Capítulo 36: Ryūjin
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Ryūjin
El poder latió en sus venas con tanta intensidad que por un momento Shinkū sintió que mente y cuerpo se fragmentaban en millones de partículas de energía incandescente antes de volverse a reunir. Estaba exultante. Los chisporroteos de energía daban vida a cada terminación nerviosa de su cuerpo y su forma humana estaba comenzando a tener serias dificultades para conservar su estado material.
—Finalmente. —exclamó extasiado.
Al interior de su mente la bestia se alzó por primera vez desde aquel fatídico día y sus ojos en rendija se ensancharon llenos de vivacidad, brillando en una luminiscente gama de esmeraldas que le produjo una sonrisa de morbosa satisfacción.
Y pensar que todo esto había sido resultado de aquello que los humanos llamaban burdamente un "beso". La carcajada siniestra se desgarró de sus labios ante el pensamiento. Tan solo ese breve contacto con su parte faltante había sido suficiente para despertar a la bestia, para que ambos recuperaran una parte importante de su poder. No podía siquiera imaginar lo que significaría recuperarse completamente.
Seríamos invencibles. —susurró con ronquedad la criatura.
Shinkū cerró entonces los ojos y siguió la conexión, intentando contener la cantidad de energía que seguía fluyendo incontrolable por todo su cuerpo. Y la vio, a la pesada e inmensa bestia cubierta de escamas cuya enorme cabeza chisporroteaba con la misma energía.
Se siente bien volver a la vida. —le proyectó su pensamiento.
La criatura fijó la mirada esmeralda en algún punto de su dimensión y, aunque Shinkū sabía que era casi imposible, sintió que ésta le miraba fijamente, analizándolo, calculando. Sin embargo, no le temió. A diferencia del Lord del Oeste, la criatura y Él eran uno mismo desde hacía mucho tiempo atrás, se reconocían y complementaban.
No estamos completos. —dijo con perezosa calma la bestia.
Shinkū frunció el ceño pero no respondió lo evidente. Por supuesto que sabía que no estaban completos. Esto, todo el poder que estaban volviendo a sentir corriendo entre y dentro de ellos era meramente una pequeña dosis de quiénes eran, pero no estarían al máximo hasta que se completaran.
La mataré. —gruñó Shinkū con absoluta certeza.
La mirada de la bestia se estrechó ante sus palabras y su enorme cola comenzó a balancearse pesadamente de un lado a otro mientras sus oscuras escamas adquirían el color de un cielo nublado, volviéndose casi metálicas.
Sí, lo harás. —confirmó la criatura.
Una humareda se alzó desde su hocico y Shinkū la sintió llegar hasta su núcleo un segundo antes de que una nueva corriente de poder explotara por sus venas, entrelazándose con el suyo. Un poder diferente, mucho más oscuro y potente.
Deshazte de ella. —ordenó la criatura, su voz adquiriendo la cualidad de un trueno.
Los ojos en rendija volvieron a mirarlo y una risa tan profunda como siniestra inundó su conexión. Los afilados dientes de la criatura asomaron entonces entre sus inmensas fauces y la conexión entre ambos chisporroteo con el poder de ambos, encendiendo los miembros de su cuerpo humano, rodeando cada órgano y músculo con una intensidad difícil de soportar.
Shinkū abrió la boca en un grito mudo e instantes después un rugido como ningún otro escapó de ésta y los cielos comenzaron a oscurecerse. El gris se apoderó de las nubes, los truenos retumbaron hasta las entrañas de la tierra y el cielo se iluminó con cegadores latigazos de luz. Entonces la tormenta estalló y, satisfecha por el momento, la bestia volvió a echarse sobre su estómago, mucho más despierta y atenta que nunca.
La llovizna había sido una advertencia, la tormenta era una declaración.
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—Señor Jaken, ¿qué piensa de Kagome-chan?
La pregunta tomó desprevenido al demonio sapo mientras se paseaba nervioso de un lado al otro de la habitación de la niña. Su Amo había regresado y a su llegada, no había encontrado más que caos y desorden. El Ser que estaban persiguiendo había logrado colarse a la Fortaleza y en el transcurso le había hecho algo a la chica humana. El Lord probablemente lo estaría culpando por ello.
—¿Señor Jaken?
—¡Ya, Rin! Niña tonta, no tengo tiempo para estas tonterías.
Moviéndose tan rápido como sus pequeños pies lo permitían, el demonio continuó paseándose por la habitación y pensando cómo resolver el asunto. El problema era que ¡ni siquiera podía explicarse cómo habían sido burladas las defensas! Desesperado, Jaken se llevó las manos a la cabeza y comenzó a golpearse con lágrimas en los ojos. Su Amo bonito iba a matarlo.
—Yo creo que el Amo Sesshōmaru y Kagome-chan hacen bonita pareja.
—No digas estupideces, niña.
—Es la verdad, señor Jaken. Estoy segura de que el Señor Sesshōmaru está enamorado de ella.
—E-e-na...¡¿enamorado?! —exclamó titubeante el pequeño demonio. —¡De ninguna manera! El Amo bonito jamás podría sentir algo como eso y mucho menos por una simple humana. Deja de decir tonterías, Rin.
—Pero señor Jaken, yo los vi juntar sus labios.
—¿J-juntar qué?
Jaken detuvo su marcha abruptamente ante la mención de tan extraño acto. No tenía ninguna duda respecto a su respuesta hacia Rin, era imposible que su Amo se hubiese enamorado de la humana pero podría haber algo más ahí. Quizás. ¿Qué implicaba exactamente eso de juntar labios?
—Así es como los humanos demuestran su amor. —explicó la niña y no por primera vez en un buen tiempo, Jaken juró percibir más sabiduría en sus palabras. —Juntan sus labios.
—¡Ah! ¡Ahí lo tienes, niña! Si es un acto que sólo hacen los humanos, entonces fue esa chica humana la que se abalanzó sobre el Amo. —exclamó terriblemente aliviado, alzando uno de sus dedos. —Sesshōmaru-sama jamás-
—El Señor Sesshōmaru se lo pidió.
—¿Cuándo?
—El mismo día que trajo aquí a Kagome-chan.
—Imposible.
Una creciente y desagradable sospecha comenzó a alzarse en su mente ante esas últimas palabras. Sí, Jaken confiaba plenamente en su conocimiento sobre los intereses del Lord después de tantos siglos a su servicio, pero no podía decir lo mismo de...cierta bestia unida a su Amo. De modo que si lo que Rin estaba diciendo era cierto, la única explicación plausible era que fuera producto de esa bestia haragana.
—¡Que no, señor Jaken! —chilló la niña, sorprendiéndolo. Rin no era propensa a tener arrebatos como ese. —A Sesshōmaru-sama le gusta Kagome-chan.
—Bueno niña, sí. —comenzó diciendo. —Verás, hay una gran diferencia entre sentir "amor" (si siquiera existe tal cosa) por alguien y sentirse atraído hacia alguien para tener sex- ejem, para otras cosas. No lo entenderías, eres solo una niña.
Sonrojándose hasta las orejas después de su desliz, el demonio sapo reanudó su marcha por la habitación con los brazos cruzados en la espalda. Cuando se puso al servicio del Lord, jamás pensó que entre sus tareas tendría que estar teniendo esta clase de conversaciones con una niña humana.
—¿Qué otras cosas? —preguntó inocentemente la niña y, dentro del pequeño cuerpo, Ai se encontró casi riendo ante la situación.
—Eh...nada. —vaciló Jaken. —Quizás algún día lo sepas.
—¿Cuándo?
—Un día muy muy lejano. —respondió azorado, esperando tener razón. —Ahora déjate ya de tonterías. El Amo Sesshōmaru no tiene tiempo ni espacio para esa clase de sentimentalismos.
—Se aman. —murmuró tercamente Rin pero Jaken la ignoró.
Sentada cerca de la ventana, Ai se puso a cavilar. Escondida, había visto todo lo sucedido entre Shinkū y Kagome, había sentido la tensión entre ellos, algo tan eléctrico que la niña pensó que podrían saltar chispas. Eso era atracción sexual, le susurró la vocecita que solía acompañarla.
Sin embargo, también había escuchado de los árboles sobre el regreso acelerado del daiyokai, lo había visto irrumpir en su propia Fortaleza rodeado de un aura llena de desesperación y una muy pequeña pizca de miedo –por ella, no por el intruso–. Lo había observado lanzarse en picada a atrapar a la chica antes de que ésta se desplomara en el suelo y lo había escuchado gruñir excitado por su presencia. La misma energía eléctrica que se había creado entre Shinkū y Kagome no había estado presente pero Ai había visto hilos de luz dorada envolver una muy delgada franja roja entre ellos. Eso era ¿qué? La voz no se lo dijo.
—Señor Jaken.
—¿Ahora qué, niña?
—¿El Señor Sesshōmaru estaría triste si Kagome-chan desapareciera?
Jaken volvió a detenerse y volteó a ver a Rin. Ahí, sentada tan cerca de la ventana con la mirada perdida en el exterior, Jaken la encontró mucho más vieja que su edad física. Como si el peso del mundo pesara sobre sus pequeños y delgados hombros.
—No lo sé. —le respondió sinceramente.
—Yo creo que lo estaría. —susurró suavemente la niña. —Yako también.
Recordando una escena semejante donde Rin le había preguntado a su Amo si la recordaría cuando muriera, Jaken tardó un momento en procesar las últimas palabras de ésta.
—¿Qué has dicho?
De repente, un relámpago atravesó el cielo seguido por un potente trueno que hizo temblar los cimientos de la habitación. Jaken dio un pequeño salto y llevó la mirada más allá de Rin hacia el exterior. Una fuerte tormenta estaba por estallar.
—Nada.
La mirada de Ai se perdió en el exterior mientras una extraña sensación de aprehensión se instalaba en la boca de su estómago. Fluyendo en cada signo de la tormenta se encontraba la característica fuerza de Shinkū, una corriente de poder oscura que anunciaba horrores por venir.
—Señor Jaken, pase lo que pase, no deje que nadie les haga daño.
—Siempre protegeré con mi vida al Amo Sesshōmaru. —declaró solemne el demonio.
Ai sonrió tristemente antes de ponerse de pie. La hora de marcharse había llegado. Caminando lentamente en dirección a Jaken, se detuvo a unos pasos de éste y lo abrazó con fuerza mientras el demonio se quejaba por sus acciones.
—A Kagome-chan también. —le susurró con su voz real. —Sin ella, Sesshōmaru-sama se marchitará.
—¡¿Quién demonios eres?! —exclamó Jaken intentado zafarse del poderoso agarre sin mucho resultado. —¡¿Dónde está Rin?!
—No los moleste esta noche, señor Jaken. —continuó hablándole como Ai. —Ni siquiera la tormenta más fuerte puede detener lo que está escrito en el destino.
Jaken enterró sus pequeñas garras en el brazo de la niña, intentando escapar mientras las palabras se clavaban con firmeza en su cerebro, como si esa delicada voz las estuviese grabando directamente ahí para que no las olvidara.
—Hasta pronto, señor Jaken. —le susurró por última vez y lo dejó ir.
Congelado en su lugar e incapaz de mover ni un solo músculo, el demonio sapo observó partir la pequeña figura de Rin mientras la tormenta arreciaba en el exterior y la horrible certeza de que el enemigo había estado tan cerca de ellos todo este tiempo se hundía en él.
Aunque había un asunto todavía más importante: ¿qué le habían hecho a la verdadera Rin?
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Avanzando de vuelta en su verdadera forma, Ai recorrió los pasillos de la Fortaleza con nostalgia. No había pasado mucho tiempo en aquel lugar y ni siquiera lo había hecho como su verdadero yo pero durante ese periodo se había sentido más protegida y amada que en toda su existencia, o lo que recordaba de ella.
La Fortaleza volvió a sacudirse bajo la potencia de un trueno pero Ai no se detuvo. Continuó su lento recorrido por los pasillos hasta que el rastro de Sesshōmaru y Kagome la condujo hasta ellos. Ningún sirviente –ni siquiera aquellos que la vieron– se interpuso en su camino, e incluso un par bajaron la cabeza en reconocimiento y ella los ignoró.
—Una noche, Sesshōmaru-sama. —susurró con voz delicada ante las puertas de sus aposentos.
Otro trueno resonó en el exterior y Ai se agachó sobre una rodilla frente a la puerta. Colocó una mano pequeña sobre la superficie de madera del suelo y cerró los ojos buscando las líneas de vida en la tierra bajo los cimientos.
Por un momento el mundo a su alrededor se desdibujó y los sonidos se apagaron. Los pasillos se inundaron de un pacífico silencio y la vida brotó en las inmediaciones de aquella lúgubre Fortaleza extendiendo el manto de una pacífica noche a su alrededor.
—Una sola oportunidad, Kagome-chan.
Cuando Ai volvió a abrir los ojos, la ilusión se mantuvo. Aislados de los signos de la potente tormenta en el exterior, la Fortaleza cayó en una profunda calma y la niña sonrió. La vocecita que la acompañaba la había ayudado a manejar sus poderes y le había instruido a ocultárselo a Shinkū.
Habiendo culminado su tarea, la niña de rizos rubios se puso en pie y salió de la Fortaleza. Unos metros más allá de la entrada principal, cuando cruzó el límite de su ilusión, la tormenta la recibió con ardiente furia. La vocecita había dicho la verdad, ahora la criatura de Shinkū estaba despierta y el resto de los engranes estaban puestos en marcha.
—Nadie puede escapar del destino.
Nadie. —hizo eco en su cabeza.
—Ni siquiera tú.
Ryūjin. —susurró la vocecita que a veces la acompañaba.
Entonces Ai comenzó a tararear la vieja melodía de su gente y a correr hacia el bosque, todavía vestida con el hermoso kimono naranja de Rin.
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La criatura se agitó inquieta en su posición de descanso. Después de pasar tanto tiempo en un constante estado de inactividad había dejado de dormir. No así el cuerpo humano que había formado con su contraparte, necesitaba recuperarse.
Su mirada afilada recorrió el terreno a su alrededor, buscando la fuente de su inquietud. Lo habían llamado. No a voz viva pues no lo había escuchado, pero lo había sentido.
Despierta. —gruñó con dureza.
Shinkū abrió los ojos de inmediato y se tomó unos momentos para apreciar la tormenta que todavía seguía en su máximo apogeo antes de prestarle atención a la criatura.
¿Dónde está? —preguntó la bestia.
Con el Lord, jugueteando. —respondió cínicamente el Ser.
La criatura sacudió la enorme cabeza y gruñó lanzando otra humareda. Shinkū se dio cuenta que había algo inquietándola, una especie de vibra que si se concentraba lo suficiente, Él mismo también podía sentir a través de la conexión. Intentó ahondar en ello pero la criatura lo bloqueó, bufando.
No intercambiaron más palabras y Shinkū se acomodó contra el tronco donde había estado "Reposando". La descarga de tanta energía lo estaba consumiendo pero andar por la tierra en la forma real de la criatura no era una opción. Su propia forma real e insustancial tampoco. Así que debía reconstruir los órganos destruidos y armar las partes deformadas del cuerpo humanoide una y otra vez.
Trabajando todavía en ello y sintiéndose inquieto como su contraparte, Shinkū apartó su mente del asunto y se enfocó en el siguiente paso de su misión.
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Después de que Sango se hubo calmado y recuperado de su viaje por los recuerdos perdidos, les había explicado a Inuyasha y Kikyo la situación de Rin. El hanyou no había tardado en afirmar que su amada sacerdotisa podría hacerse cargo de la niña pese a la renuencia que la exterminadora pudo apreciar en el cuerpo de ésta.
La antigua sacerdotisa jamás había conseguido encajar entre ellos. Por un lado debido a la lealtad que el grupo había mostrado hacia la joven del futuro y la consiguiente solidaridad con la situación. Por el otro, debido a la misma resistencia de Kikyo a interactuar con ellos.
La breve pero intensa historia de amor entre Kagome e Inuyasha había tirado de todos ellos a un terreno donde todavía ahora era difícil aceptar el final. Sango no dudaba que su mejor amiga pudiera caer rendida por el hermano del hanyou –si es que no lo había hecho ya– y que incluso pudiera ser más feliz de ese modo, pero aceptarlo sabiendo que implicaba verla alejarse de ellos era otro cuento.
—Lo haré. —dijo planamente la sacerdotisa.
Sango asintió brevemente a modo de agradecimiento y los condujo por el sendero por donde había venido. Serpientes cargadas de almas zigzagueaban entre ellos cada vez que venían a entregar alguna y la exterminadora tuvo que esforzarse por contener los escalofríos que le producía el solo verlas.
—Así que Rin también fue capturada. —dijo Inuyasha, rompiendo el tenso silencio. —¿Pudo recordar algo?
—No mucho. —respondió Sango, recordando la escena. —Mencionó un nombre y dijo que tanto Kagome como Sesshōmaru corrían peligro.
—¿Qué nombre?
—Ai.
Kikyo dejó de caminar repentinamente, llamando su atención. Sango la observó con cautela mientras Inuyasha continuaba su camino, ajeno al alto de las mujeres.
—¿Reconoces el nombre?
La sacerdotisa muerta no le respondió de inmediato. Sin embargo, Sango observó la forma en que aferró el arco en su mano y la tensión que se apoderó de su cuerpo. Durante esos breves momentos ni siquiera las serpientes se acercaron, en cambio, continuaron volando alrededor de ellas, algunas cargadas de almas, otras como escolta.
—Sí. —respondió con voz plana y una chispa de reconocimiento brilló en sus profundidades oscuras.
Otra pieza del rompecabezas estaba a punto de ensamblar.
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