☆| cap 1
No podía creer lo que estaba pasando. Había sido el ángel más amado y admirado por todos, el favorito de Dios, el príncipe del cielo. Y ahora, estaba siendo arrastrado por unos seres alados de aspecto sombrío y severo, que lo sujetaban con fuerza y lo llevaban ante el trono divino. Allí lo esperaba Dios, rodeado de los arcángeles más poderosos y respetados. Un escalofrío recorrió a Jimin al encontrarse con la mirada de decepción y furia de su Señor.
—Lailus, hijo mío, ¿a qué se debe tu rebelión? —la voz de Dios resonó, cargada de una profunda tristeza.
Jimin levantó la cabeza con orgullo, sus ojos brillando con desafío. —No me llames así. Soy Jimin, el más espléndido entre los ángeles. Y tú... tú no eres mi padre, sino mi adversario. Me has despojado de mi merecido lugar. Yo debería gobernar el reino celestial, no tú —replicó, con una arrogancia que llenaba la sala.
Dios suspiró, su tristeza evidente. —Hijo, te has consumido en el pecado de la soberbia. Te has alzado contra mí, contra tu propia naturaleza divina. Has corrompido a tus hermanos con falsedades y engaños. Aspiraste a mi trono, a robarme mi gloria y poder. Has incurrido en el mayor de los crímenes: la blasfemia.
—¡No! Tú eres el responsable. Me creaste perfecto, me diste todo y luego intentaste arrebatármelo. Me temes, ¿verdad? —una risa amarga escapó de sus labios—. ¡Tú eres el tirano, el opresor, el verdadero mal!
La paciencia de Dios se agotó, su voz se tornó firme y autoritaria. —Basta, Jimin. No toleraré más tus insolencias. Has sido juzgado y encontrado culpable. Tu castigo será el exilio. Serás desterrado del Paraíso y jamás volverás a pisar este suelo sagrado. Caerás al Inframundo, donde padecerás el tormento eterno. Así sea.
—¡No! —gritó, su voz llena de pánico y desesperación—. No puedes hacerme esto... N-No me arrebates lo que me pertenece... No me condenes a un destino tan cruel... No m-me apartes de ti... ¡Yo te amo, te necesito!
Pero ya era demasiado tarde. Los ángeles lo soltaron y Jimin se precipitó hacia el abismo. Su cuerpo se envolvió en llamas mientras descendía, transformando su brillante luz en un rastro ardiente que cruzó los cielos como una estrella fugaz.
Con un grito desgarrador, Lailus clamó con toda su alma, pero su voz se perdió en el vacío insondable. El dolor de perderlo todo era insoportable, un tormento que se sentía eterno.
[ ☆ ]
Jungkook estaba absorto en su arte, dando los últimos toques a su obra maestra. El retrato de una mujer de belleza serena, con cabellos oscuros y ojos castaños que le sonreían con dulzura. Era su madre, a quien había perdido siendo aún un niño. Atesoraba su recuerdo con un amor profundo y, a través de su arte, buscaba rendirle un tributo eterno.
Era un pintor de talento innato, dedicado a capturar la belleza del mundo en sus lienzos. Observaba el entorno con una atención meticulosa, plasmando los colores y formas con una precisión casi mágica. Un joven humilde, ajeno a la fama y la fortuna, que solo buscaba expresar su ser y deleitarse en su pasión por el arte.
Aquella noche, mientras trabajaba en un nuevo dibujo, una estrella fugaz cruzó el cielo, grande y resplandeciente. Jungkook quedó maravillado por la belleza del espectáculo.
—¡Wow! —exclamó, embargado por un deseo repentino. Cerró los ojos y formuló su anhelo más profundo: encontrar el amor verdadero.
Para muchos, aquello era solo un cliché; pero para Jungkook, era una esperanza que llevaba años anidando en su corazón. Desde niño había sentido la soledad como una sombra constante, incluso en los momentos de mayor compañía. Anhelaba tener a alguien con quien compartir sus triunfos y fracasos, alguien que entendiera la pasión detrás de cada una de sus pinceladas. Quería un amor que lo inspirara y que él pudiera inspirar a su vez, un alma gemela que lo completara en todas las formas posibles.
Al abrir los ojos, la estrella había desaparecido, dejando tras de sí una suave melancolía. Sin embargo, dentro de él, la esperanza comenzaba a brotar con renovada fuerza. Tal vez, solo tal vez, el destino escuchase su súplica. Una serie de pensamientos cálidos lo abrazaron, imaginando la compañía y el amor que tanto deseaba. Pero entonces, un agudo dolor lo asaltó, llevándolo a la cama y sumiéndolo en un sueño profundo.
En su ensueño, Jungkook se encontró en un paisaje celestial, donde todo parecía hecho de luz dorada y nubes suaves como el algodón. Mientras caminaba por aquel paraje etéreo, sus ojos se posaron en una figura que jamás imaginó en sus veintidós años de vida. Delante de él, un hermoso joven de cabellera dorada se destacaba, con mechones que brillaban como rayos de sol. Sus ojos, profundos y azules como el abismo oceánico, parecían contener la sabiduría y la tristeza del universo. Su piel, tan blanca y pura como la nieve recién caída, resplandecía con una luz propia, dándole una apariencia casi irreal.
Jungkook sintió una atracción inmediata e irresistible hacia el joven. Cada paso que daba parecía acortar la distancia entre ellos, pero a la vez, hacía crecer una conexión más intensa en su corazón. El ser celestial lo observaba con una mezcla de curiosidad y una tristeza oculta, pero aun así, le regaló una sonrisa cálida y acogedora.
—Hola —dijo el ser con una voz suave y melodiosa, que resonaba como el murmullo de un arroyo—. Soy Jimin. Y tú, querido Jungkook, eres mi puente a este mundo.
[ ☆ ]
Con los primeros rayos del sol filtrándose a través de la ventana, Jungkook se despertó con la sensación de que un sueño etéreo se desvanecía lentamente, como si un universo alternativo se escapara entre sus dedos. Su corazón latía con fuerza, aún atrapado en la visión de la noche anterior.
—Jimin —susurró, la voz cargada de emoción. La imagen del ángel, tan vívida y poderosa, ardía en su mente con una claridad deslumbrante.
Movido por una necesidad imperiosa de capturar esa esencia en el lienzo, se levantó de la cama de un salto y se situó frente a su caballete. Sus manos temblaban ligeramente, no por el frío de la mañana, sino por la emoción y la expectativa que lo embargaban. Escogió una paleta de colores, seleccionando meticulosamente cada tono que daría vida al ángel de sus sueños.
—Este será mi mejor trabajo —. Con una profunda inhalación, sumergió su pincel en el ocre y comenzó a trazar los primeros contornos. Los cabellos dorados de Jimin cobraban vida con cada trazo, las pinceladas delicadas y precisas revelaban mechones que brillaban como el sol en un día de verano. La mezcla de ocre y ámbar capturaba la luminosidad y el movimiento del cabello, dándole una textura casi tangible.
Cada pincelada que Jungkook daba parecía un acto de devoción, como si al pintar pudiera acercarse a la realidad de Jimin. Pasó al azul cobalto para delinear los ojos, aquellos abismos oceánicos que lo habían cautivado en su sueño. Aplicaba el color con esmero, añadiendo capas de azul turquesa y sombra para darle profundidad y vida. Los ojos de Jimin emergían del lienzo, llenos de misterio y emoción, casi capaces de ver a través del alma de quien los contemplara.
A continuación, se centró en la piel clara de Jimin, una danza de sombras y luces. Mezcló el blanco puro con suaves matices de rosa y beige, creando un tono que capturaba la delicadeza y pureza del ser celestial. Cada trazo era una caricia, delineando la estructura del rostro con una precisión casi reverente. Las mejillas, el puente de la nariz, los labios ligeramente curvados en una sonrisa serena, todo cobraba vida bajo su pincel.
El joven pintor trabajaba con una devoción casi sagrada, como si cada detalle fuera un homenaje a la belleza que había visto, a la conexión inesperada que había experimentado. Se adentró en los detalles más minuciosos: las pestañas delicadas, el brillo sutil en los labios, la curva perfecta de las cejas. Todo debía ser perfecto.
A medida que la figura en el lienzo tomaba forma, Jungkook se sumergía en el proceso, olvidando el tiempo y el espacio. Ignoraba el vibrar de su celular o los golpeteos de su puerta. Solo existían él, su pincel y la visión de aquella estrella que se manifestaba ante sus ojos.
Finalmente, al dar un paso atrás, el agotamiento de horas de trabajo incesante lo invadió, pero la satisfacción de ver a su ángel en el lienzo lo llenaba de un calor indescriptible.
Observó su obra con orgullo y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Había capturado no solo la apariencia de Jimin, sino también la esencia de aquel ser celestial que había encontrado en su sueño.
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Holaa. Estuve en un gran bloqueo, pero aquí les dejo el primer capítulo.
Nos vemos ;)
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