Me dejé embriagar de golpe, tan iluso, tan idiota, con el ardid de un recuerdo que no está en mi cabeza.

Y traje de vuelta el tacto de tus labios contra mi cuello. La piel erizada, los nervios resquebrajados, la mente ida.

Un perfecto viaje en el tiempo.

Un perfecto idiota.

Un perfecto deseo carnal.

Un perfecto idiota.

Me dejé. Así lo quise –y lo querré– mientras olvido por completo mi honor, mi orgullo.

Que me asalte la inmoralidad de tu cuerpo y enjuicie el mío por desacato, por infamia, por complacencia y cobardía.

Que me enjuicies en el nombre de tu nombre, porque solo así tendré cárcel para habitar.

No se trata de amores: es un asunto de cuerpos desvergonzados y ajenos, de mentes sucias, de sonrisas a la sombra y gemidos constantes bajo las sábanas.

No soy de fiar.