Capítulo 28: Ausencia
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Ausencia
Sesshomaru observó con calma la delicada figura recostada a unos cuantos metros de su posición. La chica respiraba apaciblemente, sumida en un sueño profundo que era más producto de la agresión directa de la bestia que del agotamiento mismo. Pequeños rastros de sangre todavía podían apreciarse en forma de finos hilillos sobre la cremosa piel de sus muslos y pizcas de su esencia aún flotaban a su alrededor.
El Lord del Oeste cerró los ojos un instante y frunció el ceño. Por primera vez en muchos siglos de existencia, comenzaba a sentir que las cosas ya no estaban más bajo su control. Aquellos eventos a los que pensó que nunca tendría que enfrentarse, eran ahora los que definían su actuar. Intentar resistirse a ellos y buscar la forma de encerrar lo que nunca debió ser liberado estaba resultando ser la tarea más infructuosa de todas. No había forma de pararlo. Ya no.
Llegar a esa conclusión le había costado un valioso tiempo y ser completamente burlado por el enemigo. Haber dejado imprudentemente fuera de su vista a la sacerdotisa había sido tan solo uno de los más grandes errores que había cometido ese día, pero también había sido inevitable. El daiyokai no estaba acostumbrado a velar por la seguridad de alguien que no fuera parte de su pequeño núcleo y la mujer humana, por más atractiva que le pareciera, no entraba en esa clasificación. Ni siquiera sabía cómo considerarla a esas alturas.
Por consiguiente, había actuado por instinto. Un momento había sabido que la niña humana corría peligro y al siguiente la bestia había dejado a resguardo a la sacerdotisa mientras fluían en su forma demoníaca hasta sus tierras. Llegar y encontrar a la sonriente niña con un conjunto de diminutas flores entre las manos, ajena a cualquier peligro, sólo lo había enfurecido y...confundido. ¿Sus sentidos lo estaban engañando?
Sesshomaru abrió los ojos y volvió a posar la vista en la chica. ¿Por qué Yako había perdido el control como le había sucedido a Él mismo unas horas antes, y lo había hecho volver con una ferocidad no vista en siglos? ¿Por qué Él no había podido sentir lo que estaba mal con la sacerdotisa pese a formar una misma entidad con la bestia? ¿Qué clase de conexión compartían ellos dos que le habían excluido?
El daiyokai sonrió con ironía. Compartir tiempo con la humana estaba destrozando todo lo que era. Dudar de sus sentidos, cuestionarse tonterías y ser incapaz de apartar la mirada de toda esa tersa y cremosa piel no eran quién era: El Lord de las Tierras del Oeste, el daiyokai más poderoso conocido por ese patético mundo.
Maldita mujer. —gruñó en su interior.
Y no por primera vez en esa noche, agradeció que Yako se hubiera ido. El control total estaba de vuelta en su mente y la bestia era sólo una sombra que permanecía inerte en esa oscura prisión, en silencio, dejándole libre de cualquier pensamiento pecaminoso, de cualquier duda, de cualquier insinuación a la atracción que sentían por la humana.
Yako no podía separarse completamente de Él dado que formaban una sola entidad pero tenía la favorecedora habilidad de desvanecerse por cortos periodos de tiempo cuando así le convenía. Todavía podía sentirlo en su mente, moviéndose, pero sabía que realmente no estaba en conexión con lo que sucedía en el entorno. Tampoco le había explicado el motivo de su partida aunque era evidente que tenía que ver con aquello que había despertado su ira y lo había hecho atacar con brutalidad a la mujer.
El único problema en realidad era que, pese a lo irritante que encontraba saberse ignorante de la situación, no le importaba en lo más mínimo que la bestia se hubiera ido. Por el contrario, Sesshomaru casi podía sentir algo cercano a la satisfacción burbujeando en la sangre de sus venas por tenerla a ella, toda para Sí mismo.
Un débil sonido escapó de los labios entreabiertos de la sacerdotisa y Sesshomaru parpadeó lentamente, apreciando el sutil movimiento de su boca. Instantes después y casi de manera inconsciente, el Lord deslizó su lengua por el borde de sus propios labios, trazando un camino húmedo en ellos como si así pudiera degustar la tersa piel humana.
Un gruñido entremezclado con un gemido reptó por su garganta y tuvo que volver a cerrar los ojos extasiado por el regusto de la sangre femenina explotando en sus papilas. Había olvidado por completo que restos del ataque de la bestia aún permanecían en su rostro y tener la oportunidad de saborearlos de primera mano era más de lo que podía soportar.
No era la sangre en sí, era la presencia de esa deliciosa esencia impregnando cada minúscula parte de la anatomía de la chica e intensificándose en tan vital líquido. Era el regusto semi-dulce y semi-amargo colándose por cada terminación nerviosa de su cerebro. Simplemente era ella, tan humana, tan aborrecible, tan pecaminosamente deliciosa.
Inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás, y aún sin abrir los ojos, Sesshomaru se permitió un momento más para saborear la esencia bailando en la punta de su lengua. Abrumadora. Perfecta.
¿Por qué se estaba volviendo incapaz de resistirse a ella?
Un nuevo sonido retumbó en la amplificada audición del daiyokai y un escalofrío bajó por su espina dorsal, extendiéndose como una ola por el resto de su cuerpo, forzando sus músculos a tensionarse. Esto era tan solo una parte de lo que esa mujer le hacía y por más molesto que deseaba sentirse, por más que ansiaba odiar cada pequeña parte de ella, el desgarrador deseo seguía siendo mucho mayor.
La verdad sea dicha, no necesitaba tomar ninguna decisión en particular respecto a la sacerdotisa. A ese acuerdo ya había llegado junto con la bestia días atrás. La mujer les pertenecía y no la dejaría marchar hasta que estuviera completamente saciado de ella. Hasta entonces, nadie podría arrebatárselas.
En ese momento, una suave corriente de aire se coló al interior del improvisado refugio y alborotó uno de los mechones azabaches de la chica, agitándolo al viento como una onda de seda oscura. Sesshomaru abrió los ojos y siguió el movimiento con atención. Estaba hambriento de ella.
Poniéndose de pie, avanzó con elegancia hasta el cuerpo de la chica y se acuclilló a su costado, atrapando el mechón en el aire y deslizando sus garras por entre los finos hilos. Recuerdos de su mano enredada en ese largo y espeso cabello, dominándola en el bosque, inundaron su mente y un nuevo gruñido escapó de lo más profundo de su garganta.
Su mano soltó el mechón y sus ojos se concentraron en el apacible rostro de la chica. Tenía unos rasgos delicados y una piel demasiado fina que había demostrado ser menos resistente que una hoja frente a sus garras. De encontrarse en otra situación, le tendría sin cuidado el daño que le hiciera, pero esta noche no, quería explorar un poco más allá de lo que ya lo había hecho entonces. Sin Yako ahí para adjudicar la culpa, debía admitir que incluso sentía curiosidad.
Las yemas de sus dedos se posaron sobre la piel de su frente y comenzaron un lento descenso por los costados de su rostro, trazando la curva de sus sonrosadas mejillas y el arco de su respingona nariz antes de detenerse sobre la plenitud de sus labios. Estando éstos aún entreabiertos, Sesshomaru sintió la calidez de su aliento golpear contra sus dedos y una desconocida oleada de calor golpeó su interior.
¿Qué está haciendo? —se preguntó Kagome en ese momento.
No sabría decir qué era exactamente lo que la había despertado, ni aquello que la había llevado a fingirse seguir dormida, pero estaba agradecida por haberlo hecho. La verdad es que más que dormirse, Kagome sospechaba que en realidad se había desmayado poco después de que Sesshomaru la recogiera en sus brazos del lugar donde la había dejado. Demasiado dolor y emociones la habían vencido, o tal vez sólo se había tratado de su cuerpo defendiéndose frente a otro ataque de ese salvaje daiyokai. Estando ella inconsciente no se habría atrevido a continuar haciéndole daño, ¿verdad?
Todavía podía sentir la mordida en su muslo palpitando con un dolor sordo pero sus caricias resultaban una buena distracción del mismo. Lo que la llevaba a la misma pregunta de antes: ¿qué demonios estaba haciendo Sesshomaru?
Kagome luchó por mantener su respiración constante pese a que cada suave roce del Lord resultaba en una descarga eléctrica que le atravesaba todo el cuerpo, y cada vez le resultaba más difícil controlarla. No quería dar cuenta de su conciencia hasta descubrir las intenciones del medio hermano de su amigo pero tampoco podía evitar disfrutar del momento.
Eso tampoco era de extrañar dado que el pasado par de días había estado dándole vueltas a sus sentimientos por el demonio, es decir, a todo aquello que iba más allá de la tensión sexual entre ellos. Estaba bastante claro que su cuerpo lo deseaba pero su corazón, ese pequeño órgano que parecía haber latido sólo por Inuyasha tiempo atrás, ese mismo...era otro cuento. El Lord tenía algo que hacía tan fácil enamorarse de Él –y al mismo tiempo tan fácil aborrecerlo–, y no se refería al aura de misterio tras todas esas capas de frialdad, o a la ronquedad de su voz, sino a algo más profundo que incluso el mismo Sesshomaru se negaba a ver dentro de sí mismo.
Tonterías. —pensó. Ya sonaba como una de esas novelas románticas que tanto estaban de moda en su época. Lo cierto es que Sesshomaru tenía pocas cosas por las cuales sentir algo más que atracción pero nadie nunca antes había calificado a Kagome de "sensata", ni la habían considerado la de mejores gustos. Un claro ejemplo siempre sería su infantil enamoramiento por un hanyou que disfrutaba de escabullirse para pasar largas noches en los brazos del cadáver de su antepasado.
Aún así, la chica pensaba que había una remota, una MUY remota posibilidad de que tal vez, sólo tal vez estuviera empezando a desarrollar ciertos...¿sentimientos? por el daiyokai.
Distraída como lo estaba pensando para sí, el débil sonido del crujir de tela llegó hasta sus oídos un segundo demasiado tarde antes de que algo sedoso le rozara las mejillas y le hiciera cosquillas en la frente. Entonces, un déja-vu la asaltó. Acaso Sesshomaru acababa de...no, no podía ser. Kagome volvió a concentrarse en mantener su respiración controlada y consideró seriamente comprobar su teoría.
Sólo requeriría un pequeño movimiento de sus piernas, algo discreto, el daiyokai ni siquiera sospecharía de su conciencia. Y la idea resultaba menos peligrosa que arriesgarse a entreabrir un ojo para ver lo que estaba haciendo. De modo que, decidida, comenzó a estirar su pierna derecha, abriéndola ligeramente a fin de tantear el terreno en busca de otro cuerpo. Se esforzó por reproducir un movimiento natural pero no tuvo resultado. Ahí no había nada.
Confundida dado que todavía podía sentir la caricia sedosa de ese algo en su rostro y casi podía ver a través de sus párpados cerrados la silueta de algo más grande frente a ella, no tuvo el tiempo suficiente para reaccionar con su misma capacidad de actuación. En menos de una respiración, el daiyokai había terminado de empujar sus muslos entre abiertos con sus piernas, y se había colado en ellos, acomodando sus caderas mucho más cerca de lo respetable –y mucho más lejos de lo que le habría gustado– de su entrepierna.
¿Q-qué está pasando? —gimió en su interior. ¿Acaso estaba planeando morderla y/o herirla de nuevo? ¿Tal vez forzarla a volverlo a tocar?
Después de eso no le quedó la menor duda de que Sesshomaru la había acorralado contra el piso y que aquello que le hacía maravillosas cosquillas en el rostro eran en realidad los largos mechones plateados que tanto la fascinaban. Y un instante más tarde, tampoco hubo duda de que había fallado miserablemente en su actuación.
—Sé que estás despierta. —exclamó con un tono ronco que le erizó los vellos de todo el cuerpo.
Kagome sólo se tomó un par de segundos para analizar su situación y cómo proceder, antes de tomar una valiente decisión. ¿Qué más daba? Sabía que estaba en peligro después de la advertencia en ese extraño sueño y estaba cansada de seguir luchando contra la tensión sexual entre ellos. ¿Por qué no simplemente...explorarla? Ya no era una niña y había algo, que si era completamente honesta consigo misma, llevaba semanas preguntándose respecto a Sesshomaru.
Así pues, todavía sin abrir los ojos para evitar ver directamente a la cara de las consecuencias, la sacerdotisa rodeó con sus piernas el firme cuerpo de Sesshomaru y enredó sus tobillos a la altura de sus caderas, atrayéndola tan solo un poco más cerca de sí misma. Era un movimiento que en alguna ocasión había visto en una película y le había parecido sexy, así que esperaba que resultara de ese mismo modo para el daiyokai.
Luego se dispuso a abrir lentamente los ojos, preparándose mentalmente para ver repetida la escena de su encuentro aquella noche en que se la había llevado lejos de sus amigos. En su lugar, se topó directamente con la mirada ligeramente oscurecida del Lord –pupilas dilatadas sobre oro líquido– que la miraban con un hambre voraz.
Sesshomaru se estaba sosteniendo sobre sus manos ubicadas a cada lado de su rostro y su largo cabello plateado formaba una cortina a su alrededor que le daba a la escena un ambiente increíblemente íntimo. Sin embargo, todavía no se encontraban tan cerca el uno del otro como a la sacerdotisa le hubiera gustado.
—Sesshomaru.
La palabra escapó antes de que pudiera contenerla y Kagome se reprendió por romper con ella la atmósfera creada, pero el daiyokai no se movió ni un ápice de su posición, ni dejó de mirarla como si fuera algo más que sólo esa aborrecible humana que tanto parecía odiar.
El silencio se extendió por unos instantes más y a la sacerdotisa no le quedó más remedio que estudiarlo también. No quería interferir en cualquier cosa que el demonio estuviera pensando y tampoco quería moverse de su lugar, tan cómoda y deliciosamente envuelta como se sentía.
Sus ojos se apartaron brevemente de la intensa mirada y trazaron con extrema lentitud cada marca púrpura en su rostro, cada borde duro y cincelado rasgo antes de detenerse sobre aquello que había estado buscando. ¿Sesshomaru la besaría si realmente se lo pidiera? ¿Sus besos serían dulces y exploradores, o apasionados y avasalladores como su naturaleza?
Incapaz de poder llegar a una decisión, la sacerdotisa se mordió el labio inferior y sintió la intensa mirada del Lord concentrarse en la acción, estrechando ligeramente los ojos.
Cielos, ¿sabrá incluso lo que significa besar? —pensó de repente nerviosa. Kagome nunca había tenido un novio formal pero mentiría si dijera que nunca antes había sido besada porque lo había sido más de un par de veces. Tampoco se consideraba una experta en el arte pero la idea de ser la primera experiencia en ese aspecto del daiyokai le generaba una mezcla de emociones que iban del triunfo a la posesividad y a la angustia.
Porque besar es solo una cosa de humanos...¿verdad? —intentó convencerse.
Kagome dejó escapar su labio del ataque de sus dientes y pudo observar el ligero movimiento de la lengua del daiyokai deslizándose por sus propios labios como si estuviera relamiéndose. Besar no podría ser algo instintivo de las especies, ¿no? Los demonios y otras criaturas habían demostrado parecerse, por lo menos físicamente, mucho a los seres humanos pero dudaba seriamente que tuvieran las mismas costumbres. ¿Inuyasha habría aprendido a besar bajo el seductor influjo de Kikyo? ¿Por qué rayos nunca se lo había preguntado antes de esto para estar preparada?
Sesshomaru la estaba observando como si hubiera algo que deseara tomar pero no supiera cómo hacerlo y además, apenas había apartado la mirada de su rostro desde que abrió los ojos. Eso debía significar algo pero las dudas continuaba invadiéndola: ¿y si lo hacía mal? ¿y si resultaba que no sabía guiarlo a través de un beso? ¿y si él encontraba desagradable una muestra de afecto tan humana? Kagome nunca había llevado el control de un beso, ni lo había iniciado. Siempre había sido ella la besada, y si...
—Sesshomaru, alguna vez tu...
No pudo forzarse a terminar la pregunta, simplemente sonaba demasiado ridícula para sus oídos: "Sesshomaru, ¿alguna vez has besado a alguien?. ¿Podrías darme uno a mí? Uno pequeño, quizás. Sólo lo suficiente para satisfacer ese perverso deseo que me ha estado persiguiendo durante semanas".
La sacerdotisa volvió a morderse brevemente el labio y tomó una decisión. La palabra clave en sus pensamientos había sido "uno", un solo beso corto y pequeño, quizás un mero roce de labios que sirviera para apagar algo de ese intenso fuego que él prendía en su cuerpo.
Puedo hacerlo, puedo hacerlo. —se animó en su interior. —Voy a hacerlo y al demonio las consecuencias.
Sin embargo, no fueron sus palabras las que condujeron al inevitable final de la escena. Mientras perdía el tiempo pensando en los pros y contras, sus piernas habían comenzado a adormecerse en la imitada posición de la película e inconscientemente, la sacerdotisa había comenzando a apartarlas del Lord. Justo en ese momento, en medio de un erótico gruñido, éste había tomado sus muslos entre sus poderosas manos y afiladas garras, y ahora, los sostenía firmemente en su lugar.
Bueno, el Lord se lo había buscado. La acción que había generado una pequeña embestida entre sus muslos había sellado el destino de esa noche y ni los mismísimos dioses –o la cordura para el caso– podrían detenerla.
Empoderada como la mujer del futuro que era, Kagome estiró sus brazos y rodeó el cuello del daiyokai tirando de él hasta que sus rostros estuvieron a sólo unos centímetros del otro. El oro líquido en la mirada de Sesshomaru pareció fundirse un poco más cuando el remoto pensamiento de estar finalmente cara a cara con el verdadero Sesshomaru y no esa otra entidad, la golpeó. Pero no duró mucho. Había mejores cosas a cuáles prestar atención.
—Mujer-
Antes de permitirle terminar cualquier cosa que hubiera estado a punto de decir, y que seguramente rompería por completo el ambiente que se había formado –y su valor con ello– Kagome echó un último vistazo a esos cincelados labios, cerró los ojos y deslizó los propios sobre los del demonio.
El beso apenas fue una suave caricia, un roce de los labios femeninos contra los masculinos que envió una corriente eléctrica por cada terminación nerviosa de ambos cuerpos y que les robó el aliento. Kagome había sentido al daiyokai tensarse ante el contacto pero con el transcurrir de los segundos, había comenzando a relajarse contra su cuerpo.
¿Qué estaban haciendo? —se cuestionó el poderoso Lord del Oeste mientras sentía los suaves labios de la mujer humana deslizarse sobre los suyos.
Su reacción instintiva había sido alejarse pero el agarre de la chica alrededor de su cuello era firme y en unos instantes, mientras la corriente eléctrica recorría todo su cuerpo dejándolo adolorido, había comenzado a disfrutarlo y se había forzado a relajarse.
Sabía lo que estaba haciendo la sacerdotisa aunque no supiera cómo llamarlo. Era un poderoso daiyokai, no un idiota. Desde que cargaba con su protegida, había tenido que aprender mucho sobre los humanos e incluso si no hubiera sido así, le había tocado tener desagradables encuentros en el bosque con su hermano y la otra miko mientras se entregaban a la pasión y también hacían...eso.
Sesshomaru no tenía ni un gramo de inexperiencia en el ámbito carnal pero las hembras que le habían entregado su cuerpo –todas ellas youkai– jamás habían hecho algo tan extraño como esta humana, y de haberlo intentado, jamás se los habría permitido. Él sólo las tomaba por detrás, fuerte y duro, durante el tiempo necesario para satisfacer esos bajos instintos que formaban parte de su naturaleza y luego las dejaba ir. Esta humana era diferente.
El Lord no había cerrado los ojos como la chica, pero mientras sentía la lengua de ésta comenzar a trazar un tímido camino en el borde de sus labios y con ello enviar una nueva oleada de calor por todo su cuerpo, no pudo evitar observarla cercano al éxtasis. La humana estaba intentando llevar el control, lo estaba explorando con timidez pero firmeza y Sesshomaru estaba comenzando a preguntarse si no debería probar imitarla solo un momento.
A punto de tomar la decisión, la pequeña lengua humana se abrió camino entre sus labios y se encontró con la suya, explorándola y jugueteando con deleite. El nuevo contacto desconcertó al Lord en la misma medida que lo excitó y, sin saber por qué, permitió que su propia lengua danzara con la de ella. Su cuerpo se endureció todavía más y sus garras se clavaron con firmeza en la carnosa piel de sus muslos, arrancándole un gemido que el daiyokai tragó complacido.
¿Qué le estaba haciendo esta mujer? ¿Acaso estaba utilizando sus poderes para hechizarlo y atraparlo en su venenosa red?
El beso terminó antes de que Sesshomaru pudiera llegar a una conclusión y Kagome se apartó ligeramente de él, con la respiración agitada, el corazón latiéndole a mil por hora y todo el cuerpo tenso con una excitación que nunca antes había sentido con tanta intensidad.
Su plan había sido solo compartir un roce de labios pero mientras lo hacía, de repente ya no había sido suficiente sólo sentirlo inmóvil contra ella. Quería hacerlo perder el control, llevarlo al límite y mostrarle que los besos bien podían ser otro tipo de lenguaje además de las palabras. Realmente no había querido involucrar un beso más profundo que había experimentado solo en un par de ocasiones, y mucho menos había esperado que el Lord correspondiera a su torpe manera el beso. Dominando con su lengua a la suya.
La verdad sea dicha, este beso estaba muy lejos de ser perfecto pero por ser el primero entre ellos, el primero que ella había dado por su propia cuenta, sería inolvidable. Además, tenía mucho que agradecer que el daiyokai no la hubiera apartado y que incluso pareciera haber disfrutado del contacto.
—Yo...—Kagome intentó formar alguna oración.
Se negaba rotundamente a disculparse por algo que había decidido y ansiado hacer por mucho tiempo, pero tampoco sabía exactamente cómo proceder ahora. Sus piernas seguían enredadas en las caderas del Lord con sus manos sosteniendo casi con dureza sus muslos, podía sentir la humedad fluyendo desde su centro y sabía que tenía las mejillas enrojecidas. ¿Y ahora qué?
La respuesta se la dio Sesshomaru libremente. Observándola directamente a los ojos, se inclinó de nuevo contra ella y esta vez fue él quien atrapó los labios de la chica entre los suyos, excepto que cualquier rastro de suave contacto quedó consumido bajo la ferocidad del daiyokai.
El beso relativamente inocente que le había enseñado, rápidamente se había convertido en un asalto a su boca que le robó la respiración y la hizo ver estrellas. Los labios del Lord eran duros mientras se movían contra los de ella, hambrientos por más de todo. Pronto, la intensidad del beso fue tal que comenzó a abrumar a la chica e intentó apartarse, pero los dientes del daiyokai no tardaron en clavarse con extrema dureza sobre el regordete labio inferior de la misma, arrancándole un gemido mezcla de dolor y placer.
Su boca se abrió ligeramente y cuando la lengua de Sesshomaru irrumpió como un vendaval, pudo degustar el metálico sabor de su sangre en la boca. No era un sabor que le agradara particularmente pero con los dominantes movimientos del demonio y el sensual ataque de su boca, simplemente estaba en la gloria.
Por su parte, Sesshomaru se había perdido por completo. Su intención de imitar las acciones de la humana se habían transformado rápidamente en un nuevo juego del que estaba disfrutando muchísimo más. El cuerpo de la mujer prácticamente se estaba derritiendo en sus manos mientras el sabor de su esencia seguía inundando sin parar cada duro movimiento entre sus bocas unidas.
Mentiría si se dijera que no había querido morderla, deseoso por intensificar la experiencia de ese contacto entre sus labios con un poco más de esa intoxicante esencia, pero lo que estaba sintiendo iba más allá de cualquier cosa que hubiera esperado. No podía tener suficiente de ella y si no se controlaba pronto, seguramente la tomaría como tanto había estado insistiendo la bestia que hiciera.
Apartarse de la calidez de su boca y del delicioso sabor de sus labios fue una de las batallas más duras que tuvo que enfrentar para recuperar un poco de autocontrol, pero lo hizo. Ante sí, una jadeante Kagome lo miraba con los ojos velados por el deseo, los labios hinchados entreabiertos y las mejillas ruborizadas. Su pecho subiendo y bajando a un ritmo alarmante y la mente obnubilada.
—Qué beso...—la escuchó suspirar.
Su dorada mirada no se perdió el movimiento de la chica al relamerse los labios y limpiar la diminuta gota que todavía escapó de su incisión en el labio. Cómo deseaba haber sido quien lo hiciera pero no podía volver a acercarse tan pronto a ella. No en su estado tan vulnerable, no en medio de un mar de pensamientos y sensaciones nuevas.
—Dame otro. —le exigió de repente la descarada mujer.
¿Otro? De ninguna manera. Él no era un débil humano que sucumbiría a la tentación de volver a probarla de esa manera, y ciertamente no cuando se le estaba ordenando hacerlo. Pero se veía tan tentadora ahí bajo su cuerpo y sus brazos se estaban endureciendo a su alrededor como si se negara a dejarlo ir que no podía evitar dudar. ¿Otra probada podría llegar a ser su perdición?
La sacerdotisa tiró del agarre en su cuello para forzarlo a inclinarse y Sesshomaru se dejó llevar. A punto de volver a hacer contacto, la burbuja en la que estaban se rompió. El Lord lo sintió llegar demasiado tarde y su gruñido entremezclado con el rugido gutural de la bestia fue la única advertencia. Tal vez si su mente y sentidos no hubiesen estado completamente centrados en la mujer humana, tal vez si hubiera prestado más atención a los cambios en su mente que a las emociones y sensaciones pululando por su cuerpo, podría haber evitado lo que pasó. Pero no fue así.
—¿Sesshomaru?
Kagome sintió el cambio no solo en el ambiente, sino en el cuerpo unido al suyo. Sesshomaru se había congelado a mitad del camino a sus labios y había cerrado los ojos, gruñendo con molestia. Cuando los había vuelto a abrir, pudo ver un cambio en las profundidades doradas. No eran del color ámbar habitual, sino de un brillo mucho más acentuado que las hacía lucir casi fosforescentes y que cargaban en su interior todo un mar de violencia, sadismo e ira.
Temerosa por la diferencia que ahora estaba segura de que existía entre el Lord y alguna otra clase de entidad, Kagome aflojó el agarre en su cuello e intentó retroceder aunque tampoco fue necesario. Con una mirada airada cargada de enfado, Sesshomaru la soltó y se reincorporó en toda su magnitud.
—Muévete, mujer. Nos vamos.
—¿Qué? ¿A dónde?
—Ahora. —dijo con dureza.
Sesshomaru no esperó por ella, salió del improvisado refugio y se internó en la oscura noche sin darle una segunda mirada. ¿Cómo un momento tan íntimo se había terminado de manera tan abrupta? Ciertamente no había esperado una declaración de amor por un simple beso pero sí cualquier otra cosa que esta furia y frialdad. Su orgullo femenino estaba herido.
En el exterior, Yako intentaba apaciguar su furia sin mucho resultado. Había dejado al Lord de vuelta a cargo por poco tiempo mientras iba en busca de ciertas respuestas y su maldita contraparte se había abalanzado sobre la chica. ¡Casi la había reclamado! ¡Sin Él! Y ahora permanecía callado en un rincón, torturándolo con las imágenes de lo que había hecho con la hembra.
La bestia se pasó la lengua por los labios en un vano intento por recoger algún resto de eso que le mostraban los recuerdos en su memoria pero no encontró nada. Las remanencias continuaban en algunas sensaciones físicas pero no eran ni de cerca lo que el Lord había experimentado de primera mano y Yako gimió lastimeramente por eso.
Sin Él, el Lord jamás se habría atrevido a avanzar con su hembra y de alguna manera, el que lo hubiera hecho lo enorgullecía pese a que también lo odiaba. Él también quería probarla, sentir las reacciones del femenino cuerpo contra su dureza y recibir lo que la hembra diera libremente.
Un gruñido se abrió paso por su garganta cuando sintió a la chica alcanzarlo y la excitación lo recorrió. No era momento para doblegarse ante su contraparte, todavía tenía tiempo para seducir a su manera a la humana y hacerla suya. Y a Yako le encantaban los retos. Mucho.
¿Qué fue eso? —preguntó la bestia a través de su conexión después de un rato de camino. La curiosidad y el anhelo lo habían estado carcomiendo durante el trayecto que llevaban y ahora que finalmente había conseguido controlar un poco de su temperamento, esperaba obtener una respuesta.
Un beso. —respondió lacónicamente el daiyokai.
Lo cierto es que la respuesta de Sesshomaru contenía un toque de vacilación. No le había preguntado –ni lo habría hecho– directamente a la mujer humana qué había sido lo que habían hecho pero ella había susurrado esa extraña palabra.
¿A dónde vamos? —preguntó minutos después el Lord del Oeste.
Castillo. —respondió en un gruñido la bestia.
No había forma en el infierno de que Yako dejara a su hembra de vuelta bajo la protección del patético grupo de seres humanos y del hanyou mientras iba a obtener las últimas respuestas para completar su rompecabezas. Si la mujer humana iba a esperar obedientemente a que su macho regresara, sería en sus tierras, a resguardo en la impenetrable fortaleza que les pertenecía y donde pudiera permanecer bajo la estrecha vigilancia de su sirviente.
Yako. —demandó Sesshomaru con frialdad.
Pero la bestia permaneció en silencio una gran parte más del trayecto. Cuando llegaron al claro donde el Lord solía tener esperando a su bestia de dos cabezas, Yako finalmente le compartió lleno de sádica satisfacción el lugar al que se dirigirían una vez que dejaran atrás a la hembra.
El ceño de Sesshomaru se frunció al obtener la respuesta que buscaba y nada pudo evitar que su cuerpo se tensara cuando la imagen de un montón de huesos apilados entre nubes de niebla tóxica, inundaron su conexión. Maldición. Todo parecía indicar que pronto estarían visitando al mismísimo...
...Inu no Taisho.
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