Capítulo 1: El Lenguaje de las Marcas
Notas Importantes:
Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.
Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
Strange Lenguage: El Lenguaje de las Marcas
Dentro del universo e incluso en otras dimensiones hay inmensas formas de comunicarse o expresar ideas, así como de transmitir conocimientos y sentimientos. Dependiendo de la cultura o la clase de criatura, éstas formas de expresión pueden variar en elementos y composición, pese a que el fin sigue siendo el mismo: transmitir.
Los seres humanos poseen una de las más complejas formas de comunicación, el lenguaje, pero incluso entre los animales y cualquier otro ser vivo, la comunicación existe. Kagome sabía por sus estudios que en el mundo moderno hay más de 5000 lenguas, sin embargo, durante su estancia en el Sengoku había aprendido que aunque no se tratase de una lengua hablada, existían una gran gama más de lenguajes para expresarse. La anciana Kaede, por ejemplo, le había enseñado el lenguaje de las plantas: cómo la variación en los colores de sus hojas o la inclinación de sus tallos podían estar hablándole de un futuro retoño o una muerte prematura.
Por otro lado, recientemente su misterioso acechador había estado comenzando a enseñarle otro tipo de lenguaje, uno mucho más complejo si no se equivocaba en sus suposiciones, pensó mientras observaba el diminuto corte en cruz sobre la palma de una de sus manos.
—¿Otra herida, señorita Kagome? —preguntó con curiosidad el monje Miroku.
—Sí, debí haberme cortado cuando me apoyé en el tronco para levantarme. —respondió sin mucha convicción.
—Oye Kagome, últimamente tienes muchos accidentes. —comentó burlón Inuyasha. —Presta más atención a tu entorno.
A regañadientes, la chica reconoció las palabras de su amigo pese a que estaba casi segura de que no eran meros accidentes. Sin pensarlo, su mano derecha subió hasta su mejilla y trazó el diminuto corte que se había hecho aquella noche en que se había topado con Sesshomaru en el claro. Por más que lo había intentando, no había podido adjudicarle la culpa al demonio y a su mente le había resultado más fácil convencerse de que había sido el resultado de utilizar su mochila como almohada. Mejor que eso, había logrado convencerse de que ese encuentro jamás había tenido lugar y que el atractivo Lord no había sido más que un producto de su turbada imaginación y del deseo de venganza nacido del despecho.
En cambio, el corte más reciente sobre la palma de su mano la molestaba más. Físicamente no era incómodo pues parecía casi cicatrizado, pero su simple presencia y su aparición de una noche a otra hacían crecer la sensación de estar siendo espiada y acechada.
—Inuyasha, ¡abajo!
Todavía no había reunido el valor suficiente para hablarle a sus amigos sobre el mal presentimiento que no la abandonaba y tampoco pensaba hacerlo mientras las misteriosas marcas pudiesen pasar por heridas de accidentes comunes. No le veía ningún sentido a preocuparlos sin necesidad después de haber conseguido un pequeño respiro tras la derrota de Naraku.
—¡¿Por qué demonios fue eso?! —gritó enfadado el hanyou tras el impacto.
—¿Tiene que haber una razón? —preguntó en su lugar con falsa inocencia, encogiéndose de hombros.
Haciendo oídos sordos al resto de sus quejas y maldiciones, Kagome volvió a centrar su atención en el corte sobre su mano. Si lo analizaba con detenimiento, más que llamar "corte" a la figura en su piel, lo llamaría una marca, una con algún significado específico pero que no podía descifrar. Si fuese un poco más religiosa o supersticiosa, diría que era algo proveniente del infierno, algo con un significado más oscuro y perverso, que celestial. Afortunadamente, no creía en esas cosas.
—Inuyasha, cuida tu lenguaje frente a las damas. —reprendió el monje.
Kagome hizo un puchero inconsciente mientras seguía observando desde diversos ángulos la marca. Durante su estancia en esta época había aprendido diversas formas de expresión espiritual y mágica, había aprendido otras lenguas y signos, sin embargo, no era hasta ahora que comenzaba a preguntarse si existiría también un lenguaje de las marcas. La idea en sí no parecía tan descabellada pero tampoco alentadora.
—Tonterías. —se rió ante semejante ocurrencia. Probablemente le estaba dando más vueltas de lo necesario a un simple corte que podría haberse hecho en el suelo o contra un árbol cualquiera. —Chicos, pongámonos en marcha, todavía tenemos mucho terreno que cubrir.
Lo que la joven sacerdotisa ignoraba era que entre los demonios de más alto nivel, el lenguaje de las marcas tenía un sentido completamente diferente, siendo pues, una forma de expresión puramente intimidante, sádica y morbosamente excitante. Una marca implicaba la destrucción o momentánea manipulación de un ambiente, objeto o persona, y así mismo, significaba dejar tras ésta una minúscula parte de su creador. Dominio, posesión, demanda.
Para un daiyokai tan poderoso como Sesshomaru, sin embargo, las marcas nunca habían significado mucho. Su lenguaje era mucho menos elaborado y florido, prefería dejar tras de sí una estela de muerte, sangre y destrucción que una insignificante señal que pudiera ocultarse con facilidad. O al menos había sido así hasta la noche en que tras su indeseable pero fructífero encuentro con la mujer de su medio hermano, la bestia había despertado con un hambre voraz.
—¡Amo Sesshomaruuuu! —exclamó sonriente la pequeña niña que le acompañaba mientras se le acercaba. —¿Nos quedaremos a dormir aquí? Hay un río cerca y Rin tiene hambre.
Seis noches habían transcurrido desde su encuentro con la fuente de la esencia que lo llamaba. Cinco noches desde que en un momento de debilidad se había permitido degustarla por segunda ocasión, y cuatro noches desde donde había estado refrenando el deseo de perseguir a la portadora y herirla hasta saciarse del elixir de su sangre. Cuatro noches solamente y francamente, su paciencia estaba llegando al límite. Él era el Lord de las Tierras del Oeste, el daiyokai más poderoso sobre la faz de la tierra y las limitaciones no podían aplicarse a su majestuosa presencia. Acechar a la mujer humana por la noche pero no poseerla durante el día lo irritaba de sobremanera.
—Niña tonta. —gruñó Jaken. —No molestes al Amo bonito con tus tonterías.
—Pero señor Jaken, Rin tiene mucha hambre...
El Lord frunció el ceño irritado por sus pensamientos. Una noche, y sin ser plenamente consciente de ello, era todo lo que había necesitado la sacerdotisa para abrirse paso en los fríos y calculadores pensamientos del daiyokai. Una sola noche para despertar el hambre de la bestia y acabar con su paz mental porque pese al tiempo que había empleado en encontrar una forma de hacerse con la esencia que anhelaba sin involucrar a la raza que más despreciaba, no había conseguido nada.
—Silencio, niña. —continuó reprendiéndola el pequeño demonio. —El Amo tiene mejores cosas que hacer y en qué pensar, que en tus necesidades.
—Jaken, acompáñala. —ordenó con sequedad el demonio. —Aguardarán aquí después de eso.
—Amo Sesshomaru, ¿no va a esperarnos? —preguntó con curiosidad la niña.
El pequeño demonio verde bufó con arrogancia ante la pregunta de la niña y Sesshomaru apenas reprimió la necesidad de golpearlo en la cabeza. La bestia burbujeaba con ira y desesperación en su interior ante la ausencia de la esencia de la sacerdotisa, rasgando su interior de tal manera que con cada minuto transcurrido comenzaba a desequilibrar las emociones que usualmente mantenía sin dificultad bajo control.
—Tengo cosas que hacer. —respondió con la frialdad usual.
Demonio y niña no tardaron en desaparecer tras reconocer las facciones crispadas del daiyokai, el cambio repentino en su rostro normalmente sereno y carente de emociones, que había terminado por despertar sus instintos de supervivencia y les había hecho alejarse. Rin siendo todavía una niña y completamente humana, había sido incluso capaz de percibir el aura de peligro que últimamente rodeaba a su protector cada vez más. No le temía, ni nunca lo había hecho, pero los cambios recientes en su comportamiento estaban comenzando a hacer mella en ella.
Jaken, por su parte, había notado desde el primer instante los cambios en su Amo, por más sutiles que fueron en su inicio. Como el fiel sirviente que era, sin embargo, se había abstenido de preguntar al respecto pese a que con cada día transcurrido le era más difícil ignorar la presencia cada vez más cercana a la superficie de la bestia de su Señor. Lo cierto es que le preocupaba, y aunque había decidido no pensar en ello ni cuestionar las acciones de su Amo, Jaken se mantenían al tanto de las desapariciones nocturnas del daiyokai y la extraña aura de placer y sadismo que le rodeaba cada vez que volvía.
—¡Señor Jaken, mire, mire! —exclamó emocionada la niña mientras le mostraba el pez dorado que había atrapado entre sus manos.
—¿Te vas a comer eso, niña?
—¡Claro que no, señor Jaken! —respondió riendo como si su pregunta fuera la cosa más tonta del mundo. —No podría comerme algo tan bonito. Además saben mejor los peces grises.
Jaken no estaba seguro de lo que el Amo Sesshomaru hacía cada noche cuando desaparecía, pero era consciente de que sus ausencias estaban incrementándose en frecuencia, y si había algo en lo que podría apostar su vida en ese punto, es que los asuntos pendientes que tenía que atender esa noche estaban sujetos al motivo de su reciente crispación y al resto de sus ausencias.
—Date prisa, niña. —gruñó molesto. —No tenemos todo el día.
—Como usted diga, señor Jaken.
Sesshomaru, por su parte, no era ajeno a las sospechas de su sirviente más fiel aunque prefería ignorarlas y ahorrarse la intrusión del pequeño demonio sapo en sus asuntos. Además, tenía asuntos más apremiantes que requerían su completa atención, y uno de ellos estaba bastante relacionado con la deliciosa forma curvilínea y llena de la apetecible esencia de la miko.
Mientras había estado observando sin mucho interés la partida de su sirviente y protegida, el Lord había decidido saciar en primera instancia el apetito voraz de su bestia, antes de dirigirse a otros asuntos igual de urgentes. Y una vez que los había perdido de vista, había emprendido la marcha rumbo a su presa no muy lejana a su posición. Después de todo, se había asegurado de mantener ubicado al grupo de su medio hermano en todo momento. Con la bestia tan en la superficie, era mejor de esa manera.
Conforme la noche fue apoderándose del cielo, el poderoso daiyokai comenzó a acercarse al lugar donde acampaba el grupo de Inuyasha. La sutil esencia de la mujer humana flotaba en el aire picando sus sentidos incluso en la distancia y despertando sus ansias. Éste no sería su primer acercamiento al campamento del grupo pero la impaciencia seguía igual de latente.
Ya había burlado en dos ocasiones anteriores al grupo que resguardaba a la miko, incluyendo a los "excelentes" sentidos del hanyou, y en ninguna de esas ocasiones había dejado vestigio alguna de su presencia que pudiera rastrearse, ni ninguna señal o signo evidente que pudiera despertar alguna sospecha de que el poderoso Lord visitaba por las noches a la mujer. Ninguna marca a excepción de los vestigios en la sedosa piel de la chica mediante los que obtenía la esencia que le pertenecía.
Horas más tarde se encontraba nuevamente ahí, habiendo burlado a la escolta de la mujer de su medio hermano, quien por cierto, muy seguramente estaría disfrutando del cuerpo de la sacerdotisa muerta en alguna parte del bosque. Mientras tanto, tenía la chica a su merced. La excitación que le generaba esa certeza ya le recorría cada terminación nerviosa, exaltando a la bestia que sabiendo lo que vendría, se removía inquieta en su interior.
—Inuyasha... —susurró la chica entre sueños.
El nombre de su medio hermano susurrado desde sus rosados labios, lo hicieron fruncir levemente el ceño, antes de encontrarlo hilarante. Sesshomaru no conocía los celos pero era asiduo de la posesividad, y la bestia que permanecía bajo control en su interior repudiaba la idea de no esclarecer las cosas que eran de su propiedad. Lo que la mujer humana quisiera hacer con aquello que los humanos llamaban "sentimientos" le tenía sin cuidado, pero su cuerpo y esencia le pertenecían únicamente a él.
Hasta este momento, sea dicho, el Lord no había sentido la necesidad de recurrir a marcar de forma más agresiva a la chica porque su sangre, que era lo que le importaba, estaba a resguardo en su interior. Sin embargo, para un daiyokai tan orgulloso como él, que el indeseable nombre de un hanyou fuera lo que escapara de sus labios mientras la degustaba y absorbía su esencia, no estaba a discusión.
Una sonrisa arrogante se esparció por sus labios ante el pequeño trozo de piel de los muslos de la chica que podía apreciarse a través de la extraña tela que usaba para cubrirse por las noches del frío. Esta sería la primera noche en que le dejaría un recuerdo mucho más interesante de su presencia, una marca que en el muy particular lenguaje de su bestia sólo podía significar:
"Me perteneces por completo"
Sesshomaru había descubierto tras su segunda visita que la sacerdotisa solía tener el sueño muy pesado y por tanto, hacer con ella lo que le complaciera no suponía gran riesgo. Sin embargo, mientra se arrodillaba a su costado y tomaba con cuidado una de sus piernas para evitar rasgar la delicada piel, no pudo evitar preguntarse si no estaría fingiendo. Y mientras acercaba el carnoso muslo a sus labios y la escuchaba gemir quedamente, si no sería mucho más interesante jugar con ella consciente.
Pese a tener dichos pensamiento, le tomó mucho reprimir la ola de desagrado que le generó el sonido, siendo muy consciente de la razón por la que su organismo se revelaba con tanto ímpetu a éste. Los segundos seguían transcurriendo y lentamente el tiempo estaba comenzando a acabarse, no podía seguir perdiéndolo en banas cavilaciones. La bestia estaba ansiosa.
—Inuyasha... —murmuró nuevamente con una voz entrecortada la mujer.
Sintiéndolo como una señal, el Lord dejó de lado toda consideración hacia el insignificante cuerpo humano y tras preparar la piel con un rápido deslizamiento de su lengua, enterró sobre ésta sus caninos. El pequeño pero potente pinchazo no tardó en extraer un par de hilillos de sangre que tampoco tardaron en encontrar un abrupto final en los labios del demonio mientras degustaba a placer la esencia encerrada en cada gota. De repente, lo más cercano al éxtasis lo envolvió, conduciéndolo a un estado donde sus sentidos se embotaron por completo y la bestia rugió extasiada en su interior.
Pasado ese breve pero insatisfactorio momento y una vez recuperado el control con la bestia temporalmente saciada, el daiyokai comenzó a perder el interés en su presa, volviendo a ver en la chica nada más que un ser inferior. Un mero cuerpo humano desparramado sobre telas extrañas, una mujer ansiando al medio hombre que prefería encontrarse con su amante noche tras noche que protegerla; nada más que un saco de huesos prescindible para cualquier demonio.
Estaba saciado y la herida ya carente de la esencia quedaba en su piel como sólo una marca más, una advertencia de parte de la bestia para que cuidara sus pasos hasta que la necesidad volviese a ser lo suficientemente agobiante para llevarlo de vuelta al cuerpo de la chica.
Sesshomaru observó con indiferencia el cuerpo de la sacerdotisa mientras se relamía los labios, capturando los rastros de la esencia que había probado. No debía engañarse, sabía bien que la necesidad volvería pronto y con renovadas fuerzas, y mientras más le diese a la bestia, más insaciable se volvería. Sin embargo, hasta que ese momento llegara, Sesshomaru continuaría su rutina de acecho, cazaría a la chica consumiendo sus defensas una por una, jugando con su mente hasta encontrar el punto donde la esencia prevaleciera y el cuerpo inútil de la mujer fuese prescindible.
—Estúpidos seres humanos. —soltó con rencor, un recordatorio sobre la inferioridad de la raza humana en comparación con su naturaleza.
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A la mañana siguiente, mientras el grupo de Kagome terminaba de recoger las cosas del campamento para continuar con su camino, la sacerdotisa volvió a palpar la nueva marca que había aparecido en su muslo durante la noche. La superficie de esta herida no parecía cicatrizada a diferencia del par anterior, por el contrario, lucía hinchada como si el ataque hubiese sido más agresivo y salvaje, y la piel hubiera sido atravesada con ferocidad.
—¿Está todo bien? —le preguntó Sango con preocupación.
Kagome asintió dubitativa pese a que le daba la espalda a su amiga. Su atención continuaba centrada en las dos minúsculas perforaciones sobre la cara interna de uno de sus muslos donde las marcas destacaban rojizas sobre el blanco de su piel. ¿Debería estarle dando mayor importancia a su acechador de lo que le había dado en un inicio?
La chica del futuro no era tonta, sabía perfectamente que alguien estaba tras ella desde que había regresado al Sengoku, podía sentir su presencia acechándola, observando sus movimientos durante el día pese a que las marcas sólo llegaban durante la noche. ¿Cómo era que nadie en su grupo había detectado al intruso? Quien quiera que fuera tenía que acercarse al campamento para alcanzarla, y si ni siquiera Inuyasha había percibido nada de su presencia, ¿no significaba eso que podría ser alguien mucho más peligroso de lo que había pensado?
—¿Qué sucede, Kagome? —preguntó Shippo en esta ocasión.
—No es nada. —se apresuró a responder la chica, no queriendo preocuparlo más. —Creo que una araña me picó anoche en la pierna.
Los ojos del pequeño zorro se dirigieron de inmediato a su pierna pero Kagome sabía que no podría ver la marca sin importar cuánto lo intentara, escondida cómo lo estaba bajo su ropa. Sin embargo, le sonrió con falsedad. Las picaduras de araña por supuesto que no tenía la misma separación que los caninos en la dentadura de un depredador más humanoide. Y definitivamente un ser humano común y corriente no podía tener el filo suficiente en sus dientes para perforar la piel.
—Hay muchas arañas por aquí pero no son venenosas, así que no creo que debas preocuparte, Kagome-chan. —continuó con una sonrisa Shippo.
La chica asintió sin convicción con una pequeña sonrisa en el rostro que no tardó en borrarse cuando captó una imperceptible mancha de sangre seca muy cerca de los puntos. Entonces comenzó a preocuparse en serio. Ahora estaba completamente segura de que alguien la había mordido por la noche y no, no había sido el ataque de una araña como les había hecho creer a sus amigos.
¿Quién estaba enseñándole de forma tan obscena y terrorífica el "Lenguaje de las Marcas"?
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