Capítulo 4. Un hechizo quebrado
La sala en la que los lobos dormitaban era amplia y con una calidez que contrastaba con las temperaturas del resto de la Cumbre Helada. Darya había pasado sus días de cachorro en una sala similar, pero reservada únicamente para la pareja del lobo jefe por aquel entonces, el padre de Maugrim. Lo cierto, era que solo había entrado en la sala de los lobos de la Guardia en dos ocasiones contadas, y ahora, delante de las puertas de hielo cerradas, no pudo evitar sentirse un poco nerviosa.
No obstante, sabía que aquellas alturas no tenían elección alguna; la Reina había sido clara. Debía llevar consigo a uno de los lobos, y marchar cuanto antes detrás de los Pevensie. Haciendo acoplo de fuerzas, sus patas delanteras se posaron sobre la gruesa capa de hielo de las puertas y empujó, provocando que el ruido resonara por todo el pasillo y que el silencio se hiciera en el interior de la sala.
Los lobos de la Guardia se sentaron en fila, rectos y quietos, en cuanto vieron que se trataba de la Comandante. Darya no esperó invitación para entrar y pasear su mirada por todos sus subordinados. Aunque pertenecieran al bando incorrecto, no podía evitar sentir cierto cariño y familiaridad al estar ante aquellos cánidos. Había vivido muchas cosas a su lado, y era consciente del enorme respeto que le procesaban.
Dejarlos atrás, menos a uno de ellos, sería de las cosas más difíciles que había hecho en mucho tiempo, y para alguien como ella, que tan bien podía mostrar una cara de la moneda como la opuesta, que mantenía secretos y dos identidades completamente distintas, que arriesgaba su vida día a día y la de los de su alrededor... Sin duda dejar atrás a esos lobos sería difícil, porque una vez saliera de la Cumbre Helada, dejarían de ser sus subordinados, ella dejaría de ser la Comandante y se convertiría en la traidora, en el enemigo. Tarde o temprano, debería enfrentarse a aquellos lobos y luchar contra ellos, por muy difícil que fuera.
Pero no era solo aquello. También apartaría a uno de ellos del resto y lo llevaría consigo, lo haría partícipe de su traición sin remedio. Darya había demandado ir sola por aquella precisa razón, y porque sabía demasiado bien cuál de los integrantes de la Guardia marcharía con ella.
Áket fue el primero en alzarse desde su posición, dedicándole una mirada preocupada pero seria.
—Comandante, ¿en qué podemos servirle?
Darya admiraba a Áket.
Admiraba la forma en la que la leía tan bien, en que sabía determinar cuándo algo le ocurría o la incordiaba. Admiraba que fuera tan atento y se preocupara por ella. Admiraba que, pese a separarlo de su familia y todo lo que había conocido siendo un cachorro, él no se opondría a seguirla, a ir con ella si así ella lo solicitaba. Admiraba la forma en la que probablemente el intentaría entender la situación una vez tuviera que explicárselo todo, y la manera en la que probablemente haría lo que creyera correcto a partir de entonces, sin importarle las palabras que ella dijera.
Admiraba a su Segundo por todas aquellas cosas, y eso solo incrementaba el odio que crecería en su interior hacia sí misma por tener que llevarlo con ella, y hundirlo en las profundidades de la miseria que la esperaba como traidora a la Reina.
Inhaló lentamente antes de hablar.
—Su Majestad ha escuchado el reporte sobre la situación con los humanos, y ha solicitado que me dirija tras ellos inmediatamente. Pero también que uno de vosotros me acompañe. —Los lobos se miraron entre sí, y algunos empezaron a murmurar entre ellos, especulando quién acompañaría a la Comandante. Darya suspiró—. Debéis saber que quien me acompañe no volverá en algún tiempo. Los humanos se dirigen al Sureste, hacía el lugar en el que se localiza un supuesto ejército. Tardaremos varios días en llegar hasta ellos, y otros más en conseguir un informe para la Reina sobre los rebeldes que se hayan reunido allí.
—¿Entonces habrá una guerra? —inquirió Glasshorn, uno de los lobos más jóvenes. Darya asintió.
—Todavía no podemos estar del todo seguros, pero es bastante probable si encontramos un ejército en las llanuras del Sureste.
—Yo me ofrezco voluntario para ir con vos, Comandante.
Allí estaba lo que más temía. Darya observó a Áket, su estómago elaborando una pirueta que la dejó totalmente anonada. Asintió, a pesar de que su mente clamaba en gritos ahogados que no aceptara la compañía del lobo perlado. Pero su corazón susurraba entre sollozos, rogándole que lo llevara consigo, que no soportaría enfrentarse a él como enemigos.
O acabar con su vida si así la situación lo requería.
—Está bien —aceptó—. Áket vendrá conmigo. Fenrrax —llamó entonces al hermano de Maugrim, que, lejos de unirse a la Policía, había optado por la Guardia—; tú estarás al mando de la Guardia en mi ausencia. Confío en que los guíes justamente.
El lobo asintió.
Los lobos aullaron por unos segundos a modo de despedida, antes de que Darya diera media vuelta y procediera a salir de la sala, seguida de cerca por su Segundo. El camino hacia la salida del castillo fue silenciosa. La tensión entre Comandante y Segundo parecía aumentar con cada minuto que transcurría; Darya no podía dejar de pensar en la forma en la que actuarían a continuación ahora que se veía obligada a arrastrar a Áket hacia sus mentiras y planes futuros, y por otra parte, el lobo cada vez se encontraba más inquieto por el silencio que se cernía sobre ellos a causa de la propia inquietud de Darya.
—Comandante —llamó suavemente. Darya pareció no escucharle, y se vio obligado a posicionarse ligeramente por delante de ella, enfrentándola. La leona paró en seco antes de chocar contra él—. ¿Sabéis que podéis confiar en mí, verdad?
—Por supuesto —contestó Darya, mas sus felinos ojos no danzaban al son de su tono seguro. Áket dejó escapar un leve gruñido—. ¿Qué ocurre?
—Os mostráis extrañamente callada y pensativa —observó el lobo—, y al parecer no tenéis depositada la suficiente confianza en mi como para contarme qué está carcomiendo vuestra mente.
—Llegado el momento, Áket, sabrás qué ocupa mis pensamientos —señaló la leona—. Mientras tanto, acatarás mis órdenes como yo así te las dicte, y reservarás tus preguntas para cuando nos encontremos los dos solos.
Áket pareció levemente satisfecho con la respuesta obtenida, y Darya dejó escapar un leve suspiro de alivio antes de indicarle a su Segundo que continuaran con la marcha. La puerta principal quedaba a tan solo unos metros de distancia cuando una imponente figura les cortó el paso.
Darya pausó sus pasos y se inclinó elaborando una reverencia. Áket no tardó en imitarla, pues delante de ellos no había otro que el General Otmin. Los ojos negros, cuyo resplandor los invitaba a sumergirse en un abismo interminable, los observó atentamente.
—General —esbozó la leona, saludando al minotauro. Él asintió en reconocimiento.
—Comandante. ¿Se dirigía fuera del castillo a tales horas? —cuestionó.
Darya había crecido en el castillo siendo muy consciente de la presencia del General. Otmin era alguien imponente y despiadado, un guerrero nato y eficaz que llevaba siglos al servicio de la Bruja Blanca. Darya había llegado a admirarlo y ansiar ser como él algún día, pero pronto había comprendido que la carga que pesaba sobre los hombros del General del Ejército era mucho mayor de lo que ella jamás hubiera podido soportar. Los Generales acostumbraban a liderar los ejércitos y cada una de las divisiones que estos tuvieran, en especial a los líderes de cada división. Como Comandante, Darya tenía poder sobre los batallones que le fueran asignados pero, al final del día, incluso ella debía acatar las órdenes del General.
—Son órdenes de Su Majestad, señor.
Otmin asintió.
—Espero que retornéis lo antes posible, Comandante. Necesitaré de vuestra maestría en estrategia para formar a los batallones lo mejor posible. Si hay una guerra, debemos estar preparados —La voz tronadora de Otmin sonó más grave de lo normal, y un escalofrío provocó que el pelaje de Darya se erizara. Lejos de reconocerlo como una muestra de intimidación, el minotauro la vio como una señal de que la leona estaba dispuesta a luchar—. Buen viaje.
—Gracias, General —esbozó Darya.
Áket le dirigió una breve mirada antes de inclinarse hacia su General y seguir a la Comandante hacia el exterior. Una vez en el patio principal, solo las estatuas de aquellos que habían perecido ante la varita de la Bruja, fueron testigos de la forma en la que Darya se sacudió en escalofríos.
—El invierno arraigado en estas tierras cada vez es más poderoso —comentó. El lobo perlado agitó su pelaje con orgullo. Darya lo miró—. Presume cuanto desees de ser un lobo de pelaje abundante. Pronto desearás que tu abrigo sea mucho menos frondoso.
—¿Qué queréis decir?
—Sígueme.
Y antes de que Áket pudiera objetar, se encontró siguiendo a Darya a través de los claros y los fosos distribuidos por el bosque. Entre resoplidos y bufidos de condensado aire frío, alcanzaron el Erial del Farol, más el ambiente allí había cambiado drásticamente. Había una calidez extraña en el aire, incluso en el helado suelo. Darya observó más de cerca, y también se percató de que en el hierro negro del Farol, la escarcha era cada vez más escasa.
La llegada de los Pevensie ya no podría ser pasada desapercibida por nadie; toda criatura que tuviera conocimiento sobre la profecía, identificaría los signos que indicaban la llegada de la primera primavera en muchos siglos, pues a los pies del Farol, allí donde antaño había yacido un lecho de blanca nieve, empezaban a surgir pequeños brotes de resplandeciente verde.
Áket se acercó, curioso, y contempló totalmente embelesado los primeros tallos.
—¿Qué es? —cuestionó. Darya sonrió para sí misma.
—Algo que debería haberte explicado en cuanto me preguntaste, Áket, pero que no hice por nuestra propia seguridad y la de otros.
—¿Entonces me contaréis qué está sucediendo y qué os ocurre a vos, Comandante?
—En primer lugar, ya no será necesario que me trates como tu superior —explicó Darya—. A partir de este instante, seremos iguales. No habrán supremacías entre nosotros, pero sí deberás jurar que todo lo que te diga a continuación, por muy duro o extraño, o a pesar de las sensaciones que desencadene en tu interior, lo guardarás recelosamente de cualquier otro. Es algo que deberá quedar entre tú y yo. ¿Comprendes?
Las orejas del lobo se retiraron hacia atrás, y Darya pudo ver la sombra de la duda en su rostro canino. A pesar de todo, y para su sorpresa, él asintió. La leona sintió que un peso era levantado de sus hombros y que, de repente, respirar era más fácil.
—Lo juro —corroboró Áket.
Darya inhaló con fuerza.
—Existe una profecía, una cuyas líneas Jadis manipuló y manchó para que sus siervos solo conocieran extractos tan pequeños, que solo contuvieran la información necesaria como para crear un ejército y, así, sumir Narnia bajo su reinado.
Así fue como la leona empezó su relato. Procedió entonces a contarle a Áket —a quién Darya dejó de ver como su Segundo, para verlo como un nuevo amigo—, lo que había acontecido durante los primeros años del reinado de Jadis, la forma en la que ella misma se había unido a las tropas, su entrenamiento y las condiciones en las que había vivido, antes de explicarle la verdad detrás de la primera y única Revolución Narniana, y de las estatuas que, lejos de ser ornamentales, eran trofeos de guerra.
Darya sabía de sobras que estaba desmantelando por completo la vida entera del lobo, sus creencias y todo aquello que había considerado correcto, así como ella también lo había vivido.
—N-necesito tiempo para comprenderlo del todo —dijo Áket finalmente, sus orejas caídas hacia atrás y una mueca angustiada en sus facciones—, pero he hecho un juramento y voy a cumplirlo; no diré nada.
—Gracias —asintió Darya—. Ahora debes ayudarme a localizar a los humanos y los castores de los que te he hablado. No deben andar muy lejos, la noche está al caer.
Si Darya era sincera, ella se encontraba demasiado cansada como para rastrear a los tres hermanos y al Señor y la Señora Castor. Lo había notado horas atrás, pero sus fuerzas parecían ir en decadencia con cada minuto que transcurría. Quizá solo necesitaba comer algo. Se aseguraría de cazar algo más tarde para que tanto ella como Áket cenaran. No era sabio correr grandes distancias con el estómago vacío, o sin parar a descansar unos minutos.
La vista del lobo se dirigió a ella.
—¿Se...? —se corrigió—, ¿te encuentras bien?
A pesar de lo que le había contado, de que ahora supiera que era una traidora en cierta forma —pues Darya había omitido la parte de su sueño—, Áket todavía seguía preocupándose por ella, y aunque Darya se encontraba conmovida por ello, no quería confiarse del todo, al fin y al cabo, el lobo simplemente podría estar jugando una baza de la que ella no sabía nada.
—Estoy bien —mintió—. Solo necesito descansar, es todo.
—Podríamos parar durante unos minutos —sugirió el lobo.
—No —negó ella—, debemos continuar antes de que anochezca por completo.
Así pues, la marcha continuó, y aunque Áket era un rastreador nato, fue Darya la que guio al lobo a raíz del último lugar en el que sabía que habían estado los Pevensie y los castores. El viento ululó fríamente antes de que las copas de los árboles a su derecha se movieran de forma repentina; Darya paró en seco y los observó de cerca. Jamás en todos aquellos siglos había visto semejante movimiento por parte de los grandes gigantes de raíces y hojas. Los árboles habían dejado de moverse hacía mucho, recordaba, y la última vez que había visto uno, su desenlace había sido la muerte.
El viento rugió nuevamente, e imitando su acción anterior, los árboles se movieron. Pero entonces Darya comprendió que, lejos de moverse, se sacudían. De sus más altas ramas caían cúmulos de blanca nieve que, para sorpresa de los dos animales presentes, se deshacía en goteras alarmantemente grandes.
—La nieve... —balbuceó Áket, dando un traspiés hacia atrás—. La nieve se descongela, ¿cómo es posible?
—Los poderes de la Bruja menguan —se limitó a decir Darya, todavía con su vista posada en el charco que empezaba a formarse a pies del tronco más cercano—. Debemos darnos prisa —rezó una vez más.
Y mientras se movían entre los claros más cercanos al Erial del Farol y el Dique de los Castores, rumbo al Sureste, Darya pensó. La magia de la Bruja había comenzado a debilitarse en cuento los Pevensie habían llegado a Narnia, pues era aquella magia la que mantenía el invierno eterno, azotando las que antaño habían sido verdes praderas y frondosos bosques en Narnia.
El hechizo empezaba a quebrarse.
Debrahk maldijo por millonésima vez, mientras las cuidadosas patas de la Señora Castor untaban algunas hierbas húmedas en la herida que los colmillos de los lobos habían causado. Soltó un siseo bajo y a continuación, un aullido lastimero. La castora le envió una mirada reprochante en respuesta.
—Mantén la compostura —le riñó—. Vas a acabar asustando a los pobres niños con tanto grito. Y a llamar la atención de algunos indeseados, también.
—Perdone —se disculpó el zorro, antes de que las hierbas fueran presionadas contra la herida—. ¡Maldición! Maldita leona...
—¿Leona? —cuestionó ella—. ¿Viste a...? Ya sabes quién.
Con una mirada interrogante por parte de Debrahk, la Señora Castor —cuyo nombre era Caleen—, le señaló a los tres hermanos sentados al otro lado del fuego, que habían optado por dormir unos pocos minutos tras acampar.
—¿No conocen la verdadera naturaleza de la Comandante? —burló Debrahk. Caleen azotó la nieve tras ella con la cola, perdiendo la paciencia.
—¿Debes ser siempre tan desconsiderado en lo que a ella respecta?
—Es una traidora.
—Nos mantiene a salvo —contradijo la castora—, y tú más que nadie deberías saberlo.
Por supuesto que él lo sabía. Debrahk dejó que su cabeza cayera sobre sus patas delanteras, notando cuán húmedas estas estaban a causa de la nieve derretida bajo su calor corporal. Claro que sabía que Darya los mantenía a salvo a todos cuantos podía; él lo había vivido.
Un encuentro fortuito con un viejo lobo casi le había costado la vida, y de no ser por Darya, ahora no podría presumir de ser un mensajero para las tropas del Gran León. Ella lo había salvado, y en consecuencia, el que había perdido la vida había sido el lobo.
Debrahk recordaba el encuentro vívidamente, y cómo Darya, contemplando el cuerpo inerte de su victima a pocos metros, se había relamido los colmillos llenos de sangre. Lo había hecho de una forma tan inquietante, que Debrahk no había podido dejar de obviar para sí la mueca de satisfacción en las felinas facciones de la leona. Poco después, Darya había señalado al lobo con una desdeñosa inclinación de cabeza.
«Él fue el primero en arrebatarme mi vida», había explicado la leona, «era cuestión de tiempo que le pagara de la misma manera». Y aunque Debrahk no había comprendido lo que había acontecido entre lobo y leona, estaba seguro de que no querría, jamás, volver a enfrentarse a Darya si no quería que su destino se uniera al del moribundo lobo.
—Hay muchas cosas de las que no tenemos conocimiento —expresó Caleen, cogiendo un trozo de tela del interior de uno de los fardos que habían llevado consigo—. Somos ignorantes de más de lo que creemos, y muchas de las cosas que conocemos, no las sabemos por completo. Darya es como un enigma, Debrahk. Pero uno benévolo; no pretende causar ningún mal. Pero tampoco debemos insistir demasiado para que hable y nos cuente por qué hace lo que hace. Debe ser ella la que de ese paso, no nos corresponde a nosotros darlo por ella.
El zorro suspiró, a sabiendas de que la Señora Castor tenía razón, una vez más. Volvió a intentar relajarse, antes de que sus orejas captaran un sonido distante. Alarmado, alzó la cabeza, y sin importarle que Caleen todavía siguiera vendándole la herida, se levantó de un salto.
—¿Qué ocurre? —cuestionó el Señor Castor, alarmado por el movimiento. Había reposado junto a los niños, montando guardia en completo silencio, pero atento a la conversación entre su esposa y el zorro.
Debrahk olisqueó el aire y emitió un suave gruñido de advertencia.
—Está aquí.
¡Hola!
El capítulo de hoy ha salido más rápido de borradores de lo que esperaba, y todo debido a que los dos días pasados hubo una lluvia de apoyo hacia la novela que me sorprendió, porque soy consciente de que los lectores han menguado por aquí y que Lágrimas de Marfil ya no llama tanto la atención como solía. En fin, cosas que pasan.
De todas formas, he tenido un subidón y he acabado el capítulo antes de lo previsto. Es corto, lo sé, pero con esta nueva edición quiero tomarme mi tiempo para rellenar los espacios en blanco que dejé en las tramas y construir las que ya estaban establecidas muchísimo más; además de añadir algunas nuevas que, lentamente, se van viendo.
¿Pensáis que Áket ha aceptado tan fácilmente la verdad que le ha contado Darya, o simplemente está fingiendo? ¿Qué pensáis de la conversación entre Debrahk y la Señora Castor? (Aviso desde ya que muchos personajes de Lewis no tienen nombre, así que me estoy tomando mis licencias y atribuyéndoles nombres a personajes que no tienen, sobre todo si son animales, para no estar refiriéndome a ellos únicamente por su especie). Por último, ¿quién acaba de entrar en escena?
Espero que os haya gustado, y prometo que el próximo capítulo tardará mucho menos de lo que ha tardado este en llegar.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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