
🧜♀️❤️CAPÍTULO 13 - EL CORAZÓN DE LA SIRENA🧜♀️❤️
—Vamos, Rory, ya no queda nada —dijo Blair mientras ayudaba a Narcís a caminar por un sendero boscoso fuera de las cavernas.
Seguían el rastro que Harry y los soldados del rey habían dejado. Por la textura de la tierra, se podía intuir que el pequeño Agunar soltaba guijarros con los que revelar la ubicación del grupo en todo momento. Tan cegados por la ira como estaban los esbirros del monarca, ninguno se fijó en las señales.
Desde lo alto de la colina podía verse el lago circular donde se hallaba una isla, en el centro de la oscuridad. Tres extensas cascadas cubrían de belleza el territorio y formaban brumas espumosas con un aura mágica. Ese debía ser el lugar en el que los esperaba la sirena.
—Id más despacio, por favor. No estoy acostumbrado a estas velocidades —protestó el príncipe tras la pareja.
—Nos conviene mantener distancias con ellos —susurró Narcís entre quejidos por la herida del hombro—. Si saben que los seguimos, podrían quitarnos del medio.
Blair asintió. Se sentía cada vez más próxima a su sire, como si la condesa estuviese corriendo hacia el corazón de la sirena. Quizás coincidirían si se apresuraban, pero no podía poner en riesgo la vida de sus compañeros.
El sonido gutural de una criatura marina los alertó. Les puso la piel como escarpias. Guiados por el peligro, recorrieron el ejército de árboles entre saltos y zancadas hasta un prado donde Harry y su equipo acababan de ser rodeados.
La familia de Agunar acudía a su llamada.
Los peces híbridos salieron de debajo de las rocas, columpiándose desde las ramas de los troncos, incluso escondidos entre la maleza y capas de hierba que usaban de camuflaje. Eran decenas de criaturas misteriosas de ojos negros saltones que curioseaban a los visitantes humanos.
Narcís ocultó al príncipe y a la discípula de su sobrina con un rápido movimiento de mano. Se quedó observando lo que sucedía en silencio.
—Marchaos de aquí u os ejecutaré —amenazó Harry armado con una espada y la pistola—. No le temo a vuestra raza.
El niño pez mordió a uno de sus captores y cayó al suelo. Reptó con agilidad para reencontrarse con su familia, sangrando por las patas. Apenas podía moverse por sí mismo.
Se les veía asustados. El vampiro pudo discernir a través de aquellos globos oculares que ni siendo miles de habitantes tendrían el valor para enfrentarse a los asaltantes. Eran un pueblo pacífico, seres atormentados por una oscuridad que ni comprendían ni deseaban en su tierra. La corrupción ahogó su hogar en cenizas y ahora ya nadie los veía con el amor que merecían.
Narcís salió de las sombras, dando un paso al frente. Harry lo apuntó con su pistola, apretando los dientes.
—¿Cómo nos has encontrado? —vociferó antes de abrir los ojos con la respuesta en la mirada. Dirigió el cañón del arma hacia Agunar—. Maldita criatura del infierno. ¡Has sido tú!
Antes de que pudiera apretar el gatillo, uno de los fisnets se puso delante del niño pez. El disparo lo derribó.
La mayoría de criaturas gritaron de pánico y se dispersaron de vuelta a los agujeros en la tierra o las cavernas, pero hubo quienes se defendieron. Usaron lanzas primitivas para enfrentarse a los soldados del rey.
—¡Blair, Rory, llevaos a Agunar con la sirena! Yo los entretendré —ordenó el vampiro, que desenvainó su espada y apuñaló a un esbirro por la espalda.
Harry huyó de la escena mientras sus hombres iniciaban una lucha encarnizada contra los peces híbridos.
El príncipe y la doncella se apresuraron en recoger al niño pez del suelo. Temblaba de dolor y miedo, pero se aferró a la espalda del chico en cuanto sintió su presencia. Tenía los ojos cerrados, pero la confianza que depositó sobre sus salvadores persuadió al resto de su raza de protegerlos y acompañarlos en la huida.
Los tres salieron corriendo por los bosques salpicados por los últimos disparos de los uniformados.
Mientras tanto, Narcís blandía su arma contra el sable de un hombre rubio con coleta. El vampiro se fundió con los nativos de la isla como si hubiese formado parte de ella toda su vida. Se complementaban al lanzar estocadas contra él hasta el punto en el que su rival recibió tres puñaladas simultáneas que acabaron con su vida.
—Mi misión en este lugar es salvar a la sirena —gritó en cuanto cayó el último soldado—. ¿Quién está conmigo?
Los peces híbridos alzaron sus lanzas al vuelo emitiendo sonidos guturales de euforia. Con una sonrisa ladeada, Narcís Dragomir descendió la colina hacia su encuentro con la criatura que contenía más poder del continente.
Tatiana, Kirsty y Gorgostio escapaban de la maldición del gas anaranjado bajando por una pendiente pronunciada a paso veloz. Los bosques daban paso a prados cada vez menos poblados de pinos. Tras ellos escuchaban las voces etéreas de lo que parecían ser espectros. ¿Eran los rostros oscuros o era algo más?
No les dio tiempo a reflexionarlo.
En cuanto miraron al frente, vieron el horror: el Fantasma de las Mareas, con su uniforme de pirata roído y su larga barba canosa, acompañado por su tripulación translúcida, les acababa de cerrar el paso.
En ese instante fue cuando la condesa se dio cuenta de lo que le decía el corazón. Se paró en seco, frenando a su sirvienta y al viejo medio manco. Sus ojos se cruzaron con el capitán inmortal, y ambos vieron el alma del otro a través del tiempo.
—Graham... —susurró la vampira manteniendo las distancias.
Quiso sonreír, pero le costaba entender qué era aquella emoción de rechazo en su interior.
Aquella fue la primera vez en siglos que el capitán de los espectros mostró un ápice de humanidad. Sus ojos se abrieron, su boca ansió comunicarse, pero el vacío en su cuerpo le impidió recuperar las memorias de antaño. El aspecto deforme de su piel, sus dientes rotos, su tricornio bañado en sal y algas... Estaba hueco, perdido y abandonado.
—Nos hicimos una promesa —añadió Tatiana con el corazón en un puño—. He venido a cumplirla.
—Ya casi no te reconozco. —El hombre dejó caer sus dedos sobre el pomo de la espada—. Y eso que eres la única persona de la que me acuerdo cada día.
—Nunca quise que te convirtieras en esto. Lo sabes, te advertí de las consecuencias.
—Es muy fácil decirlo sabiendo que tu nombre resonará en la historia por el resto de la eternidad. Pudimos ser tanto...
—La inmortalidad es una maldición, Graham. —La condesa sintió cómo se le ablandaban las piernas—. Nada vive para siempre, y todo lo que amas muere con el tiempo. Aquellos que vivimos por una eternidad nos desvanecemos cuando perdemos lo que nos hacía sentir pasión.
El Fantasma de las Mareas gruñó, tenso.
—La sirena me mintió. Lo hará con quien se acerque a pedirle un deseo. Aún teniendo razón, esa criatura debe morir.
—¡Ella no tiene culpa de nada! Son los rostros oscuros quienes utilizan su poder para castigaros —bramó iracunda la vampira—. Lo vimos en los murales de piedra de las montañas. Lo pone en la historia de la isla, los habitantes nativos sufrieron sus consecuencias.
—Eso no es cierto. ¡No lo creo! —escupió el pirata con rabia—. Ella me transformó en esto, fuese su voluntad o la de una presencia externa. Soy lo que soy por su culpa.
La vampira comprendió que no estaba hablando con su amante. No era el mismo ni sus palabras lo representaban.
De pronto, una neblina ennegrecida comenzó a avanzar hasta la ubicación del grupo. Venía de las cavernas y transportaba una esencia líquida viscosa.
Graham estaba confuso. Su gesto mostró la contradicción de un hombre atrapado entre su dolor y su esperanza.
El líquido viscoso adoptó la forma de un caballero medieval con armadura y mandoble. Agarró a un espectro de la nuca y absorbió un hilillo rojo que pertenecía a su cuerpo hasta desintegrarlo. Era su alma, la fuente de la magia.
—Majestad, tenemos que irnos —dijo Kirsty sosteniendo el brazo de la condesa.
Tatiana miró al capitán una última vez. Él permanecía inmóvil, en shock. Se sacudió la cabeza en cuanto tomó la decisión.
—Nosotros os defenderemos. —Desenvainó su espada, determinado. La seriedad en su mirada reflejaba el conflicto contra el que combatía.
Lanzó una orden a su tripulación para que fueran directos a por el ser de oscuridad.
La condesa y los supervivientes de la travesía descendieron la colina entre sombras desconocidas y ecos de gritos lejanos. El verdor de los prados pasó a transformarse en un ocre que oscureció hasta la carencia total de vida. El cielo tomó una apariencia violácea con matices dorados. La energía de los deseos fluía a través del viento y las hojas arremolinadas junto a la capa final de troncos.
La vampira no dejó de pensar en el vacío que vio en Graham. Ya no era el pirata con el que compartió su juventud, no era ni la mitad del hombre que conocía. Ni él mismo era consciente de lo mucho que lo había consumido la corrupción de la isla.
Al cruzar una hilera de hojas gigantescas, vieron ante ellos el lago circular donde descansaba una isla cubierta de luz. Las cascadas imponían desde la hierba alta, y uno debía alzar la vista para ver la altura completa.
Las ruinas de un antiguo altar se sostenían por un par de pilares de marfil inestables. El cúmulo de piedras con runas arcaicas que se erigía debía datar de antes de la vida mortal en los reinos.
En el centro, junto al agua, una cola de pez de tres metros se movió por sí sola, revelando la identidad del torso humano al que iba pegada. Una ráfaga de aire sacudió la melena de fuego a la que pertenecía. Los mechones cubrían sus senos, estaba desnuda frente al mundo. Su mirada de pavor y susto fue lo que abatió a la condesa y a su sirvienta.
El misticismo de la sirena era incluso más hermoso en persona.
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