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🗺️​🩸CAPÍTULO 2 - ACUERDOS DE PAZ Y PACTOS DE SANGRE🗺️​🩸

El salón del trono del castillo de los Dragomir poseía una vasta hilera de ventanales y rosetones decorados por cristales tintados de escarlata. Así, fuera de día o de noche, sus huéspedes nunca recibirían la luz del sol sobre la piel y podrían deambular como almas en pena por las alfombras y los rincones, por los pasillos y los aposentos, espectros de la noche alimentados de sombras pálidas.

Tatiana, la condesa, avanzaba a paso lento en dirección al sillón de su señor padre, Bogdan Dragomir, una de las criaturas más viles y desgraciadas con la que había tenido la desgracia de compartir sangre. Tras ella, su fiel sirvienta y guerrera Kirsty la seguía con los labios sellados y cubierta de vísceras. No solía hablar, solo obedecía las órdenes de su ama.

—¿Se puede saber para qué me has hecho llamar durante el desangramiento de un prisionero humano, padre? —bufó cansada la vampira.

Ocultaba las manos entre los pliegues de sus mangas, evitando mostrar la sangre ante su progenitor. Quién sabe qué haría si descubriera que su hija aplicaba los castigos con tanto sadismo como sus carceleros. La edad lo castigaba e inhibía cada vez más sus impulsos, en todos los sentidos.

—He recibido una carta del mismísimo rey Saxos III en la que propone un acuerdo de cooperación mutuo a cambio de que le entregue vuestra mano al príncipe Rory Campbell, su hijo.

El hombre terminaba de morder un trozo de pierna asada que le habían servido sus doncellas, todas ellas sumisas y temblorosas. Un hilillo granate le chorreaba por la barba mientras sus ojos ambarinos, apáticos, buscaban una respuesta de su única descendiente.

—Y tú lo habrás rechazado porque le profesas un tremendo cariño a la única persona que puede mantener el apellido si te atragantas con un cerdo y mueres, ¿cierto? —Tatiana sonrió, encogiéndose de hombros.

—He aceptado. Te casas con ese mequetrefe en una semana. —Dio otro bocado sin darle más importancia—. No te he pedido opinión, mi intención era asegurarme de que plantarás ese culo pervertido en tus aposentos hasta entonces. ¿Guardias?

Un par de caballeros vestidos de negro con tricornios y trabuquetes aparecieron en el salón. Eran esclavos del señor, poseídos por su hechicería y el miedo que extendía entre sus súbditos. Se los veía sudar hasta cuando iban armados. Aún cuando podían enfrentarlo entre todos, no tenían valor. Solo la plata y la decapitación nos sanaría el alma maldita para cesar esta vida eterna.

Los humanos no tenían el estómago para asumir los riesgos.

—¿Kirsty? —La vampira alzó el mentón.

La guerrera desenvainó su espada y apuntó al resto de soldados. Si quisiera, podría desarmarlos en un instante. La condición necesaria para desplegar su furia nórdica eran las dulces palabras de su dueña.

—Eres una maleducada y una ingenua, ¿lo sabes? Desafiar a tu señor no te ha traído gozo nunca. ¿Qué esperas conseguir esta vez? —dijo el vampiro desde su trono, soltando carcajadas sonoras.

—Que yo intervenga, maestro de ceremonias. —El eco de una voz sensual interrumpió la escena cuando una sombra demoníaca se reflejó en la pared del pasillo oeste—. Oh, Bogdan, querido, ¿qué errores cometes esta vez con mi preciosa sobrina?

Un vampiro de camisa abierta e indumentaria oscura ceñida se presentó en el salón del trono. Unos bordados dorados hacían representativo su uniforme de la realeza, marcando su cuerpo atlético y reluciendo la sonrisa pícara en su rostro.

Tatiana Dragomir ordenó con un gesto de mano que su sirvienta envainara su espada. La nórdica obedeció y se posó a su lado con la rigidez de un comandante de guerra. El tío Narcís Dragomir había llegado para ayudarla, una vez más, y ella no cabía en sí de la alegría.

—Tío. —La vampira le hizo una reverencia, tirando de las faldas del vestido.

—Tatiana. —Le correspondió el apuesto caballero, mucho más joven que el señor y con unos cabellos tan negros como la noche.

—¿Otra vez mostrando piedad por una mujer? —rio Bogdan alejando a sus doncellas con desprecio tras terminar con su sesión de canibalismo semanal.

—Pues sí, deberíais aprender del arte de la amabilidad, Majestad. Os aseguro que vuestras damas de deshonor fingirían más ilusión al presentarse en vuestros aposentos a medianoche —bramó sin filtros Narcís—. La vais a dejar marchar donde le plazca, Alteza, o me veré obligado a ofrecerle un acuerdo mejor al rey Saxos. Como buen monarca que se precie, es un hombre avaricioso, así que dudo que se oponga a mis servicios. —Se cruzó las manos a las espaldas, tambaleándose por la estancia con una firmeza y elegancia propias de un bailarín—. Suficiente martirio es para ella tener que casarse con escoria. Dejemos que disfrute de su tiempo en libertad.

Bogdan suspiró, decepcionado. Les hizo señales a los guardias y ellos se retiraron a sus puestos. Con aquella sencillez, tío y sobrina se alejaron del salón del trono seguidos por una sombra rubia inamovible.

—Sal a dar un paseo por los bosques. Diré que te he visto en las mazmorras ofreciéndole tu intimidad a la sirvienta. —Narcís le guiñó el ojo a la vampira.

Kirsty se sonrojó como un tomate, abrumada por la incomodidad.

—Gracias. ¿Qué puedo ofrecerte a cambio de tu lealtad? —Tatiana alzó las cejas con interés.

—Bueno. —El príncipe chasqueó la lengua—. No cuestionaré los métodos, pero haz el favor de asegurarte de que esa boda se celebre, con o sin ti.

—¿Debería preguntar cómo se podría organizar mi boda sin mi cuerpo presente?

—No. —El vampiro le dedicó una sonrisa amable, acariciando su mejilla—. Pero quién sabe, somos criaturas de la noche. No me extrañaría que Rory encontrase a una mujer que le convenga más. —Hizo una breve pausa tensa—. O un hombre.

Volvió a guiñarle el ojo, pero esta vez desapareció en un parpadeo. Ni la sirvienta ni la condesa pudieron ver dónde se dirigía ni con qué objetivo. Sin duda, el hermano del rey sabía mantener sus secretos escondidos en el baúl de las almas del Fantasma de las Mareas.

En las tierras de los vampiros y en los mares cercanos, nunca salía el sol. Las tormentas sacudían la costa día tras día, o nublaban los cielos dejando entrever escasos rayos de luz puntuales.

Tatiana paseaba por los bosques nocturnos respirando aire puro cuando oyó la señal de alarma más evidente: los gritos de auxilio de una mujer.

Fue directa al origen de la llamada, perseguida por su leal servidora. La chica era esbelta, de cabellos negros y ojos tan profundos como los océanos. Huía semidesnuda de un par de piratas que acababan de atracar en la playa.

Buscaban su botín y pensaban reclamarlo.

Debía ser una muchacha del pueblo de los dorados, ciudadanos humanos que, por voluntad, vivían en las tierras de los vampiros venerándolos con sacrificios a la espera de ser convertidos por uno. Anhelaban la vida eterna más que nadie sin ser conscientes del trágico ciclo de sufrimiento que podía desencadenar.

La vampira llevó una mano al colgante del trébol roto al pensar en ello. Un pinchazo se desató en su corazón y, como por arte de magia, sintió un deseo irrefrenable por salvar a la joven.

—Ayúdala —ordenó.

Salieron al sendero, llamando la atención de los hombres con sables curvos.

Kirsty no se lo pensó dos veces. Atravesó el camino ignorando las espadas. Esquivaba los ataques con agilidad. Se agachó y desenvainó un puñal de su armadura que clavó en el cuello de un pirata. Utilizó su espada para apuñalar en las entrañas al segundo.

Mientras la furia del norte caía sobre los contrabandistas, Tatiana se abrió paso entre los cadáveres, impasible, hasta la muchacha aterrada. Cuando un pirata se le aproximó, la vampira esquivó la estocada. Sacó una daga de su manga y la clavó en el corazón de su adversario. Antes de dejar caer el cuerpo al suelo, le arrebató el tricornio y se lo colocó en la cabeza.

—Mira, Kirsty, ya tenemos los uniformes. —Sonrió la vampira feliz de su recompensa.

Los piratas supervivientes les lanzaron maldiciones y huyeron de vuelta a la costa. El pánico reinó entre los gruñidos que vociferaron como bestias iracundas.

Una vez desaparecieron entre las ramas, solo quedó el silencio.

Esa misma mañana, la condesa y su sirvienta habían interrogado a un soldado del ejército humano para descubrir cuáles eran los lugares donde solían atracar los nuevos piratas para saquear los pueblos. En cuanto descubrieron que las cuevas del acantilado junto al castillo era el escondite perfecto para ellos, no dudaron en patrullar la zona.

Tatiana, harta de su maldición, tenía la intención de retomar sus años como pirata bajo el apodo de la Baronesa Sanguinaria.

Aquella época lejana se había convertido en simples memorias que cobraban fuerza de lustro en lustro. No había olvidado la gloria de sus tiempos siendo temida por humanos y vampiros por igual.

Si quería ser una de ellos otra vez, necesitaba sus uniformes, su olor, su ron y sus armas. Necesitaba fundirse con los valores que repudió como promesa a su amado y que ya no podía seguir apartando.

De ese modo, recuperaría la reputación que perdió con el paso de los años para poder salvar a su amado del horror de los océanos y las sirenas. Reclutaría a los mejores bárbaros ebrios con los que pudiese toparse por las costas del reino, se pondría al mando de un barco que ondeara la bandera del cuchillo dorado y causaría estragos en los mares hasta poder viajar a la isla del trébol roto y deshacer la maldición.

¿Y qué había de la boda que su padre había organizado?

La vampira se agachó, observando el charco de vómito que había expulsado la muchacha temblorosa sobre la tierra. Tocó su hombro y ella dio un brinco del susto. Sus ojos azulados eran, para su sorpresa, lo único que las diferenciaba en apariencia. Una sonrisa se dibujó en el rostro de la condesa.

—¿Cuál es tu nombre, querida? —preguntó, entrelazando los dedos entre sus mechones.

—Blair, mi señora. —El terror calibraba sus palabras en un tartamudeo torpe. Evitaba el contacto visual—. Blair Amery.

—Te referirás a la condesa como Alteza o su Majestad —intervino Kirsty mientras limpiaba la sangre de su espada.

—No será necesario. —Tatiana se relamía los labios—. Blair, ¿tienes familia? ¿Esposo? ¿Posesiones?

La chica, apenas vestida con unos harapos sucios, lo negó. No solo no le quedaba nadie que la pudiese echar de menos o proteger, sino que había tenido que vivir como prostituta en el pueblo de los dorados para subsistir y que el tabernero le permitiera hospedarse sin coste bajo su techo. Al conocer su historia, la condesa alzó su mentón con una mano.

—¿Conoces al príncipe Rory Campbell? —La pregunta despertó ilusión en los ojos de la joven, que adoptó una postura sumisa.

—Es el hombre más hermoso de estas tierras, Majestad.

—Llámame Tatiana —le susurró la vampira al oído, satisfecha—. ¿Sabes lo que es un pacto vampírico?

Ella asintió. Las leyendas de los Dragomir y sus maldiciones de sangre rondaban los pueblos, ciudades y granjas de todo el reino.

Cuando un vampiro aceptaba a un humano como su discípulo, se convertía en su sire. Y lo que aquello implicaba era devoción inquebrantable. Nada de secretos, nada de misterios. Quien sellaba el hechizo, obedecería sin rechistar las órdenes de su maestro.

Sin embargo, si el hechizo se llevaba a cabo sin el permiso del mortal, el vampiro no tendría la posibilidad de controlarlo. Podría, incluso, vivir en un rechazo constante hacia quien lo convirtió, creando el efecto contrario hasta que uno de los dos muriera y el lazo entre sus almas se perdiera para dejar un solo vampiro.

—Haré lo que sea, pero, por favor, no me hagáis daño. —Blair apoyó la cabeza sobre el regazo de la condesa, sollozando.

—No temas. Eres más especial de lo que crees. Te instruiré en el arte del vampirismo, te mostraré la vida eterna y durante esta semana aprenderás a ser como yo. —Al levantar su cabeza para enfrentarse cara a cara, la muchacha se quedó perpleja.

No entendía qué quería decir, pero sabía que era mejor opción que regresar a la taberna, a la rutina de los golpes y las jarras en la cabeza.

—¿Por qué yo, Tatiana? ¿Qué tengo yo que os interese más que el resto de nobles, doncellas y mujeres honorables?

Estando una enfrentada a la otra, Kirsty apenas podía diferenciarlas de no ser por el tono de sus iris.

—Solo una persona que vive al borde de la muerte es capaz de apreciar la eternidad. Nadie más usaría con sabiduría semejante poder. —La condesa hizo el ademán de acercarse a Blair. Deslizó los ojos para señalar su cuello, y ella titubeó—. Te ofrezco una vida de ensueño, aunque deberás aceptar las consecuencias. La responsabilidad, el compromiso, el poder... Uno debe ser precavido.

—Aceptaré si me decís por qué rechazaríais todo lo que tenéis para ofrecérselo a una desconocida.

La vampira no dudó.

—Hace generaciones que dejé de sentir interés por los placeres que me traía mi maldición. El único deseo que me queda es regresar a los recuerdos que todavía no me han abandonado y abrazarlos hasta hacerlos reales de nuevo. —Hizo una breve pausa, deslizando un dedo por el cuello de la mortal—. Por mucho que trate de negarlo, Blair Amery, mi alma pertenece al mar.

Se dio un golpe en el tricornio, orgullosa. Aquel detalle narraba la historia de años de juventud cruel, de crímenes innombrables y anhelos fragmentados insertados en una botella vacía.

La muchacha separó parte de sus harapos e inclinó la cabeza a un lado. Comprendía lo que significaba perder aquello que más amaba, una vida que ya creía tiempo atrás perdida y que era irremplazable en sus pensamientos del pasado.

—Os concedo, pues, mi cuerpo y mi sangre.

Tatiana se acercó despacio, mordiendo la desnudez del cuello para contagiar su maldición. El sabor dulce la embriagó. Una gota carmesí se derramó por su barbilla cuando se despegó de la carne. Sonrió y la besó.

Un aura rojiza las envolvió, y los ojos azules de Blair Amery pronto se tornaron tan anaranjados como los de su sire.

Dos almas quedaron reflejadas, una frente a la otra. Un espejismo de sueños ahogados en la ambición de tragedias incontrolables.

Tatiana lo disfrutó, aunque Kirsty habría deseado ser su aprendiz mucho antes que aquella desconocida. La razón de que no fuera así era su aspecto físico y el interés de la ocasión. Nada más.

Las observó levantarse de la tierra, cogidas de la mano. La sirvienta descubrió en ese preciso instante que, para lograr su cometido, debía pedirle un deseo a la sirena: que le ofreciera la vida eterna para compartirla con su maestra.

La condesa y su discípula convivieron juntas, desde ese día hasta la ceremonia matrimonial con el príncipe. En la privacidad del castillo, durmieron juntas, comieron juntas, aprendieron juntas y fueron una misma persona, un mismo ser. Así fue hasta que, llegado el momento, nadie supo diferenciar a la original.

Siglos de experiencia habían convertido a la vampira en una experta de la enseñanza y la seducción. Y en una semana, Blair Amery se transformó en el reflejo de una Tatiana en sus años de juventud antaño perdida, una copia exacta que ni el propio Bogdan Dragomir sería capaz de discernir la verdad.

La condesa al fin podría ser libre de perseguir al enorme Leviatán que acechaba entre las sombras de un mar solitario lleno de furia espectral.

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