🐬-I-🦋
En el nevado pueblo de Kamra, una efigie se alzaba majestuosa en el centro de una pequeña plaza.
La nieve cubría las calles, los techos de las casas, pero aquella estatua parecía un sol brillante que anunciaba paz y prosperidad.
No. No para Jungkook. Aquella figura representaba para él el mismo demonio encarnado en las aguas azules de Kamra.
Una tristeza profunda y un odio que se volvería eterno, más su propia impotencia, lo soslayaban; a nadie le importaba su destino, de hecho, evitaban hacer contacto de algún tipo con él.
Ignoraban el hecho de que su propio padre, el jefe del pueblo, lo arrastrara por toda la calle, amarrado con sogas, mientras un hilo grueso de sangre quedaba dibujado en la nieve, desde sus pies descalzos hasta los cimientos de aquella estatua, que parecía observarlo sin ningún tipo de piedad.
La imagen que proyectaba la figura era de un ser majestuoso y vil, temido por todo el pueblo de Kamra. Un tritón, un anfibio de inmesurable belleza y de oscuro corazón que habitaba en las azules y frías aguas de ese pueblo maldito.
Sí, maldito. Cada año se reunían los padres que hubiesen tenido a un hijo, fuese hembra o varón y que hubiese adquirido los 18 años, siendo aún puro; puro en todo el sentido de la palabra: ni un rasguño, ni ninguna discapacidad, casto. Esa persona, sería sacrificada al tritón.
Muchos chicos, por temor a la muerte y a ser devorados, se autolesionaban o perdían su castidad. Pero Jungkook nunca lo hizo, de hecho, evitaba salir de casa, no le gustaba mucho el frío, amaba mantenerse calentito entre las sábanas, acurrucado y de vez en cuando beber chocolate recién hecho que le preparaba su madre.
Pobre madre, que lloraba desconsolada en su lecho de muerte, ese que había preparado para quitarse la vida cuando su único y precioso niño fuese entregado al mar.
Pobre padre, que tenía las glándulas de la garganta alteradas por aguantar las lágrimas que amenazaban con salir. Pobre padre al que le dolía hacer con su propio hijo lo mismo que hizo con muchos otros.
No podía hacer nada, nadie podía hacer nada. Infortunado era el pueblo por culpa de sus antepasados, esos que arrasaron con muchas sirenas, tritones y vidas marinas hasta casi lograr su extinción.
De aquella masacre solo sobrevivió el pequeño príncipe, escondido en lo más profundo del mar para no ser descubierto. Un pequeño e inocente anfibio que juró vengarse de todo Kamra, del presente y del futuro. A él le arrebataron sus padres, pero ellos perderían a sus hijos.
El próximo sacrificio debía llegar a sus aguas en cualquier momento. Un nuevo humano puro devoraría. Estaba consciente de que todo el pueblo sufría en agonía por la pérdida de sus hijos; pero el ser humano es como una mala yerba, se reproduce y crece; él ya no podía hacerlo, era el último de su especie. Si moría, adiós a toda una generación, ya no podría vengar a todos los que perdieron la vida por sólo placer y enriquecimiento de unos mundanos ambiciosos y egoístas.
Con una evidente sonrisa macabra, subió a la superficie, cerca de la orilla, su cabeza salió del agua solo hasta la altura de la nariz. A lo lejos divisó al jefe del pueblo arrastrando algo por toda la nieve, o a alguien.
Frunció el ceño en señal de molestia y terminó de sacar la cabeza del agua. El jefe Jeonhyuk sabía que sus víctimas no podían tener un rasguño siquiera. Las cosas se pondrían feas si incumplieron el tratado.
Jeonhyuk se detuvo casi al llegar a la orilla, dejó el cuerpo del cual tiraba ahí mismo y se acercó lo suficiente al mar, hasta que sus pies, también descalzos, fueron acariciados por las pequeñas olas que iban y venían, deslizantes por sobre la fría arena.
—Jefe Jeon, ¿qué le he dicho sobre el cuidado que debe darle a mi comida?
El hombre apretó la mandíbula y cerró los puños con fuerza al escuchar esa voz ronca y espeluznante hablar de su hijo como alimento.
—¿Y esa sangre? —preguntó al ver su ropa manchada y que tras sus huellas dejadas en la nieve había un rastro de sangre—. No debes estar en tu sano juicio si dañaste mi comida.
Al hombre le tembló los labios cuando abrió la boca para hablar.
—Esa sangre es mía, no es de... —hizo silencio, tratando de mantenerse de pie y que sus fuerzas no flaquearan.
—¿Y qué fue lo que te pasó? —indagó como si de verdad le preocupara el bienestar del hombre; pero ambos sabían que eso no era cierto y que él solo quería saber si había sido atacado por los padres de aquella pobre alma tirada sobre la fría nieve.
El hombre se mantuvo en silencio. Recordar el suceso le quemaba las entrañas, unos pocos minutos antes había recibido una herida casi mortal, sin embargo, no le dolía. Por lo que de verdad sufría era por el hecho de que su familia estaba siendo destruida; su hijo sería comida de peces y su esposa, sumida en completa furia y tristeza, estaba arrodillada al pie de la cama, con el cuchillo ensangrentado en una de sus manos, llorando desconsoladamente.
—¡Humano! —dijo el anfibio con voz estridente que estremeció a Jeonhyuk—. Te hice una pregunta y quiero que me respondas.
—Mi esposa... intentó asesinarme —respondió, dejando caer un par de lágrimas, ya no podía seguir reteniéndolas.
Una risa estrepitosa resonó burlona en sus oídos. A Jeonhyuk le ganó la impotencia, sus rodillas se flexionaron y cayó al suelo. Colocó sus manos en la arena y se inclinó hacia delante, bajando su cabeza en señal de súplica.
—Por favor... —su voz llorosa le impedía hablar con fluidez— por favor... que sea rápido, no lo hagas sufrir —el llanto del pobre hombre se intensificó—, te lo suplico. —Un nudo se le formó en la garganta antes de pronunciar las tres últimas palabras—. Es mi hijo.
Una maliciosa sonrisa se formó en los labios del tritón y su cola se agitó en el agua satisfecha.
—Oh Jeonhyuk, qué gran regalo me estás dando —sacó un poco más su cuerpo a la superficie—. Fíjate, mi alegría es tanta que voy a perdonar el hecho de que muchos jóvenes hayan perdido su pureza solo por evitar la muerte. Jeonhyuk —se acercó al hombre, las escamas azules brillaron a pesar del tenue sol—, el día en que dejéis de entregarme a alguno de vuestros hijos, lo pagaréis caro.
El hombre asintió, bajando un poco más la cabeza. La orilla del mar, el lugar exacto donde se encontraba frente a aquel monstruo marino, estaba bastante manchada con su sangre. La vista a Jeonhyuk comenzaba a nublársele y estaba consciente que si no se atendía pronto la herida moriría desangrado, pero ya eso ni siquiera le importaba, prefería morir al igual que su familia.
Se puso de pie a duras penas, las piernas le flaqueaban. Con el cuerpo tembloroso se acercó a Jungkook y justo cuando iba a agacharse para cargarlo en sus brazos, unos gritos provenientes del pueblo lo paralizaron. Un grave suspiro se le escapó de los labios y rompió a llorar nuevamente.
No era necesario verlo. Su esposa se había quitado la vida.
Les dejo hermosa imagen de Taehyung tritón. Generado por la IA pero sacada de Pinterest. Sus créditos correspondientes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro