Me olvidé de mis demonios. Esos que se ocultan tras mis oídos. Esos que hablan desde mi garganta. Esos que dibujan ideas en mi cabeza.

Olvidé presentir los dolores de mi alma.

Olvidé –también– arrancar las huellas de tu nombre sin desgarrarme demasiado. Todo sigue en su lugar, todo sigue como siempre.

Olvidé darme una oportunidad.

Olvidé quedarme muerto sobre la cama previo a castigarme la vida entera a costas de tu nombre. Olvidé no volver la mirada hasta tu nombre.

Olvidé no saludarte ni posar mis dedos sobre el más grande de mis deseos. Olvidé no quedarme sin aliento y mandar mi voluntad al carajo solo por tu nombre.

Me olvidé de mis ángeles. Esos que suelen dar buen consejo. Esos que suelen paralizar el corazón. Esos que suelen nunca estar de acuerdo con los labios.

Olvidé presentir los temores de mi alma.

Olvidé también no dedicarte mis miradas ni desvivirme por tu imagen. Todo sigue en su lugar, todo sigue como siempre.

Olvidé darme por vencido.

Olvidé quedarme muerto sobre la cama la noche misma del rechazo, y todo porque mi vida parecía tan poca cosa. Olvidé no volver a intentarlo después del beso.

Olvidé no apartar mis placeres de tu nombre. Olvidé no querer lo que quería desde entonces y con ello me olvidé de mí mismo, casi para siempre.

Todo sigue en su lugar. Todo sigue como siempre: tú con tu nombre y yo con el mío...

...pero sin tu nombre.