Capítulo 40: Saki
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Saki
Kagome miró con desafío a su interlocutor. Probablemente la postura rígida que había adquirido el cuerpo de Sesshōmaru tras el primer enfrentamiento debió haberla disuadido lo suficiente de continuar la discusión pero ya era tarde para eso. Poco después de que Jaken había irrumpido en el jardín relatando su encuentro con el otro Ser, el infierno se había desatado.
—Repítelo. —retó a la criatura.
Yako gruñó en advertencia. La hembra humana lo estaba retando. La postura tensa con las manos en las caderas, el ceño fruncido en su bonito rostro y su respuesta mordaz eran sólo el primer indicio de que iba a pelear contra Él. El Lord le había advertido que procediera con cautela dada la terquedad de la chica pero la bestia no había querido escucharlo. ¿Qué necesidad había de hacerlo cuando el dominante entre ellos evidentemente era Él? Aunque peleara con toda su fuerza, la hembra no tenía una oportunidad.
—Tú no vas. —repitió lentamente, la advertencia coloreando su voz.
La joven del futuro estrechó la mirada, furiosa. Su poder espiritual latía en sus venas, todavía débil pero constante. Chisporroteando con cada negativa de la criatura frente a ella, como si el peligro acechara y se estuviera preparando para defenderla.
—No recuerdo haberte pedido permiso. —le dijo con mordacidad.
Un músculo tembló imperceptiblemente en la mandíbula del daiyōkai. Kagome sabía que probablemente lo estaba empujando demasiado pero ser dejada atrás cuando Rin corría peligro por su culpa, no era algo a lo que iba a ceder. Mucho menos si la idea nacía de una bestia que parecía ser todavía más irascible que su huésped principal.
—No me provoques, hembra. —ladró Yako.
Deseo y violencia peleaban entre sí ante el desafío. Por un lado, la bestia no podía evitar sentirse excitado por el desafío de su hembra, una clara muestra de su valentía y poder; pero tampoco podía evitar sentirse molesto ante su negativa a obedecer.
Cuidado. —siseó el Lord en su cabeza.
Yako le gruñó en respuesta. La insinuación de que podría hacerle daño muy clara en su mente a pesar de la única palabra emitida por su contraparte. No lo haría. Podría darle un par de mordiscos para mostrarle quién tenía el poder pero jamás la dañaría irreparablemente.
—Maldita sea, no soy una "hembra".
Kagome bufó, lanzando ambas manos al aire. No podía decir cuál término jugaba más con sus nervios, si el "mujer" de Sesshōmaru o el reciente "hembra" de aquella parte que parecía representar el lado animal del daiyōkai. Muy probablemente ambos.
La bestia la miró confundido por unos instantes. La humana definitivamente era una hembra. Lo había comprobado cada noche desde que su esencia lo había despertado e incluso ahora el vaivén de sus caderas mientras se movía frustrada era puramente femenino.
—Deja de verme así, no lo decía literalmente. —suspiró derrotada.
Kagome sacudió la cabeza, no deseando por primera vez tener una palabra mágica que usar para meterle algo de sentido común al demonio. Con Inuyasha había funcionado cuando su terquedad superaba su inteligencia.
—Está bien, pensemos claramente. —inició después de respirar profundamente para calmarse. —Por lo que sabemos, hay dos Seres por ahí. Uno se llevó a Rin y se hizo pasar por ella. El otro sigue vagando por ahí y es posible que mis amigos también estén en peligro. Por consiguiente, no importa cómo lo veas, la mejor oportunidad que tenemos para encontrarla es dividirnos.
—No.
—Maldición, déjame terminar. —le dijo furiosamente. —Si te...preocupa que vaya sola, puedo ir contigo y Jaken puede buscar en la otra dirección.
—No.
—¡Soy perfectamente capaz de defenderme y pelear!
Eso último era una mentira. Su poder espiritual no estaba de ninguna manera en forma. Podía ser suficiente para defenderla en un caso de extrema urgencia pero sus ataques no tendrían la cantidad de energía necesaria para ser realmente efectivos. Sin embargo, no era información que Sesshōmaru o Yako necesitaran saber.
No hay tiempo. —soltó con frialdad el Lord.
Yako lo sabía. Podía sentir la ansiedad de su contraparte latiendo bajo la capa de frialdad con la que se cubría. Su protegida corría peligro, la idea de exponer a la hembra que ambos habían aceptado lo preocupaba y sus lealtades estaban divididas. Renunciar a una para proteger a la otra.
—Te quedas. —sentenció con gravedad.
La bestia observó a la hembra prepararse para volver a discutir y tomó una decisión. A diferencia del Lord, nunca había desarrollado un apego hacia la cría humana que protegía, pero respetaba la importancia del vínculo que se había forjado entre ellos. No había duda de que irían por ella.
Sin embargo, no expondría a su hembra. La dejaría resguardada en la Fortaleza, pondría al fiel sirviente del Lord al cuidado de ella y partiría de inmediato por la cría. Durante el tiempo que le tomara rastrearla, dejaría el control en manos de su contraparte y monitorearía a la humana a distancia valiéndose de la frágil conexión que había establecido el daiyōkai al tomarla. Ese era el plan y ninguna hembra humana con demasiado valor y sensuales curvas lo haría cambiar de parecer.
—Te he dicho que-
Kagome nunca pudo terminar lo que iba a decir. Un segundo estaba enfrentando con decisión al poderoso cuerpo de Sesshōmaru y, al siguiente, su mundo estaba una vez más de cabeza.
Sí, literalmente.
¡No de nuevo! —gritó furiosa en su mente.
Doblada en dos sobre el hombro del daiyōkai, Kagome agradeció por segunda vez en menos de una hora no haber perdido un ojo por la armadura que sobresalía de éste. Ser cargada como un bulto se estaba volviendo rápidamente en una molesta costumbre de este hombre.
—¿Es enserio? ¿No se te ocurre una mejor forma de arreglar las cosas que acarrearme como un saco? —le bufó molesta.
Incluso con los pocos segundos que llevaba de cabeza, la sangre ya se estaba agolpando incómodamente en su frente y su estómago ya estaba comenzando a sufrir las consecuencias de ser machacado por el duro hombro de Sesshōmaru. De modo que, sintiéndose aún más frustrada por la situación, Kagome cerró las manos en puño y golpeó la espalda media del daiyōkai, consiguiendo únicamente gemir de dolor tras el impacto.
Maldita espalda estúpidamente musculosa. —maldijo mentalmente.
La bestia sólo se río en respuesta al débil ataque, su mano subiendo peligrosamente hacia el redondeado trasero de la hembra. El Lord se lo había sugerido aquella vez pero mentiría si dijera que la experiencia no le había gustado. Un golpe por una palmada no era un mal trato.
No. —siseó el Lord.
Yako aulló divertido y acarició con sus garras la tersa piel expuesta de las piernas colgantes. Kagome se retorció e impulsó lo mejor que pudo en el cuerpo de Sesshōmaru para ver qué tenía tan divertida a la criatura pero se congeló cuando sintió el roce de sus garras sobre sus piernas. Un mal presentimiento ascendiendo con la misma rapidez que el rubor por su cuerpo.
—Ni siquiera lo pienses. —le advirtió.
Cuando las garras siguieron ascendiendo en una perezosa caricia, Kagome se erizó. Sus manos –todavía cerradas en puño– volvieron a alzarse dispuestas a golpear la espalda de la bestia por segunda vez pero nunca llegaron a destino. De repente, la esponjosa estola se había enredado en ellas hasta el punto en que no pudo moverlas.
Sorprendida por la recién descubierta capacidad de movimiento que tenía la mullida superficie, la sacerdotisa abrió las manos y la estola terminó por enrollarse en torno a sus dedos y muñecas. Kagome no podría decir que la "cola" de Yako tuviese gran flexibilidad dado que no se había limitado a rodearle las muñecas, sino que poseía más bien una cualidad de densidad. No giraba como la cola de un felino, sino que se expandía y la absorbía hacia su esponjoso interior.
—Eso es pelear sucio. —murmuró, rindiéndose ante la nueva situación.
Yako se rio entre dientes, apartando la mano del cuerpo humano. Por mucho que sus instintos estuviesen presionándolo para continuar con la muestra de dominio, el Lord tenía razón. No tenían tiempo para seguir discutiendo con la hembra.
—Jaken. —llamó al sirviente.
El pequeño demonio sapo había estado observando con ojos exorbitados toda la escena. Consciente de que la tempestuosa bestia de su Amo estaba al mando, había esperado ver comportamientos dispares a los de su querido Sesshōmaru-sama. Sin embargo, nada lo había preparado para todo lo que había visto y escuchado.
La baja y ronca risa emergiendo del cuerpo del daiyōkai, los gruñidos animales, la forma en que permitió que una simple humana se dirigiera a su magnánima presencia, la manera en que había tomado el cuerpo de la chica y más tarde lo había acariciado con una mirada cargada de lujuria. Nada, absolutamente nada de lo que se habría permitido su verdadero Amo.
¡Era un ultraje!
Aún anonadado por sus acciones, Jaken no pudo evitar sentirse ofendido. ¿En qué momento había sucedido todo esto? ¡La humana reconocía a la bestia! Y la trataba como una entidad independiente. Además, ¡Sesshōmaru-sama no estaba peleando por el control!
—Jaken. —ladró nuevamente Yako.
Arrancado de sus pensamientos, el demonio sapo tembló. Dirigió su mirada a la brillante de la bestia y casi inmediatamente la bajó en sumisión. Cuando lo escuchó comenzar a caminar con una humana ahora silenciosa e inmóvil, lo siguió con rapidez. Campanas de alarma resonando profusamente en su mente.
—¿Cuál es el plan, oh Gran Inu-yōkai? —preguntó socarronamente la humana. —¿Dejarme aquí encerrada mientras vas a ser el héroe?
Con la boca abierta, Jaken esperó el arrebato violento de la bestia pero tras largos momentos sin respuesta o reacción evidente, el alma se le fue a los pies. La humana tenía domada a la bestia.
—Déjame advertirte de una vez que no va a funcionar. —continuó mientras avanzaban por los pasillos de la Fortaleza. —Aunque me encierres, te juro que encontraré una forma de salir de aquí.
Nuevamente expectante por la respuesta de la bestia, Jaken se decepcionó cuando sólo un gruñido escapó del cuerpo de su Amo. Sus ojos lagrimearon dramáticamente mientras estiraba su mano en un intento por alcanzar la espalda de su Amo bonito. ¿Qué le estaban haciendo a su poderoso cuerpo? ¿A su forjada personalidad y reconocido estoicismo?
—Inténtalo. —gruñó Yako finalmente al detenerse frente a una puerta.
Kagome no podía ver a dónde habían llegado y tampoco conocía todavía la Fortaleza para poder reconocer los pasillos recorridos pero era fácil deducirlo. Tampoco se había perdido la advertencia en el tono de la criatura, no del tipo juguetón con que solía provocarla, sino una claramente amenazante y sincera.
—No puedes dejarme aquí, Rin podría necesitarme. —lo intentó por última vez.
—Puedo.
Abriendo con demasiada fuerza la puerta, Yako la lanzó sobre el futón donde se había despertado esa misma mañana y la observó con hambre. Sin embargo, su improvisado kimono exponiendo más de lo permitido, la hizo ruborizar y apartar la mirada. No es que para ese momento incluso Jaken no hubiese visto ya todos sus tesoros, considerando la tosca forma en que la bestia la había acarreado, pero seguía teniendo algo de pudor.
Cuando la oscura mirada no volvió a cruzarse con la dorada, Yako dio media vuelta y salió cerrando la puerta tras de sí. Un Jaken demasiado sorprendido lo recibió en silencio mientras la bestia aseguraba la única entrada y salida con todo mueble a su alcance.
—Vigílala. —ordenó una vez terminada la tarea. —No la toques.
Jaken asintió en silencio y se apartó con rapidez de su camino cuando un Yako repentinamente serio volvió por el pasillo. En el interior, sólo los amortiguados gritos humanos podían escucharse en una cacofonía de maldiciones e insultos que –aún sin entender– tenían al demonio sapo queriendo lavarse los oídos con jabón.
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Kagome suspiró por duodécima vez. Después de gritar hasta el cansancio su frustración y maldecir de mil y un maneras a daiyōkai y bestia por igual, finalmente se había dejado caer de espaldas en el futón. Desde entonces lo único que había hecho era admirar el techo y tratar de pensar en una manera de escapar.
La entrada principal había quedado descartada incluso desde antes de que intentara abrirla poco después de que la encerraran, cuando había escuchado el movimiento de pesados muebles por el pasillo. Había una ventana en la habitación pero tampoco había tardado mucho en descubrir que a la altura en la que se encontraba, una caída podría matarla.
Razonar con Jaken tampoco había funcionado. El demonio sapo no sólo había dejado claro que la culpaba por verse ahí atrapado con ella cuando podría estar buscando a Rin, sino que su desagrado hacia ella parecía haberse incrementado recientemente.
Por consiguiente y, tras darle muchas vueltas, su única opción seguía siendo la ventana. Poniéndose de pie, volvió a echarle un vistazo. No había encontrado nada en la habitación que pudiera servirle ni remotamente para hacer una soga. En cambio, sí había dado con su arco y flechas.
Vamos, Kagome, no es momento de rendirse. Tienes que salir de aquí. —pensó.
Asomándose nuevamente por la ventana, buscó entre las paredes de piedra salientes que fueran suficientemente grandes para aferrarse e inspiró con miedo. Nunca había tenido realmente problemas con las alturas pero generalmente cuando las enfrentaba iba a cuestas de Inuyasha o en Kirara. Su seguridad, pues, no dependía sólo de ella. Esta era una situación completamente diferente.
No seas cobarde. Puedes hacerlo. —se dio ánimos.
Sus ojos volvieron a descender por la pared y suspiró. Tendría que hacerlo. Ya había perdido demasiado tiempo buscando otras opciones y había una urgencia creciendo en ella por escapar que no podía simplemente ignorar.
Bien, aquí vamos. —suspiró.
Reajustando su improvisada ropa, hizo una mueca al pensar en lo impráctica que sería para descender y metió la cuerda del arco por el brazo hasta su hombro, las flechas ya cargadas a su espalda. No iba a tener el descenso más fácil pero de alguna manera lo conseguiría.
Kagome pasó una pierna por encima del marco abierto de la ventana y tragó fuerte al ver la altura. Sacudió la cabeza un par de veces y buscó a tientas con el pie el primer saliente que había visto. Al hacer contacto, guio su otra pierna hacia el mismo y se aferró al marco con las manos, respirando aceleradamente.
Cómo me arrepiento de no haber ido a esa excursión escolar para aprender a escalar. —pensó con angustia.
Lenta y cuidadosamente repitió el mismo proceso con cada saliente, gimiendo con cada raspón de las filosas piedras a las plantas de sus pies y a la piel de sus manos. Aunque lenta en su avance, Kagome no pudo evitar respirar un poco más tranquila al ver que lo estaba consiguiendo.
Lo estás haciendo muy bien. —se felicitó.
Cuando pocos metros la separaban del suelo, su suerte se acabó. El saliente donde había apoyado su pie se quebró al contacto y su cuerpo resbaló por la piedra, llevándola hacia abajo en un camino lleno de rocas afiladas que arañaron cuanta piel encontraron expuesta hasta el duro golpe final que le sacó todo el aire.
Su cabeza golpeó el césped reseco y durante unos instantes, todo a su alrededor giró en una vorágine que hizo ascender las náuseas por su garganta. Intentando detener el mareo, la chica se forzó a recuperar el aire, inhalando y exhalando lentamente. Cuando el mundo finalmente dejó de girar, Kagome –aún recostada– hizo un examen de su cuerpo.
Creo que no me he roto nada, qué alivio. —pensó.
Podía mover todos los miembros de su cuerpo sin mayor problema aunque cada movimiento disparaba un dolor agudo por cada raspón y herida que se había hecho durante la caída. Había sangre manando de algunos raspones pero el cielo sabía que no tenía todavía la fuerza suficiente para averiguar de cuáles. Así que se quedó ahí unos minutos más, observando caer sobre ella rayos de sol que no emitían calor.
—Qué extraño. —susurró.
Dado el tiempo transcurrido, Kagome sabía que pronto atardecería pero el brillante sol en lo alto parecía indicar lo contrario. En lugar de ir bajando acorde a las horas, parecía no haberse movido ni un milímetro desde esa mañana, como si la Tierra hubiera dejado de rotar a su alrededor.
Riéndose por los detalles a los que estaba prestando atención en una situación tan precaria, la joven finalmente se giró sobre sí misma, siseando cuando sus lesionadas rodillas hicieron contacto con la tierra. Apoyándose así en manos y rodillas, se puso de pie y vio a su alrededor.
Su accidentado descenso nada más la había bajado un nivel de la Fortaleza pero por lo que recordaba de su llegada, todavía le faltaba bajar algunos más antes de poder salir de ahí.
—Afortunadamente hay escaleras. —dijo divertida.
Rápidamente le dio un repaso a sus endebles ropas y sacudiéndose el polvo, suspiró aliviada de conservar por lo menos algo de su modestia. Entonces emprendió la marcha rumbo a la salida, perdiendo la cuenta de los escalones y niveles por los que fue pasando tras el tercero.
Cuando finalmente llegó a las imponentes puertas principales sin nadie que se le cruzara en el camino, alzó el puño en victoria con una enorme sonrisa. ¡Lo había conseguido! Ese enorme perro no podría negar que se lo había advertido.
Sin embargo, al atravesar las puertas, la sonrisa en sus labios murió.
De repente, Kagome sintió como si una enorme burbuja explotara a su alrededor. El exterior de la Fortaleza la recibió con un cielo nublado repleto de nubes cargadas de lluvia, fuertes ráfagas de viento y el indescriptible retumbar de los truenos naciendo desde las mismísimas entrañas de la tierra.
—¿Qué?
Al voltear hacia atrás, la joven del futuro observó la escena del permanente sol comenzar a resquebrajarse frente a sus ojos, como si un cristal fuese partido y los trozos rotos comenzaran a caer uno por uno, dejando tras de sí el mismo escenario con un ambiente completamente diferente.
La neblina generada por la temperatura exterior y el ambiente comenzó a apoderarse de la Fortaleza ocultando los niveles superiores hasta que la sacerdotisa ya no fue capaz de verlos. Un relámpago partió el cielo y el trueno que le siguió hizo temblar el suelo bajo sus pies.
Respingando, Kagome tropezó hacia atrás. La lluvia comenzó a caer ligera sobre ella y se apresuró hacia el bosque, buscando el endeble refugio de los altos árboles. Descalza y con los restos del kimono de Sesshōmaru como única ropa, la joven del futuro se internó cada vez más, intentando dar sentido a lo que estaba sucediendo.
¿Qué había pasado? ¿Cómo la Fortaleza había podido permanecer en calma cuando todo en el exterior parecía estar desmoronándose? No tenía ningún sentido y, sin embargo, sabía que era real. Kagome había visto la escena desquebrajarse frente a sus ojos.
Avanzando cada vez más rápido, la joven sólo se detuvo cuando repentinamente su poder espiritual chisporroteó en sus venas, en una señal de alerta. Respirando aceleradamente por la carrera, Kagome miró a su alrededor en busca del peligro y tomó el arco en sus manos.
Un par de instantes pasaron sin que hubiese más movimiento que el de las gotas de agua al impactar el follaje a su alrededor. Su poder espiritual todavía latiendo en respuesta al entorno.
Cuando Kagome estaba a punto de desdeñar la alarma, algo llamó su atención. Unos cuantos metros por delante de ella, brillantes hilos de plata se movían en el aire como si estuvieran danzando. Aferrando con firmeza su arco, la chica se acercó con decisión a ellos y, cuando éstos comenzaron a alejarse en el mismo movimiento zigzagueante, los siguió.
Después de varios minutos de continua caminata, luciérnagas del mismo tono de plata comenzaron a salpicar el bosque, arremolinándose en los árboles y danzando alrededor de los hilos. Y metros más adelante, brillantes hilos azul celeste que refulgían como diamantes comenzaron a entrelazarse con los plateados, mientras que pequeñas luces del mismo azul desfilaban junto a las restantes luciérnagas.
Es hermoso. —pensó maravillada la chica.
Sus pies dejaron de sentir la incomodidad del terroso suelo cuando tocaron el césped más prístino y mullido que alguna vez había sentido. Los hilos volvieron a separarse y se arremolinaron a su alrededor sin dejar de guiar el camino, iluminando la nubosidad del cielo con sus brillantes colores.
Cuando finalmente se detuvieron a los pies de una pequeña cascada, las luciérnagas se esparcieron alrededor del pequeño espacio abierto y permanecieron inertes en el aire, iluminando mágicamente el lugar. Los hilos, por su parte, se desenredaron y flotaron de vuelta a la pequeña figura sentada sobre una roca en mitad del cuerpo de agua donde desembocaba la cascada, continuando su danza alrededor de ella.
—Kagome-chan.
La delicada voz sacó de su ensoñación a la chica y Kagome se tensó. Sentada sobre la roca, con los danzantes hilos moviéndose a su alrededor esperaba la misma niña que había visto en la aldea de la anciana Kaede, la misma criatura que Jaken había descrito y que la joven ahora sabía que era de la misma naturaleza que el Ser que la había estado acosando.
—Tú. —apenas se las arregló para decir en medio de su furia.
—Llevo un tiempo esperándote, Kagome-chan. —continuó la niña como si no hubiese notado el desprecio en su voz. —No pensé que le tomaría tanto tiempo al Lord, ahora casi se ha terminado.
—¿De qué estás hablando?
—Por supuesto que no lo sabes. —se rio la niña.
Kagome apretó la mano sobre su arco y la niña dejó de reír, cambiando su expresión por una de repentina tristeza. Entonces se puso de pie sobre la roca y miró hacia el cielo ahora oscurecido.
—¿Me odias, Kagome-chan? —preguntó con tristeza. —¿Me odias por lo que le hice a la pequeña Rin?
La sacerdotisa no respondió. Tampoco tenía que hacerlo, Ai sabía todo lo que la joven frente a sí estaba sintiendo y pensando, sabía todo lo que había pasado y lo que le pasaría. Ai lo sabía todo, siempre.
—Yo sólo quería una familia. —susurró hacia el cielo.
Por un momento, el corazón de Kagome se rompió. Por la niña anhelante de afecto y por la niña arrancada de la seguridad de un protector a manos de una criatura que sólo quería lo que la otra tenía.
—La que me arrebataron. —continuó, una sola lágrima derramándose de uno de sus ojos. —Rin-chan y yo somos más parecidas de lo que piensas. No fue difícil meterme en su papel. ¿Notaste alguna diferencia, Kagome-chan?
La joven del futuro continuó observándola, sin responder. Quizás había habido momentos donde la sabiduría en las palabras de Rin la habían hecho sospechar pero no les había prestado la debida atención, más distraída por...el Otro.
—Es una lástima que no pudiera durar. —susurró, devolviendo la mirada a la miko. —Los recuerdos no perdonan, Kagome-chan. Y una vez que uno recuerda todo, ya no se puede volver a fingir.
—Lo has estado ayudando todo este tiempo. —la acusó.
—Sí, lo he hecho. —respondió con una pequeña sonrisa. —Somos familia.
—Entonces eres igual de mala que él.
Ai escuchó sus palabras y la pequeña sonrisa floreció a una de nostalgia. Tantos milenios como los que había caminado sobre ésta violenta Tierra, no había cambiado mucho a los pobladores a pesar de la evolución de la especie.
—Siempre me lo han dicho. —le respondió. —Ai-chan es una niña mala. Es cruel, nos da lo mejor de la vida para luego arrebatárnoslo cuando más lo queremos. Es vida pero deja el regusto de la muerte. Es esperanza y también desolación. Justicia e injusticia. Ai-chan es un Todo pero también un Nada.
Kagome miró sorprendida a la niña. Sus palabras tan profundas y pesadas que la hicieron dudar de su anterior acusación.
—Lo recordé, Kagome-chan. —le dijo a continuación. —Después de mi encuentro con Rin, comencé a recordar. Y mientras exploraba la Fortaleza en busca de debilidades, terminé de recordar quién era. Quién...Soy.
Ai dio una pequeña vuelta sobre sí misma, como cualquier niña jugando a ser una bailarina de ballet y los hilos de plata y azul giraron con ella, creando una bella danza. Una risa escapó de sus labios antes de volver a detenerse.
—Había una voz que me hablaba constantemente aquí. —dijo, señalando su frente. —Me dijo que prestara atención y cuando finalmente le hice caso, empecé a verlo todo.
El Pasado. El Presente. El Futuro.
—Hice mi trabajo acorde a todo eso y entonces vine aquí a esperarte porque sabía que vendrías. Ai lo sabe todo.
—¿Todo?
—Todo. —confirmó la niña con un pequeño asentimiento.
Kagome continuó observándola sin comprender. Sin embargo, por alguna razón era incapaz de no creerle, como si cada una de las palabras dichas trajera consigo una pesada carga de veracidad imposible de ignorar.
—Una vez que escuché a la voz, ya nunca se calló. —refunfuñó, arrugando la nariz en disgusto. —Entonces Ai-chan comprendió que eran una misma.
La niña le sonrió enormemente y volvió a comenzar a girar. Sin embargo, ésta vez no paró. Los hilos giraron con ella, entrelazándose y multiplicándose hasta formar un capullo a su alrededor, y las luciérnagas comenzaron a brillar intermitentemente. Nuevas luces plateadas descendieron por la pequeña cascada y el espacio circundante volvió a iluminarse con un torrente nuevo de pequeños puntos brillantes que le robaron el aliento.
Cuando los hilos dejaron de girar, comenzaron a desenredarse lentamente dejando a la vista sobre la roca la figura ovillada de una mujer. Las parpadeantes luces de las primeras luciérnagas volvieron a mantenerse fijas y las recién llegadas se les unieron en continuo movimiento.
—¿Ai-chan? —preguntó con cautela.
La figura hasta ahora inmóvil alzó la cabeza y una cascada de rizos rubios casi blanquecinos se derramaron por sus hombros hasta rozar sus pies. Cuando la criatura se puso de pie, los rizos alcanzaron sus caderas, protegiendo la modestia de su cuerpo desnudo.
Kagome se quedó muda. La mujer frente a ella era imposiblemente hermosa, con una cabellera que relucía contra el brillo de diamante que espolvoreaba toda su piel, dando vida a una mirada de un tono de celeste que nunca en su vida había visto y enmarcando el cuerpo más perfecto que podría haber imaginado. Curvas, brillo y suavidad mezclado.
—Saki. —dijo.
La melodiosa voz golpeó a la sacerdotisa como si las notas musicales más suaves y pacíficas acariciaran sus oídos. El tono completamente diferente al de la niña con la que había estado hablando, mucho más profundo a pesar de su sedosidad.
—¿Qué? —balbuceó, incapaz de apartar la mirada de su etérea belleza.
—Saki. —repitió. —Un nombre difícil para alguien sin recuerdos.
Ah, Kagome lo entendió. Atrapada en su infantilidad, Ai sólo había sido capaz de conservar dos letras de su verdadero nombre y con ellas le había dado vida a una nueva personalidad.
—No era una nueva personalidad. —aclaró la hermosa mujer.
—¿Disculpa?
—Ai era mi versión infantil. —dijo. —O como habría sido mi versión infantil si hubiera tenido una.
—¿No tuviste infancia?
—Nosotros no nos desarrollamos como un humano... —respondió con una pequeña sonrisa. —...o yōkai.
La sacerdotisa no se perdió lo implícito en sus palabras: sea lo que fuera ese Ser, no era humano ni yōkai. Con esa nueva información, su curiosidad sólo creció más.
—¿Por qué una niña? —preguntó, optando por un terreno más seguro.
Kagome no estaba segura de querer saber qué era la mujer frente a ella. Temía que, si su verdadera naturaleza resultaba ser más poderosa de lo que habían visto, la esperanza que había comenzado a albergar se extinguiría.
—Era muy joven cuando mi raza comenzó a extinguirse. —explicó. —Antaño humanos y yōkai nos idolatraban por igual, acudían con ofrendas y peticiones buscando poder, protección e incluso amor. Hablaban con nosotros y nos confiaban sus más grandes secretos, sueños y aspiraciones.
El rostro de la criatura se deformó en una mueca de tristeza pero su belleza pareció acentuarse todavía más, como sin importar lo que le disgustara, fuera imposible verse mal.
—Confiaban en que trabajaríamos para cumplir sus peticiones. —continuó. —Un día, humanos y yōkais comenzaron a corromperse, empezaron a dejar de creer y nos abandonaron. Sin ofrendas y contacto, mi raza comenzó a languidecer y dormir por periodos de tiempo cada vez más largos hasta que pocos quedamos en pie.
—Aquellos de los míos que se negaron a ser olvidados se aprovecharon de la corrupción que había contaminado a las especies y prosperaron en su miseria. Mi familia pereció en el sueño y yo quedé atrapada aquí, incapaz de marcharme con ellos, atrapada por el deber de mi naturaleza y mi propio poder.
—Tu raza...
—Eres inteligente, humana. —la interrumpió la hermosa mujer. —Creo que sabes qué soy.
Kagome asintió cuidadosamente, terminando de atar los cabos. Y, conteniendo las ganas de postrarse ante ella como su educación le había enseñado, la joven sacerdotisa le sostuvo la mirada.
—¿Shinkū también lo es?
La mujer asintió. —Atrapado en una búsqueda infructuosa. Una vez corrompida, nuestra especie no tiene marcha atrás.
—¿Cómo puedo detenerlo?
—No puedes.
La joven del futuro apretó con fuerza el arco, sintiéndose impotente. Sabía por la veracidad implícita en cada una de sus palabras que le estaba diciendo la verdad, pero se negaba a rendirse. No cuando sus amigos y el daiyōkai del que se había enamorado junto a su monstruosa bestia corrían peligro.
—Debe haber alguna forma, por favor ayúdame. —suplicó.
—No podemos ser destruidos.
—Pero eres igual que él, seguramente podrías detenerlo. —insistió Kagome.
La criatura ladeó muy levemente la cabeza y la potencia en su mirada hizo que la joven bajara la suya, cohibida. Tal y como alguna vez se había imaginado que sería uno de los suyos si realmente existieran, Kagome no pudo evitar sentirse expuesta ante esa ella.
Mientras no estaba viéndola, la mujer bajó de la roca y caminó sobre el agua con delicados pasos hasta la orilla, sin mojarse ni un ápice. Cuando llegó al nivel de Kagome, dedos finos y elegantes alzaron su barbilla en una caricia tan suave que la chica la sintió como el roce de una pluma.
—Te entregaste al Lord. —susurró.
Kagome asintió, hipnotizada por los finos rasgos de su rostro.
—Pero no a la bestia. —dijo a continuación.
—Son uno mismo. —respondió en su defensa.
La criatura negó suavemente con la cabeza y la soltó, retrocediendo apenas unos centímetros. El poder espiritual dentro de la chica vibró con fuerza, como si le hubiesen inyectado una dosis extra de adrenalina.
—Te ofrezco un trato, humana.
Kagome la vio moverse por la orilla del estanque sin hacer apenas ruido, arrastrando tras de sí hilos forjados en plata y luces celestes. El presentimiento de un acontecimiento importante acercándose.
—Una ofrenda y un sacrificio por cumplir tu petición.
—¿Una ofrenda y un sacrificio?
—No manipulados, sino ofrecidos libremente. —aclaró. —Si me ofreces ambos, te proporcionaré lo necesario para detenerlo.
La joven del futuro consideró sus palabras cuidadosamente. Cientos de historias sobre deidades engañando humanos en su propio beneficio circulaban por su mente, previniéndola. Pero eran mitos sin información comprobable. Lo que tenía frente a sí, en cambio, era real.
—Una cosa más. —intervino antes de que Kagome pudiera dar su respuesta.
Volviendo a ella, la deidad se inclinó sobre el oído humano y le susurró un par de palabras en esa melodiosa voz suya. La humana la escuchó con atención y un ligero rubor coloreó sus mejillas antes de que volviera a apartarse.
—¿Cuál es tu respuesta, humana?
Kagome se mordió el labio inferior, repasando todos los detalles y las últimas palabras que la hermosa criatura le había susurrado. Mientras sus ojos se paseaban por los alrededores notó que las luciérnagas comenzaban a revolotear a su alrededor, haciéndole cosquillas antes de situarse sobre la roca en medio del agua y formar el kanji de "Saki", la forma antigua para "Destino".
Comprendiendo la magnitud de su encuentro y con una decisión tomada, finalmente respondió:
... Acepto.
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