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Capítulo 8: ¿Por qué?

Notas Importantes:

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: ¿Por qué?

El cuerpo humano era mucho más débil y vulnerable de lo que el Lord había supuesto cuando permitió a la pequeña Rin adherirse a él como si fuera la única tabla de salvación en un mundo destruido por los lobos. Pese a su condición como daiyokai, Sesshomaru identificaba con facilidad las etapas de la vida humana y comprendía que en una extraña evolución dada por años, los humanos nacían como los seres más vulnerables del mundo, se fortalecían, y finalmente, en sus últimos años de vida volvían a la vulnerabilidad de sus primeras etapas. Rin como la "cachorra" que aún era, estaba en un punto mucho más vulnerable contra ataques y enfermedades, pero no había esperado que la sacerdotisa se acercara tanto a ese punto también.

Sin embargo, cuando había visto desde su posición como el delicado cuerpo de la mujer se desvanecía entre sus brazos, el alcance de la insignificancia humana había alcanzado nuevos niveles. Y cuando Yako la había sostenido furioso como sólo un ser caprichoso podía enfurecerse por la interrupción de su juego favorito, había sentido a través de cada fibra de sus músculos, la consistencia delicada de la anatomía de esa mujer y la facilidad con la que podría romperla.

Dormir o desmayarse. Desmayarse o dormir. No importaba, ambas acciones suponían una debilidad para el Lord del Oeste quien rara veces sentía una verdadera necesidad de abandonarse al sueño para reponer las fuerzas que nunca perdía. No dormía, sólo descansaba. Cerrar los ojos por unos escasos segundos o unos cortos minutos era suficiente para continuar en marcha, y ello le tenía sin cuidado.

A fin de cuentas, acciones tan banales nunca le habían llamado la atención, y mucho menos le habían parecido algo digno de su real interés. A pesar de ello, en esos momentos le resultaba sumamente difícil apartar la mirada del delicado y pequeño cuerpo desplomado sobre la hierba. La débil humana había osado desmayarse en el momento donde Yako más disfrutaba de su elixir, y con ello, le había arrebatado todo el flujo de excitación del cuerpo. Sesshomaru estaba satisfecho por aquella insignificante interrupción, sin embargo, la bestia, no.

En venganza, reconoció el Lord, la bestia había utilizado sus últimos minutos de control sobre el cuerpo y permitió que la humana se envolviera y acomodara sobre la parte de su anatomía que usualmente cargaba sobre el hombro. Tal acción le enfureció más de lo que dejó ver a su ser interior, sin embargo, permitió a la chica yacer en ese contacto íntimo con él, aún yendo contra todos sus instintos.

Y más tarde, cuando se dispuso a marcharse en contra del deseo de la bestia, y a pesar de su desprecio nato hacia los seres humanos y especialmente a esta frágil mujer, el Lord manipuló con cuidado el delicado cuerpo de la sacerdotisa para alejarla de aquella parte de su anatomía que la chica parecía encontrar sumamente cómoda para acurrucarse y yacer envuelta en ella. No pensaba lastimarla más por ese día, pero tampoco consideraba su deber cuidar de ella, de modo que dejarla recostada sobre la yerba era una consideración mayor que se aseguraría de no volver a tener.

Apenas había conseguido apartarla de sí con el mayor cuidado posible para evitar el contacto cuerpo a cuerpo, cuando la sintió removerse en sueños. En su interior, la bestia pareció volver a la vida, dejando escapar un gruñido que hizo fruncir el ceño al Lord y perder la poca paciencia que aún le quedaba ese día. En todo el tiempo desde que Sesshomaru había lidiado conscientemente con esa otra parte de su naturaleza como daiyokai, habían sido contadas las veces en las que Yako había mostrado plenamente su presencia y se había opuesto al proceder de él.

Que una simple e insignificante mujer humana lograra sacar una parte que ni él mismo había creído que existiese en su bestia, lo irritaba más de lo que estaba dispuesto a expresar fuera de la máscara de frialdad característica de sí mismo. Sin embargo, admitir que ese nuevo e hiperactivo despertar del ser le estaba costando más energía, paciencia y tiempo que realmente no quería gastar, le parecía una completa abominación.

—Despierta, mujer. —ordenó con frialdad.

Al instante en que la mujer humana había vuelto por completo de su episodio de debilidad y desmayo, él lo había sabido, pero no dijo nada. En cambio, le había dado la oportunidad de que abriera los ojos y enfrentara la realidad de lo que había pasado, que calmara el terror que aún podía percibir envolviéndola y sobre todo, que tomara plena consciencia de a quién pertenecería desde ese momento.

Kagome se removió frustrada e incómoda de sentirse privada de aquella superficie suave y esponjosa que la había cubierto y protegido, y del delicioso aroma que desprendía y la hipnotizaba, haciéndola desear no apartarse. En realidad no tenía intención alguna de abrir los ojos, planeando fingirse inconsciente hasta que Sesshomaru se alejara.

Entonces tuvo que escuchar la orden carente de emoción por parte del daiyokai y todo se fue al demonio. Con el cuerpo entumecido, las zonas donde fue herida palpitando, y un extraño calor recorriendo a su organismo entero y concentrándose en el último lugar cerca de la comisura de sus labios en donde el Lord la había rozado con su boca, finalmente se dio por vencida y abrió los ojos.

Nuestra. —retumbó un tono inhumanamente grave en el interior del Lord.

La mirada chocolate que se clavó inmediatamente en él le hizo consciente de que realmente no llevaba la cuenta del tiempo que llevaba ahí, percibiendo la electricidad de todo su cuerpo chisporrotear ante la excitación de la bestia que le exigía no perder de vista al cuerpo de la mujer o escuchando los sonidos a su alrededor con una emoción netamente cínica al percibir la presencia de su medio hermano rondando desesperado e impotente por los alrededores.

En muy raras ocasiones la bestia se comunicaba en un nivel de pensamiento con Sesshomaru, y él lo prefería de ese modo. La voz de Yako lo desequilibraba y traía a su mente recuerdos de un padre cuyo poder había quedado anulado por su deseo ante una simple humana.

—¿Sesshomaru?

La sacerdotisa suspiró al no obtener respuesta inmediata y la suave exhalación que acompañó al sonido hizo que la atención del Lord retornara a ella, repasando lentamente los rasgos de la mujer, memorizando sin ningún propósito cada ángulo y curva cubierta por la cremosa piel. Yako no la había lastimado de gravedad, apenas eran visibles en su piel las líneas rojizas de los cortes de sus garras y era fácil calcular que dentro de un par de días, éstas ya se encontrarían completamente curadas y la piel totalmente regenerada.

—Desaparecerán en unos días.

Kagome alzó la vista sorprendida. La fría mirada dorada estaba firmemente clavada sobre la zona que ella misma por inercia había comenzado a acariciar con mucho cuidado en un costado de sus labios. Le producía cosquillas el contacto y sentía un calor extrañamente inusual cuando el aire soplaba sobre esa zona en particular, lo que le hacía casi imposible mantenerse quieta.

—¿Por qué? —preguntó con suavidad, dispuesta a aprovechar las escasas palabras del daiyokai.

—Ya conoces la respuesta. —respondió con sequedad.

Dirigió un último vistazo a la comisura de los labios que la chica no dejaba de frotar, dio media vuelta y se marchó. La sacerdotisa se quedó muy quieta sobre la hierba, con los ojos abiertos por toda la mezcla de emociones revolviendo su interior. Se sentía mareada, confundida y asustada. Creía comprender el alcance de las palabras de Sesshomaru pero no se sentía completamente confiada para asegurarlo.

—¿Vas a volver? —susurró con una voz apenas audible.

Pese a ello, la pregunto llegó claramente a la sensible audición del daiyokai, pero no se detuvo a responder. La respuesta que esperaba la mujer era obvia aunque quisiera engañarse. Independientemente de que Sesshomaru prefiriera olvidar todo el molesto asunto, con una bestia sedienta por la esencia de la mujer, sería imposible alejarse por demasiado tiempo. Y aunque con gran renuencia ya se había comenzado a hacer la idea de llevarse a la mujer con él, pensaba darle una última oportunidad de arreglar sus asuntos, especialmente el que tenía una apariencia parecida a la suya y un defecto enorme, ser un híbrido.

Alejándose cada vez más del lugar, Sesshomaru se detuvo frente a un enorme árbol y frunció ligeramente el ceño, entrecerrando los dorados ojos. En el aire y el ramaje de ese árbol en particular flotaba la esencia de una presencia que no había detectado con anterioridad y que no coincidía con la del hanyou. Una presencia que había tenido el mejor ángulo para observar todo lo sucedido entre la sacerdotisa y la bestia. Un intruso que tendría que encontrar y asesinar si no quería que las cosas se malinterpretaran.

—Jaken. —llamó con rudeza al sapo cuando volvió al lugar en donde había dejado a su grupo.

—¡Ha vuelto, Amo bonito! —respondió emocionado.

Pero Jaken se detuvo a escasos centímetros, cuando sus sentidos no tan sensibles captaron un débil aroma que reconocía vagamente y percibió la mirada más fría de lo usual de su adorado Amo. Por si acaso, el sapo dirigió una breve mirada hacia el lugar en donde Rin se había quedado dormida sobre el escamoso lomo de Ah-Uhn, comprobando que estuviera intacta y a salvo, y volvió a centrarse en su Amo.

Como siempre lo solicitaba en silencio el Amo, Jaken había protegido con su vida a la mocosa y había esperado pacientemente el retorno de un Lord que últimamente tenía costumbres más extrañas de lo usual. Sabía que algo estaba sucediendo con su Amo bonito pero no se había arriesgado a ir más allá de lo permitido para averiguarlo.

De modo que, curioso, inhaló lo más discretamente que pudo la esencia prendada en el cuerpo del Lord e intentó recordar donde la había captado antes. Una sola imagen le vino a la cabeza y por unos instantes le costó hilar el resto de pensamientos que llegaban a su pequeña cabeza. Sorprendido, volvió la mirada a su Amo y muchas cosas comenzaron a cobrar sentido pero las apartó.

—¿Puedo ayudarle en algo, Amo?

Pocas veces Sesshomaru se tomaba la molestia de expresar en palabras las órdenes dirigidas a su fiel sirviente, éste solía captarlas con sólo verlo y en esta ocasión no fue diferente. Una mirada cargada de hielo del Lord fue suficiente para que Jaken asintiera y aún contrariado por aquello que se negaba a aceptar, se pusiera en marcha.

—Así será, Amo. —respondió con ojos soñadores.

Por un minúsculo instante antes de marcharse, le pareció percibir en los orbes dorados del daiyokai la presencia de Yako despierta y alerta, y eso lo colmó de escalofríos. Desde que se unió a su amado Amo, el pequeño sapo sólo había interactuado con la bestia en muy escasas ocasiones, y en ninguna de ellas se había sentido completamente cómodo en su presencia.

Hasta donde sabía, la bestia que su Amo albergaba podía ser muy inestable y por ello, la mayor parte del tiempo permanecía quieta y casi inconsciente en alguna parte del interior del Lord. Verla tan cerca de la superficie y confirmar sus sospechas respecto al sutil cambio en su comportamiento le ponían nervioso.

—Vete. —ordenó el Lord con firmeza.

Jaken no esperó una nueva orden, con los pasos más grandes que pudo dar por lo corto de sus piernas, tomó la correa de Ah-Un y tiró de él para ponerse en marcha. Sea lo que sea que su Amo bonito tenía que hacer, debía ser algo peligroso y que únicamente le concerniera a él. Sólo esperaba que no le tomara tanto tiempo cerrar ese nuevo y escabroso episodio.

Inmerso en sus pensamientos mientras se marchaba y avanzaba por caminos oscuros, el pequeño sapo no percibió en ningún momento la sutil y extraña presencia que los acechaba y seguía a cada paso. Tampoco reconoció los rastros de esa presencia que coincidía con los prendados muy tenuemente en su Amo, sin embargo, la figura los reconoció inmediatamente y con una sonrisa cruel y llena de morbosa satisfacción continuó siguiéndolos.

Seguiría siendo paciente puesto que dentro de muy poco tiempo, haría su primera jugada.

Kagome se mantuvo quieta en su lugar hasta que la silueta de Sesshomaru se perdió entre los grandes árboles del bosque. Con su partida, el calor que causaba cosquillas cerca de sus labios se detuvo y ella por fin pudo respirar aliviada en gran medida del temor y la tensión que la presencia del poderoso daiyokai le había producido.

—Es un buen momento para volver a la aldea. —gimió dándose cuenta de los mechones húmedos de cabello que se aferraban a la parte trasera de su cuello.

Con la llegada y el ataque sorpresivo del daiyokai, la capucha que la había protegido de la lluvia se había desgarrado, y no había sido plenamente consciente de los estragos que había tenido respecto a su cabello y algunas partes de su uniforme escolar, que humedecidas y sin el calor del otro cuerpo, comenzaban a producirle escalofríos.

No sabía a ciencia cierta cuándo había parado de llover pero se alegraba de que su retorno a la aldea no fuera a estar repleto de filosas agujas de agua, o de un clima inclemente que la retrasara más. Centrada en sus pensamientos y en la mejor forma de volver a la aldea, no se percató de la figura acercándose cautelosa y lentamente hacia ella.

—Kagome... —susurró llamándola el hanyou.

Un tanto sorprendida por no haberlo escuchado acercándose, la chica giró el rostro con suavidad para atender la voz de su amigo. Observándolo ahora, estaba completamente segura de que realmente había visto a Inuyasha mientras era atacada por el daiyokai. No alcanzaba a comprender el por qué no había acudido en su rescate, pero el cambio que se venía dando desde hacía meses en el comportamiento del hanyou, podía darle algunas pistas.

Pensando en sacar el mejor provecho de la situación actual, la chica se tragó el sentimiento de traición y abandono, y fijó su mirada en Inuyasha. Abrió y cerró la boca un par de veces intentando concentrar sus pensamientos en palabras sin tener mucho éxito en las primeras ocasiones.

—¿Qué quiere de mí? —fue lo único que finalmente atinó a preguntar.

La mirada de un tono mucho más opaco de dorado que le dirigió Inuyasha hizo que las lágrimas volvieran a acumularse en sus ojos. No quería llorar impulsada por sentimientos de tristeza y dolor, sino por ira. La traición de su amigo la había lastimado pero el calor esparciéndose desde las heridas hechas por las garras de Sesshomaru y su partida, la estaban frustrando a un nivel que casi la hacía pensar con sadismo.

—Mucho más de lo que jamás estarás dispuesta a ofrecer.

—¿Me desea? —preguntó mordiéndose los labios.

—Te ansía.

Fue una suerte que Kagome aún no se hubiera puesto de pie porque de haberlo hecho, seguramente ya se hubiera encontrado cayendo de rodillas ante la respuesta del hanyou. ¿Había una diferencia entre desear y ansiar? No estaba completamente segura a pesar de que en su cabeza rondaba el dilema.

La joven muchacha podría no saberlo pero Inuyasha conocía la diferencia a la perfección. El deseo era algo que un hombre, fuera humano o demonio, sentía hacia una mujer ante su sola presencia y la comunicación que pudiera darse. El ansia, en cambio, era algo que sólo una bestia podía sentir y era un nivel completamente sádico y enfermizo del deseo. Lo que había intentado dar a entender a la joven del futuro con su respuesta era que aquello que la perseguía tenía más forma de perro demoníaco salvaje, que del hombre atractivo que ella encontraba en Sesshomaru.

—¿Volverá a lastimarme? —preguntó a continuación, casi temerosa.

—Va a destruirte.

La respuesta física a las palabras de Inuyasha no fue lo que esperaba. Sonrió con alivio. El Lord iba a voltear su mundo de cabeza, y si las cosas continuaban al mismo ritmo, la convertiría a ella misma en la adicta a su presencia. Porque a pesar de que sus sentimientos por el hanyou seguían latiendo cada vez más bajo, su cuerpo e instintos estaban pujando por lanzarse de cabeza al frío daiyokai.

—No dejes que venga por mí de nuevo. —ordenó.

—No voy a intervenir. —respondió con pesadez Inuyasha. —Esta vez no.

Se le desgarró el corazón al decir las palabras en las que había estado pensando durante días en voz alta. En algún nivel de su consciencia, sabía que amaba profundamente a la chica y que tener que dar un paso atrás y alejarse era algo que resultaba sumamente difícil para él, aunque fuera por su bienestar y el del resto del grupo.

—Nunca lo has hecho verdaderamente por mí. —murmuró muy bajo para que el hanyou no la escuchara.

Sentía el sabor amargo de la traición en su boca y eso le sentaba mal. Lo que menos quería era herir los sentimientos del hanyou pero estaba siendo sincera. La mayoría de las veces en las que Inuyasha había intervenido para salvarla, había sido más por un insano sentido del deber, por la necesidad de tener a la sacerdotisa que pudiera ver y reunir los fragmentos de la perla, o por evitar un daño mayor a otras personas, que por tratarse simplemente de protegerla o por los sentimientos que pudiera tener hacia ella.

—Kagome... —la llamó sin saber que agregar.

—No tienes que decirme nada. —se apresuró a interrumpir. —Inuyasha, ¡abajo!

La impotencia recorría toda la anatomía del hanyou con fuerza. No poder decirle a Kagome las razones que tenía para no ayudarla y protegerla de esta situación lo tenían al límite. Y realmente estuvo a punto de mandar todo al infierno y decir todo lo que sabía, pero se contuvo.

En cambio, Inuyasha aceptó el golpe sin rechistar. Su cuerpo entero se estrelló con fuerza contra la tierra, sacudiendo y forzando a sus músculos a contraerse, pero ni siquiera el débil escozor pudo borrar de su cabeza las duras palabras que Kagome creía haber murmurado suficientemente bajo, y que sin embargo, se habían clavado con rudeza en sus sensibles oídos y corazón.

"Esta vez no puedo protegerte, Kagome...

...ni nunca más".



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