Capítulo 12: Jurar en vano
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: Jurar en vano
Corría por su vida, sorteando con el movimiento de sus piernas cada uno de los obstáculos a través de la infinita oscuridad que lo rodeaba. Sentía la adrenalina corriendo por sus venas, los pulmones le ardían con cada dolorosa respiración y le parecía que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho, pero era incapaz de detenerse.
Lo estaba siguiendo, buscando acabar con su vida pronto. Repentinamente, un pensamiento fugaz le atravesó el cerebro e intentó detenerse. No, no estaba corriendo por su vida. Quien quiera que fuera lo que lo estaba siguiendo, no iba tras de él, y por tanto, no corría para salvarse a sí mismo. ¿A quién buscaba entonces? ¿Por qué iba tras él siendo sólo un niño, si realmente quería a alguien más?
Sintió el frío aliento de la muerte rozarle la nuca y abrió la boca dispuesto a gritar, pero ningún sonido salió de ella. Dedos delgados y alargados se posaron sobre sus hombros y comenzaron a tirar de él, pese a que se forzó a correr más rápido. Cuando el tirón se hizo insoportablemente fuerte, por fin dio la vuelta y se encontró con el agresor y todo quedó claro en su cerebro. Volvió a abrir la boca, espantado y admirado por lo que veía, y esta vez el grito salió largo y poderoso de entre sus labios.
Sota despertó sobresaltado de la pesadilla. El sudor le perlaba la frente y sentía que una capa del mismo le cubría todo el cuerpo, haciéndole sentirse frío. Los latidos acelerados de su corazón le tronaban en los oídos, junto con un agudo y chillante sonido que todavía tardó en identificar como un grito suyo.
La habitación estaba a oscuras y cuando por fin logró acallar el sonido de su voz, escalofríos comenzaron a colarse en todo su cuerpo, haciéndole plenamente consciente de aquello que sólo el terror era capaz de lograr. Le ardía la garganta tras forzar tanto las cuerdas vocales y muy dentro de sí sabía que la pesadilla no había sido sólo producto de las películas de terror que veía a escondidas en combinación con su imaginación. Era real.
—M-mamá...abuelo... —intentó llamarles con fuerza, angustiándose ante el mero susurro que le salió.
Su lado infantil le instaba a dejarse llevar por el pánico y seguir balbuceando los nombres de las personas que le protegían para que acudieran en su rescate. Por el contrario, el pequeño lado maduro que conocer la historia de su hermana Kagome y uno de sus más grandes modelos a seguir, Inuyasha, le habían ayudado a forjar, le decía que debía mantener el control, intentar relajarse, inspeccionar su alrededor, y hasta entonces, volver a llamar a quien deseaba.
Cerró los ojos unos momentos, forzándose a realizar una respiración profunda para relajar los músculos de todo su cuerpo que por la tensión producto del temor, le impedían moverse. Tomó otra respiración más, percibiendo a su corazón tan sólo un poco menos acelerado, y hasta entonces, volvió a abrir los ojos. Esta vez, el grito no tuvo ningún problema o dificultad para salir mientras clavaba la mirada en su ventana.
Una figura en la que no había reparado tras despertar de la horrible pesadilla, le esperaba sentada cómodamente en el resquicio de la ventana abierta. Las corrientes de aire movían los larguísimos mechones de cabello que lograba atisbar entre tanta oscuridad y la intensa mirada color jade que le observaba fijamente hizo que se le parara el corazón por un momento, ya que pese a que la postura mantenida le hacía parecer relajado, los brazos firmemente cruzados sobre el pecho y la sonrisa tenuemente iluminada por los rayos de luna, le conferían un aire de crueldad inmensa.
—Sota-chan. —le escuchó susurrar con voz queda. —Los hombres no gritan.
No fue consciente del momento exacto en el que un nuevo grito escapó de sus labios hasta que la sonrisa de la figura se acentuó y el fuerte ruido de una puerta abriéndose con fuerza distrajo su atención hasta la entrada de su habitación, y a la figura de su madre y el abuelo entrando con rapidez y encendiendo las luces.
—Sota, ¿qué sucede, hijo? —preguntó espantada su madre.
El abuelo tenía clavada la mirada en dirección a la ventana abierta de su habitación, en donde ya no le esperaba nadie. Y en tan sólo cuestión de segundos sin responder, se vio presa de los cálidos brazos de su madre, y más tarde, arrullado por el sonido de su voz.
—Fue sólo una pesadilla, cariño. —le susurró con dulzura. —Nada malo te va a pasar.
Sota no estaba realmente seguro de que su madre siquiera entendiera la gravedad de todo lo que había sucedido, pero al menos tenía la esperanza de que sus palabras contuvieran algo de verdad. Esperaba, además, que su hermana Kagome volviera pronto a casa y que de ese modo, fuera capaz de advertirle sobre el peligro que estaba seguro que la rondaba.
—Hermana... —susurró hundiéndose nuevamente en el sueño, ahora protegido y resguardado por su madre.
Un último vistazo a la ventana le aseguró que nada de lo experimentado esa noche había sido sólo un sueño, y que el misterioso hombre que lo había visitado esa noche, tampoco estaba en su habitación por coincidencia.
—Tranquilo, hijo. Kagome está a salvo con Inuyasha.
En una época pasada, Kagome sintió que el corazón le daba un vuelco repentinamente. Habían pasado un par de días desde el incidente con Sesshomaru y unos cuantos más desde que conociera a un misterioso hombre en el bosque. Lo que no la complacía en absoluto, era tener que admitir que las cosas no habían seguido igual.
El Lord se estaba comportando por no decirlo de otra forma, extraño. Pese a caminaba continuamente frente a ella, guiando el camino, en repetidas ocasiones lo había atrapado observándola a través del rabillo de su ojo, y cuando no lo estaba haciendo, estaba completamente segura de que tenía todos los sentidos puestos en su presencia. ¿La razón? Sinceramente le era ajena. No comprendía a qué se debía la repentina necesidad de estarse asegurando que continuara siguiéndole.
Lo que definitivamente había continuado igual, eran los escasos intercambios de palabras. Sesshomaru podía estar atento, por decirlo de alguna forma, a su presencia, pero jamás abandonaba el tenso silencio o las frías maneras con las que se dirigía a ella cuando decidía hacerlo.
—Mujer, no te detengas. —ordenó con frialdad el Lord.
Kagome no había sido plenamente consciente de que se había detenido, ni de su mano presionando el centro de su pecho con fuerza, hasta que Sesshomaru lo hizo evidente a su manera. Aquel extraño vuelco que había sentido había sido suficientemente fuerte como para preocuparla y olvidarse del volátil cambio de humor de su captor.
—Sesshomaru. —le llamó con inseguridad.
Como era ya parte de su costumbre, no escuchó respuesta por parte del desesperante daiyokai, sin embargo, supo de inmediato que tenía su atención ante la tensión de su imponente cuerpo.
—Algo está mal. —murmuró sin saber explicarse.
—¿Estás enferma? —preguntó en respuesta, sin emoción.
El Lord del Oeste era ajeno a muchos aspectos que concernían a los seres humanos, a pesar de que había aprendido algunas cosas por medio de su protegida. Por tanto, era consciente que la salud humana era frágil e inestable; un momento podían encontrarse completamente sanos, y al otro, caer enfermos. Tener a la mujer enferma no era algo que formara parte de sus planes, pero tampoco lo había sido llevarla a través del bosque sin un rumbo fijo, extenuándola.
—No es eso. —respondió la sacerdotisa con seriedad. —Tengo un mal presentimiento.
—No me interesa. Sigue caminando.
Yako se había mantenido al margen de lo que sucedía entre el Lord y la humana desde que ésta volvió impregnada en la esencia de otro hombre. Decidido a intervenir de una forma más agresiva cuando llegara el momento, había optado por esconderse en el rincón más lejano del interior del daiyokai, donde apenas le notara, permaneciendo a la espera y atento a cada acción y cambio de la sacerdotisa.
—No lo entiendes. —se apresuró a detenerle. —Creo que debes llevarme de vuelta con Inuyasha.
Kagome observó con una mezcla de temor y valentía, cómo Sesshomaru se daba la vuelta para observarla frunciendo el ceño. Le gustaban las ocasiones en las que el rostro perfectamente esculpido del daiyokai abandonaba su usual máscara fría para mostrar alguna expresión, incluso aunque nunca le hubiera visto alguna de felicidad.
—No. —respondió con sequedad.
En cualquier otro momento, Kagome hubiera desistido ante la rotunda negativa del Lord. El pasar de los días le había enseñado que en algunas ocasiones, por no decir la mayoría de las veces, era mejor ceder ante el daiyokai que batallar y gastar las energías que necesitaba durante el día para seguirle paso, en una inútil discusión.
—Sesshomaru, no estoy intentando escapar. Sólo te estoy pidiendo que me lleves de vuelta con mi grupo o al menos a la aldea de la anciana Kaede. Será por poco tiempo, sólo para asegurarme de que todos están bien. Después de eso, me volveré a ir contigo, te lo juro.
—No.
—Por favor, Sesshomaru. —volvió a suplicar, esforzándose por mantener a raya su temperamento. —No tardaremos. Si te incomoda acercarte tanto a la aldea humana, puedes dejarme en el pozo que está cerca y esperarme ahí, o dejarme con Inuyasha y dejar que él me lleve.
—No.
La idea de quedar al cuidado de Inuyasha, de quien había estado muy enamorada hasta hace poco, no le hacía demasiada gracia pero si con eso conseguía llegar a la aldea y asegurarse de que todo estaba bien ahí, lo haría. Ahora bien, comenzaba a encontrar el tremendo parecido en la terquedad de Sesshomaru e Inuyasha, algo simplemente impresionante y desesperante.
—¡Maldición! Está bien. —gruñó molesta. —Si no quieres llevarme, me iré yo sola. —dijo con firmeza.
Al Lord le estaba costando seriamente admitir que estaba un poco sorprendido por el repentino ataque de valentía y firmeza de la miko al dirigirse a él. En un principio, ya se había sentido confundido ante la falta de intervención de Yako tras escuchar la absurda petición de la mujer para llevarla de vuelta con el hanyou, de modo que, el hecho de que todavía la humana hubiera osado gruñirle no había mejorado la situación.
—No estoy bromeando. —continuó manteniéndose firme ante la tremendamente atractiva expresión en el rostro de Sesshomaru.
Kagome estaba casi completamente segura de que Sesshomaru no se había dado cuenta del cambio en su expresión, ni mucho menos del sumamente sexy movimiento de su ceja al arquearla tras las últimas palabras que le había dirigido. Anonadada, el corazón comenzó a latirle a un ritmo pausado pero con fuerza, bombeando la sangre directamente a sus mejillas mientras se esforzaba por grabar cada mínimo detalle de la suave y atractiva expresión sorprendida del Lord.
—¿Es una amenaza? —le preguntó con frialdad, rápidamente volviendo a su conducta habitual.
—Mírame. —le provocó.
El sonrojo que anteriormente había invadido sus mejillas sólo se intensificó más tras darse cuenta de que Sesshomaru parecía no entender del todo su última respuesta, tomándola de forma literal y procediendo a pasear con lentitud y todo el descaro del mundo la preciosa mirada ámbar por todo su cuerpo.
Gracias a Kami-sama que no le dije "pruébame" o esto hubiera terminado peor. —pensó avergonzada.
Por su parte, el daiyokai recogió con la mirada cada mínimo detalle del delicado cuerpo de la mujer humana, apreciando su complexión y las curvas con las que se encontraba, recordando a detalle el tacto de su piel, la suavidad de su cuerpo y la facilidad con la que ella tendía a responder a su contacto.
—Era una forma de hablar. —comentó, nerviosa por la intensa mirada dorada.
—No irás a ninguna parte.
Yako sonrió divertido desde su rincón. Le estaba costando un infierno mantenerse quieto tras escuchar las peticiones de la hembra humana y tan sugerente petición de mirarla, pero ya había tomado una decisión. No iba a servirle de mucho ser quien llevara el control mientras el daiyokai siguiera resistiéndose a la atracción y el fuerte deseo por la exquisita esencia que se desprendía de la chica. Tenía que permitirle un espacio para él mismo, para que descubriera que no todas las reacciones primitivas provenían de su caprichosa bestia. Después de eso, ya volvería a intervenir duro y fuerte para poseer a la temperamental mujer, cuyas explosiones le fascinaban cada vez más.
Por supuesto, su espacio de inactividad no significaba que se comportaría dócilmente en todo momento. Tenía planes, necesidades y deseos, y la noche era el único momento donde podía abastecerse de lo necesario. ¿El Lord se estaba preguntando por qué reconocía de memoria cada detalle de la mujer, por qué recordaba con precisión el tacto de su piel? Bueno, si prestara más atención a esos detalles, descubriría con rapidez que todo ello era resultado de la exploración nocturna a la que se dedicaba cuando el daiyokai bajaba la guardia.
Había tenido cuidado de no dejarse llevar hasta los extremos de intimar demasiado con la hembra, pero se había tomado su tiempo para explorar el tacto de su piel, memorizar cada rasgo de su cuerpo, impregnar de su esencia todo el delicado cuerpo humano y asegurarse que el daiyokai recordaba cada momento de ello.
—Sí iré, y si no quieres acompañarme, me iré sola. No estaba jugando.
—Humana insolente.
—Daiyokai gruñón. —rebatió sin pensarlo.
El breve chispazo de sorpresa en la dorada mirada, la hizo consciente del alcance de sus palabras, pero no logró que se arrepintiera de decirlas. Mientras más interactuaba con Sesshomaru, más parecido le encontraba en alguna cosas con Inuyasha, y más sencillo le resultaba lidiar con él y responderle con algo más que temor.
—¿Qué has dicho? —preguntó con una seriedad y frialdad que comenzó a preocuparla.
—Sesshomaru, por favor, realmente tengo este mal presentimiento y tengo que ir a la aldea para asegurarme de que mis amigos están bien. —evitó disculparse deliberadamente. —Escucha, te juro que haré lo que me pidas si por esta vez, me llevas o me dejas ir a la aldea.
El daiyokai la observó en silencio, terminando de repasar cuidadosamente cada una de las palabras dichas. No mentía cuando le había dicho que no le importaba su necesidad de asegurarse que todo estuviera bien con sus amigos yendo a la aldea, mientras eso no afectara a su salud. Sin embargo, había una propuesta tentadora y que le sería muy provechosa a futuro escondida entre su última súplica.
—¿Lo harás? —le preguntó con seriedad.
—¿El qué?
—¿Jurarás que una vez satisfecha tu necesidad de asegurarte del bienestar de esos humanos, obedecerás cada una de mis órdenes?
Kagome se mordió el labio inferior a fin de evitar soltar unas cuantas malas palabras que más tarde la harían arrepentirse. El daiyokai estaba siendo cruel al aprovecharse de su urgencia por ver a sus amigos y asegurarse de que no corrían peligro, pero no tenía muchas opciones disponibles. Escapar por su cuenta no daría tan buenos resultados como contar con la guía de un atractivo como desesperante daiyokai.
—Estoy esperando, mujer.
—Está bien, lo haré. —murmuró con resignación. —Lo juro.
Una lenta y pequeña sonrisa se esparció en los sensuales labios del Lord, robándole el aliento a Kagome. Ahora que lo pensaba con detenimiento, ese juramente no era la mejor de las ideas y por ello no tenía intención de cumplirlo bajo ninguna circunstancia. Apenas se asegurara del bienestar de todos en la aldea, buscaría alguna excusa o se escabulliría de alguna forma hasta el pozo devora-huesos y se marcharía de ahí, de vuelta a su tiempo.
Sí, de ese modo mataría dos pájaros de un tiro y lograría ponerse a salvo justo a tiempo. Después de todo, el único que podía cruzar a través del pozo era Inuyasha, y por tanto, el gran Sesshomaru no tendría ninguna oportunidad de seguirle la pista. Entonces volvería hasta pasado un buen tiempo para que se calmaran las cosas.
—Andando, mujer. —ordenó sin borrar la pequeña sonrisa sardónica.
—Daiyokai gruñón. —susurró lo más bajo que pudo, comenzando a seguirlo.
Algunos metros alejados de la curiosa pareja, el ser sonrió divertido y extasiado. Todo estaba saliendo como lo planeó, y si las cosas seguían marchando como hasta ahora, pronto tendría a la humana bajo su cuerpo y poder, y finalmente podría hacer con ella lo que deseara. El niño había sido una de las herramientas más útiles que pudo utilizar.
—¿Pasa algo, Sesshomaru? —preguntó Kagome, tras verlo detenerse con brusquedad.
Intentó centrarse en su alrededor para detectar alguna presencia a parte de ellos, pero no encontró nada. El daiyokai tampoco se quedó demasiado tiempo congelado, con un rápido vistazo hacia uno de los árboles que dejaron atrás, frunció el ceño y reemprendió la marcha.
La chica no le dio mayor importancia después de eso, tenía mejores cosas en qué pensar y un plan que diseñar. Suspiró. Algunas culturas y religiones solían decir que jurar en vano es una mala idea, y en ocasiones, un pecado. Kagome comenzaba a comprender a qué se referían realmente, porque...
"El juramento que acababa de hacer, por alguna razón, tenía más tintes y forma de haber pactado con el demonio".
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