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Capítulo 13. El Fin de una Era





    Darya apenas pudo descansar. Se había pasado gran parte de la noche removiéndose entre los cojines que estaban en su lecho, intranquila. Sabía que no le pasaría nada a su padre, que la Magia Más Insondable de antes de los albores del tiempo lo protegería, pero aun así, no pudo evitar soltar una lágrima solitaria que se deslizó por su mejilla silenciosamente.

    Dejó que la lágrima corriera por su mejilla y cuando otra estuvo a punto de caer, la secó rápidamente. Apretó los ojos con fuerza, cerrándolos, para evitar que más lágrimas cayeran. Debía ser fuerte y guiar la batalla que se avecinaba mientras protegía a Peter a toda costa, incluso si eso significaba perder la vida en el intento. Era su deber sacrificarse por su pueblo y por sus futuros Reyes. Se lo había prometido a su padre, y a sí misma.

    Unas horas más tarde, cuando el sol aún no había aparecido, Darya despertó. Tragó una gota de Esencia de Estrella, y mientras su felino cuerpo cambiaba al humano, observó la armadura que los herreros habían preparado para ella. Era de metal liviano y resistente, dividida en diversas partes: el peto, las hombreras, las perneras y las espinilleras. Cada una de ellas forrada de una capa de cuero por dentro que tenía la función de dificultar el paso de las armas para herir la piel oculta.

    También le habían entregado una cota de malla que recubriría sus brazos y torso, además de un jubón de algodón y pantalones del mismo material. Le habían ofrecido un vestido especialmente diseñado para combate, pero lo había rechazado. No podía arriesgarse de ninguna forma a que la hirieran, no mientras tuviera que proteger a los suyos, y un vestido hubiera dificultado su tarea. Le había sido entregado un jubón carmesí externo sin mangas, con el estandarte del león dorado que caracterizaba a Narnia. Unos guantes y botas conformaban las últimas partes de su atuendo, de cuero grueso y resistente.

    Se colocó la armadura a conciencia tal y como Oreius le había enseñado —después de una de sus muchas prácticas—, y tomó el brebaje para retrasar los efectos del Síndrome de Morfeo. Actuando lentamente y a conciencia, se ató a la cintura la espada envainada, se colgó el caraj y las flechas por detrás de la espalda y cogió algunas dagas que escondió en su cinto. Una dríada entró unos segundos más tarde y trenzó su cabello apretadamente para evitar que cualquier hebra se escapara. Darya le agradeció y la criatura marchó.

    Se aferró al arco con todas sus fuerzas y salió de su tienda a paso apresurado. Había alertado a la dríada para que avisara al campamento de que debían marchar hacia el campo de batalla antes del mediodía. Les susurró también a los árboles que estuvieran atentos a todos los movimientos de la Bruja y sus tropas, sus pies conduciéndola hasta la carpa principal.

    Oreius galopó hasta ella e inclinó la cabeza a modo de saludo. Darya le indicó que no tenían tiempo que perder.

    —Las tropas deben estar listas, Oreius —le dijo con seriedad—. Mi padre ha muerto y aunque la bruja piense que estamos vulnerables, le demostraremos lo contrario.

    El centauro asintió con la cabeza agachada, probablemente lidiando con la noticia que Darya le había dado. La joven caminó revisando que todo estuviera listo y dispuesto para la marcha hacia el Valle de Beruna. Justo cuando iba a entrar en la carpa de su padre, una mano se aferró a su brazo.

    Darya se giró y se topó con los ojos azules de Peter, brillantes y tristes; él, aun cogiéndola por el brazo, la condujo hasta el interior de la carpa. El chico la atrajo hacia sí, tomándola completamente por sorpresa al envolver sus brazos alrededor de ella. Darya permaneció estática en una primera instancia. Aquel tipo de afecto era nuevo para ella, pero aun así, había visto a los cuatro hermanos compartir lo que ellos llamaban abrazo, como aquel, y de manera lenta e insegura, envolvió sus propios brazos entorno a Peter.

    Inconscientemente ante su cercanía, respiró el aroma que el muchacho desprendía. Peter olía a madera quemada y al casi imperceptible aroma del metal de su armadura. La incomodidad que sentían con las armaduras chocando por el abrazo no les importó. En un súbito arranque de confianza, Darya hundió el rostro en el cuello de Peter y él la abrazó más fuerte.

    Si Darya debía ser sincera, Peter había sido el único Pevensie con el que había establecido un fuerte vínculo. Ni siquiera con la pequeña Lucy podía Darya decir que compartía una amistad como aquella, siendo la diferencia de edad una de las principales razones, y aunque Peter fuera varios años más joven que Darya —teniendo en cuenta la edad humana que esta aparentaba—, tenía la sensación de que ambos se comprendían a la perfección.

    Quizá había sido aquella la razón de que Peter la hubiera encontrado y estuviera abrazándola como si su vida dependiera de ello. Lo cierto, no obstante, era que así había sucedido. Tras haber sido avisado por una dríada de que sus hermanas se habían ido del campamento junto a Aslan y del final del mismo, Peter se había enlistado tan rápido como había podido con un único propósito: encontrar a Darya y transmitirle su apoyo. Ahora, mientras la mantenía apresada contra sí y ella le abrazaba por igual, sintió que ambos consolaban al otro; Peter había perdido temporalmente a sus hermanas, pero Darya había perdido a su padre, así como él lo había hecho cuando la guerra había estallado en Londres.

    Él sabía que lo necesitaba, que necesitaba que alguien la ayudase a ella por unos segundos, más cuando la joven había estado brindando su ayuda a aquellos que se preparaban para la batalla en el campamento. Darya se separó de él y Peter la miró atentamente.

    —Gracias, Peter —le susurró con una débil sonrisa. Peter le devolvió el gesto, sonriendo ladinamente. Oreius volvió a aparecer poco después, asomando la cabeza por la entrada de la carpa. Su semblante era inexpresivo, pero más allá, la preocupación inundaba cada detalle de sus facciones.

    —Los árboles aclaman que la bruja y sus tropas ya han puesto rumbo al campo de batalla, Mi Señora —comunicó.

    —De acuerdo, ¿el ejército se encuentra dispuesto para la marcha? —Oreius asintió con un gesto seco. Darya miró a Peter—. ¿Qué hacemos ahora, Majestad?

    De repente, Peter se sintió pequeño, insignificante. Las dudas lo abordaron y empezaron a consumir su mente, llenándolo de cavilaciones sobre lo que podía ir mal si él era el encargado de librar la batalla contra la Bruja; solo era un niño, ¿cómo podían depositar tan aciaga confianza en él?

    Dubitativo, respondió:

    —No lo sé.

    Mientras pronunciaba estas palabras, el joven Hijo de Adán salió de la carpa, seguido de cerca por la Heredera. Fuera, Edmund, Canthos y Áket los esperaban. Una pequeña mesa había sido colocada no muy allá de la Gran Carpa; Darya la reconoció como aquella que contenía en su superficie el mapa de Narnia y los peones que asemejaban los estandartes. Había llegado el momento de repasar la estrategia que seguirían a continuación.

    Edmund miró a Peter inquisitivamente, preguntándole silenciosamente con la mirada si los rumores que se esparcían por el campamento eran ciertos. Darya asintió en dirección al mayor de los Pevensie, soltando un tembloroso suspiro. Este miró a su hermano por igual y asintió lentamente.

    —Es verdad, se ha ido.

    Edmund pareció pensárselo muy poco antes de hablar, incluso sorprendiendo a Darya gratamente.

    —Entonces dirígenos tú —esbozó de forma decidida.

    —Tu hermano tiene razón, Peter —secundó Darya, recordando las palabras de su padre—. Tú debes ser quien nos dirija. Mi padre ya contaba con ello cuando supo el destino que le esperaba en la Mesa de Piedra.

    —Peter, hay un ejército esperando, listo para seguirte —continuó Edmund. Peter negó.

    —No puedo.

    El joven sentía que su pecho explotaría en cualquier momento, que sus piernas cederían bajo el peso de la armadura, de la espada enfundada alrededor de la cintura, del escudo que reposaba en su antebrazo izquierdo. Con el corazón latiéndole desbocadamente, intentó inhalar algo de aire, pero sus pulmones se habían cerrado, no respondían. Con la cabeza embotada por momentos, retrocedió un paso, tambaleante. Tras él, sintió la firmeza repentina de un cuerpo que se inclinaba hacia sus piernas para impedir que cayera. Mirando hacia atrás, Peter se encontró con los ojos del lobo perlado.

    La mirada de determinación que Áket poseía lo dejó atolondrado. En él, vio la ciega esperanza de que podían ganar aquella cruzada, de que él era capaz de dirigir al ejército en su primera función como futuro Rey.

    —Confiamos en usted, Su Majestad —dijo el lobo.

    —Por supuesto—intervino Darya—. Mi padre confiaba en ti, todos estos narnianos confían en ti, tu hermano cree en ti, Peter, y yo también.

     Peter la miró, sintiendo como un escalofrío lo recorría de pies a cabeza al mirar los profundos ojos verdes de Darya. La chica le sonrió, brindándole unas inexplicables fuerzas. Respiró profundamente.

    —El ejército de la bruja se acerca, Señor —dijo Oreius con voz serena—. ¿Qué ordenáis?

    El joven lo miró con una determinación nueva en sus ojos.

    —Debemos agruparnos en el campo de batalla y esperar, siguiendo la estrategia que Darya ideó, aquella que acordamos con Aslan. Debemos asegurarnos de que todos estén en sus respectivas posiciones y de que no queden huecos sin defensa. No podemos permitir que la Bruja irrumpa entre nuestras filas antes de lo previsto. Partiremos ahora, antes de las primeras luces del amanecer.

    Darya sonrió al escucharlo. Por fin, Peter estaba empezando a actuar como el Rey que ella sabía que era.

    El Ejército de Aslan se trasladó hasta el Valle de Beruna, pasando el Gran Río, hasta allí donde el Gran León había determinado que se libraría la batalla. Edmund y Oreius se ocuparon de dirigir a las tropas hasta los puntos más recónditos y de colocarlas en sus respectivas posiciones. Contaban con la ventaja de estar situados entre las grandes rocas de la ladera montañosa situado detrás del valle, que si bien les ayudarían a ir más rápido gracias a la empinada ladera, podría suponer un inconveniente en el caso de que fueran acorralados por el ejército de la Bruja y tuvieran que llevar a cabo una retirada.

    Darya posicionó a los guerreros de la primera línea ofensiva, en su mayoría centauros, algunos faunos, grandes felinos y rinocerontes. En el caso de que los guerreros de Jadis avanzaran, Oreius, Peter y ella misma serían los primeros en avanzar, guiando la batalla. La primera línea avanzaría por un orden preestablecido: primero los felinos, que se adelantarían a los guías; más tarde, junto a Oreius y los dos jóvenes, los centauros y los rinocerontes y por último, los faunos. Estos tres últimos grupos se abrirían paso hasta el frente junto a las tres figuras principales, donde dirigiendo la batalla, atacarían primero.

    Darya le hizo una señal a Edmund conforme estaban preparados en la parte inferior de la montaña. Edmund la entendió y asintió, levantando su espada por unos segundos; los arqueros con los que estaba el muchacho estaban listos y las filas detrás de ellos, también. Desde las alturas de la colina del valle, las hordas de arqueros dispararían sus flechas para defender a la infantería y la caballería de abajo del enemigo.

    —Estamos listos, Majestad —Darya miró a Peter. Él, soltando un suspiro, le devolvió la mirada.

    —Me gustaría que volvieras a llamarme por mi nombre —admitió en un murmullo que solo ella pudo escuchar—; lo has estado haciendo desde que nos conocimos, ¿por qué llamarme «Majestad» ahora?

    Ella se removió un tanto incómoda en la silla de su caballo, negro como las alas de un cuervo. Al principio se había negado a la idea, pero después había comprendido que, en su forma humana, no disponía de la misma velocidad que siendo leona. A regañadientes, había aceptado las riendas, intentando no caerse de la silla. Montar a caballo no había estado entre sus lecciones; solo podía esperar a que su montura no la tirara. Con cuidado, situó a su caballo al lado del unicornio en el que estaba montado Peter lo más posible, y mientras se alzaba un poco hasta llegar al oído del chico, sonrió mientras susurraba:

    —Porque ahora estás actuando como el Rey que eres, Peter.

    Después, le dio un beso en la mejilla al rubio y volvió a su posición. Era un gesto que había visto hacer a Susan y Lucy, inofensivo, pero no pasó por alto el rubor que salpicaba las mejillas de Peter tras ello, o como las suyas propias se calentaban repentinamente.

    Oreius les dirigió una breve mirada inquisitiva, pero no dijo nada sobre el gesto que había tenido la Heredera con el joven. Peter miró a Darya con la boca ligeramente abierta y justo cuando iba a hablar, un grifo se acercó volando hasta ellos, aterrizando entre el caballo de Darya y su unicornio. Lo reconoció como Pharkon, que había alzado el vuelo antes que los suyos para estudiar el terreno más adelante, en la misma dirección de la que vendría el ejército de la Bruja.

    —Ya llegan, Alteza —le dijo a Peter—, y nos superan en número y armamento.

    —Los números no ganan las batallas —repuso Oreius. Peter miró al frente.

    —No, pero seguro que ayudan.

    En la distancia no conseguía percibirse todavía ningún atisbo del ejército enemigo. Darya se encontró a si misma respirando pesadamente, nerviosa. De repente era terriblemente consciente de la realidad que vivía en aquellos instantes. Era consciente de la forma en la que su corcel empezaba a respirar agitadamente, acompañando su propia respiración. En la forma en la que el cielo claro y despejado parecía una cruel broma a la tierra que pronto estaría manchada de muerte. En los resoplidos y resuellos de los narnianos tras ellos; en el tintinear de la armadura de Áket, que descansaba totalmente quieto y atento junto a los felinos que saldrían con la primera línea. En el sonido de las lanzas de los primeros centauros que cargarían contra el enemigo, silbando en el aire al ser sacudidas.

    En su corazón desbocado, en el miedo que afloraba en lo más profundo de su interior, pero que no permitiría que nadie notara.

    Sus manos se apretaron entorno al cuero de las riendas en el momento en el que los cuernos enemigos sonaron. La Bruja había llegado. Darya gruñó mirando al frente.

    El primero en aparecer fue Otmin, tan omnipotente como Darya jamás le había visto; era feroz, agresivo y estaba sediento de sangre narniana. Por unos segundos, sintió que la miraba directamente a ella a pesar de la gran distancia que los separaba, que la marcaba una vez más como traidora, a la que había sido su pupila estratega y que con el tiempo, había sido mejor que él mismo. El minotauro emitió un profundo y sonoro bramido que hizo que, poco a poco, las tropas enemigas avanzaran. Cientos de criaturas aparecieron en el horizonte opuesto situado delante de sus ojos. Todas ellas parecían mucho más grotescas, diabólicas y deformes a la luz del resplandeciente sol de aquella mañana.

    Darya escuchó a muchos de los soldados narnianos contener el aliento, nerviosos. Ella intentó respirar con normalidad para controlar sus erráticas inhalaciones. Pharkon no se había equivocado. Eran cientos e incluso miles más que ellos, les superaban con creces. Su mano diestra se deslizó hasta el cinto, donde apretó la empuñadura de la espada con fuerza.

    No, ellos les ganarían, estaba segura de ello; o al menos estuvo más convencida hasta que vio a tres gigantes, empujándose entre sí y abriéndose paso entre los minotauros del ejército enemigo. Más minotauros, licántropos, lobos, tigres albinos y enanos de las Llanuras del Norte aparecieron. Las arpías y los espectros que poblaban las noches más oscuras aparecieron surcando el cielo con alas tétricas y horribles. Los chillidos eran espeluznantes y tenían la capacidad de congelar la sangre de aquel quien los escuchara.

    Y entonces, lo vió.

    Dos osos polares acorazados aparecieron, el blanco de sus pelajes resplandeciendo bajo los rayos del sol. Llevaban arneses de plata y tiraban con fuerza de un gran carro del mismo material. Encima de este, con un atuendo impropio de ella, estaba la Bruja. Con el cetro de hielo en la mano, ahora acabado en la punta de una peligrosa lanza, un casco de cabeza de león dorado y una gran melena dorada alrededor del cuello, parecía la personificación de la más letal de las perfecciones. Darya contuvo el aliento cuando se percató de aq quién pertenecía el pelaje que Jadis portaba con tanto orgullo y suficiencia. Era la melena de Aslan, de su padre. Sintió deseos de partir hacia ella corriendo y acabar con su vida allí mismo, pero se contuvo lo mejor que pudo. No podía estropearlo todo solo por venganza. Obtendría lo que quería, pero no sería a costa de las vidas de aquellos a los que amaba y había jurado proteger.

    Todo se detuvo. Los dos ejércitos se observaron sin emitir sonido alguno. Súbitamente, Peter desenvainó su espada y aquel fue el origen de cientos de gritos, aullidos y rugidos de guerra entre los narnianos. Darya desenvainó su espada y la alzó en dirección al ejército de la Bruja, igual que había hecho Peter. Los cuernos de guerra sonaron.

    Darya no supo qué sucedía al otro lado del campo, pero Jadis le hizo un gesto a Otmin, quien no tardó en imitar el gesto de los narnianos, lanzando un segundo bramido. Aquel fue el turno de que el enemigo aclamara la incipiente guerra. Tras un tercer rugido del minotauro negro, las tropas de Jadis empezaron a avanzar sin romper filas ni un segundo.

    Pasó saliva, contemplando la perfecta forma del ejército de Jadis. Si bien las criaturas eran salvajes, las formaciones habían sido algo que Otmin siempre había respetado y se había encargado de que otros respetaran por igual. Sin embargo, percibió Darya, había un caos entre las filas que pronto hizo que todo se deformara; ni una gota de sangre había sido derramada, y a pesar de ello, el olor a muerte se respiraba ya en el aire.

    A la señal de Peter, todos los grifos que se habían unido a la batalla sobrevolaron por encima de sus cabezas, cargando piedras y rocas enormes. Ella los vio volar hasta los primeros enemigos y también cómo dejaban caer las rocas, aplastando a varias criaturas. Los Enanos del Norte prepararon sus flechas y apuntaron a los grifos más cercanos, disparándoles y derribándolos en el proceso. Darya observó con pesar cómo las criaturas aladas caían hasta chocar contra la hierba del valle, muertas. Pharkon, el grifo que antes había estado a su lado, chilló a sus compañeros para una retirada momentánea. Ellos ya habían hecho su parte y ahora las fuerzas terrestres deberían tomar cartas en el asunto. El juego había dado comienzo oficialmente, y el objetivo estaba claro para Darya: ganar y proteger al Rey, incluso si ella debía perder la vida.

    Peter se giró para mirarla a ella y a Oreius. En su mirada había una seriedad que Darya había visto en contadas ocasiones, como aquella misma madrugada, antes de partir a Beruna.

    —¿Estáis conmigo?

    —A muerte —respondieron ellos sin dudar.

    Peter cogió con fuerza su espada y alzándola mientras se bajaba la visera del yelmo, gritó:

    —¡Por Narnia y por Aslan!

    Y avanzaron. Las huestes de Narnia se dispersaron por todo el valle en dirección al ejército de la bruja. Peter encabezó la marcha, galopando ferozmente en su montura blanca, seguido de cerca por el caballo negro de Darya y por el propio Oreius. Nadie osaba adelantar a Peter, pues él era el futuro Rey de Narnia y era su deber como tal el guiarlos. Claro está que, en comparación con el enorme y desordenado ejército de Jadis, los narnianos, por muy pequeño número que fueran, no habían roto filas y seguían una alineación perfecta los unos con los otros.

    La primera jugada dio comienzo cuando los centauros bajaron sus lanzas al frente y los felinos atravesaron la primera fila ofensiva, corriendo más veloces que el rayo mismo. Darya mantuvo la vista centrada en Áket, quien aulló estridentemente cargando junto a aquellos opuestos a su naturaleza. La armadura era una segunda piel para él, resplandeciente con el brillo de un río de plata.

    Entonces llegó el primer contacto.

    Los felinos narnianos y los enemigos chocaron, enzarzándose en una pelea de gruñidos, zarpazos y mordiscos; los centauros se abrieron paso, asestando golpes de espada, hacha o mazo. Peter fue seguido de cerca por Darya, quién no olvidaba su promesa, ambos luchando al lado del otro, avanzando entre las huestes enemigas. La espada plateada de Darya parecía enfrascada en una danza sinuosa y peligrosa contra las armas del enemigo y algún que otro cuerpo que acababa cayendo inerte al pasto. Peter se defendía con sorprendente maestría a pesar de su inexperiencia, eso sí, los nervios no se disiparon, entorpeciendo sus movimientos de vez en cuando.

    La Heredera no sabía determinar qué causaba que no cayera de la silla de montar. Balancear la espada para asestar estocadas requería de una gran parte de su fuerza, sobre todo cuando debía inclinarse. Sin embargo, se dio cuenta más tarde, su caballo hacía lo posible por facilitarle la situación y que no tuviera que hacer grandes esfuerzos; no dejaría que cayera. Asiendo las riendas con más ahínco entre sus manos, clavó los talones en los costados del animal, que salió disparado tras el unicornio de Peter una vez más.

    En el camino hasta él, su espada cortó el aire con un golpe sordo contra el ala de una arpía que se precipitó hasta ella. Sintió que la hoja quedaba presa del hueso de la criatura y estiró con fuerza, pero se había clavado sin remedio. La arpía chilló y se removió violentamente, batiendo la otra extremidad alada mientras sus zarpas intentaban encontrar el camino hasta Darya.

    El caballo se alzó sobre las patas traseras y coceó con las delanteras en dirección a la arpía. La criatura volvió a chillar e intentó escapar, pero los cascos del corcel negro se hundieron poderosas contra ella. Darya volvió a tirar de su espada, ahora mucho más fácilmente, y la hoja brilló llena de sangre ponzoñosa y negra. Alargó la mano que sujetaba todavía las riendas y palmeó el cuello de su caballo en agradecimiento, antes de que se lanzaran de nuevo a la carrera.

    Justo en aquel instante, Darya percibió un temblor azotando el suelo que pisaba su caballo. Pensó en la Magia Más Insondable y su padre, y llegó a la conclusión de que la Mesa de Piedra había sido rota ante la muerte del voluntario inocente en lugar del traidor, efectuando así el efecto de retroceso de la muerte misma. Sonrió para sí misma y siguió luchando, esquivando golpes y asestando otros tantos, provocando un descenso de los enemigos a su alrededor, no sin recibir su porción de heridas a cambio.

    El ardor de la batalla provocó un incremento de las muertes narnianas. Darya observó con horror los cuerpos caídos de sus compañeros mientras seguía luchando. Al levantar la vista, divisó a la bruja empezando a entrar en acción, avanzando junto a la otra mitad de su ejército. ¿Si aquello solo era la mitad de sus fuerzas y ya tantos narnianos habían muerto, qué sería de ellos cuando la colisión contra la otra mitad se produjera?

    Justo a tiempo, Edmundo dio la señal a los arqueros y estos, disparando flechas prendidas en fuego, alertaron al ardiente fénix, que voló hasta prenderse fuego a sí mismo, provocando que una gran cortina de llamas rojas se expandiera por la tierra al entrar en contacto con ella. Las criaturas enemigas retrocedieron, aterrorizadas por las flameantes llamas carmesíes, pero entonces Jadis apareció y con un golpe de su cetro, una ráfaga helada se extendió hasta desintegrar el fuego que el fénix había creado.

    Al ver aquello, Peter se giró para mirar a Darya.

    —No podremos con ellos —le dijo con la voz entrecortada a causa del esfuerzo. Darya asintió. Bajo ella sentía la respiración acelerada de su montura, igualando la suya propia. Eran menores en número, y ni siquiera la estrategia que habían planeado los conduciría hasta la victoria.

    Si no podían ganar, debían retirarse.

    —¡Tienes razón; proclama la retirada, entonces!

    Y así lo hizo. Peter gritó alertando a los guerreros de la zona y todos retrocedieron hasta las rocas de la colina del valle. Eran rocas escarpadas y enormes que permitirían que los narnianos se escabulleran zigzagueando, no sin esfuerzo, conduciendo al ejército de la Bruja tras ellos por igual. Lo que no sabían esto último, sin embargo, era que los narnianos pretendían aquello mismo.

    Canthos y Edmund se prepararon para dar una segunda señal a los arqueros, respaldando a los que corrían en retirada. Cuando Peter, Darya y los demás narnianos hubieron llegado hasta las rocas, los arqueros dispararon a las tropas enemigas. Darya, quién corría por detrás de Peter en su caballo, vio cómo Ginarrbrik, el enano secuaz de Jadis, tensaba su arco en dirección a Peter. Antes de que pudiera advertirle a Peter, Ginarrbrik disparó. La flecha silbó en el aire antes de clavarse en el cuello del unicornio. El animal tiró a Peter para después caer al suelo, agonizante.

    —¡Peter! —gritó Darya sin poder contenerse. Descabalgó de su caballo y tensó una flecha de su propio arco en dirección al enano. Aunque no era tan diestra con el arco que como con la espada, disparó y la flecha se clavó en el pecho de Ginarrbrik sin más dilación.

    Peter se levantó del suelo, aturdido y mientras Darya se ocupaba de correr hasta él y de asegurarse de que nadie lo atacara, observó con horror cómo Oreius y un rinoceronte corrían en dirección contraria a las rocas, justo a recibir a las criaturas de la Bruja. La realización lo golpeó, dejándolo aturdido. Oreius y aquel rinoceronte estaban dispuestos a sacrificarse por darles más tiempo para escapar.

    —¡No! —gritó el joven, pero ya se encontraban demasiado lejos. Darya se giró perpleja antes de que sus ojos captaran el momento en el que Oreius mataba al General Otmin, dirigiéndose hacia Jadis. Sin embargo, fue derribado por el cetro de la Bruja. Horrorizada, Darya observó cómo el cuerpo petrificado del centauro caía sobre el pasto.

    Darya se percató de que estaban completamente rodeados. Los pocos narnianos que quedaban entre aquellas rocas morían luchando contra las criaturas del bando contrario y más allá, se alzaba Jadis, sin su carro, blandiendo una espada y el cetro de hielo. Observó, junto a Peter, cómo dos grifos cometían el error de atacarla a ella directamente y también el final fatal para ambos: uno muerto a causa de la espada, el otro convertido en estatua que, al chocar contra una roca, se rompió en mil pedazos.

    —¡Edmund, son demasiados! —le gritó Peter a su hermano. Darya observó la desesperación en el rostro del mayor de los Pevensie—. ¡Lárgate enseguida, coge a las chicas y llévalas a casa!

    En esos momentos, Darya se hizo con su arco y fue disparando a todo aquel que se acercara a más de dos metros de donde estaban ella y Peter, cubriendo la espalda del chico. Edmund miró a su hermano con el ceño fruncido; Darya escuchó al Sr. Castor, al lado de Edmund, decirle al chico:

    —¡Ya has oído, vámonos! —Y con aquellas palabras, empezaron a subir la colina.

    La Heredera avistó entonces a Jadis, acercándose con determinación hacia dónde estaban ella y Peter. La mirada determinada y gélida de la Bruja Blanca le dijo que iban a morir si no salían de aquella encerrona. Intentó avisar a Peter, mientras seguía disparando flechas, pero el chico estaba demasiado ocupado con un minotauro y una criatura desconocida para ella.

    —¡Peter ha dicho que nos larguemos! —repuso el castor al ver a Edmund bajando la colina. Darya se giró al escucharlo, viendo cómo el muchacho se dirigía hacia la posición de Jadis.

    —¡Peter no es Rey aún! —replicó Edmund.

    Entonces, Darya se asombró por la valentía que desprendió el chico en aquellos instantes: Edmund saltó desde la roca con la espada en ambas manos y, cayendo justo al lado de Jadis, ella se giró para verlo e intentar darle con el cetro, pero Edmund fue más rápido, echándose a un lado mientras su espada chocaba contra la punta helada con fuerza, rompiendo el cetro y, así, el poder que contenía.

    El brillo que desprendió la arma inutilizada de Jadis hizo que Peter se girara, sorprendido, a ver lo que acontecía. Tras intentar esquivar el ataque, Edmund se entorpeció, permitiendo así que Jadis lo atravesara con la punta rota del cetro. Darya gritó de impotencia al ver a uno de los reyes caer, mientras la sangre le quemaba el cuerpo por dentro. Peter rugió el nombre de su hermano y nuevas fuerzas lo invadieron, la rabia corriendo por sus venas, acabando con la criatura con la cual luchaba y dirigiéndose hacia la culpable de la herida de su hermano.

    Se enzarzaron en una pelea atroz. Peter asestaba golpes de espada con fuerza y la bruja se defendía con destreza, esquivándolos todos. Darya no permitió que nadie se acercara a aquel duelo singular, ahora con su espada en mano, ya que el arco se había extraviado tras el ataque de un lobo. Vio cómo la espada de la bruja derribaba a Peter, rozándole el costado con fuerza. Lo había herido. Aun así, Peter se levantó y siguió luchando. Jadis cruzó el cetro y la espada, dispuesta a clavarles ambos a Peter, pero el chico se inclinó hacia atrás, esquivando el golpe y asestando otros tantos. Entonces, la tierra empezó a temblar en el oído de Darya y sin poder contenerse, sonrió.

    Un rugido estridente y poderoso detuvo la batalla. El eco hizo que todos se giraran para observar, algunos con esperanza y felicidad y otros con horror y miedo, la llegada del Gran León; Aslan rugió y con él, nuevos narnianos aparecieron, todo un nuevo ejército dispuesto a luchar por su tierra a muerte. Ahora, el ejército narniano estaba ganando la batalla que ya se creía perdida.

    La bruja aprovechó que Peter miraba a Aslan para darle un golpe de espada que tomó al chico desprevenido, pero se defendió justo a tiempo. Los golpes siguieron, hasta que Jadis hizo caer a Peter al suelo y le clavó la espada en el brazo, inmovilizándolo. Al ver aquello, Darya se precipitó contra ella con fuerza, con rabia.

    El nivel de ambas en combate era muy elevado. A pesar de su forma humana y de que tan solo hubiera aprendido a luchar hacía tan solo unos pocos días, Darya se movía con rapidez y destreza y hubo golpes que Jadis no pudo esquivar, consiguiendo varios arañazos superficiales. Las enseñanzas de Oreius no habrían sido en vano, se dijo.

    Darya asestaba golpes con furia y rabia, recordando todas aquellas veces que había visto a su pueblo siendo sometido ante los pies de la falsa Reina. Recordó todos los narnianos petrificados, todos los ataques a humildes hogares, todas las muertes causadas por obra de aquella mujer vil y cruel, de aquella Gigante de Charn. Recordó la muerte de su padre y la forma en la que ella misma había sido engañada durante siglos. Lo recordó todo, y aquel fue precisamente su mayor error.

    Viendo a su adversaria cegada por la rabia y el dolor, por la ira, Jadis aprovechó bien su oportunidad. En un descuido, giró sobre sí misma moviendo a la par la espada y Darya, que no pudo esquivar el ataque, recibió un corte en la pierna que provocó que cayera al suelo. La sangre no tardó en cubrir la pernera de su pantalón. Vio la feroz mirada de la Bruja, sonriéndole con crueldad.

    —¡Esta es una batalla que no puedes ganar, mortal! —rugió. Volvió a alzar su espada, pero Darya la detuvo con la suya propia en horizontal. Sintió que los bordes de la hoja se le clavaban en la piel.

    —¡No soy una mortal! —rezumbó ella, apretando los dientes con fuerza. La Bruja ejerció más presión.

    —No —dijo Jadis—, eres una ingenua que va a morir. —Y a continuación, le quitó la espada con un movimiento de la suya propia. Darya esquivó un golpe rodando hacia un lado, efectuando una mueca de dolor.

    Necesitaba encontrar una forma de distraer a Jadis para conseguir tiempo, tiempo hasta que los recién llegados refuerzos alcanzaran su posición. ¿Pero qué podía hacer? ¿Qué conseguiría captar la atención de Jadis el tiempo suficiente?

    Y entonces, sus ojos resplandecieron ante una repentina idea.

    —Es irónico que dirijas esas mismas palabras a la que fuera la Comandante de tu ejército, ¿no crees?

    La espada de la Bruja, que se alzaba una segunda vez por encima de su cabeza, se detuvo por unos segundos. Aunque su rostro permanecía inexpresivo e impertérrito por fuera, Darya sabía que la confusión se había propagado por el cuerpo de la Reina de Charn.

    Sin embargo, aquellos segundos fueron suficientes como para que Darya alcanzara las dagas que había escondido en su cinto, y cuando la espada volvió a bajar en su dirección, las paró con las pequeñas hojas.

    —Es una verdadera pena que no pueda reconocerme, Mi Señora —burló. Volvió a rodar y esta vez consiguió arrodillarse.

    —¿Cómo es posible? —La voz de la Bruja Blanca sonaba venenosa.

    —Hay cosas que escapan de tu comprensión —se limitó a decir Darya.

    No iba a desvelar su procedencia; no traicionaría los orígenes de sus padres ante Jadis, ni ante cualquiera de las criaturas que estuvieran a su servicio. No podía arriesgarse a convertirse en el objetivo de nadie, o a poner en peligro a los suyos solo por ella.

    La Reina de Charn recobró la compostura, su mirada oscureciéndose.

    —Te dije que te mataría —susurró en un murmullo que pudo escuchar Peter a unos pasos de distancia, con horror—. Y eso haré.

    Peter se liberó de la espada de su brazo y corrió hacia Darya y la Bruja, pero se habían alejado tanto mientras luchaban que no llegó a tiempo.

    Jadis clavó su cetro roto justo debajo de la costilla izquierda de Darya, provocando que la chica soltara un estridente grito de dolor. Con dificultad pero rapidez, Darya se deshizo del cetro clavado en su cuerpo y utilizó las dagas para asestar varias puñaladas que hicieron retroceder a Jadis hasta caer. Posicionándose sobre ella no sin reprimir un grito agónico, Darya clavó la daga izquierda en la mano con la que la Bruja aguantaba el cetro, inmovilizándola. Jadis gritó de dolor e intentó liberarse. No obstante, Darya se levantó con dificultad y soltó la otra daga mientras sus ojos se dirigían hacia la espada que había quedado olvidada en la hierba. Dando varios pasos, sus manos se envolvieron entorno a la empuñadura y volvió hasta Jadis arrastrando la espada.

    Haciendo un último esfuerzo, levantó la hoja por encima de su cabeza y miró a Jadis impasible.

    —No si yo te mato antes —Y tras decir aquello, hundió la espada en el pecho de la hechicera.

    La era del eterno invierno había llegado a su fin.

    Sintiendo que la adrenalina abandonaba su cuerpo, la Heredera de Aslan se dejó caer en el pasto verde con un golpe sordo, soltando la espada. Soltó un grito ahogado y sus manos viajaron hasta la herida en sus costillas, intentando ejercer presión.

    Cuando Peter vio que Darya al lado del inerte cuerpo de Jadis, se obligó a sí mismo a correr más rápido hasta llegar al lado de la chica. Se arrodilló con desesperación a su lado, cogiendo su cabeza y colocándola en su regazo. Darya apenas respiraba con normalidad, sus ojos vagando por todas partes sin mirar nada en concreto. La pernera de su pantalón estaba rasgada allí donde la Bruja la había herido y la mancha de sangre se había expandido por gran cantidad de la tela, ahora empapada. De la herida en sus costillas, la sangre seguía borboteando y había manchado las manos de la joven, riachuelos carmesíes escurriéndose entre sus dedos.

    Peter sintió el picor de las lágrimas en sus ojos.

    —Eh, eh, mírame —le susurró con la voz rota. Darya no lo escuchó, la inconsciencia la invadía por momentos. Sentía su cuerpo demasiado pesado, demasiado cansado. Peter le cogió la mejilla e hizo que lo mirara—. Te pondrás bien, Darya. Iremos con tu padre y-y con Lucy, ella te dará el jugo de la Flor de Fuego, t-te pondrás bien.

    La voz de Peter se rompía por momentos. Darya esbozó una mueca de dolor mientras su boca se abría, boqueando por más aire. Estaba muy segura de que la herida en su torso no había alcanzado sus pulmones, pero la pérdida de sangre empezaba a pasarle factura. Miró a Peter, con sus ojos verdes apagándose lentamente y sonrió. Aquel gesto le rompió el corazón al joven.

    —No, n-no, por favor... —murmuró él—. Me has salvado y yo pienso salvarte a ti ahora.

    Darya, haciendo un último esfuerzo, habló:

    —Era mi deber, mi promesa, mi profecía. —Tosió un poco y un hilillo de sangre empezó a descender por la comisura de sus labios. Peter la secó al instante, mientras una lágrima le caía por la mejilla que fue a parar a la de Darya—. No lloréis, Mi Señor. Id a socorrer a vuestro hermano, os necesita más que yo. Ya no hay nada que hacer conmigo.

    —No digas eso. T-te pondrás b-bien —Entonces alzó la cabeza, clamando ayuda de aquel que los había socorrido—: ¡Aslan! ¡Aslan!

    —Shh... —arrulló Darya. Peter la miró, buscando el brillo en sus ojos, pero este había empezado a volverse más tenue con cada segundo que pasaba—. Ha sido un placer luchar a tu lado y protegerte, Peter.

    —Peter —Escuchó el mencionado la voz del león. Se giró, sosteniendo aún a Darya entre sus brazos, llorando y Aslan contempló a su hija.

    —Oh, mi pequeña... —La voz del Gran León se rompió—. Que los astros guíen tu camino y los Reyes y Reinas del Pasado velen tu sueño, Heredera.

    —No —susurró Peter, volviendo su vista a Darya.

    Y solo entonces, cuando Aslan sopló su aliento sobre el rostro de su hija, con lágrimas saladas deslizándose por las facciones de su felino rostro, ella, aun sonriendo, dejó que los verdes orbes de su mirada se perdieran tras sus párpados.

    La profecía se había cumplido.











¡Hola!

Debo decir que ya hacía tiempo que tenía planeado esta escena, casi desde la sinópsis de esta primera parte. Debo aclarar que el primer acto (este) aún no se ha acabado, queda un capítulo más y, como ya dije anteriormente, después vendrá un capítulo de «El caballo y el muchacho», el tercer libro antes de «El príncipe Caspian».

Me ha sido muy duro escribir esta parte, me he roto el corazón a mí misma al escribirlo. Sin embargo, espero que os haya gustado y que haya valido la pena, no por nada han sido veinticuatro páginas de Word; espero que al menos haya quedado mínimamente épico.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

Keyra Shadow.



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