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Capítulo 3. Mentiras de Invierno y Primavera







     Darya esperó a que la Policía y sus propios lobos volvieran antes de hacer algún movimiento. Sabía demasiado bien que estaba jugando con fuego, y no quería disparar la atención hacia ella al presentarse dondequiera que estuvieran los cánidos junto a los Pevensie y los castores. A pesar de que el Señor y la Señora Castor sabían quién era ella y lo que hacía, les había hecho prometer hacía mucho tiempo que no dirían nada a nadie. Era un secreto que debían guardar hasta que ella estuviera lista; hasta que estuviera convencida de que era el momento indicado para revelar su verdadera identidad.

     En quien no confiaba, no obstante, era en Debrahk. No era la primera vez que su camino y el del zorro se cruzaban. Se habían conocido por primera vez mientras ella iba a reunirse con los castores en su hogar. Debrahk había estado allí antes por pura coincidencia, pues por lo visto, la Señora Castor le había prometido un almuerzo por haberlos ayudado a ella y su marido a cargar leña desde un bosque lejano.

     Cuando se habían visto, Debrahk la había reconocido al instante como la Comandante del Ejército de Jadis. La había reconocido como una enemiga y había planeado luchar contra ella, pero Darya no se había movido mientras él mordía sus patas, mientras arañaba su felino rostro. Al cabo de unos pocos minutos, no obstante, había decidido inmovilizarlo cogiéndolo por el pescuezo, como hacía tan solo unos segundos había hecho. Era increíble la forma natural en la que los animales dejaban de moverse al ser cogidos por aquella precisa zona de sus cuerpos.

     Los castores no habían tardado en acudir fuera de su hogar para ver qué ocurría. Se habían encontrado a la leona albina llena de manchas carmesíes, con la nieve teñida en rojo y las fauces negras del zorro bañadas en sangre por igual. Entonces el Señor Castor les había indicado a ambos que entraran en el dique, y mientras la castora trataba las heridas de la leona, su esposo había hablado largo y tendido con el zorro.

     A pesar de todo, y de que hubieran pasado años, los roces de carácter entre Darya y Debrahk habían persistido. Cualquiera podría pensar que se odiaban, pero habían aprendido a tolerarse por el bien de los de su alrededor, y con el tiempo, Debrahk había prometido guardar el secreto sobre la identidad de Darya.

     Lo único que ella esperaba, era que mantuviera aquella promesa delante de los humanos, o de lo contrario, no le quedaría más opción que ceñirse a su amenaza.

     Los aullidos no se hicieron esperar mucho más. Darya se preparó para el reporte, sentándose sobre la nieve moviendo la cola de un lado a otro pausadamente. Sus orejas se movieron inquietas, atentas a todo sonido, y no pasaron más de cinco minutos antes de que Áket y los lobos de la Guardia llegaran hasta ella.

     —¿Qué noticias portáis? —cuestionó a su Segundo. Áket dejó que su lengua rozara los bordes de su hocico antes de responder.

     —Maugrim atrapó a un zorro justo en la salida del dique —informó—. Paseaba por el lugar, según él. Lo han tomado como un sospechoso. No hay rastro de los humanos.

     Darya asintió manteniendo una expresión impertérrita. Había llevado a Debrahk hacia los humanos y los castores a sabiendas de que podían atraparlo. El zorro era conocido por todos; su naturaleza clamaba ser alguien engañino y sumamente astuto. Debrahk había tenido problemas con la Guardia y la Policía, pero Darya siempre se había encargado de él por sí misma. Algunos lobos pensaban que se debía a algo personal, cuentas que rendir con el zorro que la leona no había saldado. Pero lo cierto y de lo que no tenían conocimiento alguno, era que en realidad, la leona estaba protegiendo al zorro.

     —Muy bien. Entonces no tenemos nada más que hacer aquí. Mañana continuaremos con la búsqueda —dictó, haciéndoles sendas señas a sus lobos para que empezaran la marcha a la Fortaleza de Hielo.

     Áket, no obstante, permaneció en sus sitio sin moverse. Darya le dirigió una leve mirada por encima del hombro antes de echar a andar detrás de sus otros subordinados. El lobo de pelaje perlado la siguió de cerca, cerrando la marcha, y murmurando solo para que la leona pudiera escucharlo, dijo:

     —Comandante, ¿qué os sucede?

     Darya volvió a mirarlo mientras caminaban. Áket se había ganado su confianza con el paso de los años, siglos, incluso. Una de las ventajas que la Bruja aportaba a sus siervos, era el don de la longevidad. Darya nunca lo había obtenido pues ella, por razones que los demás no conseguían determinar, no envejecía de la misma manera que los demás. Ella había estado presente en la Ceremonia del Don, una vez los puestos de los miembros en la Guardia habían sido completos.

     La Ceremonia del Don se llevaba a cabo de uno de los patios de la Fortaleza, también llamada por algunos como la Cumbre Helada. Los miembros recientes de la Guardia eran los que recibían el don, principalmente, junto con los que ocuparan cargos más importantes. La Bruja los reunía entorno a un circulo de hielo, y con su magia —aunque cabe destacar que nadie conocía por completo los orígenes de Jadis—, dibujaba símbolos sobre los pectorales de aquellos que serían bendecidos con el don. Darya nunca había sabido determinar qué era lo que aquellos símbolos hacían; no podía hacer más que especular al respecto. Lo más probable fuera que Jadis les otorgara parte de su propia magia, una porción tan pequeña y minúscula, pero a la vez tan poderosa, que hacía que aquellos que eran bendecidos no envejecieran tan deprisa como los demás. Los miembros de la Guardia o de altos cargos solo eran reemplazados por otros cuando morían, por lo que las Ceremonias del Don solo eran elaboradas en ocasiones excepcionales.

     —Estoy bien, Áket —respondió la leona. El paso del lobo aceleró hasta que se interpuso en el camino de ella.

     —Sé que no —objetó él. Sus orejas se crisparon hacia atrás, mirándola—. Darya, ¿qué está ocurriendo realmente?

     Era increíble la capacidad que Áket había desarrollado para conocerla tan bien. Aún cuando se había unido a la Guardia unos pocos siglos atrás, mucho después de su creación por obra de Darya, Áket había conseguido acercarse hasta ella sin intenciones malignas, o al menos eso le gustaba creer, hasta convertirse en la criatura que más confianza por parte de la Comandante tenía.

     Pero de todas formas, Darya no estaba segura en si podía confiar en él hasta aquel punto, hasta revelarle su verdadero cometido, por lo que llevaba luchando tanto tiempo sin que nadie lo supiera. ¿Sería confiar en Áket de aquella manera el delatarse ante la Bruja? ¿Podría Áket comprender lo que ella hacía y la razón detrás de cada decisión tomada? ¿Sería capaz de abandonar todo lo que creía para seguirla a ciegas, en vista de que se vería inevitablemente envuelto en la traición de Darya?

     —He dicho que estoy bien. —Su voz retumbó en un murmullo calmado e inquietante. Áket se apartó de un salto de su camino, agachando la cabeza y enroscando la cola entre sus patas. Los caninos de Darya brillaron bajo la mortecina luz del sol invernal, amenazantes entre sus felinos labios como una advertencia silenciosa.

     Quizá lo mejor era no confiar en él, dejar que permaneciera en la ignorancia sobre su verdadero cometido. No podía arriesgarse de aquella manera por una mera suposición. Áket la había seguido durante mucho tiempo, pero eso no quería decir que estuviera de su parte.

     Le había jurado lealtad a la Bruja, al fin y al cabo, no a la Comandante.





     Cuando llegaron al castillo, sumidos en un profundo silencio únicamente interrumpido por el sonido de sus respiraciones y bufidos de cansancio ocasionales, la Policía y Maugrim ya se encontraban allí. Darya les dirigió una mirada significativa. Maugrim dio unos pasos adelante, rezumbando por lo bajo.

     —Debrahk estaba allí —ladró—. A las afueras del túnel. Dijo que no había visto a los humanos... no le creo.

     —¿Qué hicisteis con él? —repuso Darya en respuesta. Su semblante era imperturbable—. Sabes que debo encargarme siempre que se trate de él.

     —Oh, por supuesto —burló el lobo—. Por eso dejamos escapar al único sospechoso que teníamos. Por unas cuentas pendientes con él, como siempre. Te complacerá decírselo a Su Majestad, sin duda. La favorita de la Reina pronto dejará de serlo.

     Darya hizo un esfuerzo antinatural por controlar el rio de ira que la azotó. Sus orejas se movieron hacia atrás y su cola azotó su lomo de un lado a otro. Un gruñido bajo salió de sus fauces.

     —Es el último aviso que voy a darte hoy, Maugrim —Sus labios felinos temblaron peligrosamente mientras hablaba, dejando al descubierto sus colmillos—. Otra palabra, otro gesto despectivo, y el que dejará de ser por completo, serás tú.

     Los lobos de la Guardia dejaron escapar aullidos de advertencia en dirección a la Policía. Las riñas entre unos y otros eran más comunes de lo que parecía a simple vista, y todo debido a la enemistad de sus respectivos líderes.

     Maugrim dejó escapar otro bufido antes de retirarse, seguido de sus lobos. Darya los siguió con la mirada antes de que una figura en la entrada al castillo le llamara la atención. Ginarrbrik, el sirviente personal de Jadis, los aguardaba.

     —Su Majestad reside en la sala del trono —soltó el enano, en cuanto Darya y los lobos pasaron por su lado—. Espera noticias sobre los humanos.

     —Las tendrá —aseguró ella.

     «A pesar de que no cuenten lo que aguarda escuchar.»

     La sala del trono permanecía sumida en un silencio capaz de congelar los huesos de quien osara entrar en ella. Darya les dirigió una ultima mirada a sus lobos antes de hacerle un vago gesto con la cabeza, indicándoles que ella se ocuparía de darle el reporte a la Reina. Los integrantes de la Guardia no vacilaron antes de desaparecer por los pasillos, algunos hacia sus aposentos comunes, otros a los patios de entrenamiento. Darya suspiró, su rostro contorsionándose en una máscara indescifrable.

     Hacer aquello se había convertido en una costumbre para ella, un gesto tan común y perfeccionado con el paso de los años que le resultaba incluso natural. A pesar de ello, si había algo capaz de hacer flaquear su impertérrito gesto, era Jadis. Nunca sabía si la Bruja podía ver a través de ella o no; si las mentiras invernales que cubrían sus felinas facciones dejaban entre ver, de alguna forma, la tormenta de verdaderos sentimientos e intenciones que se escondían tras ellas.

     Jadis había optado por cambiarse su atuendo mientras la Guardia y la Policía no estaban. Se había deshecho de su abrigo de piel, y en su lugar, el vestido cual témpano de hielo se deslizaba por su figura dejando desnudos los huesudos pero atractivos hombros. La belleza de la Bruja era sinigual, Darya no podía negar lo innegable. Su cabello negro caía en una cascada sobre su clavícula, cuidadosamente trenzado en un peinado que únicamente podía ser obra de las ayudantes de cámara de Su Majestad, vanidosas arpías y engañinas hadas oscuras.

     A su lado, Ginarrbrik había sido rápido en permanecer de pie con una bandeja de plata en sus manos. En ella habían trozos de carne cruda condimentada y pescado ahumado. Al ver a la leona esperando pacientemente a las puertas de la sala del trono, Jadis elaboró un sutil gesto para que se aproximara.

     —¿Gustas un poco de carne o pescado, quizá? —le preguntó la Bruja en cuanto se hubo acercado lo suficiente. Y aunque el paladar de Darya salivó y sus tripas se enroscaron las unas sobre las otras mostrando cuán impacientes por un bocado estaban, se rehusó a aceptar la propuesta.

     —Gracias por el ofrecimiento, Su Majestad —replicó ella, con voz suave y aterciopelada—. Mucho me temo que debo rechazarlo, sin embargo. Comeré con los lobos en cuanto acabe de notificarle lo que ocurrió en el Dique de los Castores.

     Jadis pareció repentinamente complacida por sus palabras, pues mandó a Ginarrbrik hacia la otra punta de la sala y su cuerpo se estiró hacia delante de manera impaciente.

     —Dime pues, Colmillo de Plata —siseó la Bruja llena de curiosidad—. Sacia mis ansias de conocer lo que ocurrió.

Las orejas de Darya se retiraron hacia atrás levemente al escuchar el título que le había sido otorgado. La Reina jamás había utilizado títulos para referirse a ninguno de sus súbditos o esbirros. Se dirigía a ellos según su raza y entre los más importantes, por su nombre. La incertidumbre se clavó en cada centímetro de su cuerpo, disparada por una ballesta certera e invisible.

     —Perdimos a los humanos —aseveró, directa. Los ojos de Jadis relampaguearon, pero no dijo palabra alguna—. Cuando llegamos al Dique de los Castores habían escapado por un túnel secreto. Decidí que lo mejor era dividirnos en dos grupos, uno interior y otro exterior, con el fin de darles caza y atraparlos justo a tiempo; pero para cuando hubimos llegado al otro extremo del túnel, los humanos ya no estaban. En su lugar, encontramos al zorro Debrahk. —Jadis no fue capaz de verlo, pero Darya tomó una temblorosa inhalación antes de proseguir—. Se ha convertido en nuestro principal sospechoso, pues creemos que los narnianos se mueven entre las sombras en dirección Sureste.

     —Deduzco que irás tras el zorro, ¿me equivoco?

     Darya endureció la mirada.

     —Con el debido respeto, Su Majestad. Me atrevería a insistir en que me dejara ir tras los humanos. Son vuestra prioridad al fin y al cabo, no un mero cánido al que podríais reducir a nada con un simple movimiento de varita.

     Jadis meditó sus palabras por unos segundos, considerándolas. Darya permaneció impasible. Su mente, terriblemente calculadora, provocó en la Bruja una sensación de calma y confianza. Jadis conocía de sobras las capacidades de la Comandante de sus ejércitos. Darya era fiera, pero sabía mantener un temple lleno de quietud y serenidad cuando era necesario, tan frío, que incluso podía compararse al suyo propio, aunque aquello nunca lo diría en voz alta.

     —Has progresado considerablemente con el pasar de las décadas, Darya —elogió Jadis. Pero aunque sus palabras eran sinceras, en su voz pudo detectar un deje de reticencia—. Pero no tolero que hayáis fallado tan estrepitosamente en la única tarea que os encomendé a la Guardia y la Policía. Sabías que debíais atrapar a los humanos pasara lo que pasara, sin importar las circunstancias.

     —Mis más sinceras disculpas, Majestad.

     —Callarás ahora —ordenó la Bruja—. Permitiré que te adelantes al trineo que me llevará a mí tras los humanos. Quiero asegurarme de que son ellos personalmente, y acabar con sus vidas con mis propias manos si es necesario. Pero no irás sola: uno de tus lobos deberá acompañarte, porque a pesar de que sé que eres más que capaz de cazarlos por ti misma, me has fallado, y por ello has perdido parte de mi confianza. De ahora en adelante harás las misiones acompañada y no en solitario, como habías estado haciendo hasta ahora. También se aplicará a tus rondas de patrulla.

     —Sí, Majestad.

     Darya apretó sus fauces inevitablemente. Su misión acababa de complicarse todavía más: había conseguido posarse en el punto de mira de Jadis y que esta misma le ordenara ser acompañada. Aunque una parte de Darya ya sabía a qué lobo escogería, no quería involucrar a nadie en su traición cuando el momento llegara, en especial si se trataba de Áket.

     Por otra parte, aquella era la oportunidad, la excusa perfecta, para abandonar el castillo sin que nadie sospechara de sus verdaderas intenciones. Asintió despacio como para confirmarle a la Bruja que entendía las razones de su supuesta vigilancia sobre ella. Debía actuar lo más calmada y afín a ella como pudiera, al fin y al cabo. Jadis sonrió viperinamente, satisfecha.

     —Ahora, ha llamado mi atención lo que decías del Sureste. ¿Qué podría haber allí? —inquirió la Reina. Darya tensó sus patas sobre la superficie de hielo y dejó que su cola azotara los costados de su lomo con sutileza.

     —Se especula que podrían ser narnianos que buscan formar un ejército —comunicó—. Planeo investigarlo de igual forma, si vos me lo permitís. —Jadis asintió levemente, de acuerdo, y Darya fue capaz de relajar sus músculos un poco más—. Hay quienes piensan que el León podría haber vuelto a sus dominios, Majestad, y que planea luchar para arrebatarle lo que le pertenece. Los Hijos de Adán y las Hijas de Eva se dirigirán hacia allí sin dudarlo.

     —No todos —interrumpió Jadis. Las orejas de Darya se movieron hacia delante, como si verdaderamente estuviera intrigada—. Uno de los Hijos de Adán recurrió a mí hace poco menos de un día. Ahora es nuestro prisionero y lo llevaré conmigo para llegar hasta sus hermanos. Ya conoces lo que dice la profecía, ¿verdad?

     Por unos segundos, las alarmas acalambraron cada parte de la leona, dejándola sin aire. Pero entonces, recordó que la suya no era la única profecía que había en Narnia y de la existencia de la cual, la Bruja no conocía. Recordó el primer día que había visitado el dique de los castores y su rostro se endureció.

     —La llegada de los Hijos de Adán y las Hijas de Eva traerán la paz a Narnia —contestó Darya. Jadis no dijo nada, mas no hicieron falta palabras para que Darya comprendiera lo que la Bruja planeaba hacer.

     Asesinar a los Pevensie.

     Sus muertes serían lo único que evitaría que la profecía se cumpliera, y por consecuente, que el reinado de la Reina viera su fin definitivamente. La llegada de los hermanos había conseguido inquietar a la Bruja, y ahora que sabía que los ejércitos se estaban reuniendo, que Aslan estaba en camino, se sentía completamente amenazada.

     Una guerra se acercaba, de eso estaba segura, y su profecía se cumpliría finalmente.

     —¿Es todo, mi Señora? —preguntó unos segundos más tarde, elaborando una reverencia.

     —Sí. Retírate y emprende la marcha tras los humanos cuanto antes. Lleva a uno de tus subordinados contigo, dejo a cuál a tu elección. —Empezó a trotar hacia la salida, cuando la voz de Jadis volvió a pararla—: Y Darya... sé que no lo harás, no obstante, no me falles.

     —Jamás, mi Señora.

     Y la mentira quedó suspendida en el aire invernal, sin que la falsa Reina supiera que, en realidad, acontecería todo lo contrario.








¡Hola!

Antes de nada, quiero aclarar que este capítulo es de los nuevos nuevos, no una edición de la versión anterior. En parte por eso no encontraréis aquí ningún comentario de los primeros lectores.

Hemos visto más de la relación entre Darya y varios de los personajes. Por una parte, cómo conoció al zorro Debrahk, por otra, la cercanía que existe entre ella y su Segundo al mando, el lobo Áket. Las riñas con Maugrim persisten, y parece que él ya está harto de no poder estar al mando por completo. Por otra parte, las mentiras a Jadis están yendo a más, y se le ha presentado la oportunidad a Darya de reunirse con los Pevensie que se dirigen con los castores al Campamento narniano.

Otra cosa, antes de que alguien salte e intente buscarlo en Google, la Ceremonia del Don es de mi invención y una pequeña explicación a por qué algunos parecen vivir más que otros (cosas de narnianos).

¿Os ha gustado? ¿Qué creéis que sucederá a continuación? ¿Qué pensáis sobre Áket? ¿Y de Darya?

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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