🦇🏴☠️CAPÍTULO 3 - COSTUMBRES DE PIRATAS Y VAMPIROS🦇🏴☠️
Blair Amery no se acostumbraba a que la llamaran Tatiana ni que la trataran como una noble. Se sentía extraña en tierra extranjera. No pertenecía al poder, pero la alternativa no sonaba atractiva. En los últimos siete días se había sentido más cuidada que en veinte años. Su maestra era buena con ella.
Tatiana había sido su trébol de la suerte. Después de tantas desgracias, el mayor giro de su vida llegó de forma inesperada cuando se vio vestida con una túnica carmesí en la fuente de sangre situada en el salón de ceremonias del castillo de los Dragomir. Allí, esperaba la aparición del príncipe Rory Campbell después de una semana de viaje con la flota naval del ejército real.
No cabía en sí de ilusión, pero para ajustarse al personaje que su sire le enseñó, debía fingir seriedad.
El rey de los vampiros conversaba entre gritos con su igual, el rey Saxos III de los humanos. Reían y comían sentados en tronos anexos, pero Blair no supo decir cuál de los dos era más asqueroso en sus modales; Bogdan se empapaba la barba de lo que él llamaba vino y el padre de su futuro esposo se acariciaba los rulos de su absurda peluca pelirroja con una arrogancia propia de un infante al que le habían entregado sus juguetes sin rechistar.
Sus ojos se desviaron entonces, entre la poca multitud que tenía el honor de presenciar el casamiento, al tío de Tatiana, el apuesto y sensual vampiro Narcís. Él vestía con la misma túnica carmesí y cargaba un tarro de oro líquido.
Su sire le contó que, en la cultura vampírica, el único modo de enlazar almas de razas distintas era mediante el ritual de las lágrimas de oro carmesíes. Se consideraba un acto de amor real, de sacrificio y de compromiso. El esposo se dibujaba una cruz en el brazo haciendo uso de una daga y la esposa se hacía un pequeño corte junto al ojo como si así pudiese llorar su esencia.
Las puertas se abrieron y un torpe caballero vestido con una armadura y una falda a cuadros apareció tambaleándose. Era el peso del acero lo que le hacía perder el equilibrio. Sus rizos pelirrojos lo delataron como el mismísimo príncipe Rory Campbell, que en su camino a la fuente que servía de altar, tropezó y cayó sobre la alfombra.
Blair Amery sintió cómo se le derretía el corazón de amor al ver tanta pureza. Era una lástima que, para cumplir en su papel de Tatiana, tuviese que poner una mueca asqueada en lugar de una sonrisa sincera.
—Por Dios, muchacho, ¿es que no puedes ser más inútil? —bramó Bogdan desde su asiento.
—Disculpad, Alteza, pero mi hijo ha sido cuidado por los mejores guerreros del reino y no toleraré una falta de respeto de este calibre —replicó el rey Saxos dando un sorbo a su taza de té—. Lo que sucede, como podéis comprobar, es que no es capaz de contener en el cuerpo la felicidad que le aporta una unión tan necesaria como la nuestra.
Rory Campbell, sin embargo, luchaba por sostenerse en pie. No había llevado armadura nunca y mucho menos una tan pesada. Condenaba a su padre por haberlo obligado a hacerlo. El tiempo que tardó en llegar a su destino arrancó bostezos hasta de los sirvientes del castillo.
—Padre, ¿es necesario llevar esto? —jadeó el príncipe al hundir los pies en el lago. Lo sintió viscoso y soltó una arcada.
—¡Ni se os ocurra soltar vuestra comida digerida en aguas sagradas! —gruñó el rey Bogdan al anticiparse.
La falsa condesa lo agarró de los hombros y le dio la vuelta para asomarlo por el borde del lago. El vómito se esparció por la roca y la alfombra como una masa ocre maloliente.
—Insisto, mi señor Dragomir, mi hijo y sus nervios no paran de darnos disgustos. —Saxos agitó la taza de té decepcionado, dando un segundo trago sonoro.
—¿Estáis bien, Alteza? —susurró Blair con un afecto que el príncipe no esperaba. Había oído anécdotas de la condesa, pero nunca incluían la bondad como característica principal.
Asintió. Se limitó a desabrocharse la coraza y tirarla a un lado para aliviar la carga. Iba vestido con un jubón azul oscuro con manchas de sudor. Para los presentes, era un caso perdido. Para Blair, un sueño hecho realidad.
Mientras los sirvientes limpiaban el desastre, la ceremonia dio comienzo con unas palabras del señor del castillo en un idioma arcaico. Blair no había logrado crear una conexión con la lengua, pero por suerte, no necesitaba repetir las palabras.
Narcís Dragomir vertió el oro líquido sobre la superficie acuosa, generando una mezcla de oro sangriento que cubrió a la pareja hasta las rodillas. Después, se introdujo él mismo y les ofreció una daga.
Puesto que Rory no tenía idea de qué debía hacer con ella, fue el vampiro quien le talló la cruz en el antebrazo. Sus gritos de niño causaron carcajadas con eco en el salón. En segundo lugar, se acercó a su supuesta sobrina. La miró con una sonrisa ladeada, entrecerrando los ojos por unos segundos al tiempo que le hundía el filo en un lateral del ojo, lo justo y necesario para derramar un hilillo de sangre por su mejilla.
Le dio un abrazo camuflado de orgullo familiar, próximo a su oreja.
—Felicitaré a Tatiana por su trabajo —le susurró, apartándose y acariciando sus hombros—. Es un placer servir como Vigilante en tu boda, querida.
—Gracias, tío. —Sonrió ella.
El siguiente paso a seguir fue la unión por beso. Para sorpresa de los invitados, a la muchacha no le costó nada devorar los labios de su prometido. Quienes temían que el sabor amargo pudiese echarla atrás, pronto descubrieron que no había nada que retuviera a la condesa Dragomir. Tantos años entre sábanas de borrachos la habían inmunizado a olores y sabores nauseabundos.
Rory se sorprendió. No sintió gusto alguno por el acto, pero apreció la pasión con la que lo recibió la condesa. Por un momento, la idea de casarse con una vampira dejó de ser tan horrible. Quizás, incluso, sería lo único bueno que sacaría del viaje.
Tatiana Dragomir llegó al pueblo de los dorados al caer la medianoche. Vestía con uniforme pirata y el tricornio robado de una de sus víctimas. Había logrado capturar el olor de sus compatriotas junto a su sirvienta, que portaba la misma indumentaria resquebrajada.
Al entrar en la Gaviota Ambulante bajo la penumbra de farolillos anaranjados tambaleantes, supo que sería recibida como una diosa. Como vampira, sus ojos la delataban. Aquel lugar era tan peculiar que hasta una criatura ancestral se sentía perpleja.
Los martes no se comía gaviota, los viernes se hacía un sacrificio humano voluntario y los domingos se organizaba un banquete en el que estaba prohibido pronunciar la palabra queso. El origen de la tradición era desconocido, pero parecía hacer referencia a una vieja tripulación pirata que, dada su popularidad, extendió su disgusto por el queso.
Aquel domingo, la condesa estaba dispuesta a sacar tajada de las apuestas.
Los murmullos se incrementaron en cuanto Tatiana y Kirsty se sentaron en una de las mesas alejadas, donde la oscuridad nublaba hasta las almas más puras. El tabernero se presentó gateando, alabándolas hasta antes de atenderlas.
—Me postro ante vos, Alteza, ¿qué deseáis, oh, mi señora?
El ambiente festivo del local no se vio perturbado por su presencia. De hecho, lo único que trajo la vampira consigo fue más euforia entre quienes se sentían afortunados de tenerla en el hostal. Los bandidos saltaban desde la barandilla del primer piso para columpiarse con las lámparas de araña, los borrachos invirtieron más monedas de oro en ron que en tres semanas juntas y hasta hubo quien inició una orgía que acabó con tres piratas expulsados de la taberna llenos de heridas.
Tatiana respiró hondo, llena de felicidad. Hogar, dulce hogar. El olor a sangre, alcohol y oro le traía hermosos recuerdos de su pasado.
—Pediré una botella de ron para mi amiga y una jarra de sangre fresca para mí, sucio tabernero. —La condesa le dio una palmada al señor en la calva.
Agarró de la mano a Kirsty y ella asintió agradecida.
—¡Marchando sangre para la ama! —ordenó el hombre.
De pronto, tres hombres comenzaron a darse puñetazos. La pelea era por ver quién se cortaría antes el brazo para ofrecérselo de tributo a la vampira.
Al final, los tres acabaron sirviendo parte del mejunje que tan deliciosas gotas carmesí se derramaron por la barbilla de la condesa.
—Está bien, ¡atención, piratas y criaturas del infierno! —Tatiana se puso en pie con las botas sobre la mesa. Su sirvienta bebió de un trago la jarra de ron—. He venido a reclutar a la nueva tripulación que me acompañará en una aventura más allá de los mares y las barreras de la eternidad. Como sé que todos vais a querer, he decidido permitiros un minuto de vuestro tiempo para convencerme de que merecéis formar parte del equipo.
Se hizo un silencio lleno de curiosidad por conocer la recompensa que recibirían, además de compartir barco con su diosa.
—Quien sea elegido, recibirá los efectos temporales de un pacto de sangre —añadió, orgullosa.
Un peregrinaje de piratas, bandidos, mercenarios y escoria del reino se reunió en una cola a la espera de su turno con la condesa. Hubo seres perturbadores de todas las calañas y procedencias, hasta diría que el Fantasma de las Mareas tenía espectros más agraciados que los engendros que habitaban el pueblo de los dorados.
Puesto que solo podía elegir a ocho de ellos, se limitó a escoger a quienes tenían más potencial:
Regan, el Negro, un pirata mudo de tez oscura hábil con la espada.
Bonny, la Cazadora, la mejor pistolera de la taberna.
Gorgostio Húmero IV, un anciano que había recorrido todos los mares en varias ocasiones.
Norton y Vaselina, dos bandidos malolientes a los que les faltaba el ojo izquierdo pero que sabían apostar.
El Capitán Pordiosero, un vagabundo que antaño fue un reconocido pirata y que en la actualidad se limitaba a gritar sandeces de sus tiempos mozos.
La Cerda del Queso, una mujer voluminosa que cocinaba unos platos de arroz con plátano de calidad incuestionable.
Y Jerry, un asesino en serie que no era talentoso en nada más, pero a la condesa y a Kirsty les pareció atractivo. Si tenían que sacrificar a alguien, sería a él.
Con la tripulación reunida en la mesa, cantaron y brindaron por el ron.
—¡Eso no es justo! —gritó uno de los rechazados, Bartolo el Viejo—. Mis talentos merecen más aprecio que esos grumetes de poca monta.
—¿Osas cuestionar a la condesa? —se enfureció el Capitán Pordiosero—. En mi época, un soplavelas como tú habría sido condenado a la horca.
—¿Sabéis que os digo? —Bartolo se encaró a su rival, creando un ambiente tenso por unos instantes—. Queso.
Tatiana se incorporó, con una mano sobre el mango de su espada. No le dio tiempo a reaccionar. En segundos, la taberna se llenó de empujones, puñetazos y pistoletazos que se llevaron de por medio jarras de ron y platos de comida recién hechos.
Como era obvio, esa noche Bartolo terminó ahorcado en la fachada del local.
Y por su parte, la tripulación de la Baronesa Sanguinaria puso rumbo hacia la costa en busca de un navío que robar a la flota naval de los humanos que habían llegado por la ceremonia. La propia ambición del rey Saxos los llevaría a la isla del Trébol Roto, para sorpresa de nadie.
De camino, Tatiana no dejó de observar el colgante del trébol roto, añorando las épocas en las que ella y Graham eran los dueños del mar. Lágrimas de oro carmesí se derramaron tiempo atrás, cuando las promesas y los anhelos de amores eternos derivaron en traiciones y maldiciones de lo más profundo de los océanos.
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