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Capítulo 18. Rumores y Leyendas





    El ambiente en la estancia de costura era silencioso y tranquilo. Algunas veces se escuchaba el amble zumbar de una abeja revoloteando alrededor de los jarrones con flores recién cogidas; pero mayoritariamente, la paz que reinaba era ininterrumpida.

    Prísyla emitió un suave suspiro que captó la atención de varias de sus acompañantes, pero el resto de mujeres siguió bordando sin darle más importancia. La joven dejó de lado su tapete después de dar una última puntada más. Unos ojos oscuros seguían posados en ella, sin embargo. Maldijo para sí, pues había conseguido que la atención de Lady Prunaprísmia permaneciera sobre su figura.

    En otras circunstancias, dejar de lado su tapete hubiera implicado salir silenciosamente de la sala y escabullirse hasta las afueras del castillo, hacia la linde del bosque. Pero ahora que tenía a la esposa del Lord Protector mirándola, la tarea resultaría mucho más complicada de lo que hubiera sido en un inicio.

    —¿Ocurre algo, Lady Prísyla? —esbozó la mujer con una suave sonrisa.

    La muchacha no osó mirarla a los ojos durante unos instantes. En su mente, las palabras que su madre solía decirle de niña empezaron a resonar con insistencia: «Alza la barbilla, mira al frente y no dejes que te intimiden, Pry. Muestra la fortaleza que caracteriza a nuestra estirpe.» No obstante, su madre no había vivido lo suficiente como para descubrir que interrumpir las sesiones de costura en la Corte, a veces podían suponer desenlaces fatales.

    Se obligó a sí misma a esbozar una leve sonrisa cansada e hizo un esfuerzo por parecer cansada, abanicándose distraídamente con una de sus manos, como si de repente los calores hubieran atacado su cuerpo.

    —Creo —dijo—, que me encuentro un poco indispuesta, Mi Señora.

     Lady Prunaprísmia frunció el ceño con preocupación.

    —¿Debería hacer al médico llamar?

    —¡No! —exclamó, solo para darse cuenta de que se había movido demasiado bruscamente. Recobró la compostura al instante—. No será necesario, Mi Señora. Creo que solo necesito un poco de aire, si me disculpáis...

    —Por supuesto —asintió la mujer de más alto rango.

    Antes de salir de la estancia, Prísyla consiguió escuchar el murmullo de una de las damas de la Corte.

    —Seguro que irá a ver a ese ingente aprendiz de herrero. Corren rumores de que...

    Aceleró el paso cogiéndose las faldas antes de escuchar el final de aquella frase. Su mandíbula se apretó sin poder evitarlo y siguió caminando hasta que alcanzó el patio interior del castillo. De repente se sentía sofocada, asfixiada. Después de todo, quizá no le habría hecho falta fingir que se encontraba indispuesta; ahora sin duda lo estaba.

    Los rumores llegaban a propagarse por la Corte con una rapidez preocupante, y aunque esos rumores no resultaran siendo más que mentiras la mayoría de veces, la primera mentira siempre sería creída por encima de la verdad. Prísyla bajó las escaleras del patio interior con cuidado antes de dirigirse a una de las puertas de los sirvientes. La que escogió conducía a las cocinas, utilizada para los cargamentos de los mercaderes que venían de Archenland y Calormen con sus especias y víveres exóticos.

    Aprovecho la ocasión para escabullirse entre los sacos de comida, llenando uno de los bolsillos de sus faldas con varias nueces, queso y una manzana. Escaparse por la puerta trasera hasta llegar a la linde del bosque era algo emocionante y a la vez terrorífico. Si alguien la veía, no dudaría en notificar a su hermano y entonces él la encerraría en una de las torres hasta el fin de sus días.

    Esperó unos segundos antes de echar a correr. Había una distancia de veinte pies hasta la linde, y Prísyla supo donde debía pisar para evitar los posibles túmulos o piedras que entorpecerían su camino de lo contrario. En menos de un minuto, la puerta cerrada de las cocinas se encontraba en la distancia, y la fragancia frugal del bosque le daba la bienvenida a la telmarina.

    Prísyla dejó que su mente se relajara tras sentarse sobre la hierba de la linde. Se había ocultado tras uno de los árboles de tronco más prominente para no ser vista. Sobre su regazo reposaban la manzana, las nueces y el queso. Los degustó con calma, disfrutando de la mezcla de sabores en su paladar.

    Las Damas de la Corte se habían escandalizado con su comportamiento, corriendo por el bosque como un cervatillo, por no hablar de la forma casi famélica con la que se encontraba comiendo. Por unos segundos, se permitió sentirse avergonzada por la falta de decoro y maneras que estaba mostrando, pero aquellas sensaciones quedaron olvidadas cuando recordó lo poco que comían aquellas mujeres. Harían lo que fuera por mantener una buena figura, incluso aún llevando sus corsés, preferían comer menos para que su estómago no resaltara con los caros y ajustados vestidos.

    Así pues, todavía saboreando, dejó escapar un suspiro de deleite.

    Cuando hubo acabado, con cuidado, se giró hacia el castillo telmarino para asegurarse de que no la hubieran visto o seguido. Tras comprobar que así era, se levanto y echó a andar por el bosque. Sabía que si se adentraba demasiado, acabaría en el Vado de Beruna, lo cual no le convendría en lo más mínimo, pues su hermano había sido destinado a supervisar la construcción del puente en el Gran Río.

    Por consecuente, se desvió unos pasos hacia el Norte, alejándose lo más posible del camino al Vado. La curiosidad estalló en su interior inocente e irremediablemente al recordar las palabras de varios soldados. Uno de los privilegios que poseía al vivir en la Corte era que podía pasearse por los pasillos sin temor a que los hombres no ocultaran sus conversaciones, al fin y al cabo, solo era una insignificante joven a la que Lady Prunaprísmia mantenía entre sus damas de compañía. ¿Qué mal hubiera podido causar una muchacha así?

    Pero Prísyla escuchaba, y algunas veces, las especulaciones sobre las tierras de Narnia que no había visto, embaucaban a la niña que todavía portaba en su interior con historias de fábula.

    Se especulaba que si caminabas lo suficientemente lejos, hacia el Noroeste, acabarías encontrando las ruinas de una fortaleza antaño hecha de hielo puro. Si por el contrario, caminabas hacia la costa Noreste, hallarías las ruinas del castillo de Cair Paravel, destruido por el paso del tiempo y por el primer telmarino en llegar a Narnia, el antepasado de Su Alteza el Príncipe, Caspian el Conquistador.

    Prísyla no había visto jamás ninguno de los dos, aunque tampoco es como si hubiera podido hacerlo. Había nacido ya en la alcurnia del asentamiento telmarino bajo los Reyes de Telmar. El castillo y el pueblo era todo lo que conocía. Nunca había osado traspasar los límites impuestos por el Lord Protector y los que le habían precedido, con lo cual, tampoco había visto el mar y la costa narniana.

    Deseaba comprobar si los rumores eran ciertos o simples mentiras que los soldados contaban para entretenerse. No obstante, ir sola en mitad del bosque sin compañía era una idea estúpida y solo habría reiterado que todavía era una niña tonta y descuidada, como muchos ya creían.

    Debía conseguir que alguien la acompañara, y en su mente apareció el rostro y nombre de la persona que cedería ante sus súplicas sin miramientos.



    La pieza de metal recién extraída del fuego dejó caer lenguas de ascuas al entrar en contacto con el yunque. El muchacho se secó el sudor con el dorso del antebrazo antes de posicionar el metal correctamente y arremeter contra él con el martillo. Chispas saltaron a causa del impacto, repetido a conciencia y constancia, mecánicamente. Cuando el material volvió a enfriarse lo suficiente como para no ser moldeado, el joven volvió a hundirlo entre las llamas, la madera quemada y el cabrón.

    Aprovechando los segundos en los que tardaría en calentarse la pieza de nuevo, Nerian se permitió alejarse hasta el fardo que había preparado en su hogar con una bota llena de agua y varios trozos de carne salada y fruta seca. Bebió agua y mordisqueó brevemente un trozo de carne antes de desplazarse de nuevo a lo que se convertiría en una espada.

    Repitió el proceso de sacarla del fuego y martillear el metal hasta que fuera lo suficientemente fino, pero resistente, como para formar la hoja del arma. Pensó, mientras tanto, que debería darle forma al mango a continuación, siendo este mucho más elaborado y elegante de los que estaba acostumbrado a hacer.

    Su mentor, Viareden, le había confiado su primer gran encargo: una espada sinigual a cualquier otra que se hubiera forjado, superando incluso la del Lord Protector, y él sería el encargado de crearla, de hacerla realidad. Si bien estaba terriblemente nervioso al respecto, Nerian permitió que la confianza lo inundara. Tenía un don para la forja, Viareden se lo había repetido múltiples veces, y había sido por aquella misma razón por la que había decidido acogerlo como aprendiz.

    —¿Es la espada de mi hermano? —cuestionó una voz tras él, sobresaltándolo.

    El martillo cayó al suelo, a tan solo unos centímetros de sus pies. El joven aprendiz se giró, topándose con la mirada turquesa de Lady Prísyla. Limpiándose las manos —cubiertas por los gruesos guantes de cuero—, en las perneras de su pantalón, elaboró una floritura de cortesía. Asintió antes de recoger el martillo del suelo.

    —Sí, Mi Lady. E-es la espada de Lord Deverell.

    La muchacha dejó escapar una suave risa que ocultó tras su mano.

    —Nerian, somos amigos desde que éramos pequeños, coincidamos en que las formalidades son innecesarias.

    Sus palabras hicieron que los hombros del muchacho se relajaran. Nerian sonrió ladinamente.

    —Es la costumbre, disculpa. —Se volvió a su zona de trabajo y volvió a colocar el metal en el fuego. La miró por encima del hombro—. ¿Qué te trae por aquí? Pensé que estarías con las damas.

    —Me escapé de sus garras —esbozó ella, paseándose por la forja—. Estuve en el bosque durante un rato, necesitaba aire libre.

    Con el ceño fruncido, Nerian apretó los labios, extrayendo la pieza y blandiendo el martillo.

    —No deberías ir al bosque, puede ser peligroso, Pry.

    El martillo arremetió contra el metal. Cada pocos segundos, Nerian le daba la vuelta para igualar ambos lados. Prísyla esbozó una mueca por el estridente ruido, pero no se alejó y aguardó hasta que el joven volvió a repetir el mismo proceso.

    —Lo sé, por ello no me alejé demasiado. Simplemente paseé por la linde pero... Deseaba preguntarte una cosa; hacerte una propuesta.

    —¿Y qué propuesta sería esa? —inquirió el aprendiz—. Debes tener cuidado al decir esas palabras, de todas formas. Cualquiera podría malinterpretarlo, y aunque mi reputación no tenga importancia, la tuya sí.

    —Los rumores son estúpidos y creados por gente más estúpida todavía —locutó ella en respuesta. Nerian negó con la cabeza.

    —Creo que cierta joven dama ha amanecido con la lengua demasiado bífida.

    —Oh, por favor. —Prísyla se interpuso en su camino cuando él fue a coger la hoja de nuevo—. Necesito que me acompañes al bosque.

    —No.

    —¡Nerian! Te lo imploro, deseo ver los castillos de antaño.

    —No, Pry —Volvió a decir él. Con un gesto, le indicó que se apartara para poder volver a su tarea—. Esos castillos no existen, no son más que cuentos.

    —Me niego a creerlo hasta que no lo vea con mis propios ojos —inquirió Prísyla—. Y tú también deberías negarte.

    —No tengo interés alguno en desafiar a la naturaleza salvaje de Narnia. Los dos correríamos un grave peligro si nos adentramos en el bosque y nos alejamos de las tierras que el Lord Protector controla.

    Viendo su trabajo con el martillo finalmente acabado, Nerian hundió el filo en el barril de agua de su izquierda. Una columna de humo se alzó y el metal siseó ante el frío contacto con el líquido.

    —¿Desde cuándo eres tan precavido?

    —Desde que deseo conservar mi puesto, convertirme en herrero y, con suerte, irme de aquí a un lugar más prospero para servir a un Rey, con suerte, al Rey Corin III de Archenland.

    Los brazos de Prísyla cayeron a sus lados con un golpe sordo, amortiguado por las faldas. No podía creer lo que estaba escuchando. Sabía que Nerian no era feliz allí, que no tenía un lugar en la Corte; era un miembro prescindible, sin familia y acogido bajo el ala de Maese Viareden. Sin embargo, hasta aquel momento, no había comprendido cuan desdichado era su mejor amigo.

    —No tenía conocimiento sobre tus planes —admitió en voz baja. Lo escuchó suspirar.

    —Esperaba decírtelo en algún momento después de ser nombrado herrero oficialmente.

    —Es decir —interrumpió Pry—, cuando estuvieras a punto de marcharte.

    Nerian apretó los labios en una fina línea. No había necesidad de palabras de confirmación por su parte, la respuesta era demasiado clara. Prísyla intentó calmar a su corazón, repentinamente acelerado, antes de aclararse la garganta y alzar la barbilla.

    —Razón de más para que me acompañes al bosque y busquemos las ruinas de esos castillos —insistió—. Sería nuestra última aventura juntos, Ian. Como cuando éramos niños y el Profesor Cornelius nos hablaba sobre la Antigua Narnia.

    —El pobre anciano se compadecía de nosotros, únicamente. Ni siquiera nos instruyó. Simplemente nos contaba cuentos para saciar nuestras revoltosas mentes infantiles.

    —Imagina por un instante que no fueran simples cuentos —Prísyla le tomó las manos, sin importarle que se mancharan del hollín de los guantes de Nerian—. Ian, por favor. Imagina que descubriésemos las ruinas del castillo de hielo, o de Cair Paravel. ¡Imagina que nos cruzáramos con un narniano!

    —Son mitos, Pry. Rumores, especulaciones que los primeros telmarinos probablemente inventaron. No hay narnianos en Narnia, se extinguieron. Desaparecieron, dejaron de existir. Ahora son leyendas que los ancianos como el Profesor se empeñan en mantener vivas para entretener a los más jóvenes.

    Nerian vio el desánimo en los ojos de Prísyla, y no pudo evitar sentir un extraño vacío cuando sus manos soltaron las suyas, como si solo estuvieran destinadas a permanecer allí, unidas. Volvió a apretar los labios y su nuez de Adán se movió inquieta cuando pasó saliva.

    —Has cambiado —dijo la muchacha.

    —He crecido porque debía hacerlo —justificó él. Sentía la boca seca y la boca del estómago vuelta del revés—. Quizá tú también deberías, Pry.

    La joven se recompuso en un abrir y cerrar de ojos. Con rostro indescifrable, sacudió las manos en el agua del barril para limpiarlas y procedió a secarlas en las faldas de su vestido. Su porte se volvió elegante y correcto, distante. Frente a él, Nerian había dejado de tener a la joven Pry, que soñaba con vivir aventuras y desafiar las reglas de la Corte. Todo lo que restaba ahora era la dama de la Corte, la siempre perfecta Lady Prísyla.

    —Si no me acompañas, iré yo sola. No intentes disuadirme.

    —Sé que no puedo —admitió él—, pero sí tu hermano.

    —No le dirás nada a Deverell. Lo prometiste.

    —Una promesa de niños —especificó Nerian—. No debería seguir vigente a día de hoy.

    Prísyla sonrió suspicaz.

    —Dices eso, pero sabes que no me delatarás.

    —Si cabe la posibilidad de que corras el más mínimo peligro, lo haré.

    Prísyla no tuvo tiempo a decir nada, porque entonces uno de los soldados apostados al frente de las almenaras en la muralla hizo sonar una trompeta, indicando que bajaran el puente levadizo y abrieran las puertas. Desde la forja, situada dentro de la muralla con vistas a la entrada, Nerian y Prísyla observaron un carro con dos soldados encima. En la parte trasera del carro, tapado con una tela raída, asomaba un prominente bulto.

    —¡Traemos un presente para el Lord Protector! —anunció uno de los soldados, el que conducía el carro. Su compañero le palmeó la espalda, confirmando sus palabras.

    —¡Una leona blanca de Narnia!

    Nerian y Prísyla se miraron por unos segundos antes de echar a correr, como toda una multitud había empezado a hacer. Curiosos, los telmarinos se arremolinaron en el patio interior del castillo. Los soldados telmarinos bajaron del carro y destaparon la tela.

    Prísyla contuvo un grito ahogado con ambas de sus manos fuertemente presionadas contra su boca. Allí, tumbada en el carro como un trofeo, yacía el más grande felino que hubiera visto jamás —y el único hasta el momento—, del mismo blanco impoluto de la nieve. Un pelaje invernal en mitad de la primavera. Una criatura de belleza pura y etérea en mitad de una marea de rostros humanos.

    Los ojos de la leona se abrieron de repente.

    Y rugió.









¡Hola!

Menuda racha llevamos de actualizaciones, ¿eh? No os acostumbréis demasiado, quizá acabo por gafarlo y caigo en uno de mis bloqueos, pero esperemos que no suceda. Me gusta estar tan activa una vez más.

Hemos conocido a dos de los nuevos personajes que se presentarán en esta parte de la novela, Prísyla y Nerian. Aunque no hayamos visto demasiado de ellos por el momento, ¿cuáles son vuestras primeras impresiones? Prísyla es toda una dama, pero parece ser que su curiosidad es insaciable, mientras que Nerian es muy cuidadoso y está deseando salir de Narnia. Y no olvidemos la aparición de Darya al final; ¿qué sucederá en el castillo telmarino a continuación?

A esas personitas que os tomáis el tiempo para comentar, muchísimas gracias, no sabéis cuánto me alegráis el día. A los que siguen siendo lectores un poco fantasma, o quizá timidillos, por favor, animáos, prometo que no muerdo y de verdad me gustaría saber qué pensáis.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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