☆| cap 2
La luz matutina se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación con un resplandor dorado que parecía bendecir la obra recién creada. Jungkook yacía en el suelo, sumido en un sueño profundo, agotado tras una jornada consumida por la pasión artística. Su respiración era suave, y su rostro reflejaba una serenidad celestial, como si en sus sueños continuara el encuentro con el ángel.
El lienzo, ahora terminado, era un tributo al arte. Jimin, con sus alas desplegadas y una mirada cargada de promesas eternas, parecía cobrar vida, listo para abandonar el confinamiento del marco. El aroma de la pintura fresca llenaba el ambiente, fusionándose con el espíritu inmortalizado en la tela.
Al despertar, los ojos del joven pintor se posaron de inmediato en la pintura. Un torrente de asombro lo inundó, y por un instante, dudó de su capacidad para haber capturado tal sublimidad. Se incorporó con lentitud, desentumeciendo sus músculos doloridos, y se aproximó al lienzo.
Con cada paso, su corazón latía con más fuerza.
—Buenos días —murmuró a la pintura, esbozando una sonrisa radiante.
Se inclinó hacia adelante, acercándose al retrato, y acarició suavemente el borde del marco. Sentía una conexión profunda, como si Jimin estuviera realmente allí, observándolo con su mirada serena. En ese momento, su estómago rugió, recordándole que no había comido desde la mañana anterior.
—Parece que alguien tiene hambre —dijo en voz alta, tratando de sacudirse la sensación de asombro y volver a la realidad—. Veamos qué hay en el refrigerador.
[ ☆ ]
La cafetería estaba llena esa mañana, cada mesa ocupada por rostros adormilados que buscaban su dosis matutina de cafeína para comenzar el día. Jungkook, vestido con su delantal negro y armado con una sonrisa brillante, se movía con gracia entre los clientes, repartiendo palabras cálidas y café recién preparado. El aroma del café recién molido se mezclaba con el murmullo de conversaciones y el tintineo de tazas, creando una sinfonía matutina que llenaba el ambiente de energía y calidez. Desde detrás del mostrador, Namjoon observaba el bullicio, notando la ausencia de Jungkook el día anterior.
En un momento de calma, este se acercó a Jungkook, con una mezcla de preocupación y curiosidad reflejada en sus ojos.
—¿Qué ocurrió ayer? No es habitual que faltes sin avisar —preguntó, manteniendo su voz baja para no ser oído por los clientes.
Jungkook le devolvió una mirada llena de complicidad, sus ojos brillando con un secreto ansioso por ser revelado.
—No lo vas a creer, amigo —comenzó en susurros llenos de emoción—. Un ángel... se me apareció en un sueño. Y era tan... tan vívido, tan... hermoso, que tenía que inmortalizarlo en el lienzo. —Se detuvo, su mirada perdiéndose en el recuerdo—. Dediqué todo el día y la noche a la obra.
Namjoon arqueó una ceja, claramente escéptico.
—¿Un ángel? —repitió, su incredulidad evidente—. Jungkook, sabes que eso suena...
—Es la verdad —interrumpió con una sonrisa—. Después del trabajo, ven a verlo. Te lo enseñaré.
Con un asentimiento, el castaño aceptó la invitación, su curiosidad cada vez más picada por el misterio.
La jornada transcurrió entre risas, conversaciones y el ajetreo habitual del café. Al marcharse el último cliente, ambos se encaminaron hacia el hogar de Jungkook. La expectación flotaba en el aire mientras ascendían las escaleras, el eco de sus pasos marcando el compás de su subida.
—¿Por qué un ángel, Jungkook? —preguntó Namjoon de improviso, su voz resonando en el pasillo—. ¿Qué te inspiró a soñar con algo así?
El pintor alzó la vista, como si a través del techo pudiera vislumbrar el cielo oculto tras la penumbra.
—No estoy seguro, Nam —respondió con honestidad—. Fue como si el ángel hubiera elegido visitarme en mis sueños —rió suavemente—. Había algo en él... una paz y una belleza que nunca había experimentado. Era como si me conociera, como si tuviera un mensaje para mí.
Namjoon meditó sobre las palabras de su amigo mientras continuaban su camino, hasta llegar a la residencia.
—Tu casa es hermosa, Kook —elogió al entrar, maravillado por la acogedora sala adornada con muebles color café y cojines de diversas formas. Tarros de pintura se alineaban en las estanterías, y una mesa de centro sostenía una planta que aportaba un toque de vida al conjunto. La luz suave del atardecer se colaba por las ventanas, creando un ambiente cálido y reconfortante.
—Gracias, intento que tenga su encanto —sonrió contagiando al otro—. Ven, te mostraré mi estudio; allí está la pintura.
Namjoon asintió y lo siguió a través del pasillo, sus ojos curiosos seguían explorando cada rincón de la acogedora casa. Jungkook se detuvo frente a una puerta desplegable y la abrió con un gesto elegante.
—Wow, esto es como un museo en miniatura —comentó Namjoon, riendo—. Solo falta la cinta roja y los guías turísticos.
El estudio de Jungkook era un santuario de creatividad, con un aroma a óleo y trementina que impregnaba el aire, creando una atmósfera casi mágica. Caballetes y lienzos se erguían como guardianes silenciosos de la imaginación, rodeados por tarros de pintura de colores vivos. Una gran ventana enmarcaba el cielo, ofreciendo una vista inspiradora para cualquier artista.
—Aquí paso la mayor parte de mi tiempo. Es mi refugio.
Namjoon se acercó a uno de los lienzos, admirando los detalles y las pinceladas cuidadosas.
—Es increíble, Kook. Realmente es como un pequeño paraíso artístico —sus ojos brillaban con admiración—. ¿Cuántas horas pasas aquí?
—Pierdo la noción del tiempo cuando estoy pintando. Podrían ser horas, o solo minutos, nunca estoy seguro —sonrió mientras recordaba las largas noches de trabajo. —Bueno, ¿listo para verlo? —preguntó sonriente, su voz llena de anticipación mientras se situaba al lado de una obra cubierta por una sábana.
—¡Adelante, sorpréndeme!
Con un gesto teatral, Jungkook retiró la tela que ocultaba la pintura, revelándola con una elegancia digna de un mago. Y entonces Namjoon se encontró frente a un lienzo que estaba... completamente en blanco.
Namjoon se rascó la cabeza, confundido.
—¿Dónde está? ¿Dónde está tu ángel? —preguntó, su voz suave pero llena de desconcierto, sus ojos buscando respuestas en el rostro del pelinegro.
Jungkook parpadeó, incrédulo.
—Estaba aquí, lo pinté... —balbuceó, su desconcierto aumentando con cada palabra, su mente luchando por comprender lo incomprensible. Miró el lienzo vacío, sintiendo como si una burla cruel se desplegara ante él.
El castaño colocó una mano reconfortante sobre el hombro de su amigo.
—Tal vez necesitas descansar, Kook. No hay ningún ángel aquí, solo la pintura de tu madre al lado de la ventana. Y es magnífica, de verdad. Pero debes cuidarte. No puedes dejarte llevar por ilusiones y descuidar tus responsabilidades. Nuestro jefe no notó tu ausencia ayer, pero no siempre será así.
El pelinegro asintió lentamente, tratando de procesar lo que estaba pasando.
—Lo sé —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. ¿Quieres algo de beber?
—No, gracias —declinó—. Me hice un hueco para venir, pero tengo una cita. Así que me iré yendo —añadió, mientras Jungkook asentía de nuevo—. Nos vemos mañana, descansa, ¿de acuerdo?
Namjoon se despidió con una sonrisa melancólica. La noche descendió sobre la ciudad, y el pobre pintor quedó solo, sumido en sus pensamientos, preguntándose si el ángel había sido solo un sueño, una hermosa ilusión que se había desvanecido con la luz del día.
[ ☆ ]
Revolvió cada rincón de la casa, desesperado por encontrar alguna pista de la pintura que recordaba haber completado, pero no halló nada. La frustración y la confusión se entrelazaban en su interior, formando un nudo que parecía imposible de deshacer. Necesitaba un respiro, algo que lo alejase de la tormenta de sus pensamientos.
—¿Dónde está? —murmuró para sí mismo—. Lo pinté, lo sé.
Al final decidió que un baño podría ser la solución.
Dejó que el agua caliente de la ducha lavara sus dudas y temores. El vapor se elevaba alrededor de él, creando un santuario de tranquilidad lejos de las incertidumbres del mundo exterior. Cerró los ojos y dejó que el agua relajara cada músculo de su cuerpo, permitiendo que la tensión se desvaneciera lentamente. A medida que el vapor envolvía la habitación, su mente comenzó a aclararse.
—Yo lo pinté, lo recuerdo perfectamente —susurró, las palabras flotando en el aire húmedo, un mantra contra la incredulidad. Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, trataba de ordenar sus pensamientos, recordando cada detalle de la pintura que había creado.
Finalmente, salió de la ducha, con la toalla ceñida a su cintura y las gotas de agua deslizándose por su piel. Se pasó una mano por el cabello, sacudiendo algunas gotas restantes. Sus pasos resonaron suavemente en el suelo mientras se dirigía hacia el espejo empañado. Con un movimiento rápido, limpió el vapor con la palma de la mano y se miró a los ojos, buscando algo de claridad en su reflejo.
—No estoy loco —se dijo a sí mismo en voz baja, tratando de convencerse.
De repente, notó algo en el reflejo del espejo que no debería estar allí. Su corazón se aceleró. Giró lentamente, con el corazón acelerado.
Y allí estaba Jimin, sentado en su cama con una sonrisa coqueta adornando sus labios, los ojos azules brillando con una luz propia. Su cabello dorado parecía capturar y reflejar la luz de la habitación. No vestía aquella bata blanca ni sus hermosas alas; en cambio, llevaba ropa cómoda que le daba un aire de despreocupación elegante.
—J-Jimin —tartamudeó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza, cada latido resonando como un tambor frenético.
Jimin sonrió con una confianza desbordante, sus ojos destellando con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Hola, Jungkook —dijo con voz suave y envolvente, como una melodía—. ¿No te alegras de verme?
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