Capítulo 3: Ámbar
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Ámbar
El corazón de Kagome finalmente recuperó su ritmo normal después de que la repentina orden del daiyokai enviara escalofríos por todo su cuerpo y acelerara su ritmo cardiaco. Le había tomado cerca de cinco minutos tranquilizar también a su respiración, y otros dos minutos para decidirse a ignorar el por qué de su extraña reacción ante la voz del demonio que tras su primer encuentro muchos años atrás, había intentado asesinarla.
Temor, esa había sido la razón que había decidido utilizar para explicar los repentinos y abrumadores cambios en su fisiología, pese a ser perfectamente consciente de que su respuesta había sido más producto de las hormonas recorriendo a su cuerpo casi maduro, que a los posibles traumas pasados surgidos de los encuentros con el demonio.
—Rin sigue siendo muy dulce. —rompió el silencio la exterminadora.
Kagome asintió suavemente en reconocimiento, antes de observar con curiosidad el árbol en cuyo tronco había permanecido recargada la poderosa anatomía del daiyokai. No estaba segura de qué había llamado su atención hacia ese lugar en específico, sin embargo, podía asegurar sin lugar a dudas que Sesshomaru había dejado algo tras de sí.
—Se está haciendo tarde, deberíamos volver al campamento. —declaró dispuesta a alejarse del lugar antes de seguir sus instintos e ir tras la búsqueda de lo que aguardaba en ese árbol.
—Estoy completamente de acuerdo. —secundó Sango.
Concentrándose en asegurarse de que nadie más podía espiarlas, ambas chicas salieron de las frías aguas y con rapidez se envolvieron en las esponjosas toallas que Kagome había traído. Se tomaron un tiempo más en secarse y comenzar a vestirse para emprender camino de vuelta al campamento donde el monje y el hanyou las estarían esperando.
—¿Kagome? ¿Qué estás haciendo?
La sacerdotisa no respondió, ni fue consciente de que se había movido hasta el árbol donde Sesshomaru había reposado hasta que sus dedos rozaron la dura y rasposa corteza del tronco. Sus ojos inspeccionaron con cuidado cada zona a su alrededor, pasando sobre el verde y suave césped, subiendo por el tronco del árbol hasta sus enorme hojas y de vuelta al sitio específico donde había mantenido estirada una de sus piernas el daiyokai. Sin embargo, no encontró nada fuera de lo normal, ningún objeto caído, ningún mensaje oculto.
—Nada. —respondió tardíamente a la pregunta de su amiga. —Creí haber visto algo, pero parece que me equivoqué.
Daba ya la media vuelta para reunirse con Sango y salir de ahí cuando lo sintió. Los rastros de un aura demoníaca que sin duda alguna sólo podía pertenecer a un demonio de alta categoría e inmenso poder como el daiyokai, estaban ahí. Una sutil y poderosa presencia que se intensificó una vez que captó el rastro principal y sintió envuelta a su alrededor en forma de una clara advertencia por parte del demonio.
—Está helada. —gimió sumamente bajo.
La exterminadora no entendía las acciones de la sacerdotisa pero no se había perdido el escalofrío que la recorrió, ni la dilatación de sus pupilas cuando se quedó repentinamente inmóvil en su lugar. Tampoco escuchó lo que susurró la chica, sin embargo, supo con seguridad que su nuevo acto era parte de todo el misterio que Kagome estaba manteniendo oculto del grupo.
—Kagome, tenemos que irnos. —repitió con suavidad.
En el escaso tiempo que habían estado a solas para darse un baño y con la presencia del daiyokai, Sango había captado cada detalle de las acciones y emociones de su amiga. Lo que le helaba los huesos no era saberse consciente del mínimo interés de la chica ante la presencia de un demonio sumamente atractivo como Sesshomaru, ni la falta de interés en el hanyou, sino la reciprocidad por parte del daiyokai.
Sango no quería sacar conclusiones apresuradas y muchos menos descabelladas sobre lo que aquejaba a la sacerdotisa, pero la actitud extraña de la misma la tenía intrigada. Y pese a no querer aceptarlo, tenía la horrible sensación de que la mirada firmemente clavada sobre Kagome durante el baño provenía del Lord del Oeste.
—Sí, vamos. Seguramente los chicos estarán comenzando a preocuparse.
Kagome omitió el conocimiento de que Inuyasha probablemente ni siquiera estuviera en el campamento esperándolas, mucho menos preocupado, pero sabía que Sango debía haber comprendido sus palabras por completo.
El regreso al campamento no tuvo mayores incidentes, ni conversaciones. El silencio instalado entre las dos mujeres no resultaba incómodo al estar cada una dentro de sus propios pensamientos. Esa tarde habían sucedido cosas que por un lado tenían a la sacerdotisa confundida y extrañada al no comprender lo que estaba mal dentro de sí, y por el otro, a la exterminadora debatiéndose entre contar sus sospechas al monje y resistiéndose a seguir con hipótesis que tuvieran dentro de la misma oración al poderoso daiyokai y a su amiga Kagome.
—Han vuelto. Disfrutaron mucho de su baño, ¿no? —rió con perversión el monje.
—¡Tú, monje pervertido! —gruñó irritada la exterminadora. —¿Estuviste espiándonos?
Miroku no se defendió de las acusaciones pese a que Kagome estaba casi segura que el monje no se había acercado en ningún momento al lago, lo hubiera sentido. Sango, en cambio, decidió aferrarse a la idea de que la mirada captada sobre la sacerdotisa había provenido del pervertido monje y no del hermano del hanyou. Rió de sí misma al recordar la descabellada hipótesis del dueño de la mirada antes de dejarla correr.
¿El poderoso, supremo e intocable Sesshomaru prestando atención a una simple y humilde humana? Era algo inconcebible. —pensó.
Kagome observó silenciosa la batalla entre Sango y Miroku, captando el apretón por parte del monje sobre los atributos traseros de su amiga y el consiguiente golpe en la cabeza de parte de la exterminadora. No estaba molesta ante la falsa culpabilidad del monje puesto que sabía algo que ese par no conocía, ella tenía a su propio acechador.
—¡Kagome! —exclamó Shippo saltando a sus brazos. —Ese perro feo de Inuyasha se volvió a escapar.
Y todavía no ha oscurecido por completo. —suspiró en su mente la sacerdotisa.
—Lo sé. —respondió con una sonrisa. —Por eso, el día de hoy yo haré guardia.
La mirada que las tres figuras presentes le dirigieron le dejó claro cuánto dudaban de su capacidad para mantenerse despierta durante la noche para hacer guardia. Era una sacerdotisa, y gracias al entrenamiento de la anciana Kaede, no era tan débil como parecía, pese a ello, no le quedaba más que admitir que su pasión por el sueño y las siestas ciertamente no jugaban a su favor.
—Señorita Kagome, no creo que sea una buena idea. —murmuró con suavidad el monje. —Yo haré guardia.
—Su Excelencia...
—No te preocupes, mi querida Sango. —la interrumpió. —Sólo me mantendré despierto hasta que Inuyasha regrese a su puesto.
Kagome suspiró frustrada. Los escapes de Inuyasha estaban cobrando factura dentro del grupo y eso realmente la molestaba. Su tarea era mantenerlos a salvo mientras como los seres humanos que eran y necesitaban, se recuperaban durmiendo unas horas por la noche, sin embargo, el hanyou parecía no poder siquiera cumplir con esa sencilla tarea y todo por una mujer a la que amaba profundamente.
—¿Y si todos dormimos? —se aventuró a preguntar con vacilación la sacerdotisa. —Es decir, no creo que Inuyasha realmente nos haya dejado completamente desprotegidos. Creo que incluso estando a una distancia lejana, aún se mantiene lo suficientemente cerca para percibir el peligro, ¿no creen?
Las expresiones del grupo lo dijeron todo. Inuyasha seguía siendo parte importante del grupo y un gran amigo, sin embargo, costaba confiar en su capacidad de protección cuando tendía a escabullirse por las noches para encontrarse con su amante.
—Yo haré la primera guardia y no se diga más. —se rindió, plantándose con seguridad.
Kagome no era el eslabón débil de la cadena, ni de su grupo. Era una sacerdotisa que con mucho tiempo y esfuerzo había ido desarrollando sus habilidades y haciéndose más fuerte. Casi diariamente se enfrentaba a demonios, intentos de homicidio y enfermedades por las cuales las personas de la aldea acudían en su búsqueda. ¡Por supuesto que podía soportar el tiempo de una guardia nocturna en lo que el hanyou se dignaba a regresar!
—Kagome, ¿estás segura? —cuestionó Sango.
—Completamente.
Sin embargo, la incertidumbre en el rostro de sus amigos no desapareció por completo y para evitar que el monje o la exterminadora decidieran que después de todo no era tan buena idea, tomó al pequeño zorrito entre sus brazos y se alejó un par de metros del campamento para jugar con él un rato.
Para el momento en que Inuyasha volvió al campamento tras haber revisado supuestamente los alrededores, todo el grupo estaba acomodado sobre sus respectivos sacos de dormir, dispuestos a transportarse al mundo de los sueños. Nadie comentó nada al hanyou sobre lo discutido, ni sobre las sospechas que cada quien mantenía sobre sus ausencias, pero se mantuvieron en un sueño falso esperando su nueva partida.
La noche había caído con rapidez y con los sentidos de Inuyasha dispersos y dirigidos hacia otro lugar, el falso sueño del grupo, a excepción del de Shippo, fue lo suficientemente creíble para que el hanyou partiera con rapidez. Cuando su ausencia fue evidente, Kagome tuvo que reprimir una exclamación de molestia tras contar con decepción el corto tiempo que Inuyasha realmente se quedó cuidándolos.
—Lo siento... —había susurrado con pesadez el hanyou antes de marcharse.
Kagome estaba segura de que Inuyasha no había notado la falsedad de su sueño, y aún así, el corazón le había dado un vuelco al escuchar su disculpa. No lograba comprender por qué se disculpaba, ¿por dejarlos desprotegidos?, ¿por utilizarlos a todos para poder seguir encontrándose con la sacerdotisa muerta?, tal vez ¿por verse forzado a encontrarse a escondidas con la mujer que amaba sólo para evitar lastimar a la adolescente del futuro que se había enamorado perdidamente de él?
—Señorita Kagome, ¿está segura de que estará bien durante la guardia?
—Sí, Miroku. —respondió saliendo de su saco. —Me haré cargo de todo hasta que Inuyasha vuelva, ustedes duerman un poco.
El frío le caló hasta los huesos apenas quedó expuesta a la noche, pero se mantuvo impasible para evitar que Sango o Miroku ocuparan su lugar. En cambio, esperó sentada sobre el acolchado saco hasta que estuvo completamente segura de que todos sus amigos por fin fueron conducidos al mundo de los sueños, y hasta entonces, se puso de pie y arrastró su saco hasta el árbol más cercano para envolverse y protegerse contra el frío mientras hacía guardia recargada contra la rasposa corteza del mismo.
—Lo que tengo que hacer por ti, estúpido Inuyasha.
Cuando se había ofrecido y forzado a lidiar con la carga de hacer la guardia, había estado completamente segura de lograrlo, sin embargo, pasada lo que calculó como una hora, el frío, el silencio y la noche fortalecieron su cansancio y comenzaron a hacerla cabecear. Lo que resultó peor, ya que en medio de las suaves caídas de su cabeza y el forzoso parpadeo de sus ojos, el apacible rostro de Sesshomaru y la intensidad de su mirada cruzaron por su mente. Y bastó esa imagen para despertarla de golpe. Después de todo, a excepción del rico tono ronco que había tenido su voz al ordenar a Rin marcharse y que le había erizado los vellos de todo el cuerpo, apenas había obtenido un vistazo rápido de su imponente figura.
¿Por qué, entonces, había comenzado a pensar en él?
Kagome no era de piedra, y aunque su corazón todavía pertenecía a Inuyasha, no era fácil para ella negar el increíble, perfecto y peligroso atractivo del poderoso Lord, ni la excitante cadencia en su voz que no le molestaría escuchar a diario. Ahora bien, fue evidente con esos últimos pensamientos que echar una pequeña siesta no le haría daño y que de hecho, sería la mejor opción si quería evitar más pensamientos irracionales.
—Sólo será un minuto de sueño. —bostezó y cerró los ojos con la imagen del daiyokai aún rondando su cabeza.
No muy lejos del campamento, el daiyokai observó impasible la escena representada frente a sus ojos por su medio hermano y la sacerdotisa muerta. Intentando ganar tiempo y controlar el ansia renovada de su bestia, había comenzado a caminar a través del bosque, retornando en primer lugar donde su protegida había jugado con las otras dos mujeres para retomar los rastros de la misteriosa y adictiva esencia proveniente de la miko, y recorriendo más tarde otras zonas del bosque hasta llegar al lugar donde se encontraba ahora.
Las serpientes recolectoras de almas no le habían pasado desapercibidas mientras volaban sobre su cabeza con ese movimiento lento y zigzagueante que en el estado ansioso de su bestia, le había arrebatado el poco de paciencia que aún le quedaba, aunque saberse en dirección a las mismas tampoco había detenido su avance. Le satisfacía, sin embargo, reconocer que con la atención de su molesto medio hermano centrada en su amante, acercarse a la chica sería igual de fácil que las veces anteriores, y no tendría interrupciones.
—Kikyo... —susurró con dulzura el hanyou.
Sesshomaru sólo se quedó el espacio de tiempo suficiente para escuchar la declaración de amor que siguió a su llamado y el apasionado beso que intercambiaron. Su bestia se agitaba ansiosa y emocionada dentro de su cuerpo sabiendo que el hanyou no sería un problema para reclamar a la miko, al menos no ahora que tenía a otra mujer.
Cuando se marchó de la escena siguiendo el rastro de la sacerdotisa, cualquier pensamiento en relación a lo visto ya se había borrado. Era un daiyokai, después de todo, y por lo tanto, cosas como el amor y los sentimientos no era de su interés, aún cuando comenzaba a considerar seriamente como una nueva forma de capturar la esencia de la mujer, tomarla a través de sus labios.
Frunció el ceño contrariado por la idea. Si de él dependía, mantendría el menor contacto posible con la humana aunque a su bestia le irritara la sola mención de ello. Afortunadamente, él tenía el control sobre sí mismo, y ansioso o no, la mujer debía mantenerse a una distancia prudente de su cuerpo, y aún más del contacto directo entre sus labios.
—Humanos. —murmuró en medio de su avance.
En unos cuantos pasos más se encontró llegando al improvisado campamento del grupo de Inuyasha, encontrando a todos profundamente dormidos, incluida la pequeña sacerdotisa. Kagome se había quedado dormida cuando no pudo más con el agotamiento, y con ello, había terminado deslizándose dentro de su saco de dormir hacia abajo por el tronco del árbol, la parte superior de su cabeza ya a una distancia prudente de la parte final de las raíces del mismo.
Lucía tan serena durmiendo que mientras Sesshomaru se acercaba y cernía sobre el dormido cuerpo de la miko se dio cuenta de que el dilema al que se enfrentaba sacaba lo peor de sus convicciones. La mujer estaba tendida debajo de su gran cuerpo, encajando de forma perfecta con las duras formas de su propia figura pese a que el daiyokai aún se negaba a sentirla completamente contra sí. Era pequeña y podía cubrirla y contenerle a la perfección bajo sí mismo, en caso de ser necesario. Y eso despertaba en su persona una extraña excitación.
Desafortunadamente para ella, la molestia de tener que posicionarse sobre sus rodillas para encerrar el delicado cuerpo entre sus piernas y tener una mejor accesibilidad a la zona donde más piel quedaba expuesta sobre el extraño saco en donde se encerraba para dormir, le ganaba a cualquier otra sensación que despertara por parte de su bestia.
La escuchó suspirar en sueños sin sentir ninguna emoción. Lo cierto es que mientras había observado cuidadosamente el comportamiento de la mujer y su interacción en el agua, también se había estado debatiendo su proceder a partir de esa noche y más tarde, el encuentro con su hermano le había facilitado la decisión. Como Lord del Oeste no poseía el tiempo, ni la paciencia de continuar retrasando asuntos de mayor importancia por vigilar a la frágil humana con el fin de asegurar la protección de su esencia.
Cerró los ojos sosteniéndose por encima del cuerpo de la chica con los brazos a cada lado de su cuerpo, concentrado en lo que lo había atraído nuevamente a ella. Tener a Rin con él siendo humana, era la mayor presencia que estaba dispuesto a aceptar de parte de una raza tan débil e inservible, sin embargo, dejar a la sacerdotisa seguir jugueteando por ahí con Inuyasha y el resto de su molesto grupo, ya no era una opción. No iba a perder más de su valioso tiempo persiguiéndola.
—Mhhhm.
Sus ojos volvieron a abrirse al escuchar las palabras inteligibles de la mujer. Algunos mechones plateados de su cabello se habían deslizado y rozaban con suavidad algunas partes del rostro de la miko mientras descendía un poco más, acercándose a su rostro. El tiempo jugaba a su favor en ese preciso momento, pero ver el rostro de la mujer enmarcado y cubierto por una parte de sí mismo, había puesto en movimiento a su bestia y no pensaba detenerla.
Kagome sintió entre sueños la calidez de un aliento acariciar su rostro, y aún sin despertar plenamente a la consciencia, supo de inmediato que su acechador estaba ahí con ella. Curiosa, abrió los ojos e inmediatamente se arrepintió al quedarse sin aliento y completamente inmóvil con la imagen ante sí.
Un gran cuerpo se curvaba y mantenía sobre ella, los largos y plateados cabellos cayendo en una suave y delicada cortina que los aislaba de una forma casi íntima mientras los ojos como el ámbar brillaban en la oscuridad del bosque sin apartar la mirada de ella, y los tenues rayos de la luna filtrándose entre los mechones iluminaban su perfil, así como la purpúrea figura en forma de media luna sobre la superficie de su frente.
—Sessho-
Los músculos de todo el cuerpo se le tensaron con brusquedad y sus ojos se ampliaron tras ser súbitamente interrumpida y silenciada por el poderoso daiyokai. El roce sobre sus labios la sorprendió y envió oleadas de temor y electricidad a través de todo su cuerpo mientras intentaba comprender lo que estaba sucediendo, y sobre todo, por qué el demonio que la odiaba la estaba amenazando de una forma tan sorprendente.
Cerró los ojos por inercia. No había duda, Sesshomaru estaba sobre ella y ésta vez...no era un sueño.
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