Capítulo 9. Una coraza quebrada
Desde que recibiera la advertencia por parte de la ninfa Níhmir, Darya había intentado mantener un perfil bajo en el Campamento de Aslan. Su ascendencia también parecía mantenerse en secreto, y en cierta forma, aquello le facilitaba la tarea de no llamar atenciones indeseadas. Sin embargo, sabía que tarde o temprano se descubriría la verdad y que muchos, al saber al final quien era ella —o quién había sido—, se opondrían a aceptar aquella verdad.
Cuatro días más tarde a su llegada, la joven leona se había acostumbrado a una rutina que había seguido meticulosamente desde que los Pevensie, los Castores, Áket y ella se acostumbraran a la vida en el campamento. Muchas habían sido las veces que Darya había visto a los Pevensie ser entrenados por maestros de armas y centauros que les enseñaban los artes de la caballería y la equitación en combate.
Peter mantenía una férrea perseverancia a hacerlo todo lo mejor que podía, esforzándose por aprender rápido y con eficacia. Su determinación era admirada por Darya desde la distancia; bien sabía ella que el muchacho lo hacía por proteger a su familia lo mejor que pudiera una vez la batalla estallara. Las dos muchachas de la familia, por otra parte, practicaban sobre todo en los campos de tiro junto a Níhmir, quien Darya había descubierto que se trataba de una de las arqueras más experimentadas y diestras del campamento.
Áket también estaba siendo entrenado, y aunque en un principio se había negado, pues declaraba que prefería que Darya lo entrenara, la leona se había negado a su declaración. Ella no poseía los medios ni los conocimientos necesarios como para entrenarlo, a pesar de que había sido ella la que había criado al lobo durante gran parte de su vida. En cambio, algunos perros cazadores y leopardos habían dispuesto su tiempo para que el lobo perlado pudiera hacerse uno con su armadura sin problemas, enseñándole de igual manera, diversas técnicas de combate y agilidad que pudiera utilizar en batalla.
Darya también sabía que los castores se habían resignado a aprender a luchar y preferían mantenerse al cuidado de los enfermos y los más débiles del campamento, ayudando a la obtención de recursos y víveres. Canthos, no obstante, al final había decidido entrenar un poco por si la situación lo requería. Él, más que su esposa, había encontrado en su interior el deseo de luchar junto a Sus Majestades.
En cuanto a ella, se había contentado con permanecer a las sombras de todo para no llamar la atención. A pesar de que hubiera llegado al campamento sin problemas, no podía evitar pensar en que muchos de los que allí residían podrían reconocerla si se lo proponía. A regañadientes, le había confiado a su padre el secreto del Colmillo, aunque admitiendo que no querría usarlo más de lo necesario puesto que no sabía dominar su cuerpo humano.
Sin embargo, Aslan había insistido en que debía practicar, pues tal y como le había dicho Papá Noel al entregárselo, el Colmillo suponía la tapadera perfecta para ocultar su identidad. Así, Darya se encontró a si misma bebiendo de la Esencia de Estrella cada mañana y con cada comida, evitando lo posible convertirse en leona. No era sino hasta altas horas de la noche que se permitía pasear por el campamento en su forma original.
La noche del cuarto día, la leona blanca decidió permanecer en su forma original a la hora de la cena. Devoró junto a Áket algunos conejos silvestres, antes de decidir apartarse de la celebración; había descubierto que para los narnianos, la llegada de los hermanos era un motivo de celebración constante. Así pues, alejándose cada vez más de las voces llenas de júbilo y los gritos de euforia, Darya se internó en la primera línea del bosque, hacia el lago que había descubierto en su segundo día en el Campamento Rojo.
El pequeño lago no era más que una charca extensa en la que nadaban pequeños pececillos que Darya no supo determinar. Sin embargo, el ambiente que la rodeaba era totalmente mágico, en su opinión. Las luciérnagas sobrevolaban la charca y varios nenúfares flotaban delicadamente, tan livianos como plumas. En algunas zonas, cuando los reflejos del sol causaban espejismos azules en las aguas, eran visibles los rizos ondulantes de las algas en el fondo, y otras veces, cuando el sol las rozaba, destellos verdes aparecían entre los azules creando un espejo de color cenagoso encantador.
Darya suspiró mientras dejaba su peso caer sobre el pasto delante de la masa de agua. Por unos instantes, se permitió disfrutar de la tranquilidad del lago, el sonido de sus aguas siendo movidas por los peces, y la brisa nocturna acompañada de los ruidos del festejo tras ella, más allá. Sin embargo, pocos fueron los minutos de descanso antes de que empezara a repasar mentalmente cuál sería su próximo movimiento. Todavía no podía estar del todo segura con total certeza, pero presentía que jugaría un papel crucial en la manera en la que los acontecimientos se desenvolverían a su alrededor; algunos causados por ella misma como un efecto dominó incesante, otros solo las conclusiones de los actos que otros habían provocado.
En su mente, las líneas melódicas de una canción lejana, tiempo atrás escuchada en un sueño premonitorio, resonaron:
«De la unión del Rey de las Bestias y la Dama de la Magia,
surgirá una criatura entrelazada con los dos Mundos
y de Narnia la heredera será.
Cuando a la maldad se desate y todo se sumerja en el invierno,
ella surgirá para pararla,
pues la heredera como espía
en los dominios de la bruja entrará,
y así más de una vida podrá llegar a salvar,
más un alto precio para ello, deberá pagar.»
Si era sincera consigo misma, habían pasado siglos desde que escuchara su profecía, o siquiera, le dedicara algún pensamiento. Hubo tiempos, oscurecidos por el poder de Jadis sobre Narnia y la sombra de muerte que se cernía sobre las tierras envueltas en hielo y escarcha, en los que había creído que nunca se cumpliría.
Ahora, sin embargo, aquellas líneas ya tiempo olvidadas volvían a resonar con fuerza en su interior. Agitaban sus latidos y aceleraban su pulso de forma cálida y suave, pero certera. Era un sentimiento inexplicable, inhóspito y sinigual. Ni aun poseyendo las palabras adecuadas, Darya hubiera sido capaz de describirlo.
Repasó cada verso una, dos y tres veces hasta que hubo sacado conclusiones de todos ellos. La información que su padre le había aportado a cerca de sus orígenes había sido esclarecedora, sí, pero Darya no podía regocijarse en la dicha de poseer todas las respuestas a sus preguntas. Todavía no sabía del todo quien era su madre o quién había sido, aunque el pensamiento de que no se encontrara viva, despertaba en ella un cúmulo de sensaciones que variaban entre la angustia y la tristeza.
La «maldad» a la que su profecía se refería, era sin duda alguna Jadis, la Bruja Blanca. No conocía los orígenes de la Bruja, a pesar de que había convivido con ella durante siglos, y se consideraba una de las criaturas más allegadas a ella. Jadis prefería guardarse para sí los secretos de sus raíces, y ni siquiera aquellos más cercanos a su persona osaban conocer de dónde había surgido la Reina.
A pesar de sus inicios en la Fortaleza Helada como una mera prisionera y después convirtiéndose en sierva de la Bruja, a pesar de que habían tenido que pasar años antes de que se diera cuenta de su verdadero cometido, Darya sabía que era una espía, una traidora. Aquello no solo la posicionaba en contra de Jadis, a quién había jurado lealtad siglos atrás, sino que también la convertía en una traidora para los narnianos. Si descubrían aquello, por mucho bien que hubiera hecho a raíz del levantamiento narniano fallido de hacía ya tanos años, no sería perdonada fácilmente; algunos podrían ser capaces de incluso sugerir la muerte o un juicio que desembocara en un final fatal.
Reposó la cabeza entre sus patas, soltando otro suspiro.
¿Cuál sería el precio que debería pagar llegado el momento? ¿Y cuándo sería aquel momento? Las preguntas se arremolinaban en su mente, atormentándola lentamente.
Se incorporó, agitando la cabeza para que el colgante de su cuello cayera sobre la hierba. Lo observó largo y tendido, hasta que se decidió a abrirlo. Se vio interrumpida en su tarea cuando percibió que unos pasos se acercaban por detrás de ella. Atenta, sus orejas se movieron en todas direcciones. Quien fuera que se acercaba, lo hacía con confianza, con tranquilidad. No podía tratarse de un enemigo, sino de alguien a quien ella conociera.
—Te vi alejándote —Escuchó que decía la voz de Peter—. Quería saber si estabas bien. Han sido unos días difíciles.
—He vivido épocas peores —respondió ella, y era cierto. Lo miró, pues él se había colocado a su lado. Ladeó la felina cabeza—. ¿Te encuentras tú bien?
Peter se mostró sorprendido por la pregunta, o quizá, simplemente no la esperaba. Darya dejó su tarea de intentar abrir el Colmillo y enfocó toda su atención en el muchacho. Podía notar que en aquellos escasos días que había pasado en Narnia, Peter había madurado más de lo que había notado en una primera instancia.
—Creo que eres la primera que me pregunta eso —admitió en voz baja.
En el lago chapoteó un sapo que procedió a subirse a un nenúfar. Darya sintió el impulso de darle caza, pero se contuvo.
—Todos necesitamos que nos pregunten si estamos bien algunas veces.
—C-creo que yo no lo estoy —volvió a decir—. Se supone que debía cuidar de mis hermanos, y he hecho todo lo contrario.
Las palabras conmovieron a Darya. Su vista se dirigió a él, solo para encontrar que Peter miraba sus manos, inquietas en su regazo. Percibió el atisbo de sus ojos llorosos, y no pudo hacer más que preguntarse cómo alguien podía ser tan desinteresado por uno mismo y tan dispuesto a darlo todo por los demás.
—No es cierto —repuso Darya—. La forma en la que has cuidado de ellos es la mejor en la que has podido hacerlo, y ha sido de una forma magnífica a pesar de lo que puedas llegar a creer; pero no estás solo, Peter. No cargues con el pensamiento de que debes ser tú el único en cuidar a tus hermanos. Has debido crecer demasiado rápido para lo joven que eres. —Su voz se apagó levemente y miró al horizonte—. Lo sé, porque yo tuve que hacerlo también. Pero no estás solo, Peter. Nunca lo estarás.
Peter inhaló abruptamente, como si intentara contener las lágrimas y mantener la compostura. La miró, y recogiendo el Colmillo de la hierba, lo destapó y lo alzó a la altura del felino rostro de Darya.
—Gracias —dijo, sincero. Después señaló el colgante con un ademán de cabeza—. Creo que intentabas abrir esto antes.
Darya asintió y abrió las fauces, permitiendo que Peter depositara una única gota en ellas. Un segundo más tarde, la luz azul envolvía a Darya y la despojaba de su forma animal para dejarla con su versión humana.
—Darya —llamó Peter—. Has dicho que tuviste que madurar cuando fuiste joven. ¿Cuánto tiempo hace de eso?
La antigua leona sonrió ladinamente.
—Más del que puedas llegar a imaginar —dijo—, estoy segura de que ni siquiera habías nacido.
—¿Entonces cuántos años tienes?
—Perdí la cuenta hace mucho —esbozó ella. Sus dedos se hundieron en las briznas de hierba—. Nací en un día invernal, de eso estoy segura. Es una de las razones por las que mi pelaje es blanco, imagino, para camuflarme mejor con el entorno.
—Ya no tienes con qué camuflarte, me temo —rió Peter. Ella asintió, sonriendo tristemente.
—Sí, supongo que ya no.
El silencio se instaló entre ellos sin que pudieran hacer nada para evitarlo. Pasaron largos minutos de aquella forma, disfrutando de la compañía el otro sin entablar conversación, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
—Darya —llamó el Hijo de Adán—. ¿Podría hacerte una pregunta?
Aquella pregunta provocó que Darya se tensara por completo. Intentó que no se notara demasiado para no hacerle sospechar, y con un asentimiento, le dio permiso para elaborar su siguiente pregunta.
—Por supuesto —contestó.
—¿Por qué nos ayudaste, a mí y a mis hermanas? —Peter la miraba ahora, estudiando su reacción—. Es decir, no tenías por qué, y aun así lo hiciste.
—Yo necesité ser ayudada hace años —admitió—, pero por aquel entonces todavía no lo sabía, lo que provocó que hiciera cosas terribles. —Un suspiro tembloroso salió de sus labios—. Más tarde entendí que mi cometido era ayudar a los demás, a los más necesitados, y protegerlos a cualquier coste. Por otra parte, creo que todavía no comprendes lo importante que sois tú y tus hermanos, Peter.
—Quieren que sea Rey —respondió el muchacho—, pero no puedo serlo.
—No lo eres —corroboró ella—; al menos no todavía. Debes vivir una experiencia más que probará que, efectivamente, eres el Rey que esperan que seas. Es una carga pesada que ha sido impuesta sobre ti sin tu consentimiento, lo sé, pero llegado el momento, verás que nadie estaba equivocado.
—Solo espero no defraudarles. He llegado a cogerles cariño, o lo más cercano a ello teniendo en cuenta que no los conozco tanto como quizá me gustaría —Sus palabras eran sinceras, Darya no necesitó que él lo afirmara para saberlo—. Y quiero ayudarles, pero no sé si seré capaz de proteger a mis hermanos en el intento.
Darya apoyó una de sus manos en el hombro de Peter.
—Entonces los protegeremos juntos —afirmó. Con un suspiro, se levantó y le tendió una mano.
El joven la aceptó, y haciendo acoplo de fuerzas, Darya tiró hacia arriba. No obstante, no medió del todo bien, perdiendo el equilibrio y casi cayendo en el lago, de no haber sido por la mano de Peter, que se había aferrado a la suya con sorprendente fuerza. Volvió a ayudarla a enderezarse, y Darya sintió que un calor extraño se expandía por sus mejillas. Vergüenza, se dijo. Vergüenza por no saber controlar su cuerpo humano o la fuerza que el mismo podía llegar a tener.
Sintiendo todavía la calidez de la mano de Peter en la suya, la soltó, dedicándole una sonrisa al mayor de los Pevensie.
—Es tarde —dijo—. Quizá será mejor que vayamos a descansar. Mañana nos espera más entrenamiento y un arduo día de preparaciones.
—Sí —asintió el muchacho—. Hasta mañana, Darya.
—Buenas noches.
Sus caminos se separaron entonces. Mientras Peter decidió quedarse un rato más en el lago, Darya emprendió la marcha hasta su tienda. Era pequeña en comparación a aquellas que les habían otorgado a los tres hermanos, pero no podía quejarse, ni lo haría. Al llegar a ella, se tumbó en el camastro y pensó.
La llegada de los Pevensie había efectuado un cambio en ella del que no había sido consciente hasta hacia unos minutos atrás. Aquellos hermanos les importaban, incluso podía decir que les había cogido cariño, tal y como había dicho Peter, a pesar de no conocerlos tanto como le gustaría.
Lentamente, sin que ella se diese cuenta, aquellos niños dispuestos a recuperar a su hermano perdido y a incluso defender las tierras que ella amaba, habían empezado a derretir la coraza de hielo que había envuelto su corazón durante años, quebrándola.
¡Hola!
Ha pasado un tiempecillo, pero vengo con el que considero uno de los capítulos más tiernos hasta el momento. Y... con la buena notícia de que entre hoy y mañana publicaré el siguiente capítulo. También debo deciros que entonces solo faltarán cuatro capítulos más para que acabe la primera parte de la novela (la que sigue «El león, la bruja y el armario»), así que me pondré las pilas para acabarla y así editar el capítulo fragmento de «El caballo y el muchacho».
Darya ha recordado su profecía y ha intentado averiguar qué partes de la misma son las que faltan por cumplirse. ¿Qué creéis que será su precio a pagar? Además, hemos tenido una interacción (la primera de muchas) entre ella y Peter, ¿qué os ha parecido? ¿Os ha gustado el capítulo pese a ser cortito?
Gracias por seguir leyendo, really. Ilysm.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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