Capítulo 4: Contacto Accidental
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Contacto Accidental
En la vida hay situaciones que roban el aliento a quien las vive, justo como si un gran puño se hubiera estrellado directamente contra el abdomen y hubiera arrebatado todo el aire corriendo hacia los pulmones, asfixiando al organismo momentáneamente.
Kagome había vivido esa clase de momentos en muchas etapas de su vida, y el primer encuentro con un Inuyasha muy molesto y despierto había sido de los más impactantes. Sin embargo, abrir los ojos y verse silenciada inmediatamente por el largo y estilizado dedo índice de Sesshomaru se había llevado por mucho el premio al momento más impactante, y el misterioso puño al que asociaba la pérdida del aire y la movilidad, el más doloroso.
Sesshomaru le resultaba sumamente atractivo, pero jamás había siquiera considerado verlo como un hombre factible para enamorarse. Su tiempo en el Sengoku le había enseñado muchas cosas, y una de ellas, por no decir la más importante, era que demonios y humanos no hacían buena combinación como pareja, y mucho menos cuando un amor pasado ya estaba arraigado en sus corazones y mentes.
—Respira. —ordenó en un susurro demandante.
Kagome parpadeó un par de veces confundida, pero inmediatamente obedeció al tono sedoso y duro del daiyokai. Siendo una chica proveniente de un futuro donde la mujer había pasado años peleando su lugar al nivel de cualquier otro ser del sexo masculino, le resultaba difícil creer que una orden tan sencilla que en otra situación y dirigida por Inuyasha o Miroku hubiera terminado siendo ignorada, proveniente de Sesshomaru había resquebrajado la fuerza de su personalidad y logrado que obedeciera como si sus mismos instintos encontraran en el demonio un bienestar insano.
—Humana. —gruñó.
De repente, el airé volvió a correr por sus pulmones y su corazón se aceleró. La advertencia implícita en el gruñido del demonio había terminado por hacerle reaccionar y recuperar el oxígeno perdido por unos instantes. A su vez, el temor que había sentido junto con la sorpresa por encontrarlo acorralándola bajo su cuerpo se había esfumado, sustituido por un nerviosismo y excitación que le costaba aceptar que Sesshomaru originara. Sin embargo, todavía le resultaba difícil no preocuparse por ser herida teniendo la larga y filosa garra del demonio posada sobre sus delicados labios.
El rostro del daiyokai estaba impasible mientras clavaba su dorada y fría mirada en los ojos color chocolate de la chica. Había sabido el momento exacto en que su presencia había agitado el sueño de la sacerdotisa y se había preparado para mantenerla dominada y callada en su presencia. La precaución que normalmente le tenía sin cuidado sabiéndose tan poderoso como era, ahora tenía un valor casi indigno en su tiempo nocturno. Después de todo, una debilidad que lo impulsaba a ir tras la mujer humana tenía que mantenerse en secreto y un grito involuntario de su parte le sería perjudicial.
Pese a todo, había sentido a su bestia revolverse en su interior incómoda cuando la diminuta humana había dejado de respirar y lo había visto con esos grandes ojos oscuros abiertos en una mezcla de emociones que golpearon sus instintos por unos momentos. Saberse obedecido por la mujer, sin embargo, le había regocijado.
El Lord del Oeste era conocido por su fuerza e inteligencia, así como su sigilo y capacidad de observación. Por tanto, no le había resultado difícil descubrir y descifrar los cambios en la esencia de la miko conforme a las emociones de ésta. El temor abría una ventana a la esencia que lo atraía y le agradaba, sin embargo, la sumisión de la mujer humana, así como la tranquilidad e incluso el débil aroma de la atracción que sentía hacia él, agregaba a su esencia un cambio que simplemente despertaba los instintos más bajos de su bestia, y aunque se negaba a aceptarlo, de su misma persona también.
—Hmm.
El débil gemido de la mujer lo llevó a centrar su completa atención a ella. Inconscientemente, el dedo que había utilizado para silenciarla había comenzando a moverse en una caricia lenta sobre los suaves y rosados labios, y su esencia se llenó con una renovada pizca de terror y placer que atacó sus sentidos.
Kagome suspiró mentalmente y tembló bajo el cuerpo del daiyokai. El Lord del Oeste se había mantenido quieto unos minutos eternos que le habían hecho incluso preocuparse, sin embargo, de repente había empezado a acaricia sus labios, moviendo peligrosamente su garra sobre ellos y preocupándola con la idea de ser envenenada por ellas si la hería por accidente, o a propósito, si es que esa la razón de su presencia ahí.
Observar la mirada antes fría y de un brillante dorado, ahora oscurecida con emociones que no lograba identificar en un ser que raramente cambiaba su semblante, la dejó en completo silencio. Mientras Sesshomaru estaba ido, se las había arreglado para deslizar fuera del saco de dormir sus brazos con el fin de alejar las garras del daiyokai de sus labios. No se había esperado que el daiyokai saliera de su ensimismamiento por el pequeño y vergonzoso sonido que dejó salir con su caricia.
Venga, Kagome. Tienes dos opciones: deshacerte del demonio por tus propios medios y firmar tu sentencia de muerte, o hacer más ruidos para despertar al grupo y guiarlos a una muerte segura". —pensó.
Arriesgar a sus amigos estaba fuera de discusión y con Inuyasha lejos y muy seguramente entretenido con Kikyo, pedir ayuda estaba fuera de cuestión. Sólo le quedaba defenderse a sí misma, y si sobrevivía, averiguar el motivo de la visita de Sesshomaru.
Con mucho cuidado y lentitud, la chica del futuro cerró su mano en torno a la muñeca del daiyokai y tiró de ella tan lejos del rostro como le fue posible. Casi inmediatamente, los ojos de Sesshomaru volvieron a congelarse y destilar el hielo al que todos estaban acostumbrados e incluso, un brillo de odio que no estaba segura de haber visto con anterioridad. De repente, la mano que mantuvo libre y comenzó a buscar algún arma para defenderse en el suelo fue rápidamente aprisionada junto con la otra sobre su cabeza.
—No me toques. —gruñó Sesshomaru.
El daiyokai estaba furioso, descubrió Kagome con rapidez. La presión sobre sus muñecas lo demostraba y el brillo de sus ojos sólo lo reafirmaba. Había logrado evitar ser lastimada y envenenada por sus garras, pero parecía ser que no lo suficientemente inteligente para conservar su vida.
—Lo siento. Tus garras iban a cortarme. —se excusó.
Normalmente no hubiera hecho intento alguno por disculparse, y mucho menos por explicarse, pero Kagome no era estúpida, si hacerlo significaba conservar su vida, lo haría. Desgraciadamente, ahora se daba cuenta que en los hermosos ojos de Sesshomaru ya no había rastro alguno de la calidez que la había hecho consciente de sí misma bajo el atractivo demonio.
—Silencio. —ordenó irritado.
La mujer enamorada de su hermano había osado repeler, alejar y romper el contacto físico entre ellos, y eso no le agradaba a su bestia, aunque él lo prefiriera así. Arrebatarle la única libertad que tenía su diminuto cuerpo oculto por el extraño saco, había sido sólo un extra para hacerse nuevamente con el control de la mujer, y con ello, de la esencia mezclada que despertaba y más complacía a sus instintos.
Kagome cerró los ojos y contuvo la respiración nuevamente. La firme presión de los dedos del daiyokai cerrados en torno a sus muñecas la estaba lastimando en su intento por escapar de la prisión de ese gran cuerpo. Había tratado de mantenerse calmada e inmóvil los primeros segundos en espera de que el demonio se alejara por decisión propia, pero finalmente se había rendido a los indicios de desesperación y nerviosismo que le producía la cercanía con el rostro de rasgos cincelados del daiyokai.
—Inuyasha no está aquí. —susurró en un intento por hacerle desistir del momento.
Cuando era más pequeña, su madre le había inculcado una lección importante. "Si no puedes con el enemigo, únetele". Ciertamente no consideraría bajo ninguna circunstancia unirse a Sesshomaru, y tampoco esperaba que eso fuera lo que buscaba el daiyokai, sin embargo, estaba dispuesta a averiguar lo que buscaba y de ser necesario para proteger a sus amigos tanto como a sí misma, entregárselo. De modo que si quería hablar o pelear con Inuyasha, si bien no se lo entregaría porque seguía teniendo sentimientos por él, al menos le facilitaría la información de su ausencia.
—No lo busco. —respondió con sequedad.
—¿Qué buscas, entonces? —preguntó en un nuevo intento por liberar sus manos del demonio.
Existía la posibilidad de que necesitara ayuda con algún asunto relacionado a Rin, pero dudaba seriamente que para solicitarla o más bien, exigirla, hubiera requerido de hacer toda esta escena y acosarla justo como ahora.
El Lord del Oeste no respondió. La miko no sabía que Sesshomaru había encontrado a su medio hermano en el bosque, sin embargo, sospechaba que tenía conocimiento de con quién estaba. Pese a ello, su bestia parecía no estar de acuerdo con que la mujer mencionara a otro hombre en su presencia, y muchos menos, a un ser que en su condición como hanyou era sumamente inferior en fuerza y resistencia.
—¿Sesshomaru?
—A ti.
La sacerdotisa lo observó boquiabierta, no muy segura de haber escuchado correctamente. El corazón le latió acelerado por unos instantes antes de repasar las posibilidades y opciones por las que Sesshomaru podría estarla buscando en la noche, sin la protección de Inuyasha y con el resto de su grupo perdido en el mundo de los sueños.
—¿Algo está mal con la pequeña Rin?
—No.
Kagome resopló molesta. Las respuestas casi monosilábicas del daiyokai le eran tan insuficientes y desesperantes que le hacía pensar que prefería de sobremanera escuchar las largas discusiones con el necio e infantil de Inuyasha. Otro resoplido más saliendo de ella, y uno de los largos mechones de cabello plateado la forzó a cerrar uno de sus ojos al deslizarse hasta su párpado.
Acostumbrada a lidiar con el cabello de Inuyasha sobre su rostro cada vez que viajaba sobre su espalda y el aire soplaba con fuerza, la chica aprovechó la disminución en el agarre sobre sus muñecas y liberó una de sus manos con la intención de apartar el plateado mechón. Un movimiento en falso por parte del apenas perceptible temblor de su mano, y uno de sus dedos se desvió del camino hacia el cabello y rozó con el nudillo un pedazo de la piel de la frente marcada por la forma de media luna.
Entonces, un gruñido mezclado con un tenue y apenas perceptible gemido rasgó la noche y Sesshomaru observó inmóvil por la sorpresa, cómo los grandes ojos chocolate de la miko se abrían de sobremanera y lo observaban llenos de curiosidad y una sorpresa que sobrepasaba la de él mismo.
Resultaba evidente para quién observara la escena que el sonido que interrumpió los calculados pensamientos del daiyokai había salido de su propia boca una vez registrado el roce accidental de los dedos de la mujer mientras intentaba apartar algunos de los largos mechones de cabello del demonio.
—Demonios. —maldijo con suavidad la chica. —Sesshomaru, te juro que lo siento mucho. No quise tocarte de nuevo. —se apresuró a disculparse.
La fría mirada dorada volvió a oscurecerse y de un momento a otro dejó de estar sobre ella, alzándose en todo su esplendor a unos cuantos metros, como si la distancia le sirviera para mantenerse alejado de una amenaza.
—No vayas a hacerme daño, por favor. —gimió Kagome retrocediendo hasta su arco y flechas.
No creía que fueran a ser mucho contra alguien como Sesshomaru, pero sintiendo la ira del demonio expandirse a su alrededor, esperaba que al menos servirían para inmovilizarlo y retenerlo sin tener que recurrir a una purificación que dañaría a su cuerpo de una manera que destrozaría a Kagome. Pese a su cautela hacia el demonio, no lo quería herido, y sobre todo, no quería ver sobre su cuerpo perfecto alguna herida permanente como el brazo que alguna vez Inuyasha le había cortado y que misteriosamente, el daiyokai había logrado recuperar en uno de sus viajes.
—Sígueme. —ordenó.
—Juro que fue un accidente, sólo quería...
¿Sólo quería, qué? ¿Tocarlo? ¿Descubrir si el plateado cabello era tan suave como parecía? ¿Tener la oportunidad de casualmente deslizar su mano desde su cabello a la esponjosa estola o a las curiosas marcas violetas en su rostro? No tenía una respuesta que sonara lo suficientemente aceptable y no la dejara en ridículo o al borde la muerte, y afortunadamente, tampoco la necesitaba por como parecía exigir silencio la sola presencia y el aura demoníaca del daiyokai.
—Yo... —murmuró nerviosa, apretando el arco con fuerza entre sus manos. —Te sigo pero sólo si prometes no matarme.
—No lo haré.
No fue la promesa que Kagome esperó escuchar, ni siquiera estaba segura de que su respuesta fuera un "no te mataré" en lugar de un "no te prometo nada", pero esperaba que valiera de algo. Estaba a punto de meterse en la guarida del lobo y no estaba contenta con ello. El problema era que cada vez que Sesshomaru ordenaba algo, su cuerpo entero respondía como si no tuviera otra opción y aunque intentaba luchar contra ello, igualmente obedecía.
Ciertamente, no era una buena idea seguir a un demonio que había intentado matarla con anterioridad al interior del bosque, sin embargo, tampoco lo había sido asomarse con curiosidad al pozo en el templo de su familia y terminar siendo arrastrada al Sengoku. La alarma instintiva de supervivencia en su cerebro parecía estar dañada porque pese a ser consciente del peligro que significaba ser buscada por Sesshomaru, convertida en una masa obediente por su voz, y casi asesinada por su caricia, la chica aún se sentía segura con él.
—Rayos, voy a arrepentirme de esto por el resto de mi vida. —suspiró. —Está bien, vamos.
Sus pies comenzaron a moverse siguiendo la alta figura del daiyokai. Y en su espalda, el arco y algunas flechas eran lo único que le brindaron un poco de seguridad y control sobre la situación. Esperaba que sea lo que sea que alguien como Sesshomaru quería de ella, fuera lo suficientemente fácil y poco riesgoso como para devolverla en una sola pieza al campamento.
Por su parte, el orgulloso Lord arqueó de forma imperceptible un extremo de su boca en una media sonrisa. La mujer era sumamente ingenua, y aunque no planeaba hacerle daño directamente, estaba seguro que para cuando terminara la noche, la mujer lo odiaría y temería más que antes, o bien, le debería uno de los momentos más emocionantes y atrevidos de su vida entera.
Las cosas estaban por ponerse interesantes como había pensado más temprano ese día el monje. Con un suspiro de derrota, Kagome se internó en el bosque cada vez más, siguiendo el paso firme y elegante de Sesshomaru, sin despedirse de sus amigos, sin dejar una nota o señal de que estaba bien. Y apenas durante unos segundos escuchó la voz que sonaba como una fuerte alerta en su cabeza: Algunas veces era buena idea escuchar a los instintos de supervivencia humanos, y otras veces...
...tal vez no tanto.
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