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Capítulo 5. La Cacería





   Darya no esperó que Áket la adelantara y saliera corriendo sin previo aviso, igual que no esperó escuchar un agudo grito unos metros más allá, en la misma dirección en la que el lobo perlado había desaparecido.

     Ignorando la súplica de sus ardientes pulmones por más aire, se obligó a si misma a doblar su trote y perseguir la esencia que el lobo había dejado tras de sí, con el fin de localizarlo antes de que cometiera una estupidez. Su lengua asomó entre sus fauces, y los músculos de sus patas protestaron con cada movimiento que hacían. La leona no recordaba jamás haber experimentado un cansancio tal como el que aquella rápida carrera le brindaba.

     En el aire percibió otras esencias más, y aprisa, Darya aceleró todavía más, empujando a su cuerpo hasta los límites que no sabía que poseía hasta aquel entonces. Podía sentir el aire entrando en sus pulmones violentamente, la forma en la que sus fauces permanecían abiertas a la espera de saborear algo más de oxígeno.

     Y cuando llegó al lugar del cual había provenido el grito, se quedó estática durante unos segundos antes de saltar a la carrera.

     Áket se encontraba encima de Lucy, y la pobre niña apenas podía respirar debidamente. Los caninos del lobo estaban peligrosamente cerca del rostro de la muchacha, y temió, por unos instantes, que tuviera que hacerle daño al lobo para sacarle de encima de la Pevensie.

     Su prioridad era mantener a salvo a los hermanos, a pesar de que tuviera que hacerle daño a su amigo.

     Se abalanzó entonces sobre el lobo, cerrando sus fauces entorno a la carne suelta del cuello y presionó los dientes suavemente alrededor de la misma. Áket soltó un aullido de miedo y pateó ciega y nerviosamente. Darya escuchó a los castores gritar y corretear hasta la menor de los Pevensie, al mismo tiempo que los dos hermanos mayores se tiraban para recoger a su hermana y apartarla lo más posible del lobo y la leona.

     Cuando Darya se hubo cerciorado de encontrarse a una distancia prudente de los hermanos y los tres animales sobrantes, se permitió liberar al que había sido su Segundo. Le dirigió una mirada amenazadora al lobo; silenciosamente, lo retaba a que atacara a uno de los Pevensie de nuevo. Sin embargo, si Áket vio esta mirada, no se sobresaltó en absoluto. Sin inmutarse y sin importarle que Darya permaneciera medio agazapada en una clara pose defensiva, olisqueó el aire y su cabeza se giró hacia los niños de nuevo. Sus pupilas permanecían completamente dilatadas y de sus fauces salió un quejido lastimero.

     —¿Qué es ese olor? —murmuró a nadie en particular. Aún así, Darya no pudo evitar olisquear igualmente. Olía a humano. Áket volvió a hablar, esta vez girando su cabeza hacia ella—: ¿Qué son esos?

     Por unos instantes, la leona se había olvidado del hecho de que Áket no había visto jamás un humano. Claro está, tampoco se había tomado el tiempo necesario para explicarle que, en apariencia, se parecían mucho a la Bruja Blanca, que hablaban y caminaban igual que ella lo hacía, pero que carecían de poderes. Eran tan vulnerables y débiles como ellos mismos, el resto de criaturas de Narnia. A pesar de que, si era sincera, ella no se consideraba a sí misma vulnerable, y mucho menos débil.

     —Son los humanos —explicó ella, relajando su postura de forma leve. Siguió en alerta, a pesar de que Áket parecía más tranquilo.

     La curiosidad brilló en los ojos del lobo.

     —Se parecen a la Reina —comentó. Darya asintió.

     —No tienen poderes, antes de que se te ocurra preguntarlo.

     —Su olor es peculiar. Dulzón —El lobo se giró hacia ella, y de repente, pareció terriblemente avergonzado. La leona se obligó a no dejar escapar una suave sonrisa. Áket miró a los hermanos, bajando sus orejas—. ¡Perdonadme! Os lo juro, no pretendía hacer tal cosa. Sois criaturas considerablemente nuevas para mí. Nunca había visto un humano en toda mi vida; no pretendía causar ningún daño, en el caso de que así haya sido.

     Darya permitió que el resto de su cuerpo se relajara. Se aproximó a Caleen, la Señora Castor, y se dejó caer encima de la nieve con un gesto derrotado. La adrenalina del momento se había disipado de su sistema y, en su lugar, el cansancio que había agarrotado su cuerpo segundos antes, regresó.

     Peter la miró antes de señalar al lobo.

     —¿Quién es? —cuestionó.

     —Ayuda —se limitó a decir Darya—. Si planeáis llegar hasta el Campamento Rojo, necesitaréis toda la ayuda que os sea posible. La Bruja no tardará en daros caza.

     Sus palabras arrancaron una risa de uno de los presentes. Automáticamente, las orejas de la leona se retiraron hacia atrás. Sus ojos encontraron los dorados y felinos ojos de Debrahk al otro lado de un débil fuego.

     —¿La Bruja les dará caza? —inquirió amargamente, pero perspicaz—. Querida leona, quizá quieras especificar que la cacería ya ha dado comienzo.

     —¿De qué está hablando? —preguntó Susan, dejando que Lucy volviera a sentarse junto a Peter. Ella permaneció de pie, abrazándose a sí misma cerca del fuego.

     Darya soltó un suspiro y contuvo las ganas que nacieron en ella de lanzarse sobre Debrahk y perforarle el cuello con los colmillos. Aquel zorro no parecía querer darle tregua alguna, y sabía la forma correcta de hacerla reaccionar con éxito.

     —La Bruja ya os está buscando —se limitó a responder.

     El Señor Castor se levantó de su sitio.

     —¡Entonces debemos partir cuanto antes! —exclamó, ganándose en el proceso una reprimenda de su esposa.

     —¡Siéntate ahora mismo, Canthos! —soltó la castora—. No vamos a salir a estas horas para caminar a tientas bajo la oscuridad. ¡Y todos estamos cansados, incluyéndote! No durarías ni cinco minutos caminando sin haber dormido un poco.

     Silenciosamente, Darya agradeció las palabras de Caleen. Recostó la cabeza sobre las patas durante algunos segundos antes de que sus tripas rugieran. No había probado bocado en día y medio. Si seguía sin comer mucho más, era probable que su cuerpo no aguantara una marcha tan larga como la que los esperaba al alba.

     Áket se había quedado sentado cerca de Darya, profundamente incómodo. Sus ojos no dejaban de dispararse hacia los tres humanos, y de vez en cuando dejaba escapar un llanto apenas audible que disipaba moviendo la cola sobre la nieve de un lado a otro. Darya no paraba de echarle alguna que otra ojeada, preocupada por su estado. Comprendía que la reacción de Áket había sido natural y de lo más comprensible, teniendo en cuenta que nunca había visto un humano —a excepción de la Bruja, quién realmente solo tenía la apariencia de uno—; sin embargo, Darya no podía evitar preguntarse qué hubiera ocurrido si ella no hubiera estado en el lugar y el momento indicados.

     Los instintos de los lobos que se criaban en la Cumbre Helada eran plenamente salvajes, y aunque eran sometidos a duras disciplinas para educarlos, la naturaleza pocas veces puede ser aplacada y domada por completo. Áket, a pesar de ser uno de los mejores lobos que Darya había visto y conocido jamás, seguía siendo considerablemente joven, lo que implicaba que sus instintos todavía estaban desentrenados en según qué aspectos y, por lo tanto, aquello lo convertían en un lobo potencialmente peligroso, sobre todo alrededor de algo de lo que no tenía conocimiento, como los humanos.

     Sacudió la cabeza en un vano intento por disipar sus pensamientos. Lo último que necesitaba era imaginar los desenlaces al escenario que parecía repetirse en su mente sin tregua alguna. Un quejido repentino fue lo que llamó su atención a continuación.

     No muy lejos de ella, la Señora Castor colocaba un trozo de tela lleno de nieve sobre el lomo de Debrahk. Miró atentamente, intrigada. De repente, fue muy consciente de lo que había sucedido con el zorro.

     —Maugrim —murmuró en voz baja en la dirección de ambos animales. Las orejas del lobo se dispararon hacia arriba ante la mención del Capitán de la Policía Secreta.

     Debrahk dejó escapar un gañido en cuanto la tela volvió a tocar su herida.

     —Sí —confirmó él—. Ese chucho podría meter el hocico en sus propios asuntos.

     —Le advertí que no te hiciera nada —explicó Darya, acomodándose mejor—. Por lo visto, mis advertencias nunca le han sido gratas.

     —Tus advertencias, leona, nunca son gratas. De todas formas, no fue él.

     —¿Quién, entonces?

     —Doorlos. De todos los lobos, él es el más bruto.

     Las orejas de Darya se retiraron hacia atrás. Profirió un suave gruñido por lo bajo. Doorlos podía llegar a ser más despiadado de lo que Maugrim habría sido jamás. De los cuatro hermanos, Doorlos era el más parecido a su padre, Tharion. Los dos poseían la misma mente perversa y retorcida, una de la que Darya había sabido mantenerse alejada. Ganar el rango de Comandante le había facilitado las cosas. Cuando Doorlos había optado por la Policía, Darya se había alegrado de no tener que liderar con él o con Huvay, la única hembra de la camada de Tharion.

     —¿Qué fue lo que le dijiste a Maugrim? —Si Debrahk notó el cambio de tema, no hizo el menor gesto de reconocimiento. La leona se removió encima de la nieve de manera incómoda.

     —Que los humanos se dirigían al Norte.

     —¿Fue lo mejor que pudiste idear?

     —Quizá hubieras preferido que les indicara el camino hacia los ejércitos de Aslan —ladró—. A donde por supuesto, se dirigen en realidad.

     —No —repuso Darya—. Pero es bien sabido que al Norte se encuentra la Cumbre Helada y más allá, Harfang, la tierra de los Gigantes del Norte. ¿Sugieres que Jadis creerá que los Pevensie restantes ingresarían en su territorio sin que ella se hubiera dado cuenta? No todos los Gigantes se encuentran de parte de la Bruja, es cierto. Pero la mayoría son neutrales y si se ven amenazados por los poderes de Su Majestad, no vacilarían en darles caza para entregárselos, así como ella está haciendo.

     Debrahk calló.

     —Tienes razón —aceptó el zorro, intentando incorporarse—, te concederé eso.

     —Deberías dejar de ser tan quejumbroso —riñó Caleen, empujándolo hacia abajo para que se tumbara.

     —Agradezco la amabilidad, pero no tengo más tiempo para curas.

     —¿Por qué tanta prisa? —cuestionó la leona.

     Las miradas felinas de ambos se encontraron, entrelazándose en una batalla silenciosa. A pesar de los recientes acontecimientos, la desconfianza en lo que respectaba al otro era algo que, probablemente, nunca cambiaría. Darya conocía bien de qué parte estaba Debrahk, pero también sabía que los zorros no eran animales de especial confianza. Si así lo creían conveniente, podían tornarse en la contra de cualquiera; lo único que esperaba, era que Debrahk fuera la excepción a la regla.

     Por su parte, el zorro acabó por incorporarse sin dejar de mirar a la leona. ¿Por qué mostraba tanto interés en saber la razón de su inminente partida? ¿Pretendía acaso controlarlo de alguna forma? ¿Hacer que el lobo lo siguiera para entregarlo a la Bruja como traidor? En su mente, no obstante, las palabras de Caleen resonaron. Desconocía las razones de Darya para hacer lo que hacía, y solo podía mantener la esperanza de que estuviera del bando correcto una vez llegado el momento.

     Lucy, quien había permanecido sentada junto a sus hermanos mayores, se mostró repentinamente interesada por el intercambio de miradas entre el zorro y la leona. No había pasado desapercibido para ella que entre Debrahk y Darya la tensión era cada vez mayor. Desde que Debrahk había anunciado su llegada, ambos se habían mostrado reticentes a intercambiar palabras, pero una vez habían empezado, las chispas habían saltado entre ambos.

     —¿Te marchas? —inquirió la niña. Debrahk la miró.

     —Ha sido un placer, Mi Reina, y un honor; pero el tiempo apremia y el mismísimo Aslan me ha enviado para que reúna a más tropas.

     La mención del Gran León desató una cadena de reacciones por parte de los miembros reunidos entorno a la pequeña fogata. Todos permanecieron en silencio unos escasos segundos, y dicho silencio solo se vio interrumpido por el constante crepitar de las llamas sobre los troncos. Por fin, el primero en reaccionar fue Canthos.

     —¿Has visto tú a Aslan? —preguntó en apenas un murmullo, como si temiera alzar mucho la voz por miedo a la respuesta.

     —¿Y cómo es? —cuestionó a continuación su esposa, mostrándose mucho más dispuesta a hablar en voz alta.

     —Es todo cuanto hemos soñado —corroboró el zorro. Sus ojos se posaron sobre Darya durante algunos segundos antes de mirar a los niños—. Os alegraréis de tenerlo a vuestro lado cuando luchéis contra la Bruja.

     La mención de una batalla contra Jadis hizo que Darya mirara a Áket de reojo; tal y como se había temido, el lobo había alzado las orejas ante la mención de la Bruja, solo para volver a agachar la cabeza y enroscar la peluda cola a su alrededor. Se incorporó lentamente y caminó hasta él antes de dejarse caer a su lado y envolver su propia cola entorno al lobo. Áket la miró, y Darya asintió débilmente con la cabeza, como si hubiera estado asegurándole de que todo saldría bien. El lobo blanco pareció respirar con más facilidad.

     —Gracias —habló Susan de repente, atrayendo la atención de todos—; pero no vamos a luchar contra nadie.

     —Comprendo que la situación es nueva para vosotros —dijo Darya—, pero los narnianos han esperado mucho por vuestra llegada. Si no lucháis, si no sois coronados como Reyes, la Bruja jamás perecerá y entonces el invierno acabará por destruir Narnia de una forma y otra. Así está escrito.

     —Te has excedido en tu explicación, leona —esbozó Debrahk—. Pero tus palabras no son del todo erróneas —Miró a Peter esta vez—. Rey Peter, la Profecía es clara.

     —No podemos ir a la guerra sin ti, chico —añadió Canthos.

     Peter pareció meditar las palabras de cada uno de ellos durante algunos minutos para, finalmente, negar derrotado.

     —Solo queremos recuperar a Ed —murmuró.

     —Espero y deseo con todo mi corazón —le murmuró Debrahk al pasar por su lado—, que llegado el momento sepáis qué debéis hacer, Majestad.

     —Esta guerra no es solo nuestra —dictó Darya, alzándose—. También es vuestra, humanos.

     Lucy la miró alarmada, pues la leona había empezado a caminar lejos del campamento improvisado. ¿A caso Darya pretendía abandonarlos así como Debrahk hacía?

     —¿A dónde vas? —preguntó la dulce niña.

     Darya le hizo una señal al lobo blanco con la cabeza, provocando que Lucy lo mirara por igual.

     El lobo blanco que la había atacado —o así lo habían alegado sus hermanos más tarde hablando entre ellos—, había decidido quedarse sentado no muy lejos de Darya, pero a una distancia prudente de Lucy, Peter y Susan. Si la menor de los hermanos era sincera, y aunque el sorpresivo ataque del lobo la había dejado conmocionada durante algunos minutos, se encontraba intrigada por su presencia en el grupo.

     Darya había señalado que el lobo era un aliado, un amigo, y parecía ser el más cercano a la leona, por lo que sabía.

     Cuando Lucy se dio cuenta, Darya se encontraba delante de ella. La altura de la leona era imponente en comparación a la niña: la peluda cabeza felina era tan grande como la mitad de su torso, y mucho más prominente que su propia cabeza. Los ojos de Darya, tan verdes como las praderas de la casa de campo del Señor Kirke, resplandecieron bajo la luz de las llamas.

     Un ronroneo salió de lo más profundo del pecho de la leona y Lucy sintió que el mismo sonido resonaba por su propio pecho, de alguna manera, reconfortándola.

     —A cazar la cena —respondió, antes de echar a correr seguida del lobo.

     Lo único que restó de ellos, fue una estela de nieve polvorienta.






     Darya observó la tranquilidad que se respiraba en el campamento aquella mañana con un aura reticente. Después de la calma era bien sabido que vendría la tormenta, y solo podía esperar que la Bruja tardara algunas horas más en salir de la Cumbre Helada. Cuanto más tiempo tardara, más tiempo tendrían ellos de llegar a la zona donde se situaba el Campamento Rojo, así como había escuchado al Señor Castor que decía la noche anterior, una vez había vuelto con una alimaña entre sus fauces para devorar a modo de cena.

     Lejos de la controversia que algunos pudieran pensar que generaba el hecho de cazar otro animales, la clave estaba en diferenciar cuál era un animal común y cuál un animal narniano. Los narnianos, evidentemente, si se veían en peligro solían hablar para advertir a los depredadores de que eran narnianos, mientras que los comunes se limitaban a huir como sus instintos primitivos clamaban. Darya había sido capaz de cazar una cierva, y Áket se había conformado con el cervatillo que a esta acompañaba. Habían comido lejos del grupo, evidentemente, pues no era agradable ver cómo despedazaban la piel y arrancaban la carne de los huesos con sus dientes.

     Justo había acabado los restos de la cierva cuando el Señor Castor despertó y empezó a despertar a los niños o, lo que era igual, intentarlo.

     —¡Despertad, vamos! —vociferó Canthos—. ¡Aprisa, muchachos! Debemos partir cuanto antes.

     —Mi estimado Señor Castor —emitió Darya después de lamerse las comisuras del hocico—; agradecería que no fuera tan ruidoso. Podría atraer atenciones indeseadas.

     —Mis disculpas, Darya, tienes razón; pero estos humanos son más perezosos de lo que creía.

     —Son niños, Canthos —repuso su esposa, observando cómo los tres hermanos se desperezaban tediosamente lento—. No esperes que despierten de golpe, los pobres no estarán acostumbrados a madrugar tanto.

     Darya les echó una ultima ojeada antes de desplazarse hacia Áket y mover su cuello con el hocico, buscando despertarlo. El lobo profirió un largo bostezo canino antes de indicarle que ya se encontraba totalmente lúcido.

     —Recojamos el campamento y borremos las huellas de que alguna vez estuvimos aquí —dictaminó la leona—. Cuanto antes nos marchemos, mejor.

     Así pues, una vez los niños hubieron desayunado algo de pan y queso que Caleen guardaba en un pequeño fardo, procedieron a esparcir los trozos de la hoguera y taparlos con nieve recién caída —o al menos, la poca que había caído—, y a mezclarlos con los matorrales de la zona. Darya procedió entonces a situarse a la retaguardia del grupo, posicionando a Áket al frente junto a los castores. El ritmo fue incrementando a medida que la mañana transcurría, y pronto, se vieron cruzando y descendiendo pronunciadas colinas escarpadas, subiendo rocas peligrosamente resbaladizas y trotando debajo de frondosos pero sombríos valles.

     Pasadas ya varias horas desde que empezaron a caminar, llegaron a una saliente roca negra encorvada sobre el lomo de un valle nevado. Abajo, a metros y metros de distancia, el Gran Río describía el contorno de una sinuosa serpiente. Bajo la luz del sol, las capas de agua congelada brillaban enviando destellos allá hacia donde se mirara, iluminando el paisaje de manera singular.

     Darya contuvo el aliento durante unos escasos segundos, anonada por la belleza que, en otras circunstancias, quizá hubiera apreciado de manera detenida. Aunque la vista del río era hermosa, no tenían tiempo alguno que perder. Tal y como había indicado Debrahk la noche anterior, el tiempo apremiaba.

     —El campamento de Aslan está cerca de la Mesa de Piedra —explicó Canthos. La leona abrió la boca para objetar—. Debrahk fue bastante claro al darme las indicaciones antes de que llegaras, Darya. Sin embargo, se encuentra al otro lado del Gran Río.

     —El río... —interrumpió Peter, sin atreverse a completar su oración.

     Darya pasó saliva con dificultad. Las grandes masas de agua y ella nunca se habían llevado bien.

     —¡Oh! —exclamó Caleen reconfortante—, no te preocupes, querido. El río lleva cien años congelado.

     —Eso no quiere decir que permanecerá en esa misma condición durante mucho más tiempo —señaló la leona—. El hechizo de la Bruja es cada vez más débil. Los bosques se cubren de foresta fresca; los prados florecen.

     —¿Lo has visto realmente? —le preguntó el Señor Castor. La leona asintió—. Entonces debemos ser cautelosos y sumamente rápidos. Si lo que dices es cierto, Darya, el hielo podría derretirse, y entonces la tarea de cruzar el río sería más compleja de lo que es ahora.

     —Se encuentra muy lejos —habló Peter. Caleen lo miró, sus ojos brillando en ternura.

     —No, es el mundo, querido; ¿pensabas que sería pequeño?

     Antes de llegar al Gran Río, no obstante, debían bajar las rocas hacia el valle helado que los esperaba abajo. Una vez allí, sería cuestión de tiempo que atravesaran el bosquecillo que los separaba del río.

     Darya contempló el paisaje que se extendía por delante de ellos antes de girarse para mirar las montañas en la lejanía. Habían cubierto una larga distancia desde que partieran aquella mañana, y estaba segura de que Jadis no tardaría demasiado en salir de la Cumbre Helada.

     Debían ser rápidos. La cacería había dado comienzo.









¡Hola!

Ha pasado un mes desde la última actualización, soy consciente. Nuevamente, decir que la mayor parte de la novela ya está escrita, pero decidí reescribirla y editar las partes que ya estaban hechas. Si tardo en actualizar, mayormente es porque añado nuevas escenas a las existentes y corrijo los errores que puedan haber.

¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Qué pesáis de la dinámica entre Debrahk y Darya? ¿Llegarán a llevarse bien algún día? ¿Y del pobre Áket al ver a los Pevensie? Por si no lo habéis notado, a personajes que no tiene nombre, repito, les estoy poniendo nombres sin seguir un criterio concreto. El zorro es nuestro querido Debrahk, y el Señor y la Señpra Castor son Canthos y Caleen, respectivamente.

No tengo mucho más que decir, salvo dar las gracias a las personitas que comentaron en el capítulo anterior y que se toman el tiempo de leer la novela, sobre todo de comentar qué les parece. Me alegráis el día siempre, de verdad.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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