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Capítulo 32: Humanidad

Notas Importantes

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: Humanidad

El agua le devolvió el reflejo con una claridad abrumadora un par de segundos antes de que el hombre arremetiera contra ella con salvaje furia. Odiando cada minúscula parte de la imagen ante sus ojos, sus manos rompieron la superficie, sumergiéndose y arrancando pesadas gotas que salpicaron sus ropas sin piedad mientras continuaba una inútil lucha contra su nuevo némesis. No, contra el viejo enemigo que lo había perseguido durante toda su vida y creía haber superado.

Un humano.

La larga melena azabache cayendo pesadamente de sus hombros se transformó entonces en un remolino de ondas cristalinas que no importaba cuántas veces continuara arañando en la acuosa superficie, siempre reconstruía la misma imagen: un hombre joven de rasgos anodinos y ojos marrones, magullado, frágil y débil. Una criatura carente de garras, colmillos y extraordinaria fuerza. De sentidos limitados y poderosas emociones que le hacían incapaz de controlar la amarga sensación de la impotencia y el miedo.

Gruñendo ante el reflejo, el hombre apartó la mirada sintiendo asco de sí mismo. No podía aceptarlo. Sucumbir a su naturaleza materna una vez cada ciclo lunar era una cosa, ser condenado a vivir atrapado en ésta por el resto de su existencia era algo completamente diferente. Jamás lo habría deseado, ni siquiera por el bien de vivir junto a la mujer que amaba.

—Inuyasha.

El cuerpo humano cuyas reacciones era incapaz de modular se tensó ante el llamado, enviando una oleada de intenso dolor por su costado. Podría haber pasado quizás más de una semana desde el ataque, pero su cuerpo todavía no había sido capaz de recuperarse. Después de todo, sin la sangre demoniaca corriendo por sus venas el proceso de sanación se había vuelto lento y doloroso.

Pensando en ello, su mano rozó inconscientemente el burdo vendaje que cubría el agujero en la piel que lo había dejado inconsciente por varios días y más tarde, había extendido la infección que lo había convertido en lo que era actualmente: un indefenso humano.

Indefenso, cómo odiaba esa maldita palabra. Pero tal y como estaban las cosas, Inuyasha se sabía incapaz de proteger a sus amigos y mujer, e incluso a sí mismo. Herido, sin más defensa que los puños desnudos y sin la energía para siquiera invocar a su espada, ahora era él quien debía ser resguardado. Y eso lo avergonzaba.

—Inuyasha.

Sus manos se cerraron en puños a fin de evitar buscar la fuente del sonido con la mirada. Reconocería ese tono plano a donde quiera que fuera y no estaba en el humor adecuado para dirigirse a ésta con algo más que no fuese ira y dolor. No cuando ignorar las consecuencias de sus actos los había dejado en la línea de fuego a él y a esa joven muchacha del futuro que se había vuelto tan importante en su vida.

—¿Por qué? —preguntó incapaz de ocultar la nota amarga en su voz.

—Ya lo sabes. —respondió lacónicamente la mujer.

Inuyasha cerró los ojos durante un instante, esforzándose por regular su respiración y relajar los músculos. No necesitaba saber por qué la mujer a la que amaba tan profundamente había entregado a su mejor amiga al enemigo porque eso no le restaba peso a la acción. La pregunta que le había hecho iba mucho más allá de ellos como pareja, más allá del bastardo de Sesshomaru acercándose peligrosamente al destino de los Taisho.

—Era mi deber. —susurró suavemente la mujer. —Proteger.

La escuchó moverse ligeramente a su espalda con ese andar parsimonioso y ligero de un cuerpo que apenas roza la superficie y que, con los sentidos limitados como humano, le costaba tanto percibir. Sin embargo, no se perdió el trasfondo de sus palabras y eso lo dejó aún más entumecido que antes.

—¿Lo sabías? —preguntó escuetamente, antes de corregirse: —Quiero decir, ¿lo sabías antes de hacerlo?

La sacerdotisa no respondió de inmediato e Inuyasha finalmente se dio la vuelta para verla. El corazón se le aceleró de inmediato y su imagen parada a unos metros de él le robó el aliento, volviendo la mezcla de sentimientos y reacciones un revoltijo confuso.

—No me arrepiento. —respondió con frialdad.

Y no por primera vez, Inuyasha desconoció a la mujer frente a él. Su historia nunca había sido fácil pese al amor que se profesaban pero tras la muerte de Kikyo, algo se había retorcido todavía más en su relación. Ambos habían cambiado, madurado, crecido dentro de sus posibilidades, pero el hanyou sabía que al menos en la sacerdotisa, algo había comenzado a marchitarse lenta pero inexorablemente.

—Cuéntamelo. —le ordenó con dureza.

La oscura mirada de la mujer se enturbió, consumiendo lentamente los pequeños rastros de emoción que solamente se permitía exponer frente a él. De esa manera, se miraron en silencio durante unos eternos momentos antes de que una serpiente se acercara zigzagueante a entregarle un alma y la sacerdotisa cerrara los ojos, cortando la conexión.

—Robaste la Perla de Shikon. —comenzó Kikyo.

—¡Tú me traicionaste! —la interrumpió Inuyasha.

La tensión entre ambos creció unos instantes antes de que el hanyou diera un paso atrás y bajara la mirada. Estaba siendo injusto. Naraku había sido quién los engañó a ambos, el que les había robado un futuro juntos y los había condenado a odiarse y sufrir por la traición del otro. Inuyasha sabía eso, sin embargo, la herida que había dejado saberse atacado y más tarde sellado por la mujer que amaba, jamás había desaparecido.

—Mi deber era protegerla. —continuó la miko como si Inuyasha no la hubiera interrumpido. —Pero mis votos iban más allá de proteger una perla maldita. Debía proteger a la aldea y a cuantos seres vivos fuera posible.

Sin moverse ni un milímetro de su lugar, la sacerdotisa paseó la mirada por el paisaje a su alrededor antes de volver a posarla en el hombre. Contar su historia implicaba recordar cosas que prefería mantener selladas profundamente dentro de ella. Implicaba volver a experimentar la traición y el dolor de ser asesinada por quienes más quería, así como perder un futuro lleno de promesas. Pero quería que Inuyasha entendiera, necesitaba que lo hiciera.

—Estaba rastreando una presencia inusualmente oscura y perversa que había estado rondando la aldea cuando tú me- —vaciló unos momentos antes de continuar. —cuando Naraku me engañó y atacó. Pese a que su alma y cuerpo ya habían sido corrompidos para ese momento, sabía que la presencia del ataque no correspondía a la que yo había estado siguiendo.

Inuyasha levantó la mirada, herido por la breve vacilación de la mujer. Entonces vio el vacío en los ojos de la sacerdotisa y mucho más profundo en éste, una mezcla de emociones que le partieron el corazón. Él nunca había sido el más lastimado por los acontecimientos que pusieron fin y, al mismo tiempo, dieron inicio a esta historia.

—Me distraje creyendo que habías sido tú quien me hirió. A pesar del profundo dolor que estaba sintiendo y la debilidad de mi cuerpo, te seguí. No iba a permitir que esa perla te corrompiera como en algún momento lo había intentado con otros.

El hanyou se quedó sin aliento. La mente de Kikyo siempre le había parecido un misterio indescifrable, un laberinto que difícilmente podría resolver aunque empleara toda su existencia en ello. Escucharla decir que incluso herida y traicionada, su primera preocupación había sido el efecto que pudiera tener la Perla de Shikon en él, más que su robo, lo había dejado sin palabras.

—Kikyo, yo-

—No.

Inuyasha retrocedió como si lo hubiera abofeteado y presionó sus labios en una fina línea. Esta era la historia de Kikyo, una pieza de todo el complejo rompecabezas que se había vuelto ésta guerra.

—Cuando te alcancé, volví a sentirla. La presencia oscura estaba cerca y por unos momentos mi mente nublada me hizo creer que realmente provenía de ti. Me estaba muriendo, Inuyasha. —le dijo y, por primera vez en mucho tiempo, su voz se rompió. —Dolía tanto...

La sacerdotisa cerró los ojos un instante mientras las imágenes de aquella escena volvían a reproducirse en su mente. El enorme Árbol Sagrado a espaldas de Inuyasha, la sangre manando de sus propias heridas, el dolor y la debilidad apoderándose de cada minúscula parte de su cuerpo, y el frío...ese terrible frío glacial comenzando a congelar cada gota de sangre en sus venas mientras intentaba enfocar sus sentidos en la perla, el hombre que amaba y el peligro inminente.

—No tenía mucho tiempo y tampoco estaba segura de que esa presencia estuviera buscando la perla pero no podía arriesgarme. Tuve que tomar una decisión.

Inuyasha tragó pesado entendiendo la implicación. Kikyo no sólo lo había sacrificado a él por el bien de contener a la perla, sino para sellar un peligro de cuya existencia ni siquiera estaba segura en ese momento.

—Te equivocas. —le susurró de repente, como si hubiera leído sus pensamientos. —Mientras estaba apuntando la flecha hacia ti, lo vi. Un destello de una energía destructiva como ninguna otra, un vistazo de un infinito abismo de maldad. Fue entonces que lo decidí.

Kikyo abrió los ojos y fue como si el pasado se la tragara de nuevo. El paisaje a su alrededor se desdibujó antes de tomar la forma de aquel claro donde el Árbol Sagrado había sido alguna vez el testigo del destino destruido de un par de amantes.

Vio a un Inuyasha mucho más joven e inmaduro de pie frente al árbol, sosteniendo entre sus garras ensangrentadas la codiciada Perla de Shikon y mucho más arriba de él, esas escalofriantes olas de maldad destilando de alguna presencia. Sintió su visión nublarse por el debilitamiento, la cuerda del arco tensa entre sus manos y el poco poder sagrado que le quedaba concentrándose en esa única flecha.

Volvió a sentir con total claridad el desgarrador dolor del sacrificio que iba a cometer. Una vida, un futuro, por el de muchos. Vio la flecha salir disparada del arco después de un ligero cambio de dirección y la observó atravesar el cuerpo del único hombre al que había amado en su vida por demás vacía. Sintió la energía chisporrotear desde la flecha y la pureza de ésta extenderse lentamente por todo el árbol.

—Me sellaste para atraparlo también. —dijo el hanyou sin emoción.

Kikyo no lo corrigió. Desde joven se había forzado a llevar una existencia rigurosa y prudente, llena de secretos. No creía que incluso a estas alturas, cuando no quedaba más de ella que un cuerpo que seguía moviéndose y una tarea todavía más desgarradora que la anterior, estuviera dispuesta a contarle todo a Inuyasha. Al menos no más de lo que pudiera serle útil.

¿De qué le serviría al hanyou saber que la flecha original iba destinada a matarlo y no a sellarlo? ¿Que al saberse herida de muerte su único deseo había sido acabar también con su vida para que al menos pudieran amarse en el otro lado? Sí, en el último segundo ella había tomado la decisión de sellarlo con la esperanza de que aquel otro ente quedara atrapado por el resto de la eternidad en el mismo árbol, pero con ello también había decidido sacrificar su propio futuro, sus sueños, su amor.

—Entonces lo supiste todo el tiempo, ¿eh, Kikyo?

—No me arrepiento. —repitió con serenidad.

—¡¿No?! ¡¿Y ahora qué?! —gritó con rabia el hombre. —¡Esa cosa ha vuelto! La mitad de mis amigos no han podido recuperarse después de ser atrapados por ese monstruo, ¡yo mismo estoy indefenso atrapado en este despreciable cuerpo humano! Y Kagome...¡mierda, Kagome! Enviaste a ese Ser directamente hacia ella.

—Kagome. —repitió la sacerdotisa sin darse cuenta.

Las palabras del hanyou calaron profundamente en su interior. Éstas no solo terminaban de destrozar la fantasía que alguna vez había tenido de vivir una pacífica vida humana a su lado, sino que también ponía a tambalear la certeza de que todavía la amara a ella y que aquellos sentimientos que hubiera podido desarrollar por la chica del futuro se hubieran disipado por completo.

—Sesshomaru puede protegerla. —le dijo, prestando atención a sus reacciones.

—¡¿Estás confiando la seguridad de Kagome en el bastardo de Sesshomaru?! —le respondió todavía más enfadado. —¡Detesta a los humanos!

Kikyo lo observó sintiendo el frío que parecía nunca abandonarla, volver a recorrerla. Dio vueltas a una enfermiza idea en su cabeza y entonces le dijo: —¿Y tú no?

Inuyasha volteó a verla abruptamente, sintiendo sus palabras como un puñetazo dirigido directamente al estómago. Sin embargo, lo que vio en sus ojos enfrió toda su ira de una sola vez, dejándolo arrepentido.

—Eres mucho más parecido a Sesshomaru de lo que piensas.

El tiempo le había enseñado a leer a esa mujer mucho mejor que a otros y, sin embargo, no había sido capaz de detenerse a leer sus emociones antes de herirla con sus comentarios teñidos de preocupación. ¿Qué clase de hombre le hacía eso a la mujer que supuestamente amaba?

Su cuerpo entero se congeló, la penúltima palabra flotando pesadamente en su mente: "Supuestamente". Sacudiendo la cabeza, intentó apartarla. No había tiempo para detenerse a pensar en ello.

—Maldita sea. —gruñó Inuyasha, paseándose de un lado a otro. —Tienes que sellarlo de nuevo. —le dijo, deteniéndose de repente.

—No.

—¡Maldita sea, Kikyo! Esto no es un juego.

—No lo entiendes. —le respondió con frialdad. —Desde el momento en que te conocí, mis poderes espirituales fueron decayendo. No me di cuenta de inmediato, por supuesto, pero con el transcurrir del tiempo fue volviéndose cada vez más evidente.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Para el momento en que disparé esa flecha, mi energía espiritual era muy poca y de ninguna manera habría sido suficiente para sellarlos a ambos.

—Pero Él...

La sacerdotisa todavía no lo había averiguado. Después de ser traída de vuelta a la vida en un cuerpo frágil y dependiente de las almas de otros, había intentando averiguar el destino de su amado y el de esa otra criatura en el árbol. Naraku le había ayudado a descubrir bastante información al respecto pero nada que respondiera a la pregunta que actualmente flotaba entre ellos: ¿cómo había quedado sellado un Ser tan poderoso con la única intervención de una flecha cuya energía sagrada no era ni siquiera una décima parte de su poder?

—No lo sé. —le respondió con sinceridad.

Por supuesto que Kikyo tenía sus hipótesis. Tan debilitada como había estado en cuerpo y espíritu, su flecha había funcionado en Inuyasha porque se trataba de un medio demonio pero su efecto habría sido prácticamente nulo en un demonio completo como Sesshomaru. Lo que la había llevado a la conclusión de que aquello que había atrapado al Ser tenía muy poco que ver con los poderes de una sacerdotisa.

—¿Qué es?

Una de sus serpientes voló en ese momento hacia Inuyasha y por un instante, Kikyo se congeló, anticipando el dolor. Cuando el hanyou se limitó a verla pasar, la sacerdotisa se tranquilizó. El abrumador dolor que había sentido cuando el Ser pulverizó a una de sus serpientes se había quedado grabado a fuego en su cuerpo. No quería arriesgarse a perder otra, no cuando su existencia dependía de ellas.

—Joder, Kikyo. —le gruñó nuevamente Inuyasha. —¿A qué nos enfrentamos?

—Una criatura que llegó mucho antes que cualquier otra a este mundo y cuya existencia se extiende hasta la eternidad. Incorpórea, poderosa y llena de infinita maldad. Es incapaz de mentir pero una experta manipuladora. No requiere sustento para sobrevivir, sin embargo, tiende a desaparecer por cortos periodos de tiempo. Resistente a cualquier tipo de arma y poder espiritual. Su raza se...extinguió hace mucho tiempo atrás y ahora so-

—¿Su raza se extinguió? —preguntó confundido el hanyou, nuevamente interrumpiéndola.

—No por completo. —respondió la mujer.

—¿Dónde conseguiste esa información?

—¿Importa?

El hanyou lo consideró por unos momentos, antes de negar con la cabeza. La procedencia de esa información era lo que menos importaba cuando prácticamente seguían a ciegas más allá de saber que este Ser parecía ser prácticamente indestructible. Además, había una cuestión todavía más importante:

—¿Por qué quiere a Kagome?

Kikyo frunció levemente el ceño. A pesar de lo que Inuyasha parecía creer, las respuestas que ella tenía respecto a la amenaza eran muy pocas. Sí, había sido consciente de su existencia antes de sellarlo; y sí, también había logrado averiguar algunas cosas sobre su especie –incluida la historia de cómo se extinguieron– pero no mucho más. Nada relevante, para el caso. Ni cómo derrotarlo, ni para qué necesitaba a la chica. Sólo conjeturas.

—No lo sé.

El repentino puñetazo de Inuyasha contra el árbol más cercano no la impresionó. El medio demonio siempre había sido impulsivo y temperamental, en su forma ahora humana, esas características sólo se habían acentuado más.

—Tenemos que llegar a ella antes que ese Ser.

Kikyo ladeó muy ligeramente la cabeza, guardándose su respuesta inmediata. De ninguna manera iba a arriesgar a un MUY humano y herido Inuyasha, ni a sus serpientes por ir directamente hacia las fauces de esa criatura sin saber más sobre ella. Sesshomaru tendría que encontrar la manera de lidiar con el Ser por su cuenta.

La mirada oscura no se perdió el tambaleo del medio demonio al intentar dar un paso, ni los nudillos sangrantes de su mano y la creciente mancha carmesí en el vendaje de su costado. Inuyasha no iría a ningún lado pronto.

—Por supuesto. —le respondió tardíamente.

Se acercó a él y lo rodeó cuidadosamente con los brazos, descansando la cabeza en su pecho y escuchando el constante latido de su corazón.

—Vamos primero a curarte. —le susurró con la suavidad que sólo reservaba para él.

Todo lo demás, siempre podía esperar.

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Sango acarició el lomo de Kirara con la mente en blanco. El cansancio pesaba sobre ella como una enorme roca, amenazando con aplastarla. Desde el extraño rescate por parte de Jaken, a la exterminadora le había costado mucho dormir por las noches.

Cada que cerraba los ojos lo único que podía ver era a esa pequeña niña corriendo hacia ellos, pidiendo ayuda con los ojos exorbitados por el terror y después, esa fría y abrumadora oscuridad consumiéndola lentamente. No estaba segura de lo que había ocurrido durante el tiempo que estuvieron encerrados en esa prisión de hielo pero sabía con certeza que su mente se había plagado de pesadillas y aún ahora, después del tiempo transcurrido, seguían acechándola.

—Sango. —la llamó el Monje.

La chica cerró los ojos por un instante, deleitándose en la fortaleza de esa voz y volvió a abrirlos con lentitud. Sus días atrapados en aquella otra dimensión también habían daño el espíritu del resto de sus amigos, sin embargo, Miroku parecía haber sido el único capaz de sobreponerse y por consiguiente, se había convertido en el bastón del resto.

—¿Es Inuyasha? —le preguntó vacilante.

Y se odió por ello. El cansancio y las pesadillas estaban llevándose la fortaleza que siempre la había caracterizado, dejando tras de sí una mujer frágil cuyos amigos tenían miedo de romper aún más. ¡Por Kami-sama, no la habían dañado! No de alguna manera que justificara la flaqueza de su espíritu, no de una forma que pudiera recordar.

—La señorita Kikyo está con él. —respondió Miroku con calma. —Parece estar recuperándose pese a que su cuerpo humano lleva el proceso mucho más lento de lo normal.

Sango asintió y volvió a acariciar el lomo de su felina. Kirara nunca había sido una criatura que gustara de permanecer mucho tiempo en su forma diminuta pero desde su regreso y, percibiendo la necesidad de su ama, había pasado cada vez más y más tiempo en ella, acompañándola.

—Estoy más preocupado por ti, mi querida Sango.

Su corazón comenzó a latir con fuerza ante el cariñoso apelativo. Sin Miroku a su lado, probablemente habría sucumbido antes a esa oscuridad que parecía estar alimentándose de sus pesadillas. Habría perdido la esperanza de volver las cosas a la normalidad.

—Me siento extraña, Su Excelencia. —le dijo, sincerándose. —Algo...algo pasó en ese lugar. Algo importante que sé que debo recordar pero por más que lo intento, no puedo.

Lágrimas de impotencia se acumularon en sus ojos y sólo el peso de la mano del hombre sobre su hombro le impidió derramarlas. Había en su toque algo relajante, una chispa de calidez que hacía retroceder a la oscuridad y le permitía momentos fugaces de paz. Momentos para poder pensar con claridad.

—Tal vez debas dejar de forzarlo. —le dijo el monje sabiamente. —Permitir que tu cuerpo y mente se recuperen para que aquello que ha sido bloqueado, encuentre su camino a la luz.

Las palabras de Miroku la cubrieron como un bálsamo, apaciguando una parte de sus temores. Sango estaba segura que la información y los recuerdos bloqueados en su mente eran de vital importancia, necesitaba recuperarlos, pero también reconocía la verdad en la respuesta del monje.

Tenía que enfocarse primero en sanar, en vencer su miedo a la oscuridad esparciéndose en su mente, a las pesadillas, antes de poder permitirse desbloquear el resto.

—Siempre tiene razón, Su Excelencia.

—No siempre. —le respondió con seriedad.

Sango le sonrió a medias y sacudió la cabeza. Miroku no le había mentido a la exterminadora, realmente estaba preocupado por ella. Después del rescate, nada había vuelto a la normalidad. Inuyasha había sido herido y convertido en humano permanentemente, Sango se había retraído a tal grado que el monje se había visto forzado a ver las grandes bolsas oscuras bajo sus ojos, Shippo apenas había hablado y él...él había tenido que enfrentarse a uno de sus más grandes temores.

A pesar de que Jaken les había asegurado que solamente habían sido atrapados en otra dimensión y no habían recibido mayor daño, Miroku sabía con certeza que algo los había cambiado. La prueba más grande de ello residía nuevamente en la palma de su mano derecha, en la forma de un familiar Agujero Negro.

—Excelencia, yo tengo mie-

La oración de la exterminadora no llegó a término. En un instante, Kirara había comenzado a gruñir salvajemente y a revolverse sobre su regazo, luchando por liberarse de ella y volver al suelo. Un segundo después había vuelto a su forma de batalla, con las llamas del cuerpo erizadas y el bajo gruñido convirtiéndose en un rugido de advertencia.

—¿Qué sucede, Kirara? —preguntó Sango en guardia.

Miroku se llevó de inmediato la mano izquierda al vendaje sobre la derecha, aferrando el rosario a su alrededor con fuerza. Su intención inicial era ocultar el regreso del Agujero Negro a sus amigos hasta que no tuviera otra opción, sin embargo, si el peligro era inminente, por proteger a su amada Sango estaba más que dispuesto a utilizarlo.

Pesadas pisadas retumbaron en el suelo y la exterminadora alcanzó su arma con rapidez. Kirara permaneció al frente de la línea, lista para defender a esos dos seres humanos que lo significaban todo para su existencia.

—Excelencia, manténgase detrás de mí. —ordenó Sango, tomando el control.

Miroku la observó anonadado. Era probable que la chica no se hubiera dado cuenta pero justo en estos momentos, donde el peligro parecía acercarse, había vuelto a ser aquello que era en su esencia misma: una exterminadora.

Los arbustos que bordeaban la parte trasera de la cabaña comenzaron a moverse y Kirara tomó una posición agazapada, sin dejar de gruñir. Un instante después, emergiendo pesadamente del bosque, Ah-Un se dirigió hacia ellos.

—Es el demonio que acompaña a Sesshomaru. —exclamó sorprendida la exterminadora.

Kirara continuó gruñendo y siseando en advertencia mientras el demonio de dos cabezas la miraba con curiosidad. La escena podría haber hecho reír a Sango si la presencia del yokai no le trajera tan mal presentimiento.

—¿Qué puede estar haciendo aquí?

La criatura alzó entonces una de sus enormes cabezas y pareció olfatear el aire antes de bajar ambas hasta el ras del suelo. Unos segundos después, dio media vuelta y se alejó de vuelta hacia el bosque, olisqueando por aquí y por allá.

—No tengo idea pero...parece estar buscando el rastro de algo.

—O alguien. —intervino Miroku.

La postura de Kirara finalmente se relajó un poco mientras Sango sopesaba las palabras del monje. Ninguno de ellos sabía mucho sobre el yokai de dos cabezas que parecía ser la mascota de Sesshomaru, sin embargo, Sango estaba segura que las pocas veces que le había visto sin la presencia de su Amo, éste siempre había estado cuidando y llevando a cuestas a la pequeña Rin. ¿Sería posible que...?

—Tenemos que seguirlo, Su Excelencia. —soltó de repente.

Kirara centró su mirada en ella como recriminándola por una idea tan absurda pero no volvió a su forma normal. Miroku, por su parte, observó a Sango con una mezcla de emociones que iban desde el orgullo hasta la confusión. No estaba seguro de comprender el motivo por el deberían hacer eso.

—¿Por qué?

—No hay tiempo, ¡andando!

Nuevamente el monje la observó completamente sin palabras. Ya fuera la ausencia del apelativo respetuoso con que solía dirigirse a él o la voz de comando empleado, lo cierto es que el hombre no había podido evitar ruborizarse de placer. Ésta era la mujer de la que se había enamorado hacía mucho tiempo, la que lo tenía pendiendo de un hilo y fantaseando noche con noche.

Armada con su enorme boomerang, Kirara a su lado y un confuso y excitado Miroku a su espalda, Sango comenzó a seguir a la bestia. La tarea no fue difícil considerando el lento y pesado avance de la criatura, más sí cansada cargando a cuestas el peso del cansancio.

—Sólo está dando vueltas. —dijo el monje después de transcurrida casi una hora de continuo seguimiento.

Sango no podría haber estado más de acuerdo si no fuera por la constante sensación de aprehensión que la embargaba y el evidente esfuerzo que la criatura estaba haciendo por rastrear algo.

—No lo creo.

Mordiéndose el labio pensativamente, la exterminadora frunció el ceño. Y cuando pasaron por el mismo punto por quinta vez, ya no le cupo la menor duda. Ah-Un había encontrado lo que estaba buscando y simplemente estaba intentando comunicarles a ellos que estaba ahí y que no podía alcanzarlo por sí mismo.

—¿Dónde, Ah-Un? —le preguntó, recordando el nombre que la niña usaba con él. —¿Dónde está?

La bestia hizo un sonido semejante a un relincho mezclado con un gutural gruñido y golpeó pesadamente con una de sus patas el punto donde se había parado. Entonces Sango se acercó y comenzó a inspeccionar mejor el área. A simple vista no había nada que desentonara con el entorno, pero si uno miraba mucho más de cerca podía ver la fina capa de escarcha formada sobre la hoja caída cercana a sus pies.

Lentamente y con un nudo formándose en su estómago, la exterminadora se dejó caer de rodillas y comenzó a escarbar la zona con sus manos. Sus dedos se sumergieron en la blanda tierra, arañando capas y capas de ésta mientras Miroku la miraba con el ceño fruncido.

—¿Qué estás haciendo?

Sango no respondió. En cambio siguió arrancando puños y puños de tierra hasta que sus dedos se encontraron con una superficie extremadamente dura y fría que disparó recuerdos de sus peores pesadillas.

—¿Sango?

Temiendo lo peor y con un ataque de pánico avecinándose, Sango terminó de limpiar la tierra de la otra superficie y jadeó con una mezcla de horrorizada sorpresa y profundo temor.

—E-esa es... —tartamudeó el monje.

Ah-Un sacudió ambas cabezas con agitación y pataleó un poco, haciendo temblar el suelo. Ninguno de los presentes sabía con exactitud lo que estaba pasando pero alguien que podría tener muchas de las respuestas que estaban buscando a ese horrible periodo de encierro había quedado al descubierto. Y no había duda alguna de que se trataba de...

—Rin. —completó la exterminadora por él.

¿Quién le había hecho esto?

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