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Capítulo 31: Púrpura o Verde

Notas Importantes

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: Púrpura o Verde

Kagome resopló por quinta vez en el transcurso de unos pocos minutos. La impotencia en conjunto con una desagradable dosis de frustración la corroían por dentro con cada segundo que pasaba en su pequeña habitación. Sus pies se movían inquietos dando vueltas alrededor de la estancia mientras sus manos se cerraban en puños con una creciente ira que amenazaba con hacerla explotar en cualquier momento. Estaba atrapada.

El prepotente demonio de cabellos platinados la había dejado encerrada como a un pajarillo en su jaula. La chica del futuro gruñó ante el pensamiento y continuó moviéndose de un lado al otro de la habitación, abriendo y cerrando los puños en un vano intento por descargar algo de su furia.

Tal vez exageraba un poco al decir que había sido encerrada, ya que no había tal cosa como una cerradura o cerrojo que la mantuviera atrapada entre esas cuatro paredes. Era algo un tanto más escabroso.

Siendo una mujer curiosa por naturaleza, casi impetuosa, le había tomado un día desde la partida del Lord para darse a la tarea de recorrer el nivel de la fortaleza en el que se encontraba. Y el verdadero problema había empezado ahí. Andando por los largos y muchas veces estrechos pasillos de la fortaleza, Kagome no había tardado demasiado en darse cuenta de que las apariencias podían engañar.

Para ser honesta, la sacerdotisa había pensado que dada la tendencia de Sesshomaru a la soledad y su evidente desprecio hacia la población –humana y no humana– en general, su fortaleza estaría prácticamente vacía. Por supuesto, era imposible que ahí vivieran solo Jaken, Rin y él, pero le había costado demasiado imaginar quién o qué más podría estar confinado en ese lugar. La realidad le había parecido mucho peor.

La fortaleza entera estaba llena de criaturas y presencias espeluznantes que acechaban en cada esquina, y que habían pasado un gran momento divirtiéndose a costa de ella hasta que Jaken finalmente se había dignado a rescatarla.

—Estúpido Jaken. —gruñó recordando el momento.

La sacerdotisa había estado varias horas recorriendo el mismo nivel de la fortaleza, esquivando monstruos y poniendo a prueba muy sutilmente sus poderes para no volverse loca en el trayecto, cuando Jaken se había topado con ella. El alivio que la había embargado por dar con él se había apagado casi de inmediato cuando el demonio sapo comenzó a gritarle y regañarla por haber descendido hasta ese nivel.

No importó que Kagome hubiera intentado explicarle que no sabía a qué se refería o que ni siquiera supiera que había abandonado el nivel superior donde la había dejado Sesshomaru, Jaken continuó sermoneándola mientras la devolvía por las mismas escaleras de piedra que habían utilizado al llegar la primera vez.

—¿Cómo iba yo a saber que la fortaleza en realidad es un maldito laberinto? —preguntó en voz alta, su nivel de frustración alcanzando nuevos niveles.

Después de haber escuchado a un indignado Jaken hasta el cansancio, éste la había mirado con desprecio mal disimulado y finalmente la había abandonado en esta diminuta habitación con la advertencia de que la próxima vez no la rescataría. ¡Como si lo hubiera hecho, para empezar! —bufó interiormente la chica.

Y no es que el tamaño le importara demasiado, pero dudaba seriamente que el pequeño sapo le hubiera asignado semejante habitación por comodidad. Más bien parecía haberlo hecho con la pura intención de deshacerse de su presencia cuanto antes.

Lo que la traía de vuelta a su situación actual: estar atrapada sin un cerrojo de por medio. Ya podía empezar a sentir la claustrofobia comenzando a reptar por su cuerpo, como miles de tentáculos queriendo robarle el aliento.

—¡Vete de aquí! —gritó con potencia una voz.

Kagome no pudo evitar saltar sobre sus pies ante el sonido, ni estremecerse ante la visión de unos largos y gruesos tentáculos retrocediendo hasta desaparecer al otro lado de una de las paredes. Después de todo, parecía que la claustrofobia no había sido la única culpable de la falta de aliento. ¡Santo infierno! ¿Dónde demonios la había dejado Sesshomaru?

—¿Estás bien, Kagome-chan?

—¿Eh? ¿Yo? —preguntó todavía conmocionada por lo que acababa de presenciar. —Creo que sí. ¿Qué era eso?

—Uno de los sirvientes del Señor Sesshomaru. —respondió la niña, moviéndose indecisa al borde de la puerta. —Están por todas partes aunque no se supone que deban estar en el nivel principal. Este nivel es solo para el señor Jaken, el Señor Sesshomaru y para mí.

Kagome asintió como si lo comprendiera pero no lo hacía. Más que querer saber si era o no uno de los moradores de la fortaleza, quería saber qué cosa era. Lo único que había podido vislumbrar de la criatura eran sus oscuros tentáculos, mismos que habían atravesado la pared como si no dispusieran de materia, así que no podía simplemente imaginarse cómo sería el resto de su cuerpo.

—Bueno, ahora también es para ti. —añadió la niña con una tímida sonrisa.

El corazón de la chica se encogió. Rin parecía creer que la estadía de Kagome en la fortaleza sería para siempre, pese a que la sacerdotisa no lo veía así. Ciertamente no había tenido oportunidad de discutirlo a fondo con Sesshomaru porque se había distraído con su petición de un...beso.

Las mejillas de la chica se encendieron ante el recuerdo. A pesar de que estaba segura de que ese segundo beso no había sido con el Sesshomaru que ella conocía, no pudo evitar volver a sentir la corriente de electricidad que la había recorrido ante el breve y suave contacto.

—¿Kagome-chan?

—Perdón, ¿qué? —preguntó, sacudiendo la cabeza para apartar esos pensamientos.

—Rin se estaba preguntando si te gustaría ir a recoger flores.

Kagome la miró pensativa durante unos instantes. Del primer vistazo que había obtenido cuando llegaron y, el posterior durante su exploración a solas, la chica no recordaba haber visto nada ni remotamente verde o floral en ese lugar, o para el caso, nada que no fuera niebla, niebla y más grisácea niebla.

¿Estaría Rin sugiriendo que salieran de la fortaleza? La idea tenía sentido si tomaba en consideración que Jaken era el protector de la niña cuando el "Amo" no estaba. Lo que a su vez para Kagome significaba que había una gran probabilidad de que pudiera salir de aquel lúgubre espacio.

—¿Flores? —preguntó con esperanza. —¿Te refieres a salir de la fortaleza?

Kagome odiaba sentirse como si estuviera utilizando a una niña sólo por el simple hecho de sentir esperanza pero estaba un poco desesperada para ese momento. Si tenía que permanecer un minuto más a solas, dando vueltas en su habitación y sin ninguna posibilidad de tener privacidad, iba a perder la poca paciencia y tranquilidad que le quedaba.

—No. —respondió la niña, bajando la mirada con pesadumbre. —El señor Jaken dijo que mientras el Señor Sesshomaru no esté, no podemos abandonar la fortaleza. Es peligroso.

La esperanza de la sacerdotisa se desinfló tan pronto como las palabras de la niña se clavaron en su cerebro. Por supuesto, tenía que ser culpa del maldito daiyokai nuevamente. ¿Cómo demonios podía estar comenzando a sentir cosas por una criatura capaz de enjaularla de esa manera?

—Pero hay unas flores muy bonitas aquí, Kagome-chan. —le dijo de repente emocionada. —Son muy brillantes y moradas. Y a Rin le encanta ver las flores rosadas cuando caen del enorme árbol que está en el centro y vuelan en el aire como mariposas.

—¿Flores rosadas volando como mariposas? —preguntó intrigada.

La forma en la que Rin describía los tipos de flores que había en la fortaleza le hacía pensar que había una especie de jardín en alguna parte. Aunque no podía imaginarse dónde podría estar considerando el ambiente general del castillo.

—¡Síííí! Son así de pequeñas, —comenzó, gesticulando con sus manos para señalar el tamaño de las flores. —rosadas y huelen muuuuy bien.

—Puede ser que, ¿te refieras a las flores de cerezo?

—¡Sí, sakura! Así las llamó una vez Shiiii- —se detuvo de repente. —A-así las llamó el sirviente del Señor Sesshomaru que me las enseñó.

Kagome se mordió el labio, indecisa. Ni siquiera había prestado atención al pequeño desliz de la niña mientras intentaba imaginarse un jardín con un árbol de cerezo plantado en el centro y rodeado por flores púrpuras. Era casi imposible de creer. Quizás sólo se trataba de un juego al que Rin quería jugar.

—Oh, Rin, no creo que sea buena idea que vaguemos por ahí solas. —le dijo con suavidad.

Ya había tenido una mala experiencia explorando por su cuenta y aunque no dudaba de sus capacidades para mantener a la pequeña a salvo, Kagome no quería terminar purificando a alguno de los "sirvientes" de Sesshomaru por accidente y crear algún conflicto como resultado. Así que por más deprimente que le resultara la idea, probablemente era mejor que se quedaran en esa habitación hasta que...¿hasta que, qué? ¿Hasta que Sesshomaru volviera? ¿Hasta que Jaken las fuera a buscar para la comida?

—Sé que te gustan mucho las flores pero esta fortaleza también es un poco...confusa. Me perdí hace unas horas mientras la exploraba y no creo que sea buena idea que nos perdamos en este laberinto.

—¡No es un laberinto! —exclamó como si la idea le pareciera tonta. —Es un espejo.

—¿Un espejo?

La niña asintió con rapidez y luego sonrió con complicidad. —Pero shhhh, no le digas al señor Jaken que yo te lo dije.

—¿A qué te refieres con que es un espejo? —le preguntó, bajando la voz para conservar el secretismo.

—Algunas puertas y pasillos son lo que son pero al revés. —respondió recitando las palabras como se las enseñaron. —No te preocupes, Kagome-chan. Rin conoce el castillo muy bien y sabe cómo llegar sin perderse a las flores.

¿De verdad tenía que pensárselo tanto? Llevaba horas revolcándose en su ira y frustración, gruñendo y paseándose como león enjaulado, deseosa de salir pero sin ánimos de volver a perderse o toparse con algún otro morador; y de repente venía una pequeña niña a ofrecerle aire fresco, flores y un camino sin contratiempos. ¿Por qué la vacilación?

—Muy bien, Rin-chan. —le sonrió con gran ánimo. —Vayamos a recoger algunas flores.

—¡Gracias! —exclamó súper emocionada y se apresuró a tomarle la mano.

Kagome vaciló sólo unos segundos antes de comenzar a seguir a Rin por algunos pasillos que le resultaron familiares y otros que parecía nunca haber visto a pesar de que pensaba que había recorrido todo el nivel superior.

—A veces me siento como Alicia tras haberse metido en la madriguera del conejo. —suspiró cuando, al atravesar por una puerta, los pasillos parecieron cambiar de decoración abruptamente.

—¿Alicia?

—Es un cuento. —le dijo a la niña con suavidad. —Una niña muy curiosa ve un día a un divertido conejo blanco quejarse por la hora y correr apresurado hacia su madriguera. Decide seguirlo y sin darse cuenta, llega al País de las Maravillas, un mundo muy diferente al suyo.

—Los conejos no hablan. —declaró Rin.

La chica del futuro dudaba que eso fuera un hecho establecido en el Sengoku, considerando que existían demonios sapo como Jaken, daiyokais perro como Sesshomaru, lobos como Koga, y otro sin número más de criaturas que en su mundo podrían ser considerados animales, y que aún así hablaban.

—Es solo un cuento, Rin. —le dijo sin poder resistirse a reír por sus pensamientos. —En los cuentos todo puede suceder.

—Me gustaría escuchar el resto del cuento.

Kagome estaba a punto de continuar el relato cuando, tras dar una vuelta más por uno de los corredores, sus ojos se toparon con una enorme ventana –de las pocas que había en toda la fortaleza– y se quedó sin aliento. A través de la misma podía apreciarse un extenso campo verde que se extendía por unos considerables metros hasta alcanzar otro pasillo semejante al que estaban.

—Un jardín literalmente central.

—Sí. —respondió Rin.

Caminaron un par de metros hasta que toparon con una puerta corrediza abierta y Kagome finalmente pudo respirar el aire fresco y perfumado del jardín. Era impresionante. Para estar situado en una superficie rectangular, rodeado por los pasillos del nivel en el que estaban y mayormente ocupado por un masivo árbol de cerezo en el centro, el jardín se las arreglaba para lucir espacioso e impresionantemente cuidado.

—Es hermoso.

—¿Verdad que sí? —comentó emocionada la niña. —Me encanta venir a este lugar.

La sacerdotisa dio unos pasos vacilantes hacia el jardín, como si todavía no pudiera creer que el pasto verde bajo sus pies y los danzantes pétalos rosados que se desprendían del árbol con la ligera brisa, fuesen reales. ¿Cómo se las había arreglado Sesshomaru para conservar un jardín como éste en tan buen estado?

A estas alturas, Kagome ya se había dado cuenta que cuando se trataba de la pequeña Rin, el Lord tenía detalles y consideraciones inusuales. Sin embargo, un jardín de flores hecho específicamente para ella no era algo que encajara con su estilo. ¿Podría realmente haber sido un regalo de él? Y de no ser así, ¿quién podría haber mantenido algo tan bello en medio de tanta oscuridad?

—¡Kagome-chan, mira, mira!

Los ojos de la chica del futuro siguieron el pequeño dedo de la niña hasta un conjunto de hermosas flores púrpuras que se balanceaban ligeramente a los pies del árbol de cerezo. Sus pétalos aterciopelados refulgían en su inusual color, contrastando de manera terroríficamente perfecta con el rosado excesivo de las flores en el aire.

—Se parecen al Señor Sesshomaru, ¿no crees?

Sin ser plenamente consciente de sus acciones, Kagome se arrodilló frente a uno de los conjuntos de flores y pasó sus dedos sobre la extraña textura de los pétalos, antes de terminar de registrar las palabras de Rin. Cuando finalmente lo hizo, volteó de repente hacia ella y por una fracción de segundo, le pareció ver más inteligencia y suspicacia en su oscura mirada que la de una niña de su edad.

—¿Qué?

—Las flores. —respondió, volviendo a su actitud infantil. —Son del color de las marcas del Señor Sesshomaru. Te gusta, ¿verdad, Kagome-chan?

—¿Me gusta?

El corazón de la sacerdotisa dio un vuelco antes de comenzar a latir desbocado conforme pensaba en ello. Sabía que le gustaba Sesshomaru, por lo menos a un nivel físico. ¿Y a quién no podría gustarle semejante espécimen? Llevaba un par de días sospechando que incluso podría estar desarrollando alguna clase de sentimiento por él pero de ahí a gustar...gustar...¿gustar?

—El color morado. —dijo con una enorme sonrisa Rin. —A Rin le gusta más el naranja.

—¡Ah, claro! —exclamó irremediablemente nerviosa. —A mí me gusta el color verde también.

—Lo sé, Kagome-chan. Tu ropa es verde. —rió la chiquilla.

Kagome se recorrió a sí misma con la mirada sintiéndose estúpida por segunda vez en el día. De hecho, empezaba a creer que la atmósfera general de la fortaleza tenía el efecto de hacerla sentir más estúpida y reflexiva de lo usual. Después de todo, llevaba gran parte del tiempo desde su llegada haciéndose un montón de preguntas respecto a sus sentimientos, su acechador, la seguridad de sus amigos y mucho más.

—El verde también es bonito. —suspiró la niña. —Pero no hay flores verdes en la naturaleza y eso debe significar que es malo, ¿no?

—Nunca lo había pensado así.

La chica miró a Rin con renovada curiosidad. Sabía, por experiencia con su propio hermano menor, que los niños a menudo tendían a ver las cosas de perspectivas muy diferentes a los adultos, pero las palabras de Rin parecían tener un significado mucho más profundo que sólo la visión inocente de su juventud.

—No importa. —se encogió de hombros la niña. —Toma, Kagome-chan, esto es para ti.

La niña arrancó una de las flores púrpuras del suelo y se paró para acomodarla cuidadosamente en el cabello de la sacerdotisa, trenzando muy suavemente uno de los mechones en el tallo de la misma. Luego se apartó y le sonrió enormemente dándole un abrazo.

Kagome envolvió sus brazos alrededor de la frágil figura y la abrazó con ternura. Todavía a estas alturas le costaba imaginar lo difícil que debía ser para Rin haber perdido a toda su familia y terminar bajo el cuidado de un par de demonios que no sólo odiaban a su especie, sino que tampoco tenía ni la menor idea del cuidado que requería alguien de su edad.

—¡Ah! —gritó la niña, apartándose de repente de su abrazo. —Rin olvidó la corona de flores que estaba haciendo. Tengo que ir por ella.

—Puedo acompañarte. —le sonrió con renuencia.

Ahora que había conseguido salir del sofocante ambiente de la fortaleza, Kagome se resistía a volver aunque fuera por poco tiempo para recuperar la corona. Sin embargo, todavía no confiaba en que los moradores no se acercaran a la niña aunque la reconocieran como la protegida de su Lord.

—No es necesario.

—Pero-

—¡Enseguida vuelvo! —le gritó, ya corriendo hacia el pasillo por donde habían llegado.

La muchacha se quedó con la mano en el aire y las palabras a medio camino en la boca. Rin tenía demasiada energía para contenerla y desde que ella había llegado, parecía ésta sólo había ido incrementándose más y más.

—Bueno, los niños son niños. —suspiró sonriendo.

Entonces volvió su atención al conjunto de flores púrpuras y contuvo un jadeo mientras fruncía el ceño. Inconscientemente, una de sus manos ascendió hasta la delicada flor trenzada en un mechón de su cabello y volvió a rozar los pétalos. La flor seguía en su lugar, sin embargo, y a menos de que su mente le estuviera jugando una mala pasada, una nueva flor la había sustituido en el mismo lugar donde había sido arrancada.

—Esta fortaleza está jugando contigo, Kagome. —se dijo en voz alta.

Y encogiéndose de hombros, se sentó en el suelo, recargando su espalda contra la rugosa superficie del tronco del árbol. Algunos segundos pasaron mientras continuaba apreciando todo a su alrededor, tomando nota de que parecía sólo haber flores moradas y rosadas por todo el lugar aunque variadas en formas y tamaños. Ninguna de ellas era verde, como Rin le había señalado, y Kagome tampoco podía recordar haber visto una alguna vez en su vida.

Sin embargo, estaba el césped, las hojas y los tallos que daban vida y sustento a todas esas hermosas flores, y eran de color verde. ¿Por qué era tan importante para ella defender un color? Sí, había iniciado su travesía en ese tiempo portando un uniforme verde y más tarde había continuado llevando un atuendo similar porque le parecía cómodo y a las personas que desconocían su habilidad para alternarse en el tiempo y espacio, les resultaba menos confuso verla portando lo mismo de siempre. Pero, ¿podía llamar al verde su color favorito?

El dorado me gusta mucho más que el verde. —pensó divertida. —Unos hermosos ojos dorados rodeados por extrañas marcas púrpuras.

Sin darse cuenta, Kagome fue cerrando los ojos mientras todavía conservaba la sonrisa en sus labios. Después de un largo viaje y de pasar el día sin dejar de pensar, la idea de una pequeña siesta en lo que volvía Rin, no le parecía mala idea.

Los sonidos a su alrededor comenzaron a desvanecerse mientras el perfumado ambiente la arrullaba, meciéndola a la deriva en un sueño brumoso que trataba de recordarle algo importante. Una criatura oscura con escamas tornasol, el rojo y el negro mezclándose y...el verde esmeralda de una aterradora mirada.

—Dormir a la intemperie no es una buena idea, muchacha.

El melodioso sonido de una voz acarició sus oídos pero no la convenció de abrir los ojos. Estaba intentando atrapar el hilo de sus recuerdos de aquel sueño para alcanzarlo, para tener la oportunidad de volver a ese enlace del que le habían hablado y obtener algunas respuestas.

—Despierta.

El muy suave contacto de uno de los pétalos del árbol al rozarle la mejilla la trajo de vuelta al presente como si una descarga eléctrica la hubiera avasallado. Sus ojos se abrieron de golpe y, aunque desorientada, escaneó los alrededores en busca de la extraña presencia.

—Aquí arriba, muchacha.

Girando la cabeza hacia la fuente de la voz, Kagome observó la figura de un hombre sentado sobre una de las ramas. No podía apreciar del todo sus rasgos o su vestimenta pero la larga cabellera negra balanceándose en la brisa le parecía inconfundible. Y aunque no lo hubiera sido, el molesto apelativo que le había despertado un dejá vú, habría hecho el trabajo.

—¿Otra vez tú?

—Yo. —respondió el hombre. —¿Kagome...-chan?

La chica resopló levemente irritada y sin apartar la vista de su figura le dijo: —Te dije que era sólo Kagome.

—¿Muchacha?

—¡Kagome!

Soltando una risa profunda que envió deliciosos escalofríos de placer por todo su cuerpo, Kagome lo vio saltar hasta el suelo con un elegante y fluido movimiento para aterrizar frente a ella.

—Kagome, entonces.

—Eres irritante. —le dijo con desconfianza. —¿Cuánto tiempo llevas ahí?

El Ser la observó con lentitud, memorizando cada detalle de sus rasgos, sintiendo la adrenalina comenzar a fluir por su anatomía, llamándolo a apoderarse de ella. Y sonrió ligeramente al percibir el efecto que su misma presencia tenía sobre la delicada y a la vez fuerte humana.

—Quién podría saberlo, estaba durmiendo.

La palabra correcta habría sido en "Reposo" pero dudaba que su pequeña criatura supiera lo que eso significaba. La verdad era que había estado demasiado tiempo inactivo después de un renovado enfrentamiento contra el hanyou y la sacerdotisa muerta, así que su cuerpo ya estaba dando muestras de algo cercano a un síndrome de abstinencia. Tanto tiempo separado de lo que era suyo no le sentaba bien y, la mejor manera de evitar catástrofes en esos momentos, era dormir.

—Tienes una extraña afición por los árboles, ¿eh?

—Tengo una extraña afición por muchas cosas, Kagome. —le respondió mirándola con profundidad.

Extasiado, vio cómo el cuerpo de la chica temblaba ligeramente y un adorable rubor cubría sus mejillas. No podía entender cómo habían resistido tanto tiempo en esa vacía existencia sin tenerla al alcance. Sin recuperar lo que habían perdido tanto tiempo atrás.

—De cualquier manera, ¿qué estás haciendo aquí?

—Visita.

—¿Alguno de los...moradores de la fortaleza es conocido tuyo? —le preguntó la chica, estremeciéndose ante la idea.

No es que hubiera vislumbrado mucho de los inquilinos pero la criatura de los tentáculos había sido más que suficiente para darse una idea de cómo podrían ser el resto. Si éste sujeto estaba esperando encontrarse con uno de ellos, Kagome bien podría estar marchándose ahora.

—Sirvientes. —le respondió con sequedad el Ser. —Tu amigo tiene sirvientes en esta fortaleza. Sólo criaturas prescindibles en el mejor de los casos.

Kagome arrugó la frente ante su tono. Confusa como lo estaba por sus sentimientos hacia el daiyokai, todavía se sentía protectora de su imagen. Tampoco es que le sorprendieran sus palabras, Sesshomaru no era alguien que necesitara compañeros que no estuvieran a su altura.

—Lo que sea.

—Mi hermanita forma parte de ellos, así que a veces vengo de visita. —le dijo, encogiéndose de hombros.

Después de eso, un pacífico silencio se instaló entre ambos y Kagome lo aprovechó para analizar a su interlocutor. La última vez que lo había visto había sido en el futuro, y si bien su apariencia general lucía ligeramente diferente a la de ese entonces, los rasgos físicos eran prácticamente idénticos.

Largo cabello tan oscuro que a la luz pareciera lanzar destellos azulados y casi del mismo largo que los sedosos mechones plateados de Sesshomaru. Piel clara, rasgos duros y cincelados, labios terriblemente apetecibles y un par de ojos verde esmeralda tan hipnotizantes que estaba empezando a desear hundirse en sus profundidades. Ahora, ¿de dónde demonios estaban saliendo todos esos pensamientos?

Sin poder detenerse, sus ojos volvieron a recaer en los labios del hombre e inconscientemente, se relamió los propios. Dios, apenas un día antes había besado a Sesshomaru y ahora estaba ansiosa por hacer lo mismo con este...este...¿este qué?

—¿Qué eres?

—Un hombre.

Kagome volvió a deslizar su mirada por todo su cuerpo, bastante segura de que era un hombre. Desde la fornida más no exagerada musculatura de su cuerpo, las estrechas caderas, hasta el marcado abdomen que podía apreciarse a través de la extraña prenda que cubría la zona. Sí, no había duda de que era todo un hombre.

De nuevo, ¿qué demonios?

—E-eso lo puedo ver. —murmuró tropezando con sus propias palabras. —Me refiero a qué...especie eres. Tipo. Criatura. Lo que sea.

—Supongo que sería un Yokai.

Pese a la extraña bruma de atracción que estaba sofocándola, Kagome no se perdió la leve vacilación en su tono de voz, ni el indicio de una mentira flotando en el aire. Sin embargo, decidió ignorarla cuando esos hermosos ojos volvieron a posarse en los de ella.

—¿Está todo bien?

—No deberías estar aquí. —respondió a la defensiva. —Este nivel es privado.

En realidad, la sacerdotisa no estaba segura de que lo fuera dado que tampoco lo estaba de seguir en el mismo nivel donde la habían dejado Jaken y Sesshomaru. De lo que sí estaba segura era que había algo muy extraño llamándola y atrayéndola hacia ese hombre, y que lo que sea que eso fuera, le estaba dejando también un regusto amargo en la boca.

—En realidad no lo es. —le dijo con simpleza. —Estás en el nivel inferior de la fortaleza, cualquiera puede pasearse por aquí.

—El único que se ha acercado a este jardín eres tú.

—Por supuesto, nadie más se atrevería a hacerlo.

Kagome se sorprendió por su declaración y la seguridad impresa en la misma. Parecía muy seguro de ser lo suficientemente peligroso o lo suficientemente aterrador para mantener alejados al resto de los inquilinos aunque...¿no había dicho Rin que este jardín era un secreto?

Gimiendo por el pulsante dolor en su cabeza, la chica se llevó una mano a la frente y frotó sus sienes con cansancio. Pensar tanto le estaba generando una jaqueca infernal.

—Nunca me dijiste tu nombre.

—Te mencioné que no tengo ninguno que valga la pena.

El corazón de Kagome volvió a acelerarse cuando sus ojos se posaron una vez más en las profundidades esmeraldas del yokai. Había algo en ellos que le impedía apartar la mirada, algo seductor y tentador.

Con el penetrante dolor creciendo cada vez más en su cabeza, la chica del futuro cerró los ojos brevemente e intentó concentrarse en su respiración. Algo en su interior se estaba revolviendo, peleando contra otra parte de sí misma, como si estuviera en alerta después de haber pasado mucho tiempo aletargada; pero también como si al mismo tiempo estuviera confundida, sin poder decidir a dónde ir. Al igual que una brújula que enloquece disparando su aguja en todas direcciones.

—Respira, Kagome. —le susurró una ronca voz.

Su sexto sentido como sacerdotisa la alertó del peligro pero al igual que esa otra aguja enloquecida, parecía no poder decidir de dónde provenía el riesgo. Moviéndose de un lado a otro en un intento desesperado por discernir si el yokai era calma o peligro.

Entonces, al igual que la caricia de una delicada pluma, la mano del hombre hizo contacto con su mejilla y casi de inmediato, la calma se asentó dentro y fuera de sí. Sus pensamientos se apagaron casi por completo, calmando a aquella parte irreconocible de sí y a su poder espiritual, cesando el punzante dolor en sus sienes y derramando sobre toda ella un manto de serenidad.

Como un soplo de aire fresco, las yemas de sus dedos trazaron la curva de su mejilla y enviaron chispas de calor por todo su cuerpo. Tan refrescante y cálido a la vez. Tan liberador.

—Eso es, tranquila. —le susurró nuevamente y, esta vez, sintió la caricia de sus labios rozando su oído y la calidez de su aliento penetrando hasta lo más hondo de sí.

Los largos y elegantes dedos del yokai ascendieron cuidadosamente por sus mejillas hasta sus sienes, masajeando la zona una y otra vez hasta que el dolor retrocedió por completo y Kagome pareció poder volver a pensar con claridad.

—Confía en mí, Kagome-chan.

Kagome abrió los ojos lentamente, encontrándose contra el amplio pecho del yokai. Los dedos de éste habían abandonado sus sienes para trasladarse a su cabello y ahora la sostenía firme pero delicadamente contra su cuerpo, respetando por muy poco, la vitalidad de su espacio personal.

—Eres extraño. —le susurró completamente relajada.

—¿Porque sé lo que necesitas?

Kagome se apartó de él con reticencia aunque ligeramente sorprendida por la facilidad con que la dejó alejarse. Luego intentó recomponerse mientras veía hacia el suelo. Sus ojos se posaron en la flor púrpura semi-aplastada a sus pies y se llevó la mano al cabello para descubrir que aquella que Rin le había puesto, ya no estaba.

—No. —le respondió después de un momento.

Agachándose para recoger la maltrecha flor, Kagome respiró profundo y por primera vez desde la llegada del yokai, pudo pensar con total claridad. Más allá de la confusa atracción que le despertaba y el bálsamo que parecía ser para su agotada mente y sentidos, algo estaba mal.

—Debes irte.

—¿Por qué? —preguntó el Ser.

—¡Kagome-chan, ya voy! —gritó Rin desde algún lugar no visible.

Kagome dio un respingo y cerró su mano en torno a la frágil flor antes de ponerse de pie con rapidez. Sus ojos volaron a la figura del yokai y frunció el ceño ante la sonrisa divertida en los labios del demonio.

—Ya veo. —se rió el hombre.

—Márchate.

El Ser enarcó una ceja ante la orden y sonrió con perversidad en el interior. La humana tenía fuego en las venas y estaba demostrando ser más fuerte de lo que había supuesto tras sus encuentros anteriores. Su presencia ciertamente la había desestabilizado, más no había sido suficiente para atraparla. Al menos no como lo había deseado.

De repente, el ambiente a su alrededor crepitó y el Ser pudo sentir con total claridad la presencia de un semejante. La criatura se agitó en su interior y su mirada se enfrió ante el vistazo de naranja en la periferia de su mirada.

—Kagome. —la llamó.

En un rápido movimiento, se inclinó lo suficiente para susurrarle un par de palabras más y después se alejó, sus labios apenas acariciando ligeramente su mejilla antes de retirarse por completo.

Un parpadeo después, la joven lo vio desaparecer por el pasillo contrario al que habían llegado. El pulso le latía en los oídos y sentía un rubor caliente ascendiendo por su cuerpo con una mezcla de extraña frialdad. Se sentía diferente. Confundida. Perdida. Asustada.

—¡Kagome-chan! Rin encontró la corona. —exclamó la niña saliendo al jardín y agitando en alto un círculo a medio hacer con flores entrelazadas.

Sus ojos se fijaron en el pequeño cuerpo de la niña conforme se acercaba a su posición. Las últimas palabras que el yokai le había susurrado al oído daban vueltas en su cabeza, carentes de sentido. Una promesa o quizás una amenaza velada. Una respuesta o muchas preguntas. Quizás nada.

—Tu flor se marchitó. —musitó la niña, frunciendo levemente el ceño.

Kagome bajó la mirada a su mano abierta y vio los restos de la flor ahora medio marchitos, el color casi apagado por completo. Sacudió la cabeza un par de veces y le sonrió levemente a la niña.

—Lo siento mucho. El viento la voló de mi cabello y como es tan frágil...—intentó excusarse.

—Frágil. —repitió Rin con un tono de voz apagado.

Entonces se agachó y arrancó otra flor púrpura de la base del árbol, tomó la marchita de las manos de Kagome y depositó la nueva en su lugar, volviendo a sonreír. La facilidad con la que los niños podían olvidar los problemas y obstáculos de la vida era fascinante.

—Ya está. —dijo alegremente.

Llevó la flor marchita acunada entre sus pequeñas manos hasta otro conjunto de flores y se puso a continuar la corona. La joven del futuro sólo pudo quedarse observando la nueva flor entre sus manos, pensando en las últimas palabras del yokai y, preguntándose si al final de todo, podría decidir cuál sería su color favorito...

...¿Púrpura o Verde?

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