Capítulo 2: Vulnerabilidad
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Vulnerabilidad
Las cosas estaban volviendo a la normalidad. Desde la última marca, ahora ya desvanecida de su piel, no había vuelto a encontrar otro indicador de que su acechador siguiese visitándola por las noches. La sensación de sentirse observada seguía persiguiéndola por momentos, sin embargo y al no ser algo continuo, su temor había comenzado a atenuarse. De cualquier manera, todavía conseguía preocuparla la facilidad con la que su misterioso acosador lograba escabullirse sin ser identificado.
—¡Inuyasha! —lo llamó Kagome con fuerza. —¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! ¡Devuélvele inmediatamente ese dulce a Shippo!
—Keh, Kagome. Es sólo un dulce, deja de gritar. —gruñó en respuesta. —Toma, enano.
La chica observó anonadada cómo el hanyou le devolvía el caramelo al niño sin rechistar. No se había esperando esa acción. La verdad sea dicha, Kagome había traído más dulces de los usuales anticipándose a una escena semejante y había estado esperando tener que enviar al hanyou al suelo antes de recompensarlo con alguno de ellos, pero que éste se rindiera sin dar batalla, era algo que definitivamente no se esperaba.
—¿Qué estás viendo?
—¿Así de fácil? —preguntó todavía confundida. —¿Sin quejas, peleas o golpes? ¿Nada?
—Keh. —bufó Inuyasha, sin aportar nada más. —Acamparemos aquí, no falta mucho para que anochezca.
Recientemente Inuyasha había estado actuando más raro de lo normal y dado que no se necesitaba ser un genio para saber el motivo tras ello, Kagome había tomado la sabia decisión de guardar silencio respecto a sus sospechas. Lo cierto es que le había tomado un tiempo llegar a la conclusión de que gran parte de la culpa sobre las marcas de su cuerpo era de su amigo el hanyou. Ciertamente no era propiamente dicho su acechador, pero sus escapadas nocturnas cuando debería estar haciendo guardias sólo para encontrarse con Kikyo, los estaba dejando vulnerables.
Además de ello, todavía estaba la punzada de dolor que se le clavaba en el corazón cada vez que Kagome comprobaba que, pese al pasar del tiempo y al beso compartido entre ellos, el hanyou hacía mucho tiempo que había tomado la decisión de amar por encima de todo y todos a la sacerdotisa muerta.
Kagome amaba a Inuyasha y lo había hecho casi desde el primer momento en que aterrizó en el Sengoku, pero desde entonces también había madurado, ya no era la adolescente que idolatraba e idealizada al medio demonio, la chica que se engañaba a sí misma cada vez que lo veía escaparse para ir al encuentro de su antepasado dejando todo lo demás atrás. Ahora era lo suficientemente adulta para reconocer el momento adecuado para retirarse de la batalla y admitir la derrota.
A pesar de todo, no estaba resentida con Kikyo. Había sido una lucha relativamente justa y Kagome había tenido su oportunidad también pero había fallado. Con el tiempo, había ido acostumbrándose a las partidas del hanyou, y a estas alturas si bien todavía le dolía verlo elegir a otra, comenzaba a comprender que entre ellos no podría haber nada más que una bonita amistad. Desafortunadamente, alguien a quien habías amado por tanto tiempo, no era tan fácil de olvidar.
—¿Le molesta algo, señorita Kagome? —preguntó con curiosidad el monje.
—Miroku, ¿crees que falta poco para que anochezca?
—¿Para que anochezca? —repitió confundido la pregunta. —No lo creo. Yo diría que todavía nos restan un par de horas con luz, ¿por qué?
—No tiene importancia. —respondió restándole importancia al asunto. —Inuyasha quiere que preparemos el campamento. Nos quedaremos aquí esta noche.
Las malas costumbres eran difíciles de olvidar y Kagome estaba tan acostumbrada a proteger a Inuyasha que las palabras simplemente le salían sin pensar. Tampoco es que fuera a poder hacerlo durante mucho más tiempo. Sus amigos no eran tontos y aún sin observar la expresión del monje, la chica sabía lo que encontraría en su mirada: confusión, turbación y finalmente la claridad. Y por supuesto lástima, del tipo que la sacerdotisa más odiaba ver cuando descubrían las escapadas del hanyou.
—¿Estarás bien, Kagome? —preguntó con una nota de preocupación su amiga la exterminadora, mientras el monje permanecía inmóvil y en silencio.
—Por supuesto que sí. —le respondió de inmediato con la mejor sonrisa que pudo formar. —Por lo menos lo estaré si me ayudan a encontrar un buen lugar para darme un baño y otro donde los pequeños animales con predisposición a morder, picar o arañar no puedan alcanzarme.
Las risas de Sango y Miroku la relajaron mientras se disponían a acomodar sus escasos suministros para el campamento, y por un momento, Kagome pudo olvidarse de la mayor parte de sus preocupaciones.
—Me parece un trato justo. —rió el monje. —Hay un lago un poco más allá, hacia el Este. Tal vez podrían ir a echarle un vistazo ahora mismo.
—¿Estás seguro, Miroku? —preguntó Kagome insegura. —Primero podemos ayudarte a terminar de acomodar las cosas.
—Por supuesto que no. —se negó de inmediato. —Conozco esta zona como la palma de mi mano. Vayan con cuidado y yo me encargaré de todo por aquí.
Pese a su falta de convicción y a la repentina partida de Inuyasha para "comprobar los alrededores", Kagome asintió y dejando caer su mochila, comenzó a buscar otra muda de ropa y el resto de objetos personales que necesitaría para asearse y disfrutar de tan anhelado baño. Una vez con todo en mano, sonrió con incertidumbre y esperó a que Sango se le uniera después de advertirle duramente al monje que ni siquiera se le ocurriera intentar espiarlas.
Mientras se marchaban, el monje observó con detenimiento a la joven del futuro. Llevaba varios días analizando sus expresiones y pensando detenidamente sobre la incertidumbre que lo embargaba a sí mismo cada vez que veía el nerviosismo y la preocupación dibujándose en los rasgos de la muchacha. No podía evitar pensar que algo se le estaba escapando.
—¿Qué nos estás ocultado, Kagome? —preguntó en voz alta para nadie en particular, abandonando los honoríficos. —Mi querida Sango, tengan cuidado. —suspiró finalmente, consciente de que no sería escuchado.
Despegando la vista del punto donde las muchachas finalmente había desaparecido, comenzó a acomodar el resto de las cosas para pasar la noche en esa zona del bosque. A esas alturas del camino dudaba que alguien todavía no lo hubiese notado, pero el monje tenía la firme convicción de que más que estar buscando el misterioso artefacto que se le había encomendado a Inuyasha, se encontraban siguiendo los pasos de la sacerdotisa Kikyo. Después de todo, no era ningún secreto para nadie que la señorita Kikyo no estaba dispuesta a permanecer anclada a su grupo.
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—¡Tierra llamando a Sango!
—Perdón, ¿qué?
—Estabas distraída. —le respondió Kagome con una sonrisa. —Y eso que la que suele andar en las nubes, soy yo.
—¿En las nubes? —preguntó extrañada la exterminadora.
—Es una forma de decir distraída.
—Ya veo. Lo siento, estaba pensando en su Excelencia.
Sango no podía evitarlo, su Excelencia llevaba un par de día comportándose ligeramente diferente, más analítico y serio, pese a que seguía bromeando y acosando a cuanta mujer se le cruzara. No, lo cierto es que todo el grupo, a excepción de Shippo, había estado comportándose diferente. Y sí, había notado que la fuente de ello era su amiga Kagome.
—Así que...pensando en su Excelencia, ¿eh? —le murmuró meneando las cejas sugestivamente.
La exterminadora tardó unos momentos en comprender la acción de su acompañante y cuando finalmente lo hizo, el rojo no tardó en esparcirse por todas sus mejillas, calentándole el rostro.
—¡No de esa manera! —exclamó ruborizada.
—Ya, claro, claro. —se burló Kagome. —Estamos en confianza, no te preocupes.
Negando con la cabeza un par de veces más, Sango la adelantó unos pasos. Sus sentimientos por su Excelencia no estaban del todo claros y no eran un punto discutible cuando debía concentrarse en averiguar qué era aquello que le estaba preocupando a todos.
—Olvídalo. —susurró todavía ligeramente apenada.
—De acuerdo. —comentó sin dejar de sonreír la sacerdotisa. —Entonces vamos por ese baño tan bien merecido y luego podemos seguir charlando sobre aquellos pensamientos sobre cierto monje.
Sango asintió sin la menor intensión de volver a tocar el tema y con un par de pasos se puso a la par de la chica mientras se dirigían hacia donde el monje les había indicado que se encontraba el lago. Ubicado a una distancia prudente del campamento pero no demasiado lejos como para saberse vulnerables estando desnudas, un pequeño lago se abría al centro de un claro rodeado por altos y frondosos árboles como un oasis en mitad del desierto. Las cristalinas aguas lucían tan maravillosas como frías e igualmente apetecibles para sumergirse y relajar los músculos.
—Es hermoso. —susurró Kagome impresionada.
Acostumbrada como lo estaba a darse un baño diario, Kagome sufría terriblemente cuando en el Sengoku los días transcurrían sin la posibilidad de darse semejante lujo. Cada día en esa época se despertaba con la esperanza de encontrarse en sus incontables viajes algún lago, río o cascada que le permitiera un momento de intimidad para limpiar la suciedad de su cuerpo. E incluso cuando los encontraba, rezaba por toparse con aguas tan limpias y cristalinas como las del lago frente a ellas.
—Debe ser nuestro día de suerte, ¿qué estamos esperando? —preguntó ansiosa. —¡Vamos!
Kagome no era alguien que antepusiera sus necesidades a su seguridad corriendo riesgos innecesarios, pero en esta ocasión, cansada y necesitada de un baño como lo estaba, no se tomó la molestia de verificar sus alrededores antes de apresurarse. De cualquier manera, el peligro parecía seguirla todos los días sin importar lo que hiciera, uno más o menos no sería algo extraordinario.
De modo que, sin esperar a que su amiga la imitara, Kagome comenzó a desnudarse con rapidez, asegurándose de doblar cuidadosamente cada prenda y dejarla sobre una roca fuera del alcance del agua, antes de tomar una de las dos mullidas toallas que había traído desde su época.
—¿Sango?
—En seguida voy.
Sango inspeccionó rápidamente los alrededores paseando su vista por los puntos más cercanos a su posición y una vez satisfecha con el escaneo, observó cómo su mejor amiga estiraba los brazos hacia arriba, antes de lanzarse directo al lago. Sonriendo ante su premura, no tardó en desnudarse y acompañarla al interior de las tranquilas aguas.
—Esto es tan relajante. —suspiro extasiada la exterminadora.
Kagome asintió en acuerdo imitando el suspiro de su compañera mientras alcanzaba una roca para sentarse. Tras días de viaje y noches de dormir en el suelo terroso, sentir el agua fría envolviendo su cuerpo y limpiando la suciedad le sentaba de maravilla, independiente del impacto inicial que le había congelado casi hasta la médula.
—Sí que lo es.
La sacerdotisa cerró los ojos por unos momentos, deleitándose con los sonidos del bosque, los suaves chapoteos en el agua producto de los movimientos de Sango y la caricia de la brisa anunciando una noche fría.
—¿Rin? —escuchó que preguntaba Sango.
Kagome abrió los ojos de repente, sorprendida con la guardia baja por la pregunta de Sango. Todavía le tomó unos momentos orientarse antes de seguir la mirada de la exterminadora para captar el movimiento alegre de la niña mientras se acercaba corriendo y saltando desde el extremo contrario del lago. Los cabellos mojados de la pequeña un indicio de que llevaba ya un rato nadando en el lago, pese a que ni Sango ni ella la habían notado hasta este momento.
—¡Oh, Kagome-san! —exclamó entusiasmada.
Corriendo tan rápido como sus pequeños pies se lo permitían, la niña se apresuró hasta su lado del lago con una enorme sonrisa estampada en el rostro. A Rin siempre le emocionaba encontrarse con la sacerdotisa y su amiga pues siempre la trataban con cariño y le regalaban esos deliciosos bocadillos que llamaban dulces.
—Rin, ¿Jaken no está contigo esta vez? —preguntó Kagome curiosa.
—No, el Señor Sesshomaru trajo a Rin hoy. —respondió sonriente. —El señor Jaken se quedó cuidando a Ah-Un.
La chica del futuro estaba por preguntar exactamente dónde se encontraba Sesshomaru para mantener una distancia prudencial cuando sus ojos recayeron sobre la imponente figura sentada bajo uno de los árboles alrededor del lago, misma a la que no le había prestado atención hasta ese momento. ¿Desde cuándo había empezado a ser Sesshomaru el que acompañaba a la pequeña Rin? Kagome era consciente de que pese a su desprecio por los humanos, el daiyokai protegía a Rin con ferocidad pero nunca se lo había imaginado llevándola a cumplir sus necesidad humanas.
—Sango. —llamó a su amiga lo más bajo que pudo.
No era mucho lo que podía apreciar de la figura del demonio aunque podía apostar su vida entera a que ésta pertenecía a Sesshomaru sin duda alguna. Además, tenía la sensación de que el par de orbes doradas estaban directamente clavadas sobre ella.
—Lo veo, Kagome. —respondió en un susurro que apenas logró escuchar. —¿Quieres que nos vayamos?
¿Y arriesgarse a salir desnuda frente al daiyokai? ¡De ninguna manera! Era más que probable que Sesshomaru ya la hubiese visto en todo su esplendor pero no estaba dispuesta a darle un segundo espectáculo. Su orgullo femenino no lo permitiría. Además, su trabajo justo le había costado acostumbrarse a estar desnuda en compañía de Sango, y las únicas veces que Inuyasha o Miroku habían obtenido un vista más allá de lo decente, les había enseñado a no cometer el mismo error dos veces. Por supuesto, no había forma de poder responderle de la misma manera a Sesshomaru si captaba otro vistazo.
—Ni en sueños. —respondió en el mismo susurro bajo. —No quiero que me vea desnuda.
Sango la observó parpadeando lentamente en confusión antes de decirle: —Kagome, no estoy segura de que ver a un par de humanas desnudas sea algo que realmente le interese. —intentó confortarla. —Además, recuerda lo que nos dijo Inuyasha una vez: "Keh, ese bastardo de Sesshomaru no tiene impulsos sexuales".
Kagome la observó con incredulidad. Sango e Inuyasha podían decirle lo que quisieran, ella simplemente no estaba dispuesta a dejarse ver desnuda aunque fuera durante los pocos segundos que le tomara alcanzar su toalla. Además estaba la cuestión de Rin, ¿qué pensaría ella si de repente se fueran cuando recientemente se les acercó? La niña prácticamente estaba aislada del contacto humano y huir cuando tenía la oportunidad de pasar un rato con ellas le parecía una ofensa.
—¿Lo crees capaz de atacarnos por quedarnos aquí? —le preguntó a su amiga sin poder quitarse la sensación de estar siendo observada.
—Con Rin aquí, difícilmente. —respondió Sango poco convencida. —No creo que vaya a intentar nada.
Sango estaba mintiendo, por supuesto. La exterminadora estaba contrariada después de haberse perdido la forma de Sesshomaru incluso habiendo inspeccionado los alrededores antes de zambullirse, y el nerviosismo de Kagome no la estaba ayudando. Inexplicablemente, sabía con certeza que la mirada del poderoso daiyokai estaba clavada firmemente sobre la sacerdotisa pese a que no pudiera imaginarse una razón lógica para ello.
—¿Quieren jugar con Rin? —preguntó de repente la niña, una nota esperanzada colándose en su voz.
—Por supuesto que sí. —respondió sonriente Kagome, acercándose a ella. —Qué tal si...
Antes de terminar su frase, Kagome dejó caer sus puños sobre el agua, salpicando grandes gotas sobre la niña y la exterminadora sin dejar de reír. Segundos después, la pelea estalló e incluso chapoteando y disparando agua, la chica del futuro no logró sacarse la sensación de estar siendo observada. Repasando las palabras de Sango y el hanyou, comenzaba a concordar con su lógica. Dudaba seriamente que un demonio como Sesshomaru tuviese entre sus intereses sexuales el cuerpo desnudo de una humana. Lo que entonces la hacía preguntarse: ¿estarían Miroku o Inuyasha intentando espiarlas? Sinceramente, con el daiyokai tan cerca cuidando a su protegida, lo dudaba.
—No te alejes demasiado, Rin. —suplicó Kagome con delicadeza.
Lo que realmente quería decir: "no te acerques demasiado al territorio reclamado por tu querido Señor Sesshomaru". Ya que si bien Kagome intentaba eliminarlo de toda sospecha, tenías pocas ganas de enfrentarse en una condición tan vulnerable a un Lord que para colmo de males, encontraba insignificantes a los seres humanos.
Sesshomaru, por otro lado, encontraba hilarante la situación mientras observaba desde su posición a las tres siluetas chapoteando, cada una más delicada y pequeña que la otra. No alcanzaba a comprender el sin sentido de chapotear de esa manera en el agua pero no estaba por la labor de quejarse mientras observaba con frialdad el sinuoso movimiento de la chica humana que lo tenía abrumado con su esencia.
Cerrando los ojos por un instante, el Lord del Oeste se concentró en el resto de sus sentidos, analizando los alrededores. No se había perdido ningún fragmento de las palabras intercambiadas entre susurros por las dos mujeres humanas, sin embargo, a excepción de saberse insultado por su medio-hermano, las palabras realmente no tuvieron un efecto sobre sus emociones.
Ciertamente le divertía que la pequeña sacerdotisa le creyera de alguna manera asexual. Había pasado un par de días dejándola tranquila, sin visitarla pero vigilándola con cuidado, aunque evidentemente no por decisión propia. Por tanto, que creyera en su falta de "impulsos sexuales" cuando no había estado acechándola, le daba muchas perversas ideas para proceder.
—¡Vamos contra Kagome! —gritó en ese momento la exterminadora, sin dejar de reír.
El sonido devolvió su atención a la sacerdotisa. A pesar del nivel del agua, su cualidad cristalina volvía imposible cubrir por completo la curvilínea figura de la miko. Sesshomaru gruñó una vez, incapaz de controlar su irritación ante el camino que comenzaban a seguir sus pensamientos. La mujer humana estaba ocupando un lugar en sus pensamientos que no debería.
—¡No es justo! —exclamó la mujer de su hermano entre risas. —Ya verán.
El Lord del Oeste observó con frialdad a la chica cuando sus miradas se cruzaron. Sabía que la visión humana de la chica era muy limitada y no podría apreciarlo, pero el daiyokai había aprendido a leer muy bien su lenguaje corporal y sabía que pese a sus risas y movimientos, la chica permanecía alerta a su alrededor. Lo que resultaba aún mejor, la débil presencia de su temor comenzaba a mezclarse con la delicia de su esencia natural y lo estaba atrayendo con perversa emoción.
—Paren o van a matarme. —suspiró agotada después de un rato.
Sesshomaru planeaba matarla a su debido tiempo, por lo menos una vez que su bestia estuviera saciada de ella. Después de todo, le pertenecía. Las marcas en su cuerpo podrían borrarse pues jamás le daría el beneficio de una marca permanente, pero las cosas no cambiarían su orden. El depredador cazaba a presas inferiores, igual que un demonio a un ser humano. Poseer su cuerpo o no durante el proceso, era una cosa independiente. Había un status quo que mantener.
—No aguantas nada, Kagome. —se burló la exterminadora.
El rítmico sube y baja del pecho de la mujer humana y la calma que se apoderó del lago mientras las tres figuras se detenían a descansar fueron las últimas cosas en esa tarde que llamaron su atención. Encontrarse interesado en asuntos humanos cuando antes habían sido pocas cosas las que llamaban su atención era una revelación que prefería relegar a lo más profundo de su conciencia. Por un lado aborrecía y le irritaba captar tantos detalles de la sacerdotisa, y por el otro, encontraba hasta cierto punto fascinante todo lo que su esencia generaba en su interior.
—Ustedes son demasiado rudas. —jadeó con incomodidad sintiéndose bajo la mirada del demonio.
Cobijado por la enorme sombra del árbol, Sesshomaru echó un último vistazo a la nerviosa e incómoda chica sumergida en el agua. No se había perdido ningún detalle de sus reacciones ni de las formas de su cuerpo, y conforme la noche había ido alcanzando su entorno, su bestia antes apaciguada, comenzó a despertar nuevamente, rugiendo con hambre.
—Rin, vámonos.
—Sí, Señor Sesshomaru. —se apresuró a obedecer la niña. —Gracias por jugar con Rin. Hasta pronto Kagome-san, Sango-san.
Sesshomaru no se perdió el escalofrío que recorrió a la figura humana tras su orden, ni el respingo ante el sonido de su voz. Le agradaba ver esas expresiones en el cuerpo de la muchacha, una clara respuesta a su dominio y superioridad. Sin embargo, seguramente disfrutaría mucho más de la noche venidera, cuando volviera a visitarla, la acechara y con gran deleite tomara lo que su bestia ansiaba.
Justo en mientras estuviera en su momento más vulnerable.
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