Capítulo 5: Un paso atrás
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Un paso atrás
Un hanyou. Inuyasha jamás había sido capaz de olvidar a qué raza pertenecía y mucho menos las implicaciones y desventajas que ello conllevaba. Sin embargo, viajando entre humanos había logrado comprender el verdadero significado de la fragilidad, de modo que, aunque no lo admitiera en voz alta, le avergonzaba esconderse un par de noches al mes de la parte humana herencia de su madre.
Pese a ese minúsculo sentimiento de vergüenza que depender de otros por unas cuantas noches le producía, Inuyasha estaba orgulloso y agradecido por la sangre demoníaca que su padre le había transmitido. Poseía los sentidos un centenar de veces más agudizados que los seres humanos y otras criaturas. Así mismo, su velocidad, fuerza y resistencia le hacían casi invencible. Portar a "Colmillo de Acero" sólo le agregaba un plus de fuerza que le volvía doblemente capaz de proteger lo que más amaba en el mundo.
Pero nada de lo anterior era suficiente. Ni su poder, fuerza o resistencia, ni el poderoso regalo en forma de espada que su padre le había dejado eran capaces siquiera de asegurarle un día más al lado de su sacerdotisa, aún menos de traer por completo a la vida a la única mujer que había derribado barreras y defensas, pese a la fragilidad de su nuevo cuerpo.
Kikyo estaba muerta, y aunque cada noche acudía a su encuentro para amarla, sabía que jamás podría recuperarla por completo. Jamás podrían estar juntos sin la constante presencia de las serpientes recolectoras, ni el riesgo de volver un día y ya no encontrarla.
—¿Inuyasha?
Las serpientes que adquirían almas para mantener con vida al cuerpo artificial de su mujer rara vez se acercaba a una distancia cercana de los cuerpos, sin embargo, recientemente parecían sentir una especial afición por el hanyou. Y en esos momentos, mientras los sentidos de los que se enorgullecía se erizaban y afinaban ante las sutiles señales de una presencia poderosa conocida por él, una de las serpientes no dejaba de volar de forma zigzagueante alrededor de su cuerpo.
—¿Sucede algo?
Por primera vez en mucho tiempo, Inuyasha escuchó la voz de la sacerdotisa muy lejana y no le prestó atención. La potente presencia estaba cercana al campamento donde descansaba vulnerablemente su grupo y eso era motivo para preocuparse.
Esperó pacientemente, silenciando la voz carente de emociones de la sacerdotisa para poder concentrarse en la presencia que acechaba el campamento que él debía estar protegiendo, el sueño que debía estar velando y que sin embargo, le avergonzaba y costaba admitir el fracaso en dicha tarea por obtener unas cuantas horas de pasión y un montón de recuerdos.
—¿Sesshomaru? —preguntó con frialdad la sacerdotisa.
Reconocer en la pregunta de la sacerdotisa al dueño de la presencia que ya había identificado fue la única señal que el hanyou requirió para correr en medio de una frenética carrera rumbo al campamento que había dejado descubierto. No se despidió de la mujer, no pidió permiso ni perdón, no dirigió palabra alguna, sólo corrió tan rápido como su condición de hanyou se lo permitió, jamás con la velocidad de un daiyokai tan poderoso como su medio hermano, y reconociendo como percibiendo una vez más, las carencias y puntos débiles aportados por los rastros de sangre humano en su torrente sanguíneo.
No se le ocurría una razón para que un demonio como Sesshomaru se acercara al campamento, en lugar de sortearlo y cambiar de rumbo, pero Inuyasha no lograba eliminar la sensación de angustia e impotencia recorriendo a su cuerpo mientras forzaba a los músculos de sus piernas a moverse con mayor rapidez.
El corazón le dio un vuelco cuando por fin llegó al punto del bosque en donde había dejado desprotegidos a sus amigos. Todos estaban ahí dormidos, todos sumidos en un sueño pacífico que dejaba relajados los músculos de sus rostros. Así era, todos estaban ahí sanos y salvos, o al menos de eso se intentaba convencer mientras sus ojos se clavaban sobre el saco vacío de Kagome.
Rastros de la presencia del daiyokai flotaban en el aire y se impregnaban sobre el saco de la joven sacerdotisa, el mismo saco que aún guardaba rastros del calor que sólo dos cuerpos juntos podían producir. No había lugar para dudas, Sesshomaru había estado ahí, no se había molestado en ocultar o borrar los rastros de su presencia, ni la esencia amarga del temor de Kagome, de su querida Kagome.
—¡Maldito seas, Sesshomaru! —gruñó entre dientes, cerrando los puños.
Negándose a perder más tiempo, Inuyasha salió corriendo por el sendero del bosque en el que la presencia de su medio hermano y el de la sacerdotisa del futuro se perdía. Tenía que encontrarlos, debía proteger a Kagome y devolverla a salvo al campamento, y ¡había tantas cosas más que tenía que hacer! Vivía sus días escondiéndose de su lado humano, escabulléndose para ver a quien quería, dejando tantas cosas atrás que estaba molesto consigo mismo, con el grupo, con Kikyo, con Sesshomaru y sí, también con la joven de cabellos azabaches.
Voy a salvarte, Kagome. Sólo espera un poco. —pensó para sí el hanyou.
Los movimientos de Sesshomaru eran ágiles y elegantes mientras se movía a través del bosque guiando la marcha, de eso claramente se había percatado Kagome tras los primeros minutos de camino. No importaba que el terreno fuera desigual o que en algunas zonas la oscuridad no permitiera distinguir los pasos, el daiyokai en ningún momento perdía su sigiloso y elegante andar.
Desafortunadamente para ella, Kagome no podía sentirse con la misma seguridad que el demonio. Armada con sus flechas y arco, la chica tenía que esforzarse demasiado para distinguir algo entre tanta oscuridad y al mismo tiempo, mantener una distancia prudente entre la alta figura del daiyokai y sus torpes pasos. No sabía a dónde se dirigían, pero las palabras y acciones de Sesshomaru la intrigaban más que las alarmas de supervivencia que no habían dejado de sonar en su cabeza.
Se moría por preguntar a dónde se dirigían pero conocía lo suficiente al medio hermano de Inuyasha como para no arriesgarse a agotar la escasa paciencia que parecía tener para con los humanos. Conforme siguieron avanzando, curiosamente, le pareció sentirse observada y vigilada por algo o alguien. Después de todo no podía evitar preguntarse, ¿qué tantas posibilidades había de que Sesshomaru no fuera su acechador y éste siguiera todavía por ahí? ¿Qué pasaría si quien quiera que los estuviera siguiendo intentaba atacarlos? ¿Y si era una emboscada?
Tonterías, Kagome. Nadie es lo suficientemente estúpido para atacar o presentarse cerca de alguien como el poderoso Sesshomaru. — pensó con una sonrisa.
Lo siguió todavía por unos metros más al interior del bosque hasta que finalmente el daiyokai se detuvo de golpe y Kagome estuvo a escasos centímetros de impactar directamente contra su espalda en lo que más tarde, de haberse dado el caso, podría haber denominado como el momento más vergonzoso y humillante de su vida. Hacer el ridículo con el que podría haber sido su cuñado.
—¿Cuál es el problema? —preguntó la chica con curiosidad.
El Lord del Oeste clavó su mirada en la menuda figura de la humana con atención. No le habían pasado desapercibidas las miradas que la mujer le había estado dirigiendo a lo largo del camino, ni la cautela que parecía mantener desde que aceptara seguirlo al bosque, pero le molestaba. Con una decisión ya tomada, y sin ganas de perder más de su valioso tiempo en un asunto como éste, era consciente de que lo menos que necesitaba era tener a la sacerdotisa atemorizada de su presencia.
—Mujer, mírame. —ordenó tras ver sus ojos desviarse de su rostro.
Quería la mirada de la chica sobre sí en todo momento, y quería aún más volver a despertar en su esencia esos rastros de atracción y excitación que lo hacían ansiar tomarla. Así que cuando los grandes ojos chocolate se alzaron hacia él en una mezcla de curiosidad y temor, permitió al instinto tomar control de su cuerpo.
En un segundo la sacerdotisa lo observaba con sus grandes ojos a una distancia prudencial, y al otro, Sesshomaru tenía enredada una de sus manos con fuerza en el largo cabello oscuro de la mujer para mantener su cabeza en un ángulo donde no fuera capaz de apartar la vista de Él.
—¿Qué estás-
El agarre la tomó por sorpresa y aceleró su respiración. Por unos momentos había estado completamente segura de que Sesshomaru iba a tomarla por el cuello y comenzar a asfixiarla, sin embargo, debía admitir que pese al rudo agarre y la presión en su cuero cabelludo por las garras de éste, su presión le resultaba dolorosamente placentera como aterradora.
—Suéltame, por favor. —gimió.
El Lord del Oeste no respondió a la súplica de manera alguna. Le gustaba mantenerla así y sentir cómo lentamente el espíritu vivaz y caliente de la chica comenzaba a despertarse de maneras que de saberse débil le preocuparía verse convertido en un posible blanco de su ataque.
—Me estás lastimando, ¡suéltame!
El agarre no disminuyó en fuerza y Kagome comenzó a removerse intentando librar a su cabello sin mayores resultados que un firme tirón por parte del daiyokai que la dejó inmóvil. La descarga eléctrica de ese último tirón recorrió todo su cuerpo y la dejó con la boca abierta por la impresión.
—¿Por qué?
Sesshomaru sonrió levemente con arrogancia. Un pequeño tirón de cabello, y la mujer ya se encontraba preparada para él y su bestia, comenzando a destilar nuevamente la esencia que desde el primer momento había estado atrayéndolo y frustrándolo cada vez que veía alejarse a la fuente de ésta.
—Calla, mujer.
—Kagome. —respondió desafiante la chica. —Me llamo Kagome.
Otro tirón pero mucho más suave y la sacerdotisa tuvo que agradecer a los dioses que no se desmayara por el susto o soltara un vergonzoso sonido por lo excitante que de repente se ponía toda la situación. Era consciente, sin embargo, de que a pesar de que el daiyokai la había comenzado a atraer a su cuerpo cada vez más a través del agarre de su cabello, no la había lastimado.
—No me interesa.
Y no mentía. El nombre de la sacerdotisa realmente le daba igual puesto que su interés en ella se limitaba a obtener lo que deseaba de su cuerpo y nada más. Por ello la estaba atrayendo lentamente, sin querer asustarla más de lo que podía percibir y de lo que estaría una vez que descubriera la intención de trasfondo que tenía el someterla de esa forma.
Un paso más cerca uno del otro y el daiyokai se disponía a tomarla para que no escapara en el momento en que finalmente ambos se rozaran pero repentinamente se detuvo. Los sentidos alertas que lo distinguían como un Taisho le proveyeron información de la amenaza que se dirigía a gran velocidad hacia ellos.
—Eso fue grosero y rudo de tu parte. —riñó ante la fría respuesta del otro.
Pero Sesshomaru apenas le prestó atención. Sabía quién era el intruso que se acercaba y por primera vez en mucho tiempo se recriminó la insensatez de no llevarla hasta sus tierras para esconderla apropiadamente. A regañadientes soltó el agarre sobre las sedosas hebras del cabello de la mujer y la dejó libre, permitiéndole contra todos sus instintos, retroceder y alejarse unos pasos de él.
—¿Qué está mal conti-
—Sabía que había sentido tu presencia... —resonó con potencia una voz. —...¡Sesshomaru!
El corazón de Kagome se saltó un latido cuando escuchó el retumbante sonido de la voz de Inuyasha. Capturando en su memoria uno a uno los rasgos del hermoso daiyokai frente a sí, no había sido capaz de notar la presencia de su amigo acercándose, aunque por la impasibilidad en el rostro del demonio, Sesshomaru lo había estado esperando.
Lo cierto es que no habían tenido el tiempo suficiente para discutir realmente lo que el daiyokai buscaba de ella, sin embargo, la intensa mirada que había estado dirigiéndole desde el campamento la tenía preocupada. En el brillante dorado de sus ojos había percibido por unos instantes el brillo del deseo que una vez Inuyasha le había mostrado. Un deseo que a diferencia del hanyou, parecía cargado de un grado insano de algo más.
—¡¿Por qué intentabas secuestrar a Kagome?!
Sesshomaru no respondió, sin embargo, la chica comprendió que como estaban las cosas, lo último que necesitaban era que ambos hermanos se decidieran a iniciar una pelea sin razón alguna como usualmente tendían a hacer. En la zona en donde se encontraban rodeados de árboles, era probable que destrozaran la mitad del ecosistema aún siendo de noche y Kagome pese a todo, no tenía el corazón para permitir que eso sucediera.
De modo que, armada con un valor carente de sentido común, se plantó en medio de ambos hombres con la intención de poder detenerlos y la esperanza de no morir en el intento de ello.
—Kagome, ¿qué demonios crees que estás haciendo? —rugió Inuyasha. —¡Ven aquí!
—No lo haré hasta que ambos se calmen un poco. —respondió con terquedad. —No es el momento ni el lugar para que iniciar sus peleas de "machos".
—¿Machos? —repitió con sorna el daiyokai.
Kagome desvió la mirada hacia él con la intención de hacer gala del fuerte carácter que manejaba frente a burlas dirigidas a ella, cuando en su primer paso hacia adelante, el brazo de Inuyasha se cerró con fuerza en torno a su cintura y tiro hacia él. La sorpresa del movimiento la sacó de balance mientras retrocedía hasta chocar contra el amplio pecho del hanyou y un gruñido se abría paso en algún lugar a metros de ellos.
—¿Qué rayos crees que estás haciendo, Inuyasha? —chilló frustrada.
—Protegerte, estúpida. —susurró irritado.
El Lord del Oeste observó la escena con todo rastro de cinismo borrado. Observar el atrevido contacto de un ser tan inferior sobre la mujer que había estado a punto de robar tenía a su bestia gruñendo molesta, aún cuando su semblante no hubiera cambiado ni un ápice. La confianza de su medio hermano para con la sacerdotisa no le parecía del todo novedosa, pero la poca resistencia de la mujer hacia el agarre, y sobre todo después de haber pasado escasos minutos de haber estado dominada por Él, lo estaba sacando del férreo autocontrol del que se jactaba de tener.
—No necesito que me protejas, estúpido Inuyasha. —gruñó fastidiada.
—Entonces, Sesshomaru, ¿qué planeabas hacer con Kagome? ¿Asesinarla?
—Probablemente. —respondió con sequedad.
La humillación de verse siendo un objeto del que podían hablar como si no estuviera ella ahí, tenía a Kagome a punto de gritar las palabras que por lo menos mandaría a uno de los dos hermanos directamente al suelo.
—Vete de aquí, Sesshomaru. —ordenó el hanyou.
Sesshomaru frunció el ceño molesto. Nadie le ordenaba, y aquellos que osaban siquiera intentarlo, terminaban probando el sabor de su espada o el veneno de sus garras, sin importar si eran familia o no. De modo que lo único que mantenía a salvo de su osadía al despreciable hanyou era la deliciosa figura femenina que mantenía a uno de sus costados, casi como si se tratara de un escudo.
La tensión en el ambiente continuaba aumentado con cada segundo que pasaba y Kagome estaba segura que si seguía así, no faltaría mucho para que una verdadera pelea se desatara en ese bosque. Frustrada por no ser capaz de hacer mucho de darse esa posibilidad, la chica del futuro decidió tomar otra estrategia.
Con un cuidado y sigilo del que no se creyó capaz hasta ese momento, alzó la vista hacia el daiyokai y cuando ambas miradas se encontraron, hizo su mejor esfuerzo por suplicar con ésta que cediera sólo por esa ocasión a la orden del hanyou. No había tomado en consideración que el orgullo y la terquedad de ambos hermanos podía ser tal, que ningún ser sobre la faz de ésta tierra podría hacerlos desistir.
—Inuyasha, vámonos de aquí. —lo intentó por el otro lado.
Sorprendentemente, el hanyou no puso objeción alguna y retrocedió un par de pasos con ella tomada de la cintura antes de que su atención volviera a fijarse sobre la imponente silueta del demonio y la promesa de odio y venganza brillando en el dorado de sus ojos.
Retirada. El Lord del Oeste jamás cedía ante nadie pero sabía reconocer el momento oportuno para apartarse. Una pelea en esa zona mantendría expuesta a la humana y habría grandes riesgos de que resultara dañada, lo que significaría que su medio hermano no daría todo de sí en la batalla y por consiguiente, ésta se tornaría aburrida.
—Por favor... —suplicó la chica sin saber a ciencia cierta a quién dirigía ésta.
Y eso fue todo lo que Sesshomaru necesitó. El daiyokai dirigió una última y fría mirada al brazo del hanyou rodeando la cintura de la mujer, antes de dar media vuelta y marcharse del lugar. La interrupción de su medio hermano le costaría caro en el próximo encuentro que tuvieran, y sólo por ello le permitiría alejar a la humana nuevamente. Sin embargo, a estas alturas la sacerdotisa tenía que tener algo muy en claro ya, y eso era que, sin importar dónde se escondiera o lo que hiciera, la próxima vez que su bestia capturara la esencia única de su cuerpo, las únicas opciones que tendría se limitarían a arrebatarla definitivamente de todo cuanto conocía y apreciaba, o acabar con su patética vida.
Cuando Kagome perdió de vista la silueta de Sesshomaru pudo respirar tranquila nuevamente, pese a sentir sobre cada poro de su piel la amenaza implícita en la última mirada del daiyokai. La pelea se había evitado, sin embargo, los extraños actos del demonio no habían quedado explicados y la incertidumbre que le dejaba no saber lo que el hombre había estado a punto de susurrarle no mejoraba la situación en demasía.
—Kagome. —la llamó el hanyou. —Sé sincera conmigo, ¿qué demonios estabas haciendo siguiendo a alguien como Sesshomaru lejos del campamento?
Como si recién lo hubiera notado, la chica se alejó un paso del contacto de Inuyasha sobre su cuerpo, intentado moverse con cuidado para evitar ser demasiado obvia. No tenía intención alguna de ponerse a explicar las emociones que últimamente sentía por las visitas nocturnas de su acechador y la posibilidad de que el daiyokai fuera éste, mucho menos de ponerse a examinar la atracción que indudablemente sentía hacia el aspecto físico del demonio.
—Nada que sea de tu incumbencia.
—¡Maldición, Kagome! Sesshomaru es peligroso y tú mejor que nadie debes saber que desprecia a todos los seres humanos. Entonces, ¿por qué demonios los encontré juntos?
Si aquellos sentimientos que durante años había esperado que Inuyasha correspondiera siguieran ahí, la chica sabía que estaría derritiéndose por la nota furiosa en la voz del hanyou. Pero ya no era una niña del todo inocente, de modo que, confundir la culpa con los celos no era ya una opción.
—Rin me necesitaba. —mintió.
No se detuvo a esperar a Inuyasha, y tampoco se sorprendió que su carácter normalmente explosivo estuviera tan controlado, ni que no la detuviera en su marcha. Sin embargo, le robó el aliento escuchar las últimas palabras dirigidas a ellas mientras se alejaba con la imagen de los ojos dorados de Sesshomaru rondando su cabeza.
—Lo noté. —murmuró. —El aire cargado con la tensión y la excitación...de ambos.
Ella esperaba que lo hubiera notado, porque ella también lo había hecho. Intentó engañarse e ignorar lo que la mirada del Lord del Oeste reflejó, pero con las palabras de Inuyasha flotando en la noche, no quedaba mucho más para hacerlo.
—No sabes de lo que hablas.
—Y tú, Kagome, no sabes en lo que te estás metiendo. —rebatió el hanyou.
Retornaron al campamento en completo silencio, cada quien sumido en sus propios pensamientos. Inuyasha conocía gran parte del comportamiento de la bestia que albergaba Sesshomaru y tenía una idea de lo que pasaría a continuación, pero no pensaba permitirlo. Kagome, por su parte, reconocía que aún faltaban muchas piezas en el rompecabezas que acababa de iniciar y que a partir de ese momento, su amigo el hanyou probablemente se volvería un obstáculo más difícil para sortear.
Habían dado un paso atrás pero la duda persistía aún:
¿Qué quieres de mí, Sesshomaru?
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