Capítulo 22: Instintos
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Instintos
Era una bestia de instintos y nada más. El raciocinio y la lógica de una inteligencia superior anidaba en alguna recóndita parte de la masa que lo formaba pero era un factor irrelevante en su actuar, un elemento innecesario para destacar sus habilidades y un obstáculo en la lucha por alcanzar cualquier cosa que se le atravesara y deseara tomar. No reflexionaba a menudo, gruñía antes de hablar y atacaba mucho antes de preguntar. Se guiaba por instintos y la mayor parte del tiempo se esforzaba por bloquear el lado consciente y calculador de aquella mente que así como formaba parte de Él, también se independizaba en la forma más humanoide con la que compartía cuerpo.
Lo que en su conjunto, había dado como resultado que se convirtiera en el prisionero del Lord del Oeste. Por supuesto que había habido un tiempo hace tantos siglos atrás en donde incluso poniendo todo su esfuerzo, el entonces infantil cuerpo del demonio no había sido capaz de retenerlo, y esos habían sido tiempos felices de destrucción y libertad. Pero no duraron mucho. Conforme ambos fueron madurando comenzaron a fundirse y volverse uno mismo hasta el punto en que no existió ya una clara separación y en donde aunque fuera por breves momentos, sospechó haber dejado de existir. Y técnicamente aún no existía.
—Amo bonito... —escuchó el débil y casi mudo susurro del sirviente sapo.
Expectante, observó desde su posición dentro de la oscura prisión del daiyokai a la diminuta figura a metros de él y se sintió sonreír. Los colores comenzaban a cobrar vida a su alrededor conforme arañaba con sus garras el interior de su celda y se abría paso por cada hueso y músculo del cuerpo compartido, luchando con sutileza y firmeza por arrebatarle el control al Lord y volver a respirar la libertad.
Libertad, libertad, libertad.
El crujir de huesos fue el sonido con el que finalmente cantó victoria. La composición de Yako lo hacía ser considerablemente mayor en masa que su contraparte demonio y ese cuerpo de constitución humanoide no era capaz de albergarlo en toda su magnitud, de modo que era necesario reestructurar el cuerpo rompiendo huesos y soldándolos de otras maneras para darle forma. No la forma humana del daiyokai, sino algo mucho más grande, más fuerte y veloz, mucho más poderoso.
—¿Qué demonios le está sucediendo? —exclamó sorprendida una voz en la lejanía.
—¡¿Y a quién le importa?! ¡Kagome está en peligro! —respondió una mucho más varonil.
—¡No se acerquen! —gritó a su vez el demonio sapo.
El cuerpo que compartían comenzó a rebelarse y el placentero dolor de la transformación se abrió paso por sus terminaciones nerviosas conforme el Lord se iba alejando de la línea frontal hacia el rincón en el fondo de ese pozo oscuro y vacío que solía ser su prisión. La libertad estaba cerca y casi quería aplaudir por ello. Entonces, un débil gemido adolorido se coló entre el tumulto de voces a su alrededor y lo único que pudo hacer fue enfocarse en él.
Curioso, bajó la mirada guiado por el intermitente sonido de un respirar y quedó embelesado. La hembra -¡su hembra!- estaba entre sus brazos, aprisionada por las garras mucho más gruesas y afiladas de su verdadera forma y luciendo tan pálida como el pelaje blanco y plateado brotando de sus extremidades. Yako parpadeó un par de veces para aclarar los colores que después de siglos de ver en tonalidades grises ahora le parecían exageradamente brillantes y se detuvo.
El dolor de la transformación cesó y contra todos los instintos que le gritaban por volver a su forma original, se forzó a retroceder en su decisión. Poco a poco la realidad comenzaba a sobreponerse sobre la emoción de ser libre nuevamente y lo acontecido las semanas pasadas se estrellaba de vuelta en su cerebro. Su hembra era humana y por más que fuera de la opinión que debía aceptarlo tal cual era, sabía en alguna parte de su retorcida mente que a ella no le complacería en lo absoluto verlo como una enorme bestia.
Pronto me verá como soy y me aceptará. No tiene otra opción. —luchó contra sí mismo.
Un gruñido se le escapó cuando el dolor de dar marcha atrás en la transformación arrasó contra todo su cuerpo. La forma del Lord tenía una pobre tolerancia al dolor a comparación de la fornida musculatura de su forma bestial y si bien no era algo que supusiera un problema para Yako, lo irritaba de sobremanera. El gran Lord se creía todopoderoso a pesar de que su forma humanoide no era capaz de soportar tan débil aguijonazo de dolor.
—¿Amo? —escuchó amplificado el sonido del sirviente y volvió a gruñir.
Finalmente el cuerpo que compartían volvió a su estructura original y la presión de sus garras sobre la delicada figura de la hembra humana se suavizaron lo suficiente para no herirla. Momentáneamente desorientado por los desajustes en su visión y audición, Yako cerró los ojos y se aisló del sonido. Necesitaba un momento para amoldarse y adaptarse al brillo de los colores después de siglos de ver en gris y al sonido amplificado que sus sentidos generaban y que el cuerpo del daiyokai no estaba acostumbrado a recibir.
—¡Sabía que podía hacerlo, Amo bonito! —gritó emocionado el sapo verde y el sonido le pareció un chillido estruendoso a la bestia mientras modulaba el volumen. —Usted es el daiyokai más poderoso de todos los territorios.
Yako gruñó cada vez más irritado y finalmente abrió los ojos. Los colores lo cegaron pero tardó mucho menos tiempo en acostumbrarse a ellos que a los hirientes sonidos de todas las voces a su alrededor. Cuando finalmente se sintió en pleno control de sus sentidos, una corriente de poder chisporroteo por sus venas haciéndole sentirse complacido mientras probaba la movilidad de los tensos músculos del cuerpo de carne y hueso que finalmente había recuperado. Tanto tiempo de encierro también le tenía fuera de práctica en cuanto a la sencilla tarea de manejar esos extraños miembros que componían la estructura humanoide del Lord. Pero todo eso daba igual porque después de una larga espera, ahora podía gozar del control total y su nueva libertad.
No, se equivocaba. El control no estaba completamente en su poder y la consciencia del poderoso Lord que generalmente lo albergaba rondaba por el borde de su presencia buscando una forma de recuperar el mando. Yako sonrió ante la imagen que podía verse formando en su cabeza donde el gran Sesshomaru se movía impaciente por los bordes de su cordura buscando el modo de regresarlo a su estado de bestia encerrada y poco más.
—Es suficiente, iré por ella.
—No puedo permitírtelo, Sango. Es demasiado peligroso.
—¡Ella nos necesita! —gritó en respuesta la exterminadora. —Usted encárguese de Inuyasha.
Inuyasha. El nombre le supo amargo cuando lo interceptó y una ola de ira lo invadió. Ese hanyou había sido el detonante que finalmente lo había hecho explotar. ¿Cómo se había atrevido un ser tan inútil e inferior a reclamar a la hembra que Él ya había elegido? ¿Acaso se creía capaz de ganar en una batalla directa contra Él? Una sonrisa se esparció por sus labios ante la simple idea. Si el Lord no podía mantenerlo siquiera bajo control, ¿qué podía hacer un débil medio demonio contra su poder?
La mirada de un ámbar mucho más intenso volvió a posarse sobre la hembra entre sus brazos. Sabía que la humana tenía un lazo con el hanyou y preferible sería no arriesgarse a que ella intentara abandonarlos de nuevo por ir con él. Un bufido se escapó de entre sus labios ante el nuevo pensamiento. Pudiera ser que no tuviera en tan alta estima al Lord del Oeste pero a final de cuentas compartían un mismo cuerpo y Yako estaba dispuesto a permitirle al daiyokai –si conseguía abandonar su orgullo lo suficiente– tener tal vez un par de minutos –o segundos– junto a la hembra cada ciertos años. Podrían compartir eso también y de ese modo la mantendrían suficientemente feliz para que no cometiera nuevamente el desastroso error de escapar de su lado. Una bestia y un demonio seguro complacían más a una hembra que cualquier especie de humano o hanyou.
—¿Sesshomaru...? —llamó vacilante la otra hembra presente en el claro.
Yako la ignoró sintiéndola mantener la distancia entre ellos y abrazó con mayor fuerza a su mujer mientras analizaba rápidamente sus opciones. Pensar y reflexionar las cosas no era su fuerte, le daba demasiada pereza la tarea y le parecía inútil el esfuerzo, pero en esta ocasión se jugaba algo que no estaba dispuesto a dejar ir.
Pensamientos siguieron fluyendo a través de Él, a veces entremezclados con las furiosas palabras del Lord y otras veces batallando contra los instintos que le gritaban que se limitara a acabar con la vida de todos los humanos presentes y se llevara a su hembra a un lugar donde pudiera disfrutar plenamente de ella. Ese último pensamiento casi le hizo salivar mientras se relamía los labios y paseaba la mirada por cada seductora curva de la humana en su poder.
—Sesshomaru... —la voz humana sonó más cerca pero Él ya la esperaba. La había escuchado deslizarse centímetro a centímetro por el claro y aún ahora sentía su cautela mientras se acercaba, como si estuviera lidiando con uno de los tantos animales salvajes que vagaban por los bosques.
—No creo que sea buena idea que te acerques más, humana. —advirtió inseguro el sirviente del Lord. —Mi Amo no está...él no...
Yako dejó de prestarles nuevamente atención mientras llegaba a un veredicto: iba a matar al hanyou. Su supervivencia amenazaba los planes que tenía para la suculenta humana y era un riesgo para su recién adquirida libertad. Al resto de los humanos tal vez podría dejarles vivir si con eso la hembra que había elegido se lo premiaba adecuadamente. Y vaya que tenía varias ideas excitantes para ser premiado.
—...Kagome está herida, necesita que la curemos cuanto antes... —Yako recogió sólo ideas sueltas del discurso de la humana conforme seguía memorizando cada minúsculo detalle de su mujer. —...o ella morirá.
No fue la cercanía de la exterminadora lo que lo llevo directo al ataque, ni siquiera el impulso asesino que ya sentía desde que el hanyou había declarado abiertamente su posesión sobre la mujer que no le pertenecía, sino el atrevimiento de insinuar siquiera que la chica moriría en su poder. Era una bestia y se enorgullecía de eso, pero podía ser delicado –o algo parecido a eso– y definitivamente podía conservar a la humana con vida. Yako lo había aprendido todo del Lord cuando cuidaba de la chiquilla humana que había acogido en su grupo: comida, cobijo y protección. Eso era todo lo necesario para conservarla.
Por su parte, Sango había tomado un gran riesgo al acercarse a Sesshomaru para intentar hacerle entrar en razón y ayudar a su mejor amiga. Eso lo sabía perfectamente e incluso había esperado que el poderoso daiyokai la fulminara con su helada mirada y rechazara entregársela con vida a pesar de que seguramente preferiría deshacerse de ella, pero ser lanzada varios metros por el aire tras el potente ataque del Lord no había predominado entre sus opciones.
—¡Sango! —escuchó el grito espantado del monje mientras su cuerpo golpeaba con dureza el suelo y sentía el agudo dolor de un hueso quebrado recorriéndole el cuerpo entero.
Conocía algunos de los movimientos de Sesshomaru después de haberle visto tantas veces peleando contra Inuyasha y sabía que era muy rápido pero la forma en la que había tomado su brazo, partiendo el hueso sólo con la presión, y la había lazando por el aire sin soltar ni siquiera por un momento a su amiga desmayada, superaba con creces lo que le había visto hacer en anteriores ocasiones. ¿Cómo se había movido así de rápido? ¿Por qué pudiendo haberla matado impactándola contra alguno de los árboles la había lanzado simplemente hacia un costado? ¿De dónde provenía toda esa fuerza que no había mostrado antes?
—¡Sangoooo! —gritó la voz infantil de Shippo conforme hacía un esfuerzo por ponerse de pie sin mover en demasía el brazo herido. Instantes después, Kirara transformada estaba a su costado ayudándole con los ojos brillantes de preocupación.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó alcanzando el claro la anciana Kaede.
Yako observó con recelo la llegada de los extraños y no se movió ni un ápice mientras el caos se desataba a su alrededor y las voces entremezcladas de todos los presentes ponían al tanto a la anciana de lo que sabían, ni cuando ésta comenzó de inmediato a tratar las heridas del hanyou e hizo un esfuerzo por ayudar también a la exterminadora que Él mismo había lastimado. Por supuesto que en esos momentos estaba secretamente orgulloso de no haberla matado durante el ataque dado el estado y la intensidad en la que se encontraba llamándolo sus instintos.
—Esta clase de heridas son diferentes... —murmuró la anciana pensativa.
Yako trató de no prestarle demasiada atención mientras tanteaba el cuerpo de la sacerdotisa para acomodarla adecuadamente entre sus brazos y de ese modo poderse poner en pie y llevársela lejos de ahí. El débil gemido de dolor saliendo de los delicados labios de la hembra fueron la primera señal de alerta para que su conciencia recapitulara que la sangre que había embotado los sentidos del Lord y lo había ayudado también a perder el control, realmente provenía de ella.
Repentinamente ansioso, la bestia escarbó entre las extrañas ropas de la mujer y sin ningún cuidado, desgarró la prenda superior dejando a la vista el vientre plano y cremoso de la hembra y el líquido carmesí estropeando la perfecta visión en uno de sus costados. ¿Cómo había sido capaz de olvidarse por un momento que la humana estaba herida? El aroma de su sangre era abrumador y sin embargo, la libertad recuperada y los planes para evitar su huída habían opacado todo en relación al riesgo en el que se encontraba.
Déjala morir. —retumbó en su cabeza la sosegada voz del Lord.
Una oleada de furia se alzó en su cuerpo y el gruñido que retumbó en el bosque se pareció mucho más al de la bestia que realmente era que al sonido del cuerpo humanoide del daiyokai. No podía dejarla morir pero tampoco podía salvarla por sus propios medios. ¿Podría confiar en que esos humanos la salvarían? No, no podía entregársela. Demasiado peligroso, demasiado débil.
No tiene ningún caso. —continuó hablándole el Lord. —Déjala morir. Es inútil.
A unos cuantos metros, el grupo de Inuyasha se movía de un lado a otro trayendo suministros de extrañas formas y ladrando órdenes a diestra y siniestra. La hembra más anciana se movía sobre el cuerpo del hanyou palpando y extendiendo hierbas a lo largo y ancho de su cuerpo junto con otras sustancias cuyos aromas ofendían a su olfato de sobremanera. Trabajaban con rapidez y pese a que el hanyou no lucía mucho mejor que antes con todo y ese tratamiento, estaba recibiendo ayuda. La misma ayuda que su hembra necesitaba y no podía darle.
—Jaken. —llamó al demonio que les servía.
Esperó con impaciencia a que el pequeño sapo se atreviera a acercarse, irritado ante la cautela que le generaba al sirviente saber que su Amo no estaba del todo bajo control. Cuando finalmente éste se llegó hasta uno de sus costados, concentró su mirada en él.
—¿Sí, Amo?
—Sálvala. —ordenó con dureza.
Observó cómo los grandes ojos del sirviente se abrieron con sorpresa ante su orden e instantes después sintió su incertidumbre y nerviosismo al echar un vistazo a la mujer entre sus brazos.
—Yo no...
Nadie puede salvarla, déjala morir. —retumbó por tercera ocasión la voz del daiyokai.
Bloqueando la voz del molesto Lord como hacía tanto tiempo había aprendido de él, frunció el ceño y evaluó al pequeño demonio. Él no sería capaz de ayudar a la hembra. Aún siendo un demonio era débil y el báculo hechizado que poseía no contenía ninguna habilidad de sanación que pudiera ser de utilidad. Sus opciones eran limitadas.
Una vez más recorrió el claro con la mirada hacia el grupo de Inuyasha y se topó de inmediato con la mirada de la anciana. No apartó la suya en ningún momento e incluso la sostuvo cuando la humana volvió a atender las heridas del hanyou. Escuchó un nuevo quejido de la hembra en sus brazos y supo que el tiempo se le estaba acabando cuando el malestar de la chica no surgió por ningún imprudente movimiento de su parte.
—La anciana Kaede puede ayudarla. —susurró la exterminadora herida, acercándose nuevamente hacia ellos. —Si se lo permites puede hacerlo...por favor, Sesshomaru. Permite que la ayudemos...por favor. —suplicó.
La bestia la observó a distancia y sopesó sus palabras en contra de su naturaleza. La chica necesitaba ayuda y la única criatura que se veía capaz de hacerlo era esa anciana cuya mirada le había transmitido todo el valor y la sabiduría que sólo los años y las duras batallas podían marcar en una persona. La compañía humana no era de su agrado pero no les tenía un odio jurado como el Lord que gobernaba ese cuerpo la mayor parte del tiempo, sin embargo, tampoco confiaba en ellos.
—Se-ssho... —el apenas perceptible murmullo de la sacerdotisa tomó la decisión por él.
El cuerpo del daiyokai emprendió una marcha fluida mientras Yako al control luchaba contra la extraña mezcla de emociones que lo habían asolado desde que despertó en su libertad y sobretodo, contra el molesto aguijonazo de molestia que le generaba escuchar sólo el nombre del Lord en la deliciosa boca de la humana. Esperaba que pronto también pudiese decir el de Él. Se lo merecía después de ser quien tomara la decisión de salvarla, después de perdonarle que los abandonara sin razón alguna y que mantuviera con vida a la otra humana para entretenerla.
—¿Puede salvarla? —preguntó con una voz acerada que le produjo un escalofrío a los presentes.
La anciana Kaede alzó la mirada hasta la imponente figura del daiyokai sosteniendo a la chica del futuro y trabó su único ojo visible en la mirada dorada, captando levemente el cambio en el Lord. Desde que había puesto un pie en el claro tras ser llevada con urgencia por Shippo y Kirara para atender a los heridos y había captado la escena en donde Sesshomaru sostenía con un cuidado extraño en él a la sacerdotisa, había sospechado que algo estaba mal. Los ligeros cambios en la tonalidad de la mirada del daiyokai, el tono de su voz y la petición de ayuda implícita en esa pregunta sólo habían aumentado sus sospechas.
—Estas heridas no son algo a lo que me haya enfrentado pero...
—¿Puede hacerlo? —la interrumpió con rudeza la criatura.
—Lo haré. —respondió con una seguridad que no sentía en esos momentos la anciana.
Kagome le había hablado sobre este tipo de heridas tiempo atrás pero nunca las había visto en directo y si bien recordaba a la perfección las instrucciones que ella le había dado a modo de lección, a pesar de que dijera que nunca sería necesario ponerlas en práctica, tenía miedo de fracasar. Y ese miedo no venía de las posibles consecuencias que tendría permitir que muriera la chica cuando el medio hermano de Inuyasha parecía tan interesado en ella o el riesgo que conllevaba que la sacerdotisa pereciera sin dejar atrás un sucesor, sino al más simple y puro terror de perder a dos personas que había llegado a considerar casi como sus hijos.
—Nadie más la toca. —ordenó en medio de un gruñido.
—Entiendo.
Kaede ya había sospechado que Sesshomaru, o quién quiera que fuera en esos momentos, permitiría que alguien que no fuera ella tocara a la chica pero no se esperaba que el Lord se mantuviera tan cerca de ellos durante todo el proceso, atento a cada mínima reacción adolorida de la joven y a cualquier acercamiento de alguno de los otros miembros del grupo.
Curar al grupo en medio del claro era una de las peores ideas que había tenido pero el tiempo era valioso y de haberse trasladado a la aldea como el monje y la exterminadora deseaban, probablemente Kagome no hubiera sobrevivido. La herida no se veía tan grave en el exterior pero había mucha sangre emanando de ella y la segura negativa de Sesshomaru de permitirle llevarla al terreno humano, habría convertido drásticamente las posibilidades de que algo a simple vista no tan grave, se transformara en algo mortal.
—Hermana, en estos momentos serías de gran ayuda. —suspiró la anciana lo más bajo que le fue posible.
Yako recibió con atención el comentario de la mujer mayor pero no hizo amago de responder. Tampoco le interesaba. Su atención permanecía enfocada en todo el proceso de curación, esperando en algún momento ver a la humana abrir los ojos y observarlo con ese brillo con el que por breves instantes había observado a Sesshomaru en esa noche de pasión.
—¿Amo...? —preguntó suavemente el demonio sapo, interrumpiendo sus pensamientos.
—Jaken. —lo llamó en respuesta, sin ningún deseo de lidiar con él. —Retírate.
—No debemos confiar en los humanos.
—No confío en ellos. —respondió Yako sin ninguna emoción.
Segundos después, el pequeño sirviente asintió levemente con la cabeza y se retiró hacia un árbol alejado del grupo. Yako devolvió su atención a la sacerdotisa justo a tiempo para ver a la anciana retirarse ligeramente, declarando haber hecho todo lo posible por el momento. Realmente no confiaba en ella. El Lord tampoco lo hacía y las consecuencias de ello era estar en control de un cuerpo que había memorizado el repudio hacia la raza humana y que se mostraba reacio a mostrar debilidad. Caminar hasta la anciana para pedirle ayuda en el modo parco y seco del daiyokai le había supuesto un esfuerzo inhumano cuando todo su cuerpo se resistía y rebelaba contra ello pero lo había conseguido.
Sus instintos habían dominado y vencido al raciocinio y la memoria corporal del Lord.
Estará bien. —pensó Yako con una sonrisa de anticipación.
Y por primera vez desde que la abrumadora sensación de la desesperación lo invadiera y perdiera el control, Sesshomaru volvió a respirar sabiéndose victorioso en esta primera batalla. Yako no había cambiado absolutamente nada en todos los siglos que había permanecido en el rincón de su mente donde ahora él mismo era prisionero. Continuaba siendo una bestia instintiva que prefería seguir impulsos que pensamientos racionales, caprichoso en toda su naturaleza e incontrolable en el aspecto emocional. Una bestia tan poderosa como susceptible a la confusión.
El Lord del Oeste cerró los ojos y se permitió un momento para evaluar sus fuerzas, sintiendo inmediatamente la molestia emanar de él ante el estado tan debilitado en que una simple y débil humana lo había empujado. Apenas se recuperara, tendría que lidiar con todo este asunto de una vez y por todas, incluso si eso significaba tener que deshacerse de la hermosa sacerdotisa. Mientras tanto disfrutaría de los resultados de atacar en el flanco vulnerable de Yako, justo en ese rincón donde el temor a perder lo que quería había sido utilizado en su contra para conducirlo a pedir la ayuda del molesto grupo de su medio hermano.
Por supuesto que la bestia no tardaría demasiado tiempo en descubrir que había sido manipulado, ni en utilizar ese conocimiento en contra suya pero hasta que eso sucediera, ambos seguirían compartiendo un mismo pensamiento:
"La mujer no puede morir".
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