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Capítulo 26. La Antigua Narnia | Parte I





    Los ojos de Zaahira se posaron sobre los dos jóvenes telmarinos. Estos miraban totalmente embelesados sus alrededores, sin poder creer lo que estaban contemplando. Zaahira los comprendía. De pequeña, cuando había sido acogida por el Guardián de Morfeo, también había mirado el Altozano con aquellos ojos llenos de admiración. En su mente no había cabido el simple pensamiento de que aquella majestuosa estructura hubiera sido erguida por los fantasmas pertenecientes a la vieja Narnia.

    —Este es un lugar sagrado —advirtió el Guardián—. Un refugio para los narnianos y un mito para los que no lo son. En sus profundidades, el Gran Aslan encontró la resurrección al injusto juicio de la Bruja Blanca, Jadis. Tiempo después la tierra se alzó para convertirlo en un santuario subterráneo y resguardarlo de los ojos indeseados.

    Cruzaron la basta llanura que los separaba del Altozano a paso ligero y pocas palabras; cada uno sumido en sus pensamientos, el deseo de entablar conversación había caído en el olvido. Zaahira soltó un suspiro tembloroso a sabiendas de lo que la esperaría una vez cruzaran la entrada al Altozano. No todos los narnianos habían asistido a la reunión de la noche anterior, y como tal, no muchos sabían de la delgada alianza que se había establecido con el Príncipe Caspian y Lady Prísyla. Una de sus manos se movió instintivamente hacia el cinto de su espada y los dedos se curvaron entorno a la empuñadura.

    Un suave gruñido captó su atención a su derecha.

    —No debes preocuparte por eso, Zaahira —masculló Áket—. Envié a varios emisarios para que advirtieran de la llegada de nuestros acompañantes. No deberían haber demasiadas disputas por ello.

    Pero Zaahira sabía que sí las habrían. La noche anterior no todos habían estado de acuerdo con la decisión tomada por el Guardián de Morfeo.

    —Siento discernir, Áket —murmuró la centauro—, pero sí las habrán. Anoche hubieron amenazas y desacuerdos susurrados por tu decisión. La reacción de aquellos que permanecieron rezagados en el Altozano no distará del resto. La desconfianza en los telmarinos es demasiado fuerte. Bien sabes que la mayoría de los que discernirán sobre tu decisión son los que antaño juraron lealtad a la Bruja. Sus corazones han conseguido sanar, pero las cicatrices perduran y a veces pueden ser abiertas. Pueden sangrar de nuevo y tintar el alma.

    —Sé bien lo que pueda pasar con los que sirvieron a Jadis, Zaahira. Es difícil olvidar los orígenes de los que uno proviene. Muchos son descendientes de criaturas que juraron sus corazones a una oscura causa. Algunos de ellos todavía creen en sus ideales, aunque no lo muestren a viva voz. Pero mientras yo siga con vida —Se acercó a ella aún más, su tono bajo—, el Príncipe y la muchacha no correrán ningún peligro, y cuando rescatemos a la Reina Protectora, la desconfianza que se ha asentado entre los narnianos se disipará. Volverá la esperanza.

    La esperanza, pensó Zaahira, ya había regresado para la mayoría de ellos; algunos ni siquiera la habían perdido en primer lugar. Si bien era cierto que la incertidumbre había mellado sus corazones, preguntándose continuamente cuándo el terror al que los telmarinos lo sometían acabaría, muchos no habían dejado de creer en que todo mejoraría. Que Aslan regresaría, que la Reina despertaría, que volverían a ser libres. Sin embargo, había seres que todavía discernían en opiniones más oscuras, bailando entre la luz y la sombra en secreto. Zaahira sabía que estaban ahí, aguardando el momento oportuno para actuar. Acechaban esperando a que las debilidades se dejaran ver entre los recovecos de sus corazas, de sus escudos y lanzas, para atacarlas.

    La centauro albina no volvió a decir nada más, y tampoco lo hizo Áket. Los dos telmarinos que caminaban unos pasos tras ellos, no obstante, no pudieron evitar inclinarse el uno hacia el otro hablando entre murmullos.

    —¿Has oído? —le preguntó Caspian a Prísyla—. Debemos prepararnos para lo que sea. Podría ocurrir cualquier cosa. Esto todavía no es territorio aliado para nosotros.

     —Debemos ir con cuidado —asintió la joven, de acuerdo con él—. ¿De verdad crees que podemos confiar en ellos?

    —No vamos a perder mucho más por intentarlo.

    —No —masculló Prísyla—, solo la vida.

    —Es una posibilidad —reiteró Caspian—, pero también lo es que ellos acaben por confiar en nosotros. Ya les hemos dicho dónde tienen a su Reina, y saben que no podemos volver al castillo porque ambos somos ahora objetivos de mi tío.

    —Todavía podemos contar con mi hermano. Deverell encontraría la forma de convencer al Consejo de todo lo sucedido. A nadie le resultaría extraño que Lord Miraz hubiera planeado tu asesinato, Caspian.

    —Lord Deverell puede tener cierto punto de influencia en el Consejo, pero su poder tiene límites. Nadie se ha opuesto nunca a mi tío, y dudo mucho que vayan a empezar ahora.

    —Pero podrían —insistió Prísyla—. Han sido testigos de cómo los narnianos han profanado en su castillo y les han arrebatado a su príncipe. Han visto debilidades en el mando de Lord Miraz, puntos débiles. Por no mencionar que todo ha ocurrido justamente cuando su heredero, un varón, nacía.

    Caspian restó meditando en las palabras de Prísyla durante algunos minutos. La joven lo observó de igual forma, en silencio, sin atreverse a volver a abrir la boca. Todavía no se hacía a la idea de que las formalidades entre el Príncipe Caspian y ella hubieran acabado. Se habían criado a la par, viéndose en el castillo, pero siempre a distancia y manteniendo las reglas del decoro presentes. Que esas mismas reglas hubieran desaparecido dada la situación en la que ambos se habían visto, todavía le resultaba ajeno y antinatural. Pero Prísyla suponía que todo aquello no importaba cuando todavía eran potenciales prisioneros de narnianos, y por otra parte, picas estaban siendo preparadas para sus cabezas una vez los telmarinos los encontraran.

    El nudo que la muchacha llevaba sintiendo desde hacía días se intensificó al pensar en su hermano y en Nerian. Esperaba fervientemente que no los hubieran atrapado a ninguno de los dos y que estuvieran a salvo. Una parte de ella se culpaba de todo lo sucedido, de su involucración en el gran juego de ajedrez que estaba teniendo lugar. Si no hubiera decidido ver los antiguos castillos de Narnia por sí sola, quizá ahora estaría en la sala de costura junto con las damas de la Corte, alabando la belleza del primogénito de Lady Prunaprísmia y pensando en visitar a Nerian en la herrería más tarde. Quizá su amistad con el joven herrero no se habría visto comprometida de ninguna forma, y quizá ahora no estaría caminando junto a un séquito de narnianos hasta su fortaleza sagrada.

    Pero aquellos pensamientos no dejaban de ser escenarios imaginarios, "quizás" que nunca resultarían ciertos, porque la realidad era otra y el destino había querido que todo sucediera de aquél preciso modo.

    La gran estructura del Altozano les dio la bienvenida unos pocos segundos más tarde, por fin. Cuatro columnas de piedra se alzaban por encima de sus cabezas formando un pequeño arco cuadrado con un suelo de mármol quebrado debajo. Aunque ruinoso, Prísyla le encontró cierto encanto, un aura mística y misteriosa. Algo tan arcano que nadie podría haber sentido algo más que respeto al verlo. A continuación, aquel mismo suelo de mármol se deslizaba lentamente hacia abajo, a la entrada de piedra tallada bajo la colina que se alzaba encima. El lobo fue el primero en entrar, seguido de cerca por la centauro blanca y Prísyla y Caspian, con el resto del séquito siguiéndolos silenciosamente.

    Por unos segundos, la oscuridad los engulló sin piedad, pero tan rápido como había sucedido, los escupió a la luz de antorchas de fuego anaranjado que reflejaban su luz en las paredes erosionadas del interior de la colina. La cavidad hueca que había quedado tras de sí en las profundidades de la colina había sido aprovechada para formar distintos pasajes y galerías interconectadas. La primera correspondía a la entrada, en la que se encontraban, y por lo que Prísyla y Caspian podían ver, servía como distribuidora de armas. Desde espadas melladas hasta afiladas, escudos, petos, arcos y flechas, entre otros.

    Los presentes en la cueva no tardaron en girarse para mirar a los recién llegados. Al ver al Guardián de Morfeo, muchos se inclinaron para mostrar su respeto, pero otros, una minoría que lentamente se fue haciendo cada vez más grande, reparó en los dos humanos que acompañaban al séquito. Alzaron las armas que tuvieran al alcance y las apuntaron en su dirección sin dudar. Tanto Prísyla como Caspian se estremecieron, juntándose por inercia y resguardándose al lado de Zaahira. La centauro acarició la empuñadura de su espada en señal de advertencia. Áket gruñó.

    —Son aliados —comunicó.

    —¿Cómo pueden serlo? —cuestionó un fauno al otro lado de la cueva.

    —Porque este es el Príncipe Caspian, el legítimo heredero al trono Telmarino, y va a ayudarnos a rescatar a la Reina Protectora y recuperar Narnia. Lo ha prometido.

    —¿Es que ahora vamos a creer en la palabra de un telmarino? —gritó otra criatura.

    —Sí —sentenció Áket—. Van a probar que son dignos de confianza.

    Caspian se removió incómodo bajo el centenar de ojos que se posaron sobre él. Su vista cayó en uno de los faunos encargados de repartir espadas y se acercó con paso apresurado. El fauno se sobresaltó por su cercanía y procedió a apuntarlo con una de las espadas. La hoja estaba mellada y la curvatura de la espada erróneamente forjada. Parecía más una hoz que un arma como tal.

    —¿Puedo? —preguntó Caspian, señalando la espada en manos del fauno. Intentó que su voz no sonara muy nerviosa—. Por favor. No haré nada, estoy rodeado —señaló.

    El fauno, aunque reticente, le tendió la espada. Caspian la tomó, sintiendo el peso del acero en su mano. También estaba desequilibrada y el mango era demasiado pesado, incluso para él. Se giró para mirar a los narnianos de la caverna.

    —¡Vuestras armas han quedado obsoletas! Vuestras espadas están melladas y mal forjadas. Hay pocas de las que dispongáis que estén en buenas condiciones. Claro está que vuestros recursos para la forja de armas son escasos. Incluso las protecciones que portáis son pobres. Muchas son antiguas —Señaló el peto de Zaahira—, son de épocas pasadas, y aunque las utilicéis, necesitáis estar preparados si queréis luchar contra los telmarinos. Ellos os llevan décadas, incluso siglos de ventaja en armería y milicia. Necesitáis estar a su altura si pensáis ganarles.

    —¿Y qué propones que hagamos? —preguntó el mismo fauno que le había cedido la espada—. No hay tiempo suficiente para forjar estas espadas de nuevo. Solo contamos con ocho herreros diestros en armería y otros tres en cuero para las protecciones. No conocemos tampoco las técnicas de los telmarinos.

    —¡Yo sí! —soltó Prísyla de repente, captando la atención de todos. Se encogió ante las miradas y su vista se desplazó hacia Caspian quien, a pesar de mostrarse confundido, la instó a que continuara—. No conozco las técnicas, pero sí a alguien que las conoce, es un amigo mío.

    —Otro telmarino... —masculló un narniano próximo.

    —Sí —dijo la joven—. Es otro telmarino, ¿quién mejor para conocer las técnicas empleadas en la forja de armas que uno de los herreros más diestros que se ha visto nunca en Telmar? Mi amigo Nerian diseñó muchas de las máquinas que los telmarinos utilizan. Estoy segura de que podría ayudarnos.

    —"Ayudarnos" —bufó un búho posado sobre una de las rocas más elevadas—. ¿Te consideras a ti misma parte de los narnianos, telmarina?

    —N-no, no me considero narniana —Varias criaturas resoplaron con energía, molestas—. ¡P-pero podría llegar a serlo! Ser ambas cosas, si vosotros me lo permitís. En tan poco tiempo he sabido, si bien no por completo, que los telmarinos no son quienes dicen ser, que Lord Miraz, el líder al que habíamos estado siguiendo, no lo es. Crecí telmarina criada por telmarinos, es cierto. Sigo siendo telmarina, pero no restaré de brazos cruzados ante las injusticias a las que nos están conduciendo nuestros líderes. No cuando podría haber un futuro mejor para todos, con el Príncipe Caspian en el trono para guiarnos hacia la prosperidad.

    —Los narnianos no responden ante jerarquías monárquicas telmarinas —interrumpió Áket—. Es por eso que el Príncipe Caspian, de probarse digno líder de nuestra causa por la libertad y la liberación de la corrupción de su propio pueblo, sería bautizado también como un rey narniano.

    Prísyla y Caspian se miraron atónitos ante la declaración del lobo. Los narnianos murmuraron entre sí con avidez antes de que los ruidos cesaran unos instantes más tarde. Parecían de acuerdo con las condiciones del Guardián de Morfeo.

    —¿Dónde está ese amigo tuyo, muchacha? —volvió a preguntar el búho a Prísyla.

    —En el castillo —respondió—. Deberemos sacarlo de allí junto a la... Reina Protectora, y traerlos hasta aquí.

    —Así se hará —asintió Áket, y se giró al resto—; pero solo unos pocos de nosotros iremos. Un grupo reducido cuya función será llamar la menor atención posible. Un rescate rápido y sin preámbulos. Ahora, os pido que volváis a vuestros quehaceres, amigos míos.

    Con visible reticencia, los narnianos volvieron a sus puestos y la sala pronto se llenó de varias conversaciones y murmullos que llenaron el silencio de nuevo. El grupo de recién llegados se dirigió a una de las galerías adyacentes a aquella de la entrada y Áket los miró a todos.

    —Es hora de hablar del plan que seguiremos para rescatar a la Reina y al herrero. Partiremos mañana antes del alba y vosotros dos —Miró a Prísyla y Caspian—, seréis puestos a prueba. Si descubrimos que todo era una trampa, ya sabéis las consecuencias.

    Los dos jóvenes telmarinos se miraron.



    Prienne volvió a resollar por séptima vez en lo que iba de mañana. Peter gruñó levemente y le lanzó una mirada a la yegua por encima del hombro.

    —Vas a despertarla —susurró, echándole una mirada de soslayo a Darya, todavía durmiente. Prienne pateó el suelo con fuerza dando su siguiente paso.

    —Estoy agotada —dictaminó—. Quiero comer un poco y buscar un arroyo.

    —No hay tiempo para eso. Debemos llegar hasta el resto lo antes posible.

    —¿Es que Su Majestad no se cansa nunca? —rezumbó la yegua—. Ah, por supuesto. Su Magnificencia no tiene que llevar un peso muerto a cuestas.

    La elección de palabras hizo que Peter le dirigiera una dura mirada a su montura. Prienne pareció darse cuenta demasiado tarde, agachando la cabeza lo más que le permitieron sus riendas y sin volver a decir palabra alguna.

    —¿Por qué has reaccionado así?

    El Pevensie miró a Nerian, caminando a su izquierda con las riendas de su caballo en mano. El joven había decidido unírsele a pesar del evidente cansancio que sentía. Si Peter era sincero, había sido un gesto que había apreciado. Peter soltó un suspiró y se pasó la mano libre por los cabellos dorados.

    —Darya..., una vez pensé que la habíamos perdido. Todos lo pensamos. Creímos que había muerto y cuando Prienne ha dicho eso... Digamos que me ha recordado a esa vez.

    —Entiendo —murmuró el telmarino. Se aclaró la garganta y volvió a mirar al frente—. ¿Cuánto hace de esa vez? Es decir, dices que sois los Reyes de Narnia, pero Narnia no ha tenido Reyes desde antes de la llegada de los telmarinos.

    —No sabría decirte exactamente el número de años —admitió Peter—, mis hermanos Susan y Edmund son mucho mejor en ello que yo. Pero sí puedo decirte que nosotros reinamos mucho antes de que los telmarinos llegaran, como has dicho. Muchos lo llamaban la Época Dorada.

    Nerian ahogó un grito de conmoción.

    —¿La Época Dorada? ¡Pero eso fue hace aproximadamente mil trescientos años!

    —Entonces ahí tienes tu respuesta.

    —¿C-cómo...? Mis disculpas, pero si ambos tuvierais esa edad no seriáis más que polvo que sacudir de una alfombra.

    Peter no pudo evitarlo. Soltó una carcajada que fue seguida de otra, y pronto, tanto él como Nerian reían sin parar con una creciente indignada Prienne tras ellos. Por unos instantes, ambos sintieron la tensión dejar sus cuerpos y todas las preocupaciones de los últimos días desaparecer. De esta forma transcurrieron varios minutos, dos extraños compartiendo risas como si hubieran sido amigos de toda la vida.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Darya con voz somnolienta. El sonido de su voz hizo que Peter cesara de caminar y se girara para mirarla.

    Intentó ignorar los latidos acelerados de su corazón al verla despierta una vez más. Todavía le resultaba difícil creer que Darya estuviera a salvo, o al menos, cerca de estarlo.

    —Perdón por despertarte —se disculpó.

    —Está bien —sonrió Darya, estirándose antes de saltar del lomo de Prienne. Palmeó a la yegua y depositó un suave beso en su cuello—. Gracias, Pri.

    La yegua soltó un arrullo en respuesta. Por otra parte, el diminutivo hizo que el humor de Nerian decayera en desmedida. No pudo evitar pensar en su propia Pry, en el dónde y cómo se encontraría. Su sonrisa cayó y siguió caminando junto a los demás, pero ahora sin participar en la conversación.

    —Falta poco —avisó Peter un tiempo más tarde. Darya lo miró de reojo.

    —¿Cómo...? ¿Cómo habéis estado? —preguntó en apenas un murmullo. Peter le devolvió la mirada con las cejas alzadas.

    —Bien, supongo.

    —¿Supones? —inquirió ella.

    Peter sonrió levemente asintiendo distraído. La Heredera notó que su sonrisa no albergaba ningún sentimiento más que el de una vaga tristeza.

    —Sí, supongo. No estar en Narnia ha sido duro para todos nosotros. Echábamos muchísimo de menos este lugar, pero ahora estamos aquí y por fin nos sentimos completos de nuevo. Aunque puede que Susan sea la que menos contenta esté de que hayamos vuelto.

    —¿Por qué? —Darya frunció el ceño.

    —Bueno, en primer lugar, tuvimos que rehacer nuestra vida en Londres. Volvimos junto a nuestra madre después de acabar el verano con el Profesor Kirke, el hombre que nos acogió. La guerra se había calmado y todo podía volver a una relativa normalidad. Así que volvimos. Nos costó adaptarnos en un principio, pero Susan fue a la que menos le costó. Creo que se hizo a la idea de que no volveríamos más a Narnia, que la aventura ya había acabado —Peter suspiró—. Estuve tan enfadado con ella... ¿Cómo podía simplemente olvidarse de todo lo que habíamos vivido y volver a la realidad con tanta facilidad? Lo creí un insulto.

    —¿Y tú, Lucy y Edmund?

    —Nos costó más que a Susan, eso seguro. Lucy tuvo sueños al principio, en los que decía que había vuelto a ver a Aslan. Edmund, por otra parte, experimentó pesadillas de cuando estuvo cautivo por la Bruja. Y yo... yo soñaba contigo.

    El corazón de Darya pegó un brinco en su pecho. Sus ojos se despegaron de Peter y se centraron en el camino delante de ellos, extrañamente desierto. Un breve vistazo le confirmó que Nerian se había alejado un poco de ambos para concederles algo de privacidad, pero aun así, Darya supo que estaba escuchando su conversación inconscientemente.

    —¿Soñabas conmigo? —siguió, instando al Pevensie a continuar. Peter se aclaró la garganta.

    —Sí, he de admitir que sí. No eran sueños muy..., bonitos. Solía ver el momento de tu muerte, o cuando creímos que lo estabas, una y otra vez. Se repetía casi todas las noches hasta que mi madre empezó a darme un poco de té de valeriana para dormir mejor.

    Escucharlo hundió el corazón de la joven en la miseria. No recordaba nada de lo que aconteciera después de la batalla contra Jadis. Por supuesto, mantenía el recuerdo de atravesar el cuerpo de la Bruja con su espada, pero después, el escenario se ennegrecía y la oscuridad la reclamaba como suya.

    —Fue el Síndrome de Morfeo —explicó Darya—; siento que no os dijera nada en su momento. La batalla se acercaba y habían muchas cosas aún por hacer. Después mi padre y vuestras hermanas desaparecieron y..., simplemente me olvidé.

    —Pudimos haber hecho algo...

    —No —lo interrumpió ella—. El Síndrome de Morfeo no posee cura alguna, Peter. Y ahora comprendo por qué —Sintió al joven mirarla atentamente. Darya dejó escapar un suspiro tembloroso—. Por mucho tiempo, no vi nada. No obstante, hace unos días desperté, pero no aquí. Era un reino de sombras y criaturas durmientes. Criaturas que como yo, habían caído presas del Síndrome de Morfeo. Y más tarde me encontré con‒ con mi madre —Darya lo miró—. Creo que estuve en el Mundo Subterráneo, Peter. El reino de mi madre, Erylía.

    —Aslan no me dijo nada sobre ello —reflexionó él—. Ni siquiera sabía que tenías...

    —¿Madre? —aventuró Darya. Peter asintió de forma pausada.

    —Y este nuevo mundo... ¿siempre ha estado aquí? ¿Cómo es posible?

    —Creo que mi padre tampoco lo sabe a ciencia cierta. Él gobierna este mundo, el de la Superficie, y mi madre el Subterráneo, que se encuentra bajo tierra. Tengo la corazonada de que ninguno de los dos sabe por completo lo que sucede en el otro mundo. Tienen una vaga idea, pero creo que esos conocimientos son limitados.

    —Y.... ¿recuerdas algo sobre ello? ¿Sobre el sueño después de la batalla?

    Darya negó.

    —La primera vez que fui plenamente consciente de mi misma fue cuando desperté. Antes de eso..., no hay nada, solo vacío y oscuridad. Cuando desperté, incluso a mi cuerpo le fue arduo reaccionar de nuevo. ¿Me contarás qué sucedió mientras estuve ausente?

    Peter abrió la boca para contestar, pero otra voz lo interrumpió.

    —¡¡Darya!! ¡Peter!

    A pesar de su casi precaria condición, Darya echó a correr a la par que la niña y ambas se encontraron a medio camino. Los delgados brazos de Lucy se envolvieron alrededor del torso de la mayor con fuerza sorprendente. Darya dejó escapar una risa y le devolvió el abrazo a la pequeña.

    —Te he echado mucho de menos —susurró Lucy. Darya sintió sus ojos aguarse y tragó un sollozo.

    —Yo también, pequeña —correspondió, sonriendo.

    Peter las observó con una sonrisa, pensando que quizá, aquella era una vista a la que podría acostumbrarse escandalosamente rápido. Los siguientes en llegar fueron Edmund y Trumpkin seguidos de cerca por una tranquila Susan. Darya se separó de Lucy para saludar al resto. Con una cálida sonrisa, su mirada se posó primero sobre el Enano.

    —Es bueno verte a salvo, Maese Enano.

    —Lo mismo os digo, Majestad —dijo él. Darya lo miró con una ceja alzada y Trumpkin carraspeó—. Quiero decir..., Darya.

    A continuación, Edmund se acercó a la Heredera y le propinó un breve abrazo así como su hermana pequeña lo había hecho. Darya le revolvió el cabello azabache afectuosamente.

    —Espero que no te hayas metido en demasiados problemas, chico.

    Edmund sacudió la cabeza y volvió a atusarse el pelo.

    —Yo sí, pero no puedo decir lo mismo de otros —dijo. Darya frunció el ceño.

    —¿Qué quieres...?

    —Bueno, es mi turno —interrumpió Susan.

    Darya intentó no parecer demasiado contrariada por el comentario de Edmund y la repentina reacción de la mayor de los Pevensie. Sin embargo, una mirada cuestionando las palabras le fue dirigida a Peter, solo para ser rehuida por el rubio. Las comisuras de la boca de Darya se torcieron hacia abajo momentáneamente, antes de que Susan la atrapara en un abrazo. Aunque sorprendida, Darya se lo devolvió.

    De los cuatro Pevensie, Susan había sido la más reacia a confiar en Darya. Peter y Lucy se habían encariñado con ella al instante, pero no la mayor de los hermanos. La lógica y racional mente de Susan había impedido que hicieran buenas migas desde un principio, con una desconfianza tan fiera que Darya había temido que descubriera la verdad que ocultaba. Con el tiempo, sin embargo, Susan había dejado de lado las asperezas. En cuanto la verdad había salido a la luz la visión que Susan había construido de Darya había cambiado por completo. A más a más, en el preciso instante en el que había escuchado a Edmund y Peter relatar los hechos de la batalla, y cómo Darya había hecho lo posible por protegerlos a ambos, toda desconfianza había quedado olvidada.

    Así como la ninfa Níhmir, la entonces Reina Susan se había sentido horrible por su comportamiento hacia la Reina Protectora. Durante años, se tomaría muy a pecho la misión de proteger a los narnianos para honrar la memoria de la regente durmiente, y a menudo pensaría en la forma de actuar que Darya hubiera considerado más óptima para todos. Teniéndola ahora entre sus brazos, Susan la abrazó como una promesa y una disculpa silenciosas.

    Peter se giró hacia Nerian, desviando la mirada de ambas jóvenes. El joven telmarino tenía plasmado en el rostro cierta reticencia a confiar en los recién hallados extraños. Se acercó a él un poco y le puso una mano en el hombro a modo de apoyo.

    —Nerian —llamó, captando la atención del otro—. Estos son mis hermanos. Lucy es quien está con Darya, y estos son Edmund y Susan. Y este...

    —¡Yo te conozco! —exclamó Trumpkin, reparando en Nerian—. Eres ese telmarino al que querían culpar de todo lo sucedido.

    Nerian se removió en su sitio, visiblemente incómodo.

    —Supongo que lo soy.

    —¿Culpar? ¿De qué? —cuestionó Edmund.

    —De entregar a una telmarina y al Príncipe a los narnianos —respondió el enano—. Otra mentira de su estimado Lord Protector —escupió.

    —¿Es eso cierto? —preguntó entonces Susan. Nerian asintió, avergonzado.

    —Lord Miraz me tendió una trampa. No supe nada de la desaparición del Príncipe o Prísyla hasta que los guardias entraron en la herrería. No les importó que volcaran espadas y planos. Se abrieron camino como animales hambrientos hasta que me cogieron sin dar explicaciones. Me llevaron casi a rastras hasta la Sala del Consejo y allí fue donde os vi a vosotros —Miró a Darya y Trumpkin—. Miraz me inculpó ante todos como traidor por vender al Príncipe Caspian y a Lady Prísyla a los narnianos.

    —¿Hubieron testigos que lo corroboraran? —preguntó Edmund. Su ceño se frunció más con la respuesta de Nerian.

    —No, no los había. Nadie contradijo al Lord Protector. Nadie puede hacerlo, de todas formas. Mientras el Príncipe no cumpla la mayoría de edad, él conservará el poder sobre los telmarinos, incluyendo sus milicias y el ejército. Quien ose contradecirlo, probablemente desaparecerá, así como lo hizo el Príncipe Caspian.

    —El Doctor Cornelius —interrumpió Darya—, era el tutor del Príncipe. La noche en que Lady Prísyla salió del castillo fue la misma en la que el Príncipe Caspian escapó. El profesor me habló de la conspiración de Miraz por derrocar al Príncipe e impedir que subiera al trono. Miraz quiere el trono para sí ahora que tiene un heredero de sangre directa. El Príncipe ya no le sirve como títere ahora que él puede ser Rey sin necesidad de hilos que manipular.

    —¿Quién es Lady Prísyla? —preguntó Lucy.

    —Es mi mejor amiga —respondió el joven herrero—. También la hermana de uno de los hombres de confianza de Lord Miraz.

    —Lord Deverell —Darya lo miró—. Él está de nuestra parte. No quiere que Miraz suba al trono. Desea que el Príncipe permanezca como el legítimo heredero.

    —Espera un segundo —pidió Peter—. ¿Deverell? ¿Qué tiene un caballo llamado Viggo? ¿Con rostro aparentemente de piedra pero afable y los ojos entre gris y aguamarina? —Confuso, Nerian asintió. Peter se pasó una mano por el rostro, una sonrisa tironeando de sus comisuras—. Hemos estado dando vueltas los unos alrededor de los otros por un tiempo, al parecer. Lord Deverell fue quien me entregó a Prienne. Supo que no era telmarino y me advirtió sobre los guardias. Por él pude saber con claridad dónde encontraros y cómo entrar. Sin ofender —añadió en dirección a Trumpkin.

    —No te preocupes —dijo el enano—. Entonces, me estáis diciendo que durante todo este tiempo hemos interactuado con los mismos individuos, ¿y aun así nos ha llevado día y medio encontrarnos?

    —Si sirve de consuelo —sonrió Darya—, yo pude haber escapado en cuanto me encontraron, pero quise investigar qué hacían Telmarinos en Narnia.

    —Sí —gruñó el Hijo de la Tierra—, porque eso tiene todo el sentido del mundo. Te despiertas de repente, ves que van a tomarte preso y decides dejarte hacer en vez de salir corriendo —Miró a los monarcas—. Sois un grupo peculiar de regentes, vosotros cinco.

    —Lo sabemos —rió Lucy—, y eso que no nos has visto junto a Aslan.

    —Las estrellas caerán del cielo el día que yo vea eso.

    —No apostaría tanto —intervino Darya, altiva—; podrías quedarte sin bóveda celeste cuando caiga la noche. Ahora bien, ¿sabéis algo de mi padre?

    La pregunta provocó que todos miraran a Lucy. Peter se aclaró la garganta.

    —Lucy lo vio hace unas horas —explicó, y a continuación miró a la susodicha—. Enséñanos dónde viste a Aslan, Lu.

    —Donde cree que lo vio —puntualizó Susan. Ante sus palabras, Lucy frunció el ceño.

    —¿Por qué no dejáis de hablar como adultos de una vez? —espetó—. No creo que lo vi, que lo vi.

    —Yo soy adulto —murmuró Trumpkin cohibido. Al escucharlo, Darya esbozó una leve sonrisa.

    Lucy caminó hasta el borde del precipicio. De forma inmediata, Darya se tensó. La niña miró hacia abajo con aire pensativo y después volvió a mirarlos

    —Cuando lo vi, estaba...

    Y antes de que pudiera acabar de hablar, la tierra debajo de ella se partió y Lucy cayó con ella. Susan gritó y todos corrieron hasta el precipicio. Darya sintió como su corazón se acompasaba en cuanto vio que Lucy se hallaba por debajo de ellos en un pequeño subnivel de tierra, ilesa.

    » Aquí —esbozó la niña, completando su frase con una sonrisa. Más abajo, el río había creado un sendero de piedras resbaladizas que se interponían en el camino de las aguas.

    Empezaron a bajar con sumo cuidado, pues si bien podía adivinarse el camino que las rocas dibujaban, el terreno seguía siendo traicionero a causa del agua y el rastro que esta había dejado sobre las piedras. El mínimo movimiento en falso podía llevarlos a acabar en las rápidas aguas del cauce del río, más adentro.

    Detrás de Edmund, Darya esquivaba aquellas rocas que estuvieran más mojadas, agarrándose a la pared de tierra musgosa que tenían al lado. No obstante, al no percatarse de que la que pisaba en aquellos momentos poseía un pequeño charco, acabó resbalando hacia delante. Justo cuando creía que caería, unas manos le agarraron los brazos desde atrás y la llevaron consigo. Con un suave golpe, Darya chocó contra una superficie sólida tras ella. Miró hacia arriba inclinando la cabeza hacia atrás, encontrándose con los ojos azules de Peter. Darya sintió un calor desconocido en sus mejillas. Se hallaba apoyada en el pecho de Peter.

    —Cuidado —expresó él antes de soltarla.

    Darya se sintió extraña por un segundo. Sin saber bien por qué, la voz de Peter le había sonado como una especie exhalación; un suspiro que no había soltado hasta que ella había estado cerca. Desvió aquellos pensamientos lejos, y prosiguió la marcha, teniendo el doble de cuidado para no volver a resbalar. Siguieron el camino hasta que no tuvieron más remedio que utilizar las propias rocas del río para desplazarse por encima de este. Aquello, contrariamente, no impidió que se mojaran los bajos de sus ropas y sus zapatos.

    En completo silencio, tras lo que parecieron horas, llegaron al final de aquel desfiladero y se adentraron de nuevo en el bosque. Decidieron parar a descansar y pasar la noche en un pequeño claro. Continuarían la marcha por la mañana, junto a las primeras luces, para buscar al Príncipe Caspian y encontrar a Aslan por igual.

    Se repartieron las tareas por pequeños grupos: mientras Trumpkin, Edmund y Susan iban a cazar algo para comer —o incluso a recolectar frutos—, Lucy y Darya se encargaron de buscar madera para encender una hoguera. De vuelta en el lugar que habían escogido, Peter y Nerian montaron el campamento improvisado.

    Mientras Darya recogía algunas rocas, Lucy hacía lo mismo con ramas secas. El silencio reinaba entre ambas hasta que la más pequeña decidió romperlo.

    —Te echábamos de menos —dijo en voz baja. Darya la miró con una triste sonrisa nostálgica.

    —Yo a vosotros también —contestó—. Cuéntame qué pasó los años en los que permanecí dormida después de la batalla contra la Bruja.

    Y Lucy prosiguió a relatar cada acontecimiento con sumo detalle, cada batalla con todos sus gritos de guerra y las incontables risas de felicidad en los mejores momentos. No se olvidó tampoco de narrar todas las victorias que ella y sus hermanos habían conseguido para conservar la paz y la prosperidad que le habían regalado a Narnia durante su reinado.

    —Cada día, cuatro ninfas entraban en tus aposentos y se ocupaban de que estuvieras cómoda mientras dormías. Te mantenían limpia y cambiaban tus vestidos por otros incluso más hermosos que los anteriores —comentó la pequeña, mientras ambas se dirigían al campamento. Cada una llevaba una suma considerable de troncos secos, aunque Darya había insistido en llevar la mayoría—. También recuerdo que Peter acudía cada día a tu habitación y se pasaba horas allí dentro. Hubo una vez que Edmund y yo tuvimos que ir a buscarlo, porque había un conflicto entre dos familias de ardillas que peleaban por un árbol repleto de nueces, cosa que provocó que a causa de los gritos, muchos de sus vecinos vinieran a vernos para que lo resolviéramos. Cuando entramos en la habitación, Peter se había quedado dormido, sentado en una silla al lado de la cama. Tenía una de tus manos firmemente cogida entre la suya y cuando lo despertamos, se levantó con rapidez y desapareció por la puerta. Más tarde, Áket nos dijo que llevaba dentro desde que la hora de la comida había terminado.

    La pequeña confesión de que Peter había estado escabulléndose de sus deberes como Rey, desató una serie de sensaciones en Darya que jamás había experimentado. Su pecho se contrajo y un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Pero aquellas no habían sido las únicas palabras que habían captado la atención de Darya.

    —¿Áket estuvo con vosotros? —preguntó Darya, su pecho encogiéndose de nuevo, esta vez ante la mención del que había sido su Segundo y su mejor amigo. Lucy asintió. En la distancia, la pequeña hoguera del campamento se adivinaba entre los matorrales.

    —Sí. Al saber de tu condición, no se separó de ti ni un solo instante. Peter lo nombró el Guardián de Morfeo, porque pensó que no habría nadie mejor que él para mantenerte a salvo mientras estabas dormida.

    Con temor, Darya preguntó lo siguiente:

    —¿Habéis... habéis sabido algo de él?

    La respuesta de Lucy fue dubitativa.

    —No, lo siento mucho, Darya. Pero... Trumpkin nos estuvo contando qué sucedió mientras nosotros no estábamos. Áket sigue vivo, Darya. Está por aquí, en alguna parte. Los narnianos lo tomaron como su líder después de nuestra marcha. Trumpkin dijo que algunos solían contar que una ninfa lo acompañaba. Podría haber sido Níhmir, pero no lo sabemos.

    La nueva información hizo que Darya recobrara lentamente sus esperanzas. Si Áket y Níhmir habían sobrevivido, ¿cuáles eran las probabilidades de que todos los demás lo hubieran hecho también? Sin embargo, el rostro de Lucy se había compungido en una súbita tristeza. Solo con mirarla, Darya supo su respuesta. Por supuesto, si Áket había sido capaz de sobrevivir durante tantos siglos había sido gracias al hechizo que Jadis le concedía a cada uno de sus siervos: una caprichosa inmortalidad que solo se mantenía si el individuo no provocaba que lo mataran. Darya también la tenía, potenciada en parte por la herencia de su linaje.

    —Pero —masculló Lucy suavemente—, si sirve de consuelo, sé que todos ellos disfrutaron de una buena vida después de la batalla. Algunos vinieron a vivir a Cair Paravel junto a nosotros o mandamos a construir nuevas casas que remplazaran las que habían perdido con la guerra. Les concedimos títulos a todos y los nombramos Amigos de Narnia. No es mucho pero...

    —Lucy —llamó la mayor, acariciándole el cabello tiernamente—, puede que no sea mucho, como tú dices, pero es consuelo suficiente. Gracias por decírmelo, pequeña.

    A pesar de todo, el humor de la conversación mientras caminaban hacia el campamento ya no fue el mismo. Darya dejó de hablar, pero Lucy llenó el silencio con más historias a pesar de que la Heredera no participara en ellas.

    Cuando llegaron, ni Peter ni Nerian no se encontraban allí, aunque el campamento ya estaba levantado. Prienne tampoco estaba a la vista. Al cabo de un rato, en vista de que nadie más aparecía, Darya decidió que un baño no le sentaría del todo mal. Así se lo comunicó a Lucy y esta le brindó una alforja con un cambio de ropa —que, para sorpresa de Darya, contenía vestidos que le habían pertenecido mientras estaba dormida. El sol todavía no se había puesto, iluminando el firmamento con rayos aún claros, así que emprendió la marcha hasta acercarse de nuevo al río. La zona que escogió formaba una charca lo suficientemente grande como para pasar por un pequeño lago, y se escabullía entre paredes de piedra que daban al nivel superior del bosque, donde se habían encontrado en un principio.

    Una vez allí, se despojó de su harapiento vestido hasta quedarse con su ropa interior, que consistía en una camisa fina de tirantes y unos calzones cortos. Ambas prendas estaban húmedas de sudor y sucias por la falta de higiene, pero decidió no quitárselas por prevención. Prosiguió a dejar el vestido al lado de la alforja y junto a sus armas, que había llevado durante todo el camino.

    A continuación se acercó hasta la orilla del lago y, tomando una profunda bocanada de aire, se lanzó al agua. Aunque no le importó en gran medida, se desplazó en dirección a la pared de rocas, donde el agua era más profunda. Sintiendo el agua fría calando cada fibra de sus ser, se sumergió por completo y procedió a desenredarse el oscuro cabello como pudo. Al finalizar, volvió a salir a la superficie y frotó sus extremidades bajo el agua para deshacerse de la suciedad, el polvo y el barro que tenía en la piel. Cuando se hubo dispuesto a abandonar las aguas y volvió a la orilla, el sonido de pisadas hizo que se escabullera con rapidez hasta la alforja y agarrar su espada, posicionándola delante de ella en una pose defensiva.

    Lo que fuera que saliera de la foresta, no sabía a quién iba a enfrentarse.






¡Hola!

Ha pasado mucho tiempo, pero aquí tenéis nuevo capítulo. Mañana publicaré la segunda parte. La doble actualización se debe a que mañana es mi cumpleaños, so regalo de mí para vosotr@s. Además, también es una compensación por tardar.

Hemos visto que Prísyla y Caspian han metido a Nerian en su saco también, y ahora el joven herrero se ha hundido hasta las rodillas en el barro sin saberlo. Pobrecito. También hemos visto más de Zaahira y lo atenta que parece estar a todo lo que sucede a su alrededor. Por último, hemos tenido la tan esperada reunión entre todos los Pevensie, Trumpkin, Prienne y Nerian. ¿Qué os ha parecido? ¿Cuál ha sido vuestra parte favorita?

Hay una pregunta que no veo a nadie comentando, así que lo haré yo: sabemos que Áket está vivo pero, ¿dónde está Níhmir?

¡Votad y comentad! Nos vemos mañana con el siguiente capítulo.

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.

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