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Capítulo 33: Presagio

Notas Importantes

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: Presagio

—¡Kagome-chan! ¡Kagome-chan!

La risueña voz de Rin junto a su continuo llamado atrajo su atención hacia ella. Sólo un día había pasado desde el encuentro con aquel misterioso hombre en el jardín secreto de la fortaleza y Kagome no había podido dejar de pensar en él. Es decir, en el evento en sí, no el hombre, por supuesto. O de eso estaba intentando convencerse cuando la niña la sacó de sus pensamientos.

—¿Qué es, Rin? —preguntó curiosa, centrando su atención en las manos acunadas una sobre la otra de la pequeña.

—¡Ven, ven, Kagome-chan! —exclamó sin dar una respuesta directa.

La joven del futuro se mordió el labio dubitativamente, sintiendo una buena dosis de curiosidad con una gran chispa de emoción. Cuando se trataba de la inocencia de Rin, la chica estaba desarmada. No era meramente la compasión que le generaba la situación de la niña, sino algo mucho más profundo que nacía de su dulce y alegre personalidad. Un hilo invisible que parecía atraer a todos a su alrededor de una manera tan sorprendente que incluso había conseguido atrapar al mismísimo Sesshomaru.

Acercándose con la mezcla de firmeza y cautela que sólo la curiosidad puede generar, Kagome se agachó hasta la altura de Rin y miró expectante sus manos. Sin embargo, la niña sólo se limitó a observarla con los ojos brillantes y una enorme sonrisa en el rostro, sin levantar alguna de ellas para permitirle ver lo que ocultaba en su interior.

—La atrapé para ti, Kagome-chan.

¿La atrapó? Antes de que la chica tuviera un momento para analizar las posibilidades, el sonido de un leve aleteo alcanzó sus oídos y sus ojos intentaron espiar a través de la leve rendija que sus manos unidas dejaba entrever.

Un instante después, mientras Rin se reía por su débil intento de espionaje, la niña levantó una de sus manos y una hermosa mariposa salió volando en círculos, levemente confundida por el paso de la oscuridad hacia la luz.

—¡Una mariposa! —exclamó Kagome, emocionada.

La joven no creía tener un animal favorito en el mundo pero las mariposas estaban bastante cerca de llevarse el puesto. Tan ágiles como hermosas, siempre había encontrado fascinante su ciclo de vida y metamorfosis, los delicados e intricados patrones de sus alas y la danzante forma de su volar. Criaturas simplemente excepcionales.

—Es muy bonita, ¿no, Kagome-chan?

Distraída por la especie, Kagome tardó un momento más en descubrir la verdadera y rara belleza de este espécimen en particular. Mientras la veía aletear alegremente alrededor de ellas, la chica observó el aterciopelado cuerpo negro que se extendía hacia los costados en un par de alas cuyos tonos tornasol lanzaban reflejos de rojo y verde al exponerse al sol, creando un ondulante patrón de colores que la dejaron sin aliento. Nunca había visto una mariposa como esa antes. De hecho, de donde ella provenía, las mariposas negras –ya fueran sólo de cuerpo o hasta las alas– eran consideradas de mal augurio.

—No son de mala suerte. —espetó Rin, frunciendo el ceño. —Rin piensa que sólo son...diferentes.

Kagome la observó sin entender. Entonces la niña agregó: —Al Señor Jaken no le gustan las mariposas negras, dice que solo sirven para traer malas noticias. Rin no cree eso.

No por primera vez en ese par de días que habían permanecido solas, Kagome se admiró por las palabras de la niña. En un par de ocasiones ya le había parecido que Rin hablaba con una sabiduría que no debería poseer a su edad y, en otras, que incluso era capaz de leer sus emociones incluso mejor que ella misma, como si supiera lo que Kagome estaba pensando o sintiendo antes de que siquiera lo hiciera.

—Jaken está equivocado. —le respondió, sin ocultar el evidente desagrado en su voz al mencionar al demonio sapo. —De donde yo vengo, sin importar su color, las mariposas siempre significan-

—Un nuevo comienzo. —la interrumpió Rin con la mirada firmemente clavada en la mariposa revoloteando a su alrededor. —No es así, ¿Kagome-chan?

La sacerdotisa frunció el ceño, nuevamente confundida. Entonces la mariposa comenzó a revolotear muy cerca de su rostro, haciéndole cosquillas con el aleteo de sus finas alas y tuvo que cerrar los ojos. Cuando volvió a abrirlos, un rayo de luz atravesó sus alas y los colores volvieron a bailar frente a ella, robándole el aliento.

Exactamente un segundo después, algo bombardeó su mente. Imágenes de una criatura muchísimo más grande durmiendo en medio de una oscura bruma, el rojo, negro y verde fundiéndose en un caleidoscopio de brillantes colores sobre llamativas escamas, una risa ronca y el más profundo de los reconocimientos. Viejos amigos reencontrándose. Un pasado común.

"¿Te sientes atraída por mí, humana?"

Las palabras hicieron eco al interior de su cabeza, el recuerdo demasiado vívido para pertenecer solo a un sueño. En ese mismo momento las puntas de sus dedos también comenzaron a hormiguear como si todavía pudieran sentir la extraña textura de la escamosa piel. El dolor de cabeza se intensificó y la chica no tuvo más opción que llevarse las manos a la cabeza en un vano intento por acallar la voz y detener los recuerdos.

"¿Te sientes atraída por mí, humana?"

"No".

"Mentirosa".

—¿Mami? —preguntó una dulce y baja voz en alguna parte a su alrededor.

Kagome presionó los ojos cerrados con fuerza, incapaz de distinguir la realidad de los recuerdos esparciéndose. El corazón se le aceleró, la respiración comenzó a fallarle y por un momento, sintió una mancha de oscuridad escondida dentro de su alma comenzar a esparcirse, queriendo devorarla.

¡Yako! —gritó sin pensar en su interior. El pánico amenazando con ahogarla.

De repente, un rugido ensordecedor se abrió paso por su mente y un momento después, todo quedó en calma. El dolor de cabeza se redujo a unas sienes palpitantes, los recuerdos se esfumaron en un borrón y las voces cesaron. La joven sabía –aún sin ver a detalle su silueta– que aquella otra criatura con la que se había topado en el sueño había vuelto para protegerla.

Y aún con los ojos cerrados, Kagome la vio avanzar pesadamente hacia ella, sus movimientos gráciles y dominantes, como si no le temiera a nada, como si se supiera en control de la situación. Inconscientemente, estiró la mano en un intento por tocarla pero jamás la alcanzó.

—Es suficiente. —susurró una ronca voz en su oído.

Arrancada de las imágenes restantes en su cabeza y con un último gruñido de advertencia de parte de esa otra bestia, Kagome abrió los ojos. El mundo se puso entonces de cabeza y las náuseas ascendieron por su garganta. Una sensación semejante a la que le generaba bajarse de una montaña rusa después de un alocado viaje la tuvo tambaleándose.

—Demasiado sol para ti, muchacha.

La sacerdotisa giró la cabeza para ver a su interlocutor y su mente, ya más despejada, hizo clic. Era ese hombre otra vez, el que tenía una afición por dormir en los árboles, el mismo que se había negado hasta la fecha a decirle su nombre alegando siempre no tener ninguno de importancia. ¿Qué demonios estaba haciendo otra vez ahí?

—Otra vez tú. —intentó reñirle pero salió más como un débil susurro.

—Estabas a punto de desmayarte. —dijo, encogiéndose de hombros.

—Estoy bien.

Kagome intentó dar un paso lejos de la figura pero el mundo volvió a girar y un mareo la sacó de balance. En cuestión de segundos, dos grandes y poderosas manos se envolvieron en su cintura y la sostuvieron con firmeza. Una estúpida y socarrona sonrisa se dibujó entonces en los labios del hombre como si le dijera: ¿Ves? Te lo dije.

—¿Kagome-chan? —preguntó Rin con voz llorosa.

La joven apartó la mirada del misterioso hombre y se concentró en Rin. La niña la miraba con la angustia grabada en los ojos y un labio tembloroso que la hizo pensar que estaba al borde del llanto. ¡Por todos los cielos! Sólo podía imaginar cómo debió haberla asustado lo que le pasó.

Si Kagome intentando darle sentido a los cada vez más recurrentes ataques de su mente le daba miedo lo que estaba pasando, no quería ni siquiera imaginar cómo se sentirían los que presenciaban dichos ataques.

—Lo lamento, Rin. Todo está bien.

Mentirosa. —susurró nuevamente el hombre contra su oído.

La acción le produjo un escalofrío que le erizó los vellos de todo el cuerpo pero Kagome no encontró ni la fuerza, ni la energía para separarse de él. Por el contrario, dejó que gran parte de su cuerpo se apoyara en su contacto, sintiéndose derrotada y cansada.

—¿Quién es él? —preguntó después de unos instantes la niña. Su voz una nota más fría de lo que alguna vez le había escuchado.

—Oh, él es...

¿Quién era él? ¿Amigo? ¿Enemigo? ¡Ni siquiera sabía su nombre! ¿Cómo podía explicarle a una niña que no tenía ni idea de quién demonios era el hombre que la estaba sosteniendo y que se dirigía a ella con tanta familiaridad?

Piensa, Kagome, piensa. —se presionó mentalmente.

—Su nombre es Shinku. —le dijo tras unos momentos.

Rin lo miró con desconfianza mientras Kagome sentía la presión en su cintura incrementarse por unos momentos, y poco después volvía a sentir la caricia cálida de su aliento en su oreja.

—Shinku. —repitió el hombre sólo para ella. —Me agrada.

—Shhhh. Fue lo primero que se me ocurrió ya que tú...—vaciló unos instantes antes de continuar. —...te pareces a alguien que conozco.

Rin se acercó a ellos con el ceño fruncido y un puchero en los labios. Parecía más irritada que confundida por la repentina llegada del intruso y eso intrigó a la chica. Después de todo, Shinku –como se dirigiría a éste a partir de ese momento en honor a su descendencia– se había marchado la tarde anterior antes de que Rin volviera.

—Al Señor Jaken no le va a gustar que esté aquí. —se dirigió a Kagome, como si el hombre a su lado no estuviera ahí escuchándolas.

—Rin, él no-

Antes de que Kagome pudiera terminar de hablar, la niña se paró frente al hombre, tiró un poco del holgado pantalón que éste llevaba para atraer su atención y con voz afilada le dijo: —Kagome-chan es de Sesshomaru-sama. No debes estar aquí.

La chica del futuro la vio y escuchó con la boca abierta, y con un rubor extendiéndose por sus mejillas ante la seguridad en la declaración de la niña. Por su parte, Shinku se limitó a mirarla con una ceja enarcada y una sonrisa ladeada que le dijo que estaba encontrando todo el asunto terriblemente hilarante.

—¿De Sesshomaru-sama? —preguntó burlonamente y volteó a ver a Kagome.

—¿Qué? Yo-

—¡Juntaron sus labios, yo los vi! —exclamó la niña como si eso lo explicara todo.

Por segunda vez en menos de diez minutos, la sacerdotisa se quedó sin habla. No creía que pudiera sentirse más avergonzada si lo intentaba. ¡Rin los había visto besarse! Si la primera o segunda vez, eso no importaba. De cualquier manera eso le había hecho creer a la niña que su querido Amo y ella se...pertenecían.

—Así que lo hicieron, ¿eh? —preguntó repentinamente serio el hombre.

Kagome se mordió el labio cuando la presión en su cintura se incrementó considerablemente antes de que Shinku se apartara, la chispa de diversión en su mirada y la sonrisa ahora borradas de su rostro.

—Ya veo. —murmuró como para sí el demonio.

Afortunadamente, la tensa expresión no le duró mucho y en un abrir y cerrar de ojos, la sonrisa seductora de sus labios volvió a esparcirse. Kagome sólo lo miró mientras probaba su propio equilibrio. Cuando comprobó que mantenerse en pie ya no era una tarea titánica y que el dolor de cabeza, aunque todavía latente, ya no la estaba partiendo, sonrió.

—Bueno...gracias por tu ayuda. —le dijo, evadiendo la anterior cuestión. —Nosotras debemos irnos.

Rin asintió fervorosamente y tomó de la mano a Kagome, tirando de ella. Su urgencia por marcharse contagiándosele con rapidez. Sin embargo, antes de que pudiera dar más de dos pasos, las manos de Shinku volvieron a rodearle la cintura y su rostro descendió hasta su oreja.

—Kagome-chan, encontrémonos esta noche aquí. —susurró roncamente. —Tengo información sobre tus amigos que quizá te pueda interesar.

—¿Mis amigos?

—El hanyou, el monje, la exterminadora y el zorro.

Los ojos de Kagome se abrieron conmocionados pero el continuo tironeo de la niña no le permitieron decir nada más. Eso era algo que llevaba mucho tiempo esperando: noticias sobre sus amigos. Sobre Inuyasha. ¿Se habría recuperado del disparo?

La verdad sea dicha, las palabras del hombre sólo habían hecho que su desconfianza hacia él creciera todavía más, sin embargo, no podía evitar creer en ellas. Después de todo, había en su voz una cualidad sincera imposible de desestimar.

—Te estaré esperando.

La urgencia por saber algo sobre las personas que más le importaban la hizo apartar el espeluznante y preocupante pensamiento sobre cómo habría sabido ese demonio sin nombre quiénes eran sus amigos.

No importaba mucho pues, de cualquier manera, ya tendría oportunidad de averiguarlo esa noche.

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Extraer el enorme bloque de hielo donde yacía Rin atrapada fue más difícil de lo que en un primer momento había imaginado el monje. El problema no sólo había sido el descomunal tamaño de la pieza, sino las fuertes raíces que parecían haberlo envuelto desde abajo, anclándolo a la tierra.

Afortunadamente, con la ayuda de un Ah-Un ansioso por recuperar a su pequeña compañera y la fuerza unida de Kirara, Sango y él habían sido capaces de cortar la mayor cantidad de raíces para permitir que el resto saliera con el tirar de ambos demonios.

Agotados y sin aliento, ambos humanos y mascotas habían permanecido resoplando unos largos momentos mientras admiraban la imponente escultura.

Cuando Jaken los había salvado de ese mismo destino, ninguno de ellos había tenido la oportunidad de ver la prisión donde habían permanecido. El demonio sapo se las había ingeniado para arrastrarlos inconscientes fuera de esa otra dimensión y cuando despertaron, sólo les había explicado vagamente la situación. Congelados, como se habían sentido en aquellos momentos, tampoco le habían discutido mucho.

—Su Excelencia. —lo llamó Sango. —Necesitamos a Jaken.

Miroku la miró sopesando sus palabras cuidadosamente. Él mismo había estado considerando la posibilidad de traer al demonio pero sabía que sería como lanzar una moneda al aire. Ninguno de ellos sabía dónde podría encontrarse el grupo de Sesshomaru a esas alturas. Tan posesivo como el daiyokai se había estado mostrando respecto a la señorita Kagome, dudaba seriamente que sus tierras fuesen una opción. Y suponiendo que sí lo fueran, tampoco sería una certeza que el demonio sapo estuviese con ellos, mucho menos con Ah-Un y Rin desaparecidos.

—No creo que esa sea una opción. —respondió con cuidado. —Encontrarlo podría tomarnos días, eso sin considerar la posibilidad de que esté moviéndose por su cuenta en búsqueda de la pequeña.

—Pero Excelencia, no podemos dejarla ahí dentro.

Eso también lo sabía el monje. La sola idea de dejar a una niña ahí dentro más tiempo del necesario lo hacía sentir enfermo. Debía haber alguna otra manera de sacarla sin herirla.

Frotando las cuentas del rosario envuelto en su mano derecha, el monje caminó alrededor del bloque intentando pensar en otra solución. La lógica dictaba que podrían derretir el hielo con fuego pero las capas alrededor del cuerpo humano lucían más gruesas de lo normal y adivinar la cantidad de fuego que sería necesaria para derretirlas sin alcanzar la figura en el interior podría ser difícil. Además, ¿de dónde podrían sacar tanto fuego?

—Tal vez Kirara podría intentarlo. —susurró para sí mismo.

Sin embargo, el enorme felino sacudió la cabeza en negativa, reconociendo lo ineficaz de la idea. Las llamas en su cola y patas jamás serían suficientes para derretir algo tan grande.

—Podría funcionar si consiguiéramos tallar el cubo hasta convertirlo en una capa más delgada. —dijo Sango, observando a su mascota.

Kirara volvió a sacudir la cabeza, su pelaje sacudiéndose a su alrededor. Raspar y tallar el hielo para adelgazarlo implicaría arriesgarse a causar una ruptura mayor en el cubo y dañar por accidente el interior, incluso...romper el cuerpo.

—No. —negó el monje.

Sus ojos volvieron a escanear el bloque pensativamente. ¿Cómo pudo un demonio tan pequeño derretir algo tan inmenso? Miroku no había visto muchas veces en acción a Jaken pero las escasas ocasiones en que sí, nunca le había parecido un demonio demasiado poderoso. ¿Podría ser que hubiera recibido ayuda de Sesshomaru? Rápidamente, el monje negó con la cabeza. Era imposible. Si bien el daiyokai había acompañado a Jaken a rescatar a Inuyasha, ese no había sido el caso cuando volvió por los demás.

Entonces...¿cuál había sido el truco?

—¿Quién podría haberle hecho esto a una niña? —preguntó la exterminadora, ajena a su propio debate mental mientras pasaba las yemas de sus dedos por la fría superficie.

La pregunta estaba fuera de lugar pues, aunque a Miroku le habría encantado admitir que sólo podría ser obra de un ser maligno en toda su naturaleza, conocía a la perfección la historia de Rin como para saber mejor que en su momento, los humanos habían sido esos mismos seres malignos.

—En este mundo ningún bando es solo bueno o malo. —le dijo Miroku. —Tanto humanos como yokai tienen entre sus filas seres contaminados y corruptos. Cualquiera podría haberlo hecho.

La implicación de sus propias palabras le produjo malestar. Sin embargo, apartando de su mente la idea, volvió a centrarse en la cuestión del momento. Estaba rodeando nuevamente el gran bloque de hielo cuando Ah-Un comenzó a moverse inquieto en su lugar. Automáticamente, la mirada del monje se dirigió a éste y observó con el ceño fruncido el frenético movimiento de ambas cabezas. Entonces la realización lo golpeó.

—¡El bastón de dos cabezas!

Dentro de los inquietos movimientos del enorme yokai había podido percibir una coordinación innata, una danza que sólo un mismo ser dividido en dos entidades podía lograr. La claridad entonces lo había golpeado: las dos cabezas de Ah-Un era un reflejo distorsionado del bastón que siempre portaba Jaken. Lo que significaba, a parecer del monje, que si el bastón había podido derretir esos bloques, Ah-Un podría hacerlo también. Dos fuerzas trabajando como uno.

—¿Excelencia?

—Ah-Un. —dijo. —Ah-Un puede derretir el bloque.

La exterminadora miró del monje al enorme yokai y de vuelta. No conocía las habilidades y/o poderes que poseía la mascota de Rin pero a juzgar por su especie, dudaba mucho que el fuego fuera una de ellas. Así que, ¿cómo podía el monje estar pensando en arriesgar a Rin de esa manera?

—No estoy segura, Excelencia, pero no me parece que Ah-Un pueda disparar fuego. —le dijo con incertidumbre. —Quizás podamos encontrar otra-

—No, mi querida Sango. —la interrumpió. —Soy completamente consciente de que Ah-Un no dispara fuego. Sin embargo y, a riesgo de equivocarme, creo que la clave para derretir ese hielo no es el fuego como tal sino la fuerza combinada de dos elementos que ofrecen un punto de apoyo con uno de fricción.

—El equilibrio de dos fuerzas. —agregó la exterminadora, comenzando a comprender el concepto que planteaba el monje.

—No sólo de dos fuerzas, sino la de dos elementos de un mismo cuerpo.

Miroku contempló el brillo de la esperanza comenzando a encenderse en los ojos de Sango y una pequeña sonrisa se esparció por sus labios. La luchadora en ella estaba cobrando fuerza a cada minuto y pequeños actos como el de encontrar una solución a un problema cuando no podía hacerlo con otro, era exactamente el tipo de acción que podía impulsarla más allá del lugar donde se había ensimismado.

—Ah-Un, ¿estás dispuesto a hacer esto? —le preguntó con seriedad Miroku. —Tendrás que disparar simultáneamente al mismo punto del bloque.

Ah-Un lo observó con solemnidad antes de mover afirmativamente ambas cabezas. Salvar a su pequeña Ama era prioridad sobre todo lo demás. Sin el demonio sapo y el poderoso Lord ahí para hacerlo, le correspondía a él velar por la seguridad de la niña. Además, nadie nunca se había preocupado tanto por él como la pequeña humana. Jamás habría tenido un nombre, una identidad de no ser por ella. La protegería con su vida.

—Retrocede, Sango.

La exterminadora se apartó del bloque junto a Kirara y escuchó a Miroku darle indicaciones al gran yokai. Después de unos momentos, el monje se les unió y los tres miraron expectantes a la bestia.

Era un plan arriesgado formado a base de conjeturas pero Sango confiaba ciegamente en el monje. La sabiduría que éste era capaz de transmitir no era mera fanfarronería, sino conocimiento puro. Si él confiaba en que Ah-Un podría hacerse cargo de la tarea, ella también lo haría.

—Ahora. —dio la orden el monje y sus manos soltaron la tira de cuero que sostenían sobre el hocico de ambas cabezas los bozales.

Ah-Un agitó las cabezas en el aire y se acercó pesadamente al enorme pedazo de hielo. Entonces, abriendo ambos hocicos permitió que su poder saliera concentrado directamente al punto donde un destello de naranja se hundía en las profundidades.

El primer rayo azul proveniente de la cabeza derecha golpeó de lleno el hielo y una larga grieta comenzó a expandirse por toda la superficie, amenazando con quebrar el cristal. Cuando el segundo rayo de un color verde brillante salió de la cabeza izquierda, la grieta se detuvo y en su lugar, una enorme fisura comenzó a esparcirse. Azul y Verde. Dos cabezas, un mismo ser. El equilibrio de poder.

De repente, un espeluznante crujido resonó en el acto y atrajo la atención de ambos humanos. El hielo comenzó a partirse, no a derretirse. Por un momento, el corazón de Sango se detuvo y quiso gritarle a la enorme bestia que se detuviera pero Miroku se lo impidió. La ansiedad se apoderó de sus miembros junto con la justa dosis de temor. Rin no podía morir.

—Tú puedes, Ah-Un. —susurró la exterminadora. —Salva a Rin.

Las palabras pueden o no haber llegado a oídos de la bestia pero pasados unos interminables minutos, el hielo finalmente terminó por partirse. Y, como si de un cascarón se tratara, éste se abrió en dos dejando resbalar al suelo en medio de un río acuoso la pequeña figura del interior.

Ah-Un finalmente se detuvo y sin esperar a reponer su fuerza, se acercó al cuerpo de su Ama y empujó con una de sus fauces la figura, buscando una reacción. Sin embargo, la niña no se movió. Preocupado, volvió a intentarlo sin obtener ningún resultado. El pequeño cuerpo de su Ama simplemente no se movía.

—Tenemos que hacerla entrar en calor.

Tomando la manta a la que se había aferrado desde su rescate, Sango se apresuró hacia el cuerpo de Rin y la envolvió en ella. A continuación, la tomó entre sus brazos y la alzó sin dificultad, cuidadosamente vigilada por los penetrantes ojos de Ah-Un.

—Ella va a estar bien. —le aseguró la exterminadora.

Con la niña envuelta en la manta y a salvo entre sus brazos, Sango se apresuró de vuelta a la cabaña, dispuesta a acercarla al fuego. Si bien le preocupaba la inmovilidad de la niña, cuando se había acercado a cubrirla pudo sentir el débil sonido de su respiración y ver el ligero sube y baja de su pecho, razón más que válida para haberle dirigido esas palabras a Ah-Un.

Miroku, por su parte, se limitó a observar la escena en silencio, impresionado por la tristeza que pudo percibir en la bestia ante la falta de respuesta de la niña, así como la esperanza vibrando en su enorme cuerpo ante las palabras de la exterminadora. Después de todo y aunque fuera por un instante, el mismo monje había dudado que siguiera con vida.

—Está viva. —dijo Sango al pasar por su lado. Probablemente más para consolar al yokai que a él mismo. Sin embargo, se lo agradeció.

Sí, Rin estaba viva.

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El rugido de Yako estalló en su mente con una intensidad que lo hizo cerrar los ojos y aminorar forzosamente la marcha. Por primera vez, la bestia no había estado peleando por el control sino lanzando una advertencia. Sin embargo, el inconfundible sonido lleno de ferocidad y furia sólo podía significar una cosa: La mujer humana estaba en peligro.

El siguiente gruñido que se alzó de su pecho fue uno propio. La frustración que venía con la certeza de saber que no podía dejar sola a la chica ni por un par de días sin que ésta se metiera en problemas era proporcional a la que sentía por la simple distancia entre ellos.

Pese a que raramente dudaba de sus decisiones, el Lord del Oeste comenzó a dudar de ésta última al dejarla atrás en lugar de llevarla consigo. Después de todo, había pensado ilusamente que la muchacha estaría a salvo en su Fortaleza, vigilada por su sirviente más fiel y acompañada por su protegida. ¿Cómo era posible que incluso así algo hubiera salido mal?

Intentando seguir el hilo de inconexos pensamientos de la bestia, Sesshomaru abrió los ojos. El viaje de vuelta a sus territorios había intentado hacerlo más rápido de lo normal, acuciado por la creciente necesidad de Yako por re-encontrarse con la mujer humana y reclamar otro "beso", y la propia por impedírselo.

Nos necesita. —gruñó con urgencia Yako.

El angustiado llamado de la hembra lo había alcanzado a pesar de no haber cimentado la conexión aquel día. Un llamado urgente envuelto en Su nombre, no en el del Lord. Yako. La mujer humana lo había llamado directamente, buscando su protección incluso a la distancia y Yako se la había dado.

Sin embargo, debían volver cuanto antes. Lo que la bestia había logrado no sería suficiente si no la alcanzaban pronto. Tarde o temprano ese repugnante Ser la alcanzaría y enredaría hasta que no pudiera escapar y entonces, no habría mucho que pudieran hacer. El tiempo se había acabado.

Rápido. —gruñó a continuación la bestia.

Esperar ya no podía seguir siendo una opción, el tiempo para que el Lord llegara a un acuerdo con las nuevas emociones que estaba sintiendo se había acabado. Necesitaban reclamar en su totalidad a la hembra para poder protegerla incluso a la distancia, para poder terminar de cimentar su conexión o de lo contrario el Otro ganaría.

Esta noche. —sentenció Yako con ronquedad.

Sesshomaru sólo le gruñó en respuesta. Esa noche llegarían a la Fortaleza y las fichas finalmente estarían en su lugar. Sin más juegos, sin más esperas, sin más dudas.

Una sola decisión.

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