lord de las tierras del Oeste, y acababa de dejar escapar al intruso sólo por responder al grito de la mujer humana que no había podido sacar de su cabeza, ni borrar de aquella parte de su anatomía que colgaba de su hombro. Como si eso fuera poco, estaba evidenciando un lado animal del que se resentía, pese al poder demoníaco que de éste provenía.

La risa aumentó su tono y pese a que el daiyokai ya se dirigía al encuentro con la humana, guiado por un instinto que iba más allá de su comprensión, la furia recorrió cada terminación nerviosa de su cuerpo. Las cosas tenían que cambiar. Cualquier enemigo o criatura que le viera recurriendo involuntariamente al llamado de una indefensa humana se burlaría de él.

Más rápido. —gruñó Yako.

El Lord forzó a su cuerpo a detenerse, pero ni así logró librarse de la sensación de urgencia por alcanzar a la chica y asegurarse de que no corriera peligro. La ira recorría cada rincón de su cuerpo y casi podía sentirse perdiendo el control sobre Yako en la mutación de sus facciones. No se le ocurría alguna razón para que la humana hubiera gritado y mucho menos alguna para considerar que realmente estuviera en peligro viajando con su estúpido hermano menor, pero los nervios se le crispaban.

La risa del intruso alejándose taladró sus oídos y tuvo que cerrar los ojos para contener su temperamento en una larga respiración. Como el poderoso daiyokai que era, no dudaba de sus capacidades pero tenía el suficiente sentido común para saber que ya no podría alcanzarlo y que de intentarlo, Yako haría su inoportuna intervención para evitarlo.

Dámela y todo volverá a ser como antes. —escuchó en su cabeza la ruda voz de la bestia.

Dudaba seriamente que fueran ciertas sus palabras pero la paciencia se le estaba agotando y la caprichosa bestia no se iba a detener hasta obtener lo que quería. Frunció el ceño y tomó una última decisión.

Si esa mujer humana era un peligro para su estabilidad y concentración estando lejos de él, entonces tendría que mantenerla cerca, donde no fuera capaz de escapar de su vista y se mantuviera lejos de los peligros que parecía atraer. Y de paso, donde estuviera seguro de que otros machos no se atrevían a tocar una sola parte del apetecible cuerpo de la chica y su exclusiva esencia.

Kagome no sabría explicar por qué sintió a Sesshomaru acercarse antes de verlo con sus propios ojos, pero así fue. Tras su torpe caída, Sango la había ayudado a ponerse en pie mientras Inuyasha y Miroku inspeccionaban el enorme cráter en el suelo y trataban de descubrir la causa de que éste hubiera llegado ahí. Fue entonces que lo sintió y su corazón comenzó a latir descontrolado por la emoción.

—Maldición. —gruñó Inuyasha antes de moverse con rapidez para situarse protectoramente frente a Kagome.

—¿Qué sucede, Inuyasha? —preguntó confundido el monje.

No hubo necesidad que se diera respuesta a la interrogante, pensó Kagome. Sesshomaru acaba de entrar en el campo visual de todo el grupo, con el andar elegante y tranquilo que lo caracterizaban, el largo cabello plateado ondeando con el viento y el rostro impasible que sin embargo, no era capaz de borrar la dureza e ira brillando en la profundidad de sus hermosos ojos dorados.

—Sesshomaru. —susurró la chica sin apenas notarlo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Sesshomaru? —preguntó en guardia el hanyou, con una de sus manos ya sobre el mango de su espada.

—Inuyasha, tranquilízate un poco. —susurró el monje con cautela.

El Lord los ignoró, clavando su mirada directamente sobre la culpable de todos sus recientes problemas. Sin disimulo alguno y con rapidez la inspeccionó de los pies a la cabeza en busca de heridas. Satisfecha la necesidad de Yako de asegurarse sobre su bienestar, volvió la mirada al hanyou que pese a permanecer en posición de defensa frente a la chica, había permitido su escrutinio.

—Vengo por la mujer. —respondió con frialdad.

No era necesario preguntarse por cuál mujer venía, Sango estaba fuera de discusión y a parte de ella, la única otra mujer era Kagome que veía con los ojos abiertos por la sorpresa al Lord.

—No te la vas a llevar. —respondió molesto Inuyasha. —Eso no lo voy a permitir.

—Ven aquí. —ignoró al hanyou, dirigiendo su orden a la chica.

Kagome parpadeó confundida por la orden, peleando contra el instinto que la hacía querer correr hasta el Lord y obedecer. No podía hacerlo, tenía a su grupo y a su equipo, y estaba segura de que Inuyasha no lo permitiría.

—Excelencia. —llamó con suavidad la exterminadora. —¿Qué está pasando? ¿Por qué Sesshomaru quiere llevarse a Kagome?

Miroku la vio en silencio, sin saber qué responder a su pregunta. Sus sospechas estaban comenzando a confirmarse, pero aún así, le parecía un movimiento muy atrevido y poco característico del daiyokai que se presentara exigiendo a la chica.

—Shhhh. Tranquila, mi querida Sango. —murmuró. —Dejemos que esto lo arregle Inuyasha.

Una batalla de miradas entre los hermanos hizo que a Kagome se le erizaran los vellos de todo el cuerpo. Por un instante había considerado seriamente irse con Sesshomaru sin oponer resistencia, pero considerando su último encuentro con él, había decidido que no quería enfrentarse a otra sesión "vampírica" del daiyokai.

—Largo de aquí, Sesshomaru.

Los rasgos del Lord se crisparon ante la insolencia del hanyou, sin embargo, logró contenerse lo suficiente para no acabar con su vida frente a la mujer. Lo menos que necesitaba en esos momentos era aterrorizar a la sacerdotisa.

—Kagome se queda con nosotros.

Tras la última declaración de Inuyasha, la chica no quiso pensar más en la posibilidad de acceder a la exigencia del Lord, y decidida a ignorarlo, tomó una mejor posición a espaldas de Inuyasha con el fin de transmitir su silenciosa respuesta. Su arco y flechas estaban atados cuidadosamente en el lomo de Kirara porque había estado viajando sobre ésta desde que Inuyasha había dejado de ser una opción viable de transporte, así que no tenía el acceso deseado a sus armas para defenderse en caso de que fuera a necesitarlo, y eso la hacía sentir vulnerable.

—No interfieras, hanyou. —soltó con sequedad el daiyokai.

Inuyasha soltó el mango de su espada y cerró las manos en puños con impotencia. Las palabras de Sesshomaru era la única orden que debía obedecer de él, sin embargo, eso no significaba que le agradara a hacerlo. Necesitaba a Kagome cerca, a su lado, pero tal y como lo había dado a entender su medio hermano, no podía interferir en el asunto.

—No te llevarás a Kagome. —se preparó para el ataque la exterminadora.

El hanyou dirigió una mirada apesumbrada a su grupo y se detuvo en la expresión de la chica. Kagome era sumamente inteligente, para este momento seguramente ya sabría que no había mucho que él pudiera hacer para defenderla, al menos no, si quería evitar perder nuevamente a Kikyo.

—Sango, retrocede. —solicitó con seriedad. —Esta no es tu pelea.

—¡No voy a hacerlo! —gritó contrariada. —¡¿Qué sucede contigo, Inuyasha?! ¿Vas a dejar que se la lleve sólo así?

El Lord estaba comenzando a perder la paciencia ante la pérdida de tiempo que le estaba suponiendo esperar a que el grupo de humanos dejara de pelear entre sí. Le tenía sin el menor cuidado lo que pensaran o quisieran, la mujer se iría en ese mismo momento con él, saciaría a la bestia que irritada no podía mantenerse quieta en su interior y finalmente podría ir en búsqueda del fugitivo.

—Sango. —llamó el monje. —No debemos entrometernos en esto. —terminó susurrándole en el oído y sosteniéndola por la cintura para contenerla.

—¡Basta! Ninguno puede decidir por mí. —intervino furiosa la sacerdotisa. —Yo no quiero irme.

Sesshomaru frunció el ceño, irritado. La chica tenía valor para atreverse a negar una de sus órdenes, desafortunadamente para ella, no era el mejor momento para contrariarlo, no cuando había perdido a su presa por su inoportuna intervención.

—Mujer. —la llamó.

Kagome apenas tuvo tiempo suficiente para reaccionar. Un momento antes había vuelto la vista a la mirada ámbar del demonio, y al siguiente, un largo látigo verde azulado había partido el aire con una ráfaga que ahogó los gemidos de dolor provenientes de sus amigos al impactar contra éstos. Confundida, observó a Inuyasha dar un salto en el aire para esquivar el segundo látigo mientras Sango y Miroku con leves lesiones, eran ayudados por Kirara y Shippo.

—¡Vas a pagar por esto, maldito Sesshomaru! —gritó Inuyasha.

Entre el polvo, Kagome se esforzó por encontrar a sus amigos y protegerse de los ataques, pese a que después de esquivar el primero gracias al empujón de Inuyasha, ningún otro se había acercado lo suficiente a ella.

—¡Sango! ¡Monje Miroku! ¿Dónde están? —gritó en un intento por encontrarlos.

El sonido de metal chocando contra metal llegó hasta sus oídos y rezó por orientarse lo suficiente para no ir directo a la batalla que seguramente estarían teniendo Sesshomaru e Inuyasha. Cautelosa, avanzó un par de pasos antes de que una nueva ráfaga aumentara el grosor de la cortina de polvo y empeorara su vista tras el eco lejano del "Viento cortante" del hanyou.

—¡Señorita Kagome! —llamó preocupado el monje.

Intentando guiarse por el sonido de la voz de sus amigos, Kagome continuó avanzando, cubriendo sus oídos cada vez que el entrechocar de las espadas la hacía saltar en su lugar atemorizada por estarse acercando. La desesperación comenzaba a corroerla conforme su avance seguía resultando infructuoso, y entonces, todo se quedó en silencio.

La cortina de polvo no cedió en ningún momento pero un silencio trémulo se apoderó del ambiente y Kagome supo sin duda alguna cuál había sido el resultado. Las manos de filosas garras que se cerraron en torno a su cuello y presionaron con firmeza, sólo confirmó sus sospechas. Inuyasha seguramente estaba vivo pero definitivamente no era quien estaba cortando el paso del oxígeno en sus vías respiratorias.

—Sesshomaru...

Agotada en medio de la desesperación, se dejó caer en la oscuridad y cerró los ojos. El daiyokai no iba a lastimarla, la obstrucción y presión sobre su cuello no la mataría, pero si daría a éste la oportunidad de llevársela sin poner mayor resistencia. Y eso, eso era lo que más enfurecía a Kagome mientras perdía lo último de su consciencia. No había forma de que peleara o se defendiera, nuevamente.

El Lord del Oeste observó sin emoción cómo el delicado cuerpo humano se desvanecía entre la presión de sus manos. Había sido cuidadoso en no rasgar la piel con sus uñas mientras la privaba del aire y la conducía a la inconsciencia. El hanyou le había dado pelea, nada particularmente difícil considerando lo débil de sus ataques y la falta de convicción por salvar a la chica. Sin embargo, había tenido que dejar de jugar con el ser mitad bestia cuando Yako se removió nervioso e irritado por la creciente lejanía de la mujer.

Ahora, mientras la tomaba en brazos sin sentir la repulsión usual y desaparecía entre las cortinas de tierra y polvo, pudo recuperar el control por completo. Yako estaba complacido de finalmente tenerla y estarse dirigiendo a un lugar en donde nadie pudiera encontrarlos mientras se saciaba de ella y ponía a dormir a la bestia para trabajar en la búsqueda del fugitivo.

—No vayas a lastimarla o lo pagarás muy caro, Sesshomaru. —escuchó sin problemas la advertencia del hanyou mientras ser marchaba y sonrió.

Inuyasha no se perdió la sonrisa torcida que el daiyokai dibujó en su rostro ante su advertencia. La batalla con la que había buscado derrotar en esta ocasión al orgulloso Lord, lo avergonzaba, pero no se culpaba. Su futuro con Kikyo se había jugado en esa pelea también, y aunque aún no estaba decidido a dejar ir a la chica del futuro, lamentó su débil y bajo desempeño para defenderla.

—¡Inuyasha! —gritaron al unísono los miembros de su grupo y suspiró.

Alguna explicación tendría que dar ante la marcha de Kagome y Sesshomaru, una que preferiblemente no contemplara la maldición y advertencia que su adorado padre le había dirigido en alguna ocasión a través de cierta pulga. Y ante todo, tendría que encontrar una manera de recuperar a la chica sana y salva, sin poner en riesgo a su amor verdadero.

—Por aquí. —soltó débilmente.

No se jactaría nunca de ser un gran actor pero en esta ocasión, es lo que menos importaba. Si había podido improvisar una batalla con Sesshomaru, seguramente podría fingir haberla perdido.

—Inuyasha, por favor dinos que Kagome está contigo. —suplicó preocupada la exterminadora.

—Lo siento. —susurró triste. —Sesshomaru se la llevó.

Con los ojos cerrados y la última capa de polvo volviendo a permitir la visibilidad en el terreno, Inuyasha escuchó los respingos de sus amigos y sintió las olas de ira e impotencia que recorrieron a los miembros. Al menos su amada Kikyo estaría a salvo un poco más.

La tarde cayó con rapidez mientras el Lord del Oeste atravesaba el bosque con su ligera carga entre los brazos. En un principio se había resistido a la idea de llevarla como solía sostener a Rin, pero finalmente había cedido al contacto que pronto había descubierto le complacía de sobre manera.

No le gustaban las intervenciones que Yako cada vez hacía con mayor frecuencia, ni las implicaciones que tenía respecto a su persona cuando se veía cada vez más involucrado con la mujer humana, independientemente de su interés hacia la esencia que ésta desprendía. Sin embargo mientras los guiaba al interior de una cueva para protegerse de la noche y la dejaba yacer sobre el duro suelo, aceptó que no tenía demasiadas opciones. La chica era un peligro en todo momento, ya fuera que estuviera lejos o cerca de él.

Aunque no importaba, de todos modos, era completamente SU problema.

Horas más tarde, Kagome abrió los ojos con lentitud, intentando acostumbrarse a la oscuridad de la cueva y de no moverse para evitar perder el poco calor guardado. No tenía problemas recordando lo que había sucedido, y sorprendentemente, no sentía temor por encontrarse sola en medio de una infinita oscuridad que sólo era alumbrada por los rayos de luna filtrándose desde la entrada.

Sesshomaru estaba sentado justo en la entrada, con la espalda levemente reclinada contra la pared de la cueva, una pierna estirada, y la otra doblada, con la rodilla casi tocando su pecho. Tenía los ojos cerrados y parecía estar durmiendo, pese a la postura rígida en la que se encontraba. La luz de la luna iluminando su perfil de una forma que a Kagome la hacía pensar en cuentos de hadas y atractivos seres mágicos.

¿Y ahora por qué razón la había secuestrado Sesshomaru? —se preguntó en silencio.

Se estaba congelando y no podía concentrarse en buscar una respuesta entre los recuerdos de la última conversación mantenida con el daiyokai o con Inuyasha. De hecho, ahora que se había detenido a pensar, se estaba dando cuenta que aquello que la había arrancado de la inconsciencia eran precisamente las corrientes heladas de aire que se colaban en la cueva.

—¿Sesshomaru? —llamó con inseguridad.

No obtuvo respuesta alguna y comenzó a preguntarse si realmente estaría durmiendo. Su pecho bajaba a un ritmo lento y sosegado, señal usualmente inequívoca de que una persona estaba durmiendo, pero Sesshomaru no era un ser humano.

—¿Sesshomaru?

Con cuidado y sigilo se puso de pie y comenzó a acercarse a la entrada. Esperaba seriamente que el daiyokai estuviera dormido y no tuviera mayores problemas para llevar a cabo la locura de plan que se le acababa de ocurrir mientras lo llamaba. Una parte de su vida dependía de que el Lord se mantuviera en ese estado hasta que ella hubiera logrado su cometido.

No quiso, ni intentó llamarlo de nuevo. Si realmente Sesshomaru estaba vagando por el mundo de los sueños, no quería arriesgarse a ser descubierta. Con pasos cortos y lentos, continuó acercándose hasta quedar a escasos centímetros de la salida a su libertad y del gran cuerpo del daiyokai.

Por favor, alguien allá arriba protéjame y no deje que me mate. —oró mentalmente.

Tomó aire y lo dejó escapar muy suavemente mientras se ponía de rodillas sobre el suelo y avanzaba lo más cuidadosamente posible a través de la rocosa superficie. Observó atenta que el cuerpo del Lord no había tenido ningún cambio y terminó de acortar la distancia en centímetros, rozando cuidadosamente el cuerpo del daiyokai.

Con el frío calándole hasta los huesos, se movió con cuidado y alzó con delicadeza la suave y esponjosa estola de Sesshomaru para situarse lo más cercana posible a uno de los costados del daiyokai y envolverse en su suavidad. La estola la calentó con rapidez y pese al temor de verse descubierta, dejó caer la cabeza contra el brazo de Sesshomaru y cerró los ojos complacida por verse cubierta y protegida en la suavidad y calor de lo que estaba segura, formaba parte de la anatomía del mismo.

—Sesshomaru, no despiertes. —suplicó con un suspiro de placer. —Sólo déjame quedarme aquí un momento...

El Lord del Oeste escuchó el susurro y espero pacientemente hasta que la respiración de la mujer se volvió calmada y tenue por el sueño. Entonces abrió los ojos y observó con atención el cuerpo de la mujer envuelto en torno a sí. Había sido consciente del momento en que la miko había despertado y de cada llamado que le había hecho con el fin de comprobar su consciencia, pero se había negado a responder con la intención de averiguar el movimiento que haría.

Si era sincero consigo mismo, había esperado que la chica intentara escapar, y de hecho, estaba esperando a que saliera de la cueva para cazarla, con un Yako eufórico ante la idea de perseguirla. Sin embargo, le sorprendió de sobremanera descubrir que la humana en realidad se había dirigido a él y que más tarde, había buscado el calor de su cuerpo para cubrirse y continuar durmiendo.

Le costó un gran esfuerzo resistirse a alejarla de sí y devolverla al suelo, pero finalmente le permitió permanecer contra él. No traía prendas que la cubrieran demasiado del frío y saberse la única fuente de calor disponible para ella, le agradaba en la misma medida que lo irritaba.

—Frío... —suspiró entre sueños.

Sesshomaru la sintió temblar ligeramente a pesar de verla envuelta entre su ropa y se resignó a tomar medidas sobre el asunto. Necesitaba a la chica con toda su energía y salud para los próxima días, permitir que se enfermara no era ninguna opción hasta que hubiera saciado su deseo por la esencia. De modo que, cuidadoso y sigiloso, rodeo la cintura de la mujer y la atrajo hacia él.

Dentro. —gruñó Yako desde alguna parte de su cabeza.

Con el ceño fruncido y la tensión de todos sus músculos, tiró de la chica aún más cerca de sí. Reconocía el deseo de su bestia por sostenerla entre sus piernas y abrazarla, pero él seguía siendo un daiyokai y se negaba rotundamente a privilegiar de ese modo a un ser humano o cualquier otra especie. Así que, manteniendo su brazo en torno al frágil cuerpo, permitió a ésta enterrar el rostro contra su brazo y cubrir el resto de su cuerpo con la estola. La posición no sería la más cómoda para la mujer, pero la mantendría caliente por el resto de la noche.

—Gracias, Sesshomaru. —susurró acurrucándose más contra su cuerpo.

El daiyokai continuó observándola impasible aún después de sus palabras. La mujer estaba dormida y aún así había agradecido su cobijo, y aunque no significaba nada especial para él, agradeció a su propia manera que la bestia estuviera tranquila y complacida esa noche.

Volvió la vista hacia el exterior de la cueva, aún con su atención centrada en el frágil cuerpo dormido a su lado. Como Lord del Oeste y poderoso daiyokai no lo admitiría jamás, pero no sólo Yako estaba complacido por la cercanía de la chica.

Una extraña sensación cubierta con tintes de deseo que se negaba a analizar lo recorría con cada nueva respiración de la humana. Pronto tendría que terminar con su deseo por esa esencia, encontrar la manera de adueñarse de ella y deshacerse del inútil cuerpo. No podía perder más tiempo, ni arriesgarse a estar más de lo necesario con la compañera de su hermano, o de lo contrario, él lo sabía muy bien.

Tendría que pagar las consecuencias...



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