Capítulo 18
Después de casi un mes, al fin regresa Ahmed. Precisamente el día que me marcho para vivir con mi marido.
Hemos decidido celebrar una pequeña fiesta donde él vive. Allí nadie me conoce y Piero podrá ser el protagonista de su boda.
— Keila, aún estamos a tiempo, vámonos de aquí. Ven, toma dinero y yo mismo me encargo de llevarte a un lugar seguido. Quiero ayudarte Keila, no deseo verte así.
— Ahmed, gracias por todo lo que haces por mí. Quiero decirte que estoy cansando de huir, de dar y no recibir nada a cambio. Si huyo será peor que si me tengo que casar. Ya he aceptado mi destino, me conformo con esto, porque ya no encuentro sentido a mi vida.
— No debes pensar así. Tú eres una mujer valiente, no puedes controlar lo que está sucediendo, solo debes controlar lo que está pasando, intenta controlar el como reaccionas y como puedes reaccionar a lo que te está pasando. Porque es ahí donde reside tú fortaleza,el poder y esa base que necesitas para construir un mejor futuro para ti.
— Yo no tengo futuro. Vivo en esté presente donde sin justicia no hay paz. Sin paz no hay libertad y sin libertad estoy condenada a vivir en un entorno donde me han escogido y el cual debo de respetar.
— Keila tienes sentimientos, sueños, ganas de aprender, de hacer las cosas por tí misma.
— En nuestra cultura, eso no existe. Las mujeres debemos aprender a ser ciegas, sordas y mudas.
— No puedo creerme que te expreses de ese modo.
— Es la realidad. Yo no me invento nada. Y ahora debo despedirme de tí, tengo que marchar al que será mi nuevo hogar. — Ahmed me abraza intentando nuevamente llevarme con él.
Me gustaría marcharme lejos, donde me sienta libre, sin ataduras, sin leyes y donde pueda conocer el amor.
Al parecer eso deberá quedarse en mi mente.
Marcho junto a Piero agarrada de su mano hacia su auto. Allí me siento en la parte de delante seria y callada. Durante un buen rato, permanecemos en silencio, ninguno de los dos pronuncia palabra. Yo, en verdad no tengo ánimos como tramar una conversación. Él, sigue con su vista puesta en la carretera, yo miro por los cristales suspirando pesadamente pidiendo que aquellos suspiros que me sobran vayan a un lugar donde alguien pueda escucharlos.—Keila, no me gusta verte así tan afligida. Soy un hombre muy comprensivo aunque no lo parezca. Solo quiero que confies en mí y me cuentes que te ocurre.—Está claro. Estoy pagando mi condena, siendo obligada a vivir con un desconocido, el cual tengo que tratarlo bien porque es mi esposo. Tengo que ser dócil, y mansa con todo lo que me exijas, aunque por mis venas corra una sangre benigna.—Entiendo perfectamente que te sientas así. No puedo ponerme en tú lugar, pero si intentaré ser un marido subyugado. Comprendo que mi edad no es la de tú anterior marido. Debo explicarte que si nunca me casado ha sido porque tuve que cuidar de mis padres enfermos. Mis hermanos se marcharon a la ciudad, otro vive en otro país y ninguno quiso saber nada de mis padres. Yo tuve que hacerme cargo, y mi tiempo lo compartía entre cuidarlos a ellos y el ganado.El tiempo se me ha pasado, y ahora que estoy solo me he dado cuenta que no quiero morir en mitad de la soledad. Quiero que entiendas Keila, yo solo busco compañía, no haré nada que tú no quieras. Mi madre siempre me decía que había que tratar a una mujer como una frágil rosa. Porque cada pétalo que caía era una lagrima que le estaría yo provocando. Y, yo no soy tan cruel para hacerte algo así. Incluso debo confesarte, que si hubieras sido mi hija, no hubiera permitido casarte con un hombre mucho mayor que tú. Te hubieras quedado en casa, a mi lado. —Pero ya no hay hombres jóvenes que quieran casarse conmigo. Al menos, como dices nos haremos compañía.—Te prometo que no te faltar de nada y cuidaré de ti como una bella rosa en mitad de un jardín desastroso.Reflexiono sobre lo que me dice Piero. Son unas bellas palabras para mí donde no estoy acostumbrada a que me halaguen. Llegamos a su casa. Como bien me había descrito antes en el camino, la casa es humilde, está construida en un barrio sencillo con gente que vive honradamente. Hay niños jugando a la pelota en la calle, las mujeres están hablando en un corrillo y varios hombres sentados en una cafetería.Piero me abre la puerta del auto, nada más poner un pie en aquel lugar, siento un aire cálido golpear mi rostro. Es como si el viento me estuviera anunciando mi llegada.Poco a poco se van acercando los vecinos para saludarme. Al principio sentía vergüenza, después al ver que me trataban con tanta familiaridad y respeto mis dudas desaparecieron.Pasé dentro de la casa de Piero, él me enseñaba donde estaba todo, incluso me propuso de ir al mercado para comprarme ropa.Estaba algo cohibida al principio, después de que Piero hiciera la cena, y hablamos sobre el desastre de mi matrimonio por llamarlo de algún modo, comenzaba a sentir aliviada. Me daba la sensación que me había librado de una mancha negra en mi corazón y al fin mi alma era más ligera.El banquete de boda se celebró al día siguiente, todos los vecinos habían venido para ayudarme a preparar las mesas. Nadie preguntaba nada, todos estaban felices por Piero porque al fin haya podido casarse. Piero era un hombre muy querido entre sus vecinos, nadie hablaba mal de él y eso decía mucho a su favor.La fiesta fue todo un éxito. Piero había matado varios animales para la comida, bebida no faltaba en las mesas y todos los invitados bailaban y se divertían, yo hacía lo mismo. Bailaba con Piero, a veces lo pisaba, reía con las cosas tan graciosas que me decía, me daba de comer y besaba mi mejilla de vez en cuando. Lo que más llamó mi atención fue, en ningún momento soltó mi mano, de vez en cuando se la llevaba a sus labios y estaba al pendiente de mí. Eran detalles tan pequeños que podían pasar desapercibidos, para mí no. Esos gestos eran notas favorables que hacían que mi desconfianza hacia él fuera desapareciendo.Terminada la fiesta, las mujeres se ofrecieron para ayudarme a limpiar. Me sentía a gusto, rodeada de gente como yo, sencilla y noble. Dispuestos ayudarte en el caso que lo necesites, y todos los vecinos me recibieron con agrado repitiéndome no sé cuántas veces que las puertas de su casas estaban abiertas para lo que necesitara.Era un gesto muy hermoso por parte de aquellas personas, eso hacía que lentamente mis miedos fueran desapareciendo y así poder aprender que también hay gente que no te humilla, si no que te valora por quien eres, no por lo que eres.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro