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Capítulo 27. Piedras de Hiedra y Sangre | Parte I






    Cuando el Guardián de Morfeo le había dicho que debía quedarse en Altozano, la primera reacción de Lady Prísyla había sido simple y llana: molestarse. ¿Cómo, después de todo, podrían haber decidido dejarla atrás? ¿Es que acaso no formaba ella parte de la comitiva que debía encontrar a aquella Reina perdida? ¿Por qué solo habían decidido llevarse al Príncipe consigo? ¿Por qué no ella? Su vida también estaba en juego. Solo era natural que ella también lo hubiera acompañado. Pero entonces, aquella criatura mitad caballo‒ no, la centauro, le había explicado el motivo por el cual la habían dejado atrás.

    » El Guardián necesita un seguro de que el Príncipe no intentará escapar —había explicado. «Retenerte en el Altozano es la forma más segura de asegurarse de que mantenéis vuestra palabra».

    La centauro, a la que Prísyla empezaba a acostumbrarse lentamente, había resultado ser una compañía notablemente menos austera que el resto de narnianos. Quizá fuera porque había sido ella quien la había encontrado en el bosque, o el hecho de que llevaran conviviendo —o lo más parecido a ello—, durante varios días. Fuera como fuere, desde que la partida para encontrar a aquella Reina y a Nerian había salido, Zaahira y Prísyla habían decidido quedarse en una de las galerías adyacentes a la principal. A ellas, durante unos minutos, se les había unido una pequeña manada de pequeños centauros. Zaahira se había referido a ellos como «potrillos», y Prísyla no pudo evitar cuestionarse hasta qué punto los narnianos que eran parte animal, se diferenciaban de estos mismos.

    Sin embargo, la telmarina tampoco podía decir que se sintiera cómoda. Zaahira había demostrado ser más tranquila que el Guardián, pero Prísyla era incapaz de olvidar la forma en la que había actuado la primera vez que se vieran. La había noqueado, ni más ni menos, y la había tomado como prisionera cuando ella no había hecho nada para merecerlo. Por supuesto, los telmarinos tampoco estaban absentos de culpa; Lord Miraz había capturado a la Reina de los Narnianos. Era natural que estos tomaran represalias al respecto.

    En aquella galería, mientras Zaahira conversaba con los potrillos, Prísyla se conformó con escucharlos en silencio. De vez en cuando, meditaba para sí qué sucedería cuando todos estuvieran reunidos. Era ya claro que tanto ella como el príncipe lucharían al lado del bando narniano, y aquello los declararía enemigos de Telmar definitivamente; enemigos a sus orígenes. ¿Pero qué sucedería con su hermano?

    Deverell seguía siendo uno de los hombres más cercanos a Miraz junto a Lord Gozelle. Era probable que fuera el que más peligro corriera mientras estuviera en el castillo. Había sido él quién le había confesado a Prísyla sus sospechas sobre la traición de Miraz y sus futuros planes para el reino. La joven doncella sabía que su hermano no se mantendría de brazos cruzados. Deverell era sensato y tranquilo, pero era incapaz de morderse la lengua ante las injusticias. De haberle dado la oportunidad, Deverell hubiera luchado junto a los narnianos. Que Prísyla no hubiera recibido noticia de él, ni siquiera un mero comentario de parte de los narnianos que vigilaban las fronteras con los telmarinos, le preocupaba. ¿Significaba pues que su hermano podría estar muerto? No quería ni pensar en ello, pero su mente era traicionera e incansable. Mientras Zaahira seguía hablando con los potrillos, Prísyla se encontró a si misma hundiéndose todavía más en las profundas lagunas negras de sus pensamientos.

    Desde la otra punta de la galería, Zaahira observaba a la telmarina de vez en cuando, escuchando distraídamente a una potrilla. Podía ver con claridad la batalla campal que se estaba llevando a cabo en la cabeza de la humana. La centauro no supo determinar qué la causaba, pero cada vez que volvía la vista hacia ella, la telmarina parecía más hundida en su miseria. Una parte de ella se sentía responsable por ello. La habían arrancado de su hogar y forzado a adaptarse a una nueva forma de vida —si es que podía considerarse aquello. 

    Zaahira era plenamente consciente de que habían raptado a una muchacha inocente que poco tenía que ver con la desaparición de la Reina Protectora. Lady Prísyla había sido un peón perjudicado en un juego de ajedrez mucho más grande y complejo. Soltó un suspiro. La culpa la carcomía por dentro, pero tampoco tenía idea alguna de cómo abordar el tema y disculparse. Sabía que esto último era precisado con urgencia, pero no dejaban de ser una narniana y una telmarina; eran enemigas naturales, o así lo había querido el destino. Aunque por poco tiempo. En su corazón, albergaba la esperanza de que tanto el príncipe como la muchacha los ayudaran realmente, de que sus palabras no fueran vanas.

    Una parte de sí, pequeñísima y anclada a una parte recóndita de su alma, se estremeció con repugnancia. Esperar cosas de los demás era algo que Zaahira hacía a menudo. Esperar más de la cuenta y dejarse llevar por la esperanza, algo que sabía hacer casi por instinto. Ninguna de las veces en que aquello había sucedido, las cosas habían terminado bien. Había sido rechazada por los suyos durante muchos años de su vida, hasta que el Guardián había llegado y la adoptara bajo su ala protectora. Rechazada continuamente, al convertirse en la protegida del Guardián del Morfeo, Zaahira había pasado de ser una paria a una más, a la más importante, incluso. Y ella lo había odiado tantísimo..., había sido injusto, cómo el interés había movido las masas hasta aceptarla solo por tener el respaldo de alguien importante, de poder tras ella. Con el tiempo, había aprendido a no esperar tanto de los demás, pero aquellos dos telmarinos estaban penetrando lentamente la cúpula que la envolvía; el cristal no resistiría por mucho más tiempo.

    Zaahira dirigió su vista hacia la telmarina.

    —Lamento mucho cómo ha sucedido todo —dijo—, y espero que tanto vos como el Príncipe podáis hallar en vuestros corazones el perdón para nuestros actos. La guerra conlleva dolor, y el dolor lleva a la desesperación. Muchas veces se comenten actos atroces por ello. Lo que os hemos hecho a vos y el Príncipe es prueba de ello.

    Prísyla no dijo nada, y la centauro lo tomó como un indicativo de que la escuchaba, así que continuó:

    » Os arrancamos de la cuna en la que nacisteis. Os atacamos e instigamos a participar en nuestra causa, tomándoos como rehenes a los que poder sonsacar información y utilizar para nuestro propio beneficio. Es cierto. —Zaahira se dejó caer en el suelo, cruzando las patas bajo su cuerpo equino. Prísyla continuó sin mirarla—. Pero entonces el Guardián vio esperanza en el Príncipe Caspian. También en vos. Cuando contasteis qué había sucedido dentro del castillo, él entendió que el verdadero villano era Miraz. Yo también lo vi, pero mucho más tarde de lo que hubiera deseado. Me arrepiento profusamente de ello.

    —La guerra convierte en monstruos a aquellos más desesperados —murmuró Prísyla, mirándola al fin—. Eso es lo que le ha sucedido a Lord Miraz. Y por unos instantes, también a vosotros. Pero lo comprendo —admitió—. Comprendo cómo actuasteis y por qué. Os quitaron un símbolo de vuestra libertad, a una de vuestros monarcas. Os arrebataron vuestras tierras y vuestros hogares. Os despojaron de todo valor y derecho de nacimiento. Narnia era vuestra y nunca debería haber dejado de serlo.

    Decir todo aquello en voz alta hizo que Prísyla también callara el miedo que había sentido. No lo dijo, porque consideró que tampoco era necesario. Zaahira había sido su sombra durante aquellos días; ella ya sabía el miedo que había sentido. El terror de verse separada de su hermano, de su hogar.

    Pero no dejaba de ser el mismo miedo que los propios narnianos habían sentido y seguían sintiendo, y por ello Prísyla entendía todo lo que habían hecho.

    Zaahira le dirigió una leve sonrisa, y Prísyla correspondió. Los ojos de ambas, brillantes por lágrimas no derramadas, se iluminaron. Parecían un poco menos culpables, menos tristes. Sin palabras que pudieran expresar el momento con claridad, entre ambas se establecieron los cimientos de una nueva camaradería y, si el destino así lo quería, de una nueva amistad.

    De un instante a otro, se escucharon gritos y chillidos provenientes de la entrada a las catacumbas. Zaahira y Prísyla se miraron alarmadas, levantándose de un salto. Justo antes de que pudieran cruzar el umbral de su galería, una bandada de pájaros afrodisíacos inundó las cavernas con el sonido de sus aleteos y sus cantos eufóricos. Surcaron el umbral, dirigiéndose hacia las demás galerías, riendo y sollozando entre gritos de gloria.

    Prísyla no pudo entender qué decían, pero Zaahira sí.

    La Reina Protectora ha vuelto.



    La luz de las antorchas iluminó el rostro maravillado de Darya. Sus ojos centelleaban con el brillo de lágrimas todavía no derramadas. A su alrededor se habían congregado los herreros narnianos que fabricaban, pulían, afilaban y clasificaban diversas armas. Entre ellos también se habían congregado varias criaturas más, de todo tipo de colores y tamaños. Una risa incrédula escapó de los labios de Darya. Su pueblo seguía con vida y dispuesto a luchar una vez más.

    —¡Vivan los Reyes de Narnia! —gritó un enano de improvisto. A él se le unieron varias voces más.

    —¡Viva la Reina Protectora!

    —¡Viva el Guardián de Morfeo!

    —¡Viva, viva, viva!

    El coro de voces recorrió las paredes de la caverna principal y una bandada de aves espectaculares resurgió de las profundidades del Altozano. Tras ella, una nueva oleada de narnianos se unió a sus congéneres y sus Reyes. Entre ellos, dos figuras emergieron, sobresaltando entre las demás. Una centauro albina, con el cabello y la cola trenzadas y un peto militar, y una doncella de cabellos de fuego y ojos verde mar.

    Darya sonrió, reconociendo a Lady Prísyla y girándose para mirar a Nerian, pero él ya se había movido.

    En un par de pasos, Nerian estuvo a la altura de Prísyla y la apresó en sus brazos antes de que esta tuviera tiempo a reaccionar.

    —Nerian —sollozó Prísyla, todavía sin poder creerlo.

    —Estoy aquí, Pry —susurró él, hundiendo el rostro en los rizos de ella—. Estoy aquí y no voy a dejarte.

    Darya y Áket escucharon el intercambio, mirándose el uno al otro con sendas sonrisas de complicidad. Ellos tampoco pensaban dejar al otro. Habían sido separados una vez, pero aquella también sería la última. Los dedos de Darya rozaron el pelaje del gran lobo y Áket arrulló cariñosamente.

    —Hay alguien a quien deseo que conozcas —le comunicó a Darya en tono suave. Ella asintió, todavía sonriendo—. ¿Zaahira?

     La centauro que Darya había visto entrar junto a Prísyla se removió indecisa. La Heredera dio unos pasos hacia ella, y la llamada Zaahira se arrodilló ante ella al instante.

    —No hace falta que hagas eso, pequeña —concedió la joven inclinándose para tomar una de sus manos y alzarla.

    Zaahira se dejó hacer, mientras Áket se acercaba a ambas.

    —Es un grandísimo honor conocerla por fin, Su Majestad —pronunció la centauro. Áket hinchó el pecho con orgullo—. Siempre supimos que regresaríais junto a nosotros.

    —Y siempre lo haré —respondió Darya, enternecida.

    —Esta es Zaahira —presentó Áket—. Es mi protegida y segunda al mando.

    —Es un placer, Zaahira —dijo la Heredera.

    La centauro sonrió, dirigiendo su mirada al Guardián.

    —El Guardián cuidó de mí cuando nadie más lo hizo. Le debo mi vida por ello, y mi eterna gratitud y lealtad. Así como él os la debe a vos, yo también. Sin vos, él no estaría aquí. Y sin él, yo tampoco lo estaría.

    Darya miró a Áket con el rostro compungido por la sorpresa y el peso de las palabras de Zaahira. Una lágrima cayó por su mejilla. Áket había hecho con Zaahira lo mismo que ella había hecho con él, hacía tantísimos años atrás.

    A pesar de que Darya no era su madre materna, una sonrisa resplandeciente cubrió su rostro.

    —Estoy muy orgullosa de ti —le dijo a Áket. Miró después a Zaahira y añadió—: De los dos. Bienvenida a la familia, Zaahira.

    La felicidad estalló en el pecho de la centauro y correspondió la sonrisa de la Reina.

    Áket se giró para mirarlos a todos.

    —Los Reyes deben estar agotados después de tanto tiempo bajo un cielo hostil, pero deben conocer nuestra sede mientras se les prepara unas recámaras para su estadía.

    —De hecho, Áket —interrumpió Peter—, nos gustaría quedarnos aquí un tiempo más. El Príncipe Caspian, mis hermanos y yo desearíamos saber cuál es el estado actual del armamento del que disponemos.

    —Por supuesto, Su Majestad.

    Reepicheep, que residía no muy lejos de donde se encontraban Darya, Áket y Zaahira, pegó un brinco hasta ellos y se posicionó delante del Guardián.

    —Mi buen Señor, ¿me concedería el privilegio de enseñarle a la Reina Protectora nuestra guardia?

    Áket sonrió.

    —Adelante, compañero.

    —¡Majestad! —exclamó el ratón sin poder contener su emoción. Rápidamente se aclaró la garganta y enderezó—. Si gustáis seguirme...

    Darya asintió y se despidió brevemente de todos, pues el Altozano contaba con diversas galerías y túneles que Reepicheep estaba empeñado en enseñarle por completo. La muchacha miró a Peter una última vez, su mirada cruzándose con la de él, antes de que Reepicheep la condujera por el túnel principal.

    —Mi Señora, ¿querría que le explicara cómo se originó el Altozano?

    Darya asintió.

    —Me encantaría, Reepicheep.

    —¡Espléndido! Pues... ¿por dónde debería empezar? Bueno, cómo sabrá, Su Majestad, el Guardián de Morfeo y la Ninfa Níhmir fueron los únicos que restaron cuando Sus Majestades desaparecieron. Esto me lo contó mi madre cuando solo era un ratoncillo, y a ella su padre, y así generación tras generación. El Guardián y la Ninfa pronto tornaron en referentes para los narnianos: los únicos líderes que conoceríamos, y la única conexión con la Antigua Narnia y la Edad de Oro que había quedado ya atrás, aunque añorada.

    » Tal fue así que un día se formó un gran consejo con los líderes de las distintas razas de Narnia, los cuales a su vez les rezaban lealtad y pleitesía al Guardián y la Ninfa. El temor se extendió como el veneno por la sangre entre los presentes cuando los Búhos dijeron qué habían visto: más allá de las olas crespadas de Cair Paravel, navíos desconocidos se hallaban ya próximos a las costas de Narnia. Al principio, algunos creyeron que se trataba de los Reyes, que regresaban junto al lado de la Reina Protectora, vos, para despertaros y seguir su reinado. Pero no lo fueron, y vos no despertasteis.

    » Los primeros Telmarinos habían llegado a Narnia. En una primera instancia, el Guardián y la Ninfa intentaron entablar una amistad con los recién llegados, pero los Telmarinos no sentían ningún tipo de aprecio por bestias parlantes y criaturas de ensueño, así que les ofrecieron una propuesta: sus barcos por las tierras narnianas, con la promesa de que no les darían caza si dejaban su hogar y cedían las tierras en las que habían nacido. El Guardián entró en cólera por la osadía de los recién llegados, pero ninguna ira fue comparable a aquella de la Ninfa Níhmir, la Redimida.

    —¿Dónde está Níhmir, Reep? —cuestionó Darya. El ratón tan solo le dedicó una mirada larga y desolada antes de continuar con su historia.

    —Por aquel entonces, la construcción del Altozano ya era avanzada, pero apenas habían cinco cavernas en total además de la principal. Se había aprovechado que el Río Torrente había dejado tras de sí una garganta para construirlo. Todavía quedaba un arduo trabajo por delante. Años pasarían antes de que estuviera casi finalizado, y cuando sucedió, fue como si el destino hubiera querido que el Altozano estuviera acabado justo a tiempo para la guerra. Los narnianos nos habíamos vuelto más pacíficos y las únicas armas con las que contábamos eran herramientas de jardinería y construcción. Las espadas, los escudos, las lanzas y los arcos habían quedado olvidados. Eran un recordatorio de una era oscura sumida en el hielo y la tormenta.

    » El Altozano, que se había erguido como un símbolo de devota fe en el Gran Aslan y Sus Majestades, sirvió como refugio de aquellos narnianos que decidieron no oponer resistencia a las tropas telmarinas que lo asediaron. Se dice que durante siete días y siete noches, telmarinos y narnianos lucharon los unos contra los otros incansablemente. Cada amanecer y anochecer era un recordatorio de aquellos que habían caído en batalla. Los números telmarinos seguían siendo estables, mientras que los narnianos mermaban más a cada día que pasaba.

    » Entonces sucedió: a la séptima noche, cuando ya el amanecer se alzaba entre las montañas, los narnianos se retiraron al interior del Altozano por orden del Guardián, pero uno restó fuera cuando la roca que cerraba la entrada cortó toda luz del exterior. El Guardián hizo un recuento, y ante el horror de lo que había sucedido, se debatió consigo mismo sobre qué hacer. ¿Debía abrir la entrada al Altozano y arriesgarse a que los Telmarinos acabaran con toda vida narniana en su interior?

    —¿O...? —preguntó Darya, temiendo la respuesta. Reepicheep miró al frente.

    —Quién restó al otro lado de la roca, fue la Ninfa. La respuesta al debate interno del Guardián llegó en forma de susurro, uno portado por el viento. Níhmir había tomado su decisión. Estaba dispuesta a sacrificarse por su hogar, por sus congéneres, su amigo y su Reina. Los telmarinos arremetieron y se dice que el silencio reinó en todo el Altozano, a la espera de escuchar el grito de agonía final de la Ninfa. Pero no llegó. En su lugar, un rugido resonó por todo el valle y los gritos que se escucharon fueron los de los Telmarinos, clamando la retirada. Los narnianos habían ganado, ¿pero a qué precio?

    » Todos aguardaron hasta que la noche cayó sobre el valle para retirar la piedra y salir al exterior. El valle había sufrido los estragos de la batalla. Había cuerpos caídos, unos descubiertos, otros ya de rostro oculto. Pero no había ni rastro de la Ninfa por ninguna parte. No encontraron su cuerpo, ni una huella o rastro. Simplemente había desaparecido. Los Telmarinos no volvieron a adentrarse en los bosques y cruzaron el río para asentarse más allá, al norte.

    —Y así hasta ahora —aventuró Darya. Reepicheep asintió—. ¿Pero qué sucedió con Níhmir? No pudo haber desaparecido así como así. Debió ocurrirle algo.

    —No hay forma de saberlo, Majestad. Algunos cuentan que el Gran Aslan se llevó su alma consigo para resguardarla en su País. Otros dicen que los telmarinos la tomaron y la torturaron hasta la muerte, que mantienen sus huesos como trofeo de conquista.

    Darya arrugó la nariz ante la última parte, pero no dijo nada. No era posible que Níhmir hubiera sido capturada y torturada hasta morir, de lo contrario, ella lo habría visto. No había habido guardias conversando sobre los huesos de una narniana en el interior de la fortaleza de Miraz. Y aun así, lo único que había sabido sobre la historia de los Telmarinos, era lo que el profesor Cornelius le había explicado. Si él estaba tan versado en la historia telmarina, ¿por qué había dejado olvidada aquella parte tan crucial para ella y su pueblo? ¿Había intentado no provocar su ira y su rencor por temor a que, si lo hacía, se negara a encontrar al Príncipe?

    Darya sacudió la cabeza para alejar los pensamientos y las preguntas ponzoñosas. Cuando el profesor estuviera a salvo —porque sabía que Caspian no sería capaz de dejar a su tutor en manos de su tío—, le haría las preguntas pertinentes. Por ahora, debía mantener una mente fría. O todo lo cercano a una que pudiera tener.

    Reepicheep la condujo a través de las diversas cavernas y galerías aportando algún que otro comentario para hacer más ameno el silencio que se había establecido entre ambos. Darya se sintió culpable, pues en parte había sido ella quien se había quedado callada y creado la incomodidad. Para compensarlo, le preguntó al caballero ratón por su familia y sus pasatiempos. Aquello pareció animar de nuevo a Reepicheep, que relató con gusto aquellas cosas mientras seguía señalando lugares.

    Muchas de las galerías que visitaron estaban provistas de camastros de paja y heno con mantas. Otras resguardaban en su interior a ancianas y ancianos que tejían, cosían y remendaban mantas y telas varias, desde petos de cuero hasta calcetines. Varias de las galerías más intrincadas en las profundidades tenían el deber de mantener protegidos a las crías, niños y niñas de todas las especies, si la guerra se cernía sobre el Altozano una vez más.

    Cada narniano que veía Darya, era un narniano al que saludaba con una sonrisa cordial. Todos la saludaron a su vez, tan boquiabiertos por verla despierta como por conocerla por fin. Para muchos, supo Darya a través de Reepicheep, ella no era más que un cuento, una leyenda. No eran pocos los que habían crecido escuchando historias sobre la Vieja Narnia y la Heredera de Aslan, o los Hijos de Adán y las Hijas de Eva.

    Cuántos más narnianos la veían, a su vez, más recobraban la esperanza. Algunos, todavía escépticos ante la perspectiva de tener unos reyes de épocas pasadas, empezaron a desarrollar cierta fe en ellos. Darya se sorprendió cuando un fauno le admitió aquello mismo, pero rápidamente se sintió gratificada al saber que, pese a todo, todos y cada uno de los narnianos depositaban su fe y su lealtad en ella y en los Pevensie.

    Pasearon por las galerías durante tres largas horas en las que Darya pudo comprobar lo mucho que habían estado trabajando los narnianos. No habían cesado ante nada para recuperar el tiempo perdido y fabricar o rescatar nuevas y antiguas armas. Tampoco habían escatimado en empezar a almacenar comida en caso de que se produjera un asedio. Pero aquellas seis galerías repletas de suministros, lejos de transmitirle calma a la Heredera, le pusieron los pelos de punta. Al saber que el Altozano ya había pasado por un asedio sin mucho éxito, la perspectiva de que sufriera otro no era tentadora.

    Lo que sí consiguió calmarla, fue ver a los más jóvenes correteando, jugando y riendo los unos contra los otros. A Darya nunca le habían gustado especialmente las crías, en parte porque las únicas con las que había convivido habían sido los lobos de la Fortaleza Helada. Y aún así, el único por el que había sentido verdadero cariño y amor fraternal, había sido Áket, por obvias razones. No había sido hasta conocer a Lucy Pevensie que la visión de la leona había comenzado a cambiar. Ahora, cientos de años después de la muerte de Jadis y lejos de ser la temible Comandante de la Bruja Blanca, Darya por fin podía ver a aquellos niños con otros ojos.

    Cuando el recorrido dio su finalización en la caverna principal, Darya se encontró perpleja al no ver a los Pevensie, Áket, Zaahira o cualquiera de los tres telmarinos allí. La Heredera se acercó hasta un fauno y le preguntó por el paradero de todos, pero este no supo decirle dónde estaban. Entonces, Reepicheep pareció tener una idea y se subió a un barril para quedar a la altura de los ojos de Darya.

    —Seguidme, Su Majestad —dijo el ratón—, creo conocer el paradero de Sus Majestades.

    —Llámame Darya, Reepicheep, por favor.

    —Cómo Su‒ Darya desee —rectificó el ratón.

    A continuación, le indicó que tomara una de las antorchas apagadas y Darya la encendió acercándola a otra. Una vez estuvo prendida, Reepicheep la condujo a través de diversos pasadizos por los que no habían pasado todavía. Pasaron varios minutos antes de que Darya percibiera que la oscuridad cada vez se hacía más patente en el túnel, de no ser por las antorchas dispersas cada diez pasos en la pared.

    Cuando se acercó a la tercera antorcha, algo en las paredes captó la atención de Darya, haciendo que se detuviera de golpe. Observó desde más cerca, acercando la antorcha para iluminar la piedra rugosa de la cueva. Había unos curiosos dibujos, todos con clores vivos y llamativos, como el rojo y verde, o incluso dorado y blanco. Al mirarlos con más atención, Darya contuvo la respiración. Aquellos dibujos se trataban de ella, su padre, los Pevensie, y hasta los castores y el Sr. Tumnus.

    En uno de ellos, salía lo que parecía ser una leona pintada de blanco, al lado de un castillo puntiagudo y azul.

    En otro, un fauno con una sombrilla roja.

    Dos muchachos y dos muchachas con la leona.

    Dos castores con los anteriormente mencionados.

    La leona rodeada por un círculo azul y al lado, una joven en el mismo círculo.

    Darya los observó todos, fascinada. Aquellas pinturas talladas en la pared mostraban todo el recorrido, toda la historia desde la llegada de los Pevensie a Narnia hasta su coronación. Más adelante, adivinó, se aventuraba la Edad de Oro de Narnia, pero no tuvo tiempo a detenerse, pues Reepicheep la llamó para que continuara.

    —Por aquí, Su Majestad.

    Prosiguieron el camino unos pasos más, hasta que una luz parpadeante se hizo visible a unos pasos más, girando en una curva cerrada. Darya adelantó a Reepicheep, dejándose llevar por la curiosidad que sentía en aquellos instantes. La luz se hizo más intensa a medida que se acercaba, resplandeciendo en un color anaranjado, por lo que Darya dedujo que debían tratarse de más antorchas y, por lo tanto, una sala más.

    Cuando llegó hasta dicha sala, sin embargo, quedó petrificada en el umbral, mirando al frente. A pesar de que había múltiples estatuas y figuras talladas en las paredes, lo que dejó a Darya sin respiración fue el panel de piedra erguido desde el suelo, grueso y en relieve. Rodeado de un semicírculo de fuego que se unía a aquel panel, yacía la figura de un gran león iluminado por las danzantes llamas doradas. A sus pies había una mesa de piedra partida por la mitad, como si un terremoto hubiera quebrado la piedra escrita. Darya la reconoció al instante y pasó saliva, intentando que las lágrimas no acudieran a sus ojos ante la pétrea mirada del tallado de su padre.

    Sentada encima de la Mesa de Piedra estaba Lucy, acariciando los surcos de la piedra. A un lado estaban el resto de sus hermanos, y en el otro, Caspian, Prísyla y Nerian. Finalmente, al otro lado de la sala restaban Áket y Zaahira.

    Al ver a Darya, la conversación que habían estado manteniendo todos quedó engullida por el silencio. Ella caminó sin mediar palabra. Sus ojos nunca dejaron la figura tallada de su padre. Se acercó a la mesa y pasó sus dedos por ella como había hecho Lucy. La niña le cogió la mano y Darya la apretó débilmente, agradeciendo el contacto. Lucy miró a sus hermanos, los telmarinos y las criaturas, y volvió a hablar:

    —Sabrá por qué lo hace.

    Darya permaneció en silencio nuevamente. No había escuchado la conversación, pero las palabras de Lucy fueron suficientes para que se hiciera a una idea de lo que hablaban antes de su llegada: la ausencia de su padre.

     Ella sabía que Aslan no iba a estar siempre para rescatarlos, pues él tenía sus propias obligaciones y ellos, tiempo al tiempo, deberían aprender a valerse por sí mismos y saber afrontar las adversidades. Peter los miró a todos.

    —Ahora es cosa nuestra.

    El tono fue calmado y sereno, como el de un Rey que lleva muchos años de reinado a sus espaldas. Y lo cierto es que lo era. Darya se enorgullecía de aquella faceta del chico, pero por otra parte, el hecho de que Peter se creyera superior a Caspian únicamente por su experiencia no le gustaba. Quizá para los demás no era tan evidente, pero ella lo había visto con claridad en el bosque aquella mañana. Puede que él fuera un Rey y Caspian tan solo un Príncipe, pero Peter no podía olvidar que él alguna vez no había sido ni lo uno ni lo otro, que él había sido un chico inseguro de sí mismo y preocupado por su familia.

    —Es cosa nuestra —repitió ella, sus ojos clavados en el suelo antes de alzarse hasta los de Peter—, pero no hay que darles la espalda a las leyendas. A veces cobran vida, y sentirse ignoradas solo acarrea consecuencias para aquellos que las ignoraron en primer lugar.

    —Darya tiene razón —secundó Lucy, brincando al suelo desde su posición en la mesa de piedra—. Creo que deberíamos esperar alguna señal de Aslan.

    Peter se negó a mirar a Darya cuando habló:

    —Hemos esperado lo suficiente. ¿Cuántos ataques más deben haber antes de que aparezca? ¿Cuánto tardarán los Telmarinos en completar el puente si esperamos más? Necesitamos un contraataque. Reducir sus números y apelar a la estrategia de que, con ello, retrasaremos lo que queda de la construcción.

    —Pero seguimos estando desprotegidos aquí —intervino Edmund—. Por lo que sabemos, las armas que aquí tenemos son demasiado rudimentarias como para hacerles frente a las suyas. Antes de planear cualquier ataque, debemos estar seguros de que aquí no dejaremos a nadie al descubierto. Tenemos que asegurar el Altozano primero.

    Darya asintió de acuerdo.

    —Por eso el herrero nos ayudará —asintió Áket en dirección a Nerian—. Precisamos de tu maestría para fabricar nuevas armas. Incluso catapultas de ser necesario.

    El susodicho no pudo sino quedarse sin palabras ante tal declaración. ¿Él? ¿Un simple aprendiz de herrero? Cuando salió de su estupefacción, todos aguardaban su respuesta.

    —¿Sabéis el tiempo que llevaría fabricar una cantidad de armas tan grande y la cantidad de materiales que se precisarían para construir una sola catapulta? No pretendo ofenderos, pero aquí faltan las herramientas y los materiales necesarios para hacer posible lo que queréis. Es imposible.

    —¡Nada es imposible! —protestó Reepicheep. Nerian volvió a negar.

    —¡Por supuesto que lo es! Los Telmarinos os llevan años de ventaja. No se podría construir tan rápido en tan poco tiempo ni aunque lo deseara.

    —Nerian —llamó Darya, serena. Podía percibir los nervios del muchacho a leguas de distancia—. ¿Qué podríamos hacer para igualar un poco la balanza? No te pido que construyas catapultas, puentes o lanzas gigantes que nos ayuden a ganar esta guerra. Tan solo que nos ayudes a dejar de estar en desventaja.

    El herrero permaneció en silencio durante unos momentos, sopesando las posibilidades. Pretender igualar los números de Lord Miraz, tanto en fuerza militar como armamentística, era imposible. Pero sí podría ayudar a que los Narnianos tuvieran más probabilidades. Instintivamente, se sorprendió al pensar así. Él solo había querido buscar a Prísyla, llevarla de vuelta con Deverell y marcharse. Pero Lord Miraz lo había marcado como traidor y todos sus planes se habían visto reducidos a nada. La ira que había bullido en su interior en la sala del Consejo volvió a resurgir.

    —Podríamos fabricar más armas, pero el armamento militar más avanzado no será posible. Sin embargo, se podría investigar otras formas de fortalecer este lugar para hacerlo más defensivo: instalar secciones de trampas alrededor y pequeños campos de pólvora, quizá. Lo que fuera con tal de alejarlos de aquí lo más posible. Podríamos incluso robar los planos de las armas que han sido fabricadas durante las últimas semanas, y aquellos del puente, aunque quede poco para que esté acabado.

    —El Doctor Cornelius es experto en pólvora y toda clase de sustancias que pueden entrar en combustión —intervino Caspian—. Si vamos a hacer eso, lo necesitaremos.

    —Pero para ello tendremos que entrar en el castillo —señaló Edmund. Peter se le acercó y le palmeó la espalda.

    —Es nuestra oportunidad para el contraataque. 

    Áket se sentó, azotando la cola en el suelo de manera decisiva.

    —Entonces está decidido. Entraremos al castillo telmarino esta noche. Debemos planear el contraataque, que servirá de distracción para rescatar al telmarino que necesitamos, el... Doctor Cornelius, y los planos que el chico necesita para nuestras armas. Bien, Majestad —se giró para mirar a Peter—, ¿qué había pensado?

    Darya se abrazó a si misma mientras los escuchaba hablar. Un ataque no era necesario, y más si iban a hacerlo solos, todavía desprotegidos. Inhaló temblorosamente alzando la vista hacia la figura de piedra de su padre. Los ojos tallados en la pared se clavaron en ella como dagas, y Darya lo sintió juzgarla de manera silenciosa. Debería haber intervenido más, disuadirlos de un ataque. Evitar que pasara una catástrofe. Apartó la mirada e intentó convencerse de que todo saldría bien. Pero entonces, escuchó a Peter, hablando del ataque de aquella noche con una pasión desgarradora y unas ansías de batalla que jamás hubiera pensado que tuviera.

    Al mirarle, Darya se percató con terror que aquello era lo que los humanos hacían, el defecto fatídico que perseguiría a los de su especie hasta el fin de los siglos: darle la espalda a los Dioses, los mitos y leyendas para confiar en sí mismos y sus armas.








¡Hola!

Ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez. Un poco más y dejo que se cumpla un año desde la última acutalización.

Este año he estado consumida por la universidad y la sensación de que Wattpad ya no es lo que era, pero siempre lo he dicho y siempre lo diré: no voy a abandonar mis historias, por mucho que me cueste salir de los bloqueos y actualizar.

No tengo mucho que decir sobre este capítulo, salvo que hemos visto un poco de reconciliación entre Prísyla y Zaahira, que Darya se ha dado cuenta de lo mucho que ha cambiado Peter, y que sabemos algo más sobre lo que le pasó a Níhmir.

¿Sabéis qué viene en el siguiente capítulo?

Muchas gracias por leer, los votos y los comentarios, de verdad.

¡Besos!

—Keyra Shadow.

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