Capítulo 7
El viaje estaba resultando más largo de lo que yo me hubiera imaginado.
Y en verdad, sí estaba lejos de mi casa, a kilómetros de donde yo vivía.
No fui consciente de donde me encontraba hasta que me desperté y vi ante mi una casa muy grande construida en mitad del campo, donde viven más familias. Un hombre mayor abrió una gran puerta de metal, la cual me mostraría como era por dentro aquella casa.
Nada más poner un pie en aquel suelo de cemento, miré para todos lados asombrada por ver aquel lugar tan hermoso rodeado de árboles, olivas, naranjos...Todo lo que podía ver en mitad de la noche era sin duda hermoso. Pero aquel entusiasmo no duró demasiado. La voz autoritaria de Fadela me devolvió inmediatamente a la realidad
—Vamos niña, coge tú maleta y sígueme, te voy a mostrar tú habitación. — Seguí a Fadela cargando mi pesada maleta. Anduve por un pasillo silencioso, sin apenas decoración hasta llegar hasta una habitación pequeña. Tan pequeña que solo hay una cama, un armario y una mesa con una silla.
—Esta es tú habitación, aquí podrás dormir. Pero ten en cuenta que debes cuidar de mi nieto, para eso te has casado con él. Nunca olvides tu responsabilidad.
—Por supuesto señora. Pero, si yo voy a dormir aquí. ¿Dónde duerme Abdiel?
—En la habitación de al lado. Debes estar siempre pendiente de él. Sobre todo haz que te haga caso y se tome sus medicamentos y haga los ejercicios de rehabilitación. Ahora descansa para que mañana puedas levantarte temprano para que ayudes a Clotilde a preparar el desayuno y con las tareas del hogar.
— De acuerdo, como usted diga. —Que me quedaba más que juntar mis labios y asentir con mi cabeza esperando que se fuera para poder llorar amargamente.
Y sí, soy débil. Una deleznable mujer que no tiene el suficiente carácter como para hacer callar a esa anciana que se piensa que puede dar órdenes a las personas como si fuéramos sus sirvientas. Por supuesto, de eso trata mi cultura. Callar y obedecer sin importar lo que piense o lo que quiera decir. De nada sirve quejarme, de nada sirve protestar por la manera tan injusta de cómo seme trata.
El silencio es mi mejor aliado, junto con una dolencia de saber todo lo que me va a esperar en esta casa. Comienzo a colocar mi ropa en el closet, cuando alguien toca mi puerta. Al abrir me encuentro con Clotilde, una de las cuñadas de Abdiel. Ella es joven como yo, lleva poco tiempo casada y al igual que yo, su rostro ya muestra el martirio que debe vivir diariamente en esta casa.
—Hola Keila, te traigo estas galletas y leche. Me imagino que estarás cansada del viaje. Ven, siéntate y come algo. —Con amabilidad, Clotilde me anima para que coma.
—En verdad no tengo hambre. Muchas gracias por el detalle Clotilde.
—Keila, anímate. Yo te entiendo, sé perfectamente cómo te sientes, pero debes de ir mentalizándote que tú vida ha cambiado. Atrás has dejado tu hogar donde vivías con tus padres y hermanos, ahora tu responsabilidad es cuidar de tú marido y darle hijos.
— ¿Hijos? Pues no sé cómo voy a darle hijos si vamos a tener que dormir separados.
—Tranquila Keila, tendrás que quedarte embarazada cuando así lo disponga Fadela. Ella es la que manda en esta casa y todos debemos de obedecerla como si de una reina se tratase. En el momento que ella lo disponga, todo se va preparar para que te quedes embarazada.
— ¡Qué horror! ¿Cómo puedes estar diciéndome todo esto? Debo quedarme embarazada cuando esa vieja loca lo diga. ¡No me lo puedo creer!
—Keila, si te cuento todo esto es porque yo estoy pasando por el mismo calvario que vas a pasar tú. Ten mucho cuidado y sobre todo haz bien las cosas. Ahora debo de irme, ya te iré contando más cosas, debes de descansar. — Clotilde se marcha despidiéndose de mí con una mirada triste y melancolica.
Suspiro fuerte dejándome caer en el borde de la cama. Estoy tan confundida como furiosa. Creí que cuando me casara iba a vivir en una casa pequeña junto a mi marido, un hombre que me haría sentir bien y me protegería de todo aquello que me da miedo. Sería mi compañero y padre de mis hijos, tendríamos una vida sencilla pero feliz. Pero jamás hubiera imaginado encontrarme en esta situación.
—Keila, necesito que vengas a mi habitación. —Al escuchar la voz de Abdiel me sobresalto. Miro para todos lados y no lo veo. Entonces me percato que la voz ha debido de salir por un pequeño altavoz que hay instalado cerca del cabecero de mi cama.
Abro la puerta y enfrente de mí está la habitación de Abdiel.
Toco antes de entrar, cuando él me anuncia que puedo entrar paso admirando su habitación, la cual no tiene nada que ver con la que me han dado a mí.
— ¿En qué puedo ayudarte? —Pregunto mirando al suelo, pues hasta ridícula me siento de tener que hacer de sirvienta de mi propio marido. Al parecer no será la primera vez que tenga que hacer este papel.
—Ven ayúdame para cambiarme de ropa. Al parecer mi hermano Usain tiene que hacer feliz esta noche a la amargada de mi cuñada Florinda. Ten mucho cuidado con ella Keila, es una víbora de esas que muerde con la boca cerrada y cuando menos te los esperas ya tienes el veneno en tu cuerpo. En la única que puedes confiar es en Clotilde, ella es muy buena y generosa.
—Gracias por avisarme, lo tendré en cuenta. Y ahora déjame que te ayude a cambiarte de ropa.
—De acuerdo, después ayúdame a meterme en la cama. —Arrodillada ante Abdiel comienzo ayudarle a cambiarse de ropa. Admito que cuando estoy con Abdiel todo me resulta más fácil. Siento que hay química entre nosotros notando que el universo solo gira entre nosotros dos. Abdiel es diferente al resto de sus hermanos.
Él, es el más pequeño de los tres hermanos. Para mí es valiente, decidido y gracioso.
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Al terminar de ayudarle a meterlo en la cama me quedo un rato sentada en la silla esperando que se duerma. Cuando ya se ha dormido me marcho para mi habitación mirando por última vez al hombre que yace tumbado en la cama durmiendo como un niño pequeño.
Noto un pinchazo en mi corazón seguido de una electrizante carga recorrer mi espalda.
Suspiro fuerte esperando que con un soplo de aire se marchen todas las ideas que recorren por mi mente.
Antes de que el sol saliera, Clotilde fue a buscarme a mi habitación. Con desgana me levanto dándome una ducha rápida, para a continuación ponerme uno de mis vestidos largos y anchos, aquellos que me compró mi madre para dar buena imagen a mi nueva familia.
Me miro en el espejo haciendo un mohín. En verdad me siento ridícula por tener que vestir esta clase de ropa. Ya no puedo ponerme pantalones, ni ningún tipo de ropa corta y mucho menos maquillarme o soltar mi cabello. El cual debo llevar oculto bajo un pañuelo.
Clotilde me va enseñando la casa hablándome despacio para no despertar a los demás que aún siguen durmiendo.
Ella y yo somos las únicas que nos debemos de levantar temprano para tener todo listo para cuando se despierten el resto de las personas tengan el desayuno listo.
Clotilde me enseña donde se encuentra todos los utensilios y la comida en la cocina.
Siguiendo sus instrucciones, comienzo a preparar el desayuno.
Poco a poco los demás miembros de la famila comienzan a despertar.
En el preciso momento en el que iba a llevar una bandeja de comida a la mesa, Florinda se pone delante mío.
— Buenos días Florinda,¿En qué puedo ayudarte? — Pregunto apurada por querer llevar la comida a la mesa.
— Yo nada. Solo venía a revisar de que todo estuviera listo para llevar algo a la mesa. Pero como ahora estás tú, no tengo porqué ayudar a Clotilde.
— No estaría de más que tú también ayudases con la tareas del hogar. — En menos de un segundo, Florinda pega un manotazo a la bandeja haciendo que esta caiga al suelo. Al ver toda la comida tirada en el suelo siento una descarga de odio.
— ¿Qué haces? ¿Acaso no te das cuenta que hemos estado horas preparando el desayuno?
— Eso se lo vas a tener que explicar a Fadela.
— Eres mala Florinda. — Por nada del mundo iba a dejar que esa señora se pensase que era superior a mí.
Por supuesto, mi suerte no estaba a mi favor. Sin saber que Fadela estaba detrás mí, ésta me regaña como si fuera una niña pequeña.
Aquella mañana no desayuné en la mesa con los demás. Desayuné sola en la cocina después de haber hecho de nuevo el desayuno.
Terminando de desayunar aparece Abdiel.
Su mirada es fría y su expresión es de odio.
— ¿Se puede saber qué pretendes Keila con sobrepasarse con mi abuela?
— Abdiel, te prometo que ha empezad Florinda. Yo...yo solo me he defendido, Clotilde te lo puede contar.
— Deja de dramatizar y cumple con tus obligaciones. Que ya no se repita más esta escena.
— ¿No me crees?— Decepcionada miro Abdiel buscando un poco de compresión.
— Ven conmigo para que me ayudes a cambiarme.
Dejo el vaso sobre la mesa caminando desganada detrás de Abdiel hacia un gran baño.
Los dos nos encontramos solos en aquel lugar, me arrodillo para quitarle sus zapatos cuando su mano se posa en mi muñeca haciendo que me levante.
— No seas tonta Keila, hay un dicho que dice; El tonto se defiende con palabras, el sabio con silencio. No permitas que Florinda pueda contigo. Ya te avisé de lo que esa arpía es capaz de hacer. Mi abuela se deja muy fácil de manipular por ella. No sé cómo lo hace, pero al final acaba saliéndose con las suyas.
Te aprecio mucho Keila, y sé que serás más inteligente que ella.
— Entonces...¿porque me has hablado antes de esa forma?
— Soy tú marido. El macho alfa ante sus ojos de mi familia. Y por eso debo interpretar bien mi papel. Pero solo es actuación, tú no haces nada malo para tener que regañarte como si fueras una niña pequeña. Solo te pongo sobre aviso. — Abdiel me guiña un ojo soltando de mis manos.
No me había dado cuenta cuando me las sujetó y al separarlas sentí mis manos frías, pero podía respirar aliviada. Abdiel está de mi parte.
Por una lado me siento contenta de tener el apoyo incondicional de Abdiel. Su manera de ser me agrada y me siento protegida por él. Aunque hay algo que me atormenta. No poder descifrar el enigma del aura de su mirada triste. Me gustaría que sus ojos claros brillen cuando nuestras miradas se encuentran, de sus labios me muestre una sonrisa bonita y nada más me haría más feliz que el poder describir como me siento cuando nuestros cuerpos desnudos se rozan y nos besamos mientras hacemos el amor.
Desafortunadamente, nada de eso sucederá, para él soy como su mejor amiga, alguien en que puede confiar y le cuida.
Debo de aceptar que él nunca me mirará de otro modo, como su mujer.
Quizás me esté equivocando, y deberé de apartar mis esperanzas alejando mis ilusiones lejos, en un lugar donde jamás las pueda encontrar dado que nunca existirá amor entre Abdiel y yo. Su corazón pertenece a otra mujer y el mío grita desolado porque alguien me ame.
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