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💫​CAPÍTULO 14 - EL ÚLTIMO DESEO💫​

Alrededor de la pequeña isla del lago se podían apreciar los barrotes de una prisión invisible hecha de sombras líquidas. La sirena estaba atrapada bajo hechizos que solo los rostros oscuros podían romper.

Tatiana observaba la belleza maldita del lugar desde la hierba junto a las aguas. El reflejo de las olas le hablaba, le susurraba que no debía hundir las botas o de lo contrario moriría. Había un aura de paz en las rocas donde la sirena descansaba que no se ajustaba al ambiente perturbador que se olía desde el exterior.

La criatura, movida por el interés, se asomó para ver a sus visitantes. No pronunciaba palabras y no parecía entender el idioma del resto de razas, ni siquiera la vieja lengua de los vampiros que trató de comunicar la condesa. Esa era la impresión que daba, por supuesto.

En respuesta, decidió tararear una canción de triste musicalidad. Su voz enlazaba los corazones de los indecisos y conquistaba a los atormentados. Bajo su efecto hipnótico, los humanos pez, los espectros y los pocos supervivientes que quedaban de la batalla contra el Leviatán se reunieron en el lago de las cascadas para escucharla.

La masa de tinta se arrastró por la tierra desde los bosques y se metió en el agua para corromperla. Su esencia cristalina se volvió borrosa, tan opaca que ya nadie podía ver lo que había más allá de la superficie.

Tatiana se fijó en los seres vivos que se vieron atraídos por la magia del canto. En el otro extremo del lago, su tío Narcís acababa de llegar cubierto de sangre y herido. En el punto opuesto, el príncipe Rory cargaba a caballito a un niño pez, acompañados por Blair.

En cuanto sire y aprendiz entablaron contacto visual, comprendieron lo que estaban sintiendo: el peligro de la isla, el mayor enemigo al que debían enfrentarse eran ellos mismos.

El caos comenzó.

A excepción de aquellos con una fuente de energía especial, vampiros o sabias criaturas nativas, los demás sucumbieron a la locura de la voz.

La sirena sollozaba por su dolor. Alzó el canto hasta crear una melodía que erizó el vello de la condesa. Si no hubiese vivido siglos y siglos de dura inmortalidad, ni ella misma habría soportado el ansia por dirigirse a sus brazos y alabarla.

Los espectros del Fantasma de las Mareas se metieron en el lago. Algunos de los peces híbridos también, pero lo peor fue ver a Rory tratando de sumergirse.

Blair lo detuvo a tiempo, sosteniéndolo en el sitio y suplicando con la mirada que parase.

Cada vez que las presas se cubrían de fango negro hasta la cintura, unas garras las atrapaban para absorber sus almas hasta el fondo de las olas. Los hundían sin darles pie a reaccionar.

Graham estaba allí, presente, dándose cuenta de la realidad que Tatiana había tratado de mostrarle. Se acercó a la orilla, gruñendo y rechinando los dientes.

—¡No dejéis que su hechizo os seduzca! ¡Atacad! ¡Destruid el altar! ¡Destruid a esas criaturas sombrías! ¡Destruid la magia de la sirena! —ordenó con un poder vibrante que salió de su garganta.

De pronto, el hechizo dejó de funcionar en los espectros que atravesaban el lago como almas en pena. Cientos de miles de personas etéreas, abandonadas por los deseos incumplidos, se pusieron de acuerdo para enfrentar a sus demonios.

Empezaron a atacar a las manos de tinta que los querían arrastrar con cualquier arma que tuvieran al alcance. Corrieron por la superficie del lago y nadaron hasta las rocas. Los rostros oscuros bajo el agua no podían contra todos ellos. Los hundían y los desintegraban, pero no había forma de frenarlos.

Mientras aquello ocurría, Tatiana llevaba a Kirsty y a Gorgostio a un lugar alejado, junto a un árbol de gran altura desde el cual podían presenciar la situación sin verse involucrados en el conflicto.

Narcís ayudaba a los peces híbridos a detenerse para no sacrificar sus vidas, pero había tantos que trataban de pedir su deseo que no pudo salvarlos a todos. Se sentía frustrado y frunció el ceño al ver cara a cara al Fantasma de las Mareas. Era su culpa, él los había incitado al ataque. Debía pagar por ello.

De pronto, el suelo vibró y el vampiro se tambaleó. Las montañas que protegían la región dejaron caer avalanchas. Una fuerza natural los estaba sacudiendo. La isla quería expulsarlos de sus tierras.

La barrera de oscuridad que protegía a la sirena del exterior provocó una explosión que exterminó a la primera línea de espectros que se aproximaban. De entre los restos líquidos que gotearon de las rocas de la isla surgieron rostros que se alzaron de las aguas. Eran seres sin forma, armados con la corrupción de la isla, y se organizaron para custodiar a su fuente de poder como una falange espartana.

No había modo de alcanzar a la sirena.

El canto cesó, pero la batalla continuó. En ese instante, Gorgostio dio un paso al frente pese a las negativas de la condesa.

—Oh, sirena de los mares, querida y amada, danos un puente con el que poder llegar hasta ti, ¡ese es mi deseo! —gritó el anciano tripulante.

La criatura sonrió, chasqueando los dedos. Una hilera de relámpagos sacudió los bosques con precisión, arrancando cuatro árboles de sus raíces y consumiendo en llamas sus hojas. Los volcó hasta que cayeron sobre la isla central, anclados a las rocas y dispuestos a modo de ruta segura para aproximarse a ella.

—¿Cómo? —se preguntó Tatiana, pero entonces lo supo y musitó—: La barrera de oscuridad era la que impedía los deseos.

Ante la sorpresa del resto, hubo espectros que comenzaron a exclamar lo que más anhelaban sus almas. Hubo quienes pidieron recuperar la vida que les arrebataron, pero que se desintegraron al instante. Hubo quienes pidieron volver a ver a sus familias antaño asesinadas, pero lo único que recibieron fue el vacío.

Los rostros oscuros iban eliminando todo rastro de espectros o peces que se les cruzaba por el camino.

Quienes habían logrado resistir a la llamada angelical de la sirena tenían la suerte de poder atravesar los puentes sin problema.

El Fantasma de las Mareas subió a uno de los árboles y corrió para vengarse por lo que aquella mujer pez le hizo. Sus pasos acelerados se acompasaron con el melódico metal al desenvainar su espada.

Pero no era el momento.

Narcís Dragomir se colocó entre él y la criatura, armado con su arma y herido. Su corazón le decía que era el amor inmortal y que debía salvarla bajo cualquier coste.

—¿Por qué irías a salvar a la bestia mentirosa que me hizo esto? —le bufó Graham señalando su aspecto demacrado con un dedo huesudo.

—Porque ella no es la responsable de lo que te sucedió, sino esas cosas en el agua —contestó el vampiro con la mandíbula tensa—. ¿Es que acaso no ansías la vida eterna?

—Me arrebataron la eternidad hace mucho tiempo. No tengo nada más que perder.

Del primer choque de espadas saltaron chispas.

Tatiana y Kirsty se adelantaron por uno de los troncos caídos con la intención de llegar a la sirena antes que nadie. En cierto punto, oyeron un tosido sospechoso. Se giraron y vieron a Gorgostio apuñalado por una sombra hecha de tinta. El viejo tripulante les sonrió. En sus ojos pudieron ver una despedida. Decidido, agarró a la criatura y se arrojó con ella al lago para perderse entre el resto de espectros consumidos.

—¡No! ¡Gorgostio! —sollozó Kirsty entre lágrimas.

—¡No hay tiempo que perder! —gritó la condesa, sujetándola de la mano, dispuesta a llegar a su destino.

A unos pasos de la sirena, sintió un fragmento de sí misma romperse al ver la situación de la sirena: estaba llorando, asustada en una esquina del pilar derruido, tapándose el rostro con los brazos. Le saturaban los deseos, las súplicas, los gritos ahogados de almas que se fundían con el abismo. Por un instante, la vampira quiso desear paz para ella, para que no sufriera más.

La oportunidad se le escapó de las manos cuando otro estruendo hizo vibrar el suelo y formó tres ríos por los que fluyó el agua del lago hasta formar desembocaduras en las costas marinas. Las cascadas salpicaron con intensidad, formando corrientes que arrastraron espectros, peces híbridos y rostros oscuros por igual. La isla los estaba rechazando.

La sirena no se lo pensó dos veces y saltó al agua. Buceó dejándose llevar con tal de salir del peligro. La salida estaba próxima, una luz que la sacaría al fin de milenios de tortura a manos de la maldad de los eternos malditos.

Hasta que un filo atravesó su torso y la sacó del río agarrada de los cabellos anaranjados. Todo el mundo vio cómo Harry MacLeod la sacudía por la tierra de vuelta al lago.

Colocó su espada al cuello de la aterrorizada criatura marina y, lleno de heridas abiertas y jadeante, aulló las palabras que tanto temían todos:

—Sirena, sirena. —La miró, luego deslizó sus ojos por Graham y Narcís, por Tatiana y Kirsty, por Rory y Blair. Su rey jamás volvería. Murió igual que todos sus hermanos de la flota, de todo lo que creía formar parte de su identidad—. ¡Mátalos a todos! —Su voz se quebró al pronunciar las palabras—. ¡Ese es mi deseo!

La sirena se deshizo del agarre y usó la cola para empujar al soldado.

Antes de que él pudiera contraatacar, cien garras oscuras salieron del río para abrazarle las piernas. Cayó sobre la hierba, soltando su arma y gritando de pavor. Lo hundieron en las aguas, desintegrando poco a poco su cuerpo conforme unían su alma a la de todos aquellos que, por la oscuridad de su interior, no merecían ver la luz.

Aquellos que, según la sirena, no eran dignos de un último deseo.

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