Ya no estamos para juegos y lo entiendo.

Ya no estamos para darnos ese lujo de perdernos mutuamente, de reencontrarnos luego en el camino con la nostalgia vuelta sonrisa.

Ya no somos capaces de medir las huellas en el corazón y disimularle las cicatrices al que nos mira. No estamos para eso.

Olvidamos prometer lo prometible, cumplir con lo cumplible, susurrar lo susurrable, callar lo callable.

Porque tomamos demasiado enserio el sentido inverso del temor y padecimos lo temible como quien respira por primera vez. No debió ser de esa manera.

Y las miradas no miraban ya más que los grises derrotistas. Los oídos no escuchaban más que balbuceos insípidos en vez de la verdad.

Aunque esa fue nuestra verdad, más allá de tu nombre y el mío, porque nos equivocamos al intentarlo en negativa.

Ya no estamos para juegos.

Ya no puedo darme el lujo de perder lo que no tengo o poner mi nombre en riesgo ante una promesa disfrazada.

Ya no puedo. Ya no debo.

Ya no más...

...pero aquí sigo.