Capítulo 41: Equilibrio
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Equilibrio
Shinkū observó a través de los párpados cerrados a la mujer humana. El caminar firme, pese a la creciente oscuridad de su entorno, llamando poderosamente su atención. Había algo diferente en ella, una fuerza que no había estado ahí la última vez que se encontraron pero de cuya procedencia podía hacerse una buena idea.
Una sonrisa curvó los sensuales labios del hombre. Dudaba que la joven supiese lo encaminada que se encontraba realmente hacia Él y mucho menos que comprendiera la magnitud de dicho hecho. La ignorancia era su maldición. Incluso aunque ahora pudiera sentirlo acechándola, la oscura mirada de la mujer continuaba desviándose del camino para explorar los alrededores, como si esperara encontrarle tras alguno de los inmensos árboles, listo para devorarla. Su limitado conocimiento sobre lo que compartían, cegándola a cualquier otra posibilidad.
Está aquí. —retumbó la voz de la criatura en su cabeza.
Shinkū abrió lentamente los ojos, las pupilas ovaladas rodeadas por el brillante verde esmeralda de la criatura estrechándose hasta formar una fina línea vertical. Su esperada visita finalmente estaba aquí.
—Shinkū. —llamó la fémina, su voz apenas algo más que un susurro.
El Ser no respondió. En cambio, ladeó levemente la cabeza y recorrió con la mirada el delicado cuerpo frente a sí, repasando los cambios en su figura. Una corriente de confusos e indescifrables pensamientos moviéndose mientras tanto a través de su conexión con la criatura.
Una vez que Shinkū había conseguido distribuir las potentes descargas de energía provenientes de ésta, sin destrozar el cuerpo humanoide en el proceso, se había equilibrado. Ser y Criatura se habían fusionado a un nuevo nivel, dotando al recipiente que los contenía de características físicas de ambas partes, así como de una conexión mucho más intensa.
—No. —continuó la hermosa mujer tras su prolongado silencio. —Ya no eres sólo eso, ¿verdad, Ryūjin?
La criatura balanceó la pesada y escamosa cola dentro del enlace, reaccionando al antiguo nombre. Unos segundos después, Shinkū la sintió observar con medida cautela a su semejante, analizándola tanto a ella como a las implicaciones de su osada presencia.
—Saki. —gruñó, forzando el tono ronco de su verdadera forma a través de las endebles cuerdas vocales humanas.
—No tenemos que hacer esto.
Shinkū se rió fuerte y grave, un eco compartido con la poderosa criatura. Entonces se puso de pie, moviendo los hombros en círculos deliberadamente lentos para desentumir las articulaciones, sin apartar la mirada de la mujer.
—No has cambiado nada. —dijo burlesco. —Tu apego hacia los humanos sigue tan palpable como siempre. ¿Qué te han dado esos seres?
"¿Por qué los proteges?"
"¿Por qué dejas que huyan?"
"¿Por qué los amas?"
Las palabras se deslizaron por su mente con fluidez, ampliando la oscura sonrisa en su rostro. Imágenes del primer encuentro de la mujer humana con el Lord se colaron entonces por su mente y, no por primera vez, reconoció que ambos parecían compartir más características de lo esperado.
Se está fortaleciendo. —declaró la criatura.
El vínculo. La conexión. Su pieza perdida. Cerrando los ojos brevemente, Shinkū acarició con dedos invisibles aquella franja iridiscente que oscilaba entre su pieza faltante y su mismo cuerpo, y observó complacido a la joven sacerdotisa estremeciéndose como si la hubiese tocado físicamente.
—Sabes la respuesta.
Mientras el eco de la voz de Saki resonaba en su cabeza como un millón de suaves notas, el Ser observó a la criatura extender una de sus largas y gruesas garras hacia la franja de la conexión, probando su resistencia con inusitada delicadeza antes de apartarse. La poderosa mole de su cola balanceándose pesadamente sobre la base de su mente.
Doble vínculo. —bufó la criatura, expulsando una ligera humareda por sus enormes fosas nasales.
Sin responder inmediatamente a su contraparte, Shinkū se concentró en los movimientos oscilantes del escamoso apéndice, pensativo. La situación estaba tomando el rumbo que finalmente ambos habían esperado.
Equilibrio. —le respondió.
Los ojos de Shinkū volvieron a abrirse, clavándose en el tenso cuerpo de la deidad, antes de deslizarse perezosamente hacia los orbes azul celeste comenzando a opacarse a un espeluznante blanco perlado.
—¿Cuál fue? —preguntó a la hermosa criatura.
Los ojos en rendija del Ser la taladraron, empujándose a sus profundidades con la parsimonia de un depredador acechando a su presa. No importa cuántos recuerdos recuperara, cuánto de su naturaleza pudiese llegar a reconocer y odiar, cuánto llorara el recuerdo de tiempos pasados y se aferrara a lo que ya fue, al final Saki siempre seguiría siendo la pequeña confundida y perdida Ai.
—Lloras la pérdida de nuestra raza y, sin embargo, proteges a sus aniquiladores.
Las pesadas palabras quedaron colgando entre ellos mientras hombre y criatura absorbían a través de ojos compartidos cada una de las vulnerables expresiones de su semejante. Una criatura encadenada al núcleo de su poder, condenada a una miserable existencia.
—Son nuestra responsabilidad. —susurró melodiosamente.
Shinkū volvió a reírse, el sonido estallando en el cielo como potentes truenos. Los humanos podrían haber sido su responsabilidad milenios atrás pero eso se había acabado cuando dieron la espalda a quienes los crearon y proveyeron en los oscuros inicios de su existencia. Ahora no eran nada más que criaturas hambrientas de poder, despojadas del favor de los dioses, capaces de masacrar a su misma especie con tal de satisfacer sus caprichosos deseos.
—Hiciste un trato con la humana.
Era una declaración, no una pregunta. Los orbes esmeralda recorrieron el inmaculado rostro de Saki con una sonrisa divertida tirando de las comisuras de sus labios. Incluso después de todo este tiempo atrapada en su propia miseria y pérdida, la antigua y poderosa Saki seguía siendo tan predecible como siempre.
—¿Qué le pediste?
Habiendo monitoreado a la mujer humana desde su escape de la Fortaleza, Shinkū había empezado a sospechar de la intervención divina cuando, por unos largos minutos, había perdido el rastro de la muchacha. Ni siquiera la criatura había sido capaz de recuperarlo entre la bruma blanquecina que se había formado en torno al enlace. Lo que fuera que se había discutido entre ambas, por consiguiente, era un misterio. O tal vez no.
—No es de tu incumbencia.
—No lo niegas.
Sin ninguna palabra más por parte de la angelical belleza, Shinkū comenzó a moverse en círculos alrededor de ella, acechándola sin ningún pudor. Tan clara como las intenciones tras sus acciones, la respuesta suprimida se reveló ante Él.
—Eres tan predecible. —susurró contra su oído, acercándose desde su espalda. —No tienes que responderme para saberlo, puedo adivinarlo.
Sus labios se movieron por la concha de su oreja, deslizándose por su suavidad seductoramente. Casi al momento, la criatura se agitó con repulsión en su interior, gruñendo en advertencia y forzándolo a retroceder. Shinkū se alejó de la etérea belleza y volvió al árbol donde había estado esperando su apetitoso encuentro con el "Destino".
—No intervengas, Saki. —advirtió con frialdad. —Tus poderes y tu don no tienen ningún efecto sobre tu misma especie.
Durante un segundo, el hermoso rostro de la mujer pareció crisparse, deformando sus facciones. Sólo una pequeña muestra de lo inestable que incluso una deidad como ella podía llegar a ser.
—No nos matamos entre nosotros mismos. —le recordó.
Luego le dio la espalda y comenzó a caminar en dirección a la chica del futuro. No esperaría más tiempo a que llegara por su cuenta; el poder corriendo por sus venas estaba comenzando a desbordarse nuevamente y ya no tenía deseos de contenerlo más.
Unos pasos más adelante, Shinkū se detuvo, la criatura agitándose en su interior con su gigantesco armazón de escamas. Frunciendo el ceño, extendió la mano hacia adelante hasta que sus dedos tocaron la acuosa superficie del velo frente a Él y una furia helada lo invadió.
—No, no lo hacemos. —concordó la mujer
Mátala. —rugió Ryūjin.
Dedos helados comenzaron a reptar por su cuerpo mientras la criatura rugía enfurecido en la conexión, agitándose como si unas cadenas invisibles intentaran apresarlo. Shinkū se dio la vuelta con esfuerzo, peleando contra el frío glaciar de esos dedos invisibles entumeciendo sus músculos.
Parada en el mismo punto donde la había dejado, Saki le estaba sonriendo con una malicia que desencajaba por completo con el resto de su apariencia. La criatura volvió a rugir ante la visión.
—Lo siento por todos los estúpidos humanos que decidieron alguna vez confiar en ti. —se las arregló para sisear entre dientes apretados.
Saki lo observó sin demasiadas emociones, ladeando la cabeza y derramando su brillante cabellera sobre su hombro. Luego se encogió de hombros, volviendo a sonreír de manera extraña.
—Yo también. —respondió.
Cerrando los ojos en un intento por concentrarse, el Ser buscó el frágil enlace con la humana y se congeló cuando sus intentos toparon contra un enorme muro. Siseando enfurecido, gruñó: "No está".
Doble vínculo. —repitió la criatura, repentinamente tranquila.
Shinkū dejó de pelear. Comprendiendo la repentina calma de su contraparte, abrió los ojos. Saki no se había movido ni un milímetro de su posición pero ya se lo esperaba. Esa vieja arpía no podría ser más engañosa si se lo propusiera.
—Gracias por el tiempo. —dijo con esa vocecita engañosamente dulce.
Ni Ser, ni Criatura respondieron. Un parpadeo después, la deidad frente a Él se desvaneció en un montón de pequeñas luces plateadas y azules que lo repugnaron.
—No, gracias a ti. —soltó al aire.
Entonces el primer crujido rompió el silencio que la partida de Saki había dejado. El hueso que iba de su hombro al antebrazo humano se contrajo y dislocó, produciendo un horrible chasquido que disparó un lacerante dolor por el resto de su cuerpo. El hueso en su miembro contrario le siguió poco después.
Uno a uno, cada uno de sus huesos comenzaron a crujir y quebrarse, expandiendo su tamaño para acomodar la inmensa forma de la criatura. Los chasquidos llenaron el bosque mientras una nueva fuerza se abría paso entre ellos, dando paso a su verdadera forma y naturaleza.
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Ah-Un percibió la presencia de su Amo mucho antes de que su imponente silueta se acercara lo suficiente para que el resto de los humanos apiñados en la cabaña lo vieran. Moviéndose agitadamente como en aquel momento cuando intentaron separarlo de su pequeña Ama, el pesado yōkai soltó una serie de gruñidos inteligibles y se volvió hacia los arbustos que delimitaban el borde del bosque.
El monje del grupo se puso en pie aferrando el rosario alrededor de su mano y se situó directamente frente al resto de ellos, respondiendo antes que nadie a la repentina inquietud del yōkai. La mujer del enorme boomerang no tardó en unírsele sosteniendo su arma en actitud defensiva.
—¿Qué es, Ah-Un? —preguntó el monje, tenso.
—¡Señor Sesshōmaruuuu! —exclamó de repente la vocecita de Rin.
La niña se escabulló de las manos de la extraña sacerdotisa que había estado revisándola y corrió hacia la línea de arbustos apenas siendo detenida por una de las enormes cabezas de Ah-Un que aferró con su hocico parte de su kimono.
Miroku abrió los ojos con sorpresa ante los rápidos reflejos del yōkai. Después de que éste no se hubiera rendido en encontrar a Rin y hubiera enloquecido cuando la alejaron de su vista, le había quedado claro que entre ambos había un vínculo sumamente fuerte, y que para el yōkai, la pequeña niña era algo sumamente importante. Sin embargo, verlo actuar en su defensa como si se tratase de su propia cría era algo simplemente digno de admirar.
—Rin, vuelve aquí. —la llamó Sango con suavidad.
La niña no obedeció, congelada como se había quedado entre las fauces de Ah-Un. En su lugar, el yōkai comenzó a tirar de la tela de su kimono hacia atrás, arrastrando con cuidado el pequeño cuerpo de vuelta al grupo humano que había estado cuidando de ella.
Si Ah-Un hubiera podido hablar, probablemente le habría comunicado en ese mismo momento que aquel que se estaba acercando no era el Amo que conocían, sino una parte mucho más visceral de éste. Pero la niña era inteligente, al dejar de pelear contra su sujeción había reconocido que confiaba en el yōkai para protegerla incluso de su propio y querido Amo.
—Sesshōmaru. —gruñó repentinamente Inuyasha.
La mirada del monje que había estado siguiendo la interacción entre niña y yōkai volvió rápidamente su atención a la línea de arbustos. Emergiendo de entre ellos, la imponente silueta del medio hermano de Inuyasha parecía todavía más alta y fornida de lo usual. El inusual brillo en sus orbes dorados chispeando con un grado de peligrosidad completamente nuevo que le produjo un escalofrío.
Rin. —llamó con frialdad.
Yako respondió clavando la mirada compartida en el diminuto cuerpo de la cría humana resguardado por el dragón de dos cabezas que el Lord llevaba con su grupo. A simple vista, la cría parecía estar bien. Exceptuando el brillo de cautela que no había estado en sus oscuros ojos antes, no podía apreciar ningún otro cambio destacable en ella.
Fue capturada. —le gruñó Sesshōmaru.
La bestia no reaccionó al arrebato. Respetar el vínculo entre la cría humana y el Lord no significaba que debía entenderlo. A menos que fuese su propia hembra la que estuviese en riesgo, le tenía sin ningún cuidado lo que pudiera pasarle a otros seres humanos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Sesshōmaru? ¿Dónde diablos está Kagome?
La mirada dorada se dirigió al hanyou, tan fría como el hielo. Yako aprovechó ese momento para observar las características completamente humanas del medio hermano del Lord, sonriendo con ironía ante las circunstancias. Un ser que había sido incapaz de mantenerse en su forma más ventajosa se estaba atreviendo a preguntar por su hembra.
—La cría. —declaró con simpleza.
Rin. —lo corrigió su contraparte, frustrado.
—Rin. —repitió Yako sin modificar su tono seco ni un ápice.
La pequeña cría lo observó desde una de las enormes patas del yōkai dragón, frunciendo ligeramente el ceño de una manera que le recordó terriblemente a su hembra. ¿Podría esa pequeña cosita llegar a parecerse un día a la mujer humana que le pertenecía o sería meramente una característica compartida entre las hembras humanas en general?
—¿Sesshōmaru-sama? —vaciló la niña.
Yako volvió a clavar su mirada en ella, sorprendido por la cantidad de valentía en su pequeño cuerpo. Era consciente de que la cría reconocía las sutiles diferencias entre su protector y Él pero no parecía demasiado preocupada por ellas mientras comenzaba a acercarse lentamente a su posición. El Lord la había educado bien.
Cuando la diminuta humana lo alcanzó, la bestia se sorprendió aún más por la notable diferencia entre sus tamaños. La hembra humana que les pertenecía le había parecido extremadamente pequeña y frágil desde que la encontraron, sin embargo, ésta insignificante cosita parecía incluso más diminuta y delicada que la otra humana. ¿Cómo había podido el Lord sostenerla y cuidarla durante tanto tiempo?
—¿Sesshōmaru-sama? —repitió Rin.
Yako no le respondió, ni siquiera cuando la diminuta mano se acercó y tomó tímidamente la tela que conformaba la parte inferior de la vestimenta del Lord. En cambio, continuó observándola con algo cercano a la fascinación e incredulidad. ¿Cómo podía ser tan diminuta?
Es una niña. —suspiró exasperado el Lord.
Eso ya lo sabía la bestia. Simplemente seguía pareciéndole demasiado increíble su tamaño. Si Yako adquiriera su verdadera forma alguna vez tan cerca de ella, probablemente no la vería y terminaría haciéndola pedazos con sus patas y garras. Entonces ni el Lord, ni su hembra humana estarían felices. Aunque...
¿Nuestras crías con la hembra se verán así? —se preguntó, tan fascinado como repentinamente preocupado.
Cuando se apareara con la hembra humana encerrada en su Fortaleza, ¿sus crías serían así de pequeñas? ¿Cómo podría protegerlas si parecía que hasta el soplo más fuerte de viento podría destrozarlas?
No. —respondió duramente Sesshōmaru.
No, por supuesto que no. Las crías que tuvieran serían sólo medio humanas, tendrían más defensas. De todos modos, Yako todavía tenía sus dudas. Su hembra también era extremadamente pequeña en comparación con su verdadero tamaño e incluso comparado con el del Lord.
Ajena al debate entre ambas partes del poderoso daiyōkai, Rin rodeó cuidadosamente una de las piernas del demonio y por primera vez desde que había despertado, volvió a sentirse en calma y a salvo. El Señor Sesshōmaru había venido por ella y ahora todo estaría bien. Él se desharía de esos dos horribles seres para siempre.
Atónito por el repentino movimiento, Yako bajó la mirada hasta el pequeño cuerpo y a punto estuvo de estremecerse. Así como al Lord, no le gustaba ser tocado por otros, a excepción de su hermosa hembra. Sin embargo, tras unos instantes de vacilación, bajó su mano con garras hasta la diminuta espalda y la sostuvo unos pocos segundos.
—Gracias por venir, Sesshōmaru-sama. —le susurró la niña, viéndolo con sus enormes ojos tan parecidos a los de su hembra. —Rin estaba muy asustada.
Serán unas crías hermosas y valientes. —pensó con orgullo la bestia.
Si llegaban a poseer aunque fuera tan sólo una pizca de la increíble belleza de su hembra Kagome, y algo más de esa entrañable fortaleza que había ido creciendo en ésta chiquilla, y que parecía ser un signo representativo de la especie humana en general, entonces lo serían.
Sin crías. —gruñó Sesshōmaru molesto.
Yako no discutió con su contraparte. Tenerlas o no tenerlas era una decisión que no discutiría con éste; tampoco necesitaba su permiso para aparearse con la hembra humana. La bestia quería algunos cachorros y los iba a tener.
—Maldita sea, Sesshōmaru. —dijo el hanyou. —Eso es jodidamente espeluznante.
Sesshōmaru le frunció el ceño a Inuyasha, renuentemente de acuerdo con él. Desde que había reclamado a la mujer humana, la bestia había estado actuando extrañamente. No sólo conjuraba pensamientos bastantes perturbadores sobre crías mitad humanas y mitad yōkai, o de cachorros persiguiendo su verdadera forma, sino que parecía estar aferrándose cada vez más al control sobre su cuerpo compartido.
—Calla, insignificante humano.
—¡¿Qué mierda?! —gritó Inuyasha. —Te voy a enseñar lo que un "insignificante humano" puede hacerte.
—Detente, Inuyasha.
Preparándose para pelear, la bestia observó a la pálida mujer salir de la cabaña para detener al hanyou. Sus ojos se estrecharon sobre ella, recordando el encuentro anterior del Lord y el resultado final del mismo. Entonces frunció el ceño. ¿Por qué de repente todas las hembras con las que se encontraba le recordaban a SU hembra? Éste pálido cadáver de ojos vacíos compartía todavía más similitudes con ella que la cría aferrada a su pierna.
La necesito. —gimió lastimeramente, asociando las similitudes encontradas con su insano anhelo por tenerla de vuelta con Él.
Sesshōmaru no se molestó en corregirlo. Lidiar con un Yako necesitado era mucho más sencillo que con una bestia irracional cuya capacidad para procesar la información que tendría que darle para explicarse, sería bastante limitada. A Yako no le gustaban los detalles, prefería respuestas simples y exactas. Nada complejo, era demasiado perezoso para algo más.
Volvamos. —le dijo.
Realmente no le importaban los problemas en los que este grupo de humanos parecían haberse metido. Más allá de la evidente transformación del hanyou, los rostros de cada uno de los presentes lucía demacrado y lleno de líneas de tensión que eran clara evidencia de lo que debieron haber enfrentado.
—Rin, vámonos.
—¡Oye Sesshōmaru! ¡No puedes solo irte así! —exclamó el hanyou.
Yako volvió a ignorarlo y se dio media vuelta, dispuesto a emprender la marcha de vuelta a la Fortaleza. Todavía aferrada a su pierna, la cría tiró de su ropa para llamar su atención antes de que pudiera dar el primer paso.
—Señor Sesshōmaru, no podemos irnos todavía. —le dijo preocupada. —Hay dos monstruos que quieren hacerle daño a Kagome-chan.
Los dorados ojos de la bestia volvieron a deslizarse sobre ella, absorbiendo cada uno de los detalles que delataban la sincera preocupación y angustia de la niña por la mujer que les pertenecía.
—Lo sé. —respondió con sequedad.
Se ocuparía de ellos apenas tuviera a ambas hembras humanas resguardadas en la Fortaleza y lejos de cualquier pelea que fuera a desatarse. Mientras más se resistiera la chiquilla a seguirlo y más tardaran en volver, más tiempo tendrían esos Seres para tomar ventaja; y más salvaje se volvería la bestia cuando amenazaran a la mujer humana nuevamente.
—Sesshōmaru, ¿podrías al menos decirnos dónde está la Señorita Kagome? —preguntó el monje desde su posición a un lado de Sango. —Por favor.
Yako se resistía a dar explicaciones pero Sesshōmaru sabía que al menos les debía una respuesta después de que rescataran y cuidaran de Rin durante su ausencia. No le gustaba estar en deuda de ninguna manera con nadie.
—A salvo.
—Gracias. —respondió con profundo alivio la exterminadora.
Sesshōmaru asintió imperceptiblemente y volvió a llamar a Rin y al yōkai dragón antes de empezar a caminar. Mientras la niña se despedía con profundos agradecimientos y dulces sonrisas del grupo humano, un mal presentimiento comenzó a abrirse paso por su cuerpo.
No. —gruñó la bestia.
Congelado a unos pocos pasos del grupo, la bestia siguió la débil conexión que habían conseguido forjar con la hembra humana e instantes después cerró los ojos intentando contener su furia. ¡Qué lo maldigan! La hembra lo había desobedecido deliberadamente.
Fue hacia el bosque. —señaló el Lord, preocupado por la corriente de pensamientos y sensaciones intercambiándose a través de su enlace con la bestia.
Un bajo y grave sonido comenzó a vibrar en el pecho de Sesshōmaru, forzando a retroceder a la niña hasta el enorme cuerpo del yōkai de dos cabezas. Incapaz de detener el sonido gutural, la bestia cerró ambas manos en puños cuando sus garras se alargaron y engrosaron unos centímetros más.
Contrólate. —ordenó Sesshōmaru, siendo testigo del fino hilo de control al que se aferraba la bestia mientras veía a la mujer humana internarse en el bosque y caminar sin rumbo por éste, ajena al peligro.
—Se escapó, ¿no? —preguntó burlón Inuyasha. —No es de extrañar, Kagome nunca ha sido buena escuchando indicaciones.
Sango se volteó sorprendida a ver a su amigo. Sabía que nunca se había llevado bien con su medio hermano, incluso a pesar de la tregua a la que parecían haber llegado tras derrotar a Naraku; pero tampoco había visto a su amigo como un suicida. Provocar a un claramente molesto daiyōkai no era lo más inteligente.
—Inuyasha, cállate. —ordenó Miroku con severidad.
Tan observador como era, no se había perdido el crecimiento de las garras del daiyōkai, ni el discreto pero evidente incremento en su masa muscular y el creciente gruñido expandiéndose por su cuerpo. Lo que sea que se hubiera apoderado de Sesshōmaru parecía a punto de perder el fino hilo de cordura y control que le quedaba. No quería estar cerca, ni dejar cerca a ninguno de sus amigos cuando finalmente explotara.
—Rin. —gruñó a través de dientes apretados y relucientes colmillos. —Aguarda aquí.
La temerosa mirada de la niña se apartó de su Amo tras echarle un rápido vistazo a su rostro. Era probable que fuese la única que lo había visto dada la posición de espaldas en la que ambos estaban pero se había quedado sin palabras.
Viajando con el Señor Sesshōmaru desde hace mucho tiempo, Rin había estado cerca de verlo transformarse en múltiples ocasiones. Sin embargo, esto era diferente. Los rasgos de su rostro habían mutado de tal manera que las marcas púrpuras parecían haberse agrandado y estilizado todavía más, le habían crecido los colmillos y ahora asomaban entre sus labios como los de un depredador a punto de atacar. Era como si el Amo Sesshōmaru a punto de transformarse se hubiera quedado atascado a la mitad, con la mitad de sus rasgos humanoides en su lugar, y los rasgos de esa otra criatura en la que se transformaba amplificando todo lo demás.
—Sí. —respondió la niña, aferrándose al yōkai de dos cabezas.
Cuando el daiyōkai comenzó a caminar de vuelta hacia el bosque con el cuerpo tenso y el gruñido todavía vibrando en su pecho, Rin volteó a ver al grupo humano y tirando de Ah-Un, volvió a la cabaña, situándose a un lado de Sango, quien rápidamente la rodeó con un brazo.
—¡Keh! ¿A dónde demonios vas, Sesshōmaru?
Yako volvió a ignorarlo, demasiado concentrado en controlarse. Sin embargo, cuando el rastro de la hembra humana desapareció durante unos minutos de su conexión, finalmente lo perdió de sí. Estrechando la mirada, dejó que sus reprimidos sentidos se liberaran y apartó la fuerza del Lord del frente, arrancándole el poco control que pudiera aún poseer en su enlace.
Yako, no. —advirtió el Lord.
—A cazar. —murmuró entre sus caninos alargados, sin darse la vuelta.
Ya era hora de que su insolente hembra comprendiera lo que la desobediencia y el exceso de valentía significaban en el lenguaje de su especie. Tal vez entonces por fin entendiera por qué nunca se debía desafiar a una...
... Bestia.
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