Capítulo 19. Palabras Sangrantes
No supo a dónde se dirigían. Los dos hombres que conducían la carreta hablaban en murmullos y aunque esperó que sucediera para que el caballo descansara, el medio de transporte no se detuvo en ningún momento.
Darya se removió incómoda y de repente la invadió una repentina sensación de alarma. Con una de sus patas empezó a rebuscar entre su pelaje histéricamente, pero con el suficiente cuidado como para no hacer demasiado ruido. Cuando lo notó, el alivio se propagó por todo su ser; la cadena de plata con el colmillo seguía allí en su cuello, ocultos por su pelaje níveo.
Por unos instantes, había llegado a creer que el collar podría haberse extraviado mientras dormía, o que incluso los soldados se lo habían arrebatado, dispuestos a venderlos al mejor postor o quedárselo. Al fin y al cabo, ¿qué haría una leona salvaje con un collar de tan singular valor? Había sido una verdadera suerte el que no lo hubieran encontrado. No se habían atrevido a tocarla demasiado, solo lo justo y necesario como para subirla a la carreta. Ni siquiera se habían molestado en atar sus patas o amordazar sus fauces.
«Ni siquiera pueden hacer bien una simple tarea básica como esa» —pensó. «Por si mi suerte no fuera poca, debo permanecer como un animal corriente en presencia de tan necios individuos.»
Soltó un gruñido apenas audible. La idea de tener que estar callada y actuar como un mero animal no le hacía ni pizca de gracia. En otras circunstancias, tras haberse despertado, le habría gustado encontrar a algún narniano que le indicara en qué época del año se encontraban y qué había ocurrido. Pero desgraciadamente, estaba allí, siendo llevada a saber dónde por dos telmarinos que perseguían la promesa de nuevas posiciones favorecedoras entregándola a su Señor.
Incluso cuando la noche llegó —pues Darya percibió el cambio de temperatura y el cantar de los grillos—, la carreta siguió sin detenerse. Hasta ella llegó el aroma a carne salada y seca, e inevitablemente, sus tripas se estremecieron. Haciendo acoplo de las pocas fuerzas que le quedaban, se obligó a permanecer tumbada y no saltar encima de uno de los soldados. No le habría importado matar a cualquiera de los dos, o incluso al caballo, si es que este último resultaba ser un animal común, y así saciar su hambre.
Tales pensamientos salvajes la sorprendieron y la dejaron ligeramente anonada. ¿Realmente había considerado la posibilidad de comer carne humana sin arrepentirse de ello? No eran más que soldados, tendrían familias a las que volver, y ella había escuchado a sus instintos más primarios, sin una pizca de remordimientos al respecto.
Cuando ya el sol se alzaba en mitad del cielo, la leona escuchó que la carreta pasaba ahora a un suelo pedregoso, y no el terroso de los caminos del bosque por los que habían viajado. Un poco más tarde, una trompeta emitía una melodía breve y estridente y un mecanismo era accionado. Dedujo, a juzgar por el sonido, que se trataba posiblemente de un puente levadizo.
—¡Traemos un presente para el Lord Protector! —dijo uno de los soldados.
—¡Una leona blanca de Narnia! —añadió el otro.
Los nervios empezaron a intentar hacer mella en ella cuando percibió más voces a su alrededor, arremolinándose entorno al carro. No dudaba de que los telmarinos la habían llevado hasta el corazón de su sede, pero no habría esperado que llamaran tanto la atención gritando aquello.
La carreta siguió avanzando hasta detenerse unos pocos minutos después. El peso en el carro se vio reducido cuando los dos telmarinos se bajaron y caminaron hasta la parte trasera. Sin embargo, Darya no les dio demasiado tiempo para prepararse a continuación. En cuanto retiraron la tela que la ocultaba, la adrenalina invadió su cuerpo y saltó soltando un rugido.
Efectivamente, el gentío que se había reunido entorno al carro chilló de terror y sorpresa, intentando apartarse lo más posible. Darya decidió hacer lo que un animal salvaje hubiera hecho en su estado: sus patas se movieron y se lanzó a la carrera a toda prisa. Las voces de más varones no tardaron en hacerse oír, pidiendo que cerraran las puertas antes de que ella escapara.
Un telmarino con una ballesta en mano intentó detenerla, disparándole una flecha que erró por completo. Darya siguió corriendo, derribando a hombres con su considerable tamaño y rugiendo allá a dónde iba. Poco tiempo después descubrió que se encontraba en una fortaleza de piedras de pizarra desgastada y altos techos abovedados; un castillo. Aunque desorientada, se internó en uno de los pasillos interiores, mientras escuchaba a los soldados telmarinos ir tras ella, intentando atraparla. Mujeres, que dedujo que eran sirvientas, gritaron de terror al verla pasar y un grupo de damas bien vestidas, sin duda de alta alcurnia, soltaron exclamaciones de espanto antes de encerrarse apresuradamente en una estancia.
No fue hasta unos pasos más adelante, cuando un hombre se postró en su camino con indiferencia, que Darya cesó de correr y quedó anclada al suelo.
Era alto y tenía el porte de alguien de suma importancia. Sus ojos eran tan oscuros como sus cabellos rizados, y una barba puntiaguda de la misma contextura cubría toda su barbilla, asemejando mucho a las barbas calormenas que la leona había contemplado en libros en una época pasada. Darya se fijó en que portaba unos curiosos aros de plata en la oreja a modo de pendientes, sin duda un accesorio un tanto extraño para un hombre. Iba vestido con ropajes dignos de un rey, pero no era uno, pues no había corona alguna encima de su cabeza.
—Ven, gatito, gatito —dijo despacio, aunque con cierto tono burlón.
A Darya aquello no le agradó en absoluto y optó por dar dos pasos adelante, gruñendo profundamente. El hombre no se inmutó. Pronto, aquellos soldados que la habían estado persiguiendo los alcanzaron. Uno de ellos era uno de los soldados que la habían llevado al castillo. Miró hacia atrás y bufó cuando intentó acercársele. Con precaución, alzando las manos muy despacio, el hombre reculó.
—Mi Lord, tened cuidado —suplicó, dirigiéndose al otro varón—. Se trata de una leona narniana.
—Con que narniana, ¿eh? —se burló nuevamente. La miró con sus ojos oscuros y Darya volvió a gruñir—. ¿Sabes hablar, acaso?
Los soldados telmarinos se quedaron estáticos, sus rostros presos de la confusión por la pregunta del Lord. Darya intentó ocultar su pasmo, aunque demasiado tarde. Cuando se dio cuenta de su error, actuó rápidamente e intentó arreglarlo profiriendo un potente rugido.
El hombre delante de ella sonrió.
—Sin duda es narniana por el tamaño que muestra —Estuvo de acuerdo—, y sin duda, no es más que un animal sin pensamientos.
Los dos telmarinos que la habían llevado hasta el castillo dieron un paso adelante. Los demás permanecieron en sus puestos, espadas o lanzas en mano por si Darya intentaba cualquier cosa. Lejos de quedarse quieta, la leona empezó a rondar de un lado a otro, moviendo la cola tras ella con las orejas vueltas hacia atrás. Gruñidos bajos y guturales escapaban de su garganta; avisos para que no se acercaran a ella.
—La trajimos como un presente, Mi Lord —dijo uno de ellos. El hombre elevó una ceja negra en su dirección.
—¿Un presente, dices? ¿Y por qué querría yo un animal narniano?
—Esto..., bueno, pensamos que Mi Lord querría un símbolo de su poder, y qué mejor que un animal de las tierras que ha conquistado que además, es un león blanco.
—Caspian el Conquistador fue el encargado de conquistar Narnia —esbozó el Lord sin inmutarse—. Yo simplemente he mantenido el control y orden en este lugar tan falto de educación y modales.
Sin embargo, pareció satisfecho con la respuesta del soldado y a continuación, se arrodilló delante de Darya, analizándola. Ella sintió grandes impulsos de lanzarse a su cuello. Su mente ya había llegado a la conclusión de que aquél era el Lord Protector del que había escuchado hablar. Sus palabras no habían hecho sino confirmar lo que ya sospechaba. Aquel había sido uno de los causantes de que los telmarinos hubieran invadido Narnia, de que sus tierras volvieran a ser subyugadas por extraños.
Darya profirió un gruñido gutural y se abalanzó hacia la yugular del hombre sin pensarlo dos veces. No obstante, él la esquivó justo a tiempo sin apenas inmutarse. El Lord sonrió, como si hubiera escuchado sus pensamientos y se estuviera riendo de ellos y sus intenciones fallidas.
—Pues mi nueva adquisición necesitará un collar y un lugar donde quedarse, ¿no les parece, señores? Y una cuerda para pasearla, quizá.
Así fue como cinco guardias se tiraron encima de ella, aprisionándola contra las baldosas del suelo con fuerza descomunal. Darya intentó quitárselos de encima, pero pronto supo que si seguía moviéndose tan violentamente, acabarían por cortarle toda respiración. Forcejeó, aun así, y le cerraron las mandíbulas con fuerza, pasando una cuerda varias veces a su alrededor para que se mantuvieran cerradas y no pudiera morderlos.
A continuación, le ataron las patas y volvieron a alzarla. Resistirse fue en vano entonces. Acababa de meterse en la boca del lobo y ahora la convertirían en prisionera. O lo que era equivalente para ellos, en una fiera a la que domesticar. Sin conocimiento de a quién habían atrapado en realidad, la condujeron hasta una jaula de barrotes considerablemente grande situada en los establos.
Supuso que allí habrían ocultado a bestias tales como osos y lobos, a juzgar por el olor que pudo percibir en aquel espacio. Animales que se habían visto despojados de sus pelajes para la creación de abrigos de piel, e incluso de sus propias carnes para la preparación de banquetes especiales.
Allí le quitaron las cuerdas de las patas y le ataron una cadena al cuello que a su vez estaba forjada en la pared para que no pudiera escapar. Los telmarinos se burlaron de ella una vez fuera de la jaula.
—Ya no eres tan amenazadora, eh —le soltó uno.
En respuesta, Darya alzó una de sus patas delanteras y le lanzó un zarpazo que atravesó la cota de malla que llevaba el hombre. Este profirió un grito de dolor y como represalia, cogió un látigo cercano y le asestó un golpe con él. Sintió el escozor en una parte de su felino rostro y parte de su lomo cuando el cuero chasqueó contra su cuerpo. Gruñó con fuerza. Se lanzó contra los barrotes apoyada en sus patas traseras, pero la cadena la detuvo y se la llevó hacia atrás. Los telmarinos volvieron a reír y después, se fueron.
Unas horas más tarde, tres hombres entraron en su jaula y le dejaron un cuenco con carne cruda y un poco de agua en otro más pequeño. Le quitaron la mordaza y para asegurarse de que ella no intentaba nada, cogieron el mismo látigo de la vez anterior. Quizá pensaron que ella, como un animal normal, relacionaría el látigo con el dolor y por ende, no atacaría. Darya se rehusó a atacarlos aquella vez simplemente porque su estómago clamaba comida, y no tenía ganas de desperdiciar las pocas fuerzas que todavía formaban parte de ella.
El día siguió transcurriendo con tranquilidad y por la noche, no fue un telmarino cualquiera el que le trajo su cena, sino el Lord Protector, como los soldados se habían dirigido a él. Se sentó en un pequeño taburete de madera y observó cómo ella comía.
Darya se sintió incómoda bajo su mirada, demasiado consciente de sí misma como para no prestarle atención. No obstante, si quería que su farsa saliera bien, debía centrarse únicamente en comer y no en el hombre que la miraba fijamente.
—Realmente eres toda una belleza —reconoció él al cabo de unos minutos—. Pero no creo que seas solo una leona.
Aquel fue el primer error que cometió: Darya, quien se había prometido no hacerlo, dejó de comer y miró al hombre en cuanto sus labios acabaron de pronunciar las palabras. Sus ojos verdes se centraron en los oscuros del humano, y al darse cuenta de su falta, como si nada hubiera ocurrido, siguió comiendo. El hombre sonrió, satisfecho por su reacción.
—Veo que me has comprendido —rió entre dientes. A continuación, se acarició la barba oscura mientras la analizaba—. Mis soldados no creen en los narnianos, piensan que son un mito. Yo, por lo contrario, sé que no es así. El brillo inteligente de tus ojos, esa chispa de conciencia, me demuestra lo que ya sabía. Sé que están escondidos, esperando el momento perfecto para arrebatarme todo lo que he conseguido hasta ahora. Así que dime, narniana, ¿qué o quién eres?
Darya permaneció actuando como lo hubiera hecho un león en sus condiciones. Se relamió las comisuras de sus fauces, se acicaló un poco el pelaje y después se tumbó en el frío suelo a dormitar. Sin embargo, permaneció en un estado de vigía, alerta a cualquier movimiento que hiciera aquel hombre a pesar de darle la espalda.
—Prefieres mantenerte callada. Está bien. Pero ten por seguro que caro saldrá tu silencio.
La leona permaneció en la misma posición mientras agudizaba el oído ante el sonido del cuero fino y largo siendo golpeado débilmente contra una superficie. Se tensó inevitablemente; había reconocido el sonido del látigo al ser probado.
—Si no hablarás, te haré hablar —soltó el Lord Protector.
Lo siguiente que Darya supo era que su lomo ardía como si le hubieran volcado brasas recién encendidas encima. Rugió ante el dolor y el escozor se propagó por todo su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos. Lord Miraz había complido con su palabra: caro saldría su silencio, pero Darya no hablaría. Le propinó un segundo latigazo y a aquel le siguieron cinco más. Gañidos agudos y felinos de dolor llenaron los establos y pronto, todos los caballos relincharon nerviosos y asustados.
El látigo chasqueaba con violencia contra el pelaje blanco que, pronto, empezó a tomar un tono rosado más pronunciado con cada golpe. Darya se resistió al dolor lo más que pudo, echada sobre el suelo cubierto de paja en una de las esquinas. Intentaba alejarse del látigo, pero el cuero la encontraba allí a donde se desplazara. Pronto, atolondrada por el dolor, el escozor y con el lomo ya adormecido, sus quejidos cesaron.
—No es mi intención que mueras, narniana —expresó Lord Miraz unos minutos más tarde. Envolvió la pieza de cuero sobre sí misma antes de colgarla del gozón en la pared—. Sin embargo, sí lo es que recuerdes mis palabras, incluso si para ello debo grabártelas a sangre en el lomo. Encontraré hasta al último de los de tu sucia especie y os destruiré.
Cuando se marchó, Darya abrió los ojos a duras penas mientras pequeñas lágrimas se le escapaban a causa del dolor. Intentó ponerse en pie, pero se encontró temblando tan violentamente que permaneció inmóvil. En el suelo, las gotas fueron cayendo una a una, pues los finos pero profundos surcos que el látigo había provocado en su lomo, derramaron hileras de sangre que pronto se convirtieron en pequeños riachuelos trazando patrones serpenteantes en su pelaje.
Ante ella se reveló la posibilidad de que quizá, no había sido tan cuidadosa como había pensado. Durante el día, sus movimientos habían sido meticulosos y calculados y aun así, en unas pocas horas él había sido capaz de desmantelar toda su actuación. ¿Cómo era aquello posible? A lo mejor Darya lo había subestimado, al fin y al cabo, las actuaciones de ambos no habían sido más que meras apariencias engañosas. Pero no fallaría en su cometido de descubrir qué le había pasado a Narnia y a su pueblo durante su ausencia, incluso si para ello debía recibir más latigazos, incluso si las palabras del Lord Protector debían convertirse en palabras sangrantes que acabarían cubriendo su cuerpo como advertencias cicatrizadas.
Lord Deverell observó el esqueleto del puente, asintiendo distraídamente para sí. La estructura iba cogiendo forma de manera lenta aunque segura, y pronto dispondrían de un paso libre hacia el otro lado del Gran Río. Los planes del Lord Protector para la creación de caminos pavimentados, carreteras y más edificaciones para expandir los terrenos controlados por el castillo telmarino no solo eran brillantes, sino que les aportarían un gran número de beneficios. Si bien estaban siguiendo uno de los ejemplos calormenos que habían visto, estaban intentando darle su propio toque a aquello que habían cogido prestado.
La expansión cubriría gran territorio narniano que después pasaría a ser completamente telmarino. La extracción de rocas que se estaba llevando a cabo para crear una cantera, y el antiguo puerto de Cair Paravel se restauraría tras acabar de limpiar la zona de las ruinas, los ayudaría a establecer vías mercantiles mucho más seguras para sus alianzas con Archenland, Calormen, e incluso las Islas Solitarias. Deverell creía que Miraz los estaba conduciendo hacia una nueva era, más moderna y próspera, avanzada a cualquier otra, y tenía plena confianza en ello.
Las últimas luces del día se despidieron del Vado de Beruna antes de que la noche empezara a caer. Lord Deverell se giró hacia varios de los constructores y les deseó unas buenas noches. Montó sobre su caballo y puso rumbo al castillo a galope. Debía notificar a Lord Miraz de los avances en la estructura del puente, además de pasarse por la herrería para ver cómo marchaba la fabricación de su nueva espada.
Cruzó el campo abierto que iba del Vado al castillo en un tiempo récord y se dirigió directamente a los establos. Uno de los mozos lo saludó y Deverell desmontó, dándole las riendas de Viggo. Le palmeó el cuello cariñosamente a modo de despedida y estaba dispuesto a irse cuando escuchó un débil rugido desde los interiores del establo.
—¿Qué ha sido eso? —le preguntó automáticamente al mozo. El muchacho, que no debería haber tenido más de diecisiete años, se removió nerviosamente.
—Es un nuevo presente para el Lord Protector —explicó—. Una leona. ¿No lo sabía?
—¿Y qué hace ahí? Asustará a los caballos —El ceño de Deverell se frunció. El chico no supo qué argumentar en respuesta. Deverell suspiró—. Hablaré con el Lord Protector al respecto. Cuida bien de Viggo, necesita agua caliente y heno fresco con avena. Ponle una manta, no me gustaría que cayera enfermo. Esta noche es demasiado fría.
—S-sí, Mi Lord.
Él asintió, conforme. Lejos de entrar por los establos, se dirigió hasta la muralla, donde el puente levadizo seguía extendido. Dos guardias apostados a las puertas dejaban pasar a aquellos que se identificase.
—¿Nombre? —cuestionó uno de ellos cuando Deverell intentó pasar.
—¿No me reconoces, muchacho? —inquirió él. El guardia pasó saliva.
—Es solo un nuevo protocolo, Mi Lord. Sigo órdenes, simplemente.
—Claro que haces tu trabajo —murmuró el hombre, masajeándose las sienes—. Lord Deverell.
—Que tenga buena noche, Señor —comunicó el otro guardia. Alzaron las picas que llevaban en mano y el hombre cruzó el umbral de la puerta hasta el patio interior.
Las antorchas habían sido encendidas y solo unos pocos moraban ya en el frío de la noche. Deverell se dirigió hacia la forja, donde las luces todavía brillaban con fuerza. Maese Viareden le dio la bienvenida con una breve cortesía. Deverell arrugó ligeramente la nariz por el olor que el hombre delante de él desprendía. Si bien él mismo no olía de la mejor manera, sin duda no podía compararse con el olor que Viareden emitía: una mezcla entre el olor de la cebada fermentada, carbón, sudor y excremento de cerdo.
—¿Venís a ver a mi muchacho, Mi Lord?
—Así es —Asintió—. ¿Dónde se encuentra el joven Nerian?
—Al fondo de la forja. Le gustaría saber que ya ha acabado la hoja de la espada y que se haya trabajando en el diseño del mango y el pomo.
—Me alegra oír eso, Viareden. Si me lo permitís, tendré unas palabras con él y comprobaré el progreso yo mismo.
El labio de Viareden tembló ligeramente en las comisuras, estirándose hacia arriba, insatisfecho porque su notificación no hubiera sido suficiente. Sin embargo, le cedió el paso al Lord y volvió a sus quehaceres. Deverell contuvo la respiración mientras pasaba por su lado y una vez lo hubo dejado a sus espaldas, inhaló fuertemente.
Tal y como su maestro había dicho, Deverell divisó a Nerian garabateando sobre pergaminos con un lápiz de carbón. Sigilosamente, se posicionó detrás del chico y supervisó los diseños que había dibujado. Deverell sintió un rayo de orgullo extendiéndose por su pecho. Nerian había garabateado anotaciones en una de las esquinas superiores, señalando los materiales de los que requeriría para hacer la parte restante de la espada: para el mango, madera de roble revestida de una capa de metal líquido que potenciaría su resistencia y tiras de cuero para más comodidad. Para el pomo, el asta de un ciervo, cuyo hueso sería tallado hasta formar la cabeza de un oso en el que se introducirían dos pequeños rubíes a modo de ojos.
Había otros pergaminos ya dibujados sobre la pequeña mesa de trabajo, pero ninguno podía compararse con la magnificencia que irradiaba el que Deverell había visto primero. Posó una mano sobre el hombro de Nerian, sobresaltándolo.
—Olvida los otros, muchacho. Este es perfecto.
—¡Mi Lord! —exclamó el chico. Nerian se mostró nervioso mientras lanzaba miradas intermitentes entre sus bocetos y Lord Deverell—. N-no sabía que vendrías, es tarde. Y es solo un prototipo. Había pensado que quizá la madera de roble podría ser sustituida por más metal porque la aleación de ambos materiales puede ser un poco complicada y...
—Nerian —llamó Deverell, tomándolo de los hombros y haciendo que se girara para mirarle completamente—. Sigue lo que te diga tu corazón de herrero, no lo que Viareden te haya enseñado. Si bien debes mantener en mente los conocimientos que has adquirido gracias a él, no implica que no puedas innovar con tus propias ideas. ¿Qué te dice tu corazón?
—Que lo deje tal cual está, Mi Lord.
Deverell lo soltó, sonriendo.
—Entonces está decidido, elaborarás este diseño. Además, el roble es un árbol de reyes, me halagas, muchacho.
—N-no es nada, Señor —respondió Nerian. De repente, había vuelto a ganar confianza en si mismo gracias a las palabras del mayor.
—¿Por casualidad has visto a mi hermana en el día de hoy? —preguntó Deverell unos segundos más tarde.
Nerian pareció vacilar por unos instantes, pero después negó con la cabeza. En su interior, se maldijo a sí mismo por mentirle al hermano de su mejor amiga, a quien había conocido durante toda su vida. Sin embargo, no podía admitir que Prísyla había estado en la forja y había descuidado sus deberes como dama de la Corte.
Si Deverell dudó de su respuesta, no lo mostró. En cambio, le palmeó la espalda una vez más.
—Oh, bueno. Supongo que las Damas la habrán entretenido durante todo el día. Ten buena noche, Nerian.
—Igualmente, Mi Lord.
El mayor salió de la forja unos instantes más tarde y entró en los pasillos del castillo. El silencio moraba ya en el interior del edificio y solo unos pocos sirvientes paseaban de arriba a bajo sin hacer el menor ruido. Deverell saludó a algunos que se le antojaron conocidos antes de dirigirse al Ala Este, donde el Lord Protector mantenía su estudio y donde solía estar a aquellas horas. Como cabía esperar, dos guardias guardaban las puertas de la sala.
Lo dejaron pasar sin hacer preguntas y Deverell fue recibido por el sonido crepitante de un fuego recién encendido en la chimenea. Lord Miraz reposaba inclinado sobre las danzantes llamas, mirándolas fijamente. Deverell se aclaró la garganta para hacerse notar, y los ojos oscuros como pozos del Lord Protector se centraron en él casi al instante.
—Ah, mi querido amigo. Toma asiento —indicó con un gesto—. Sírvete algo, si places.
—Gracias por el ofrecimiento, Señor —expresó él—, pero no me quedaré demasiado rato. Mi hermana me espera para cenar.
—La joven Lady Prísyla, sí —asintió Miraz, dándose la vuelta para mirarle—. ¿Todavía no ha encontrado ningún pretendiente?
Deverell apretó la mandíbula disimuladamente.
—No, Mi Lord.
—Una verdadera pena, me temo. Pero, ¡vamos! Seguro que no estás aquí para hablar sobre eso. ¿Cómo avanza el progreso del puente, Lord Deverell?
—Tal y como esperábamos, Mi Señor, incluso más deprisa. Calculo que a finales de esta semana podríamos tenerlo listo para su inauguración.
—Me complace escucharlo —admitió Miraz. Sus ojos oscuros brillaron—. También me complace anunciarte, querido amigo, de que hoy me ha sido obsequiado un presente sinigual.
—¿Una leona, tal vez? —aventuró Deverell. Miraz asintió, complacido por la rapidez con la que su amigo había sido capaz de responder—. ¿Para qué desea una leona, si puedo preguntarle, Mi Lord?
Miraz se acercó a él con dos rápidas zancadas. Deverell dio un paso atrás instintivamente, perturbado por lo que vio en los ojos del Lord Protector. Su mirada se había tornado más oscura todavía y la luz de las llamas proyectaba sombras siniestras en su rostro. Por unos instantes, le pareció contemplar a un lunático.
—Es la prueba que necesito para convencer al Consejo, Deverell. La prueba de que los narnianos todavía caminan entre nosotros. De que esas viles criaturas que solo conocen los instintos más salvajes y primitivos, existen.
—No veo la relación entre ambas, me temo.
Miraz se retiró de vuelta a la chimenea, y Deverell se permitió sentirse aliviado.
—¿Conoces la leyenda sobre la Reina Protectora de Narnia, Deverell?
—Vagamente, Mi Señor.
—Puedo demostrar que esa leona es ella —dijo Miraz—. Jamás existieron los leones blancos en ninguna parte del mundo. Salvo por uno.
—Mi Señor, de verdad consideráis que esa leona podría...
—¿Me cuestionas, Deverell? —siseó el Lord Protector. Deverell enderezó su espalda.
—No, Mi Señor. Jamás lo haría.
—Entonces, como mi buen amigo, planearás una reunión del Consejo para dentro de tres días. Avisarás a cada Lord bajo la jurisdicción telmarina, y nos reuniremos en la Sala del Consejo para discutir un tema de suma importancia.
—¿Y cuál sería ese tema? Si me permite el atrevimiento de preguntar.
—El exterminio narniano. La era de las criaturas de fábula ha llegado a su fin, mi querido amigo. La era telmarina da comienzo.
¡Hola!
Hemos visto la primera interacción entre Darya y los telmarinos, en especial Miraz. Que levante la mano quien quiera matarlo ya. Ajá, pero tendremos que esperar. Las amenazas parecen perseguir a Darya allá a donde vaya. Por muchos siglos que pasen, algunas cosas nunca cambian. También hemos conocido a otro de los cuatro nuevos personajes, Lord Deverell, que por si no lo habéis deducido hasta ahora, es el hermano mayor de Prísyla. ¿Cuál es vuestra primera impresión?
En el siguiente capítulo, las cosas se calmarán un poco y Darya se encontrará con dos personajes que hasta ahora solo habían sido mencionados. Además, volveremos con Prísyla y su persistencia por ver las ruinas del castillo de la Bruja y Cair Paravel.
Y quizá..., quién sabe, nos encontremos con alguien más.
¡Muchas gracias por leer!
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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