Capítulo 27. Piedras de Hiedra y Sangre | Parte II
Prísyla apenas pudo percatarse del momento en el que aquella extraña reunión terminaba. No había dicho ni una palabra mientras escuchaba al resto hablar; no había tenido por qué hacerlo. No obstante, todos siguieron hablando sobre cuál sería el proceder aquella noche, y cuando los narnianos presentes sintieron la necesidad de saber cuáles eran las entradas al castillo y de cuántas estancias contaba, tanto Prísyla como el Príncipe Caspian entraron en acción.
Habiendo crecido ambos dentro del castillo, detallaron todos los rincones y accesos de la fortaleza telmarina que se les ocurrieron. Así, durante las siguientes horas, retrataron el castillo tan bien como pudieron. Caspian habló de las distintas torres y los cambios de turno de guardia que se llevaban a cabo en cada una de ellas. Prísyla enumeró las distintas puertas y a qué salas conducían, además de los guardias que solían franquearlas y que pocas veces cedían sus turnos a otros.
—Las dos puertas que dan a la linde del bosque son la de las cocinas y la de los establos. Estas últimas están más alejadas de los caminos al pueblo y el puente levadizo. En cambio, las cocinas están situadas más cercas, para que los cocineros puedan llegar a sus casas con facilidad entrada la noche.
—Recuerdo la puerta de los establos —dijo Peter—. Había dos guardias el día que saqué a Darya del castillo. Miraz habrá reforzado las entradas después de eso. No podemos confiar en esas puertas, y tampoco sería prudente fiarse de las otras.
—¿Qué hay de las torres? —preguntó Edmund. En sus ojos había un brillo astuto que a Darya le recordó al zorro Debrahk. Un pinchazo recorrió su pecho—. Caspian ha dicho que los cambios de guardia se producen a media noche. ¿Cuántos tramos de escaleras hay en una de esas torres?
—Hay dos con un nivel medio entre ambos tramos. Las escaleras son de unos treinta escalones cada una, aproximadamente.
—Eso nos deja un margen de diez minutos asumiendo que el guardia que vaya a relevar al otro esté en el tramo medio. Veinte si todavía no ha entrado en la torre —razonó el menor de los muchachos Pevensie—. ¿Hay puertas para esas torres? —Caspian asintió—. Entonces no tenemos nada que perder probando a entrar en las torres desde la azotea. Si consiguiéramos entrar, podría asegurar una de las cuatro torres que rodean el patio interior del que habéis hablado.
—A partir de ahí —siguió Peter, asintiendo—, tendríamos oportunidad de avisar a la comitiva que estuviera esperando en la linde del bosque para llegar hasta el puente levadizo. Pero varios de nosotros deberían estar dentro para poder abrir las puertas y activar el sistema de poleas del puente.
Darya se levantó y ojeó el mapa que Reepicheep había dibujado con ayuda de Caspian y Prísyla.
—Tendrán al Doctor Cornelius en las mazmorras después de todo lo sucedido —dijo—, debemos asegurar el camino hasta ahí también, pero no tenemos forma de saber si está custodiado o no. Un paso en falso supondría ponernos en peligro. El contraataque debe esperar hasta que el Doctor y los planos del puente y las armas estén a salvo, o los arrastraremos con nosotros si algo sale mal. Son nuestra única oportunidad de asegurar el Altozano, y por lo tanto, eso los convierte en prioridades por encima de cualquier ataque, ¿de acuerdo?
Lo último lo dijo mirando a Peter, que se limitó a asentir y apartar la vista de ella. La Heredera frunció el ceño, pero no dijo nada más. Edmund tomó el relevo.
—Necesitamos saber cuántas salidas hay en caso de que algo no vaya según lo previsto, y todavía debemos determinar cómo llegaremos allí sin ser detectados. Tendrán guardias patrullando los lindes del bosque que habéis mencionado, además de los vigías en las torres de vigilancia y afueras del pueblo. —Pensó durante varios minutos antes de alzar la vista hacia Áket—. ¿Qué criaturas con alas hay en el Altozano? De gran tamaño.
—Hay una manada pequeña de grifos, dos pegasos y varios hipogrifos —respondió el lobo automáticamente. Edmund sonrió.
—Entonces ya tenemos cómo llegar al castillo. Primero iré yo y aseguraré la torre más cercana a la línea de árboles y el puente levadizo. Daré una señal y así vosotros, Peter, Susan, Darya y Caspian, podréis bajar también. Una vez vosotros estéis dentro, tendréis que daros prisa para rescatar al Doctor Cornelius antes de que de la señal para que entre el resto de nuestros soldados en el castillo. Aprovecharemos la distracción y que todo el mundo se refugiará en sus casas cuando de la alarma para colarnos en la herrería y robar los planos que necesitamos.
—Parece todo muy simple y fácil —admitió Nerian, animándose a hablar por primera vez—. Pero no conocéis el pueblo y por lo tanto, tardaríais mucho tiempo −que intuyo que no queréis desperdiciar−, en encontrar la herrería, además de otro tanto más en encontrar los planos. Dejadme ir con vosotros y yo os conseguiré los planos en un abrir y cerrar de ojos.
Prísyla lo miró con sorpresa ante sus palabras. Jamás hubiera esperado que Nerian aceptara a trabajar con los Narnianos. Después de todo, ahora que ya no estaba preso en la herrería, había creído que aprovecharía la ocasión para viajar a Archenland y asentarse allí tal y como le había dicho. Pero había estado equivocada. Sintiendo una mezcla de orgullo hacia él y vergüenza hacia sí misma, Prísyla miró a aquella a la que llamaban Reina Protectora.
—También necesitaréis a alguien que conozca bien el castillo, mejor que el príncipe o que yo, que tuvimos varias zonas restringidas dada nuestra edad. Os hemos proporcionado toda la información que hemos podido, pero estoy segura de que existen salidas y pasadizos secretos de los que no tenemos conocimiento —expresó. Tomó una bocanada de aire—. Pero mi hermano sí. Si consiguiera contactar con él antes del ataque que planeáis esta noche, podría advertirle para que os ayude en cuanto pongáis un pie en la fortaleza. Él se encargaría de guiaros hacia el Profesor Cornelius sin problemas y despejaría la zona para asegurarse de que no hubieran guardias cerca.
Darya la miró curiosa. La figura y el cabello de fuego eran inconfundibles, y aquellos ojos aguamarina...
—¿Y quién es vuestro hermano, Telmarina? —preguntó.
—Lord Deverell —dijo, y los Pevensie y Darya intercambiaron una mirada—. Por favor, sé que probablemente no vaya a ser partícipe de esta comitiva, pero me gustaría aportar algo, aunque solo fuera un poco más de ayuda.
—Os llamáis Prísyla, ¿verdad? —volvió a decir Darya. La Telmarina asintió un tanto confundida, y la mayor sonrió—. Tuvimos el placer de conocer a vuestro hermano en distintas ocasiones. Le prometí que no os sucedería nada, y pienso cumplir con ello. No vendréis con nosotros —Los ojos de Prísyla se apagaron—, pero tened por seguro que buscaré a vuestro hermano, le diré que estáis bien, y que deseáis que nos ayude. Y si no puedo recurrir a él con eso, siempre puedo utilizar su nombre para delatarlo a Miraz.
—¡No! —exclamó la joven telmarina. Se había llevado las manos a la boca por inercia—. Por favor, ¡no hagáis eso!
—Tranquila —sonrió Darya—, fue él quién me dio la idea. Nerian —llamó—. Vendrás con nosotros antes de dirigirte al pueblo. Buscaremos a Deverell juntos y después te escabullirás del castillo junto a uno de los grifos, ¿de acuerdo?
—Sí —asintió el susodicho, aunque interiormente no estaba muy convencido de ello.
Habiendo aclarado estos últimos puntos, el silencio invadió la sala, solo perturbado por el suave crepitar de las llamas en la pared tallada. Cualquiera que hubiera paseado la mirada por la catacumba del Altozano en aquellos instantes, hubiera notado dos cosas: los rostros de cansancio de los presentes, la palpitante tensión entre el Sumo Monarca y la Reina Protectora.
Viendo esto y fijándose especialmente en los dos reyes, Áket se levantó y caminó hacia la salida, girándose únicamente para indicarles al resto que abandonaran el lugar.
—Debemos descansar y ultimar qué armas utilizaremos y qué número de soldados precisamos para esta noche. Antes de las últimas luces partiremos hacia el castillo de los Telmarinos, así que volveremos a reunirnos aquí en cuanto el zorzal cante tres veces, antes de que el sol se ponga entrada la tarde.
Cuando todos se hubieron marchado, tan solo Áket y Darya restaron en la catacumba. La muchacha se acercó al lobo en el preciso instante en que la luz la envolvía. Una vez disipada, la evidente diferencia de altura entre uno y otro hizo que Áket retrocediera levemente. Si antaño Darya había sido capaz de superarle por una cabeza, ahora sin duda le sacaba dos, y eso que él mismo había crecido considerablemente.
Verla de aquella forma le trajo recuerdos de sus primeros días como cachorro, y segundos más tarde, las memorias de sus días en la Guardia salieron a la superficie envueltas en añoranza y melancolía. Darya le restregó el rostro con el hocico y Áket sintió que sus músculos se relajaban.
—Sé lo que le pasó a Níhmir —Fue lo primero que dijo ella. Áket volvió a enderezarse y sus ojos tornaron en piedra. Darya sintió la necesidad de explicarse—. No exactamente, por supuesto, pero sé que se sacrificó por mantener el Altozano a salvo. ¿Qué fue de ella, Áket?
El lobo se negó a hablar en un principio. La desaparición de Níhmir había sido inexplicable durante mucho tiempo; él mismo no estaba del todo seguro sobre lo que había sucedido al principio. Todo había sido surrealista, salido de una fábula que rápidamente se había convertido en pesadilla. Recordar hacía que la espina clavada en su corazón se retorciera hacia dentro con más ahínco, y la tragedia de la Ninfa solo acarreaba más presión a aquella herida que nunca sanaría.
—No tengo conocimiento sobre lo que pasó con ella aquél día tan terrible. Sucedió demasiado rápido y no tuve tiempo a actuar —La miró con los ojos abnegados en rabia y pesar—. Jamás hubiera dejado que pasara lo que pasó de haberlo sabido, Darya. Nunca. Mi primer error fue permitir que los Telmarinos atracaran sus barcos en nuestros puertos. Pero Níhmir insistió. Dijo que merecían una oportunidad, y como un estúpido, le di la razón y se la dimos. Oportunidad tras oportunidad, perdonamos sus fallas y con aquello ampliamos nuestro propio margen de error.
—Hiciste lo que pudiste —se limitó a decir Darya—. No puedo quitar esa carga de tus hombros porque el único perdón que podría consolarte es el tuyo propio. No puedes cambiar el pasado, Áket, pero puedes velar por el presente y desear un futuro mejor. Níhmir se sacrificó para que todos nosotros pudiéramos estar donde estamos hoy. Hagamos honor a ese sacrificio y luchemos por lo que amamos como ella lo hizo.
Sus palabras evocaron en el lobo perlado una conversación antigua, casi olvidada hacía siglos atrás. Áket le había dicho algo similar a Níhmir cuando Darya había perecido por el Síndrome de Morfeo. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo similares que habían sido ambas situaciones. La culpa que había sentido Níhmir bien podría haber reflejado la suya propia en aquellos instantes. Quizá Darya no fuera capaz de quitar la carga que acarreaba consigo allá a donde fuera, pero sin duda, la había aliviado sin darse apenas cuenta.
Restregó el hocico contra el cuello de ella, y Darya soltó un profundo ronroneo que retumbó por el pecho del lobo y descongeló un poco más su corazón maltrecho.
La calma que Lord Miraz sentía era perturbadora.
Al menos, así lo creía Deverell. Mirándolo desde el patio interior, tras una columna, Deverell era consciente de que parecía más un espía que uno de los Lores Telmarinos. Sin embargo, la discreción debía ser su aliada después de sus dos últimos encuentros clandestinos. Nadie debía saber o sospechar que se había encontrado con el Doctor Cornelius, y menos aún que había conversado con los dos prisioneros que se habían dado a la fuga unos días atrás. Aquellos acontecimientos bastarían para asignarle a su cabeza una de las picas que le habían sido encargadas al carpintero. Miraz buscaba espías, cómplices y rebeldes entre el pueblo. Lo hacía en secreto y con el sigilo de un cazador experimentado.
Deverell lo sabía porque el mismo Miraz se lo había confiado la noche anterior. De momento, ningún disciplinado había sido cogido, pero si alguno de los soldados que habían montado guardia mientras Deverell había estado con los prisioneros hablaba, entonces Miraz no tardaría en unir los hilos que lo conducirían hasta él.
Y si ocurría, no podría ayudar a su hermana o al Príncipe de ninguna de las maneras, aunque tampoco supiera cómo exactamente.
Lord Miraz parecía despreocupado y en completa calma, lo que ponía en alerta aún más a Deverell. No sabía qué podía esperar del que hubiera sido su amigo. Sabía sus formas y que guardaba más de un as bajo la manga. No podía confiarse y mucho menos subestimar su inteligencia. Miraz era a menudo como un zorro, silencioso y astuto hasta la médula.
Observó la sonrisa ladina que cubría sus labios mirando a su primogénito, aquél con el que Lady Prunaprísmia había sido bendecida al fin. Aquel que marcaría el ascenso de Miraz al trono y la caída del Príncipe Caspian de una vez por todas. Los Lores también lo creían así, aunque muchos se negaban todavía a creer las cosas que Miraz les había contado. No obstante, los múltiples ataques a la construcción del puente de Beruna no habían sino reforzado las palabras de Miraz: Caspian no era una víctima, sino un instigador que no se daría por vencido hasta reclamar lo que era suyo.
Deverell no creía tales palabras, aunque sí esperaba que el Príncipe encontrara ayuda en los narnianos que también buscaban recuperar sus tierras. Recordó a la leona tras los barrotes de la jaula, su majestuosidad y las cosas que había dicho y prometido. Con aquello en mente, puso rumbo a sus estancias, donde pasaría el resto del día hasta que le tocara montar guardia en Beruna aquella tarde.
Al llegar, Deverell no tuvo tiempo de cerrar la puerta antes de que un gran cuervo se internara en sus habitaciones con un croar estridente.
—¡Pajarraco, no! —gritó intentando espantarlo.
—¡No me llame pajarraco, señor! —respondió el cuervo, ofendido.
Deverell se quedó de piedra y miró al pájaro, que se había posado encima de uno de los divanes de la sala de estar. En un rápido movimiento cerró la puerta y puso el pestillo de madera que la atrancaba. Se giró de nuevo hacia el narniano y se acercó con paso inestable.
—Eres narniano —afirmó, y el cuervo lo miró ofendido.
—¡Por supuesto que lo soy! Me llaman Alas Negras.
El telmarino lo miró de hito a hito. No era la primera vez que escuchaba a un animal hablar, pero la huella de impresión que tal hecho podía dejar en él seguía siendo inmensa. ¡Animales que hablaban y criaturas de fábula que existían realmente! Se preguntaba qué sería lo siguiente. ¿Vería al león al que todas las historias rezaban como a un Dios?
—¿Hay alguna razón por la que estés aquí? —se limitó a preguntar en su lugar. Divagaciones como aquellas no lo llevarían a ninguna parte, y en vista de que Alas Negras no dejaba de mover las plumas con nerviosismo, el tiempo apremiaba para ambos.
El cuervo se sobresaltó levemente y levantó una de las zarpas. Tenía un pequeño pergamino atado con una cinta roja.
—¡Porto un mensaje para vos!
—¿Y cómo sabes que soy aquél al que buscas?
Alas Negras se lanzó a picotear levemente la empuñadura tallada de oso en la espada de Deverell. Este lo apartó con un gesto de la mano y frunció el ceño. El pájaro pareció satisfecho y volvió a enderezarse.
—La muchacha de los cabellos de fuego me dijo que buscara esa espada. Y dijo que el hombre que la llevaba tendría el rostro compungido por la molestia. Parecéis ser vos.
El corazón del telmarino brincó de alivio en su pecho. ¡Prísyla estaba viva! Un escalofrío lo recorrió al recordar la promesa que le había hecho hacer a la leona en la jaula. No sabía si era obra suya, pero estaba agradecido con ella por haber mantenido su palabra. Mientras no le pasara nada a su hermana pequeña, todo estaría bien.
Agradeció al cuervo y le quitó el mensaje de la pata. A continuación se acercó a la ventana que daba al exterior del castillo y dejó que se marchara volando de nuevo. Alas Negras se perdió de vista y segundos más tarde se convirtió en una mota de carbón en el cielo claro. Deverell cerró la ventana y desenrolló el pergamino.
Querido hermano,
Estoy a salvo junto a los narnianos. Esta noche planean un ataque al castillo. El Príncipe irá junto a aquellos a los que llaman Reyes de Narnia, dos muchachos y dos muchachas. Dos de ellos dicen haberte conocido. Necesito que los ayudes a moverse por el castillo y te asegures de que los guardias no les cierren el paso. Estoy bien, y Nerian está junto a mí de igual forma.
Ten sumo cuidado con Lord Miraz, los demás Lores y el General Gozelle. De verte esta noche en una situación que comprometa tu seguridad, huye con aquellos narnianos que vayan al castillo. Confía en la Reina Protectora.
Por favor, hermano, ten cuidado. Te lo suplico.
Todo mi amor,
Lady Prísyla, tu pequeña osezna.
Deverell acarició la cabeza de oso tallada en su espada.
Los telmarinos sabían dónde se hallaban. Uno de los vigías en la colina del Altozano había visto a varios soldados tras los árboles al otro lado del campo. Habían escapado sin dar tiempo a dar la alarma, pero el fauno que los había visto no había perdido el tiempo.
Se lo comunicó al Guardián antes de que la puesta de sol cayera, y este volvió a reunirlos a todos en la galería de Aslan tan pronto como las noticias hubieron llegado a él. También se reunieron allí los Tres Osos Barrigudos, el centauro Aérilus y los líderes de los enanos, los faunos, los felinos, los roedores y las criaturas aladas. La Reina Protectora mostraba su forma animal, para sorpresa de muchos, y después de la conmoción inicial tras verla así, volvieron a repasar el plan que habían trazado horas antes para que los nuevos oyentes lo aprendieran y aportaran nuevas ideas y opciones.
Áket, al lado de Zaahira, explicó el avistamiento del soldado telmarino e hizo gran hincapié en que debían actuar. Así lo creyó también Peter, muy al pesar de Darya, quien dijo lo siguiente:
—Solo es cuestión de tiempo. Su ejército y sus máquinas de guerra están en camino. Por muy improbable que fuera en otros intentos —le dirigió una mirada a Caspian—, debemos intentar tomar el castillo.
Darya frunció el ceño.
—Ese no es el plan, Peter —protestó—. El plan son recuperar al Doctor Cornelius y los planos del puente. No estamos en condiciones de tomar ningún castillo, y no voy a permitir que conduzcas a mi pueblo a una trampa para ratones. Aquí estarán todos más seguros.
—Darya, esto no es una fortaleza. Es una tumba —insistió el Pevensie—. No pueden quedarse aquí indefinidamente.
—¡Pero no están en condiciones de luchar! —rugió ella—. ¡Muchos aquí tienen a sus familias enteras en estas galerías! Puede que sea una tumba, pero también es un refugio, el último vestigio de esperanza que les queda. Si quieres atacar el castillo, de acuerdo. Pero no voy a dejar que lo tomes. Y si lo hicieras, ¿qué crees que pasaría? Miraz no está solo en este juego.
—Eso es cierto —intervino Caspian—. Mi tío cuenta con el apoyo de muchos más Lores que controlan distintos puntos de poder. Si él se lo pide, le darán sus ejércitos. Nos superarían en número y no podríamos hacer nada para igualarlo —Miró a Darya—. Pero aquí, en este terreno, tenemos más oportunidades. Un campo abierto es mejor que cuatro paredes de piedra y un puente levadizo.
—¿No habéis escuchado a la Reina Protectora? —inquirió Zaahira coceando el suelo—. Esto es un refugio y un lugar sagrado.
—No habrá derramamiento de sangre en estos suelos —determinó Darya, que por primera vez, miró al Príncipe con ojos sombríos. Peter la miró brevemente antes de centrarse en Aérilus.
—Si consigo que entréis, ¿podréis encargaros de los guardias?
—O moriremos, Majestad —respondió el centauro.
—Eso es lo que temo.
Nadie esperó que Lucy hablara, pero cuando lo hizo, todos escucharon. Había algo en su inocencia y la forma en la que veía el mundo que captaban la atención al instante. Por ello, cuando hablaba, lo quisieran los demás o no, escuchaban cada palabra que saliera de su boca. La Reina Lucy no había sido bautizada como La Valiente simplemente por su coraje en la batalla, sino porque muchas veces, cuando ya todo se daba por perdido, era ella quien se alzaba y mantenía la llama de la esperanza viva.
En aquella ocasión, se atrevió a decir lo que muchos pensaban pero se verían obligados a callar.
—Todos decís que solo hay dos opciones —continuó—: morir aquí o morir allí.
—No has escuchado nada —se jactó Peter. El pelaje en el lomo de Darya se erizó al escucharlo.
—¡No! Eres tú el que no escucha —se lamentó la pequeña—. ¿Has olvidado quién nos ayudó contra la Bruja Blanca, Peter? ¿Quién salvó la batalla en el momento indicado?
Peter desvió la mirada.
—Ya hemos esperado a Aslan lo suficiente.
—Creo que nunca tuviste en mente esperarlo de verdad —murmuró la niña.
Mientras ella decía eso, Peter salió de la galería sin mediar más palabra. Darya miró a Lucy y le pasó la cabeza por la mano a modo de caricia. Sin más, siguió los pasos del rubio y dejó la sala atrás. Lo encontró cerca de los murales pintados, al principio del angosto pasillo hasta la galería de Aslan.
—Peter —llamó.
El joven se giró justo en el instante en el que ella se alzaba sobre sus patas traseras y lo apresaba contra la pared por los hombros. El joven hombre parpadeó, sorprendido.
—¿Qué estás haciendo, Darya?
Pero ella ignoró su pregunta y le mostró los colmillos desafiante.
—¿Quién eres? —cuestionó. Peter frunció el ceño, confundido.
—Ya sabes quién soy, Darya.
—¿Lo sé realmente? ¿O sé que eres el Sumo Monarca Peter, el Magnífico? Porque creo que esa es la única certeza que poseo ahora.
—No te comprendo, Darya.
Ella soltó una risa amarga.
—¿Cómo ibas a hacerlo? Desde que encontramos a Caspian en el bosque solo te has preocupado de una opinión y un criterio: los tuyos. Desde que llegamos aquí te has comportado como un líder no mucho mejor que Miraz. ¿En qué te convierte eso?
—No me compares con él —gruñó Peter—. Yo no mantengo rehenes o torturo a los demás. —La apartó y Darya volvió a caer sobre sus cuatro patas. A pesar de ello, la diferencia de altura entre ambos no era demasiada—. ¿Sabes qué? Quizá deberías quedarte aquí, Darya.
—¿Y conseguir qué, precisamente? —La joven soltó una respiración acelerada—. ¿Que muera de preocupación mientras tú, tus hermanos y la mitad de los míos se internan en una misión suicida? ¿Qué pretendes, Peter? ¿Cómo se te ocurre siquiera sugerirlo? No descansaré hasta que el último de los narnianos esté fuera de peligro.
—No voy a prohibirte que te quedes —intentó razonar el muchacho.
—Tampoco posees el poder o la potestad para hacerlo —zanjó ella—. Lucy tiene razón, Peter. No escuchas más que tu propia voz. Un rey escucha a los demás y sus peticiones. Actúa teniendo en cuenta lo que dice el resto y sigue un criterio. Pero has cambiado. No sé cuándo o por qué, pero parece que más que liberar a Narnia y derrotar a Miraz, intentas probar algo, Peter. Te tiene completamente cegado, y por ello soy incapaz de reconocerte.
Como mil dagas que le atravesaron el corazón. Así sintió Peter las afirmaciones de Darya, tan crudas y ciertas que apartó la mirada de ella para que no viera que los ojos se le habían aguado levemente. Ella no dijo nada más y dio media vuelta, de nuevo a la galería de Aslan. Peter la siguió con la mirada con un nudo en la garganta, manos invisibles que ejercían presión en su tráquea y amenazaban con ahogarlo allí mismo.
En media hora subiré la parte final del capítulo 27. Agarráos porque vienen curvas.
¡Votad y comentad!
—Keyra Shadow.
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