Capítulo 35: Respuestas
Notas Importantes
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Respuestas
Apagar la luz. Una analogía interesante para describir el paso a la inconsciencia aunque no necesariamente adecuada. Noqueada habría encajado mejor. Kagome no se había deslizado suavemente en la oscuridad sino de forma brusca, como si alguna especie de fuerza la hubiese golpeado y arrancado de la realidad.
La sintomatología que había estado presentando en ese breve lapso entre el candente beso con el misterioso hombre y la llegada de Sesshōmaru podría haber tenido mucho que ver con ese hecho pero no lo aseguraría.
—Kagome.
El llamado llegó en una voz neutra y modulada difícil de reconocer pero lo suficientemente fuerte para hacerla abrir los ojos a la extensa oscuridad donde su cuerpo parecía estar flotando.
¿Dónde estoy? —se cuestionó.
Buscando la respuesta a esa pregunta tanteó con sus manos los espacios a sus costados y movió las piernas en un intento por encontrar alguna superficie de apoyo, sin ningún resultado. Estaba flotando en la nada. Su cabello fluyendo en oleadas hacia arriba era el único indicador de que no estaba completamente inmóvil en un lugar, sino en caída libre hacia alguna parte.
—Kagome.
Cuando el siguiente llamado llegó, escudriñó la oscuridad con ojos ciegos, incapaz de ver nada en medio de esa negrura sin fin. El eco que rebotaba y ascendía hacia ella cada vez que la llamaban daba la impresión de que más de una sola voz le estuviese hablando al mismo tiempo.
—No puedo verte. —dijo con impaciencia.
A pesar de que parecía que su cuerpo era presa de cierta ingravidez, Kagome empezó a sentir una cierta pesadez en los músculos que estaba tirando de ella cada vez más hacia abajo.
—Kagome.
La indefinible voz la llamó una vez más pero el eco no la siguió. Un momento después, finalmente tocó tierra firme. La chica del futuro se tambaleó tras el cambio de gravedad y miró hacia arriba, buscando un techo o agujero por donde pudiera haber caído. No había nada, sólo más de esa interminable oscuridad.
—Debo estar soñando con ese lugar de nuevo. —se dijo a sí misma.
El hogar del dragón y la bestia, donde la bruma púrpura la había hecho sentir envuelta en un capullo seguro y la neblina verde la había intoxicado. Sólo que...aquí no había colores. Ni luz. Ni sensaciones. Ni presencias. Nada.
—No estás sola. —susurró de repente la voz que la había estado llamado.
Kagome se dio la vuelta hacia el sonido y contuvo el aliento. Un haz de luz iluminaba directamente una figura sin forma parada a unos metros de ella. No, no es que realmente no tuviera forma sino que no estaba definida ya que, si bien el cuerpo humanoide parecía conservarse, el rostro no dejaba de formarse y deformarse en una serie de extrañas caras. Como esas máquinas en los casinos que se mueven vertiginosamente intentando coincidir en tres columnas para ganar dinero.
—¿Qué rayos?
—No temas. —expresó la figura con claridad.
La chica comprendió entonces qué le había extrañado de la voz. Al igual que el cuerpo incapaz de decidirse por un solo rostro, la voz poseía una cualidad neutral que le hacía imposible adjudicarla a un hombre o una mujer, pese a que las palabras eran pronunciadas con especial claridad.
—¿Qué eres? —le preguntó más curiosa que asustada.
El rostro de la figura continuó formándose y deformándose como si se tratara de arcilla siendo moldeada, antes de que finalmente se detuviera y los rasgos comenzaran a definirse lentamente. La imagen final la dejó sin palabras.
—¿Kikyo? —preguntó asombrada.
La recién nombrada la observó con la mirada vacía y el rostro impasible. Los pálidos rasgos de Kikyo destacaban casi de forma fantasmagórica bajo el haz de luz y, aunque un poco aterrador, no le restaban ni un poco a su belleza.
—Escucha, Kagome. —le dijo en una mezcla de voces que le recordaron el eco de cada llamado que le había seguido mientras caía en la oscuridad. —No tenemos mucho tiempo.
—¿Qué?
—No estás sola. —repitió Kikyo y su voz finalmente salió limpia. —Está debilitado pero no ha dejado de pelear ni un momento.
—¿De qué estás hablando? ¿Quién no ha dejado de pelear?
—Siempre has sido más fuerte de lo que piensas. —dijo y su voz comenzó a tergiversarse nuevamente, como la interferencia en medio de un programa de televisión. —Él no ha podido vencerlo.
Tras sus últimas palabras terriblemente distorsionadas, el rostro de Kikyo volvió a deformarse y comenzar a cambiar de una forma a otra sin detenerse. Kagome estiró el brazo hacia ella intentando alcanzarla antes de perderla pero la distancia entre ambas pareció ampliarse en un santiamén.
—¿Kikyo?
Una nueva serie de rostros se formaron en la figura sucediéndose uno tras otro antes de comenzar a despejarse dejando un conjunto de rasgos delicados y una mirada apacible que Kagome pudo reconocer de inmediato.
—Hitomiko-san.
—Tu poder espiritual. —le dijo con suavidad la sacerdotisa, respondiendo aquello que la figura de Kikyo había evadido. —No se ha rendido a pesar de que lleva mucho tiempo peleando dentro de ti. Por ti.
Cuando las palabras de la joven penetraron en su mente, Kagome se llevó las manos al pecho, reflexionando. En alguna parte dentro de sí misma creía que lo había sabido todo este tiempo.
—¿Luchando contra qué?
—Ya lo sabes.
El virus que la estaba contaminando. Esa cosa que había estado dormida durante mucho tiempo y ahora tiraba de ella en la dirección equivocada. La misma que confundía a todos sus sentidos y pensamientos, que se filtraba como la humedad en trozos de consciencia y anulaba las advertencias.
Y su poder espiritual estaba peleando contra él. Combatiendo, resistiéndose y consumiéndose. Todas las veces en que la brújula dentro de ella parecía haberse roto o enloquecido, sin saber a dónde ir; y donde la dirección del peligro había parecido confusa había sido resultado de esa batalla. ¿Cómo no lo había notado antes? ¿En qué clase de sacerdotisa la convertía ni siquiera poder reconocer el obvio cambio en su poder espiritual? ¿Acaso no había aprendido nada en todos estos años?
—Que tonta he sido. —gimió cerrando las manos en puño contra su pecho.
—No estás sola. —le susurró Hitomiko, volviendo a ese tono uniforme que era difícil de identificar.
Esta vez la chica no se sorprendió al verla perderse tras esa transmutación de facciones que había sucedido antes. En cambio, esperó con paciencia el cambio mientras los rostros volvían a dibujarse y desdibujarse en el lienzo carnoso.
Cuando el rostro finalmente volvió a detener su transformación aclarando sus rasgos mucho más rápido que en las ocasiones anteriores, y fijó su penetrante mirada en la joven del futuro, Kagome frunció el ceño. La característica marca en la frente de la nueva figura refulgía como cuatro diminutos cristales, proyectando rayos de luz en diferentes direcciones.
—Eres...¿Midoriko-sama? —preguntó con cierta incredulidad. —¿Cómo puede ser eso posible? Nosotras nunca-
—Pon atención, Kagome. —la interrumpió la poderosa sacerdotisa, su voz completamente distinta a cualquiera que hubiera escuchado alguna vez. —No queda mucho tiempo antes de que debas volver.
—¿Volver?
—Haz descuidado tu poder espiritual. —dijo con la misma modulación y apenas un indicio de reprimenda. —Las sacerdotisas no somos invencibles ni los poderes espirituales inagotables. La batalla que se avecina requiere que tu poder espiritual esté fuerte para explotar su máximo potencial.
—Te refieres a la batalla con el Ser.
Midoriko no le respondió pero la miró con tal seriedad que la hizo callar. —El poder espiritual prospera en la adversidad. Luchando como se encuentra el tuyo, depende completamente de ti ayudarlo a recuperarse. No puedes seguir jugando con el destino.
—Pero cómo-
El rostro de Midoriko volvió a deformarse y en una rápida sucesión de diversas características, un nuevo rostro –mucho más envejecido– ocupó su lugar. La cruel sonrisa colgando de los labios rojizos le produjo un escalofrío cuando la reconoció: Tsubaki.
—Usa al demonio. —indicó sin dejar de sonreír.
—¿Sesshōmaru? —preguntó insegura.
—El poder espiritual prospera en la adversidad. —repitió la sacerdotisa de ojos claros. —Acéptalo y retornarás con la fuerza que necesitas. Resístete y lo perderás todo.
—¿Aceptar qué? —preguntó cada vez más perdida. ¿Por qué siempre que estaba a punto de obtener las respuestas que quería éstas aparecían en forma de acertijos indescifrables?
Tsubaki no le respondió. Sin embargo, sus rasgos parecieron rejuvenecer ligeramente, probablemente a un período anterior a que sus malas decisiones la convirtieran en que lo terminó siendo. Kagome parpadeó para aclarar la vista y entonces la sintió, la ligera ráfaga cuando la figura se lanzó hacia ella, deteniéndose a unos centímetros de su oído.
—Su fuerza puede ser la tuya. —susurró muy bajo.
Kagome intentó abrir los ojos que no había notado cerrar, sin resultado. Todavía podía sentir el cálido aliento de la sacerdotisa contra su oído y una especie de fuerza comenzando a tirar de ella hacia arriba.
—No, espera. —suplicó. —Todavía tengo muchas dudas. Por favor.
Con los ojos cerrados contra su voluntad, comenzó a agitar los brazos con desesperación en un vano intento por capturar algún miembro de la otra figura. No estaba lista para volver, necesitaba más respuestas.
—Tsubaki. —la llamó con desesperación.
—Eres más fuerte de lo que piensas. —le respondió en su lugar la fría voz de Kikyo.
—No estás sola. —la sustituyó Hitomiko.
La fuerza de succión siguió tirando de ella cada vez más rápido, cada vez más alto, y una llamarada de incandescente fuego se disparó por sus venas en un agónico dolor que casi la hizo llorar.
—La conexión y tu poder espiritual son incompatibles. —escuchó el muy lejano susurro de Midoriko.
Kagome no tuvo tiempo de atrapar las palabras que le sucedieron a éstas pero mientras alcanzaba la cúspide de cualquiera que fuera el lugar que se había formado en su inconsciencia, tres palabras se hundieron en ella musitadas en ese tono indefinible que no pertenecía a ninguna de las figuras que había visto:
...más no imposibles.
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Cuando Rin despertó, Sango se dio cuenta de inmediato que algo había cambiado en la niña. El brillo travieso e inocente que usualmente daba vida a sus ojos no estaba ahí, había en cambio una opacidad que la exterminadora no tardó en asociar con aquella misma que había visto en sus propios ojos cuando el agua del río le devolvió el reflejo.
La pequeña había vuelto de la experiencia igual de dañada que ellos, quizás más considerando su corta edad. Impotente ante la idea, cerró las manos en puños. Si tan sólo pudiera recordar lo que había sucedido.
—¿Rin? —la llamó tentativamente el monje.
La niña no reaccionó. Aún recostada sobre su espalda, mantuvo la mirada clavada firmemente en el techo de la cabaña. En el exterior un fuerte trueno partió la noche, una ruidosa advertencia del porvenir.
Sango respingó cuando un segundo trueno retumbó con más potencia y el suelo bajo sus pies tembló. Echando un rápido vistazo al paisaje externo, absorbió la imagen de los largos hilos de luz zigzagueante que atravesaron el cielo en una secuencia perturbadora.
—Se avecina una fuerte tormenta. —dijo el monje siguiendo la trayectoria de su mirada.
—Eso no es una tormenta. —negó la exterminadora. Lo sabía profundamente dentro de sí, en ese lugar que albergaba los recuerdos de la experiencia en esa prisión y las respuestas de algo más. —No me trate como a una niña, Excelencia.
—Lo lamento. —respondió avergonzado Miroku.
Los relámpagos continuaron azotando el cielo mientras el monje y la exterminadora miraban con diferentes grados de preocupación e impotencia las luminosas advertencias.
—Ai-chan...—murmuró entonces Rin.
Sango devolvió rápidamente su atención a la pequeña niña y su corazón se detuvo por unos instantes. Rin se había reincorporado en el futón y aunque su mirada permanecía apartada de los demás presentes, la exterminadora vio algo en sus profundidades que casi la hizo sonreír. La protegida de Sesshōmaru estaba peleando duramente.
—¿Qué has dicho, Rin? —preguntó el monje.
—Ai-chan. —repitió la niña, más fuerte esta vez.
Sango sonrió ante el aumento en su volumen. Sabía por experiencia propia que probablemente no podría superar de inmediato lo que había sucedido, pero también sabía que la niña no se rendiría.
En el exterior, un rugido se alzó potente por encima de los truenos y nuevos temblores sacudieron el suelo bajo sus pies. La niña gritó y la exterminadora vio el indicio de una chispa encenderse en uno de sus ojos mientras Ah-Un continuaba sacudiéndose, gruñendo y rugiendo al frente de la cabaña. Ambos sonidos se sucedieron por unos momentos más antes de que Rin cerrara la boca y finalmente girara ligeramente su cuerpo hacia ellos.
Afuera, Ah-Un continuaba golpeando el suelo con sus pesadas patas, moviendo ambas cabezas con desespero y algo parecido a la alegría en dirección a su pequeña Ama.
—La Señorita Kagome y el Señor Sesshōmaru están en peligro. —dijo con la voz temblándole con aprehensión. —Ai-chan es mala.
—¿Quién es Ai?
—La niña de ojos azules. —susurró Rin.
Un renovado trueno sacudió el cielo mientras un agudo dolor se clavaba en la cabeza del monje que miraba concentrado la escena. La niña de ojos azules. La niña de ojos azules. La niña de ojos azules. Flashazos de imágenes comenzaron a dispararse en su mente como si de afiladas lanzas se trataran, apuñalando su cerebro en una secuencia dolorosa que lo hice aferrarse a la pared de la cabaña para sostener su propio peso.
—Me siento mal. —dijo a continuación la niña.
La exterminadora apartó su mirada preocupada del monje para centrarla de vuelta en Rin, observando casi con horror cómo la pequeña chispa que había visto en sus ojos comenzaba a apagarse y un delgado hilillo de sangre escapaba de la comisura de su boca antes de que volviera a desvanecerse sobre el futón.
—Sango, tienes que ir por ayuda. —dijo con dificultad el monje. —Rin necesita a Kaede-sama aquí.
—Excelencia, yo-
—¡Ve! —exclamó el monje en un arrebato.
Ah-Un volvió a rugir en el exterior e intentó entrar en la cabaña, lanzando astillas de madera por todas partes en su desesperado intento por alcanzar a la niña. Preocupada porque pudiera partir las paredes y derrumbar el techo sobre todos ellos, Sango se lanzó hacia este y luchó por aferrarse a las riendas en los bozales del yokai.
—Ah-Un tienes que tranquilizarte o vas a derrumbar la cabaña. —le gritó en vano. La enorme bestia continuó sacudiéndose incontrolable, intentando arrancar sus riendas de las manos humanas que las aferraban.
Sango peleó más duramente contra éste hasta que finalmente pudo mantenerlo quieto el tiempo suficiente para dirigirse a él. —Escucha Ah-Un, Rin nos necesita. Tenemos que traer a una curandera.
El yokai la miró fijamente antes de volver a sacudirse con renovada fuerza. No iba a alejarse de la niña bajo ninguna circunstancia, se dio cuenta la exterminadora. De modo que, en un desesperado intento por evitar una catástrofe mayor, Sango corrió de vuelta al interior de la cabaña y arrancó el trozo de tela que cubría la única ventana de la pequeña vivienda.
Después, haciendo acopia de todas sus fuerzas, arrastró a la enorme bestia hasta la ventana y tras unos momentos más de forcejeo, finalmente consiguió hacerle entender la idea. Entonces Ah-Un encajó apretadamente ambas cabezas en el compacto recuadro.
—Tengo que ir por ayuda, cuida de ellos Ah-Un. —le ordenó con firmeza.
El yokai le devolvió la mirada desafiante pero volvió a introducir sus cabezas por la ventana. Un instante después pequeñas y espaciadas gotas de agua comenzaron a caer sobre ellos.
Kirara la miró desesperada desde su posición como soporte del monje y Sango supo de inmediato lo que le preocupaba. Aunque la lluvia estaba empezando a caer, sabía que a la larga el agua la terminaría perjudicando si la llevaba con ella.
—Volveré pronto.
Volviendo a sentir la adrenalina corriendo por sus venas por primera vez desde que fue liberada, la exterminadora comenzó a correr en busca de la anciana Kaede. Los relámpagos surcando el cielo y las afiladas gotas de lluvia le ayudaron a despejar la mente mientras volvía a sentirse ella misma. La Sango fuerte e independiente. La exterminadora.
La niña de ojos azules...
Las palabras de Rin se colaron repentinamente en su mente. ¿Por qué su Excelencia había reaccionado tan fuertemente a ellas? ¿Qué recordaba él que no podía recordar ella?
La niña de ojos azules.
Un rayo se estrelló con furia contra uno de los árboles no muy lejos de su posición, haciendo temblar el suelo con tal fuerza que casi la hace tropezar. Muy a tiempo, Sango mantuvo el equilibrio y continuó corriendo, sus pies apenas tocando el suelo mientras los músculos de sus piernas se tensaban con cada paso.
La niña de ojos azules.
Un relámpago iluminó todo el cielo, cegándola momentáneamente, pero Sango no aminoró la marcha. Sentía el corazón latiéndole desbocado dentro del pecho y la respiración acelerada conforme recorría más y más del camino, incapaz de detenerse. Estaba tan cerca...
Entonces ocurrió. Un nuevo relámpago estalló frente a sus ojos y esta vez la luz penetró hasta lo más hondo de sí, disparando toda clase de imágenes en su cabeza. Los pies le fallaron, tropezó y cayó de rodillas sobre el terreno fangoso mientras las gotas de lluvia seguían golpeándola sin piedad y su mente se quedaba un momento en blanco.
Cuando la primera oleada de recuerdos aminoró, Sango se llevó una mano a la cabeza, intentando recomponerse. Restos del lodo donde había aterrizado mancharon su rostro mientras se masajeaba las sienes intentando dar sentido a lo sucedido.
—¡Sangooooo! —gritó alguien no muy lejos.
La exterminadora se esforzó por prestar atención al llamado pero sabía que si dejaba escapar el hilo de los recuerdos que estaban regresando, los perdería para siempre. Optó por ignorar el sonido de los pasos amortiguados por el fango y a las dos siluetas acercándose a gran velocidad.
—¡Sango!
Al primer vistazo claro de Inuyasha acercándose a ella, la última pieza de sus recuerdos cayó en su lugar y Sango no hizo nada por detenerlos ya.
Una niña pequeña de cabellos rubios y ojos claros corriendo aterrorizada hacia el grupo, pidiendo ayuda a gritos, contando una historia de un monstruo demasiado poderoso que había asesinado a su familia y la estaba persiguiendo. Lágrimas corriendo por su hermoso rostro y visibles magulladuras en todo su cuerpo.
—Sango, ¿estás bien?
El grupo ofreciéndole ayuda y protección. Una poderosa explosión arrasando con hectáreas y hectáreas de bosque. Inuyasha desenvainando a Tessaiga listo para proteger a sus amigos. El grupo posicionado en niveles frente a la niña asustada. La extraña sensación de que algo estaba muy mal, arraigada firmemente en sus entrañas.
—Oye Sango, responde.
El tacto extrañamente cálido de la niña cuando se aferró a su mano y el frío glaciar que comenzó a devorarla lentamente, robándole la movilidad y el habla, como si uno a uno los sistemas de todo su cuerpo comenzaran a apagarse. Y en medio del caos, la sonrisa más triste que nunca antes había visto. "Lo siento mucho". Luego infinita oscuridad.
—¡Joder Sango, reacciona!
Una prisión de hielo. Idas y vueltas de la consciencia a la inconsciencia. La niña hablándoles como si fueran pajarillos atrapados en jaulas. "Dijo que seremos una familia". "Kagome-chan va a ser mi mamá". "Ya no estaré sola nunca más". "La niña y el Lord tienen que desaparecer". "Hay un hada que me susurra secretos, es pequeñita como yo". "Hoy me dijo que no debo confiar en Él, que quiere hacerle mucho daño a Kagome-chan". "Una vez un asesino, siempre será un asesino".
—No está reaccionando, ¿qué demonios le pasa, Kikyo?
Una eternidad aprisionada, el dolor de la parálisis, su mente fragmentándose cada día más. "Les está haciendo daño, lo sé". "Esa es la razón misma de su existencia: debilitar, consumir, destruir todo lo que tiene vida". La oscuridad arrastrándose lentamente por su cerebro, torturándola de maneras indescriptibles, proyectando visiones terriblemente perturbadoras.
—Déjala estar, Inuyasha.
—¿De qué demonios estás hablando? ¡Es mi amiga!
"Hoy los vi en el pozo. Estaba escondida pero los vi. El Lord está enamorado de Kagome-chan". "¿El amor no es algo digno de protegerse?". Dedos cálidos acariciando la superficie de su prisión helada. "Sango-chan, ¿soy mala?". "Tal vez todo esto no sea necesario y Kagome-chan pueda quererme incluso si permanece con el Lord".
—Basta, Inuyasha.
"La voz dice que ya no puedo seguir confiando en Él porque se ha corrompido pero no le creo". "Yo solo quiero que Kagome-chan sea mi familia". Un llanto desgarrador. Y más de esa oscuridad devorándola, alimentándose de sus heridas y el dolor de sus pérdidas. "Van a venir pronto por ustedes". "Debes recordar esto, Sango-chan: Ninguna criatura es invencible".
—¿Cuál es su nombre? —musitó como en trance la exterminadora.
—¿Qué?
El dolor atronador de perder su fuerza de voluntad. La ola de desesperanza arrastrada por la oscuridad. Fragmentos de conversaciones sin sentido. Palabras, palabras, palabras.
—¿Cuál es su nombre? —exclamó más fuerte.
"Hoy es el día, Sango". La oscuridad retrocediendo, un indicio de luz rodeando su prisión y comenzando a calentarla. "Es malo". ¿Quién? "Un traidor". ¿Cuál es su nombre? "Shinkū-san". Entonces de vuelta la nada y un extraño velo envolviendo su mente.
—¿Sango?
—¡Lo tengo! —gritó la exterminadora volviendo a la realidad. Los recuerdos de un amargo pasado disolviéndose.
—¿Qué tienes? —preguntó confundido el hanyou.
Sango lo observó y ni siquiera los mechones oscuros cayendo en cascada por los hombros de su amigo la pudieron distraer de su descubrimiento. Pues, aún con un muy humano Inuyasha viéndola con incertidumbre, sabía que debía compartirlo antes de que se evaporara nuevamente.
—Se cómo se llama el Ser.
—Dilo. —exigió Kikyo.
—Shinkū.
—Ese maldito bastardo...—gruñó con furia Inuyasha.
—Y no está solo. —agregó la exterminadora.
La pareja la observó con sorpresa y, con la mente aún revuelta de información, Sango se tomó un minuto más para organizar los hechos más importantes que había recordado, ajena a sus siguientes preguntas.
Había dos Seres:
Shinkū, la Muerte y la Nada.
Ai, la Vida y el Todo.
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