Capítulo 6: Protección
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Protección
Furiosas gotas de lluvia caían del cielo como filosas agujas en medio de la tempestad, mientras Kagome observaba ensimismada el paisaje desde la entrada de la cabaña. Cinco días habían pasado desde que Inuyasha había interrumpido en el momento menos oportuno el encuentro de Kagome con el poderoso Lord del Oeste, y cuatro días desde que una inesperada racha de tormentas los hubiera forzado a refugiarse en una aldea cercana.
La sacerdotisa estaba frustrada y la actitud que el hanyou repentinamente había adquirido después de aquella desastrosa noche, no le había ayudado a mejorar su humor. Los paseos nocturnos de Inuyasha habían disminuido drásticamente desde entonces, y la actitud protectora que tendía a tener hacia ella como la protectora y recolectora de los fragmentos de la perla, había aumentado en tal grado que Kagome estaba sorprendida que aún le permitiera acudir sola a darse un baño. Por supuesto, sospechaba que esa última parte era de tal modo por la presencia de Sango y el conocimiento de que la sacerdotisa no estaría sola durante esos momentos.
A pesar de todo, Kagome estaba un poco aliviada de que el hanyou no hubiera llegado aún a tan grandes extremos y todavía tuviera sus escapadas nocturnas con su amante, porque de lo contrario ya se hubiera vuelto completamente loca. Una completa ironía del destino, si le preguntaban. En ese pequeño lapso de días, la chica había convertido el dolor en su corazón por la pérdida del ser que tanto le había gustado, en alivio por verse libre de su obsesivo sentido del deber y la protección.
—Kagome, ¿no has notado que Inuyasha últimamente se comporta más extraño de lo usual? —escuchó que preguntaba la suave voz de la exterminadora a su espalda.
El cambio en la actitud de Inuyasha no le había pasado desapercibido al resto del grupo, y pese a que Kagome sabía que no entendían la razón o conocían el motivo de dicho cambio, seguían intentando averiguarlo. Que el hanyou dejara de movilizar al grupo en direcciones inciertas y en la búsqueda de un objetivo desconocido, les había llamado la atención. Sin embargo, la exigencia de ser quien transportara a la sacerdotisa en todo momento y que estuviera acompañada siempre que fuera posible bajo la excusa de estar en peligro, les preocupaba.
—Inuyasha siempre es extraño. —respondió Kagome con sequedad. —Puede que esté teniendo algún problema con su amada Kikyo.
No tenía intención de inmiscuir a sus amigos en un problema que había surgido del incorrecto sentido de protección de Inuyasha y de su sostenida rivalidad con el Lord del Oeste. Casi había pasado una semana desde el evento, y hasta ese momento, Kagome no había dejado de recriminarse y cuestionarse una sola cosa: qué había sido lo peor de su proceder esa noche, ¿su incoherencia de seguir a un ser que odiaba a los seres humanos y les consideraba inmensamente inferiores? O, ¿haberse sentido atraída y medianamente segura siguiéndole, pese a las duras palabras y al consecuente sermón de su amigo?
—Puede ser. —murmuró la exterminadora. —Es sólo que su Excelencia y yo no hemos dejado de preguntarnos acerca de ese misterioso peligro que según Inuyasha, te está siguiendo.
—No le den importancia. —respondió Kagome sin despegar la vista del paisaje.
Necesitaba salir pronto de esa cabaña y esa aldea o se volvería loca. No importa lo que dijera o hubiera dicho Inuyasha, lo que le estaba haciendo era casi comparable a un secuestro. Su constante vigilancia sobre ella y la de sus amigos cuando él no podía hacerse cargo había alejado incluso a su misterioso acechador y aunque eso la aliviaba en algún grado, la frustraba en otro: necesitaba sentir un poco más cerca a su acosador.
¿Qué tan enfermo sonaba eso?
—Pero tienes que admitir que es muy extraño, Kagome. —insistió la chica. —¿A qué le teme tanto Inuyasha como para cambiar su actitud tan drásticamente?
La sacerdotisa suspiró derrotada al observar que la intensidad de la lluvia incrementaba en lugar de disminuir, y con ello, su única esperanza de salir de esa claustrofóbica cabaña se evaporaba. Aunque no lo parecía, había estado prestando atención a las notas desesperadas e irritadas de su amiga mientras le comentaba sus sospechas y le contaba sus incertidumbres, pero no quería tratar demasiado el tema.
—No tengo ni idea. —respondió pese a que la imagen de unos helados y brillantes ojos dorados cruzaron por su mente. —Lo que pienso es que, si Inuyasha dice que corro peligro, es porque debe ser verdad. —mintió.
—No estoy de acuerdo. —rebatió con el ceño fruncido la exterminadora. —¡Mira lo que está haciendo contigo! Me doy cuenta de que te mueres por salir a pasear o a cualquier otra cosa que te mantenga alejada de la cabaña, pero no dices nada.
Y aunque lo dijera, Sango estaba segura de que el hanyou la ignoraría. Cuando se trataba de su protección el medio demonio se lo tomaba todo muy enserio. Sin embargo, le extrañaba la actitud apática de una mujer tan fuerte como Kagome, aún más, que el extraño ambiente que hasta el monje parecía comprender mejor que ella.
—Vete, Kagome.
—¿Perdón? —preguntó la chica confundida.
La repentina orden de la exterminadora la había sacado de los sombríos pensamientos que comenzaba a invadir su mente ante las palabras de su amiga. Sabía que no había puesto demasiado empeño en exigir la libertad que le comenzaban a arrebatar, pero no creía que el cambio hubiera sido tan notorio.
—¿Cuál es aquella expresión que una vez usaste conmigo? —murmuró para sí Sango. —¿Pareces león enjaulado?
Los ojos de Kagome se abrieron con impresión al entender el propósito real de la exterminadora para dictarle la anterior orden. No era que estuviera complemente enojada con ella, sino que era mayor la preocupación que sentía por ver a un espíritu normalmente libre e indomable, estar encerrado ahí.
—Está lloviendo. —declaró lo obvio.
—Dejará de hacerlo en algún momento.
La chica observó extrañada a la exterminadora antes de observar nuevamente el paisaje. La lluvia seguía cayendo con fuerza y aunque Kagome sentía una verdadera necesidad de correr hacia fuera, no estaba demente para hacerlo sin algo que la protegiera del agua y del posible resfriado que le daría si corría en medio del inclemente clima.
—¿Estás sugiriendo que salga con el clima así?
—No es una sugerencia, Kagome. —respondió con severidad Sango. —Es una orden.
La exterminadora no esperó a ver si Kagome obedecía o la ignoraba, tomó la capa que utilizaba para resguardarse de la lluvia, dejando a la vista la de su amiga, se cubrió con ella y salió de la cabaña en dirección a la del monje. Oficialmente estaba dejando descubierto el puesto de seguridad asignado por Inuyasha, pero no le importaba. Entre la lluvia y el deber de proteger de un peligro aparentemente inexistente a su amiga, incluso ella estaba agotada y frustrada.
—¿La dejaste salir? —preguntó con suavidad el monje cuando entró a la cabaña.
—Su Excelencia... —susurró con cierto nerviosismo.
—No te preocupes, mi querida Sango. Es lo mejor que pudiste hacer por ella.
Sango dejó salir el aliento que retuvo al verse atrapada por el monje. Apreciaba demasiado al hombre, pero si hubiera intentado ocupar su lugar en la vigilancia de la chica, la exterminadora estaba segura de que hubiera luchado con él para impedirlo. Ver la aprobación en la mirada del monje, sin embargo, la embargó de una felicidad que normalmente con esos climas no sentía. Por lo que podía ver, ella había hecho su parte y ahora podía relajarse.
Miroku observó atento el suspiro que salió de los labios de la mujer antes de que se sentara cerca del fuego, quitándose la larga capa que la protegía en climas lluviosos. Tenía que admitir que le había tomado un poco menos de tiempo del que había imaginado, para que por fin se decidiera a actuar sobre la situación a la que Inuyasha había forzado a la sacerdotisa. Sin embargo, estaba sumamente orgulloso de que esa valiente y hermosa mujer lo hubiera logrado y que su primera opción al dejar el camino libre a Kagome, hubiera sido acudir a él, y esperaba que, más temprano que tarde, lo hiciera hacia sus brazos.
—Es sólo agua. —suspiró Kagome para infundirse valor.
Le costaba un poco revelarse contra el sentido común humano y lanzarse al frío y húmedo exterior a riesgo de caer enferma a su vuelta, sin embargo, el fuerte deseo de hacerlo y correr libremente como cuando era sólo una niña, esta vez parecía ser más fuerte.
Mientras más tardara, más probabilidades había de que el hanyou volviera y le impidiera salir, además de reprender a sus amigos por ofrecerle esa magnífica oportunidad. ¿Qué más daba que se fuera durante un pequeño rato? Finalmente volvería. Decidida, tomó la capa que Sango había dejado para ella, se envolvió lo mejor que pudo en ella y dio un paso fuera de la cabaña probando la caída del agua. Una vez segura de que podría tolerar el impacto de las gotas de agua, comenzó a caminar hacia los bordes de la aldea, dispuesta a salir de ahí.
Las filosas gotas de lluvia se clavaban con fuerza sobre su rostro cuando el viento soplaba y la capucha cubriendo su cabeza se deslizaba. Afortunadamente, no era un dolor imposible de superar e ignorar mientras avanzaba alejándose de la aldea y continuaba la marcha sobre el camino marcado por los seres humanos. Su primera intención había sido entrar en el bosque, pero con la intensidad de la lluvia, no estaba tan segura de que fuera lo más sensato y seguro si quería mantener su cabeza sobre los hombros y a su cuerpo sin un exceso de electricidad.
—Adoro el aroma a tierra mojada. —suspiró satisfecha.
Por primera vez en cuatro días, estaba vagando sola como le gustaba. No tenía que preocuparse de que sus amigos se convirtieran en su sombra, o de que Inuyasha volviera a discutir con ella sobre su actitud inconsciente de los tiempos recientes.
Y eso que no sabe sobre las extrañas visitas nocturnas... —pensó con una mueca.
Apenas se animaba a pensar lo que el hanyou haría si se enterara del contexto completo. A pesar de todo, le daba risa la situación. Kagome estaba recibiendo la atención que siempre había deseado de Inuyasha, pero lo era para mal.
—Qué extrañas cosas suceden tan de repente. —suspiró.
Un rápido movimiento captado por el rabillo de sus ojos, sin embargo, la puso en alerta. Estúpidamente había olvidado armarse antes de salir sin compañía o refuerzos, y había alguien cerca. Su atención centrada en otros asuntos le había impedido concentrarse y percibir antes la presencia del otro individuo, hasta que su imagen pasando por el rabillo de sus ojos la alertó lo suficiente. Afortunadamente, ahora podía sentirlo. Desafortunadamente, como ya lo había notado con anterioridad, su arco y flechas habían quedado olvidados en la cabaña.
Con la mayor rapidez que fue capaz, escaneó el campo abierto en donde se encontraba, sopesando las posibles rutas de escape o los objetos que pudieran servirle de arma en caso de que fuera necesario. Su marcha se había detenido y por lo que podía percibir, la de la otra presencia también. Ahora se sentía observada y analizada.
—¿Quién está ahí? —preguntó en voz alta y con más valor del que realmente sentía.
El Lord de la Oeste la sintió apenas puso un pie fuera de la aldea. Retener el hambre de su bestia le había sido difícil cuando la vio alejarse de la protección que su estúpido medio hermano había intentado mantener sobre ella. En cambio, la había seguido en silencio, memorizando sin dificultad cada parte del cuerpo que para ese momento ya debería pertenecerle, y de la esencia que ya debería estar absorbida por completo en su cuerpo.
Reconocía el valor de la mujer para salir sin compañía y aún más, sin las armas que normalmente cargaba, pero también reconocía la estupidez de dejarse ver en campo abierto con todo el esplendor de su vulnerabilidad y patética debilidad humana. Sin embargo, no le preocupaba. Los niveles de ansiedad de su bestia rozaban los límites de la locura y aunque ésta no llevaba la cuenta del tiempo, reconocía el largo periodo de separación que había existido con lo que cada vez ansiaba con mayor ímpetu.
Cinco días había sido el límite y aunque el Lord estaba empeñado en mantener el control de todo su ser bajo control, aquello que se ocultaba en su interior no estaba cooperando y rasgaba cada vez con mayor fuerza su interior, dispuesto a salir y abalanzarse sobre la presa que acechaba en esos momentos, y que ajena a la desgarradora necesidad de la criatura, caminaban con tranquilidad.
—Seas quien seas, ¡muéstrate! —demandó la mujer.
La insolencia de la miko fue lo último que el Lord permitió dejar pasar. Con el caminar tranquilo y la máscara impasible que siempre lo acompañaba, se mostró a la nerviosa humana que en su deseo por el molesto hanyou, se había dejado alejar de Él. Le daría una primera lección a la mujer, de modo que, cuando estuviera a la distancia suficiente para que sus débiles sentidos lo sintieran en todo su poder, retiraría el férreo control sobre su bestia y le dejaría hacer lo que deseara. Los cinco días que la muchacha había contado desde el último encuentro, esos días llenos de la ansiedad y desesperación del ser en su interior caerían sobre ella con una intensidad tal, que sería un milagro de la naturaleza que la frágil humana terminara en una pieza.
Kagome se quedó pasmada al distinguir acercándose la alta e imponente figura de Sesshomaru. El rostro sombrío en un rostro impasible le revolvió el estómago conforme se acercaba. Tenía un mal presentimiento, sin embargo, alguna parte de su organismo parecía estar sumamente alegre de haberse encontrado por fin con el poderoso daiyokai.
—¿Sesshomaru? —susurró con suavidad antes de percibir los ojos del Lord inyectados en sangre.
Inuyasha se había alejado de la aldea seguro de que Kagome estaría a salvo con el resto del grupo pero con la sensación de que las cosas no saldrían como lo había planeado. Esa tarde había rechazado pasar una noche más con Kikyo, preocupado por la otra sacerdotisa. Ya se había ausentado de su guardia la noche pasada, y no se arrepentía de ello, pero una noche más había estado fuera de discusión, por más que a su mujer no le había agrado saberlo.
Mientras la lluvia estallaba con fuerza y él regresaba sin prisa a la aldea, completamente mojado por las gotas de agua, comenzó a tener sospechas que le erizaron la piel y le hicieron gruñir. Conocía el espíritu indómito de Kagome, pero esperaba que una vez desde que se conocieron, hubiera tomado la sensata decisión de hacer caso a sus palabras.
Sin embargo, llegar a la aldea y no percibir rastro alguno de Kagome al entrar a la aldea, le confirmó uno de sus mayores temores. Se había ido. No como si hubiera escapado, pero se había ido contra sus palabras.
—¿Dónde está Kagome? —preguntó el hanyou con calma, mientras entraba a la cabaña de Miroku en busca de respuestas que sabría no le agradarían.
—Dando un paseo. —respondió de la misma forma la exterminadora.
—¿En dónde?
—Lejos de aquí.
La explosión del carácter de Inuyasha que Sango estaba esperando se diera tras informarle el paradero de la chica, nunca llegó, pese a que el ambiente en la cabaña durante unos instantes se cargó y tensó. Al mismo tiempo, el monje observó la escena desde una de las esquinas del lugar, acogido por el calor en el interior y curioso por otro repentino cambio en la personalidad del hanyou.
Pese a lo que la mayor parte del grupo pensaba, la perspicacia del monje le había dado todas las piezas para armar el rompecabezas que tanto estaba afectando a sus amigos y por tanto, estaba al corriente de todo lo que sucedía. De hecho, se jactaba de ir un paso por delante de los involucrados, porque aunque no le gustara pensar en el final que tendrían las cosas si continuaban por el mismo rumbo, lo sabía.
—¿Qué está sucediendo, Inuyasha? —preguntó con seriedad la exterminadora.
—Kagome está en peligro.
—¡Eso ya lo has dicho! —perdió la paciencia la mujer. —¿Qué clase de peligro?
—Sango... —el monje intentó llamar la atención de la chica.
Inuyasha sólo suspiró, y aún con las ropas empapadas y su largo cabello escurriendo hilos de agua por el efecto de la lluvia, se dejó caer sobre el suelo, con la espalda firmemente pegada a una de las paredes de madera de la cabaña. Tenía los músculos entumidos por el frío aunque su particular condición como medio demonio le facilitaba el camino para no caer enfermo y mantener una mayor resistencia.
—Un peligro mayor del que imaginan. —respondió en un susurro.
En su último encuentro con la mujer a la que amaba, había logrado recapacitar en sus acciones, y aunque le había costado, finalmente había admitido el incorrecto proceder ante la situación. Él mejor que nadie conocía a lo que Kagome iba a enfrentarse si no la protegía como hasta ahora, pero también reconocía que a largo plazo, empeoraría las cosas mantenerla casi cautiva.
Cerró los ojos durante unos instantes, relegando a lo más lejano de sus sentidos los sonidos de las voces de Sango y Miroku discutiendo. La joven sacerdotisa para ese momento ya debería haberse topado con quien estaba buscando, y aunque sabía que en ese encuentro en particular muy probablemente la chica saldría lastimada, no pensaba acudir en su rescate.
Las bestias encerradas en todos los demonios eran impredecibles e inestables...
...Desafortunadamentepara Kagome, la que estaba encerrada en Sesshomaru, lo era aún más.
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