Capítulo 21: Heridas
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Heridas
No había forma sencilla de escapar de esta situación. Souta estaba fuera de control y parecía insensible a cualquier palabra de su parte, además estaban en una carrera contra el reloj. El pequeño humano no sólo tenía en su poder un "arma", ese diminuto artefacto que Kagome le había explicado que podía causar mucho daño si expulsaba de su interior una especie de esferas oscuras, sino que también poseía unos fuertes lazos de amor con su hermana que le impedían a Inuyasha arremeter contra él con todo su poder.
Después de todo, Souta sólo era un niño humano e incluso un sencillo ataque con sus garras podría despedazarlo con facilidad, una acción que con toda seguridad Kagome no apreciaría. De modo que sus opciones eran limitadas. No podía hacer un ataque frontal contra el chico sin el riesgo de ser alcanzado por una de esas "balas" y tampoco podía permanecer a la espera de que los proyectiles se terminaran porque tanto Kagome como él corrían peligro.
—¡Souta, detente! —le gritó.
Una nueva lluvia de chispas explotó en el aire a su alrededor e Inuyasha comenzó a cuestionarse todo lo que sabía sobre el hermano menor de su mejor amiga. El Souta que él conocía y el niño frente a él no podían ser la misma persona. Su puntería y precisión eran excelentes, o por lo menos todo lo buenas que podían ser considerando el peso que parecía tener el arma y el tamaño corporal del niño. Y eso era algo para preocuparse.
—No quiero pelear contigo. —gruñó, esquivando otra de las peligrosas balas. —¡Reacciona, Souta!
Las balas continuaron saliendo una tras otra, aumentando su frustración. Los proyectiles parecían no tener fin y su cuerpo seguía debilitado después del forzado viaje por el tiempo. Como si eso fuera poco, no había notado ningún movimiento por parte de Kagome desde que la lanzó para esquivar las primeras detonaciones, y concentrado en la tarea de esquivar y distraer al niño, no sabía ni siquiera en dónde había caído la sacerdotisa.
Mierda. Kagome. —gruñó en su mente y sus ojos la buscaron con rapidez.
No podía concentrarse. La potencia de los disparos aturdía sus sentidos e incluso hería la sensibilidad de su audición, y lo que sea que contuvieran en su interior esos diminutos fragmentos llamados "balas" confundía y ofendía a su olfato, bloqueándolo. Así pues, lo único de lo que realmente podía valerse, era su visión e incluso el uso de ésta estaba suponiendo un problema entre tantos flashazos de luz.
Entonces una maraña de cabello oscuro llamó su atención en el suelo detrás de uno de los sillones y pudo identificarla con rapidez. Con toda seguridad se trataba de la chica. Pese a ello, una nueva sensación de malestar lo invadió. ¿Por qué Kagome no se estaba moviendo? Apenas podía vislumbrar un poco de su cabello pero mientras más se acercaba saltando por la habitación sin dejar de esquivar los proyectiles a como diera lugar, la inmóvil y pálida mano de la chica parecía tener menos vida.
—Espera, Souta. —gruñó cuando una de las balas pasó rozándole un mechón de cabello y lo quemó. —¡Maldición! ¿Acaso quieres que tu hermana salga herida?
A unos cuantos metros de alcanzar su objetivo su cuerpo se congeló y un agudo dolor lo atravesó de pies a cabeza, forzándolo a una caída dolorosa contra el suelo. Alguna vez había visto una película de acción en la caja mágica de Kagome y los hombres alcanzados por las balas le habían parecido patéticos retorciéndose del dolor en el suelo e incluso muriendo por el alcance de una de esas cosas, pero experimentar en carne propia el verdadero dolor y la fuerza de una bola tan diminuta como esa, no tenía comparación.
Ni siquiera el impacto de una flecha dolía tanto. Souta le había atinado a uno de sus brazos y pese a no ver un hoyo perforando de un lado a otro su cuerpo, sentía el ardor de la herida, la quemadura de un extraño fuego y el cálido líquido de la sangre empapando con rapidez su túnica. Y dolía. Joder, que dolía. Su brazo se sentía débil e inútil y sabía que si no comenzaba a moverse nuevamente, más de esas cosas le alcanzarían y no podría proteger a su amiga.
—Duele, ¿verdad? —escuchó que reía con perversidad el niño. —Contiene algo llamado "pólvora", hanyou. Un invento moderno capaz de arrebatarle la vida a cualquiera.
Inuyasha lo observó sorprendido cuando el pequeño detuvo el ataque y se quedó inmóvil en su lugar, observando fijamente la herida que le había provocado en el brazo de donde no dejaba de manar la sangre con rapidez. La voz de Souta sonaba diferente, como si hubiera alguien más hablando por él, y que pese a que aún mantenía el delicado tono infantil, el tono se engrosaba y oscurecía por momentos.
—No es venenoso, sin embargo. —continuó su discurso. —Uno no muere porque entre en contacto con la sangre, sino por la pérdida de ésta cuando la piel es atravesada. Piénsalo como una docena de flechas siendo lanzadas a una velocidad triplicada sobre un mismo objetivo. Eso suena más fácil de entender, ¿no?
—Keh. Esto no es nada. —le respondió tragándose el dolor. —He recibido peores heridas.
—Puede ser. —sonrió apuntando el arma contra su pecho. —Pero ninguna ha sido de un riesgo particularmente mortal. Pienso que llevando una de éstas armas al pasado, incluso los daiyokais más poderosos como ese Lord al que llamas hermano, podrían perecer con rapidez. Quién sabe, tal vez podría darme el tiempo de comprobar esa teoría. ¿Quieres probar el sabor de otra de las balas? He oído que finalmente se trata de un dolor realmente exquisito.
Las orejas le zumbaban a pesar de que el molesto ruido del arma se había extinguido, pero aún así pudo captar un ligero movimiento cerca de él. Sabía que no se trataba del niño y que nadie más estaba dentro de la casa, así que pudo respirar tranquilo ante la sospecha sobre cuál podría ser el origen de ese suave movimiento. Probablemente Kagome estaba bien y él tenía que distraer lo suficiente a lo que quiera que estuviera controlando a Souta para darles una oportunidad de escapar.
—¿Quién eres y qué es lo que quieres, maldito? —preguntó con insolencia. —Sólo un bastardo realmente débil tendría la necesidad de tomar el cuerpo de un indefenso niño humano para atacar. ¿Por qué no te muestras, cobarde?
El sonido de un nuevo disparo lo sacó del concentrado estado en el que se encontraba percibiendo a Kagome, haciéndolo gritar de dolor. La bala impactó de lleno en uno de sus costados y el dolor fue incluso más potente que la primera vez. Fue como si los músculos de todo su cuerpo se paralizaran dolorosamente y su corazón se acelerara a límites insospechados, robándole la respiración. Y el dolor...¡mierda, el dolor! Era un centenar de veces peor que el de una espada atravesándole.
—Muy mal, pequeño ser. —siseó el niño. —No me gusta que me provoquen. Tengo una puntería bastante buena y pude haberte matado pero te necesito vivo al menos por el momento. Ahora dime, Inuyasha, ¿viniste a llevarte a mi pequeña humana? ¿Piensas entregarle a la que debió ser tu mujer a ese medio hermano tuyo? ¿Lo dejarás poner sus garras donde alguna vez debieron estar tus manos deslizándose y tu lengua saboreándola?
Inuyasha controló el gruñido que pugnaba por salir. Desde que Sesshomaru se había llevado a Kagome, había pasado mucho tiempo pensando en el futuro. No tenía ninguna duda ni confusión respecto a sus sentimientos por la chica. Él amaba profundamente a Kikyo y es con ella con quien se quedaría, pero había habido un tiempo en el que su futuro estaba enlazado al de la chica del futuro y en donde sus sueños y fantasías habían estado plagados de sí mismo reclamándola.
Ahora conocía las intenciones de su hermano, y si bien su padre les había enseñado a no interferir llegado ese momento para ambos, la idea de Sesshomaru acariciando y tomando lo que efectivamente debió ser suyo un día, no le sentaba para nada bien. Ese sentimiento lo conocía perfectamente, eran celos. ¿Tan fácilmente olvidable era él? Sabía que Kagome lo amaba con fuerza y con el tipo de amor que sólo se puede dar entre hombre y mujer, y si bien sabía que jamás podría corresponderlo como lo esperaba, se había sentido satisfecho y complacido de generarle ese interés.
—¿Te lo has imaginado, Inuyasha? La que pudo ser tu mujer, ahora en las peligrosas garras de un demonio sin sentimientos que es guiado por la única necesidad de deshacerse de la desagradable sensación de ser controlado por el hambre, la lujuria y todo lo concerniente a esa maldición. ¿Cómo poseería un daiyokai a una mujer tan frágil como la bella Kagome? ¿Marcaría su piel con sus afilados dientes y mancharía la cremosa piel con moretones y rasguños al no controlar su fuerza sobrenatural? ¿Es ese el futuro que deseas para ella? ¿Dejarla atada a un ser sin escrúpulos? ¿Aceptar que nuevamente fuiste inferior a él y que ni siquiera pudiste mantener el interés de una humana en comparación con éste?
—¡Cállate! —gruñó irritado.
Una furia caliente y espesa comenzó a elevarse por todo su cuerpo, relegando el dolor de sus heridas a un rincón lejano de su mente. Sesshomaru siempre había estado por delante de él en muchos aspectos, y pese a no dudar de sus propias habilidades, le había llevado la delantera con su sangre pura. Esa criatura tenía razón, ¿por qué debía entregarle también a su Kagome? Sólo había tenido una ventaja sobre él en toda su vida, y esa espada que la representaba estaba muy lejos de su dueño en estos momentos. No podía permitirse dejarle a la chica también. Kagome era suya. Aún estaba a tiempo. Tal vez Kagome todavía no lo había olvidado por completo y podría convencerla de volver con él, podría hacerla suya, engendrar a sus hijos con ella, vivir por siempre a su lado. Pero...¿qué pasaría con Kikyo?
Kikyo...
La sacerdotisa. Kikyo. Su amada Kikyo.
La oscuridad que no había sentido reptando por su cuerpo y fundiéndose con su injustificada ira, comenzó a retroceder. Esos no eran sus pensamientos, se dio cuenta. Inuyasha no veía a Kagome como nada más que una amiga muy querida, ya que a quien amaba era a Kikyo. ¿Por qué se había planteado abandonarla y tomar a Kagome en su lugar? ¿Qué le estaba pasando? La idea de la chica del futuro relacionándose con su hermano no era de su agrado pero no por aquello que había pensando tan sólo unos minutos atrás, sino por el riesgo que suponía para ella. Ese bastardo debía estar controlando sus pensamientos.
—Joder...¡sal de mi cabeza ahora! —gritó enfurecido.
La malvada risa de aquello que poseía al niño resonó por toda la habitación y su cuerpo se congeló aterrorizado. Nunca antes había sentido tanto poder emanando de una criatura. ¿Ese era el verdadero Ser del que le hablaron? La voz aniñada de Souta se había ido y en su lugar el tono ronco de un hombre no dejaba de invadir la habitación.
Entonces, un extraño movimiento le llamó la atención. Kagome ya no estaba donde había captado su cabello la última vez que prestó atención.
—Uno no puede controlar los pensamientos de otro ser. —rió divertido. —Aquello que confundiste con control fue sólo un vistazo a esos pensamientos que retienes en la parte más dormida de tu consciencia, en ese oscuro rincón al que nadie desea acercarse por temor a lo que ahí pueda residir. Inuyasha, tú sólo viste lo que realmente escondes en tu inte-
Inuyasha abrió los ojos con sorpresa cuando el cuerpo infantil se desplomó frente a él. Kagome estaba de pie unos cuantos metros por delante y sostenía un extraño recipiente en sus manos con el que muy probablemente había noqueado a su hermano. Estaba pálida y podía percibir cómo temblaba su cuerpo.
—Oh, Dios mío. —gimió espantada. —Dime que no lo maté. Por favor, dime que no maté a mi hermanito. A Souta, no, por favor. —gimoteó.
El arma había salido disparada unos cuantos metros de la mano del niño e Inuyasha se deshizo de ella primero antes de verificar a Souta. Respiraba. Pero ¿qué harían con él? Tenía que sacar a Kagome rápido de ahí por el bien de todos y ahora más que nunca, después de haber tenido una probada del poder que albergaba aquello que la perseguía.
—Debemos irnos ahora, Kagome. —declaró. —Souta está bien. Despertará en un rato.
—No puedo dejarlo aquí, Inuyasha. —la escuchó decir preocupada. —Esa cosa podría volver por él y no hay nadie que pueda defenderlo. Tenemos que llevarlo a un lugar seguro y a que lo revisen. No tengo ni idea de con cuánta fuerza lo golpeé. ¿Y si le causé una conmoción cerebral? ¿Si lo herí de gravedad?
—Silencio. —gruñó desesperado.
Kagome debía estar aterrada ya que no dejaba de parlotear y él tenía que pensar en algo con rapidez si quería volver pronto a su tiempo. Souta no podía atravesar la barrera del tiempo y ellos no podían llevarlo a ningún lugar sin llamar demasiado la atención. Era demasiado peligroso.
Intentar pensar con claridad en un momento donde el peligro seguía flotando con fuerza en el aire y su cuerpo comenzaba a perder el calor de la batalla no estaba resultando tan fácil como lo había planeado. Inuyasha no era un idiota completo. Estaba herido y sabía que estaba perdiendo mucha sangre. Y su cuerpo no lo estaba haciendo demasiado bien cuando escuchó a Kagome al teléfono reportando una emergencia y pidiendo una ambulancia. Ahí estaba su solución.
—Vámonos, ahora.
—¿Estás loco? —le riñó y su expresión le pareció casi cómica, excepto por su inusual palidez. —Tenemos que esperar a que vengan por él.
—No hay tiempo.
Sin importarle ser demasiado brusco y considerando su cada vez más debilitada condición sin la adrenalina hirviendo en sus venas, tiró con firmeza de su muñeca y la arrastró todo el camino hacia el antiguo templo. Más fácil le hubiera resultado llevarla en brazos pero tenía uno inutilizado y si bien se había concentrado en apartar el dolor, se sentía muy cerca del desfallecimiento. Incluso la pequeña tarea de llevarla del brazo le estaba resultando agotadora, correr habría sido imposible y cargarla en su espalda aún más. Sin embargo, agradecía enormemente que Kagome no estuviera poniendo demasiado empeño en volver con su hermano.
Kagome contuvo la respiración conforme Inuyasha tiraba de ella hacia el pozo. Todo el mundo le daba vueltas y se sentía extrañamente mareada. Además, estaba peleando consigo misma para no volver con su hermano y esperar a la ambulancia en lugar de hacer lo que realmente quería: volver al Sengoku y desvanecerse en los brazos de cierto Lord malhumorado. Mierda. ¿Realmente había pensado eso?
Inuyasha tropezó junto con ella a la entrada del templo y Kagome finalmente recayó en las manchas oscuras sobresalientes en la túnica del medio demonio. Estaba herido y muy seguramente Souta había sido quien le había disparado. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto hacerlo? Después de que iniciaran los disparos e Inuyasha la hubiera cubierto con su cuerpo en el suelo, se había dejado arrastrar a la inconsciencia. No sabía qué la había enviado directo a ese abismo negro pero sospechó que la ligera protuberancia emergiendo en su cabeza quizá tenía algo que ver con eso. Un agudo dolor la había traído de vuelta a la realidad y apenas había tenido oportunidad de arrastrarse tras el sillón para ponerse a resguardo, antes de que los bordes oscuros de la inconsciencia intentaran reclamarla de nuevo. El final había sido lo peor. Luchar contra la oscuridad del sueño, ponerse de pie cuando su cuerpo se resistía a levantarse y golpear a su hermano para terminar abandonándolo y huyendo.
Su mundo estaba asquerosamente estropeado.
—Tenemos que saltar... —susurró con la respiración entrecortada Inuyasha. No lucía nada bien.
Antes de siquiera poder refutar esa mala idea, observó asombrada cómo el cuerpo de Inuyasha caía hacia el pozo y supo de inmediato que se había desmayado. No había más tiempo. Kagome se lanzó contra su buen sentido común y rezó por no encontrarse con otro desagradable viaje.
Después de lo que parecieron largas horas después, ambos golpearon con fuerza el suelo y Kagome no pudo evitar soltar un gemido de dolor. La cabeza le daba vueltas y la forzada caminata que Inuyasha la había hecho emprender para alcanzar el pozo la tenía con la respiración entrecortada y acelerada. Además, no podía moverse. Sombras oscuras todavía bordeaban su visión y sentía el cuerpo laxo y agotado, como si estuviera buscando desconectarse de la realidad. ¿Qué estaba mal con ella? Sensaciones semejantes las había experimentado en su tiempo pero tras el viaje parecían haber empeorado.
—Inuyasha... —le llamó y su voz sonó tan lejana que tuvo miedo de estar perdiendo la audición.
Nadie respondió a su llamado. Temerosa de no haber conseguido atravesar el pozo como debió haber hecho, se forzó a mover los brazos en la búsqueda de un punto de apoyo para levantarse y fracasó. Su cuerpo no estaba cooperando con ella. Con la mejilla derecha apoyada sobre la tierra, cerró los ojos y se concentró en analizar su entorno y a sí misma. No escuchaba nada a su alrededor pero podía sentir la debilidad de su cuerpo y una humedad ajena aferrándose a uno de los costados de su blusa escolar. El poder que la acompañaba y protegía como sacerdotisa estaba completamente drenado y la sospecha de que el desvanecimiento de Inuyasha no había sido realmente un desmayo, sino algo peor, comenzaba a abrirse paso en su mente.
—No puedo desmayarme también. —luchó contra sí misma. —Inuyasha necesita ayuda.
La sacerdotisa se forzó a ponerse en pie, apoyándose en las rocosas paredes cuando la debilidad amenazó con tirarla nuevamente. Observó entre imágenes borrosas la escalera para subir y agitó la cabeza para aclararse. Nunca antes le pareció tan larga esa subida como en esos momentos en que el temor de perder el control y caer se mezcló con la urgencia de alcanzar a sus amigos.
Entonces todo comenzó a moverse en cámara lenta o quizás fue ella quien comenzó a moverse así. Se dobló por el borde en la cima del pozo y tiró con fuerza hacia afuera, cayendo sobre la hierba antes de volver a ponerse en pie con gran esfuerzo. En un árbol no tan lejano, una alta figura de cabellera plateada se alzó y un par de orbes se clavaron en ella con un sentimiento que no supo identificar. Sesshomaru nunca le había parecido tan atractivo y protector como en esos momentos en que peleaba por llegar a un lugar seguro.
Sonrió con levedad y alcanzó a dar un par de pasos hacia él, antes de que su corazón se saltara un latido, el mundo comenzara a girar de forma vertiginosa y su cuerpo finalmente cediera a la debilidad. Su cuerpo comenzó a caer, escuchó gritos lejanos y un gruñido animal que resonó únicamente en su cabeza. Después de eso, todo se apagó.
Sesshomaru la olió incluso antes de que el resto de su cuerpo pudiera captar plenamente su presencia. Estaba de vuelta. Ese aroma dulzón y picante que picaba y exaltaba sus sentidos hasta límites insospechados inundaba el claro donde durante lo que parecían días había estado esperando el retorno del despreciable hanyou y la escurridiza sacerdotisa. Lo inhaló lentamente, permitiendo a la esencia inundar sus sentidos y sintió a su cuerpo reaccionar.
El Lord cerró los ojos y se permitió unos momentos más para llenarse de tan deliciosa esencia antes de ir en búsqueda de la propietaria. Entonces el raciocinio y auto-control comenzaron a pelear contra el instinto y una realidad que no había conseguido comprender abrumado como lo estaba por la potencia de la esencia en el claro, lo trajo con dureza de vuelta.
—Jaken. —gruñó sin apenas moverse.
El diminuto sirviente se acercó con premura y el cuerpo en alerta. Su Amo había comenzando a comportarse de forma extraña unos instantes atrás y aunque Jaken sospechaba que era resultado del hecho de que probablemente la humana estuviese de vuelta, había comenzado a preocuparse al escuchar los extraños sonidos provenientes del pecho del Lord. Una extraña vibración que de no ser por el excelente conocimiento que tenía sobre su amado Amo, habría sido capaz de confundir con un extraño ronroneo, un gruñido de éxtasis.
—Amo Sesshomaru...
—Los humanos. —gruñó de nueva cuenta, convirtiendo el sonido en algo más animal que demonio. —Despiértalos.
Jaken lo observó confundido pero pudo identificar el peligro esparciéndose en el aire. No sabía qué estaba afectando tanto a su Señor pero temía que fuera algo más peligroso que el Ser al que se enfrentaban. Días atrás había traído de vuelta al grupo humano que acompañaba al molesto Inuyasha y se había tomado un tiempo que no tenía ni quería desperdiciar, para explicarles a grandes rasgos la situación. Desde entonces, los humanos habían tomado turnos para descansar y esperar el retorno del otro par, y en aquellos momentos no dormían muy lejos de su posición.
Sin preguntar nada más, emprendió una rápida carrera hacia el improvisado campamento humano y a mitad de su camino la vio. Fue como observar una escena desde una posición externa pese a encontrarse en el mismo lugar. La humana había salido del pozo a trompicones y una enorme mancha de sangre esparciéndose y goteando por su extraña ropa.
—Herida. —susurró y decir la palabra lo hizo temblar. ¿Cómo reaccionaría su Amo bonito cuando viera eso?
Apenas un par de segundos y pasos después, la humana cayó inconsciente sobre la hierba y Jaken aceleró su carrera rumbo a los humanos. Esa chica necesitaba ayuda con urgencia y si bien a un demonio como él le tenía sin ningún cuidado lo que le pasara a un humano, por alguna razón esa miko era importante para su Amo y mantenerla con vida era primordial.
—¡Humanos! —exclamó alcanzado la fogata.
—¿Jaken? —preguntó en alerta completa el monje.
—Ha vuelto. —soltó luchando contra su propia respiración. —La humana está herida y hay mucha sangre.
—¿Dónde está Inuyasha? —preguntó la exterminadora luchando contra la somnolencia y poniéndose en pie. —Tenemos que pedir ayuda. ¡Shippo, Kirara, despierten! Tienen que ir a buscar a la anciana Kaede y decirle que prepare las hierbas medicinales.
En cuestión de pocos segundos, Jaken observó y comprendió lo que era convertir una situación en un caos. Los dos humanos que acompañaban al grupo de Inuyasha comenzaron a moverse de un lado a otro recogiendo armas y otros extraños suministros que no era capaz de reconocer mientras las dos pequeñas criaturas restantes emprendían una carrera como la que él había hecho rumbo a la aldea humana más cercana. ¿Era eso la eficacia del trabajo en equipo que tanto presumía el grupo de Inuyasha?
—¡Jaken! —lo sacó de su ensimismamiento la exterminadora. —¿Dónde está Inuyasha?
—No vi señales de él. —respondió levemente irritado por el tono utilizado para dirigirse a él.
Ambos humanos salieron de su vista en un parpadeo, corriendo en dirección al claro. El pequeño demonio sapo no quiso quedarse atrás y fue tras ellos, chocando apenas unos metros más adelante directamente contra la pierna del monje y en consecuencia, cayendo al suelo. Algo los había congelado en su posición, y sin necesidad de ver por sí mismo, Jaken tenía una ligera sospecha del qué fue. Su Amo estaba completamente perdido por culpa de esa humana.
—Mi Amo bonito... —lloriqueó, sonándose con la morada túnica frente a él.
No había peleado con suficiente fuerza contra su instinto, se recriminó el Lord. Apartando el delicioso aroma de la esencia de la sacerdotisa, su cerebro había sido capaz de concentrarse y comprender que la única forma de que la esencia lo hubiera alcanzado e inundado el claro con la potencia que lo hizo tenía que ser resultado del cuerpo despedazado de la chica. Sin embargo, ver por sí mismo la sangre empapando sus extrañas ropas y su cuerpo desvaneciéndose sobre la hierba y golpeando con dureza el suelo, lo había catapultado al límite de algo que no sabía nombrar. ¿Su cordura, tal vez?
Envió a su sirviente en busca del grupo de Inuyasha para no tener que acercarse por sí mismo a la sacerdotisa, por lo menos no en las circunstancias en las que estaba ahora, con sus instintos fuera de control y un descontrolado Yako gruñendo y rugiendo al interior de su cabeza. Desafortunadamente, no lo había hecho con demasiada rapidez.
Un momento había creído conservar el control sobre Yako y los instintos doblemente despiertos por el exceso de esencia abrumándolo, y al otro se había encontrado recorriendo el claro con pasos lentos y vacilantes hacia el cuerpo inconsciente de la humana. No sabía qué lo había llevado a ese punto, y si algo irritaba de sobremanera a un daiyokai como él, más que el simple hecho de estar tan enganchado a la esencia de una humana, era no saber las cosas. No comprender qué lo había llevado a hincarse a un costado y deslizar las manos bajo el esbelto cuerpo para atraerlo hasta su pecho en un gesto protector que sólo había utilizado en limitadas ocasiones con su protegida.
No puede morir. No puede dejarnos. Llévatela. —las palabras inconexas de Yako lo golpeaban.
A un nivel visceral sabía que la bestia no hablaba realmente con él a pesar de que podía escucharlo sin problemas. Frunció el ceño observando el cuerpo de la chica. Un par de rasguños estropeaban la blanca piel de la muchacha y un extraño hedor adherido a sus ropas ofendía a su sensible olfato. Pese a ello, el aroma del acero no eliminaba la potencia de la esencia, ni lo ayudaba a seguir bajo control.
—¡Inuyasha! —escuchó el grito horrorizado de la mujer que pertenecía al grupo del hanyou y la ignoró.
Sostenía algo mucho más importante entre sus brazos y aunque dar esa imagen al grupo humano no era algo de su agrado, no podía seguir peleando contra Yako. Cerró los ojos y respiró con profundidad, los sentidos alertas a los sonidos a su alrededor, y más tarde al latir lento del corazón de la sacerdotisa. La mano con la que no la sostenía comenzó a moverse por el cuerpo de Kagome, palpando, inspeccionado hasta llegar a la fuente de la sangre. Sus dedos se llenaron de ese líquido vital y sintió la calma en su interior.
—¿Qué demonios fue lo que pasó? —preguntó la exterminadora preocupada. —¡También estás herido!
Una de sus garras ahora ensangrentadas fue a parar a su boca y el sabor de la sangre mezclada en esa esencia casi lo hizo gemir. Era todo un deleite tenerla de vuelta con él. Sabía exquisita aún contaminada por ese sabor acerado de lo que sea que la hubiese herido. Pero lo calmaba, ese sabor traía la calma a su cuerpo y apartaba a Yako de su línea frontal.
—Mi...K...Ki...Kagome... —el balbuceo inconstante del hanyou llegó a sus oídos.
Entonces toda calma alcanzada se estropeó. El cuerpo del Lord se tensó y sus músculos se prepararon para la batalla mientras el brazo con que sostenía el cuerpo inconsciente de la humana la atraía con más fuerza. Intentó luchar contra ello. Por primera vez desde que no era más que un cachorro incapaz de controlarse por completo, Sesshomaru luchó contra Yako y tuvo una probada de aquello que los seres humanos llamaban desesperación.
Yako estaba fuera de control y el poderoso Lord del Oeste estaba casi seguro que después de innumerables décadas, ésta vez esa visceral e instintiva bestia tomaría el...
...control.
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