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Capítulo 14. La Reina Protectora





    Áket dejó escapar un gañido cuando el licántropo arañó su oreja derecha antes de abalanzarse de nuevo hacia él. El lobo perlado saltó hacia delante lanzando una poderosa dentellada a la yugular del monstruo, quien entre convulsiones, acabó cediendo ante las mandíbulas del cánido. Sintiendo el sabor metálico de la sangre inundar sus fauces, Áket escupió toda la cantidad que se había colado en su cavidad, pero no había actuado deprisa. No solo la mordedura de un licántropo podía ser mortal, sino que su sangre era venenosa y letal por igual.

    Se tambaleó hasta el recoveco de una roca cercana y se tumbó resguardándose de los restos de la batalla. Aslan había aparecido con lo que hubiera conformado la otra mitad de su ejército, y esta vez los fideles a la Bruja se habían visto en un número demasiado reducido como para brindar guerra sin perder la vida en el proceso. Muchos habían huido a aquellas alturas, y los que todavía no lo habían hecho, morirían a manos o zarpas narnianas.

    Podía sentir cómo el veneno empezaba a quemarle por dentro, corrompiendo su sistema. Se agazapó en el hueco y cerró los ojos a la espera de pasar desapercibido, pero unos repentinos pasos lo alertaron e hicieron que alzara la cabeza. Los pasos resultaron ser las patas de la Señora Castor y los apresurados de las dos hermanas Pevensie, que se dirigieron hacia él sin dudarlo.

    El rostro de Lucy permanecía compungido por la preocupación, mientras Susan se aseguraba de que el perímetro estuviera desprovisto de enemigos. Caleen corrió hacia él y Áket permitió que le sujetara la cabeza entre sus patas. La castora revisó la herida, acariciando de manera reconfortante el pelaje tras las orejas del lobo.

    —¿Qué te ha sucedido, Áket? —preguntó Lucy en cuanto estuvo arrodillada ante él. Caleen dejó escapar un suspiro tembloroso.

    —Le ha atacado un licántropo —dijo esta—. Lo vi desde la distancia.

    —Tragué su sangre —añadió el lobo perlado, esclareciendo todavía más la situación.

    —¿Eso es peligroso? —inquirió la pequeña. Caleen asintió.

    —Podría morir si no hacemos algo, querida.

    —Entonces... —Las manos de la niña se dirigieron a su pequeño cinto, extrayendo uno de los regalos de Papá Noel: el vial con el jugo de la Flor de Fuego—. Creo que esto podría ayudar.

    Con sumo cuidado, Lucy vertió varias gotas dentro de la boca de Áket, quien tragó instintivamente. En tan solos unos pocos segundos, el lobo fue capaz de levantarse y se sacudió con fuerza para despertar sus músculos, la armadura centelleando bajo la luz del sol por el movimiento.

    —¿Dónde están Peter y Edmund? —preguntó Susan una vez los tres se hubieron reunido con ella. Áket negó—. ¿Y Darya?

    —Perdí la vista de Su Majestad y Darya hace tiempo. Los dos cabalgaban al lado del otro y no se separaron en ningún momento. En cuanto a Su Alteza, la última vez que lo vi permanecía junto a los arqueros. Temo que no sé dónde se encuentran ninguno de ellos.

    —¡Entonces busquémoslos! —apremió Lucy, echando a correr.

    Áket la siguió sin dudarlo. Sentía un vacío en su pecho y un nudo en la boca del estómago; algo iba mal. Si bien él había salido con la acometida de felinos en una primera instancia, cuando el clamor de la batalla había estallado en todo su esplendor, había podido ver a Darya todavía en su caballo, luchando ferozmente y sin piedad alguna. No obstante, la había perdido de vista y no podía evitar encontrarse intranquilo, mientras el sentimiento de malestar en su interior no dejaba de incrementarse.

    No. Darya sabía cuidar de sí misma, estaría bien.

    Alcanzaron el final de las rocas, allí donde la ladera empezaba unirse al campo abierto del valle, cuando vieron un cuerpo familiar tumbado sobre el pasto, apenas respirando y sin mover ni un solo músculo. Las dos hermanas Pevensie chillaron.

    —¡Edmund!



    Peter acunaba todavía su cuerpo. 

    Una de sus manos se había mantenido ocupada acariciando los mechones azabaches distraídamente, mientras la otra la mantenía cercana a él. Miró su rostro, sereno y blanco como la nieve recién caída, y deseó poder ver sus párpados revolotear despiertos, descubriendo el verde de su mirada.

    Pero Darya ya no se encontraba junto a ellos.

    En silencio, Aslan lo observaba mientras intentaba ocultar su rostro compungido por la tristeza.

    —Ve con tu hermano, Peter —le dijo al muchacho. Peter, ahora con la mirada perdida, asintió sin oponer resistencia. Dejó con cuidado el cuerpo de Darya en la hierba, y después, aunque tambaleante, corrió hasta su hermano, quién estaba todavía en el pasto con Susan y Lucy ahora a sus lados.

    Unos segundos más tarde, un trote apresurado se dirigió hasta el león. Con la respiración entrecortada, Áket dejó escapar un llanto lastimero cuando observó el cuerpo de la que había sido como una hermana mayor para él.

    Aslan observó a su hija y con cuidado, se la puso encima del lomo. Los brazos de Darya colgaron a los lados del torso del león, inertes, sin fuerza, sin vida. Áket dejó que su hocico reposara bajo la palma de la mano derecha, sin importarle que estuviera cubierta de sangre. Sin decir ni una palabra, ambos emprendieron el camino hasta los Pevensie, quienes esperaban a que la gota de la Flor de Fuego surtiera efecto en Edmund.

    Aslan miró a Lucy, quién esperaba, ansiosa, a que Edmund despertara.

    —Hay otras criaturas heridas —dijo mientras ella seguía contemplando con ansiedad el pálido rostro de Edmund y se preguntaba si la bebida produciría algún efecto.

    —Sí, lo sé —respondió ella, malhumorada—. Espera un minuto.

    —Hija de Eva —replicó el león con voz más solemne—, también hay otro al borde de la muerte. ¿Tiene que morir más gente por Edmund?

    Peter pensó en Darya tras escuchar al león decir aquello y se fijó en que Aslan la llevaba en el lomo. Áket esperaba a su lado, como un perro fiel.

    La comparación sonó horrible en su mente, como algo que Darya no habría querido escuchar, así que la rectificó: Áket aguardaba tan ansioso como entristecido a que Darya abriera los ojos y volviera a la vida. Peter no necesitaba que nadie le dijera que el lobo no iba a separarse de la muchacha. Él ya lo sabía.

    No pudo evitar preguntarse, torturándose más a sí mismo, qué habría pasado si Lucy hubiera llegado antes. Se deshizo de ese pensamiento y le prestó atención a Edmund.

    Lucy, entonces, se percató también de la chica en el lomo del Gran León.

    —¿Darya? —llamó, sin saber que no obtendría respuesta alguna. La niña observó durante unos segundos a la chica y después, rompió en llanto de nuevo—. ¿E-está...?

    No se atrevió a pronunciar la palabra muerta, porque no creía posible que Darya los hubiera dejado. Sin ella no hubieran llegado tan lejos, los había protegido incontables veces durante aquellos días. Era imposible.

    —Os lo explicaré en otro momento —cambió de tema Aslan—. Ahora, acompáñame. Tenemos trabajo que hacer, pequeña Lucy.

    Durante la siguiente media hora, estuvieron los dos muy ocupados; Lucy, por una parte, atendiendo a los heridos con su licor de la Flor de Fuego y Aslan, desencantado a los petrificados con su aliento. Pronto, todos aquellos que habían resultado heridos estuvieron sanos, todos, menos los ya caídos y Darya. Cuando Lucy regresó al lado de Edmund, lo encontró no solo recuperado de sus heridas, si no siendo el mismo chico que antes de que empezaran la escuela y empezase a comportarse mal. Su querido hermano había vuelto.

    Acamparon todos allí mismo, entre las rocas, después de revisar que ningún seguidor de la Bruja siguiera por allí. Al día siguiente, Aslan, todavía con Darya en el lomo, los guio siguiendo el curso del Gran Río. Tardaron un día más en llegar a la desembocadura de éste y allí, alzándose en una colina rocosa, encontraron un majestuoso castillo: Cair Paravel.

    Frente a él, se extendía una playa de fina arena blanca, con rocas y pequeños charcos de agua salada y algas marinas, junto el olor a mar e interminables kilómetros de olas de un verde azulado que se estrellaban sin cesar contra la costa. Escucharon, maravillados, el sonido de las gaviotas revoloteando por los alrededores y los Pevensie pensaron que hacía mucho tiempo que no habían estado en un lugar tan pacífico y tranquilo como aquél.

    Aquella tarde, los cuatro hermanos pudieron pasear por la playa y disfrutar de la sensación de la arena bajo los dedos de los pies. Susan y Lucy discutieron sobre si deberían decirle a Edmund que Aslan se había sacrificado por él y mientras Susan decía que no, porque Edmund se sentiría terriblemente mal al respecto, Lucy pensó que, aun así, debería saberlo; al final, se lo guardaron como un secreto entre ellas y Aslan.

    Mientras sus tres hermanos disfrutaban de la playa, Peter pensó. Enfrascado en sus pensamientos, sentado en una roca jugueteando con la arena con los pies, pensó en Darya.

    La leona que poco después se había convertido en muchacha, había llegado a importarle mucho en poco tiempo. Miró detrás de él y vio los jardines de Cair Paravel; el verde de las hojas y los matorrales le recordó al verde de los ojos de ella. Pensó en que aquello le hubiera encantado, recordando su conversación varias noches atrás, antes de que encontraran a Edmund, cuando ella le había confesado que había nacido en un día invernal, un día frío, con colores monótonos.

    —Peter.

    Se giró y contempló a Aslan, mirándolo atento. El león le hizo una señal para que lo acompañara y Peter no se negó. Atravesaron la playa, entraron en los jardines del palacio y poco después, en este.

    —Mañana se llevará a cabo la coronación —le recordó Aslan. Peter asintió; se acordaba del momento en el que Aslan les había dado la noticia a él y a sus hermanos. Serían Reyes y Reinas de Narnia—. Quería enseñarte algo antes de que se inicien todos los preparativos de última hora. Sígueme.

    Recorrieron pasillos llenos de mosaicos hermosos, pinturas y estatuas de mármol, con grandes candelabros y suelos de mármol pulido. Peter pensó que Cair Paravel era hermoso, y que probablemente, a Darya le hubiera encantado contemplarlo.

    Aslan se detuvo en una puerta singular a las demás, de madera oscura y grabados de plata, mostrando el dibujo de una leona. Peter pasó saliva antes de que entraran.

    La habitación era lo suficiente grande como para que al menos diez centauros pudieran estar dentro sin problemas. El suelo seguía siendo de mármol y las paredes estaban cubiertas de tonos blancos, azules y plateados. En la esquina derecha, se extendía una estantería que ocupaba toda la pared con lo que parecían miles de libros de tapa dura. En la otra punta de la sala, había un biombo de lino oscuro que tapaba toda la zona de la vista de los curiosos. Y en el centro, Peter la vio.

    Una gran cama con dosel blanco se alzaba, con las sábanas de algodón suave y fino de colores azules oscuros. En el centro de la cama, descansaba una muchacha de piel pálida, labios secos que antaño habían sido rojizos y tirabuzones despeinados cómo el más oscuro carbón, esparcidos por toda la almohada. Sus ojos permanecían cerrados y su respiración era débil, aunque estable.

    —Darya... —exhaló Peter, como si hubiera visto un fantasma. ¡Respiraba! Darya respiraba.

    Estaba viva.

    —La traje aquí en cuanto llegamos —explicó Aslan, una nota de tristeza en su voz—. No despertará hasta llegado el momento, si es lo que te preguntas, Peter. Padece una enfermedad narniana singular y letal al mismo tiempo.

    —¿Enfermedad?

    —Días antes de que se llevara a cabo la batalla, una ninfa encontró a Darya en un pésimo estado. Una centauro fue a socorrerla, curandera de los de su especie. Dijo que Darya padecía el Síndrome de Morfeo.

    —¿De qué trata?

    —Aquí en Narnia, no somos inmortales, Peter —informó el león con pesar—. Nacemos, vivimos y perecemos como cualquier otra criatura de tu mundo. Las enfermedades también existen en Narnia y muchas son las causantes de las muertes de narnianos. El Síndrome de Morfeo no es sino una de las epidemias más extrañas. Va afectando al cuerpo lentamente y poco a poco se pierden las fuerzas, hasta que sin darte cuenta, caes en un profundo sueño del que muy pocos han conseguido despertar.

    —Entonces, Darya solo está dormida, ¿no? —preguntó el chico. Aslan asintió y Peter sintió como un peso abandonaba su pecho y el alivio lo recorría.

    —Sí, pero no tenemos forma de saber cuándo despertará. El tiempo puede llegar a ser muy caprichoso cuando se lo propone, joven Hijo de Adán. Quizás tarde años, o incluso siglos; no tenemos forma alguna de saberlo.

    Peter percibió entonces un destello al lado de la cama, en una mesita de noche. Allí, había un pequeño cojín escarlata y encima, una tiara plateada con hojas labradas de enredadera.
Aslan siguió la mirada del chico y miró la tiara.

    —Como ya sabrás, Darya es mi hija y como tal, mi heredera. Yo soy el guardián de Narnia y su creador y es hora que uno de los dos títulos pase a mi única descendiente —Peter alternó su vista entre Darya y la tiara—. Darya también será coronada Reina, Peter. Será la nueva guardiana de Narnia y su protectora, por eso su corona está hecha de hojas de enredadera. Esa planta representa la paz y la prosperidad, la valentía de un guerrero que, sin importar cuántos problemas se le presenten, seguirá adelante.

    —Esa es Darya —murmuró Peter, recordando el valor y la fortaleza de la muchacha

    —Mi hija creció toda su vida preparándose para una sola cosa, Peter: el exterminio de la Bruja de Narnia. Era su deber.

    «Era mi deber, mi promesa, mi profecía»

    Peter parpadeó, dándose cuenta por fin.

    —Antes de... bueno, dormirse, Darya me susurró que protegerme había sido su deber, promesa y profecía. ¿A qué se refería?

    Aslan suspiró, viendo que no podría seguir ocultando aquello por mucho más tiempo.

    —Existe una profecía que muy pocos conocen, la profecía de la Heredera.

    —Sí, lo recuerdo. Cuando la Bruja fue aquella vez al campamento, la NINFA Níhmir descubrió la identidad de Darya como la antigua Comandante de Jadis. Al final, a Darya no le quedó otra opción que explicarnos lo de la profecía y sus orígenes, pero lo hizo de manera muy superficial, a grandes rasgos

    —La profecía dice que una criatura entrelazada con los dos mundos, el Mundo Subterráneo y el Mundo de la Superficie, sería la heredera de Narnia, se internaría en los dominios de la Bruja Blanca para así salvar vidas, pero a cambio de esas vidas, pagaría un alto precio.

    Peter lo pensó. Llevaba poco tiempo en Narnia y sus conocimientos eran limitados, no obstante, ahora sabía que estaba compuesta por dos mundos, uno en la superficie y otro bajo tierra; Darya era la unión entre aquellos dos. Ella se había adentrado en el recinto de Jadis como espía, mientras salvaba las vidas de los narnianos y ahora, había pagado el precio por ello con el Síndrome de Morfeo, pero entonces, ¿por qué lo había protegido a él?

    —¿Por qué Darya me protegió durante la lucha contra Jadis? —le preguntó a Aslan con intriga. El león lo miró y después, pasó la vista a su hija.

    —Darya siempre fue muy terca y creía plenamente en defender aquello que creía justo. Al ser una espía en territorio enemigo, se convirtió en la primera traidora antes de que tu hermano llegara. El día que Jadis vino al campamento, pidió la muerte de dos traidores, la de Darya y la de Edmund. No podía dejar que les pasara algo a ambos, así que hice un trato con ella con algo más valioso: ofrecí mi muerte a cambio de la de ellos dos. La bruja aceptó y aquella noche, me mató. Pero si hubiera conocido la Magia Insondable tan bien como yo, hubiera sabido que existía otra mucho más antigua y poderosa, que haría que aquel inocente que no hubiera cometido traición y fuera ejecutado, provocara un proceso de retroceso en la muerte.

    Peter lo escuchó atento a todo lo que decía. Ahora entendía la muerte de Aslan y su resurrección, pero su pregunta aún no tenía respuesta.

    —Darya sospechó que pasaba algo, así que le conté el trato con la Bruja Blanca. Intentó impedírmelo y estoy seguro de que hubiera sido capaz incluso de ofrecerse ella en mi lugar. Pero le hice prometer que se quedaría en el campamento y que te ayudaría a dirigir la batalla, que te protegería.

    El chico pensó en ella, en cómo no se había separado de él en ningún momento, manteniéndose a su lado, cubriéndole la espalda mientras luchaban. Recordó la manera en la que Darya había saltado encima de la Bruja para protegerlo cuando esta lo había tirado al suelo y le había clavado la espada en el brazo. Todo había sido para protegerlo.

    —¿Despertará? —preguntó mirando a la chica en la cama.

    —El destino tiene sus propios planes, joven Rey. Solo nos queda esperar y ver lo que acontece.

    La mañana siguiente, la coronación se llevó a cabo. Cair Paravel se llenó de narnianos, de todos ellos, grandes, pequeños; todos estuvieron allí para ver la coronación de sus reyes. Se reunieron en el Gran Salón —aquella sala maravillosa de techo de marfil, la pared oeste recubierta de plumas de pavo real y la puerta oriental mirando al mar—, en presencia de todos sus amigos y acompañados del sonido de las trompetas, Aslan los condujo a través del pasillo de centauros acorazados, hasta estar delante de los tronos de marfil. Los cuatro muchachos subieron la pequeña escalinata, mientras Aslan se giraba para mirar a todos los presentes.

     —En nombre del resplandeciente Mar Oriental, yo te nombro Reina Lucy, la Valiente.

    La pareja de castores caminó hasta las escalinatas, ambos portando un almohadón de terciopelo cada uno, con las coronas y las tiaras. Detrás de ellos, el Sr. Tumnus, con una nueva bufanda verde y dorada, caminaba, pues era el encargado de colocarles las coronas.

    Tumnus cogió una tiara de plata, con pequeñas hojas y flores doradas labradas y se la colocó a Lucy encima del pelo rizado. La pequeña le sonrió y él le devolvió el gesto.

    —En nombre de los Bosques Salvajes del Oeste, yo te nombro Rey Edmund, el Justo. —Para él, Tumnus cogió una corona de plata con grabados de hojas—. En nombre del radiante Sol del Sur, yo te nombro Reina Susan, la Benévola. —El fauno cogió entre sus dedos la segunda de las tiaras, esta vez dorada con flores labradas del mismo material, que parecían simular soles, Flores de Nácar de oro blanco.

    —En nombre de los claros Cielos del Norte, yo te nombre Rey Peter, el Magnífico.

    La corona de Peter fue dorada y considerablemente más grande que las demás, ya que él sería Sumo Monarca por encima de sus hermanos como el primogénito. La corona tenía hojas de roble en las puntas, el símbolo de la realeza, de la fuerza y el valor.

    —Ahora, me gustaría hacer una última declaración —habló Aslan con voz solemne. Los narnianos le escucharon atentos y Peter entendió qué iba a decir—. Sé que muchos os preguntaréis dónde está la leona llamada Darya, que posteriormente adquirió la habilidad de transformarse en humana, o qué le ha ocurrido. Os lo diré, pues es mi deber hacerlo, pero no obstante, antes debéis saber lo siguiente: Darya no era una leona normal. Sirvió como Comandante en las filas de la Bruja con un solo propósito, el de proteger a cada narniano que cayera preso de sus garras. —Los gritos de sorpresa no se hicieron esperar. Algunos se sentían contrariados por lo que acababan de escuchar, mientras algunos asintieron, reconociendo por fin a la leona que habían visto. Aslan soltó un profundo suspiro—. Sus actos siempre fueron en beneficio de su pueblo, de su gente y sus tierras, del reino que eventualmente heredaría. Mis queridos narnianos, Darya no solo era una traidora en tierra enemiga, también era mi hija.

    » Los que luchasteis en la Batalla del Valle de Beruna fuisteis testigos de cómo Darya peleaba junto a nuestros Reyes, cómo los defendió hasta darle muerte a Jadis, la Bruja Blanca. Estoy seguro —dijo, sus ojos posándose en Níhmir entre el gentío por un breve momento—, que su hazaña, coraje y valentía serán recompensados con el perdón. Deseo desde lo más profundo de mi corazón que podáis encontrar en los vuestros la sinceridad de mis palabras.

    Durante unos minutos, el silencio cayó como una espesa bruma en el Gran Salón. La multitud se miró entre sí, intentando darle un sentido a las palabras que acababan de escuchar de aquel a quien más amaban, su creador. Aslan esperó pacientemente, pero llegados unos minutos tras sus declaraciones, las dudas empezaron a asaltarle. Sabía que se había arriesgado demasiado a confesar la identidad de Darya, pero no hubiera podido evitar que fuera hecha prisionera por los narnianos del Campamento Rojo, o que incluso hubieran pensado ejecutarla por traición, aunque hubiera sido una que no estaba en sus manos controlar, únicamente obedecer. Con pesar, sus orbes de oro fundido se pasearon por cada rostro y expresión, esperanzado en silencio. Entonces, una voz se alzó, ahuyentando la bruma como si de una lámpara en la oscuridad se tratase.

    —¿Dónde está entonces la Mata-brujas? —cuestionó la voz. No sonaba enfadada o resentida. Sonaba intrigada.

    Preocupada.

    —Darya se encuentra bajo los efectos del Síndrome de Morfeo —respondió el Gran León.

    Una exclamación de asombro se escuchó por todo el Gran Salón. Algunos empezaron a murmurar, pero Aslan se apresuró a callarlos con un gruñido sordo. Cuatro centauros entraron a continuación en la sala, portando un altar de plata y marfil, con un colchón de terciopelo azul marino. Encima de este reposaba Darya —a la que unas ninfas habían peinado y limpiado de los estragos de la batalla—, con un vestido azul oscuro y una capa blanca con patrones de enredaderas plateadas.

    Delante del altar, Áket caminaba con rostro solemne e inexpresivo. Portaba todavía su coraza, ahora limpia de sangre, y su pelaje relucía bajo las lámparas. Todos callaron al verlos pasar, y cuando los centauros hubieron dejado el altar en el centro de la tarima subiendo las escalinatas, Aslan prosiguió.

    —No sabemos cuándo despertará, pero aun así, diré lo siguiente, porque está en su derecho de nacimiento ser también coronada. —Entonces, Tumnus alzó la tiara que Peter había visto en la habitación de Darya, la de plata con pequeños diamantes y las hojas de enredadera—. En nombre de todas las criaturas narnianas y de las brillantes estrellas del firmamento, yo te nombre Reina Darya, Protectora de Narnia.

    Los cuatro hermanos tomaron asiento en sus tronos cuando el león acabó de hablar y Aslan se giró para mirarlos.

    —Quién ha sido Rey o Reina en Narnia siempre será Rey allí; que vuestra sabiduría nos bendiga hasta que las estrellas se caigan del cielo —después se giró para mirar a todos los espectadores y juntos, entonaron—: ¡Larga vida al Rey Peter! ¡Larga vida a la Reina Susan! ¡Larga vida al Rey Edmund! ¡Larga vida a la Reina Lucy! ¡Larga vida a la Reina Darya!

    Mientras todos celebraban, Aslan se giró para empezar a caminar hasta la entrada del Gran Salón, pero la voz de Peter lo detuvo.

    —Aslan, ¿te marchas? ¿Qué pasa con Darya?

    —Peter —pronunció el Gran León con cariño—; estoy seguro de que cuidarás bien de ella mientras no esté.

    —¿Pero volverás?

    —Cuando menos lo esperéis.

    Aslan le dedicó una última mirada al ambiente a su alrededor. Ahora que Narnia volvería a vivir tiempos de paz, su presencia no sería necesaria. Sus ojos se posaron sobre su durmiente hija y un escalofrío crispó su pelaje. Sonrió, no obstante, pues sabía que sus palabras serían ciertas: Peter cuidaría bien de Darya en su ausencia.

    El joven Sumo Monarca observó al dorado león alejarse hasta que desapareció por completo de su vista. Volvió hasta las escalinatas de los tronos y se inclinó sobre Darya, observándola. Dubitativo, hizo que sus labios rozaran la frente de la chica.

    —Larga vida y profundo sueño a la Reina Protectora.

    Aquellos dos Reyes y dos Reinas gobernaron Narnia como debían, y largo y feliz fue su reniado. Al principio, gran parte de su esfuerzo lo dedicaron a buscar los restos del ejército de la Bruja Blanca y a destruirlos y lo cierto fue que, durante mucho tiempo, llegaron noticias de criaturas malvadas que acechaban en las partes más recónditas del bosque; una aparición aquí y una muerte allí, un hombre lobo que había sido vislumbrado un día y el rumor de la presencia de una vieja bruja al siguiente.

    No obstante, al final se consiguió acabar con toda aquella horrible chusma. Dictaron leyes justas, mantuvieron la paz, evitaron que árboles buenos fueran cortados sin necesidad, libraron a jóvenes enanos y sátiros de ser enviados a la escuela y por lo general impidieron la actuación de entrometidos y curiosos, y animaron a la gente corriente que deseaba vivir y dejar vivir. También repelieron a los gigantes feroces en el Norte de Narnia cuando estos se aventuraron a cruzar la frontera. Asimismo trabaron amistad y alianzas con países situados al otro lado del mar y les hicieron visitas oficiales, y también recibieron visitas oficiales de sus gobernantes.

    Ellos mismos crecieron y cambiaron con el paso de los años y aun así, el recuerdo de la Reina Darya siguió siempre vigente. Ninguna generación de años posteriores olvidó nunca el gran sacrificio de la Heredera de Aslan y no había día en que algunas criaturas benévolas no fueran a visitar aquella habitación de Cair Paravel donde descansaba la muchacha, tan joven como lo habían sido alguna vez los cuatro hermanos. El Síndrome de Morfeo la mantenía joven y muy pocos apreciaron cambio alguno en su semblante sereno, mientras continuaba dormida.

     Junto a ella, el lobo Áket, que fue nombrado Honorario Amigo de Narnia y Guardián de Morfeo, guardaba recelosamente las entradas y salidas de la estancia de la Reina durmiente, nunca olvidando el lazo que los había unidos como hermanos, o incluso como madre e hijo. A la Reina Darya, Áket le debía la vida, y jamás se permitió olvidarlo, custodiándola hasta el fin de los suyos propios.

    Cada día, el Rey Peter se escabullía de sus deberes como Rey de Narnia y Sumo Monarca y se pasaba por la habitación de Darya, contándole anécdotas e historias que él y sus hermanos gobernantes habían vivido durante aquel tiempo en que aún eran pequeños, creyendo que se trataban de simples sueños. Peter le hablaba y le hablaba durante horas, con la esperanza de que ella despertara y lo mandase a callar para seguir durmiendo, pero nunca llegó a suceder nada. Darya estaba dormida y lo estaría por mucho tiempo más, Peter lo sabía, pero aun así, se rehusó a dejar de intentarlo, mientras el Guardián escuchaba en silencio.

    No fue sino hasta un día, cuando el Rey Edmund les sugirió a sus queridos hermanos el perseguir a un Ciervo Blanco que había avistado en una pequeña cacería ellos solos.

    Y no fue hasta que la Reina Lucy vio una extraña forma de hierro, un farol rodeado de enredaderas y musgo, encendido y brillando en un pequeño claro del bosque, cuando un sentimiento los invadió a ella y a sus hermanos, como si aquello se tratara del sueño de un sueño y ya hubiesen visto aquella figura antes. Detrás del farol, encontraron un hueco entre los altos árboles, oscuro y a su parecer, vacío, por dónde supusieron que había escapado el ciervo.

    Así pues, aquellos Reyes y Reinas penetraron en la espesura y antes de haber dado una veintena de pasos todos recordaron que el objeto que habían visto recibía el nombre de farol, y antes de dar otros veinte, advirtieron que se abrían camino no a través de ramas sino a través de abrigos.

   Y al cabo de un instante salían en torpel por la puerta del armario al interior de una habitación vacía, y ya no eran Reyes y Renias ataviados con su atuendo de caza, sino simplemente como Peter, Susan, Edmund y Lucy, vestidos con sus antiguas ropas.

    Era el mismo día y la misma hora que cuando habían entrado en el armario para esconderse. La señora Macready y los visitantes seguían hablando en el pasillo, pero por suerte no llegaron a entrar en la habitación vacía y no encontraron allí a los niños.

    Aquello habría sido el final de la historia de no haber sido porque sintieron que realmente debían explicar al profesor el motivo de que faltaran cuatro abrigos del armario. Y el profesor, que era un hombre extraordinario, no les dijo que eran tontos ni que estuvieran mintiendo, dino que creyó toda la historia, pues en otros tiempos, hacía ya muchos años, él mismo había entrado en Narnia con la ayuda de dos anillos mágicos.

    —No —dijo—, no creo que sirva de nada intentar regresar por la puerta del armario para recuperar los abrigos. No podréis entrar de nuevo en Narnia por esa vía. ¡Ni tampoco servirían de gran cosa los abrigos a estas alturas si los recuperaseis! ¿Cómo? ¿Qué habéis dicho? Sí, claro que regresaréis de nuevo a Narnia algún día. Quien ha sido Rey en Narnia, siempre será Rey allí. Pero no intentéis usar la misma ruta dos veces. En realidad, no intentéis ir allí por ningún medio. Sucederá cuando menos lo esperéis. Y no habléis demasiado sobre ello, ni siquiera entre vosotros. Y no se lo mencionéis a nadie más, a no ser que descubráis que han corrido aventuras de la misma clase también ellos. ¿Cómo dices? ¿Que cómo lo sabréis? Ya lo creo que lo sabréis. Cosas curiosas que digan, e incluso la expresión de sus rostros, os revelarán el secreto. Mantened los ojos bien abiertos. ¡Válgame Dios! ¿Qué os enseñan en la escuela?

    Y ese fue el final definitivo de la aventura del armario. No obstante, si el profesor estaba en lo cierto, aquello había sido tan solo el principio de las aventuras en Narnia. Los hermanos esperarían ansiosos volver a aquella Tierra mágica y Peter estaría contando los días hasta poder ver a Darya, la Reina Protectora, de nuevo.








FIN DEL PRIMER ACTO;
«EL LEÓN, LA BRUJA Y EL ARMARIO»



¡Hola!

Cómo podréis haber visto, los últimos párrafos eran del segundo libro correspondiente a la película, incluido el diálogo del profesor Kricke. Lo siguiente, como ya dije anteriormente, serán tres capítulos, dos del tercer libro "El caballo y el muchacho", y otro muy especial. Después continuaremos con el Príncipe Caspian, y sabréis que hemos empezado con él en cuanto lo veáis. Como dijo el profesor, ¡mantened los ojos bien abiertos!

Espero que os haya gustado este primer acto o primera parte, que hayáis disfrutado de los personajes originales que contenía, que hayáis podido sentir mínimamente las emociones que se expresaban y que, sobre todo, hayáis disfrutado.

Muchísimas gracias por el apoyo que le dais a la novela, sea comentando, votando o agregándola a vuestras bibliotecas. Os merecéis el cielo.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

  —Keyra Shadow.



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