Introducción
Una historia tiene tantos comienzos como protagonistas. Si elijo a Alessandra para comenzar, tendría un inicio bastante deprimente. Hay un par de personajes que, si los eligiera para iniciar la historia, tendría que remontarme dos o tres décadas hacia el pasado y hacer un relato tedioso de como llegaron hasta el suceso con el cual quiero empezar. Me parece que relatar lo que le pasó a Mateo y a Gabriel es el comienzo más apropiado.
Tanto el uno como el otro eran habitantes comunes y corrientes (en principio) de Bosque Nacional. Buenos amigos, crecieron sentados uno al lado del otro en la escuela, o sentados frente a una computadora en sus respectivas casas. Tenían el estado físico mínimo como para aprobar Educación Física en la escuela. No hay, en realidad, mucho interesante para contar acerca de su infancia y adolescencia. Tal vez podría mencionar que una vez Mateo fue compañero de secundaria de Alessandra cuando ambos tenían 14 años. Él le declaró su amor a ella, y ella respondió golpeándolo en el ojo con una fuerza descomunal para una chica de esa edad. Gracias a ese acto, Mateo aprendió a mantenerse alejado de ella, y del resto de las chicas en general. Nunca más volvió a intentar nada con ninguna otra, ni siquiera con las que si le daban atención especial. Mateo creció y llegó hasta los 18 años sin saber como aproximarse al sexo opuesto sin quedar en ridículo. Su mejor amigo le siguió los pasos en ese aspecto.
Se volvieron amigos cercanos, al punto de considerarse el uno al otro el único amigo que realmente valía la pena tener en cuenta. No se lo decían, qué incómodo sonaría eso, dadas sus personalidades. Pero lo sabían.
Y nada mejor que ser mejores amigos y obtener superpoderes casi al mismo tiempo.
Ya vamos a llegar a la cuestión de "¿De dónde salieron?" o "¿Por qué justo a ellos?". La cuestión es que Mateo tenía la mala costumbre de abrir la heladera descalzo y así fue como se dio cuenta que tenía habilidades relacionadas con la electricidad, y después con la velocidad sobrehumana. Cuando se enteró, no fue corriendo a la casa de su mejor amigo a contarle como uno supondría dada su cercana relación. En cambio, se preparó un termo de agua caliente, se hizo unos mates y se sentó en la terraza de su casa a reflexionar acerca de lo que acababa de acontecer, porque Mateo a pesar de haber terminado la secundaria, seguía mentalmente pensando y actuando como un adolescente, un ser falto de experiencia en todas las áreas de la vida; y para él era como si por primera vez en su vida tuviera algo remarcable en sí mismo, algo con lo que pudiera realizar un cambio, algo que lo hacía diferente, algo que quizás lo cargaría con una responsabilidad en el futuro.
No fue sino hasta un mes después que, caminando junto a Gabriel una madrugada hacia la terminal de colectivos, se encontró en una situación compleja en la que muchas personas se hallan saliendo como si nada a tal hora: fueron víctimas de un robo a mano armada.
Dije "víctimas", no porque hayan salido perjudicados, porque independientemente de si a uno le roban o no, se vuelve víctima de la situación.
Gabriel se apuraba en sacar la billetera de su campera mientras estos dos hombres encima de una moto esperaban que ambos entregaran sus pertenencias. Gabriel, físicamente, no era muy pequeño que digamos. La vida sedentaria le había añadido unos cuantos kilos a su masa corporal y son solo abalanzarse sobre la moto podría haber tirado a ambos ladrones al suelo. El problema era la huida, y el hecho de que las balas atraviesan a cualquiera, por más grasa que tenga recubriendo el esqueleto. Mateo estaba algo asombrado de que su amigo se apurara tanto en entregar sus pertenencias, algo que él admiraba de Gabriel era que se disparaba a hacer las cosas sin pensarlas, tenía una especie de valor interno que lo podría haber vuelto temerario, si hubiera tenido más situaciones en la vida en las que demostrar dicha característica.
Mateo respiró profundo esperando que las cosas salieran como él se las estaba prefigurando. Dio un paso hacia atrás, extendió ambas manos juntas hacia los ladrones mientras estos lo observaban desconcertados. Iba a ser la primera vez en la vida de Mateo en la que iba a usar sus habilidades y ello conllevaría a consecuencias reales. Primero, porque estaba a punto de impactar sobre dos personas que no tienen la más remota idea que la electricidad puede salir del cuerpo de una persona, y segundo, porque su mejor amigo se estaba por enterar que tenía una especie de taser en lugar de amigo.
Hubo un destello blanco azulado, similar al que se ve comúnmente en los relámpagos y una corriente eléctrica atravesó el aire para, lamentablemente, ser atraída por un transformador eléctrico en las cercanías. Nadie salió afectado y Mateo hubiera quedado en ridículo de no ser por el terror en en el rostro de los asaltantes y la sonrisa mezclada con sorpresa que expresaba Gabriel.
— Perdón. Voy a intentar de nuevo.
Si, Mateo dijo eso en voz alta. Apuntó, disparó, y esta vez el rayo llegó se descargó en la moto, incendiándola instantáneamente. Ambos tipos encima del vehículo, se bajaron y huyeron en dirección opuesta. Gabriel tenía la billetera en la mano todavía. Resulta que no era para entregársela a los malvivientes, sino para encontrar el encendedor que llevaba siempre consigo.
No hubo intercambio de palabras entre los dos en principio, pero Gabriel aprovechó que la moto estaba en llamas y que sus dueños la habían abandonado para hacer una chispa con su encendedor y demostrar como, de la misma manera que Mateo lanzaba rayos por los dedos, él lanzaba fuego. Obviamente incendió la moto completa, lanzó llamaradas hasta que el calor alcanzó el tanque de combustible y explotó. Mateo había pasado un mes reflexionando sobre lo que podía hacer, manteniéndolo en secreto y preguntándose si debería hacerlo público o no, para echarlo todo por tierra haciendo explotar una moto en medio de la calle, ayudado por su mejor amigo.
Ambos le dieron historias diferentes a la policía. Nadie apareció reportando una moto desaparecida. Eventualmente, al cabo de unas horas, casi amaneciendo, los dejaron libres por falta de pruebas. Ninguno de los dos podía evitar mirarse a la cara con esa expresión de satisfacción y de orgullo. Eran como dos nenes que acababan de cometer una travesura, pero no cualquiera. La travesura más grande que había existido en la historia de la humanidad hasta el momento, y se habían salido con la suya. Mateo no dejaba de imaginarse historias de superhéroes donde ellos eran los protagonistas, mientras que Gabriel deliraba acerca de enriquecerse ilícitamente robando bancos o haciendo cualquier tipo de cosas ilegales. Si, vamos a decir que son dos enfoques completamente diferentes de cómo usar tus super habilidades, pero había algo más preparado para ellos. A veces el futuro te tiene preparadas situaciones de las que no hay forma de escaparse. Un intento de robo es una de ellas. Ellos se las arreglaron para escaparse. ¿Pero podrían escaparse de un intento de asesinato, por ejemplo? No era algo tan imposible dado que los superhéroes siempre se encontraban en ese tipo de aprietos. Siempre el super villano surge casi al mismo tiempo que el héroe, como causa o como consecuencia.
Alguien entró a la comisaría a buscar a los muchachos, quienes podrían haberse escapado como si nada, pero preferían no hacerlo ya que eso causaría muchos más problemas de los que resolvería. Era un hombre, quizás un chico, muy bien vestido, con acento español. Presentó una tarjeta frente al policía que atendía detrás del mostrador y este, sin decir una palabra, caminó a abrir la jaula que contenía a los chicos.
¿Sería el super villano?
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